Heaven

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34. Amanecer

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Amanecer

Resultaba extraño encontrarse de nuevo ante las puertas de Byron. Era como si el tiempo no hubiera transcurrido. Todas las tragedias anteriores parecieron borrarse y me sentí como si esa noche significara el comienzo de una nueva vida. Quise atesorar ese instante en mi memoria: era el comienzo de todo.

Ahora que estaba solo a unos metros de distancia de Xavier, de repente me sentí avergonzada por mi estado físico. Intenté arreglarme el pelo con los dedos y me sacudí la arena de los pies desnudos. Luego di un paso hacia el camino que tantas veces había recorrido cuando era un ángel. Ahora lo recorría como ser humano. Las piedras bajo mis pies eran frías, y el aire estaba cargado del olor de la primavera. Era raro darse cuenta de que todo permanecía igual y, al mismo tiempo, era terriblemente distinto. Cuando subí al porche, oí el familiar crujido de los tablones. Phantom empezó a ladrar dentro de la casa y, al cabo de un momento, oí que estaba rascando la puerta desde el interior.

—Hola, chico —susurré.

Phantom empezó a gemir. Entonces oí unos paso en el pasillo.

Phantom, vuelve aquí. ¿Qué te pasa?

Me quedé sin respiración. Conocía esa voz, grave y suave, con cierto acento de Georgia. Esperé, paralizada a causa de la emoción e incapaz de decir nada. Por un momento me sentí invadida por un montón de miedos irracionales. ¿Y si yo había cambiado tanto que ya no era reconocible? ¿Y si Xavier había continuado con su vida? ¿Qué derecho tenía de aparecer de repente y pretender que él me estuviera esperando? Había imaginado que sería un encuentro lleno de pasión, no de miedo. ¿Por qué perdía la seguridad en mí misma en ese momento?

—Venga, chico, ahí fuera no hay nadie. —Xavier habló con un tono de cansancio que yo no le conocía—. ¿No me crees? De acuerdo, te lo demostraré.

La puerta se abrió y Xavier y yo estuvimos, por fin, frente a frente.

Iba descalzo, y llevaba un pantalón de chándal y una ancha camiseta blanca de manga corta. Su cabello, del color de la miel, le caía sobre los ojos, que continuaban teniendo ese impresionante color turquesa, como el del océano y el cielo juntos.

Su reacción no fue la que yo había esperado. Se quedó boquiabierto y dio un paso hacia atrás, como si yo fuera un fantasma.

—No eres real.

Xavier negaba con la cabeza, incrédulo, y supuse que su imaginación le había estado jugando malas pasadas durante un tiempo. Me daba cuenta de que mi aspecto debía de parecer muy poco humano. La luz del porche no estaba encendida, y yo estaba en la oscuridad.

—Xavier, soy yo —dije, con voz temblorosa—. He vuelto.

Él permaneció en silencio, demasiado asombrado para decir nada. La mano que tenía apoyada en la puerta le temblaba.

—No te creo.

—Soy humana —le dije—. Me he convertido en un ser humano… por ti.

—Estoy soñando —murmuró, casi para sí mismo—. Otra vez no.

—¡Mira! —Alargué la mano y cogí la suya, clavándole las uñas en la palma—. Si no fuera real, ¿podrías sentir esto?

Xavier me miró con una expresión de confusión y de esperanza que me partió el corazón.

—¿Cómo es posible? ¡No puede ser!

—Una vez me dijiste que un hombre enamorado es capaz de hacer cosas extraordinarias —dije—. Bueno…, también una mujer puede hacerlas. Soy real, y te quiero más que nunca.

Xavier alargó las manos y me cogió por los hombros. Al sentir el contacto con mi cuerpo, su expresión cambió. Me abrazó con fuerza y desesperación. Nos juntamos el uno contra el otro con tanta intensidad que me pareció que podía fundirme con él para que los dos formáramos un único ser. Él me sujetó el rostro con las manos y ambos nos mecimos un instante en silencio. Cuando finalmente me soltó, todo a mi alrededor parecía dar vueltas y volví a sentir un dolor lacerante en todo el cuerpo.

Por un momento, la vista se me nubló y pareció que me iba a caer al suelo.

—Eh, eh. —Xavier me sujetó—. ¿Qué sucede? ¿Estás bien?

—Estoy bien. —No pude evitar sonreír—. Estoy contigo.

—Vamos, entra en casa.

Di unos inseguros pasos detrás de él, pero Xavier me sujetó y cerró la puerta de una patada.

—A partir de ahora todo va a ir bien —murmuró con los labios sobre mi cabello—. Voy a cuidarte.

Xavier me llevó hasta el sofá del salón.

—No creí que volviera a verte —dijo Xavier—. Pensé que la única manera sería que yo… —Pero la voz se le ahogó y no pudo acabar la frase.

—Chis —hice, acariciándole el pelo, que era más largo que antes y de un color ámbar oscuro—. Sé lo que pensabas.

—No estaba seguro de si funcionaría. —El tono de su voz se hizo más duro al recordar la dureza de los últimos meses—. Vivir no significaba nada para mí cuando te fuiste. Gabriel e Ivy ayudaron; no creo que lo hubiera podido soportar sin ellos.

—¿Dónde están? —Miré a mi alrededor. La casa estaba vacía y no tan inmaculada como cuando Ivy se encargaba de ella. En el suelo había un tazón y de la barandilla colgaba una chaqueta honorífica universitaria.

—Están en una misión en… Rumanía —dijo—. Gabriel estuvo meses intentando traerte de regreso.

—¿De verdad?

—Por supuesto. Apeló al Coro Angélico, intentó llegar a un acuerdo con ellos, les suplicó…, pero nada de eso funcionó. Creo que esa situación los estaba destrozando. Así que se fueron. Pero tienen que volver cualquier día de estos.

Noté que los ojos se me llenaban de lágrimas, emocionada ante la perspectiva de volver a ver a mis hermanos.

—Pero, Beth… —dijo Xavier, mostrándose cauteloso de repente—. Tienes que decirme una cosa… ¿Cómo has conseguido regresar? ¿Te has escapado? —Todo su cuerpo se puso tenso—. ¿Van a venir a buscarte otra vez? Tengo que advertir a Ivy y a Gabriel…

Sin acabar la frase, Xavier cogió su teléfono móvil y empezó a marcar, pero puse mi mano sobre la suya para impedírselo.

—Nadie va a venir a buscarme. Esta vez no. He regresado para siempre.

Xavier me observó con atención por primera vez y tomó conciencia de mi aspecto sucio y descompuesto. Toda expresión de duda se borró de su rostro y, preocupado, preguntó:

—¿Qué te ha pasado? Parece que hayas estado en la guerra.

De repente sentí el cansancio con toda su fuerza y me apoyé en su cuerpo, como si fuera una muñeca de trapo. Hubiera deseado que me viera radiante y saludable, en lugar de aparecer como una inválida necesitada de cuidados para recuperar la salud.

—Esto pasará. Solo necesito tiempo para que la transición sea completa.

—Ya hablaremos de eso después. —Pasó un brazo por debajo de mis piernas y por mi cintura y me levantó del sofá—. Venga, vamos a bañarte y a meterte en la cama.

Xavier me llevó en brazos hasta mi vieja habitación, en el piso de arriba, donde él dormía ahora. La bolsa de deporte estaba detrás de la puerta; encima del escritorio blanco, bajo la lámpara, había un montón de libros. Aparte de esas cosas nuevas, la habitación estaba tal como yo la había dejado. Volver a ver los muebles blancos y la cama de hierro me resultó reconfortante. Phantom nos siguió y se enroscó sobre la alfombra, como hacía siempre, pero no cerró los ojos: nos miraba, atento, como si tuviera miedo de que yo volviera a desaparecer.

—¿Has estado durmiendo en mi habitación? —pregunté, feliz.

—Era la única manera de sentirme cerca de ti —repuso Xavier—. Espero que no te moleste.

Negué con la cabeza. Me encantaba que hubiera dormido en mi habitación durante todo ese tiempo en que yo no había estado. Xavier me dejó encima de la cama y dijo:

—Ahora vuelvo.

Lo oí trastear en el lavabo y abrir el grifo de la bañera. Al cabo de un momento volvió a entrar en la habitación con un montón de toallas limpias.

—Xavier, necesito preguntarte una cosa. ¿Cuánto tiempo he estado fuera?

—Bastante…, pero ya hablaremos de eso más tarde, ¿vale?

—Tengo que saberlo. Me está volviendo loca.

Xavier se arrodilló a mi lado y me ayudó a quitarme el sucio vestido.

—Has estado fuera dos años —dijo en voz baja.

—¡Dos años! No es posible.

—Beth, ahora no importa…

—No. No, no es posible.

—Lo siento —dijo—. Ya casi tengo veintidós años y me graduaré en la universidad el año que viene.

—Pero… me he perdido tantas cosas. —Me sentí completamente estafada. Perderme una hora de la vida de Xavier ya era demasiado. Dos años eran toda una vida—. Tienes que contármelo todo.

—No hay mucho que contar. Estudié en la universidad —dijo, sin darle importancia—. Mi hermana tuvo un bebé, y ahora soy tío.

—Oh, Xavier, me alegro tanto por ti. Eso es lo que siempre quisiste.

—Beth, no lo entiendes —repuso—. He estado funcionando como una máquina. Por dentro no sentía nada, a pesar de que sabía que hubiera debido sentir algo.

—Pero ahora estoy en casa —dije.

—Sí —afirmó Xavier, sonriendo—. Tú eras lo que me faltaba. Ahora mi vida está completa. Ya sabes que no tuvimos luna de miel. Creo que deberíamos ir a París.

—De acuerdo —dije, ilusionada.

Xavier rio.

—Quizá es mejor que te des un baño primero.

Me senté en un taburete, en el baño, observando cómo los espejos se empañaban a causa del vaho mientras Xavier llenaba la bañera y me quitaba los restos de algas del cabello.

—¿Has tenido un vuelo difícil? —dijo.

Tenía todo el cuerpo dolorido; cada vez que me movía era un suplicio, pero intenté que Xavier no se diera cuenta del dolor que sentía.

—Te duele, ¿verdad? —preguntó.

—El dolor será temporal —contesté—. Nada me dolió más que perderte.

—¿Qué te hicieron?

—Nada que yo no quisiera.

Xavier me miró con desconfianza.

—Date la vuelta —dijo, al final, viendo que yo no decía nada—. Déjame verte la espalda.

—¿Por qué?

—Ya sabes por qué.

Me incliné hacia delante. Xavier me levantó el vestido despacio y emitió un gemido. Noté que reseguía las finas cicatrices blancas que tenía entre los omóplatos con los dedos. De repente preguntó, en tono de rabia:

—¿Qué es esto? ¿Quién te ha hecho esto?

—Nadie. Fue decisión mía.

—¿Dónde están tus alas?

—Ya no están.

—¿Qué quieres decir con que ya no están? —preguntó, palideciendo—. ¿Te han quitado las alas?

—Ellos no me las han quitado, yo las he entregado.

—¿Que has hecho qué?

—Tuve que hacerlo.

—¿Cómo has podido hacer algo así?

—Ha sido la decisión más fácil que haya tenido que tomar nunca.

—Pero ¿cómo ha llegado a pasar…?

—No importa —lo interrumpí—. Lo único que importa es que estoy aquí.

Xavier me miró con atención.

—¿Estás diciendo que eres…?

—Tan humana como tú.

—No me lo creo.

—Yo tampoco lo creía al principio. No estaba segura de haber vuelto entera. Tenía todas las posibilidades en contra, pero, de alguna manera, funcionó. Alguien debe de habernos protegido.

Vi que los ojos de Xavier se nublaban con un sentimiento de culpa.

—Esto me destroza —dijo—. No puedo ni pensar en lo que has tenido que sacrificar.

—No —contesté—. Aunque al final moriré, por lo menos habré vivido. En el Cielo hubiera tenido la vida eterna, pero estaba muerta por dentro. Tú me has dado la vida. Eso es un regalo.

Xavier se inclinó y me dio un beso en la frente. Luego me ayudó a quitarme la ropa mojada y a meterme en la bañera. Al principio, el agua quemaba un poco, pero al cabo de un momento el calor penetró en mi cuerpo y me ayudó a relajarme profundamente. Todavía me sentía un tanto avergonzada por mi estado, pero Xavier no parecía darse cuenta; tan concentrado estaba en cuidar de mí. El agua caliente y perfumada me relajó. Xavier cogió una jarra de mi armario y la utilizó para enjuagarme el pelo y quitarme toda la sal del mar. Me lavó con suavidad desde la cabeza a los pies hasta que estuve limpia del todo. Después me senté en la cama, envuelta en una toalla, y Xavier fue a buscar una de sus camisetas de manga corta y un pantalón de chándal. Cuando levanté los brazos para que me pusiera la camiseta, él se detuvo en seco y me miró el torso.

—Bueno, eso es nuevo —dijo.

—¿Qué es nuevo? —pregunté, alarmada. ¿Me habría desfigurado horriblemente durante el trayecto?

—Parece que tienes ombligo…, igual que nosotros.

—Uau.

Bajé la vista hasta la barriga y vi que tenía razón. Ahora había una pequeña protuberancia en una zona donde antes solo había habido piel lisa. Xavier lo resiguió con un dedo. A pesar de mi estado de debilidad, el contacto de su piel me hacía estremecer.

Me metí en mi vieja cama y hundí la cabeza en la mullida almohada. En cuanto las suaves sábanas me envolvieron, me relajé. Sin embargo, a pesar de lo agotada que estaba, no me decidía a cerrar los ojos.

—¿Tienes hambre? —preguntó. Lo pensé un momento y me di cuenta de que sí, tenía hambre—. No te muevas —dijo él—. Voy a prepararte algo.

Debí de adormilarme mientras él estaba en el piso de abajo, pero el olor a café y a beicon me despertó. Me senté en la cama y Xavier depositó una bandeja cargada de comida en mi regazo.

—¿Las famosas patatas fritas Woods? —pregunté.

—Por supuesto. Lo curan todo. Y, por favor, que no se te pasen por alto los huevos revueltos. Esta vez los he hecho tal como te gustan.

Me llevé una porción de huevo revuelto a la boca y la explosión de sabor que noté me hizo revivir.

—Están buenísimos —dije—. ¿Vas a quedarte aquí sentado mirándome mientras como?

—No voy a perderte de vista nunca más —respondió—. Será mejor que te acostumbres.

Mientras comía, Xavier me observaba.

—Hay otra cosa que veo diferente en ti. Pero no sabría decir qué es exactamente.

—Ahora hay muchas cosas que han cambiado.

—Ya sé, es tu piel —apuntó—. No brilla como antes.

—Bien —repuse—. La gente normal no brilla.

—Eres humana de verdad —dijo Xavier, casi sin respiración.

Por la ventana se veía el cielo, que ya empezaba a cambiar: solo había una delgada luna y la negrura de la noche empezaba a aclararse y a teñirse de tonalidades rojizas y doradas.

—¿Puedes abrir la ventana, por favor? —le pedí.

—¿Estás segura? Te resfriarás.

—Quiero oír el océano.

Recordé las muchas veces que, en el pasado, me había dormido mecida por el sonido de las olas. Xavier se puso en pie e hizo lo que le había pedido. La brisa llenó la habitación agitando las cortinas y las páginas de los libros que había encima del escritorio. Xavier volvió a sentarse en la cama y se quedó pensativo un momento.

—¿Estás enfadado conmigo? —pregunté.

—Por supuesto que no. Estoy impresionado.

—¿De verdad?

—Sí. Dijiste que encontrarías la manera de regresar y lo has hecho. Me has salvado la vida al volver.

—Eso es lo que tenemos que hacer —dije—. Cuidarnos el uno al otro.

—¿Crees que se ha acabado de verdad? —preguntó—. Casi me da miedo creer que es verdad.

—Se ha acabado —respondí—. Lo noto.

De verdad creía que nada se volvería a interponer entre nosotros. Por primera vez en mi vida me sentía profundamente afortunada. A pesar de que me había opuesto a la voluntad del Cielo, había recibido compasión. No había sido abandonada. Mi padre había hecho que llegara a casa sana y salva.

Xavier se tumbó a mi lado y el calor de su cuerpo penetró en el mío como lo hace la energía del sol. Juntos esperamos a que amaneciera.

Al mirarlo, olvidaba todo mi dolor. No me preocupaba cuánto tiempo podía tardar en recuperarme. Lo único que sentía era una felicidad pura e infantil. Pero Xavier fruncía el ceño y sus perfectos rasgos habían adoptado una expresión de preocupación que apagaba el brillo de sus ojos.

—¿Qué sucede? —pregunté.

Xavier suspiró.

—¿Estás segura de que sabes a lo que has renunciado?

—Lo estoy.

—¿Y no lo lamentas en absoluto?

—Ni por un momento.

—¿No desearías poder tener ambas cosas: a mí y la inmortalidad?

—Te elegiría a ti mil veces.

Xavier me cogió la mano y noté el suave contacto de su anillo de boda en la palma de la mano.

—Creo que no lo comprendes —susurró, mirándome con sus luminosos ojos color turquesa—. A partir de ahora sentirás dolor, envejecerás y, al final, morirás como el resto de nosotros.

A pesar de la preocupación que veía en su rostro, no pude evitar sonreír.

—Lo sé —dije—. Y eso es el Cielo.

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