Heaven

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20. Rafael

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Rafael

Gabriel ni siquiera presentó batalla. Verlo resultaba horrible y rompía el corazón. Mi hermano, que para mí era un pilar de fuerza, de rodillas, sucumbía a la voluntad de los demonios. Estos treparon por encima de él, rasgándole la piel de la espalda y del pecho con sus garras, hasta que lo único que pude ver de Gabriel fue su revuelto cabello rubio y los destellos plateados que despedían sus alas.

Esas criaturas disfrutaban ejecutando esa mutilación, eso era evidente. Primero le sujetaron las alas con fuerza y las plateadas puntas de las plumas salieron volando por el aire. Luego empezaron a golpearlas con sus herramientas cortantes, y la sangre —que tenía el color del ámbar— empezó a gotear hasta el suelo, desde donde brillaba como preciosa mirra. La visión de la sangre pareció incitar un mayor fervor. Se creía que la sangre de un arcángel tenía la capacidad de dar la vida: una gota podía conferir la inmortalidad a aquel que la ingiriera. Así que esas viles criaturas empezaron a lamer la sangre del suelo con sus largas y afiladas lenguas. Mientras lo hacían continuaban blandiendo sus terribles armas en el aire en un gesto de victoria. Lucifer, desde el cuerpo de Xavier, lo observaba todo con expresión de aprobación.

Durante todo ese rato Gabriel permaneció inmóvil, con la cabeza gacha y los ojos cerrados. El único cambio perceptible en él era la palidez de su rostro y los círculos oscuros que rodeaban sus ojos grises. Debía de ser terriblemente doloroso, pero mi hermano se negaba a ofrecerles la satisfacción de emitir siquiera un sonido. Movía los labios en silencio: debía de estar rezando para recibir fuerzas.

Ivy permanecía como paralizada y tenía el rostro cubierto por las lágrimas. Gabriel había sido su compañero durante miles de años. El vínculo que compartían era profundo e irrompible. Yo no comprendía cómo era capaz de soportarlo. Me acerqué a ella y le cogí la mano, lo que pareció sacarla de su trance. No dije nada, me limité a seguir el ejemplo de Gabriel: bajé la cabeza y empecé a rezar. En una situación como esa, no podíamos hacer otra cosa que confiar en un poder mayor que nosotros. Pero justo en ese momento sentí que sus dedos apretaban mi mano y vi que abría los ojos. Noté que la energía de nuestras plegarias comunicaba nuestros cuerpos. Sentí que me llenaba con ella, como si quisiera rebosar de mi cuerpo y romper todos los diques. La plegaria era una fuerza muy poderosa, y la nuestra recibió una respuesta casi inmediata.

A pesar del ruido que había en el sótano, distinguí el sonido de unos neumáticos de coche. Luego oí el portazo de la puerta de la entrada y unos pasos en el corredor. Entonces apareció un hombre que no tenía aspecto de ángel, aunque yo sabía que lo era. Siempre había imaginado que los ángeles eran como mi hermano, pero este era más bajito, tenía un brillante pelo rojizo y una expresión despejada en el rostro, mucho menos severa que la de Gabriel. Sin embargo, la mayor diferencia entre ambos era que este tenía un aspecto mucho más humano.

El ángel descendió por las escaleras y yo aproveché para observarlo. Tenía la nariz cubierta de pecas, y alrededor del cuello llevaba un pañuelo de cachemira de color verde esmeralda. Hasta nosotras llegó el olor de colonia cara.

—Rafael —susurró Ivy. Mi hermana salió corriendo hacia él y enterró el rostro en su pecho en un gesto que era muy poco propio de ella—. Gracias al Cielo que estás aquí.

—Bueno, esta fiesta no mola nada —dijo Rafael, apartando un poco a Ivy y observando el desastre a su alrededor—. No puedo creer que haya dejado un crucero por el Nilo por esto.

No sabía si bromeaba o no, pero me miró y me guiñó un ojo. Mientras tanto, los demonios habían dejado su tarea y permanecían inmóviles y desconcertados. Rafael les dirigió una sonrisa amistosa y, luego, señalándolos con el dedo índice, empezó a recitar unas palabras de memoria. De repente, un rayo salió disparado de su dedo y los demonios se desintegraron ante nuestros ojos dejando solamente pequeños montones de ceniza gris en el suelo. Cuando todos los demonios hubieron desaparecido, Ivy corrió hasta Gabriel, que parecía estar a punto de desmayarse. Sin perder tiempo, sus manos empezaron a trabajar: fuertes corrientes sanadoras penetraron las alas de Gabriel emitiendo chasquidos como de corriente eléctrica. En los puntos donde Ivy colocaba sus manos, la piel cicatrizaba y las heridas se cerraban impidiendo la pérdida de sangre; pero las plumas rotas no volvían a crecer. Xavier continuaba inmóvil en la cama. ¿Lo habría abandonado Lucifer?

Rafael se acercó a mí con una mano extendida. Vi el estampado de pececillos amarillos de su corbata.

—Me alegro de conocerte por fin, Bethany.

—Igualmente —respondí, dándole un apretón de manos mientras me preguntaba cómo podía ser que me conociera y cómo era posible que creyera que ese era un buen momento para formalidades.

—Corre el rumor de que eres un poco rebelde.

Tal como lo dijo, no parecía que fuera algo malo.

—Supongo que es verdad —dije un tanto incómoda. Resultaba raro conversar con ese desconocido mientras la vida de mi hermano y la de mi esposo colgaban de un hilo.

—Eres más guapa de lo que imaginé —observó Rafael.

—Eh…, gracias —repuse—. Pero la verdad es que no…

—Espera, espera, tengo uno —interrumpió—. Será mejor que alguien llame a Dios, porque el Cielo acaba de perder a un ángel.

Rafael se echó a reír dándose una palmada en el muslo.

—¿Qué? —pregunté.

—Encontré un libro —explicó Rafael—. Las cien mejores formas de ligar.

—¿Sabes que Xavier y yo estamos casados? —pregunté, reprendiéndole con la mirada.

—¿Y qué tal te funciona?

—Por favor, ¿podemos concentrarnos en este asunto? —dije—. Xavier sufre una posesión…, por si no te has dado cuenta.

Rafael continuaba mirándome sin ninguna prisa por ponerse a trabajar.

—¿Ya sabes cuál es la mejor manera de deshacerse de un demonio, verdad? —preguntó, serio.

Vi que Ivy ponía cara de exasperación, y yo negué con la cabeza.

—¡Exorcízate mucho!

Ivy vio mi expresión de desespero.

—No pasa nada, Beth. Es famoso por sus chistes malos. Todavía estamos esperando a que madure.

—Y, al igual que Peter Pan, espero evitarlo a cualquier precio —anunció Rafael.

El hecho de que un arcángel tuviera sentido del humor no me cabía en la cabeza. Además, yo no tenía ganas de chistes.

—¿Puedes ayudarnos o no?

—Claro que sí —afirmó Rafael—. Tengo munición.

—Fantástico —musité—. Sea lo que sea que eso signifique.

—Lo que quiere decir —aclaró, acercándose a mí— es que tu hermano y tu hermana han agotado la energía de reserva. Pero no te preocupes, yo tengo las pilas cargadas.

—¿Y estás seguro de que sabes lo que haces? —pregunté.

—Confía en mí. —Guiñó un ojo—. Soy médico.

En otras circunstancias, lo hubiera confundido por un chico de universidad demasiado preocupado por impresionar. Al final centró su atención en la tarea que teníamos entre manos y se acercó con cierto interés hasta la cama.

—Lucifer, ¿qué hay, hermano?

Pestañeé repetidamente, sorprendida, sin poderme creer que estuviera dirigiéndose a Lucifer de esa forma.

Xavier abrió los ojos de repente y sus labios esbozaron una sonrisa tensa.

—No me digas que tú eres los refuerzos.

—¿Sorprendido?

—Un poco —admitió—. ¿No te estás arriesgando mucho al involucrarte en esto?

—Ah, bueno —suspiró Rafael—, ya, pero ¿qué es la vida sin unos cuantos riesgos?

—Dímelo a mí —repuso Lucifer.

—Bueno. —Rafael juntó las dos manos dando unas palmadas—. Me encantaría quedarme y charlar, ponernos al día de todo lo que ha pasado desde los viejos tiempos, pero creo que será mejor que vayamos directos al grano.

Lucifer arqueó una ceja, escéptico.

—Adelante.

El fantasma de Jake miraba sin decir palabra. Era extraño verlo allí sin hacer nada. Observaba con los ojos muy abiertos, como un niño que estuviera mirando una pantomima.

—Necesito que me devuelvas al chico —se limitó a decir Rafael.

—Lo siento, no puedo ayudarte.

—No juegues. Es insultante para los dos.

—No juego. Teníamos un trato. Pregúntale a Beth.

—Mira. —Rafael se ajustó el pañuelo de cachemira—. Podemos hacer que esto sea sencillo y limpio, o que sea complicado y sucio.

—No tengo ningún compromiso apremiante, así que hagámoslo complicado y sucio.

Rafael no pareció inmutarse.

—Por mí, bien, pero tú pierdes el tiempo.

—¿Ah, sí?

—Hay una cosa que no sabes —dijo Rafael en un tono que parecía indicar que estaba tomándole el pelo.

—Por favor, infórmame.

—No es nada espectacular. —Rafael sonrió con seguridad—. Es solo que, bueno, que yo soy más fuerte que tú.

—¿Lo eres?

Las palabras de Lucifer quedaron como prendidas en el aire un instante, y entonces Xavier empezó a vomitar. Tenía las venas del cuello hinchadas y sufrió un ataque de tos. Esperamos a que se le pasara, pero no parecía que fuera a ser pronto. Xavier puso los ojos en blanco y se agarró con fuerza a la cama. A pesar de que no era especialmente alto, Rafael habló con una voz que sonó amenazadora como el trueno.

—¡Abandona este templo del Señor! No vuelvas a mostrar tu rostro aquí.

—¡Se está ahogando! —grité—. ¡Haz algo!

Rafael se apresuró a romper las argollas que sujetaban las muñecas de Xavier y, juntos, lo ayudamos a sentarse. Rafael empezó a golpear a Xavier en la espalda, entre los omoplatos, con la palma de la mano, hasta que el objeto que lo estaba ahogando salió. Xavier dejó de toser, empezó a inhalar de forma entrecortada y volvió a tumbarse en la cama. Me di cuenta de lo agotado que debía de estar, al ver que su cabeza giraba de un lado a otro como si estuviera rellena de paja. A su lado, en el colchón, vi cuál había sido el problema: un puñado de garras, manchadas de sangre por las heridas que le habían provocado en la garganta. Cogí una de ellas para examinarla. Tenía un color grisáceo y dibujaba una curva que terminaba en una afilada punta, diseñada para agarrar a su presa. Parecía pertenecer a algún pájaro cazador.

Rafael aprovechó el momento para llevar a cabo el rito de exorcismo. Con voz tranquila, pero casi sin darse tiempo a respirar, como si una breve pausa pudiera influir en el resultado, dijo:

—Te ordeno, en nombre de tu creador, que abandones a este hijo de Dios. Vete, tentador de los hombres, corruptor de las naciones, príncipe de la oscuridad. Debes humillarte ante un poder mucho más grande que el tuyo.

—No hay poder mayor. —Pero la voz de Lucifer era mucho más débil y entrecortada, como si llegara hasta nosotros a través de una mala conexión telefónica.

—No te resistas. Tus planes no tendrán éxito. Abandona ahora este cuerpo sagrado. Terco dragón, cuanto más tardes, más duro será tu castigo. Nosotros rechazamos tu poder. Ríndete. ¡Ríndete! —Rafael repitió esta última palabra como si fuera un mantra.

Xavier volvió a sufrir un ataque de tos; al verlo, el corazón se me cayó a los pies. ¿Significaba eso que habíamos sido derrotados? Sin embargo, entonces me di cuenta de que esa tos era diferente a la anterior. No se estaba ahogando, sino que intentaba expulsar algo. Entonces, una cosa larga y oscura, parecida a un reptil, empezó a salir por su boca. Era negra y escamosa, y vi que en alguna parte tenía una garganta que latía como la de un sapo. Tardé unos instantes en darme cuenta de que se trataba de una serpiente. Ese bicho debía de haber permanecido enroscado en el interior del cuerpo de Xavier. La serpiente se deslizó fuera de la cama hasta el suelo de cemento, donde empezó a retorcerse y a arrastrarse hasta que encontró lo que buscaba: se instaló encima de una grieta del suelo que, inmediatamente, empezó a agrandarse con un sonido chirriante. Cuando tuvo el tamaño adecuado, la grieta se tragó a la serpiente. Del bicho solo quedó un olor pútrido y una mancha aceitosa en el suelo. El fantasma de Jake se desvaneció al mismo tiempo que la serpiente.

—¿Beth?

La voz que acababa de romper el silencio era áspera, pero no cabía duda de que era la de Xavier.

Caí de rodillas a su lado y apreté el rostro contra su cuello.

—Estoy aquí, cariño. Ya ha terminado. Ya ha terminado.

—¿Lo hemos conseguido?

—Ya te dije que lo conseguiríamos.

Mis lágrimas y mi risa se mezclaban, dando libre curso a mi alivio. Ivy le ofreció un vaso de agua. Xavier le dio las gracias y bebió, pero temblaba tanto que tiró la mitad. Luego me cogió las manos y las apretó sobre su corazón mientras volvía a recostarse sobre la almohada. Xavier estaba más que agotado, pero finalmente era libre. Al ver que sus vívidos ojos azules le pertenecían de nuevo, yo sentía casi euforia. No podía abrazarle más fuerte. Quería absorberle al interior de mi cuerpo para que nadie pudiera hacerle daño nunca más.

Rafael se aclaró la garganta educadamente para recordarnos su presencia. Parecía incómodo por interferir en nuestro momento de intimidad.

—Es Rafael —le dije a Xavier—. Nos ha salvado la vida.

Ya no existía ni mi vida ni la suya, pues ambas estaban completamente entrelazadas. Si uno de los dos sentía dolor, el otro también, y si uno de nosotros moría… Me estremecí al pensar qué le sucedería al que quedara atrás.

—Gracias —dijo Xavier con voz débil.

Hablar debía de resultarle doloroso, porque se había llevado una mano a la garganta.

—De nada.

—Un momento. —Xavier se incorporó un poco—. Rafael…, ¿el arcángel? ¿El patrón de los viajeros?

—Conoces la hagiografía.

Rafael parecía impresionado.

—Exmonaguillo —dijo Xavier, aclarándose la garganta con modestia.

Mi mirada tropezó con sus maltrechas muñecas. Estaban hinchadas y rasgadas a causa del acero de las argollas. Hacía mucho tiempo que yo no intentaba sanar a nadie. ¿Todavía tendría esa capacidad? ¿Quizás ese poder me había sido arrebatado como castigo? Le coloqué una mano sobre una de sus muñecas, y Xavier esbozó una mueca de dolor, pero no la apartó. Me concentré en enviarle energía curativa y pronto noté un cosquilleo en la mano. Mientras continuaba poniéndole las manos, la hinchazón disminuyó y, poco a poco, las heridas fueron desapareciendo. Al final, la piel de las muñecas recuperó su aspecto normal.

—Todavía puedes hacerlo —dijo Xavier.

Sonreí, complacida con mi logro. Decidí que el hecho de que no hubiera perdido esa habilidad era una señal de que todavía había esperanza.

En ese momento, un movimiento al otro extremo de la habitación me llamó la atención. Ivy estaba ayudando a Gabriel a ponerse en pie. Mi hermano todavía parecía inseguro sobre sus piernas. Hizo una mueca y plegó las alas rápidamente para que no pudiéramos ver su mal estado. Aún tenía el rostro pálido y se apoyaba en Ivy. A pesar de su debilidad, tragó saliva y levantó la barbilla para dirigirse a su hermano.

—¿Por qué decidiste venir? —le preguntó a Rafael.

—Supongo que me gustan las causas perdidas.

—¿Así que no crees que podamos vencer en esta?

Gabriel, un poco mareado, dio un paso en falso, pero Ivy lo sujetó.

—Lo dudo. —Rafael esbozó una alegre sonrisa—. Pero podéis divertiros intentándolo.

Gabriel apretó los labios y, sin decir ni una palabra, se dirigió hacia las escaleras, todavía apoyándose en Ivy. Por mi parte, ayudé a Xavier a bajar de la cama. Rafael nos observaba sonriendo, pero con ojos tristes. Todos subimos despacio las escaleras hasta la casa, en una procesión triste y magullada.

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