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22. Hablad ahora o descansad para siempre

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Hablad ahora o descansad para siempre

Decidimos no regresar a Ole Miss hasta transcurridos unos cuantos días. Xavier necesitaba tiempo para recuperarse físicamente, y yo estaba emocionalmente exhausta a causa del estrés. Nos escondimos en la casa, y pasábamos la mayor parte del tiempo durmiendo o bajando a la cocina para comer y hablar un poco con mis hermanos. Ivy parecía haber regresado a la normalidad, pero no veíamos mucho a Gabriel. Él permanecía casi siempre encerrado en su habitación y hablaba muy poco con nosotros. Yo rezaba por él cada noche y daba las gracias a nuestro padre por haber salvado la vida de Xavier. Cuando por fin me decidí a mirar mi móvil, encontré un montón de llamadas perdidas de Molly, de Mary Ellen e incluso de algunos de los amigos de Xavier, que querían saber qué nos había sucedido. Recordé el anuncio de Molly de su compromiso con Wade, pero no tenía suficiente espacio mental para preocuparme por eso en aquel momento.

Me encontraba tumbada con Xavier, abrazada a él sintiendo su suave pelo cosquillearme en la nariz.

—Lo siento —le dije por enésima vez desde que nos habíamos despertado.

—Beth, por favor. —Rodó sobre su espalda y clavó la mirada en el techo—. No fue culpa tuya. Soy yo quien siente que me hayas tenido que ver de esa forma.

—No fuiste tú —repuse—. No fuimos ninguno de nosotros.

—Pero yo le dejé entrar.

—Estabas muerto. Él invadió tu cuerpo. No podías evitarlo.

—Es tan extraño pensar que estaba muerto —murmuró Xavier—. Me gustaría poder decir que vi una luz brillante o algo así, pero lo único que vi fue a ti.

—¿A mí?

—Sí. —Asintió con la cabeza—. Eran variaciones de ti: tú en la mecedora del porche, tú y Phantom dormidos en el sofá de Byron, tú con el vestido de la fiesta de graduación. Es como si, aunque se suponía que debería haber visto el Cielo, lo único que quería ver era tu cara. Supongo que mi Cielo eres tú.

—Estaba tan asustada —dije, girando la cabeza sobre la almohada para mirarlo—. Creí que ibas a morir, y eso me hizo darme cuenta de que no hay ningún lugar al que yo no te seguiría.

Xavier esbozó una sonrisa.

—¿Sabes una cosa? Se supone que el Cielo debe de estar muy enfadado con nosotros ahora…, pero tú y yo deberíamos haber muerto más de una vez. Y seguimos aquí. ¿Sabes lo que eso significa?

—¿Que somos como los gatos? —pregunté—. Que tenemos siete vidas.

—Quizá. —Xavier se rio—. Creo que significa que alguien nos protege.

—Eso espero —dije, sacando el pie por debajo de la sábana y dejando que la luz del sol que se filtraba por la ventana me calentara los dedos del pie—. Me gustaría creerlo.

El teléfono sonó de nuevo, por quinta vez, así que suspiré y alargué el brazo para cogerlo. No me sorprendió ver que la llamada perdida era de Molly. Llamé a mi hermana, que estaba en la habitación de al lado, y ella sacó la cabeza por la puerta.

—¿Qué se supone que debo hacer con Molly? —pregunté—. Se está poniendo histérica.

—Que venga —repuso Ivy—. Dejarla al margen normalmente hace más mal que bien.

Eso era cierto. Molly no soportaba ser ignorada ni excluida cuando estaba preocupada, y era capaz de colgar carteles de búsqueda por todo el campus. Xavier se tapó la cabeza con la sábana.

—No me gusta que hagas eso —le dije, acercando mi nariz a su cuello con gesto cariñoso—. Es nuestra amiga. Deberíamos estar contentos de verla.

—Sí —repuso él, abatido.

Cuando Molly vino, parecía más tranquila que de costumbre. Estaba menos hiperactiva y excitable.

—Estaba preocupada —dijo mientras se sentaba ante la mesa de la cocina e Ivy le servía un poco de té con unas galletas—. ¿Va todo bien?

—No —le contesté con sinceridad—. Pero todo irá bien. Estamos ocupándonos de ello.

Molly asintió con la cabeza y bajó la vista hasta su regazo.

—¿Puedo ayudar en algo?

—Come una galleta —dije.

—Beth, habla en serio.

—Agradecemos tu apoyo —intervino Ivy—. Pero la verdad es que no hay nada que puedas hacer. La situación ya está bastante liada.

—¿Liada en qué sentido? —quiso saber Molly.

—Preferiría no hablar de ello —respondió Ivy con delicadeza—. No me gustaría meterte en esto.

—Pero todo va a ir bien, ¿verdad? —Molly señaló a Xavier con el pulgar—. No tiene muy buen aspecto. Y, no te ofendas, Beth, pero tú tampoco.

—Estarán bien —aseguró Ivy—. Únicamente es que están cansados.

En una situación normal hubiéramos podido contarle a Molly lo que sucedía; después de todo, ella ya conocía nuestra identidad. Pero comprendí que el motivo del silencio de mi hermana no era la desconfianza. Cuanto menos supiera Molly, más segura estaría. No queríamos ser responsables de que corriera más sangre.

—No te preocupes. —Le sonreí con expresión convencida—. Dentro de poco todo volverá a ser normal.

—De acuerdo —contestó Molly, mostrándose sorprendentemente madura—. No quiero empeorar las cosas.

—Bueno, háblanos de Wade —dije, ansiosa por cambiar de tema.

Al oír su nombre, sus ojos parecieron ponerse soñadores.

—Es fantástico —afirmó suspirando—. Quería contárselo a todo el mundo, pero, por supuesto, no es posible.

—¿Y eso por qué? —preguntó Xavier.

—Bueno, no se lo puedo contar a las personas que no están invitadas a la boda. No queremos invitar a nadie que no comparta nuestra fe.

Xavier y yo intercambiamos una mirada de extrañeza. Por lo que yo sabía, uno no necesitaba ser de nada especial para poder asistir a una boda.

—¿Wade no es cristiano? —pregunté.

—Sí —respondió Molly—. Bueno, más o menos. Su familia creó su propia iglesia. Sigue siendo bastante pequeña, pero va creciendo. No quieren relacionarse con gente de fuera, creen que es peligroso.

—¿Peligroso? —repitió Xavier—. ¿En qué sentido?

—Ya sabes, malas influencias y todo eso —dijo Molly sin darle importancia—. Wade dice que la televisión es un artilugio diabólico, y que los mensajes negativos también pueden ser transmitidos a través de grupos sociales.

—¿Y exactamente de qué mensajes negativos tiene miedo? —pregunté. Todo eso no me parecía nada sano—. ¿No te parece que la fe necesita ser puesta a prueba?

—No lo sé —contestó Molly—. Pero Wade dice que si me alejo de las cosas malas, estaré más cerca de Dios.

Molly hablaba como si recitara de memoria frases aprendidas en un libro.

—Eso me suena a secta —dijo Xavier.

Quizá Xavier fue demasiado directo, pero había expresado lo que todos nosotros pensábamos.

—No lo es —contestó Molly con sequedad—. Es verdad que no siguen la corriente general, pero saben de lo que hablan.

—¿Cómo se llaman? —pregunté.

—¿Qué? —dijo Molly.

—Ya sabes —aclaró Xavier con impaciencia—. ¿Son baptistas, metodistas, presbiterianos?

—Ya os lo he dicho —repitió Molly, insistente—. Es una religión familiar.

—¿Es una religión inventada?

—No —insistió ella, enojada—. Es una de las muchas versiones que existen del cristianismo.

—¡No se puede modificar el cristianismo! —exclamé—. ¡Solamente la Biblia es la palabra sagrada…, uno no puede inventar sus propias reglas!

—Mira. —Molly puso las manos abiertas encima de la mesa—. No me importa lo que digáis. Ellos me han mostrado todo lo que yo hacía mal en la vida.

No me gustaba cómo sonaba eso. Cualquiera que manipulara la palabra de Dios para crear su propia religión lo único que hacía era inventar sus propias reglas y hacerlo pasar por una religión.

—¿Qué te han dicho? —preguntó Ivy.

—Oh, solo me han hablado de cosas pequeñas —contestó Molly—. Como de qué manera debería vestirme y qué cosas no debo decir a un hombre que no sea mi marido. —Haciendo un gesto con la mano hacia Xavier, añadió—: No te preocupes, tú tienes esposa, así que no cuentas.

—Molly… —dijo Xavier despacio—. No tienes por qué creer todo lo que te digan.

—Bueno, en realidad, Wade es mi prometido —repuso Molly—. Y debo ser obediente.

—¿Obediente? —repitió Xavier—. ¿Qué, igual que un perro?

La Molly de antes se hubiera enfadado, pero ahora se limitó a menear la cabeza con gesto triste.

—Está claro que no lo comprendéis. Wade intenta salvar mi alma del Infierno. Dice que un marido debería ser como un dios en la Tierra para mí.

—¿Qué? —Los ojos casi se me salían de las órbitas—. Eso es un absoluto sacrilegio.

—No lo es —contestó Molly—. Tiene sentido.

—Eso infringe un mandamiento —intervino Ivy con tono amable—: «No tendrás otros dioses delante de mí».

—Él no dijo que fuera un dios, es solo que piensa que… Mirad, da igual; Wade sabe lo que dice.

—No creo que lo sepa.

La voz llegó desde la puerta de la cocina. Gabriel acababa de aparecer. Llevaba el cabello rubio recogido en una cola de caballo, y tenía los pómulos más pronunciados a causa de la tragedia que acababa de sufrir. Pero continuaba siendo tan hermoso como siempre. Me di cuenta de que el corazón de Molly se aceleraba al verlo.

—¿Qué has dicho? —preguntó Molly, desafiante.

Gabriel, sin apartarse de la puerta, se apoyó en el quicio y cruzó los brazos sobre el pecho. Sus ojos de color azul plateado no parpadeaban.

—Creo que estás cometiendo un grave error.

Molly soltó un bufido.

—Bueno, pero eso no tiene nada que ver contigo, ¿verdad?

—No, pero tu prometido es un completo idiota.

Ivy levantó la cabeza, sorprendida. Gabriel nunca había hablado de esa manera, a nadie. Siempre se mostraba distante y desapegado, y exponía sus racionamientos de forma clara y lógica. Pero ahora parecía que se sintiera emocionalmente involucrado en el tema. ¿Era posible?

—¡Cómo te atreves! —Molly se puso en pie con tanta rapidez que las patas de la silla rechinaron en el suelo—. No tienes ningún derecho a juzgarlo.

—No quiero que seas desgraciada —dijo Gabriel—. No quiero que vivas el resto de tu vida en un matrimonio sin amor.

—¿Cómo sabes que sería sin amor?

—Lo veo en tus ojos. Estás fingiendo, intentas convencerte a ti misma de que eres feliz. Crees que, si Wade te da algo en lo que creer, tu vida tendrá significado. Pero Wade y sus reglas no pueden llenar tu vacío interior, Molly.

—¡Cómo te atreves a fingir que te preocupas por mí! —exclamó Molly de repente—. Me rechazaste, ¿recuerdas? Soy demasiado humana, tengo demasiadas faltas para que tú puedas sentir un mínimo interés… Así que ¿por qué no me dejas en paz?

—Quizás estaba equivocado —dijo Gabriel en voz baja.

Los tres lo miramos boquiabiertos.

—¿Que tú…? —Molly tartamudeaba, no le salían las palabras—. ¿Que tú qué?

—No creí que acabaras de esta manera —murmuró Gabriel—. Las cosas no deberían haber ido así.

—¿De qué estás hablando? —Molly nos miró a Ivy y a mí, frenética—. ¿A qué se refiere?

—¿Gabe? —preguntó Ivy—. ¿Qué está pasando?

—Estoy cansado de luchar. —Gabriel se encogió de hombros—. Estoy cansado de esta interminable guerra entre ángeles y demonios, y de no ver más que dolor y muerte a nuestro alrededor. Tiene que haber algo mejor. Debe haber alguna otra manera. ¿Cuándo habrá paz, Ivy? Hace siglos que dura esta batalla. ¿Cuándo terminará?

—No lo sé —admitió mi hermana—. Pero así han sido nuestras vidas desde siempre, desde el principio de los tiempos.

—Entonces quizá Bethany haya tenido razón todo este tiempo. Tal vez es mejor ser un humano o, por lo menos, permitirnos amarlos.

—¿Qué estás diciendo? —Molly abrió los ojos desorbitadamente.

—Estoy diciendo que sí, que tienes fallos —repuso Gabriel—. Eres impulsiva e irascible, impetuosa e insensata. Tu corazón es voluble, y tu estado de ánimo cambia más deprisa que el viento. Pero «eso» es lo que te hace humana, y eso es lo que te hace hermosa.

—¿Crees que soy hermosa? —Molly casi no podía pronunciar la palabra.

Gabriel cruzó la habitación en dos zancadas y se puso frente a Molly. Apoyó ambas manos sobre sus delgados hombros y dijo:

—Tú no perteneces a nadie —le dijo con pasión—. A diferencia de mí, tú no eres una posesión de nadie. Fuiste creada para ser libre, para vivir, amar y encontrar la felicidad. Yo no fui creado para la felicidad; yo solo fui creado para servir. Pero tú…, tú sientes de forma intensa y apasionada, y creo que eso es hermoso.

—Esto no va bien —le murmuré a Xavier—. Esto va muy muy mal.

—¿Qué demonios está pasando? —preguntó él en un susurro.

—Un momento de duda —dije—. Con las alas dañadas, ni siquiera Gabriel es infalible. Se está cuestionando su fe…, igual que haría un humano.

—No me gusta —soltó Xavier, inquieto.

Molly y Gabriel permanecían como hipnotizados, con los ojos fijos el uno en el otro.

—Mi vida está gobernada por reglas —dijo Gabriel, casi como si hablara consigo mismo.

Y antes de que ninguno de nosotros se diera cuenta de lo que sucedía, Gabriel tomó el rostro de Molly con ambas manos, se inclinó y la besó. Fue como ver una escena de la antigua mitología: un legendario héroe unido a su hermosa doncella. A pesar de que no duró más que diez segundos, me pareció que el tiempo se detenía en ese abrazo. El poderoso cuerpo de Gabriel abrazó a Molly, sus dos cuerpos juntos, los dedos de mi hermano enredados en una mata de rizos de Tiziano. Fue tan repentino que casi no podía creer que hubiera sucedido. También a Molly le costaba comprenderlo. Cuando él la soltó, mi amiga estaba tan desbordada que se dejó caer en la silla sin decir ni una palabra.

—Uau. —Eso fue todo lo que pudo decir cuando consiguió reunir el aliento suficiente.

—Uau —repitió Xavier.

Ivy corrió hasta Gabriel y le dio una sacudida en el brazo.

—¡Detente! Sé que las cosas han sido difíciles últimamente, pero esto es demasiado.

—No —repuso Gabriel, soltando una breve carcajada—. Lo que ha sido difícil es soportar las heridas en mis alas y el tener a Lucifer como invitado. Eso ha sido demasiado. Esto es una liberación.

—Por favor —insistió Ivy—. Luego lo lamentarás. Lo sé.

—No lo lamentaré —dijo Gabriel—. Porque esta es la primera vez que he hecho algo por mí mismo.

Mientras los escuchaba, la expresión de Molly cambió. Mientras mis hermanos continuaban discutiendo, ella se levantó y se puso detrás de Gabriel. Y, entonces, despacio, le levantó la camisa. Todos nos quedamos en silencio mirando cómo introducía las manos por debajo y las colocaba suavemente encima de sus alas rotas. Gabriel se estremeció y bajó la cabeza. No dijo nada, y era imposible saber qué emociones estaba sintiendo, pero no se apartó. Ninguno de los dos parecía darse cuenta de nuestra presencia. O quizá no les importaba. Estaban demasiado concentrados en ese momento de intimidad.

—Todo irá bien —le dijo Molly mientras le acariciaba las alas por debajo de la camisa—. Todo va a ir bien.

—Lo siento —contestó Gabriel sin levantar la cabeza.

—No lo sientas —repuso Molly—. No tienes que cargar sobre ti la responsabilidad de todo y de todo el mundo. Puedes cometer errores, ¿sabes?

Ivy, Xavier y yo nos miramos. Estaba claro que ese momento era muy íntimo para ellos, y todos nos sentimos como si no debiéramos estar allí. Entonces el móvil de Molly vibró sobre la mesa de la cocina, y ella pareció salir de su trance de repente. El nombre de Wade parpadeaba en la pantalla. Molly dejó caer las manos rápidamente y recogió sus cosas.

—Tengo que irme… —Hablaba tan deprisa que se comía las palabras—. De verdad que no… Solo quería… Tengo que irme.

Al cabo de un momento oímos el golpe de la puerta delantera al cerrarse. Todos nos giramos y miramos a Gabriel.

—¿Qué? —preguntó él, irritado.

—¿Quieres…, eh…, quieres hablar?

—No, gracias, Bethany —respondió mi hermano casi con sarcasmo—. No necesito ningún consejo de pareja que venga de los novios del año.

Nos miró un instante con expresión hostil y desapareció en el porche trasero.

Xavier miró a Ivy, sin saber qué decir.

—¿Crees… que necesita ir a ver a un terapeuta?

—Gabriel ha presenciado todas las atrocidades humanas desde el inicio de los tiempos… —contestó mi hermana—. Sería una sesión muy larga.

—Pero esto es transitorio, ¿verdad? —pregunté, preocupada—. ¿Cuando las alas se le curen volverá a la normalidad?

—Por suerte, sí —respondió Ivy—. Deberíamos estar contentos de que no sea peor. La destrucción de las alas de un ángel puede producir un daño irreparable. Pero Gabriel sanará.

—No comprendo por qué las heridas de sus alas pueden hacer que se comporte de esta manera —dijo Xavier—. Quiero decir, Molly…, ¿de verdad?

—Nuestra esencia se encuentra en nuestras alas —explicó Ivy—. Ellas son la fuente de todo nuestro poder, como las raíces de un árbol. Gabriel ha quedado debilitado, se encuentra vulnerable ante la duda y la preocupación, y ante multitud de emociones a las que nunca se había visto expuesto.

—¿Y qué deberíamos hacer?

—Nada —dijo mi hermana—. Solo necesita tiempo.

—¿Y qué hay de Molly? —pregunté.

—Sus nuevos sentimientos por ella desaparecerán, y él volverá a ser el arcángel Gabriel —apuntó Ivy.

—Bien —dijo Xavier—. Eso estará bien.

Dejé a Xavier y a Ivy hablando y abrí la puerta mosquitera para ir con mi hermano. Se encontraba sentado en los desvencijados escalones del porche y miraba el desordenado patio. Observaba las hojas muertas bajo los zapatos y tenía la frente arrugada en una expresión de confusión. Era evidente que no era él mismo.

—Sabes que no eres tú mismo —dije, sentándome a su lado—. Todo esto es transitorio, va a pasar.

Era extraño que fuera yo quien le diera consejos a mi hermano. Siempre había sido justamente al revés.

—¿Cómo lo soportas? —preguntó Gabriel en voz baja—. Me refiero a la inestabilidad de la vida humana. ¿Por qué quieres sentir como ellos? Es un caos. No puedo encontrar espacio en mi cabeza para pensar.

Sonreí.

—No todos podemos hacerlo.

Gabriel me miró, y me di cuenta de que sus ojos se habían oscurecido, como si sufriera una tormenta interna. Por primera vez parecía comprenderme, quizás incluso podía identificarse un poco conmigo.

—Sé que me he comportado mal —dijo—. Me odio a mí mismo por ello.

—No te culpes. —Le puse una mano sobre el ancho hombro—. Has hecho un sacrificio enorme por mí. Ojalá no estuvieras sufriendo ahora a causa de ello. Pero salvaste la vida de Xavier… y la mía. Nadie está enfadado contigo. Estamos aquí para ayudarte a pasar por esto.

—Gracias —murmuró Gabriel—. Espero que sea una recuperación rápida. No me reconozco a mí mismo.

—Tú sabes quién eres, Gabe —repetí—. Siempre has sabido exactamente quién eres y cuál es tu propósito. —Le di un apretón en la mano—. Quizás ahora tu verdadero yo esté un poco enterrado, pero el Gabriel a quien conocemos y amamos todavía está ahí. Y no te preocupes, volverá.

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