Heaven

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30. Zach

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Zach

Resultó que Emily tenía una idea.

—Tienes que ir a ver a Zach —me dijo, sonriendo, evidentemente complacida consigo misma.

—¿A Zach?

—Exacto.

Recordé al ángel a quien había conocido una vez, el que guiaba a los niños durante su transición hasta el Reino. Creí que nunca lo volvería a ver desde que había cambiado su carrera. Fruncí el ceño.

—Pero Zach es un séptimo.

—Ya no —dijo Emily—. Lo dejó cuando empezaron a perseguirte.

—¿De verdad? ¿Dejó el trabajo por mi causa?

—Él no estaba hecho para eso. Zach es un ángel de la guarda, siempre lo ha sido.

—¿Y cómo lo sabes? —pregunté con curiosidad.

—Porque él es mi ángel de la guarda —contestó Emily con orgullo—. Lo volvieron a mandar con los niños. Y él me ayudó durante mi transición, cuando llegué aquí.

—Pero tú tenías dieciséis años —dije—. No eras exactamente una niña.

—Me costó bastante adaptarme —explicó Emily—. Así que me lo asignaron para que me ayudara. Y funcionó. Zach fue de gran ayuda, hasta que se unió a los séptimos. En ese momento a nadie le pareció una buena idea. Pero ahora ha regresado.

—¿Y sabes dónde encontrarlo?

—Por supuesto —dijo ella, como si fuera obvio—. Estoy en contacto directo con él.

En un instante, Emily se colocó a mi lado y me dio la mano. Sus dedos eran fríos y frágiles, como si fueran de cristal. Oí que susurraba y, al cabo de un momento, la habitación empezó a desaparecer. Y después todo se volvió borroso: la cama de Xavier, con su edredón de color azul oscuro, su escritorio y la pelota de fútbol que había al lado de la puerta. Apreté con fuerza la mano de Emily, pues empezaba a sentirme un poco mareada. Mientras la habitación continuaba desapareciendo y las cosas se iban haciendo transparentes, a nuestro alrededor empezó a cobrar forma el mismo pasillo de colores que Eve había utilizado para entrar en mi celda. Emily parecía saber perfectamente adónde íbamos, así que nos deslizamos hacia delante y dejamos que el pasillo de colores nos engullera.

Cuando abrí los ojos, me encontraba en un jardín. Me miré las piernas y los brazos para asegurarme de que había llegado entera y vi que estaban cubiertos de todos los colores del arcoíris.

—Se va fácilmente —me dijo Emily mientras se sacudía los muslos con las manos y soplaba para dispersar el polvo.

Cuando el mareo se me pasó, vi que delante de nosotras había un hermoso y brillante lago, así como un montón de árboles altísimos cuyas copas desaparecían entre las nubes. El ambiente era cálido y se oía cantar a los pájaros. Vi que Zach se encontraba a cierta distancia de nosotras. Estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas, en medio de un círculo de niños. Tenía el mismo aspecto que yo recordaba: delgado, el cabello negro, la piel oscura. Sus ojos eran brillantes y verdes, y siempre tenían un brillo travieso, como si él supiera algo que los demás ignoraban. Tenía la nariz un poco respingona y una sonrisa descarada: parecía el flautista de Hamelín. Eso era lo que atraía a los niños hacia él. Yo no conseguía comprender por qué había querido unirse a los séptimos.

En cuanto nos vio, se disculpó y se separó del grupo de críos. Ellos soltaron exclamaciones de protesta, pues no querían separarse de su líder. Un camino de piedras blancas se formó delante de él y Zach lo recorrió descalzo hasta nosotras.

—Tienes buen aspecto, Emily —dijo, guiñándole un ojo—. Hola, Beth. Hace tiempo que no nos vemos.

—Sí —asentí—. Me alegro de ver que nada haya cambiado.

—Oh, yo no diría eso —contestó Zach—. Pero todo termina siempre de la forma que debe.

—¿De verdad dejaste a los séptimos? —pregunté—. Ni siquiera sabía que era posible hacer eso. Creí que era una condena de por vida.

Zach miró a su alrededor y se encogió de hombros.

—Echaba de menos a los niños. La vida militar no está hecha para mí.

—¿Por qué te uniste a ellos?

Zach me clavó sus ojos de color esmeralda.

—Oh, ya sabes, estaba borracho y tomé una mala decisión.

Emily soltó una risita, claramente impresionada por todo lo que Zach decía.

—Considéralo un viaje de autoconocimiento —continuó él—. Necesitaba salir fuera de mi lugar. Tuve un momento de duda, si quieres considerarlo así.

—Pero ahora está con nosotros otra vez —dijo Emily, abrazándolo.

Zach rio y le revolvió el pelo.

—Es especial, esta chica. Bueno… —Zach me observó—. Imagino que no habéis venido solamente para charlar.

—Necesitamos tu ayuda —dijo Emily, antes de que yo tuviera tiempo de responder—. Fue idea mía.

Emily hablaba como una niña que buscara la aprobación de Zach. No era culpa suya. Ella era una niña eterna: su alma solo había llegado a los dieciséis años.

—Ajá… —Zach se frotó la barbilla con la mano—. ¿Y de qué manera puedo ayudaros?

—Beth quiere regresar a casa —explicó Emily.

—¿Ah, sí? —Zach me miró con una ceja arqueada—. Ya imaginaba que sería algo así. Pero ¿por qué crees que tengo el poder de hacerte regresar?

—Nunca he creído eso —contesté—. Pero tenía la esperanza de que me indicaras cuál era la dirección correcta. Tiene que haber alguna manera de salir de aquí.

—Bueno, es que la mayoría de la gente no quiere irse del Cielo —dijo Zach—. Es una especie de destino final.

—Yo no soy como la mayoría de la gente. Ya no. Detesto estar aquí.

—No, no lo detestas. Detestas estar sin Xavier —me corrigió Zach—. Pero él estará aquí también, algún día.

—No quiero que cuando vuelva a ver a Xavier sea en forma de espíritu —dije—. Quiero compartir una vida con él… en la Tierra.

—Bueno, pues solo hay una forma de que puedas hacerlo —apuntó Zach—. Tienes que perder tu divinidad.

—¿Perderla? —pregunté—. ¿Quieres decir renunciar a ella?

—Sí —repuso Zach—. Todo lo que te define como ángel tendrá que desaparecer. Si quieres vivir como un ser humano, tienes que convertirte en un ser humano.

—¿Y cómo puedo perder mi divinidad, exactamente? —pregunté, un tanto insegura.

—Yo solo conozco una manera. Y no te va a gustar —respondió Zach con expresión grave—. Tienes que arrancarte las alas.

De inmediato recordé a Gabriel, y la manera en que el hecho de tener las alas dañadas le había hecho entrar en contacto con la naturaleza humana. Pero sus alas no le habían sido cortadas por completo, pues Rafael había aparecido, impidiendo que los demonios terminaran su tarea. De todas formas, estaba claro que era algo extremadamente doloroso y que le había causado un gran daño a mi hermano. Era como pedirle a un ser humano que se cortara las piernas.

—¿No hay otra opción? —pregunté—. ¿Alguna otra cosa?

—Es posible que exista —repuso Zach—. Pero yo no la conozco.

—¿No podría huir?

—¿No lo has intentado ya? —Chasqueó la lengua—. Y no te fue muy bien. No te puedes escapar del Cielo.

—Pues lo estaba haciendo bastante bien —dije con terquedad—. Estábamos luchando contra los séptimos e íbamos ganando. Y ahora estoy aquí solo porque ellos jugaron sucio.

—Sí, con la jovencita —repuso Zach, pensativo—. Los séptimos infringieron muchas reglas al involucrarla en este asunto.

—Ya infringieron muchas reglas cuando aparecieron en la sala de conferencias llena de estudiantes universitarios —dije con enojo, enfurecida al recordarlo—. ¡Ellos mataron a nuestro amigo, Spencer!

—Lo sé —murmuró Zach—. Y lo siento. No estaban autorizados a hacerlo.

—¿No podemos informar o algo?

—Tendrías que encontrar a alguien que le pasara el mensaje a nuestro padre. Y él está muy ocupado estos días. La gente está perdiendo la fe, el mundo está cayendo en manos equivocadas. —Me miró con expresión de seriedad—. ¿Estás segura de que quieres regresar?

—Sí —dije con gran énfasis—. Prefiero vivir una vida imperfecta con Xavier que pasar una eternidad aquí sola.

—Es tu decisión. Pero deberías pensarlo detenidamente. Es una decisión irreversible.

—¿Has pensado en la otra alternativa? —intervino Emily—. Sé que quieres regresar con Xavier…, pero ¿se te ha ocurrido pensar que quizá él pueda venir contigo?

—¿Cómo? —pregunté, mirándola—. ¿Quieres decir lo que creo que quieres decir?

—Él va a acabar aquí, de todas formas —respondió.

—Pero Xavier tiene solo diecinueve años —repliqué, escandalizada—. Tiene toda una vida por delante.

—Pero a él no le sirve de nada sin ti —dijo Emily—. Los dos sois tan codependientes que el uno no puede sobrevivir sin el otro.

—¿Y cómo lo sabes? —pregunté.

—He recibido un mensaje —replicó ella con aspereza—. Puedo ver lo que sucede en la vida de las personas que dejé atrás.

—¿Así que nos has estado espiando?

—No es espiar, solamente es ver.

—Sí, bueno, pues es desagradable, así que deja de hacerlo.

—Chicas… —dijo Zach con calma—. Esto no nos ayuda en nada. Bethany, Emily tiene razón. O bien tú encuentras la manera de regresar con Xavier, o bien él hallará el modo de llegar hasta ti. Es solo una cuestión de tiempo.

—¿De verdad crees que él haría algo así? —pregunté.

Zach me miró con atención.

—¿Tú no lo harías?

—¡Eso es distinto! —exclamé.

—No, no lo es. Todo aquello que tú estés dispuesta a hacer, seguro que Xavier también está dispuesto a hacerlo.

—De acuerdo. —Inhalé con fuerza—. Así que mejor regreso pronto…, antes de que Xavier encuentre la forma de morir.

—Sí —contestó Zach—. Eso es exactamente lo que estoy diciendo.

Yo ya no creía que existiera algo que pudiera confundirme, pero aquello había sido una sorpresa. Hasta ese momento había estado tan absorbida por mi propia espiral de depresión que ni siquiera había pensado que Xavier podía estar pasando por lo mismo. Por supuesto que él buscaría una manera de llegar hasta mí: no era propio de él quedarse sentado sin hacer nada. Él había bajado al Infierno y había vuelto. ¿Por qué debía pensar que el Cielo estaba fuera de sus posibilidades? Así que ahora no solo tenía que perder mi divinidad, sino que tenía un límite de tiempo y debía hacerlo pronto.

—Un momento —dije—. Seguro que Gabriel e Ivy lo protegerán.

—Ellos no pueden vigilarlo veinticuatro horas al día —replicó Zach—. Precisamente tú deberías saberlo: si alguien desea algo con la suficiente fuerza, encuentra la manera de conseguirlo.

Emily me observaba mientras yo me esforzaba por asimilar esa nueva información.

—Relájate —me dijo—. Todavía tenemos tiempo. Vaya, yo nunca monté tanto drama.

—Cállate —repliqué—. Seguro que habrás tenido tus cosas.

—Basta —dijo Zach, levantando ambas manos—. Se terminó, las dos.

Le di la espalda a Emily e intenté recomponerme. Discutir con ella no nos conduciría a ninguna parte. Necesitábamos trabajar en equipo.

—Dime qué tengo que hacer —le pedí a Zach—. Dímelo, y lo haré.

—Tienes que encontrar a Joseph —dijo Zach—. Él podrá ayudarte.

Uno de los niños se acercó a Zach y tiró de su manga para llevarlo de vuelta al círculo. Todos los otros niños lo esperaban, expectantes.

—Tengo que irme —dijo Zach.

—¡Espera! —grité—. ¿Quién es Joseph? ¿Y cómo lo puedo encontrar, sea quien sea?

—No puedes —repuso Zach—. Él te encontrará a ti. Yo le diré que lo estás buscando.

—¿Él ha…? —empecé a preguntar, insegura—. ¿Él ha intentado esto antes…, enviar a uno de los nuestros a la Tierra?

—Sí.

—¿Y lo ha conseguido?

—No lo sé.

—¿No lo sabes? —repetí, exasperada—. ¡Vamos!

—Lo siento, Beth. No puedo darte estadísticas. Lo único que sé es que es arriesgado.

Zach apartó los ojos de mí y se quedó en silencio. En ese momento, casi deseé terminar la conversación sin más: lo último que necesitaba era una locura de plan que pudiera fallar en cualquier momento. Pero no tenía alternativa. Y no era mi supervivencia lo que me preocupaba: ahora tenía una oportunidad; si no la aprovechaba, nunca volvería a ver a Xavier.

—¿Así que no hay ninguna otra manera? —pregunté, súbitamente sin fuerzas.

—No que yo sepa.

—¿No podría, simplemente, escapar?

—Beth, no es posible fugarse del Cielo —respondió Zach—. Y aunque consiguieras salir de alguna manera, ¿adónde irías? Estuviste mucho tiempo escapando, y no has llegado a ninguna parte.

—Él es quien ha estado aquí desde el principio —dijo Zach levantando la voz mientras los niños lo cogían de la mano y se lo llevaban.

—¿Desde el principio de qué? —Me sentía cada vez más frustrada.

—Desde que la palabra se hizo carne. ¿Todavía te tienen retenida en una celda?

Asentí con la cabeza, consciente de que se nos terminaba el tiempo.

—Sal tan pronto como puedas —dijo en voz baja—. Ese sitio te va a destrozar la mente. —Dio un paso hacia atrás, permitiendo que los niños lo arrastraran—. Buena suerte, Beth. Rezaré por ti.

—¡Espera! —grité—. Ni siquiera me has dicho quién es Joseph.

—Es el líder de un grupo clandestino.

—¡Zach! —exclamé—. No es momento de jugar.

Él ya se alejaba de nosotras, hacia la verdosa orilla del lago, acompañado por los atónitos niños.

—No es ninguna broma —gritó—. Son la Sociedad de los Ángeles Oscuros. Hay más de los que piensas. —Levantó una mano en un gesto de despedida—. Recuerda, aquí suceden muchas cosas que no se ven.

Y se alejó definitivamente.

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