Heaven

Heaven


31. El ángel oscuro

Página 33 de 38

31

El ángel oscuro

No deseaba saber nada más. Las rodillas habían empezado a temblarme y tenía las manos sudorosas. Un acto de autoagresión iba en contra de la creación, iba en contra de todo lo que se suponía que debíamos creer. Era cierto que los seres humanos podían desarrollar comportamientos autodestructivos cuando se veían desbordados por las cosas, como, por ejemplo, beber en exceso o perderse en el estupor de las drogas. Pero ellos eran imperfectos, se suponía que ellos tropezaban. El perdón era su prerrogativa. Pero para los ángeles era distinto, se suponía que éramos infalibles. Así que la posibilidad que Zach había sugerido no dejaba lugar para dar marcha atrás.

Recordé a Gabriel en el sótano de la casa de Oxford. Recordé de qué manera las alas dañadas le habían hecho cambiar, cómo le habían hecho aflorar cualidades humanas. La cabeza me daba vueltas, pero me esforcé por controlar las ganas de vomitar. Me concentré en una imagen mental del rostro de Xavier y conseguí alejar el miedo, como si fuera un vampiro expuesto a la luz.

Joseph. Por un momento ese nombre tomó forma y brilló en el aire, delante de mí, como una joya. Zach había pronunciado ese nombre con tal tono de autoridad que casi me hizo creer que la ayuda iba de camino. Pero luego me invadió la frustración y solté un suspiro de enojo. ¿Quién demonios era Joseph? ¿Dónde se suponía que debía encontrarlo? Cada vez me parecía una opción más desesperada. Primero había tenido que encontrar a Emily, quien me había conducido hasta Zach, y ahora él intentaba enviarme a alguien de quien yo ni siquiera había oído hablar. No estaba más cerca de conseguir lo que deseaba que antes: Xavier parecía cada vez estar más lejos de mi alcance.

Me alejé del prado sin mirar hacia atrás. Todavía me sentía confundida y enojada, pero entonces apareció otro sentimiento: la esperanza. Había averiguado tres cosas que antes no sabía: que era posible que un ángel renunciara a su divinidad; que Zach conocía a alguien que podía ayudarme a hacerlo; y que yo no era la única que estaba en contra del sistema. Por primera vez desde mi regreso, noté el pecho más ligero y sentí ganas de sonreír.

—Bueno, ha sido mucha información —dijo Emily, mirándome con atención—. ¿Estás bien?

—Estoy bien —contesté—. Ahora sé que puedo encontrar una manera de regresar con él…; con Xavier, quiero decir.

—No estarás pensando en serio hacerlo, ¿verdad? —Me miró con la boca abierta—. ¿Te arrancarás las alas?

—No tengo alternativa.

—Ni siquiera sabes si sobrevivirás.

—Si no sobrevivo, por lo menos lo habré intentado. Necesitamos algún milagro.

Emily me agarró del brazo.

—Xavier no querría que hicieras una cosa como esa.

—Entonces es una suerte que no esté aquí para hacerme cambiar de opinión.

—¿Cómo puede ser que no estés aterrorizada? —preguntó Emily.

—Tú no sabes los sitios en que he estado —le dije—. He visto cosas tan oscuras que no podrías imaginar ni en tu peor pesadilla, y ninguna de ellas era peor que la idea de vivir sin él.

—Uau —exclamó Emily con gesto pensativo—. Lo amas de verdad, ¿eh?

—Sí.

—¿Sabes?, a veces creí que eras egoísta por estar con él sabiendo que deberías dejarlo algún día. Pero nunca tuviste intención de dejarlo, ¿verdad?

—No —respondí en voz baja—. Desde el día en que le conocí, supe que no había vuelta atrás.

Las dos nos dimos cuenta al mismo tiempo de que habíamos llegado al final del prado, al lugar en que el pasillo se abría ante nosotras para llevarnos a nuestro destino. Me detuve un momento, indecisa.

—¿Y ahora qué?

—Zach dijo que no regresaras —dijo Emily, pensativa.

—Tengo que hacerlo. Si no lo hago, Eve vendrá a buscarme.

—¿Y qué? —se encogió de hombros Emily.

—No la conoces —repuse—. Es una fanática controladora.

—De acuerdo —asintió Emily—. Pues regresa y convéncela de que estás bien. Pide que te devuelvan a tu antiguo trabajo o algo. Puedes hacerlo.

¿Me decía eso Emily como una forma de proponerme una tregua?

—De acuerdo —dije, insegura—. Lo intentaré.

No había terminado de pronunciar la última palabra cuando el túnel de arcoíris se abrió ante nosotras, lanzando chispas de luz sobre la hierba. Era increíble lo rápidos que eran, como si alguien hubiera apretado el botón de un ascensor.

—¿Quieres que vaya contigo? —preguntó Emily—. Por si esa loca te está esperando al otro lado.

—Gracias —repuse, riendo—. Pero creo que puedo manejarla.

Di un paso hacia delante para que el torbellino del túnel me engullera, pero Emily me agarró por el codo.

—¡Un momento!

—¿Qué?

—¿Has oído eso? —susurró.

—No oigo nada… —empecé a decir, pero me callé de repente.

Se oía un zumbido peculiar que parecía hacerse cada vez más fuerte. ¿Era cosa de Eve? ¿Quizá ya había enviado a un ejército en mi busca? Emily y yo nos agarramos la una a la otra, y ante nosotras apareció una abertura en el aire, como si este estuviera hecho de tela. Y entonces esa abertura se precipitó hacia nosotras, o nosotras hacia ella, no lo supe nunca, pues fue tan rápido que no tuvimos tiempo de reaccionar. De repente, las dos caímos sobre un suelo de mármol.

—¿Qué…? —exclamó Emily, que se puso en pie con dificultad y dio unos cuantos manotazos en el aire como si quisiera soltarse de unos lazos invisibles.

—No hay ninguna necesidad de alarmarse —oímos que decía una voz.

Al levantar la vista nos encontramos con tres figuras que flotaban delante de nosotras en medio de unos enormes pilares. Eran tres hombres vestidos de manera informal. El más alto de ellos dio un paso hacia delante y, por algún motivo, supe quién era. De repente me sentí incómoda, como si acabara de presentarme a una entrevista de trabajo sin mi currículo.

Joseph era distinto a todos los ángeles que había visto. Tenía el cabello ondulado y de color marrón, corto y grueso, y una mirada cortante, intensa y asertiva, a diferencia de la mirada soñadora que estaba habituada a ver en los ángeles. Sin hacer caso de Emily, me observó de la cabeza a los pies y se mostró claramente poco impresionado. No podía culparlo, dado el estado en que seguramente me encontraba.

—Hola, Bethany.

—¿Sabes quién soy?

—Sé cosas de ti.

—Supongo que Zach te habrá informado. —Intenté que mi tono fuera despreocupado, pero no podía tener quietas las manos—. Está claro que no pierdes el tiempo.

—¿Qué sentido tiene hacerlo?

Me di cuenta de que entablar una charla frívola con él no era una opción. Observé que sus firmes labios casi no se movían al hablar, y vi que llevaba unas pesadas botas: era evidente que ese chico no estaba en el lugar adecuado. Hubiera sido más fácil imaginarlo de caza con un rifle colgado del hombro. Su actitud corporal era un poco defensiva, como si estuviera preparado para entablar una pelea en cualquier momento.

Eché un rápido vistazo a los hombres que estaban a su lado. Ambos eran de constitución fuerte y grande, hechos para la pelea. Pero no tuve miedo de ellos: en realidad, en el fondo supe que esos eran los ángeles que había estado buscando.

—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó Joseph.

Era una pregunta tonta: era evidente que sabía por qué estaba yo allí. Pero quizá fuera su manera de ponerme a prueba, y no quise que pensara que le estaba haciendo perder el tiempo.

—Zach me ha dicho que puedes ayudarme —dije, decidiendo ser tan directa como fuera posible.

—¿Ah, sí? —Arqueó una ceja.

—¿Es verdad? —repliqué—. ¿De verdad sabes cómo hacer que alguien regrese a la Tierra?

—Sí —respondió Joseph, impasible.

—Entonces, ¿por qué estás aquí todavía?

Joseph suspiró, como si la pregunta le hubiera decepcionado.

—Si no estuviera aquí, ¿quién quedaría para defender la causa?

—Quizá pudiera responder esa pregunta si supiera cuál es esa causa —repuse.

Joseph sonrió.

—Tú y yo —dijo él—. Nosotros somos la causa. Hay otros ángeles que han tenido experiencias como la nuestra.

—¿Ah, sí? —pregunté, intrigada.

—Sí —dijo Joseph—. No está bien darnos la condición de humanos y luego arrebatárnosla. Por lo menos, nos deberían dar la posibilidad de elegir. Por eso luchamos.

—Eso es… muy noble —señalé, esforzándome por encontrar la palabra correcta. Había querido decir «formidable», pero no quería parecer una cría.

—No es noble —replicó Joseph—. Es práctico. Los ángeles que han vivido como mortales ya no son buenos ángeles.

—Así que… —empecé a decir, un tanto indecisa—. Debiste de estar en la Tierra una vez. ¿Cuánto hace de eso?

Me sentí como si estuviera rogándole, pero necesitaba saber más antes de confiarle mi futuro.

—Varios milenios.

Joseph me miró con sus ojos profundos y oscuros, sin molestarse en dar explicaciones. Me pregunté si sería un tema doloroso.

—¿Cómo fue tu vida allí? —insistí.

Joseph apretó los labios y soltó un profundo suspiro.

—Durante un tiempo fui feliz. Hice todo lo que estaba en mi poder para quedarme. Estaba casado, igual que tú.

—¿Te casaste? —Casi no podía creer lo que estaba oyendo—. ¿Qué pasó?

—No pensé en las consecuencias que tendría involucrarla en una vida tan caótica.

Era mi historia, pero con otros nombres y otras fechas.

—Y tu esposa… debe de estar aquí, ahora.

—Sí. Pero en un lugar donde no la puedo alcanzar. Ese es mi castigo.

Joseph hizo una mueca, como si el tiempo no hubiera mitigado el dolor de ese recuerdo.

—Eso es muy cruel.

Él se encogió de hombros.

—El Cielo es justo, pero no siempre es amable.

—Así que si yo esperara a que Xavier viniera aquí…

—Hay muchas posibilidades de que le suceda lo mismo a él —respondió Joseph—. El Cielo es como un laberinto: hay numerosos reinos y algunas dimensiones a las cuales no pueden acceder ni siquiera los más poderosos.

—¿Por qué no regresaste cuando tuviste la oportunidad de hacerlo? —pregunté, confundida.

—Porque entonces no sabía lo que sé ahora. Pero no estamos aquí para hablar de mi historia. Supongo que quieres que te ayude a regresar.

—Sí —me apresuré a decir—. Por favor, antes de que sea demasiado tarde.

—¿Y ya sabes lo que eso implica?

Asentí, aunque un escalofrío me recorrió la espalda. Deseé que Joseph no se hubiera dado cuenta.

—¿Y no tienes miedo?

Negué con la cabeza con vehemencia, aunque totalmente inexpresiva. Joseph me observó con atención.

—Sean cuales sean las experiencias que hayas tenido, te han hecho fuerte. A pesar de ello, quiero que lo pienses bien. Vuelve a verme de nuevo.

¿Intentaba deshacerse de mí? ¿Había creído que yo no valía lo suficiente? ¿Por qué no había conseguido convencerle de mi sinceridad? Estuve a punto de caer presa del pánico. Noté que tenía ganas de llorar, pero pestañeé y me mordí con fuerza el labio inferior. Si Joseph era mi única oportunidad de volver a reunirme con Xavier, no podía fallar. Erguí mi espalda y levanté la cabeza.

—No tengo que pensarlo. Necesito que me ayudes ahora.

—Lo siento. No ayudo a nadie que toma una decisión precipitada.

Eso me sacó de quicio. ¿Cómo podía juzgar a alguien a quien acababa de conocer? No me importaba lo fino que fuera su instinto: él no sabía nada ni de Xavier ni de mí.

—¡Pues no me ayudes! —repliqué. Di media vuelta y empecé a alejarme. No podía recordar una ocasión en que me hubiera sentido más sola. Incluso durante mis horas más negras en el Infierno había tenido aliados que me ayudaron—. Yo me encargaré de hacerlo. ¡Me encargaré de todo por mi cuenta!

Esa explosión despertó algo en Joseph.

—Sentirás un dolor terrible. —Sus palabras hicieron que me detuviera en seco—. Un dolor inimaginable que los de nuestra especie no pueden ni concebir.

Me di la vuelta despacio y esta vez no aparté la mirada de su adusto y serio rostro. Su actitud era completamente cruda y expeditiva.

—Estoy preparada para ello.

Él pareció intrigado por mi ciega determinación.

—¿Y no tienes ninguna pregunta?

—Solo una: ¿funcionará?

—Lo que te suceda después está más allá de mi control.

—Pero ¿es la mejor opción que tengo?

—Sí.

—¿Y ahora existe algún ángel que viva como un ser humano?

—Solamente los que han sobrevivido a la transición. —Su manera directa de abordar el tema resultaba desconcertante. Casi deseé que hubiera endulzado un poco la verdad—. Si no funciona, no será agradable. Solo el daño físico ya puede ser fatal. Si no te transformas, acabarás en un desastre.

—Define «desastre».

—Estarás en la Tierra, pero en estado de parálisis; no le serás de gran ayuda a nadie.

Eso era peor que cualquier castigo que pudiera imaginarme. Estar en la Tierra, pero ser una carga para aquellos a quienes amaba… No podía haber nada peor.

—¿Sigues queriendo hacerlo?

Tragué saliva.

—Vamos a poner esto en marcha.

—Prepárate —dijo Joseph—. Vendremos a buscarte.

—¿Adónde vais?

—A las regiones más lejanas del Cielo, donde nadie nos molestará.

—Pero intentáis tender un puente entre el Cielo y la Tierra. ¿Cómo puede ser que eso pase desapercibido?

—Somos muy buenos en nuestro trabajo.

—No puedo creer que no supiera de vosotros antes.

—¿Creías que las luchas de poder eran una exclusiva de los seres humanos? ¿Quién crees que les enseñó lo que es el poder?

—Nunca lo pensé.

—Estamos trabajando para vencer el abismo que existe entre el Cielo y la Tierra. ¿Has oído hablar de la Tierra Prometida? Queremos expandir el Reino: permitir que las almas y los ángeles se mezclen libremente. La oscuridad será exterminada. Tanto si vives para ver ese día como si no, has sido elegida para tener un papel en ello. Haz que ese papel sea importante.

Ir a la siguiente página

Report Page