Heaven

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7. Universitarios

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Universitarios

—No puedo creer que esté sucediendo todo esto —exclamé—. No puedo creer que Dios esté tan enfadado con nosotros que haya enviado a todos los principados a capturarnos. —Esa idea no me cabía en la cabeza.

—Bethany —dijo Ivy con su ovalado rostro lleno de tristeza—. Esto no es obra de Dios. Supongo que lo sabes.

—¿Cómo puedo saberlo? —pregunté, confundida—. Todo lo que sucede es por su voluntad.

—Eso es cierto en la Tierra —respondió mi hermana—. Pero las jerarquías celestiales tienen sus propias disputas; ellos no han pedido su consejo en esto.

—Los séptimos —intervino Gabriel— son una facción rebelde. El Cónclave no sabe cómo controlarlos.

—¿Estás diciendo que Dios no tiene ni idea de lo que está ocurriendo? —preguntó Xavier.

—No puedo saberlo —respondió Gabriel—. Pero no debéis culparlo a él por vuestros problemas. Son los séptimos quienes buscan venganza.

Gabriel se inclinó hacia delante, sobre el volante, y se masajeó las sienes, apartándose los mechones de cabello rubio que le caían sobre el rostro, de facciones tan bien esculpidas. Ivy tenía la misma expresión de desolación que él. Yo sabía que a ella le preocupaba el futuro de Gabriel. Ninguno de los dos había querido nunca encontrarse en tal situación.

—No tienes que hacer esto, Gabriel —afirmé con sinceridad—. Sé lo que os va a costar a ambos.

—Tú eres mi familia, Bethany —replicó Gabriel—. No voy a entregarte para que sufras un destino incierto.

—Gracias —repuse, sintiéndome insignificante—. Nunca lo olvidaré. Eres el mejor hermano que alguien puede tener, sea ángel o humano.

Gabriel se mostró inseguro sobre cómo responder a ese reconocimiento, pero vi que sus labios esbozaban una ligera sonrisa.

—¿Y ahora qué? —preguntó Xavier, llevando la conversación hacia un terreno más práctico.

—Supongo que continuaremos huyendo —contestó Gabriel.

Esa respuesta no era propia de mi hermano. ¿Desde cuándo Gabriel «suponía» las cosas? Era a él a quien yo acudía en busca de respuestas cuando me quedaba sin ninguna. La vida era un rompecabezas constante para los seres humanos, pero Gabriel conocía la razón oculta detrás de cada suceso. Y entre los ángeles, su sabiduría era incuestionable. Por tanto, esa muestra de inseguridad aumentó mis miedos más profundos. Los séptimos iban a intentar separarnos a Xavier y a mí, y hasta ese momento todo indicaba que, al final, lo conseguirían. No se podía huir para siempre, los escondites no eran infinitos. Yo sabía que si se me llevaban no regresaría al lado de Xavier hasta que su alma, al fin, ascendiera al Cielo. Y eso contando con que pudiera encontrarlo… El Cielo era inmenso. Y si lo lograba, quizá yo no fuera más que un borroso recuerdo para él.

Sabía que debía sentirme destrozada, pero lo único que sentía era cansancio. Estaba cansada de huir, de pelear y de ser testigo de mi vida.

—Entonces, si no nos llevas al Cónclave…, ¿adónde vamos, exactamente? —continuó Xavier, en un intento por ahuyentar el denso silencio que se había impuesto en el coche.

—Tenéis que esconderos de nuevo —dijo Ivy.

—Oh, no —gruñí.

—Pero esta vez será en un lugar que les resultará más difícil de encontrar.

Xavier se mostró escéptico:

—¿Es que existe un lugar así?

—Todavía no estoy segura —contestó Ivy.

—No me importa adónde vayamos, siempre y cuando Beth no tenga que estar encerrada. No lo lleva muy bien.

Ese comentario provocó que a Ivy se le ocurriera una idea. Sus ojos brillaron.

—Quizá debamos hacer justo lo contrario —murmuró, enigmática.

—¿Lo contrario? —repetí, asombrada—. ¿Qué estás pensando, Ivy?

—Los séptimos esperan que te escondas en algún lugar remoto. Será ahí donde buscarán primero. Quizá sea mejor perderse entre la multitud.

—Podría funcionar —asintió Gabriel, que había comprendido a Ivy mucho antes que Xavier y yo lo hiciéramos—. Los séptimos disponen de finos sensores que captan las señales eléctricas que los seres angelicales emiten. Cuantos más seres humanos haya a tu alrededor, más débiles serán esas señales.

—Entonces, ¿adónde pensáis llevarnos? ¿A China? —preguntó Xavier.

—La verdad es que a un lugar que está más cerca de casa.

—No lo pillo —dije, frunciendo el ceño.

—Piensa un poco —me animó Gabriel—. Si ahora mismo la situación fuera normal, ¿adónde iríais?

—¿A casa? —inquirí.

—Piensa un poco más —insistió Gabriel—. ¿Adónde piensa ir Molly este otoño?

—¿Cómo podemos saberlo? —se quejó Xavier, irritado por tener que descifrar el enigma.

De repente lo supe. Cogí la mano de Xavier y dije:

—Un momento. Molly va a Bama…, a la universidad.

—¿Estáis bromeando, verdad? —Xavier se puso muy recto en el asiento, como si esa idea le hubiera encendido un dispositivo interno—. ¿Queréis que vayamos a la universidad?

—Los séptimos no se esperarán una cosa así —dijo Ivy—. Os tendrán delante de sus narices y ni siquiera se enterarán.

—¿Estáis seguros de esto? —cuestionó Xavier con el ceño fruncido.

—No utilizaréis vuestros nombres verdaderos —matizó Gabriel—. Así no os podrán identificar en las listas.

—Esto podría ser como empezar una nueva vida —dije. Ya empezaba a sentir una gran emoción—. Podremos ser quienes queramos ser.

—Y yo que pensé que tendríamos que esperar un tiempo para ir a la universidad —apuntó Xavier, como si le hubieran devuelto un trozo de vida.

—Bueno, no os emocionéis demasiado. Quién sabe cuánto tiempo podréis quedaros.

—Supongo que tendremos que vivir día a día —asintió Xavier.

—¿Es importante adónde vayamos? —preguntó Ivy.

Me había leído el pensamiento.

—¿Y por qué no ir adónde pensabais ir antes de fastidiarlo todo?

Ir a la universidad todavía era una fantasía para mí. Me lo imaginaba como un mundo perfecto dentro de una burbuja que siempre me sería inasequible. Para mí significaba todo aquello que había de bueno en el mundo de los humanos, y nunca creí que tendría la suerte de vivirlo en persona.

—Bueno —dije—. Supongo que nos dirigimos a Oxford, pues.

Abrí la ventanilla y respiré profundamente mientras sentía el viento revolviéndome el cabello. Me estaba preparando para enfrentarme a los retos próximos de nuestras impredecibles vidas.

Por la noche, nos detuvimos un momento en Venus Cove, para organizarnos. Esa parada resultó más dura de lo que esperábamos. Vi a Phantom de nuevo y me di cuenta de que lo echaba de menos. Xavier tuvo que enfrentarse a la frustración de estar cerca de su familia y de no poderles decir nada. No dejaba de dar vueltas por la sala y de apretar los puños con rabia.

—Siento que las cosas hayan ido de esta manera —dije, procurando consolarlo un poco.

—Son mis padres —repuso él—. No puedo apartarlos de mí así, simplemente, y fingir que los últimos dieciocho años de mi vida no han existido. Y mis hermanas: quiero estar a su lado, quiero ver crecer a Jasmine y a Maddy.

—Lo harás —me obligué a decir—. Algún día regresarás, lo sé.

—Sí, y para ellos no seré más que el hijo y el hermano que los abandonó.

—Ellos te quieren hagas lo que hagas. Y quizás algún día puedas decirles la verdad.

Xavier se rio sin ganas.

—No sé por qué, pero lo dudo.

—Ya sé lo difícil que está siendo para ti —dije, cogiéndole una mano, pero Xavier me soltó.

Eso no era algo que sucediera a menudo, y me tomó por sorpresa. Si no era capaz de consolarlo, algo iba verdaderamente mal.

—¿Cómo puedes saberlo? —preguntó—. Tú no has tenido padres.

Me quedé callada un momento y pensé en lo que me acababa de decir. Xavier se llevó las manos a la cabeza.

—Beth, lo siento. No quería decir eso.

—No pasa nada —lo tranquilicé, mientras me sentaba en el borde de la mesita de centro.

Me daba cuenta de que la rabia que expresaban sus ojos y su tono de voz no iba dirigida contra mí. Xavier miraba por la ventana, como si en cualquier lugar de ahí fuera pudiera encontrarse nuestro invisible enemigo.

—Tienes razón —le dije—. Yo nunca he tenido unos padres como los tuyos, y no sé lo que es formar parte de una familia humana. Pero sí tengo un padre, y justo ahora él está seriamente enojado conmigo. Todo lo que hago lo decepciona, y lo único que deseo es hacerlo feliz. No sé si mi padre va a perdonarme alguna vez. En realidad, quizá me eche de mi casa…, pero el tuyo nunca haría eso; estoy segura. Tu padre siempre te querrá. —Sonreí para mí y añadí—: En realidad, mi padre también te querrá siempre. Tú también eres su hijo.

Xavier me miró.

—¿Y tú no?

—Yo tengo una relación un poco distinta con él —dije, fingiendo frivolidad—. Los de tu especie fueron creados para amar, y los de mi especie fueron creados para servir. Él siempre ha amado a los humanos por encima de todo. Sacrificó a su único hijo, ¿recuerdas? ¿Te das cuenta? Él te protegerá.

Xavier me pasó un brazo por encima de los hombros.

—Entonces supongo que yo tendré que protegerte a ti.

Al final, Xavier decidió escribir una carta a sus padres. A pesar de que no me la leyó, no pregunté qué les decía en ella. Por otro lado, no creía que Ivy y Gabriel decidieran que podía enviársela, pero pensé que para él era importante escribirla.

Ivy tomó la iniciativa rápidamente y empezó a organizar y a empaquetar todo lo que creyó necesario para la vida universitaria. Por supuesto, tuvimos que limitarnos a las cosas imprescindibles: no había tiempo de llevarse edredones ni pósteres para las paredes como hacían todas las estudiantes de primer año. Además, pensé que una vez allí podría conseguir todo lo que nos hiciera falta.

Era consciente de que nuestra experiencia en la universidad sería completamente distinta a la de los demás. Nuestros padres no vendrían con nosotros para despedirnos y no tendríamos tiempo de estresarnos por las cartas de recomendación ni por matricularnos en las asignaturas. A pesar de todo, estaba nerviosa. Por otro lado, Xavier se había estado preparando para la universidad durante toda su vida. Su padre y su abuelo habían sido miembros de Sigma Chi, y en su familia era tradición formar parte del equipo de fútbol de la universidad. Yo, por el contrario, no tenía ninguna experiencia ni ninguna historia familiar que pudiera servirme de orientación. Justo acababa de encontrar mi lugar en el instituto y, ahora, la idea de adaptarme a un mundo nuevo y más misterioso me inquietaba un poco. Sabía que contaba con Xavier para que me guiara, pero necesitaba ponerme al día por mí misma si quería ser autónoma.

—¿Qué es exactamente una sororidad? —pregunté, mientras Xavier cargaba las maletas en el maletero del coche.

—Es como una asociación de chicas —dijo—. Tienen casas en el campus y llevan a cabo la mayoría de sus actividades allí. El equivalente para los chicos son las fraternidades.

—¿Hay que apuntarse?

—No exactamente. Ellas deben elegirte, y tú tienes que elegirlas a ellas.

—¿Y qué sucede si una chica elige una sororidad que no la acepta?

—Pues que no entra a formar parte de ella —explicó Xavier—. Hay que saber elegir.

—¿Y cómo se sabe cómo son cada una de ellas?

—Eso se hace durante la Semana Frenética —respondió Xavier—. Durante siete días, todos los estudiantes de primero visitan las sororidades o las fraternidades. Se hacen una especie de entrevistas. Luego recibirás una carta en la que se te comunicará a cuáles se te ha invitado. Entonces debes ponerlas en orden de preferencia y conseguir un ofrecimiento.

—Pero ¿no hay cientos de estudiantes? —pregunté—. ¿Cómo es posible que sepan a cuáles quieren?

—Comprueban a todas las chicas antes de admitirlas —repuso Xavier.

—¿Cómo esperas que aprenda algo si no te tomas en serio mis preguntas?

—No estoy bromeando. Eso es lo que hacen.

—¿Y no es ir un poco lejos hacer todo eso para conseguir miembros?

—Bueno, así es como funciona. Es una tradición muy antigua. Por ejemplo, digamos que hay una chica de Alabama que quiere entrar en Ole Miss. Las Tri Delts de Ole Miss se ponen en contacto con las Tri Delts de Alabama, quienes conocerán a alguien que haya ido al instituto con ella. Desde luego, si buscan referencias tuyas, no encontrarán gran cosa.

—Me alegro, porque me parece un sistema bastante mezquino.

—También hacen muchas cosas buenas: ofrecen apoyo a organizaciones caritativas y trabajan para la comunidad. De todas formas, no debes preocuparte. Dudo que tengamos nada que ver con ellos.

No sabía nada de ese sistema de hermandades. Solamente le había oído hablar de ello a mi mejor amiga, Molly, que se pasó casi todo el último año hablando de la sororidad a la que quería pertenecer. Hablaba tanto de ella que Hallie le había dicho que dejara de hacerlo si no quería ahuyentar a todas las demás sororidades. En esa época yo no le hacía mucho caso, me parecía que hablaba en un idioma extranjero. Pero ahora me resultaba curioso pensar cómo la memoria me traía un recuerdo insignificante como ese, justo en este momento.

—¿Quién te escribirá la carta de recomendación para Chi O? —le había preguntado Hallie a Molly.

—La madre de Ryan. Ella estaba en Chi O, en Duke.

—¿Y es tu principal preferencia?

—Es mi única preferencia —había dicho Molly—. Es la única sororidad que merece la pena.

—Eso es decir mucho —se burló Hallie—. Hay muchísimas más.

—No para mí.

—¿Sabes que Chi O exige la nota media más alta, verdad?

—¿Me estás diciendo que mi nota media será baja?

—No, solo quiero decir que quizá no debas ir contando eso por ahí. Si no te aceptan en Chi O, ninguna otra sororidad te querrá.

—No seas tonta. No me rechazarán.

Yo no había hecho ningún caso de esa conversación, pero ahora me hubiera gustado haber formulado unas cuantas preguntas.

Xavier, a pesar de la emoción inicial, se mostró taciturno durante todo el viaje. Como no había podido ir a su casa, se había visto obligado a dejar allí su querido Chevy. Yo sabía que eso lo entristecía, a pesar de que, a modo de compensación, tendría un coche nuevo en cuanto llegásemos. Lo único que él quería era recuperar su antigua vida. Yo, por mi parte, habría querido llevarme a Phantom, y lloré al tener que dejarlo atrás, a pesar de que Ivy me había asegurado que Dolly Henderson cuidaría de él mientras estuviéramos fuera. Confié en que Dolly encontrara tiempo para pasearlo entre sus sesiones de bronceado y sus reuniones de cotilleo.

Echaría de menos a Molly en la universidad. Estar con ella me habría hecho más fácil habituarme a la nueva situación. Entonces se me ocurrió algo:

—Eh, Gabe, ¿no habrá estudiantes de Bryce Hamilton en Ole Miss este otoño? Seguro que nos reconocerán.

—La mayoría van a ir a Alabama y a Vanderbilt —respondió mi hermano—. Había uno o dos de Venus Cove, pero ya nos hemos encargado de ellos.

—Oh, Dios mío, ¿no habréis…? —balbucí, pero Gabriel me fulminó con la mirada.

—No seas ridícula. Nos encargamos de que recibieran unas becas que no pudieran rechazar.

—Oh —exclamé, impresionada—. Qué buenos sois.

El viaje hasta Misisipi fue tranquilo, excepto por la discusión que mantuvimos sobre la música. Gabriel tenía la costumbre de cantar himnos en cualquier situación, mientras que Xavier siempre escuchaba rock clásico en su Chevy. Yo voté por el country, pero Ivy afirmó que prefería el silencio. Así que Gabriel buscó un punto medio, que, según él, consistía en sintonizar una emisora de góspel sureño. A mí, aunque no dije nada, me gustó bastante.

El resplandeciente paisaje verde que se veía a ambos lados de la autopista me asombró: parecía un mar ondulado. Había rebaños pastando, las ardillas trepaban ágilmente a los árboles y los campos de algodón temblaban bajo la brisa. Incluso de vez en cuando distinguía algún ciervo que se ocultaba entre los árboles.

Cuando tomamos la desviación hacia Oxford, mi estado de ánimo mejoró e incluso me pareció sentir cierta excitación. Nunca había visto esa ciudad, pero sabía que era la ciudad natal de William Faulkner y que allí residía el equipo Ole Miss Rebels. Abrí la ventanilla del coche y el interior se inundó de la dulce brisa del sur, fragante y húmeda. De inmediato supe que mi nuevo hogar me gustaría.

La plaza principal de la ciudad era tan bonita que parecía de postal. Me pareció que habíamos dado un salto atrás en el tiempo. Allí todo estaba perfectamente conservado, no había nada herrumbroso ni destartalado. Todos los edificios parecían recién construidos. Me sorprendió ver las cuidadas y acogedoras tiendecillas que se abrían a la plaza. Oxford me recordó un poco Venus Cove.

Los bares y las calles estaban llenas de animados estudiantes de primer año, acompañados por sus orgullosos padres. Cuando detuvimos el coche en la universidad, miré hacia Fraternity Row y sentí admiración al ver las columnatas de las casas y las doradas letras del alfabeto griego que las remataban, como insignias honoríficas. Jóvenes vestidos con polos se agrupaban en los porches de las casas, charlando y riendo entre ellos. Eso era un oasis para los preuniversitarios de la élite sureña, era como un pequeño mundo aislado y bien organizado en el cual nada parecía real. Me enamoré de él casi de inmediato: me gustaba la sensación de tranquilidad que imperaba allí y que impedía hacer nada con prisas. En cuanto salí del coche noté la humedad del ambiente en la piel, pero el aire era tan limpio que no me molestó en absoluto.

Antes de ir a buscar un aparcamiento y dejarnos allí, Gabriel e Ivy nos dieron una carpeta marrón a cada uno.

—Ahí están vuestras nuevas identidades —dijo Ivy—. Todo lo que necesitéis lo encontraréis aquí: certificados de nacimiento, carnés de estudiante, notas de instituto.

Hojeé los papeles que Ivy nos acababa de dar y dije:

—Adiós, Bethany Church y Xavier Woods. Hola, Ford y Laurie McGraw.

—Un momento —dijo Xavier—. ¿Tenemos el mismo apellido? ¿En serio?

—Aquí seréis hermanos —explicó Gabriel, con una expresión en el rostro que parecía pedir disculpas—. Pensamos que sería adecuado, puesto que vais a pasar mucho tiempo juntos.

—Genial —rezongó Xavier.

—Bueno, no es lo ideal —admitió Ivy—, pero es lo mejor que hemos podido hacer.

—De acuerdo —asintió Xavier, acercándose a mí para mostrarme nuestros datos—. Somos de Jackson, Misisipi. Tú eres una estudiante honorífica que acabas de salir del instituto, y yo soy un universitario de primer año de Bama, en Sigma Chi. —Se interrumpió y, mirando a Gabriel, exclamó—: ¡Te has acordado!

Sigma Chi era la fraternidad a la que habían pertenecido el padre y el abuelo de Xavier. Me sorprendió el detalle que mi hermano había tenido. Gabriel se limitó a asentir con la cabeza como diciendo: «De nada».

—Un estudiante de primer año, ¿eh? —comenté—. ¿Eso significa que tienes unos veinte años?

—Veintiuno —se pavoneó Xavier—. Como puedes ver, soy mayor que tú y, por tanto, mucho más sabio. Será mejor que muestres respeto.

—Nos hemos encargado de todo —interrumpió Ivy—. Lo único que tenéis que hacer es recoger vuestras llaves y vuestros libros.

—Gracias —le dije—. No sabes cuánto significa esto para nosotros. —Yo sabía perfectamente que Ivy habría podido darnos la espalda en esa situación, pero había decidido estar de nuestro lado. Y yo no me tomaba eso a la ligera—. Te estás arriesgando mucho al ayudarnos. Estar aquí nos servirá para poder pensar un poco en cómo proceder a partir de ahora. Pero tanto si esto dura unos meses como solamente un día, quiero que sepas que no lo olvidaré.

Ivy asintió con la cabeza.

—Si nos necesitáis, ya sabéis qué hacer.

—¿Así que soy tu hermano? —preguntó Xavier mientras arrastrábamos nuestras maletas hacia los dormitorios—. Eso se me hace muy extraño. ¿Cómo se les habrá ocurrido?

—Supongo que ha sido por precaución.

—Hubieran podido hacernos pasar por primos.

—¿Y eso sería muy distinto? No te preocupes, cuando estemos a solas, podremos ser nosotros mismos.

—¿Y cuánto tiempo podremos estar a solas en la universidad? —preguntó Xavier, desconfiado.

—Nos acostumbraremos —repuse, sin darle la menor importancia.

—¿Crees que te acostumbrarás a que yo sea un chico soltero de una de esas fraternidades? —preguntó Xavier, travieso—. Porque eso puede traer problemas.

—Eres un chico fugitivo —le recordé—. Yo intentaría pasar desapercibido.

Pero en cuanto llegamos a los dormitorios me di cuenta de que yo no pasaba exactamente desapercibida. Y no se debía a mi aire angelical, sino a que iba vestida de forma inadecuada. Llevaba un vestido de verano floreado y con un ribete ondulado que estaba completamente fuera de lugar entre los pantalones cortos Nike y las camisetas de talla gigante de las demás chicas.

Todo el mundo me miraba de soslayo. Si el objetivo era confundirnos entre la multitud, no había empezado muy bien. Cuando hubimos descubierto dónde se encontraba mi habitación, sostuve la puerta del ascensor a una mujer que llevaba una gran caja de cartón llena de almohadas y de fotografías enmarcadas.

—Oh, ya me espero —me dijo—. Vas tan elegante y fina que no quiero mancharte.

Xavier disimuló una sonrisa y las puertas del ascensor se cerraron a nuestras espaldas. Él, vestido con su polo y su pantalón corto de color crema, estaba como pez en el agua. Moviendo la cabeza, me miró.

—Nadie me dijo que había que vestir de una forma especial, ¿no es vedad? —gruñí.

—No estás preparada para la universidad —se burló él.

—No puede ser peor que el instituto —repliqué.

Xavier apretó el botón del noveno piso, donde se encontraba mi dormitorio.

—A ver si es verdad. Defíneme esta expresión: «novato de siete».

—Bueno —respondí, indignada—. Supongo que se refiere a un grupo de siete estudiantes que tienen un interés especial, o…

—No —me contestó él con una sonrisa—. Ni siquiera te acercas.

—¿Qué es, entonces?

—Se refiere a los siete kilos que todo novato engorda con la dieta de pollo frito y cerveza.

Sonreí.

—¿Debo entender que eso significa que la comida va a ser un problema?

—La comida siempre es un problema en la universidad, pero, no te preocupes, te encontraremos algo sano para comer.

En ese momento me di cuenta de que no habíamos hablado de los séptimos ni de nuestra situación desde que habíamos llegado a Ole Miss. Era un descanso poder dejar todo eso a un lado durante un rato. Xavier había vuelto a contar chistes y se preocupaba por cosas normales, como averiguar dónde se encontraba el gimnasio del campus.

Yo no podía evitar albergar la esperanza de que haber venido a Oxford significara el inicio de un nuevo episodio en nuestras vidas. Por supuesto, sabía que, en realidad, nada había cambiado. Todavía éramos fugitivos, aunque el hecho de estar rodeados de estudiantes nos permitía tener la ilusión de que habíamos recuperado nuestras vidas. Aparte de tener que fingir que éramos hermanos, todo lo demás me resultaba de una normalidad sorprendente, y me di cuenta de que absorbía con placer todos los detalles: después de haber estado escondidos en la cabaña, el mundo de Ole Miss cobraba vida ante mis ojos como si se tratara de un dibujo en blanco y negro que se llenara de color.

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