Heaven

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11. Hola, forastero

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Hola, forastero

Cuando llegamos al Union, Xavier se separó un momento de nosotras y se fue a charlar con unos amigos que estaban sentados alrededor de una de las mesas. Yo no los conocía, ni sabía cuándo los había conocido, pero él siempre se comportaba de forma tan segura y confiada que la gente parecía gravitar a su alrededor y buscar siempre su compañía. Molly y yo nos detuvimos ante el mostrador de las ensaladas.

—Así que… recién casados y jugando a los hermanitos. Debe de ser divertido —bromeó.

—Es un rollo —confesé, sin hacer caso de su tono.

—Supongo que ni siquiera os podéis dar la mano.

—Eso no es lo peor. Lo peor son las demás chicas. Me doy cuenta de cómo lo miran.

—Pero eso no es nada nuevo: Xavier siempre ha hecho perder la cabeza a las chicas.

—Molly, aquí hay muchas chicas.

—Sí —asintió Molly—. Y las estudiantes de Ole Miss fueron las más votadas en el concurso de las más atractivas del país.

—Gracias por decírmelo —ironicé—. Me tranquiliza mucho.

—Vamos, no te preocupes por eso —me quiso animar Molly—. Xavier nunca ha mirado a otra. ¿Por qué tendría que hacerlo ahora?

—Bueno, algunas de ellas son, de verdad, guapas y «normales» —respondí—. Seguramente Xavier se habrá preguntado más de una vez si no habría sido más sencillo haber elegido a una de ellas en lugar de a mí.

—Él no piensa eso. Estás paranoica.

—Me gustaría que no fueran tan descaradas, ¿sabes? ¡Es que le babean encima, y eso me pone furiosa! —exclamé, apretando los puños sin darme cuenta.

—Bueno, no puedes culparlo a él por eso. En cuanto empiece a mostrar interés en alguna de ellas, entonces te daré permiso para enojarte.

—Es verdad —asentí—. ¿Qué te ha hecho ser tan sabia de repente?

Molly pareció repentinamente distante.

—Sé lo que es querer a alguien que no te quiere. Sé cómo mira Xavier a esas chicas: no las ve.

—¿Y cómo lo sabes?

—Porque una persona me miró exactamente de la misma manera una vez.

No necesité preguntarle a quién se refería. Todavía me dolía pensar en la tristeza que Molly había sentido con respecto a mi hermano. Yo había intentado advertirla, pero no había escuchado mis consejos. Habían pasado meses, pero me di cuenta de que la herida todavía estaba sensible.

—¿Y cómo estás ahora? —pregunté, sin atreverme a pronunciar su nombre—. Con respecto a Gabriel.

—Fue difícil superarlo —admitió Molly, observando el mostrador de las ensaladas con un detenimiento exagerado—. Pero ahora estoy con Wade.

—¿Qué ha cambiado?

—Un día me di cuenta de que me había convertido en una persona desesperada y patética —explicó Molly—. No quiero ser así. La vida es demasiado corta para desperdiciarla amando a alguien que no te corresponde. Y cuando Wade apareció, supe que él sería una buena influencia para mí.

—Uau, pareces muy madura —apunté, tomándole un poco el pelo—. ¿Quién eres?

—¿Me estás diciendo que antes era inmadura?

—No diría «inmadura», exactamente…, más bien alocada.

Molly fingió escandalizarse.

—Bueno, pues ahora soy aburrida y estable.

—Eso está bien, pero ten cuidado, Molly, por favor —repuse—. No te precipites y hagas algo de lo que luego te vayas a arrepentir. Si este chico es tan bueno como dices, deberías poder tomarte tu tiempo.

—Oh, no tienes por qué preocuparte —afirmó Molly, con ligereza—. Wade no es así…, ni siquiera cree en el sexo antes del matrimonio. Lo físico no es verdaderamente importante para él. Dice que todo eso puede esperar.

—¿De verdad? —Mi sorpresa era auténtica. No parecía ser el tipo de chico por el que Molly se pudiera sentir atraída. En realidad, parecía como…, bueno, como Gabriel. Y deseé que Molly no estuviera intentando encontrar un sustituto para mi hermano, simplemente—. ¿Y tú también lo crees? —pregunté.

—Creo que he cometido muchos errores —contestó Molly—. Wade me ha estado enseñando en qué me he equivocado hasta ahora. Él me comprende de verdad.

—¿Qué es lo que comprende?

—Todo —dijo Molly soltando un suspiro—. Le he contado todo mi pasado, y él lo acepta. Entre nosotros no hay secretos.

—Supongo que no le hablaste de mí, ¿verdad?

No me gustó tener que hacerle esa pregunta, pero tenía que asegurarme de que Molly no había perdido tanto la cabeza por ese chico como para haber contado nuestro secreto de familia.

—No, ¿bromeas? No quiero que crea que estoy loca.

—Es un alivio.

En ese momento vi que dos chicas, con el pretexto de ir a buscar unas patatas fritas, se dirigían hacia donde se encontraba Xavier. Una de ellas, al pasar por su lado para llegar hasta el mostrador, lo rozó.

—Oh, oh —dijo Molly—. Empieza la competición.

Mi amiga bromeaba, pero aquella situación me incomodaba; sencillamente, no lo soportaba. Y, para ser totalmente sincera, empezaba a sentirme insegura. Esas chicas eran impresionantes, con sus reflejos rubios y sus piernas largas y bronceadas. Ya las conocía. Eran el tipo de chicas que estaban bien relacionadas, que conducían un Lexus y que se iban a esquiar en invierno. Ocupaban un lugar importante en Ole Miss, y me di cuenta de que no les costaba entablar conversación con Xavier y los demás chicos. A pesar de la distancia a la que me encontraba, mi sensibilidad auditiva me permitía captar partes de la conversación: estaban hablando del primer partido de la temporada. Algunas de las referencias al tema me superaban, pero Xavier parecía interesado. Hablaban el mismo idioma que él, y supe de inmediato que nunca podría ser amiga suya. Me hacían ser demasiado consciente de mis defectos. Molly, al ver mi cara, se dirigió hacia Xavier y le dio unos golpecitos en el hombro. Las chicas arquearon las cejas e intercambiaron miradas.

—Venga —le ordenó Molly, apartándolo de allí—. Vámonos.

Molly no dio ninguna explicación, y Xavier tampoco se la pidió. Se limitó a encogerse de hombros y la siguió.

Al cabo de poco, apareció Wade. No era lo que yo había esperado. Llevaba el cabello estudiadamente revuelto, tenía los ojos claros y sonreía con malicia. Vestía una camisa de cuadros azules y calzaba botas de piel. Por su aspecto se veía que le gustaba la actividad al aire libre, y Molly, a su lado, parecía una princesa mimada. Me daban ganas de reír solo de imaginármela fingiendo disfrutar de una acampada con el único objeto de complacerlo.

—Te presento a Ford y a su hermana, Laurie —dijo, pronunciando los nombres despacio para asegurarse de que no se equivocaba—. Son los mejores amigos que he tenido nunca.

—¿Qué tal? —Wade nos dio la mano a los dos—. Encantado de conoceros.

—Lo mismo digo —respondió Xavier.

—Eh, nena —dijo Wade—, ¿no ibas a presentarme a tus otros amigos que venían? Beth y… Xavier, ¿verdad?

Molly me miró con preocupación y supe que le había hablado de nosotros antes de enterarse de nuestro cambio de nombre.

—Cambiaron de opinión en el último momento —se apresuró a responder ella—. Decidieron ir a estudiar a… Wyoming. Ya casi no hablo con ellos.

—¿Por qué a Wyoming? —preguntó Wade con expresión de desconcierto.

—No sé. —Molly se encogió de hombros—. El aire puro y todo eso. De todas maneras, ¿qué importa?

—¿No dijiste que ella era tu mejor amiga? —insistió Wade.

—Ahora estamos en la universidad —replicó Molly con descaro—. Todo ha cambiado.

Wade no parecía convencido, pero Xavier intervino discretamente para cambiar de conversación.

—Bueno, nos han dicho que has cuidado bien de nuestra chica —apuntó, pasando un brazo por encima de los hombros de Molly.

—He hecho todo lo que he podido —respondió Wade con seriedad, a pesar de que Xavier estaba bromeando—. La he hecho asistir a mi iglesia y pronto iremos a visitar a unos sanadores en Tennessee.

—¿A unos sanadores? —preguntó Xavier, mirando a Molly—. ¿Estás enferma?

Molly abrió la boca para hablar, pero Wade respondió por ella.

—No físicamente —dijo—. Pero desde un punto de vista espiritual tenemos algún trabajo que hacer. Pero no pasa nada. —Y, dirigiéndose a Molly con una sonrisa tranquilizadora, añadió—: Yo estaré a su lado a cada paso del camino.

Molly lo miró como si él fuera su salvador y se acurrucó bajo su brazo.

—¿Qué clase de trabajo? —preguntó Xavier, receloso.

—Todos estamos enfermos, hermano —respondió Wade, seguro de sí mismo—. Solamente Dios puede sanarnos. Creo que ahora Molly puede comprenderlo.

—He aprendido muchísimo con Wade —afirmó Molly con una amplia sonrisa—. A partir de ahora todo va a ir bien.

Los días pasaban y yo me adapté a la rutina. No pasaba nada fuera de lo normal. Ningún jinete sin rostro apareció por el Grove; el campo de fútbol no se vio invadido por ninguna nube de cenizas y humo; ni tampoco hubo ninguna aparición en el comedor Johnson. Mi principal preocupación era la relación de Molly con Wade. Sabía que ella creía que Wade la salvaría, y se mostraba más que dispuesta a seguir sus consejos. Molly no era perfecta, pero yo no creía que pudiera encontrar a Dios siguiendo las metódicas instrucciones de Wade. Él la consideraba incompleta, como si fuera una damisela sufriente que necesitara ser rescatada. Recordé una cosa que Gabriel me había dicho una vez: «Algunas personas buscan a Cristo como una forma de conseguir sus propios fines. Pero Cristo no puede ser utilizado. Hay que llegar a él con total humildad, con un deseo absoluto de aceptarlo en nuestro corazón, y dejar que reine en todos los aspectos de nuestra vida. Si uno intenta utilizarlo como una solución a sus problemas, no le funcionará. Hay que servir a Cristo para que él nos sirva. Estar en la iglesia durante una hora los domingos no convierte a nadie en un cristiano».

Ese era mi miedo: que Molly buscara en Wade y en la religión un refugio, pero que en el fondo de su corazón no creyera. Si no tenía cuidado, le saldría el tiro por la culata. Molly ya no hablaba de Gabriel, y yo me preguntaba si habría enterrado esos recuerdos en algún lugar donde no pudieran atormentarla.

Cuando conoció a Mary Ellen, entre ambas estalló una mutua y tácita hostilidad. En mi vida no había espacio para las dos, y Molly decidió que ella había llegado primero a la posición de amiga y confidente. Además, Mary Ellen casi siempre hablaba de chicos, o, más concretamente, de Ford. Quería saber si él había dicho algo acerca de ella, qué tipo de música escuchaba y cuál era su color preferido. Poco le faltaba para pedirme un mechón de su cabello, para guardarlo debajo de la almohada. Incluso había conseguido su número de teléfono y le había mandado un mensaje preguntándole si quería pasarse por el Grove después de clase. Y al ver que no recibía respuesta, me bombardeó con preguntas.

—¿Por qué no me responde? —preguntó, poniéndome el móvil bajo la nariz—. Mira, lee este mensaje. No parece tan desesperado, ¿no?

—No, está bien —repuse, dándole un manotazo para apartar el móvil y deseando que esa conversación terminara.

—Entonces, ¿por qué no me responde?

—No lo sé —dije, frunciendo el ceño—. Quizás esté ocupado.

—¿Haciendo qué? Siempre lleva el móvil encima.

Nunca había conocido a alguien que se negara a captar las indirectas hasta ese punto. Estaba claro que Ford no daba ninguna señal de interés por ella, y era evidente que yo no quería hablar del tema, pero ella continuaba insistiendo, a pesar de todo.

—¿No te parece que quizá tenga miedo de involucrarse emocionalmente?

—Sí, tal vez —contesté con el tono más desinteresado que pude.

—Tienes que ayudarme, Laurie —suplicó—. Tienes que hablar con él.

—Escucha —dije, intentando no mostrar la irritación que sentía—. Yo procuro no meterme en la vida amorosa de Ford. Además, ningún chico haría caso de su hermana en ese tema.

Intentaba pasar el menor tiempo posible en el dormitorio. Me resultaba demasiado cerrado y claustrofóbico, y a menudo encontrábamos los lavabos sucios de vómito. Después de haber vivido en Byron casi durante toda mi vida en la Tierra, esto era un duro encuentro con el mundo real de los adolescentes y con sus costumbres. Además, procuraba evitar a Mary Ellen siempre que podía. Y las veces que me encontraba, me era imposible librarme de ella y, fuera cual fuera el tema de conversación, ella siempre encontraba la manera de hablar de Ford.

Mary Ellen no era la única chica que me causaba problemas. Pronto me tuve que enfrentar a una situación peor.

A las tres semanas del primer semestre, Xavier conoció a Peyton Wynn. Peyton era perfecta en todos los sentidos, y asistía a la misma clase de biología que Xavier. Procedía de una buena familia, era miembro de las Delta Gama, una devota cristiana, una estudiante sobresaliente y, de vez en cuando, complementaba sus ingresos trabajando como modelo para Abercrombie and Fitch. Su currículo era impresionante, y se decía que era candidata al título de miss Ole Miss. Había recibido distinciones por su trabajo caritativo y por su participación en la vida del campus. Era la clase de chica con quien yo hubiera trabado amistad…, si no le hubiera pedido a Xavier que la acompañara a una cena de gala.

Un viernes por la tarde, mientras estábamos sentados en el Grove, Peyton se acercó a nosotros.

—Eh, Ford.

Xavier, que había estado jugueteando conmigo con el pie por debajo de la mesa, dejó de hacerlo en cuanto oyó su voz. Los dos nos volvimos y la vimos allí, de pie, con la mochila colgando de su hombro cómodamente. Hasta el último de sus largos y rubios cabellos estaba en su sitio, y se la veía fresca como una rosa a pesar de la densa humedad del ambiente. No era justo: se suponía que no sudar era una ventaja mía.

—Eh —saludó Xavier con calidez—. ¿Cómo te va?

Me di cuenta de que a él le caía bien de verdad, que no se limitaba a tolerar su presencia como hacía con Mary Ellen.

—Bien, gracias. —Peyton le dirigió una sonrisa perfecta—. Por fin se han acabado las clases por hoy.

—Preparada para el fin de semana, supongo —dijo Xavier—. Por cierto, te presento a mi hermana, Laurie. Laurie, Peyton. Va a clase de Biología conmigo.

—¡Hola! —Peyton me dio la mano—. ¿Vas a participar en la Semana Frenética?

—Todavía me lo estoy pensando —repuse.

—En una sororidad puedes conocer a tus mejores amigas —afirmó—. Por cierto, hablando de esto, me preguntaba si querías ir a la cena de gala conmigo, Ford.

Peyton se mostró completamente segura, sin la menor señal de nerviosismo o de duda. Xavier pareció desconcertado.

—No sabía que hubiera ninguna cena tan pronto —repuso, incómodo.

—Sí, tendremos una antes de aceptar a los nuevos miembros. Será dentro de dos semanas.

—Ah —exclamó Xavier, mirando brevemente hacia donde yo me encontraba—. Guay.

Me di cuenta de que no sabía qué decir, lo cual no le sucedía a menudo: le acababan de pedir una cita delante mismo de su esposa.

—Bueno, ¿te apetece? —preguntó Peyton.

—Claro —respondió Xavier, poniendo cara de cierta preocupación.

—Genial. ¿Cuál es tu número? Te mandaré un mensaje con los detalles.

Mientras Xavier le daba el número de móvil, miré a Peyton. Solo yo notaba el tono de duda en la voz de Xavier. Seguramente a Peyton le pareció que se trataba de nerviosismo. Estaba segura de que ella estaba acostumbrada a que los chicos de todo el campus se sintieran intimidados ante sus ojos azules de bebé y su sonrisa de reina de la belleza.

—Gracias —dijo Peyton, guardándose el móvil en el bolsillo trasero—. Nos vemos en clase. Encantada de conocerte, Lauren.

—Me llamo Laurie —la corregí, sin ningún humor.

Cuando Peyton se hubo marchado, me crucé de brazos y fulminé a Xavier con la mirada. Él soltó un gemido y apoyó la frente encima de la mesa.

—¿Qué ha pasado? —pregunté.

—Ha sido muy «incómodo» —dijo él.

—¿En serio vas a salir con ella?

—¿Qué se suponía que debía decir? —preguntó Xavier con expresión desolada.

Me levanté y empecé a dar vueltas alrededor del banco donde estábamos sentados.

—¿Qué tal «no, gracias»? —sugerí.

—Beth, no es tan fácil —respondió Xavier—. Es de mala educación rechazar una invitación sin motivo.

—Es de mala educación pedir para salir a un chico casado —repliqué, hincando la punta del zapato en la tierra con gesto de frustración.

—Eso no es justo. Ella no sabe…

—Da igual. No me cae bien.

—Venga —dijo Xavier—. Es una chica simpática; esto no es culpa suya.

—¿No habrías podido ponerle una excusa? —insistí—. Podrías haberle dicho que estabas ocupado, o que estarías fuera. ¡Cualquier cosa!

—Me quedé en blanco. —Xavier levantó ambas manos en un gesto de rendición—. Lo siento.

—Uf —bufé, sentándome a su lado con rigidez—. Esto no va bien.

—Ya sabes que yo nunca haría nada —dijo Xavier—. Deberías confiar lo bastante en mí y saberlo.

—Yo confío en ti —dije—. Pero estás dando un mensaje equivocado.

—Lo sé —admitió Xavier—. Y no sé cómo salir de esto.

Para empeorar las cosas, al final de ese día todo el mundo se había enterado de que Ford y Peyton irían a la cena de gala de otoño juntos. Mary Ellen me mandó un mensaje devastador: «¡¡¡¿F. y Peyton van juntos a la cena?!!! ¿Cómo ha sido? Me han dicho que puede ser una auténtica zorra cuando quiere. ¿Él no podía decir que no?».

No hice caso. Aunque yo no es que fuera, precisamente, un miembro del club de fans de Peyton Wynn, tampoco me gustaba que Mary Ellen necesitara hablar mal de ella para tranquilizar su ego. Por otro lado, los chicos no dejaban de felicitar a Xavier.

—Bien hecho. —Spencer le dio unas palmadas en la espalda a Xavier cuando regresó a su apartamento—. Es una chica fantástica.

No me gustaba que todo el mundo se comportara como si los dos fueran pareja.

—Esto también es bueno para ti, Laurie —dijo Clay.

Tardé un momento en darme cuenta de que se refería a mí.

—¿Y por qué? —pregunté con sequedad.

—Peyton puede echarte un cable para entrar en DG —dijo—. Y es una modelo fantástica.

—Eso es verdad —intervino la novia de Clay, de cuyo nombre no pude acordarme—. Peyton Wynn es todo lo que una quiere ser como mujer. Ella te tomará bajo su ala protectora.

—Genial —repliqué, esforzándome por no poner cara agria—. Estoy impaciente.

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