Heaven

Heaven


12. Una hermana retorcida

Página 14 de 38

12

Una hermana retorcida

Apartir de ese momento, por las noches dormía de forma intermitente. Soñé con la boda de Peyton y Xavier, llena de invitados felices y de ramos de flores, tal como debía ser una boda, y no como la nuestra, con anillos improvisados y un cura muerto. Toda la familia de Xavier había acudido a la celebración, y el padre de Peyton acompañó a su hija hasta el altar. Mary Ellen también se encontraba allí, y no dejaba de tirar de mi manga ni de llorar porque Xavier no reconocía su presencia. Luego, el sueño cambió y Wade pidió a Molly en matrimonio. Ella aceptó sin vacilar, y él la condujo hasta una pista de baile. Molly bailaba encima de los pies de él, y el chico la conducía como si fuera una muñeca de trapo. Los movimientos de mi amiga no eran los suyos propios, y su cabeza se bamboleaba como el de una marioneta rellena de paja. Molly me miró con ojos vacíos, como si me atravesara con la mirada.

Durante todo el sueño sentí un picor peculiar en la nuca, como si me hubiera salido un sarpullido, una reacción alérgica a causa de algo o de alguien que había en la habitación. Empecé a dar vueltas en círculos, buscando esos ojos que parecían esconderse en la oscuridad, pero solo pude vislumbrar brevemente una figura que desapareció al instante. Eso fue un momento antes de despertar y verlo. Era un séptimo, pero no era como los demás. Llevaba puesta una máscara de acero que le cubría el rostro, y unos guantes de piel sin dedos. La máscara tenía una hendidura a la altura de la boca y dos agujeros en los ojos, pero a través de ellos solo vi negrura. Me pareció oír su respiración áspera, a pesar de que me encontraba a cierta distancia de él. Y tuve la extraña sensación de que ya lo conocía.

El sueño me dejó inquieta, y durante todo el día no pude evitar mirar hacia atrás todo el tiempo, temerosa.

Mientras Xavier estaba en clase, Ivy y Gabriel vinieron a darme noticias. Por suerte, Mary Ellen había ido a la biblioteca y en ese momento no se encontraba en la habitación. No hubiera sido bueno que se encontrara con Gabriel. No sé cómo habría reaccionado, y no podíamos desperdiciar el tiempo en detener su constante flirteo.

—He soñado con ellos —le dije a Gabriel.

Mi hermano se había apoyado en los pies de la cama; su rostro estaba serio. Empezó a martillear la estructura metálica con los dedos, haciendo ruido con el anillo de su anular contra el metal. La luz del día que entraba por la ventana parecía diluirse en el color gris de los ojos de Gabriel y les otorgaba unos maravillosos reflejos plateados. Sus ojos eran tan profundos y claros que a veces me parecía que podía verle el alma a través de ellos. Pero yo sabía que él no tenía alma. Esa es una característica exclusiva de los seres mortales; los ángeles solamente tienen esencia.

—Están intentando averiguar dónde estáis a través de tus sueños —dijo.

—Entonces, si sueño con Ole Miss, ¿sabrán que estoy aquí? —pregunté, alarmada.

—Los sueños no suelen ser muy concretos —me tranquilizó Ivy, dándome unas palmaditas en la espalda—. Si sueñas con un dormitorio universitario…, bueno, puede pertenecer a cualquiera de las universidades que hay en todo el país.

—Supongo que sí —repuse, inquieta—. Pero si sueño con la mascota del Ole Miss Rebels, se acabó. Todo estará perdido.

—Tranquilízate —dijo Ivy—. Tu inconsciente está ocupado en otras cosas.

—Espero que tengas razón —apunté, sin estar convencida del todo—. Bueno, ¿qué hay de nuevo? ¿Os habéis enterado de algo más?

—Por lo que sabemos, los séptimos continúan buscando.

—Bueno, eso está bien —dije, cerrando sin darme cuenta las polvorientas contraventanas de la habitación—. ¿Estáis seguros de que no os buscarán a vosotros?

Odiaba pensar que mi hermano y mi hermana pudieran sufrir algún daño por mi culpa.

—Somos demasiado listos —repuso Ivy—. Saben que presentaríamos batalla.

—Pero podrías vencerlos, ¿verdad? —pregunté, desconfiada.

No dudaba de su fuerza. Los esbeltos brazos de Ivy eran fuertes como el acero y podían hacer más fuerza que un camión a toda velocidad, pero no me gustaba pensar que tuvieran que enfrentarse a un ejército. La realidad era que se verían superados en número.

—No lo sé —respondió mi hermana con gesto grave—. Si nos atacaran en masa, tendríamos problemas. Pero no se arriesgarán, sufrirían demasiadas bajas.

—¿Así que continuamos igual? —pregunté, aliviada de no tener que empaquetar de nuevo nuestras escasas pertenencias personales y salir huyendo tan pronto.

—De momento, sí —contestó Gabriel—. Hemos intentado ponernos en contacto con el Cónclave para informarlos de lo que están haciendo los príncipes. Quizá puedan detenerlos o, por lo menos, limitar sus poderes.

—¿Y nuestro padre? ¿Dónde está? —pregunté, sin aliento.

—Atareado —dijo Ivy, mirando a Gabriel con nerviosismo—. En este momento tiene las manos ocupadas.

—¿A qué te refieres? —Su respuesta me había dejado confundida.

Gabriel soltó un suspiro y achicó los ojos un instante.

—Supongo que, al final, te enterarás —dijo—. El Infierno se ha sublevado, los demonios han iniciado una revuelta.

—¿Qué? —susurré.

Mi corazón pareció hacerse de plomo.

—Su influencia se ha extendido, y su número se ha triplicado durante las últimas semanas —explicó Gabriel—. El mundo se encuentra ante un grave problema.

Mi hermana asintió con la cabeza, seria, confirmando las palabras de mi hermano.

—La muerte de un original ha provocado un levantamiento. Lucifer va a mandar a sus ángeles como si fueran una plaga.

Sentí un nudo en el estómago. ¿Era culpa mía? ¿La gente estaba muriendo por mi causa, porque yo había sido tan estúpida de haber hecho enojar a Lucifer? Me cubrí la boca con las manos, y Gabriel pareció leerme el pensamiento.

—Tú no eres responsable de los actos del inframundo, Bethany —dijo—. Ellos no necesitan tener ninguna excusa para causar dolor y sufrimiento.

Me tumbé en la cama boca abajo, enterrando el rostro en la almohada. Deseaba poder esconderme hasta que todo hubiera terminado. No me moví hasta que noté que Gabriel me tocaba el hombro con suavidad.

—Recuerda, no fue tu mano la que mató a Jake —me dijo—. Fue la mía.

Pero sus palabras no me consolaron mucho. No importaba quién hubiera dado el golpe fatal, pues todavía había gente que sufría a causa de nosotros. Los demonios eran malignos y sádicos aunque no tuvieran sed de venganza. No podía ni imaginarme el sufrimiento que debían de estar infligiendo a personas inocentes por rencor hacia nosotros. Y si nuestro padre no tenía tiempo, las cosas debían de estar mal.

—Esto es un desastre —murmuré.

—Sí —admitió mi hermano—. Pero no debemos perder la esperanza. Quizás en el Cielo estén ocupados ahora, pero él responderá a nuestras plegarias.

—¿Y los demonios? —pregunté—. ¿También ellos nos están buscando?

—No estoy seguro —respondió Gabriel—. Ahora mismo no hemos visto una pauta clara en sus ataques, parecen estar haciendo cualquier cosa. Pero… —Dudó un momento, como si fuera incapaz de continuar hablando.

—Estoy segura de que no se han olvidado de nosotros —dije yo, terminando su frase.

—Lo dudo —asintió mi hermano con gesto adusto—. Pero vayamos por pasos, una batalla detrás de otra.

Cuando Ivy y Gabriel se hubieron marchado, quise encontrar a Xavier de inmediato, pero primero tuve que escapar del acoso de Mary Ellen, que había regresado al dormitorio y se mostraba tan efervescente y dramática como siempre.

—¿Adónde vas? —preguntó, saltando de la cama y pegándose a mí.

—A ver a una amiga —dije, alerta.

—¡Oh, fantástico! —Cogió su bolso y añadió—: Deja que me retoque el maquillaje.

Me esforcé por no dejar traslucir la exasperación que sentía. A Mary Ellen, a veces, le faltaba delicadeza. Hablé en un tono que dejaba claro que no deseaba su compañía, lo cual resultaba evidente por el hecho de que no la había invitado a ir conmigo.

—Bueno —dije, incómoda—, voy a ver a Molly y ella tiene problemas. No creo que le apetezca ver a nadie más.

—Pero yo soy buena dando consejos sobre relaciones —dijo Mary Ellen.

Me pregunté si se mostraba tan obtusa de forma deliberada.

—Ya, pero Molly no se siente muy cómoda con gente nueva —insistí.

—Pero…

—¡Lo siento! Nos vemos luego.

Salí de la habitación sin darle tiempo a continuar protestando. Sabía que, seguramente, me había mostrado ruda con ella y que la había herido, pero también estaba tan ansiosa por ver a Xavier que no podía preocuparme por eso. Decidí que ya lo solucionaría más tarde.

Casi corrí hasta el campo de béisbol, pues sabía que él estaría allí practicando con los chicos de su fraternidad. Cuando llegué, el espacio estaba vacío, pero Xavier me estaba esperando dentro. Detestaba tener que encontrarme con él en secreto. Solo podíamos ser nosotros mismos durante unos cuantos minutos cada día; el resto del tiempo teníamos que vivir nuestra otra vida como Ford y Laurie McGraw. A veces deseaba poder ser de verdad de esas personas que llevaban una vida normal. Me preguntaba cómo me sentiría si solo tuviera que preocuparme por las notas y por no sufrir una derrota demasiado humillante en el campo de fútbol, en lugar de preocuparme por la ira del Cielo o por Lucifer en pie de guerra.

Me escabullí con rapidez hasta los vestuarios, deseando que nadie me viera. Xavier estaba sentado en uno de los bancos con una camiseta blanca de manga corta. Se estaba pasando los dedos por el cabello, húmedo por la ducha. En cuanto entré, levantó la vista y sonrió con esa sonrisa que siempre me dejaba sin respiración.

—Eh, Beth —murmuró en tono cariñoso.

Me acerqué, me senté sobre su regazo y apreté la nariz en su cuello para respirar su limpio olor. Noté la suavidad de su piel en la yema de los dedos.

—Hueles bien —le dije, deslizando los brazos alrededor de su torso, fuerte y seguro—. Como a frutas.

—Gracias —repuso Xavier, con expresión divertida—. Eso me hace sentir muy hombre.

Reí, pero rápidamente volví a mostrarme pensativa.

—Este lugar es como estar en casa, ¿verdad? Me gustaría que estuviéramos aquí en circunstancias distintas.

—Lo sé —dijo él—. Pero las cosas nunca van a ser normales para nosotros. Supongo que eso hace que apreciemos más lo que tenemos.

—Tenemos que hacer piña. A pesar de que las cosas se pongan peor antes de ir mejor.

—Por supuesto —asintió Xavier—. Yo estoy en esto para siempre. Aunque el mundo se desmorone bajo nuestros pies, nunca te dejaré, Beth.

—Bien —dije—. Porque acabo de hablar con Ivy y Gabriel…, y lo que me han dicho no te va a gustar.

Xavier me acarició la mejilla suavemente y luego pasó el dedo sobre mis labios. En otro momento, un comentario como el que yo acababa de hacer lo hubiera puesto en alerta. Hubiera querido enterarse de los detalles, saber exactamente lo que se había dicho y lo que había que hacer a partir de ese momento. Pero ahora notaba que estaba cansado, que se resistía a continuar luchando.

—¿Se trata de un problema por el que Ford y Laurie deban preocuparse?

Fruncí el ceño.

—No.

—Entonces puede esperar —repuso—. Ya no te veo sonreír nunca. Lo echo de menos.

Asentí con la cabeza y la levanté para mirar sus brillantes ojos color turquesa, que siempre estaban chispeantes, como si se estuviera riendo de un chiste privado que no quisiera contar a nadie más. Pero ahora tenía una expresión de cansancio.

—Ahora mismo no quiero que seamos Ford y Laurie —dije—. ¿Y si intentamos ser nosotros mismos? Volvamos a ser como éramos al principio, antes de que nada de esto sucediera. Regresemos a esa noche en la playa, en Venus Cove, la noche de la hoguera.

Xavier y yo recordábamos esa noche claramente. Fue cuando yo salté del acantilado y desplegué las alas en el aire. A pesar de que esa fue la confesión que más me asustaba hacer en el mundo, ambos nos sentimos completamente cómodos después. Nos habíamos tumbado el uno al lado del otro y habíamos permanecido sobre la arena horas enteras. Al final de ese día ambos sabíamos que estábamos hechos para estar juntos. Ni siquiera el enojo de mi hermano y de mi hermana habían conseguido acabar con el cálido sentimiento que me invadió esa noche. Y a pesar de que Xavier ya me resultaba alguien muy familiar, todavía lo admiraba; era mi príncipe encantado que había salido de las páginas de un cuento de hadas y que había llenado mi mundo de color. Cada vez que cerraba los ojos y sentía el calor de sus manos en mi piel, veía fuegos artificiales y estrellas fugaces que dejaban una estela de polvo cósmico en mi mente.

Levanté la cabeza y froté la nariz contra su barbilla. Él se inclinó hacia mí y el contacto de sus labios en mi oreja me hizo cosquillas y me provocó escalofríos de placer en toda la espalda. Deseaba ver en él al despreocupado chico de dieciocho años otra vez, y no al hombre apesadumbrado por las calamidades del mundo.

Deslicé las manos hacia arriba y entrelacé los dedos sobre su nuca. El calor de su cuerpo me inundó. Nuestros labios se unieron y sentí una conocida corriente de energía embriagadora. Mi campo de visión se llenó de fuegos artificiales. Esas sensaciones siempre eran muy intensas, sin importar cuántas veces le besara. Xavier me rodeó la cintura con los brazos y me atrajo hacia sí. Luego tomó mi rostro entre sus manos y los dos nos perdimos en ese mundo en el cual solamente existíamos él y yo, un mundo que estaba fuera del tiempo y del espacio. Estábamos tan concentrados que no oímos los pasos procedentes de fuera hasta que fue demasiado tarde.

De repente oímos una exclamación ahogada, y la magia se rompió. Me aparté de Xavier y vi a Mary Ellen de pie en la puerta, cubriéndose la boca con ambas manos y una expresión de conmoción en el rostro. Me apresuré a distanciarme de Xavier, pero ella ya lo había visto todo. Probablemente, había sospechado algo y me había seguido.

—Te lo puedo explicar —dije, de un modo apresurado, al tiempo que me daba un doloroso golpe con una de las taquillas.

El metal de la puerta me arañó la espalda, pero no le presté atención. Acababa de decir una terrible frase hecha, pero no fui capaz de pensar en nada más. Además, era mentira. No lo podía explicar. No creía que la excusa de «En realidad es mi esposo y nos estamos escondiendo» resultara de gran ayuda.

—No te creo —replicó ella, apartándose de nosotros como si pudiéramos contagiarle algo—. ¡Esto es asqueroso! ¡Estás enfermo! ¡Es tu hermana! ¿Cómo puedes hacer eso?

—No es mi hermana —intentó razonar Xavier—. Es mi esposa.

—¡Os habéis casado! —Mary Ellen se apretó el pecho con las manos, como si estuviera a punto de sufrir un ataque al corazón, en un gesto que me pareció exageradamente dramático. De repente, achicó los ojos y dijo—: Así que por eso nunca me contestaste el mensaje y jamás respondías a mis señales. ¡¿Creí que yo era demasiado sutil?!

—¿Demasiado sutil? —preguntó Xavier con incredulidad, y un tanto enfadado ya—. ¡Eres tan sutil como un toro enfurecido!

—Bueno, lamento no poder competir con tu «hermana» —exclamó Mary Ellen.

—¡Cállate un momento! —estallé, exasperada—. No hemos hecho nada malo.

—Quizá tú lo creas —afirmó Mary Ellen en tono de triunfo—. ¡Pero esta comunidad no estará de acuerdo contigo!

—Él y yo no somos parientes —afirmé con energía—. Te hemos mentido. Hemos mentido a todo el mundo.

—Escucha —dijo Mary Ellen, levantando ambas manos—. Entiendo que creáis que esto está bien, pero eso es porque no estáis bien de la cabeza. Tengo que hablar con alguien de esto…, por vuestro bien. Luego me daréis las gracias.

—¡Mary Ellen, espera! —gritó Xavier, pero ella ya había salido de los vestuarios.

Xavier se cubrió el rostro con las manos, pero yo ya iba hacia la puerta, dispuesta a alcanzar a Mary Ellen.

—Tenemos que ir a por ella —dije, obligando a Xavier a levantarse.

—¿Por qué? —Me miró con expresión vacía—. No nos escuchará.

—Xavier, piensa un momento —insistí—. Estamos hablando de Mary Ellen… Se lo va a contar a todo el mundo.

—Pues que lo haga. —Se encogió de hombros—. No tiene pruebas. Es su palabra contra la nuestra.

—No importa —dije, cogiéndolo de la mano—. Nadie podría ignorar una acusación como esa. Aunque lo neguemos, eso va a llamar mucho la atención. Desde que estamos aquí, nos hemos esforzado por pasar inadvertidos. Si dejamos que Mary Ellen llame la atención sobre nosotros…

—Nos encontrarán —concluyó Xavier con voz ahogada.

—¡Exacto! —Le apreté la mano—. Vamos.

Mientras nos apresurábamos a cruzar los campos de béisbol, pensé que lo que nos estaba sucediendo no era justo. Ole Miss, para nosotros, significaba algo más que un escondite. Representaba todo aquello que deseábamos pero que no podíamos tener: un futuro juntos en la Tierra. Yo no quería irme y no estaba dispuesta a que Mary Ellen nos obligara a marcharnos. Aceleré el paso y empecé a correr tan deprisa que no sentía el contacto de los pies en el suelo. Avanzaba a una velocidad que nunca hubiera creído posible en mí. Lo único que pensaba era que no podía permitir que alguien que conocía tan poco nuestra historia personal, alguien como aquella chica, nos pusiera en peligro. Cualquiera que pasara por allí en ese momento solamente hubiera visto una mancha borrosa en el aire. Pronto dejé atrás a Xavier y alcancé a Mary Ellen en el Grove.

—¡Suéltame!

—¡No! —La obligué a darse media vuelta y a mirarme a la cara—. No hasta que me hayas escuchado.

Pero Mary Ellen era incapaz de escuchar.

—¡Socorro! —chilló—. ¡Necesito ayuda!

En ese momento sentí que algo se encendía en mi interior. No iba a permitirlo. Xavier y yo ya habíamos sufrido bastante, y no tenía ninguna intención de que una frívola estudiante de primero nos impidiera estar en el único lugar que todavía era seguro para nosotros. Así que apunté a los labios de Mary Ellen con el dedo índice y, al cabo de un segundo, una gruesa capa de piel empezó a cubrírselos, cerrándolos completamente. Mary Ellen abrió los ojos con espanto y se llevó las manos a la boca intentando arrancarse la piel, pero se dio cuenta de que se haría daño y se detuvo. Temblando, me miró a los ojos, llena de miedo. Yo no estaba acostumbrada a que nadie me mirara con esa expresión, pero en ese momento no tenía tiempo de preocuparme al respecto. Lo único importante era que había conseguido que se callara.

Notaba que una gran fuerza me recorría el cuerpo, como encendiendo con fuego mis brazos y mis piernas. Sentí que todo mi cuerpo se erguía, vivificado con esa energía que me recorría. Levanté la mano, que en ese momento brillaba, y la coloqué sobre la cabeza de Mary Ellen. Ella cayó de rodillas a mis pies. Empecé a sentir sus pensamientos y sus recuerdos arremolinarse bajo la palma de mi mano. Cerré los ojos y empecé a verlos, casi a saborearlos, como si me encontrara en esas situaciones justo en ese momento. Vi a Mary Ellen en su fiesta de celebración de su sexto cumpleaños, vestida como una princesa de Disney, y pensé que había ido demasiado atrás en el tiempo. Me resultaba difícil moverme entre tantos recuerdos, pues había muchísimos. En realidad, cada momento de la vida de una persona constituye un recuerdo, así que tuve que abrirme camino por entre oleadas enteras de recuerdos hasta encontrar el único que quería borrar. Eso era lo que Gabriel hacía, pero él había conseguido hacer de ello un arte. Yo era nueva en esa práctica, y mi técnica no era tan refinada. Conseguí localizar la semana que comprendía nuestro encuentro en el campo de béisbol, y pensé que tenía que apañarme con eso. Noté que los recuerdos de Mary Ellen salían de su cuerpo y penetraban las yemas de mis dedos. Me aseguré de que todo quedara eliminado, incluso hasta el último minuto en el Grove. Luego aparté la mano de su cabeza al tiempo que le retiraba el sello de los labios. Justo en ese momento, Xavier llegó corriendo hasta nosotras.

Mary Ellen, libre ya, cayó al suelo sobre las manos y las rodillas.

—¡Eh! —dije, agachándome para ayudarla—. ¿Te encuentras bien?

Mary Ellen se puso en pie, temblorosa y con una gran expresión de desorientación en el rostro.

—¿Cómo he llegado hasta aquí? —preguntó—. Estaba en el dormitorio. Creí que era por la mañana…

Me di cuenta de que el último recuerdo que conservaba era el de haberse levantado por la mañana para ir a clase. Xavier me miró, preocupado. Yo no le hice caso y puse mi mano sobre la frente de Mary Ellen.

—Creo que has pillado algo. Será mejor que te llevemos de vuelta a la habitación.

—¿Qué estáis haciendo los dos aquí? —preguntó, aunque todavía estaba un poco mareada.

—Estábamos dando un paseo y te hemos encontrado —expliqué—. No deberías ir por ahí, sola, a estas horas de la noche.

—Pero yo no…

Xavier la sujetó para ayudarla a caminar, y Mary Ellen pareció olvidarse de lo que estaba pensando en ese momento.

—Vamos —dijo Xavier—. Te llevaremos a la habitación. Seguro que mañana te encontrarás mucho mejor.

—No me encuentro bien —dijo Mary Ellen de repente, como si Xavier no hubiera dicho nada.

Gabriel me había dicho una vez que intervenir en los recuerdos de una persona les provocaba dolor de cabeza o náuseas.

—Lo sé —repuso Xavier—. Laurie tiene razón. Seguramente has pillado algo. Mañana por la mañana te llevaremos al centro de salud.

—De acuerdo, gracias.

Mary Ellen dio unos inseguros pasos en dirección a los dormitorios, pero enseguida cayó de rodillas y vomitó al pie de un viejo roble. Xavier la cogió a tiempo de que no se hiciera daño, y yo le recogí el pelo para que no se ensuciara. Mary Ellen emitió un gemido. Debía de resultar inquietante encontrarse de repente vagando sola en la oscuridad y no tener ni idea de cómo había llegado hasta allí.

—Todo va a ir bien —dijo Xavier, que le había puesto una mano en la espalda para reconfortarla, y otra en la barriga para evitar que cayera hacia delante. Pero me miró con ojos acusadores—. ¿Era necesario? —me susurró al oído mientras ayudaba a Mary Ellen a ponerse en pie.

En otras circunstancias, me habría sentido culpable por lo que había hecho, pero, en ese momento, al ver la cara de alarma de Mary Ellen y sus ojos temerosos, no sentí nada. «Sí, era necesario —pensé—. He hecho lo que era necesario para protegernos». Ya empezaba a pensar como mis hermanos, que se preocupaban menos por las personas que por las situaciones en general. Si Mary Ellen hubiera continuado gritando y hubiera contado lo que había visto, Xavier y yo hubiéramos tenido serios problemas. Miré a Xavier a los ojos con expresión decidida y contesté:

—Sobrevivirá.

Eso fue lo único que me limité a decir.

Ir a la siguiente página

Report Page