Heaven

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13. Ahí llega la novia

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Ahí llega la novia

Al día siguiente, Mary Ellen se despertó tarde. Yo estaba a su lado, con una taza de café caliente y un rollito de beicon. Me sentía mal por haberle provocado ese trauma, a pesar de que sabía que ella no recordaría nada. Al abrir los ojos, emitió un gemido y enterró la cabeza bajo la almohada.

—¿Qué hora es? —preguntó con voz ronca.

—Casi mediodía —respondí, dejándole el desayuno encima de la mesa—. ¿Cómo te encuentras?

—Como si me hubiera atropellado un autobús —contestó, dramática, mientras se cubría los ojos de la luz—. ¿Qué pasó?

—Vomitaste —dije, procurando ofrecer la mínima información para evitar preguntas que no podría contestar.

Me sentía como si hubiera realizado una operación quirúrgica y como si me hubiera salido mal.

—¿Estuve bebiendo? —preguntó Mary Ellen mientras se frotaba las sienes.

Observé sus ojos hundidos y rojizos, sus labios secos y su pelo revuelto. El alcohol parecía ofrecer una buena explicación a su estado. Era lo único que hubiera podido empujarla a vagar por Ole Miss de forma descontrolada y casi inconsciente.

—Sí —respondí—. Eso creo.

Pensé que últimamente me costaba muy poco mentir. Ya no tartamudeaba ni delataba mis verdaderos sentimientos con mi lenguaje corporal. Empezaba a acostumbrarme a tejer esa red de engaño por todas partes. Pero no era momento de sentirme mal por ello: primero tenía que asegurarme de que ella no descubriera nada.

—Vaya, debí de colocarme mucho —dijo Mary Ellen—. No recuerdo absolutamente nada.

—Habías ido muy lejos cuando te encontramos —le conté, sin entrar en más detalles—. Pero lo único que importa es que estás en casa y bien.

—Laurie… —dijo Mary Ellen mirándome con ojos suplicantes—. ¿Puedo pedirte un favor?

—Claro —contesté, soltando un suspiro. Me parecía justo compensarla de alguna manera.

—Por favor, no se lo cuentes a nadie. Si la gente se entera, mi reputación quedará destruida.

Eso me tomó por sorpresa, pero asentí de inmediato. Pensé que Mary Ellen contaría su historia por todo el campus, que su tendencia a dramatizarlo todo la llevaría a relatar a todo el mundo su tragedia y a asegurar que casi no sale viva de ella. Pero su propuesta era mucho mejor. En realidad, el miedo que sentía Mary Ellen ante las chicas de la sororidad era el primer golpe de suerte que teníamos en muchos días.

Cuando estuve segura de que podía dejarla sola sin peligro, fui a ver a Xavier a su apartamento. Spencer me abrió la puerta. Dentro, vi a Clay tumbado sobre el sofá, con su manoseado libro de biología abierto sobre el pecho.

—Hola, pequeña McGraw —saludó Spencer con una sonrisa bravucona—. Bienvenida a la caverna de los hombres.

—Gracias. Supongo.

Sonreí y di un paso hacia dentro. El apartamento de Xavier, con cuatro chicos viviendo en él, era más como un altar dedicado a la vida de fraternidad que una vivienda de verdad. Xavier era bastante ordenado, pero ese salón era un desastre: estaba lleno de cajas de pizza, de latas y de consolas de juego. Ninguno de los muebles hacía juego con otro, todos se habían metido allí por el mero hecho de cumplir alguna función. Allí cada objeto era funcional, y ninguno pretendía ofrecer la más mínima decoración. En una de las paredes colgaba la bandera del estado de Misisipi, al lado del escudo de Sigma Chi y una talla de madera de la mascota del equipo, el Coronel Reb.

—Esta habitación huele a chico —dije, y Spencer se rio.

—¿Estás diciendo que huele mal?

—No —contesté—. Solo que tiene un olor… masculino.

—Somos muy masculinos —asintió Clay—. Tu hermano está en la ducha, pero no mientas…; has venido a vernos a nosotros.

—Me has pillado —respondí—. No podía estar lejos de vosotros.

—Ya, sí, claro. —Spencer me guiñó un ojo para hacerme saber que estaba bromeando—. Bueno, ¿te has enterado? Anoche Ford no quiso venir con nosotros. Creemos que tiene una mujer secreta en su vida.

—Oh, no —exclamé, fingiendo seriedad—. Ese chico necesita que le recuerden cuáles son sus prioridades.

—Exacto —afirmó Spencer meneando la cabeza—. Será mejor que hables con él al respecto. Imagínate, poner a una chica antes que a tus hermanos de fraternidad.

—Es un desastre —añadí, sentándome en el sofá para esperar a Xavier.

Al cabo de unos momentos, salió del baño. Tenía el pelo mojado y solamente llevaba una toalla enrollada alrededor de la cintura. Verlo así, de repente, me pilló por sorpresa durante un segundo y tuve que obligarme a no mirar. Hacía bastante tiempo que no lo veía sin camiseta, y su cuerpo fuerte y bien dibujado me impresionaba. Me sentí como al principio de estar con él, cuando empezábamos a salir y yo tenía que hacer grandes esfuerzos para que mis sentimientos no se me notaran. Ahora tuve que apartar la mirada de su musculoso pecho antes de que los demás se dieran cuenta.

—Eh —saludó Xavier—. Me pareció oír tu voz.

—Estaría bien que te vistieras —le dije.

—Sí, tío, ¿qué espectáculo crees que es esto? —preguntó Spencer.

—Ninguno que no hayáis visto antes.

Xavier se encogió de hombros, pero cogió una camiseta de manga corta de Ole Miss de un montón de ropa limpia y desapareció en su habitación para vestirse. Cuando regresó, me dio la mano y me hizo levantar del sofá.

—Vamos, hermanita, te invito a comer —dijo.

Yo sabía que era una excusa para salir del apartamento y poder pasar un rato a solas.

—A nosotros nunca nos invitas —se quejó Spencer—. ¿Por qué?

—No me caéis bien —dijo Xavier mientras salíamos de la habitación, sin volverse.

Spencer le lanzó un cojín, pero desaparecimos a tiempo por la puerta.

Cuando llegamos a la camioneta de Xavier, me arrellané con comodidad, aliviada por poder ser yo misma durante un rato. Él puso el motor en marcha y, de inmediato, sonaron los acordes de Brad Paisley en el equipo. Empecé a seguir el ritmo con los pies.

—¿Te has dado cuenta de en qué me ha convertido Ole Miss? —dijo Xavier—. Sintonicé una emisora de música country por voluntad propia.

Empezó a tamborilear con los dedos sobre el volante mientras cantaba: «Listenin’ to old Alabama, drivin’ through Tennessee…».

—En el fondo, eres un chico country —dije riendo—. Acéptalo.

Xavier, tirando de mi ancha camisa a cuadros, repuso, bromeando:

—Me parece que aquí solo hay una campesina.

—¿Sabes?, los chicos creen que tienes una novia secreta —dije, cogiéndole la mano y jugueteando con sus dedos. Echaba de menos poder tocarlo, estuviéramos donde estuviéramos, y quería aprovechar que en ese momento estábamos solos.

—¿Quiénes, ellos? —preguntó, señalando hacia el apartamento con la otra mano—. ¿Qué importa? Les costará adivinar con quién.

—¿No desearías, a veces, contárselo a todo el mundo? —suspiré—. Lo nuestro.

—Sí —respondió Xavier—. En especial desde que Spencer les habló a todos los chicos de la fraternidad de mi hermanita pequeña.

—¡No! —No pude evitar reír. Spencer era un personaje.

—Oh, sí. Ahora todos quieren conocerte. —Y, negando con la cabeza, añadió—: No lo van a conseguir.

—Bueno. Lo mío es peor. Las chicas están obsesionadas contigo.

—Eso es ridículo —dijo Xavier, mofándose—. Ni siquiera me conocen.

—Saben cuál es tu signo del zodíaco, los deportes que practicas, dónde trabajaste el verano pasado y con quién fuiste de acampada —afirmé.

—¿Qué? —Xavier me miró, desconcertado—. ¿Cómo?

—No subestimes Facebook como herramienta de investigación.

—Es horrible —rio Xavier.

En ese momento mi móvil vibró y vi que Molly acababa de enviarme un mensaje en el que me preguntaba qué estaba haciendo.

—Ya empieza —gruñó Xavier—. ¿No puedes decirle que estás estudiando?

—Dice que tiene noticias…

—Seguramente serán del último culebrón —se burló Xavier.

Decidimos que iríamos a comer y que ya nos preocuparíamos de Molly después. Encontramos un tranquilo reservado en el fondo de una cafetería y nos acomodamos en él. Pasé las manos por encima del rayado vinilo borgoña de la mesa y observé las lámparas redondas y de colores que teníamos encima de la cabeza. Era un lugar oscuro y ruidoso, y me pareció que estábamos realmente escondidos del mundo. Las paredes estaban cubiertas de polvorientas fotografías enmarcadas y de banderas.

—Es fantástico —dije—. Me encanta estar en la universidad.

—Sí. —Xavier se desperezó y se recostó en su asiento—. La época más despreocupada de nuestra vida.

—¿Cuánto tiempo crees que durará? —pregunté, esforzándome por no mostrarme abatida.

—No importa —repuso Xavier—. Lo importante es que aquí estamos juntos. Tanto si dura un año como si lo hace una semana más, por lo menos tendremos la experiencia de haberlo vivido. Y, ¿quién sabe?, quizá regresemos algún día.

—¿Qué harías si no me hubieras conocido? —pregunté, de repente—. Quiero decir, ¿qué estarías haciendo?

Xavier no dudó en responder:

—Sería Xavier Woods, estudiaría Medicina, sería un fan secreto de Bama, y heredero de la tradición de Sigma Chi… Un gigoló absoluto.

—¡Estoy hablando en serio! —lo reprendí.

—¿Y qué clase de pregunta es esa? —repuso Xavier—. Todo sería distinto si no te hubiera conocido.

—Sí, pero ¿en qué? —insistí.

—Bueno, para empezar, no habría vivido todo lo que he vivido, lo que significa que no valoraría tanto lo que tengo. Probablemente todavía seguiría buscando a la chica adecuada, y casi seguro acabaría trabajando en alguna oficina, viviendo en un barrio acomodado y tendría una buena familia.

—No suena tan mal —murmuré.

—He dicho «buena» —recalcó Xavier—. No «extraordinaria». No sería como lo que hay entre tú y yo.

—Supongo que no —dije, un tanto descorazonada.

No podía dejar de pensar en la familia que él podría tener si yo no estuviera a su lado para trastocar su vida. No era porque no pudiera darle hijos; era que no podía ofrecer el ambiente de estabilidad necesario para criarlos. Por lo menos no de momento, y quizá nunca. Esa imagen de vida perfecta era lo único que yo deseaba, y Xavier la estaba echando a perder sin pensarlo. ¿Quizás él menospreciara el valor que tenía? No podía permitir que lo hiciera.

Xavier me cogió la mano por encima de la mesa.

—¿Quieres saber cuál es la mayor diferencia? —preguntó con voz tierna.

Levanté la mirada. Casi podía sentir el calor que desprendían sus ojos azules.

—Todavía continuaría cuestionándome mi fe. Estaría batallando como todos los demás, intentando darle un sentido al mundo. Gracias a ti tengo una convicción que nunca creí posible tener. He visto el poder del Cielo; sé lo que los ángeles pueden hacer. Gracias a ti, el Infierno no es solamente un lugar conocido por las referencias de la Biblia: es una realidad. Gracias a ti sé que hay un dios ahí arriba. Y sé que él vigila cada paso de mi camino. Gracias a ti ahora creo que existe el Cielo y que un día llegaremos allí… juntos.

—El lugar blanco —susurré, y sentí que su mano apretaba la mía con suavidad—. ¿Sabes?, cuando te miro, siento esa presencia…, como si nuestro padre tuviera unos planes especiales para ti.

Era verdad. La energía de Xavier lo irradiaba todo a su alrededor, y era imposible sentirse infeliz en su presencia. A veces me parecía que podía saborearlo, y su sabor era como el del sol. Como el del amor.

—Yo ya no siento que seamos dos personas separadas —dijo Xavier, sonriendo con expresión soñadora mientras se acercaba la taza a los labios—. Es como si yo viviera dentro de ti, y tú, dentro de mí. Somos casi la misma persona.

—Así es como nuestro padre pretendía que los hombres y las mujeres vivieran y amaran —respondí—. Como una réplica de la Trinidad, en unidad el uno con el otro.

Entonces me di cuenta de que una chica que había en la mesa de al lado nos estaba mirando, y aparté la mano con un gesto brusco. Era difícil recordar en todo momento que Xavier y yo ya no podíamos mantener ese intenso contacto físico en público. Él tosió un poco y sacudió ligeramente la cabeza, como si acabara de salir de un sueño.

—Bueno —dijo, en el tono de mayor despreocupación de que fue capaz—. ¿Vamos a ver qué quería Molly?

Los dos sabíamos que era mucho más seguro ir por ahí con Molly que arriesgarnos a estar a solas. La tentación de perdernos el uno en el otro era demasiado fuerte. Le mandé un mensaje de texto en el que le decía que viniera a la cafetería. Al cabo de quince minutos apareció, alegre como siempre, con una camiseta blanca que ponía «Harvard del Sur» y con un llamativo pantalón corto de color rosa. Se sentó en el reservado y nos miró con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿A que no sabéis qué?

—¿Qué?

Xavier puso una cara como si ya se hubiera arrepentido de haberla llamado.

—Tengo noticias.

—Ya lo vemos.

—Grandes noticias —insistió Molly—. Noticias de las que cambian la vida.

—Venga —reí—. Dínoslo.

Molly levantó la mano con un gesto gracioso y la colocó abierta encima de la mesa con expresión decidida. Hubiera sido imposible no ver el brillante anillo de compromiso en su dedo anular. Me quedé boquiabierta, y ella me dirigió una gran sonrisa.

—Saludad a la futura señora Wade Harper.

—Oh, Señor… —Xavier no sabía qué decir.

—Sí, ¿verdad? —exclamó Molly, abrazándome—. ¿No es fabuloso?

—Bueno…, sí —respondí, procurando mostrar entusiasmo—. Pero ¿estás segura de que estás preparada? Solamente tienes dieciocho años.

—Tú también, y te has casado con Xavier —protestó Molly.

—Sí, pero yo… Eso fue… Supongo que tienes razón.

No sabía cómo decirle que Xavier y yo éramos distintos sin parecer engreída. Pero era cierto, nosotros estábamos en una situación muy distinta. Habíamos vivido muchas cosas juntos, nuestra relación había sido puesta a prueba a fondo. No habíamos tomado ninguna decisión precipitada. Me sentí mal al pensarlo, pero ese súbito compromiso de Molly me parecía el equivalente a un matrimonio en las Vegas durante una borrachera. ¿De verdad sabían en lo que se estaban metiendo?

—Molly… —empezó a decir Xavier, inclinándose hacia delante y hablando con tono de hermano mayor—, ¿estás segura de que te lo has pensado bien? ¿De verdad conoces a Wade tanto?

—Hablas como mi padre —replicó Molly.

—¿Se lo has contado?

—No, pero apuesto a que esto es lo que él diría. Se supone que los padres critican, y se supone que los «amigos» se alegran por una.

Molly nos miró a los dos con enojo. Estaba claro que nuestra reacción la había decepcionado.

—¡Nos alegramos por ti! —dije, mirando a Xavier—. Es solo que nos ha pillado por sorpresa, eso es todo.

La expresión en el rostro de Molly se suavizó.

—Bueno, Wade también me sorprendió a mí. —Se enrolló un mechón de pelo en el dedo, como si fuera una niña—. ¡Va a ser tan romántico! Ya veréis. Wade y yo vamos a ser tan felices como vosotros.

No le dije que nuestra felicidad tenía un precio. Desde fuera podía parecer que éramos un pareja perfecta y enamorada, pero yo había ido al Infierno y había regresado luchando, literalmente, por el derecho a estar con él. Eso era amor. Eso era el matrimonio. Y no estaba segura de que Molly estuviera en esa situación.

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