Heaven

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18. Cosas que van mal

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Cosas que van mal

Gabriel frunció el ceño: parecía perdido en sus propios pensamientos. Me di cuenta de que sabía algo de nuestra situación que no nos estaba contando.

—Vayamos arriba —dijo, de repente—. Tenemos que hablar.

Yo negué con la cabeza, firme.

—No voy a dejar a Xavier.

—Estará bien.

—¿Te parece que está bien? —pregunté, sin podérmelo creer.

—No he dicho que esté bien; he dicho que estará bien aquí abajo un rato. Bueno, ¿vienes o no?

Decidí mantenerme firme.

—No —dije, tozuda—. Tú e Ivy sabéis lo que hacéis. No me necesitáis.

Gabriel soltó un profundo suspiro. Sabía que estaba cansado y que le estaba agotando la paciencia.

—¿Y qué esperas conseguir exactamente al quedarte aquí abajo?

Me encogí de hombros.

—Todavía no lo sé —dije con sequedad—. Subiré dentro de un momento. Pero me gustaría estar unos minutos a solas con Xavier, si te parece bien.

—Está claro que no me parece bien —repuso Gabriel con irritación—. ¿Te has vuelto loca?

—¿No te parece que ya deberías dejar de decirme lo que debo hacer?

—Solo se preocupa por ti —dijo Ivy—. Ahora mismo no puedes ayudar a Xavier, y seguramente será mejor que no te quedes a solas con él.

—¡Está encadenado! —exclamé—. ¿Qué podría hacerme en esas condiciones?

—Bethany, no es momento de discutir. Xavier necesita que trabajemos juntos. Cuanto más tiempo desperdiciemos, más tiempo permanecerá esa cosa dentro de él. Bueno, ¿vas a ayudarnos o no?

A diferencia de Gabriel, que todavía tenía que aprender un poco de tacto, a pesar de que llevaba siglos tratando con seres humanos, Ivy siempre sabía lo que debía decir. Los seguí escaleras arriba, un poco a regañadientes, y eché un último vistazo a Xavier para asegurarme de que estaba bien. No se había movido, y todavía observaba el techo sin parpadear. Al llegar arriba de las escaleras, me detuve.

—¿Y si sucede algo?

—Te prometo que lo oiremos.

—De acuerdo —rezongué—. Pero terminemos pronto.

Pero no terminamos pronto. Debería haber conocido lo suficiente a mis hermanos para saber que no tomarían ninguna decisión rápida. Cuando se encontraban ante una situación delicada actuaban como si caminaran sobre una cuerda floja. La vida de los seres humanos era frágil, y los demonios eran muy destructivos. Un solo error podría hacer que lo perdiéramos todo. En la cocina, permanecí de pie intentando controlar mi frustración mientras observaba a Ivy, que iba de un lado a otro preparando alguna especie de infusión. Mi hermana cogía lentamente las hojitas y las mezclaba en agua caliente. Gabriel también estaba removiendo cosas en los armarios: sacaba potes de sal y los alineaba encima de la mesa. Los dos se comportaban como si fueran excéntricos curanderos en lugar de ángeles suficientemente poderosos para arrancar a ese demonio de Xavier en cuanto lo decidieran.

—Eso lo va a matar, ¿lo sabes? —dijo Gabriel, leyéndome los pensamientos—. Si intentamos arrancárselo. No sobrevivirá al dolor. Primero tenemos que debilitarlo.

—De acuerdo —asentí, tensa.

No podía discutir eso. Estaba pendiente de percibir algún ruido que pudiera provenir del sótano, pero solamente se oía la respiración de Xavier, que en esos momentos parecía más rítmica. Deseé que eso significara que se había dormido a causa del agotamiento. Me destrozaba saber que se encontraba en esa situación, encadenado en el sótano, atrapado dentro de su propio cuerpo. Sabía que no podía precipitar las cosas, pero tampoco disponíamos de todo el tiempo del mundo. Ni Gabriel ni Ivy comprendían el amor humano, así que no entendían mi urgencia. No comprendían que era mi esposo el que estaba ahí abajo, completamente destrozado por dentro.

—Creo que necesitaremos refuerzos —dijo Gabriel con expresión pensativa.

Lo dijo con ligereza, como si hablara de lo que íbamos a cenar esa noche.

—Estoy de acuerdo —repuso Ivy, pero ella parecía menos cómoda ante esa idea.

—¿No sois tan poderosos? ¿Es que no podéis manejar esto?

—En condiciones normales, sí. Pero esto es distinto.

—¿Por qué? —pregunté.

Gabriel me miró con impaciencia.

—Creo que sabes por qué.

—¿Quiere decir que es porque se trata de él?

Por algún motivo, no era capaz de pronunciar su nombre. Quizá todo lo que su nombre evocaba era tan desagradable que no me atrevía a pronunciarlo en voz alta. Quizá también tenía miedo de que, si reconocía su presencia, todos los miedos que me había esforzado por borrar volverían en grandes oleadas. En parte, continuaba aferrada a la infantil creencia de que si el demonio no tenía nombre, era posible creer que solamente existía en la imaginación. Fuera cual fuera la razón, lo único que sabía era que tenía que estar al lado de Xavier. Pero el hecho de que la persona a quien yo más amaba y la cosa que más detestaba se encontraran en el mismo cuerpo me resultaba imposible de soportar. ¿Qué emoción se suponía que debía sentir? ¿Amor u odio?

Gabe tardó un rato en contestarme, como si tuviera que escoger bien las palabras.

—Porque no nos podemos permitir fallar.

—¿Eso qué significa?

—Significa que si fallamos, quizá Xavier no regrese vivo.

Esas palabras me provocaron un cortocircuito en el cerebro; pareció que el mundo se oscurecía un instante. Pero conseguí recuperarme.

—¿Por qué habríais de fallar? Exorcizar un demonio…, eso es lo que hacéis. Es lo que sabéis hacer, ¿verdad?

—Sí —contestó Gabriel, no muy seguro—. Pero lo hacemos gracias al poder que recibimos de arriba.

De repente, lo vi claro.

—Ah, ya lo comprendo —dije, apretando los puños—. A causa de los últimos sucesos, ya no estáis seguros de tener apoyo corporativo.

—Es una manera de decirlo.

—Así que el Cielo no está de nuestra parte. Eso nos deja en una posición muy vulnerable.

—No estamos seguros —intervino Ivy—. Todavía es posible que encontremos aliados.

—Suponiendo que quede alguno —dije en voz baja, y mi hermana arqueó un ceja.

—No pienses de esa forma.

—Somos proscritos. —Tuve que esforzarme por no chillar—. ¡Nadie va a venir a ayudarnos! ¿Por qué querrían hacerlo?

—Porque todos formamos parte de la misma familia.

—Estamos jodidos —farfullé.

—¿Es que ya no te queda fe? —preguntó mi hermano, sorprendido.

—¿Cómo es posible que me quede fe, si parece que Dios nos ha abandonado?

—Ahora es cuando más necesitas tener fe —insistió Gabriel—. No cuando todo va como tú quieres, no cuando tienes muchas cosas que agradecer, sino cuando la oscuridad te rodea. Él siempre está ahí, siempre está observando, y de una forma u otra, te llevará al buen camino.

A veces detestaba que mi hermano fuera tan sabio. Todo lo que decía tenía sentido, y yo sabía que tenía razón, pero la tormenta todavía no había pasado. Debería tener fe, pero estaba muy cansada y me había dado cuenta de que ni siquiera los ángeles eran infalibles. Pero extrañamente, y a pesar de todo, en lo más hondo de mí, más allá de toda la preocupación, el dolor y la rabia, me pareció sentir que una mano me reconfortaba, como un susurro a mis espaldas que me animaba a seguir hacia delante y que me aseguraba que no estaba sola.

Mi atención continuaba dirigiéndose hacia la puerta del sótano. Ivy se dio cuenta de que la miraba de soslayo continuamente. Al final, se apiadó de mí:

—Bethany no nos va a servir de ayuda hasta que vaya a ver cómo está Xavier.

Gabriel asintió con la cabeza, comprensivo. Les di las gracias y me dirigí hacia el sótano; intenté no salir corriendo.

—Cinco minutos —dijo mi hermano a mis espaldas—. Asegúrate de no cerrar la puerta. Y, diga lo que te diga, no lo desates.

—De acuerdo —repuse.

—¡Espera! —llamó Ivy, y me dio una taza llena de algo que emitía un fuerte olor—. Intenta que se tome esto.

—¿Qué es?

—Infusión de mandrágora.

—No huele muy bien. ¿Para qué es?

—Espero que esto lo tumbe durante un rato. Así no tendremos que pasar la noche despiertos. Y veremos las cosas más claras por la mañana.

—Quizás —asentí.

—Y para entonces tal vez ya sepamos si tendremos ayuda. —Ivy se esforzó por mostrarse animada—. Después de ver a Xavier, deberías ir a dormir un poco. Tienes cara de agotada.

—Buena idea. —Sonreí sin ganas, pues sabía muy bien que había pocas posibilidades de que pudiera dormir—. Iré directamente arriba. Me aseguraré de que Xavier está bien y luego me iré a la cama.

Estaba dispuesta a asentir a todo lo que Ivy y Gabriel me propusieran con la condición de que pudiera pasar un rato con Xavier.

Bajé al sótano. Lo encontré descamisado, herido y atado a una cama; me costó no desmoronarme al verlo de esa manera. Aunque su cuerpo era musculoso y fuerte, nunca lo había visto tan vulnerable como en ese momento. Se le veía el agotamiento en la cara, tenía los labios agrietados y ya empezaba a aparecerle una ligera barba. Pero lo peor era su expresión vacía. Sabía que debía de resultarle enloquecedor ser consciente de lo que le estaba ocurriendo y no poder hacer nada al respecto. Xavier nunca escapaba de un desafío, siempre elegía enfrentarse a sus enemigos en lugar de huir de ellos. Pero ¿cómo se podía luchar contra un enemigo que vivía dentro de uno mismo?

Le llevé la infusión caliente y la dejé con cuidado encima del viejo tocadiscos que había al lado de la cama, para que se enfriara. Luego fui hasta la desvencijada cocina y mojé con agua una toalla que Ivy había dejado para lavarle los arañazos que tenía en la cara.

Al sentir el contacto de mi mano, Xavier abrió los ojos. Al principio pareció aliviado al verme, pero luego recuperó el recuerdo de lo sucedido en las últimas horas y una expresión de horror oscureció su expresión.

—Beth —dijo, casi atragantándose—. ¡Lo siento tanto!

—Xavier, ¿qué sucede?

—Le puse una mano en la frente por pura costumbre.

—¡Esas cosas terribles que he dicho! ¡No quería decirlas…, ninguna de ellas!

Era difícil creer que de verdad era con él con quien estaba hablando. No sabía de cuánto tiempo disponía antes de que la oscuridad apareciera de nuevo. Me daba cuenta de que Xavier hacía un gran esfuerzo para luchar contra eso: estaba sudando y apretaba los dientes. Era increíble que hubiera vencido en esa batalla: uno no podía simplemente empujar a Lucifer a un lado como si tal cosa. Debía de ser más fuerte de lo que imaginábamos. Pero no podía perder el tiempo asombrándome por eso.

Le puse un dedo en los labios para hacer que se callara.

—No pasa nada. No eras tú. No pienses en eso. Toma… —Le acerqué la taza de infusión a los labios; sabía que al cabo de pocos minutos, quizás incluso segundos, la abyecta criatura que había dentro de él resurgiría y volveríamos a estar perdidos—. Tienes que beber esto, te ayudará.

Xavier levantó la cabeza, obediente, y dio unos cuantos sorbos. Inmediatamente, hizo una mueca de desagrado.

—Lo siento —dije—. ¿Sabe tan mal como huele?

—Sí.

En ese momento, las voces de mis hermanos, que deliberaban en la cocina, llegaron hasta nosotros.

—¿Qué están haciendo? —preguntó Xavier con voz entrecortada.

Le debía resultar extraño que mis hermanos no estuvieran allí, encargándose de la situación con su autoridad habitual.

—Están intentando resolver las cosas. —Le di un apretón tranquilizador en la mano—. Lo solucionarán, te lo prometo. Tú solo tienes que resistir durante la noche.

Xavier apretó los ojos con fuerza y soltó un gemido de dolor, como si algo invisible se retorciera en su interior y luchara por recuperar el control.

—¿Durante la noche? —repitió. Me di cuenta de que había pánico en el tono de su voz—. ¿Por qué tenemos que esperar? ¿No pueden hacer algo ahora?

—Están trabajando en ello, Xav —susurré, intentando encontrar algo más que decir que le resultara tranquilizador—. No hará falta mucho más tiempo.

Deseé que mis palabras lo consolaran un poco, pero Xavier apartó la cara.

—Deberías irte. No quiero que me veas así.

—No pienso ir a ninguna parte —insistí, acercándome más a él, como para demostrárselo—. De eso va el matrimonio: en lo bueno, lo feo y lo malo.

—Creo que esto va a ser demasiado malo —repuso Xavier con una expresión de dolor en el rostro.

—No me importa, así que deja de discutir —dije, decidida.

—Beth… —Sus dedos apretaron mi mano con fuerza—. No sé de cuánto tiempo dispongo antes de que…, de que vuelva. No puedo detenerlo. Es como si alguien apretara un interruptor en mi cerebro y yo perdiera el control.

Me incliné sobre él hasta que mi nariz tocó la suya.

—Nadie puede controlarte a ti, Xavier. Eres demasiado fuerte.

—¿Y si no lo soy? —susurró.

—Sé que lo eres. ¿Quieres que te diga por qué lo sé?

Él me miró a los ojos, y en su mirada vi aparecer el primer brillo de esperanza desde que lo habíamos llevado hasta allí.

—¿Por qué?

—Porque ahora eres tú quien está hablando conmigo. ¿Sabes lo difícil que es eso? ¿Lo inimaginable que es? Pero has conseguido vencerlo, y eso es mucho más de lo que nadie podría esperar. Tienes fuerza suficiente para luchar: solamente tienes que creer que puedes. ¿Lo harás por mí?

Xavier sonrió con expresión triste.

—Lo intentaré, Beth.

—Eso está mejor.

—Pero quiero que hagas una cosa por mí. —Los ojos de Xavier parecían más brillantes que de costumbre. ¿Estaba a punto de llorar?—. Si las cosas no salen como esperamos…

El resto de la frase murió en sus labios.

—¿De qué se trata, Xavier? —pregunté, a pesar de que ya sabía lo que quería decirme, y la emoción que me embargaba era casi imposible de soportar.

—¿Me prometes que no te vas a enfadar?

—Mmmm —solté, sin atreverme a decir nada.

—Sé que Ivy y Gabriel van a hacer todo lo que esté en sus manos, pero si no consiguen ayudarme…

—Lo conseguirán, Xavier —insistí—. Claro que lo conseguirán.

Pero él casi no me oía, estaba demasiado concentrado en lo que me quería decir.

—Hay algo mortífero dentro de mí, Beth. Voy a luchar con todas mis fuerzas, pero, si no gano, tienes que prometerme que me encerrarás, que me mantendrás en algún lugar donde no pueda hacer daño a nadie.

—No habrá necesidad de eso.

—Pero, si es así…, prefiero morir.

—No digas eso. —Se me ahogaba la voz, pero él insistió, decidido a terminar.

—Tienes que dejarme morir.

—¡No lo haré! —grité.

—Si se trata de elegir entre mi vida y la de otra persona, tienes que dejarme ir, Beth. No quiero tener más muertes sobre mi conciencia. No podría vivir con eso.

—Prometo que no permitiré que le hagas daño a nadie —repuse—. Eso es lo máximo que puedo hacer. Por favor, no me pidas más.

—De acuerdo —murmuró Xavier. Parecía que estaba a punto de perder la conciencia—. Nos veremos de nuevo. No me olvides.

—¿Qué? —pregunté.

Pero Xavier ya se había dormido. Estaba claro que el brebaje de Ivy era una poción potente.

—No te olvidaré —susurré, acariciándole la sien con los labios—. Me sería más fácil olvidarme de mí misma.

Fui arriba para coger un edredón, que me eché sobre los hombros, y me instalé en una vieja y destartalada silla del sótano para vigilarlo. Ivy y Gabriel no intentaron impedírmelo esta vez: seguramente las lágrimas que me bajaban por las mejillas debían de ser una clara señal de que debían dejarme sola. En la oscuridad dormí de forma interrumpida, despertándome continuamente con cualquier sonido o cualquier aparente movimiento. Cada vez que abría los ojos me parecía que algo se había transformado en Xavier: sus mejillas parecían más hundidas y su boca tenía una expresión adusta que me era desconocida. Pero me dije que se trataba de un efecto visual producido por la penumbra.

Supe que se acercaba el amanecer al oír el canto de un gallo procedente de un patio de los alrededores. El gallo también despertó a Xavier y, en cuanto abrió los ojos, me miró. Sus ojos todavía eran brillantes y azules, pero no eran los suyos. Cuando habló, su voz era tan gutural y distinta de la suya que di un respingo de sorpresa.

—Un magnífico cuerpo.

—¿Qué?

No estaba segura de haberlo oído bien, así que me incliné un poco hacia delante.

—Este —repuso, bajando la cabeza y mirando su cuerpo—. Casi es una pena arruinarlo.

—Eres… —empecé a decir, en un súbito ataque de rabia.

Pero todas las cosas que quería decirle, gritarle, se me quedaron atragantadas y no pude pronunciar palabra. Sabía que Xavier se había ido y que ahora otro inquilino ocupaba su cuerpo, y que este alardeaba de sus nuevas estancias.

—¿Es que se te ha comido la lengua el gato? —Sonrió y jugueteó con las cadenas que lo ataban a la cama como si no fueran más que juguetes. Hablaba con voz gutural y pronunciaba descuidadamente—. Me alegro de que nos volvamos a ver, angelito. Te ha ido bien. Se está cómodo aquí. En realidad, me gusta tanto que creo que me quedaré.

—No te quedarás —afirmé, y el tono de tranquilidad con que hablé me sorprendió incluso a mí misma.

—¿De verdad? ¿Por qué estás tan segura?

—Puedes intentarlo, pero no ganarás —dije—. A nosotros no nos ganarás.

—Eso depende de lo que entiendas por ganar. —Su tono se hizo incluso más grave y expresaba mayor desprecio—. Estoy aquí, ¿no es así?

—No por mucho tiempo —repliqué, encogiéndome de hombros.

Pero mi actitud de desafío no lo impresionaba. Supuse que el diablo no se dejaba impresionar fácilmente.

—Te sorprendería saber lo tenaz que puedo ser.

—Gabriel es un arcángel muy poderoso —dije—. Pronto se encargará de ti. Será mejor que abandones ahora, porque, si no, no tendrás salida.

—«Mi hermano se encargará de ti. Tenemos que ayudar al pobre Xavier porque yo lo amo taaaaanto». —El tono helado de su voz y su risa amarga me golpearon como un latigazo—. Oh, Bethany, querida, tu inocencia es adorable. Ahora sí que tengo alguna oportunidad. ¿Sabes por qué? Porque no pienso moverme, y mientras esté aquí, tu querido chico está a mi merced. Y te aconsejo que no intentéis expulsarme. Puedo hacer mucho daño desde dentro…, en sentido literal.

En ese momento vi que la cabeza de Xavier se movía de un lado a otro, como si estuviera intentando despertar de una pesadilla. Tenía los ojos abiertos, pero no estaban enfocados en nada.

—¿Ves a qué me refiero?

—¡Xavier! —grité, alargando las manos hacia su pecho.

—Lo siento, ahora Xavier no está en casa. ¿Quieres que le dé algún mensaje?

Lucifer rio de su propio chiste.

—No puede oírme —dije, casi sin respiración.

—Oh, sí puede oírte —contestó Lucifer, alegre—. Es solo que no puede responder. Recuerda que sigue siendo su cuerpo. Él lo siente todo… agudamente.

Miré el rostro de Xavier en busca de una señal de reconocimiento, pero no encontré ninguna.

—¿Qué le vas a hacer? —pregunté.

—Solo tiraré de algunos hilos.

Apreté los puños. No existían palabras para expresar la profundidad del odio que sentía hacia él, pero sabía que no le haría ningún favor a Xavier si lo expresaba. Tenía que ser lista.

—Sé que estás enfadado conmigo —dije en tono de súplica—. Así que descarga tu ira contra mí. Véngate en mí. No le hagas esto a él. No es culpa suya.

—Oh, querida y dulce niña —se burló Lucifer—. Me estoy vengando de ti. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que esta? ¿Qué mejor manera que obligarte a presenciar la muerte de aquel a quien más amas… y de esta manera tan lenta y dolorosa? —Meneando la cabeza, añadió—: Es casi demasiado cruel.

—No lo hagas —amenacé—. ¡Sal de él, déjalo en paz!

Su mirada se posó en mi anillo de matrimonio.

—Oh, vaya, ¿qué tenemos aquí? ¿Es que vas a ser una viuda, angelito? Qué trágico, perder a tu joven marido tan poco tiempo después del gran día.

—Si le matas, mi hermano te perseguirá —dije—. Lo haremos todos. Puedes estar seguro.

Lucifer me ignoró, y continuó con su propio hilo de conversación.

—Parece que la vida de casada te sienta bien. Has perdido ese aspecto de conejito asustado. Te estás convirtiendo en una mujer joven y bonita.

Me miró con detenimiento y, aunque se trataba del rostro de Xavier, su expresión era tan babosa que me hizo estremecer.

—¿Sabes una cosa? —dije de repente, sentándome en la cama, a su lado. Lucifer arqueó una ceja—. Hace unos minutos pensaba en lo mucho que te odio, pero ahora no creo que sea odio lo que siento…; es pena.

—Qué magnánimo por tu parte, pero de quien deberías tener pena es de ti misma. Ha sido un camino duro, ¿verdad? El elegir amar a un ser mortal. Tu amiguito ya ha muerto una vez, tu hermano y tu hermana están resentidos contigo, y papi ha lanzado a sus monos adiestrados contra ti.

—Mi padre no tiene nada que ver con eso —repliqué con enojo—. No te atrevas a meterle en esto.

—Piensa lo que quieras. —Lucifer se encogió de hombros—. Pero yo creía que él lo sabía todo… ¿No se supone que es omnipotente y todo ese rollo?

—Tiene muchas cosas de que ocuparse —dije, gruñendo—. Por ejemplo, arreglar los desastres que tú y tus sabandijas provocáis en todo el planeta.

—¿No es curioso como funciona todo? —Lucifer me sonrió—. Qué pena que ahora estés en la lista negra de papi.

—Tú no lo comprendes en absoluto, ¿verdad? —pregunté de repente—. El amor de Dios y su piedad son grandes. Solo porque te expulsara, eso no significa que nos abandone a todos. Se trata de eso, en el fondo, ¿verdad? Eres como un niñito que se siente abandonado por su papá.

Lucifer me miró con ojos helados un instante sin decir nada.

—No hables de lo que no sabes —dijo en tono amenazador.

—Sé más cosas de las que crees —repliqué—. Y sé que tú no siempre fuiste así, ¿no es cierto?

—¿Perdona?

—Todos conocemos la historia. Tú eras una de las estrellas más brillantes del Cielo. Nuestro padre te amaba y tenía grandes planes para ti. Pero tú lo fastidiaste todo. Y le culpas a él por ello. Pero fuiste tú quien cometió los errores.

Lucifer me enseñó los dientes, gruñendo.

—Deberías callar ahora que puedes, niñita. No creo que me quieras ver enfadado.

—¿Nunca has deseado haber hecho las cosas de otra manera? —insistí—. Apuesto a que sí, cada día. Seguro que un día supiste lo que era el amor.

—Y seguro que tú quieres saber qué le sucede a un joven miembro de una fraternidad cuando sufre una hemorragia interna.

—¡No! —chillé—. ¡Lo siento! ¡No le hagas daño!

Lucifer, que había tensado todo el cuerpo y que se inclinaba hacia delante todo lo que las cadenas le permitían, volvió a recostarse. Parecía respirar con mayor dificultad. Era evidente que algo de lo que le había dicho lo había afectado, aunque fuera un poco.

—Tenemos más cosas en común de lo que crees —me dijo al final, pasándose la lengua por los labios agrietados.

—Lo dudo mucho —negué.

—¿No te parece que tienes el defecto del orgullo? —preguntó—. Yo no veo que estés acatando la voluntad del Cielo.

Ese comentario me pilló por sorpresa, y sentí que las mejillas se me ruborizaban. Deseé que la penumbra le impidiera verlo.

—Oh, sí —continuó Lucifer—. Yo sé muchísimas cosas de ti, más de las que piensas.

—Tú no sabes nada de mí.

—Sé que nunca había visto que alguien tan pequeño e inofensivo se ganara tantos enemigos.

—¿Por qué desperdicias el tiempo con nosotros? —exclamé—. No valemos la pena; aquí no tienes nada que ganar.

—No creo que divertirme como me estoy divirtiendo sea una pérdida de tiempo.

—¿Qué es lo que quieres? —Me incliné sobre él, exigiéndole una respuesta.

—Formar parte de la familia —contestó con expresión inocente.

—Sé que tienes un propósito —insistí—. Y no se trata solamente de destrozar mi vida. Pero créeme: no lo conseguirás. Nunca te lo permitiré. —Observé el rostro de Xavier con detenimiento, recordando cómo era antes—. Te has equivocado al elegir a tu víctima. No hay nada que yo no haría por Xavier.

—Entonces será interesante ver cómo se desarrolla todo esto. —Lucifer sonrió, complacido—. Pienso quedarme para verlo hasta el final, hasta el amargo final.

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