Heaven

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19. Viejas heridas

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Viejas heridas

Justo cuando Lucifer dejó de hablar, se oyó un gran estruendo. La lavadora-secadora empezó a temblar de forma tan violenta que saltaba sobre el suelo de cemento. Miré a mi alrededor, inquieta, pues sabía que el aparato no estaba encendido. Las paredes retumbaron con el sonido de mil pies corriendo, y en el viejo tocadiscos sonó una distorsionada canción. La habitación se llenó de un ruido atronador. Finalmente, la desnuda bombilla que colgaba del techo siseó y se apagó, y nos dejó en una oscuridad absoluta.

Me tapé los oídos y cerré los ojos, pero me negué a moverme. Lucifer podía utilizar todos los trucos de su manual, pero no conseguiría apartarme de Xavier. Permanecí tiesa en la silla; las piernas me pesaban como el plomo y sentía la cabeza embotada por todo ese escándalo que amenazaba con volverme loca. De repente, todo paró y, cuando abrí los ojos, supe por qué: Gabriel e Ivy estaban de pie, arriba, en las escaleras, y su presencia había cambiado el ambiente por completo. Mis hermanos podían disipar la más profunda oscuridad con el brillo de sus auras.

Al verlos, mi ánimo mejoró al instante. Habían descansado y se habían duchado, y ahora parecían ser más ellos mismos, formidables y dispuestos a enfrentarse a todo. No sabía si habían escogido deliberadamente la ropa que llevaban, pero los dos vestían de un blanco resplandeciente. Ivy llevaba un vestido ajustado a la cintura y unas botas camperas; Gabriel se había puesto una camisa blanca con sus habituales pantalones vaqueros.

Los dos bajaron las escaleras despacio, como si siguieran unas instrucciones que solo ellos podían oír.

—¿Cuánto hace que estás aquí abajo? —preguntó Gabriel con tono distendido. Su voz no expresaba el más mínimo reproche, como si hubiera estado seguro de que me encontraría ahí.

—Unas cuantas horas —dije, sin concretar.

—¿Has dormido un poco?

—No mucho —admití.

—¿Por qué no subes arriba? —sugirió, con una amabilidad que me sorprendió—. Nosotros te relevamos a partir de ahora.

Quería subir, correr hacia arriba y enterrar la cabeza bajo una almohada con la esperanza de que, al despertar, todo se hubiera arreglado. Pero no podía irme. Se lo había prometido a Xavier y me lo había prometido a mí misma. Además, si Lucifer pensaba quedarse hasta el final, yo también lo haría. Estaba agotada y con los nervios destrozados, pero nada podría convencerme de que me fuera…, no hasta que Xavier estuviera a salvo. Entonces me di cuenta de que mis hermanos habían llegado solos. ¿Los ángeles se habían negado a acudir en nuestra ayuda?

—Primero vamos a intentarlo por nuestros propios medios —dijo Ivy.

Meneé la cabeza, pues pensé que ella había penetrado en mis pensamientos. Pero no lo había hecho: simplemente era mi hermana, y se daba cuenta de lo que me pasaba solo con verme. Gabriel estaba demasiado concentrado en la tarea que tenía entre manos para prestarme mucha atención. Me miró un instante como diciendo: «Si debes quedarte, estate callada». Asentí con la cabeza para que supiera que aceptaba sus condiciones.

Al ver que mis hermanos se aproximaban, Xavier se puso rígido. Mantenía los ojos apartados, sin querer reconocer su presencia. Entonces Ivy y Gabriel pasaron las manos por encima de él cubriéndolo de una fuerte luz amarilla. Xavier se removió con inquietud al principio, pero, al cabo de unos momentos, empezó a retorcerse de forma muy violenta, intentando soltarse de las cadenas que lo sujetaban.

Ivy llenó un cubo de plástico gris con agua del fregadero y lo colocó a los pies de Gabriel. Mi hermano empezó a recitar una oración de renovación mientras bendecía el agua y la santificaba con sus palabras. Xavier parecía estar cada vez más alarmado. Ivy cogió el cubo con ambas manos y se acercó a él, que la miraba como si llevara un arma letal. Pero Ivy no se dejó intimidar, ni siquiera cuando él le enseñó los dientes y rugió como una fiera. Ivy empezó a salpicarle el agua en el pecho desnudo; por el ruido que hacían, las gotas parecían caer sobre fuego en lugar de sobre su blanca piel. Xavier aullaba de dolor de forma tan insoportable que corrí hacia él para ayudarle. Pero Ivy me lo impidió.

—No le hace daño —me dijo con firmeza.

—¡Sí se lo hace!

—Forma parte del ritual de limpieza.

Gabriel me lanzó una botella de agua y bebí la mitad sin siquiera detenerme para respirar. Tenía que tranquilizarme para poder presenciar eso. Al cabo de un momento, el sótano retumbó con una risa enloquecida y la expresión de sufrimiento desapareció del rostro de Xavier. Ahora sonreía de oreja a oreja.

—¿De verdad? —preguntó entre profundas carcajadas—. ¿Agua sagrada? ¿Sobre mí? ¿Qué es esto, una película de serie B?

—¡Estaba mintiendo! —grité, olvidando mi promesa de permanecer callada—. ¡No sentía nada en absoluto!

—Ríete si quieres —dijo Gabriel con calma—. Pero solamente acabamos de comenzar.

De repente, y como si fuera una venganza, en la pared detrás de la cabeza de Xavier apareció la sombra de una serpiente. La serpiente empezó a realizar una macabra danza por toda la habitación, enroscándose alrededor de la cama, deslizándose hasta el suelo y entrando y saliendo de la rejilla de ventilación, lo que provocó que la estancia se llenara de polvo. Finalmente, la serpiente se quedó quieta a mis pies, formando un ovillo como de una oscura neblina alrededor de mis tobillos. Cada vez que intentaba alejarla de una patada, se dispersaba unos segundos para volver a cobrar forma de inmediato. Parecía estar dando un mensaje muy claro: «No puedes atraparme».

Mis hermanos permanecían impasibles. Ivy encendió varias velas y las distribuyó por el suelo de cemento formando un triángulo que proyectaba su sombra a lo largo de toda la habitación. De repente, una brisa procedente de la nada las apagó, y mi hermana, sin esperar, las volvió a encender con un movimiento del índice. Esto se repitió unas cuantas veces, como un aburrido juego de fuerzas. Al final la brisa cesó y las velas continuaron encendidas. Ivy sonreía ligeramente. ¿Había conseguido una pequeña victoria? ¿O quizá Lucifer ya se había aburrido y quería ver qué otro truco nos sacábamos de la manga? Yo no lo sabía; de lo único de lo que estaba segura era de que eso iba a tardar demasiado. Ya sabía que sería una batalla larga, pero empezaba a perder la paciencia.

Finalmente, Gabriel se acercó a la cama y tamborileó con los dedos sobre los pies de la cama.

—¿Quién eres? Dinos tu nombre —ordenó.

—Ella lo sabe —repuso Xavier, haciendo un gesto con la cabeza en mi dirección—. ¿Por qué no se lo preguntas?

—Porque te lo pregunto a ti —contestó Gabriel.

No cabía ninguna duda de qué demonio era el que había poseído el cuerpo de Xavier, pero conseguir que él admitiera su identidad era una parte vital del exorcismo. Yo sabía que no podía empezar hasta que eso sucediera.

—¿Quién eres? —insistió.

De repente, se abrieron las puertas de los armarios que se encontraban al otro extremo del sótano, y un montón de objetos —destornilladores, martillos y cajas de clavos— salieron volando hacia nosotros. Tuve que agacharme y cubrirme la cabeza con las manos para evitar los golpes y, al hacerlo, vi que uno de los martillos iba directamente hacia la cabeza de Gabriel. Pero el martillo, aunque impactó contra su hombro, rebotó como si hubiera golpeado algo de goma y cayó el suelo sin hacerle daño. Gabriel se acercó hasta la cama y cogió a Xavier por la barbilla obligándolo a volver la cara hacia él, pero Xavier se negaba a mirarlo a los ojos.

—Dinos tu nombre —repitió Gabriel con un tono de mayor autoridad.

Una voz infrahumana, que no se parecía en nada a la amable voz de Xavier, respondió:

—No juegues conmigo, arcángel. Tú sabes quién soy. Mira en el interior y me encontrarás.

—Tu nombre —repitió Gabriel, y la criatura empezó a tararear una canción con actitud irreverente—. Quizá no me respondes porque me tienes miedo.

Si eso había sido una provocación calculada, funcionó. La expresión del rostro de Xavier pasó de la burla a la superioridad. Finalmente, clavó sus ojos azules en los de Gabriel.

—Tengo muchos nombres, pero has de saber que soy tu adversario, aquel a quien tú ayudaste a caer en el abismo.

Esa no era una información nueva, pero, a pesar de ello, me puso la piel de gallina. Entonces Ivy habló por primera vez, y lo hizo con su voz de serafín, sin rastro de su dulzura habitual.

—¿Qué asunto te ha traído aquí?

—Estoy poniendo mis cosas en orden —respondió misteriosamente la criatura.

—Habla claro —ordenó Ivy.

—De acuerdo. —La cabeza de Xavier giró en un grado poco natural para mirarla—. Estoy aquí por venganza. ¿Crees que permitiría que mi pérdida no fuera compensada? ¿Cuál es la expresión que utilizan los humanos? Ah, sí, «hay que darle al diablo lo que le corresponde».

—No te debemos nada —replicó Gabriel.

—Tú mataste a mi hijo.

—Era un monstruo.

—Tanto hablar del amor de un padre… Precisamente tú deberías comprender cómo me siento —gruñó Lucifer—. Y, hablando de esto, ¿dónde están tus hermanos? ¿Te han abandonado en estos momentos de necesidad?… Oh, vaya.

Resultaba desconcertante oír su voz, que en esos instantes había adoptado un tono infantil. Gabriel suspiró.

—No te desquites conmigo por tu complejo de inferioridad. ¿De verdad esperabas que te defendiéramos?

Me sentí confundida por un momento, hasta que me di cuenta de que no estaban hablando del presente. Ambos habían retrocedido en el tiempo, hasta el principio, cuando todo empezó.

—Yo esperaba un poco de apoyo de mis hermanos —contestó Lucifer—. Pero estabais más que dispuestos a ver cómo me consumía en las llamas.

—Tú querías ser servido —repuso Gabriel con frialdad—. Y nosotros solamente servimos a un señor. Tú nunca comprendiste su soberanía.

—Él nunca debía haber favorecido a los hombres más que a nosotros —dijo Lucifer—. Los hombres, con sus tristes debilidades.

—Quizá por eso los eligió —afirmó Gabriel—. Porque, para ellos, cada día es una nueva lucha que nosotros no podemos comprender, porque ellos sufren más al escoger caminar a su lado. Además… —cruzó los brazos sobre el pecho—, no es cosa tuya cuestionar quién es merecedor de favor a ojos del Señor.

—Me preguntaba si el tiempo te habría cambiado —dijo Lucifer—. Pero veo que pretendes exhibir la misma estúpida superioridad moral de siempre, cantando sus alabanzas como un loco idiota.

—No gastes energías conmigo —repuso Gabriel—. Nada de lo que digas me causa ningún efecto. Solo estoy aquí para devolverte a las entrañas de la Tierra, donde pertenecen todas las cosas repugnantes.

—¡Inténtalo si te atreves! —replicó Lucifer, en tono venenoso.

Gabriel inhaló con fuerza y cerró los ojos.

—¡En nombre de todo lo que es sagrado, te ordeno que abandones este cuerpo!

El cuerpo de Xavier sufrió un breve espasmo, pero la risa gutural de Lucifer pareció durar una eternidad.

—¿Eso es todo lo que sabes hacer? Me temo que no va a funcionar, hermano. Todavía está en mi poder.

Observé el cuerpo de Xavier, que se retorcía de dolor y apretaba las mandíbulas. Un hilillo de sangre le salía por una de las comisuras de los labios: debía de haberse mordido la lengua. Yo deseaba con desesperación poder ayudarle, pues su cuerpo estaba pagando un precio terrible. El día anterior, Xavier había estado clínicamente muerto, y traerlo de vuelta otra vez había supuesto una gran batalla. ¿Cuánto más podría aguantar su cuerpo antes de abandonar del todo?

Sabía que debía permanecer callada y no meterme, pero las palabras salieron de mi boca sin que pudiera evitarlo.

—¡Siento lo que le sucedió a Jake! —exclamé. Gabriel me fulminó con la mirada, pero fingí no darme cuenta—. No fue culpa mía. No fue culpa de nadie, solamente suya. Ojalá las cosas hubieran salido de otra manera, yo quería ayudarle… Lo intenté, pero no pude. Siento que se haya marchado, pero no descargues tu ira en Xavier.

—¿Lo sientes? —preguntó con sarcasmo—. Bueno, supongo que eso mejora las cosas.

—Hacerle daño a Xavier no va a devolverte a tu hijo.

—Eso es cierto. —Hubo un largo silencio—. Solo tú puedes traerlo de vuelta.

—¿Perdón? —Estuve a punto de desmayarme de la conmoción.

—Él regresaría por ti —dijo la voz—, si lo llamas por su nombre.

—¿Qué…? —tartamudeé—. ¿Por qué tendría que hacerlo? ¿En qué ayudaría? Él continuaría estando muerto.

—No tuve oportunidad de despedirme de él. —Lucifer parecía casi sincero—. Quiero darle la oportunidad de saldar las cuentas, de que su alma pueda descansar.

—¿Qué alma? —rezongó Gabriel.

—Ni se te ocurra hacerlo, Bethany —advirtió mi hermana.

Xavier meneó la cabeza, como decepcionado.

—Su único crimen fue amarte, y tú le pagaste enviándolo a los brazos de la Muerte.

—¡No es eso lo que sucedió!

—Beth, no le escuches. Te está tendiendo una trampa. —Gabriel miró a Ivy con gran preocupación—. Deberíamos sacarla de aquí.

—¿Qué quieres decir con «saldar las cuentas»? —pregunté, sin hacer caso del nerviosismo que percibía en mis hermanos.

—Esta es mi propuesta —dijo Lucifer—: tú eres la única que tiene el vínculo suficiente para invocar a su espíritu. ¿Por qué no lo llamas y dejamos que él decida lo que es justo?

Su voz sonaba como una nana, me seducía y captaba mi atención. De alguna extraña forma, lo que decía tenía sentido. Quizás invocar a Jake era la única cosa que podía tranquilizar a Lucifer.

—Es la peor idea que he oído nunca —afirmó Gabriel—. ¿Es que crees que es estúpida?

Pero yo ya me estaba acercando a la cama.

—¿Quieres que dejemos que Jake decida si Xavier vive o muere?

—No —me corrigió Lucifer—. Todos sabemos cómo acabaría eso. Quiero que le des a Jake una cosa que él quiera…, y, a cambio, te devolveré a tu esposo.

Levanté la barbilla, desafiante.

—¿Y si lo que pide no es aceptable?

—Entonces serás libre de no acceder —repuso Lucifer como si fuera la cosa más sencilla del mundo—. Traigámoslo aquí y veamos qué tiene que decir.

Noté que Gabriel me cogía por el hombro. ¿Sabía lo que iba a suceder?

—No hagas locuras —me dijo al oído—. Confía en mí.

—Puedes confiar en él todo lo que quieras —insistió Lucifer—, pero él no ha conseguido devolverte a Xavier todavía. Yo soy el único que lo puede dejar libre.

Sabía que era una idea arriesgada, y en parte no podía creer que la estuviera siquiera considerando. Y no lo habría hecho si Gabriel e Ivy hubieran tenido la situación bajo control. Pero mis hermanos parecían indefensos al no tener una guía desde arriba. ¿Era posible que un trato con el diablo acabara bien? Pero, en realidad, no tenía otra alternativa. Me resultaba duro pensar en la posibilidad de hacer regresar a alguien a quien había apartado de mi vida con tanto esfuerzo. Jake Thorn me había atormentado, me había enloquecido, y casi me había matado. No quería volver a ver su cara mientras viviera. Pero, si no lo hacía, quizá nunca volvería a ver a Xavier. Y un acto desesperado era mejor que no hacer nada.

—Bethany…, por favor.

Gabriel casi me suplicaba, pero yo estaba hipnotizada por esos ojos azules que me eran tan familiares y tan extraños al mismo tiempo.

—Hazlo, Bethany. —La voz penetraba en mis oídos como un hilo de humo—. Escucha tu corazón. Llámalo. ¿Qué mal puede hacerte?

—Arakiel.

Pronuncié el nombre en un susurro casi inaudible, pero noté que esa palabra permanecía suspendida en el aire como si tuviera cuerpo. Supe que algo estaba a punto de suceder al ver el cambio en la expresión de Gabriel y la manera en que Ivy parecía prepararse para lo peor.

Fuera soplaba un viento tan fuerte que se oía incluso desde el sótano. De repente, se detuvo, y una nube de humo se filtró por la rejilla de ventilación. La nube llegó hasta el suelo y, allí, empezó a cobrar forma hasta que apareció la figura de Jake Thorn, como un fantasma. A pesar de que casi era posible ver a través de él, tenía el mismo aspecto que el día en que lo conocí: la misma piel pálida, los mismos pómulos marcados y los mismos ojos de gato, de un verde brillante que contrastaba con su oscuro cabello. También tenía los mismos labios bien dibujados, casi femeninos de tan rojos, y la misma nariz delgada. Iba vestido igual que el día que murió, con una camisa blanca y un frac. Su expresión también era conocida: una extraña mezcla de belleza y crueldad.

—Bethany —dijo, y su voz pareció de alguien mayor—. Me alegro de verte de nuevo.

La actitud despreocupada con que se había dirigido a mí me dejó pasmada. Resultaba difícil fingir que no me sentía sorprendida y aterrorizada por lo que estaba pasando: estaba hablando con el fantasma de un demonio muerto al que yo misma había ayudado a morir.

—¿Jack? ¿Eres tú de verdad? —dudé—. Eh…, ¿cómo te va?

—Bien, técnicamente estoy muerto. —Cruzó los brazos sobre el pecho y dirigió una amarga sonrisa a Gabriel—. Así que he estado mejor.

Lucifer, como hipnotizado, observaba el fantasma de Jake a través de los ojos de Xavier. Jake cruzó la habitación flotando hasta la cama y, al ver el estado de Xavier, arqueó una ceja.

—Ah, bien, papá está aquí.

—Arakiel, bienvenido.

—Debo decir —Jake señaló el cuerpo de Xavier con un gesto de la mano— que me gusta la idea que has tenido.

—Por supuesto —repuso Lucifer, pero su expresión satisfecha pronto dio paso a la preocupación—. Me entristece verte reducido a esto.

Esas palabras no sonaban bien en boca de Xavier: demasiado desafinadas y roncas, como el rechinar del vidrio roto.

—Oh, ya me conoces —contestó Jake—. Aceptando las cosas como vienen…, tal como me enseñaste.

—Te hemos llamado por un motivo —dijo Lucifer con tono indulgente—. Para ofrecerte una especie de recompensa.

—¿Ah? —Jake ladeó la cabeza.

—Queremos que nos ayudes a saldar una cuenta. —Los labios de Xavier dibujaron una sonrisa.

Jake asintió con la cabeza brevemente.

—Siempre es un placer ser de ayuda. —Y, llevándose una mano hasta la barbilla, como si fuera un médico, añadió—: ¿Cuál es el problema?

—Quieren que libere a este mortal, y yo estaré más que contento de acceder… pero no sin poner un precio. Y es cosa tuya decidir cuál será ese precio, hijo mío.

Entonces, como si le hubiera llegado el turno, Gabriel salió de entre las sombras.

—¿Qué quieres a cambio de la vida del chico? —preguntó.

De repente, sentí algo que no supe explicarme. Mi hermano y mi hermana parecían estar ofreciéndose como corderos para el sacrificio. No me gustó la expresión de satisfacción que vi en el rostro de Jake.

—Vaya, vaya, ¿así que ahora el arcángel está dispuesto a pactar?

—Pon tu condición —dijo Gabriel.

Lucifer miró a Jake, invitándolo a intervenir.

—Adelante.

Fantasma o no, Jake no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de sacar algo de esa situación.

—Mmm… Veamos —dijo, con ademán dramático, juntando las puntas de los dedos y disfrutando de ese momento de triunfo—. ¿Qué podría pedir?

—Date prisa —lo apremió Ivy, casi fulminándolo con la mirada—. Antes de que cambiemos de opinión.

—No tengo ninguna prisa.

—Jake… —dije, en tono de advertencia.

—De acuerdo. —Levantó una mano y se rio—. Propongo un trato.

—¿Qué clase de trato? —pregunté.

—Contigo no —repuso Jake con desprecio—. Por una vez, no se trata de ti, Bethany. Además, no fue tu mano la que me mató.

Me sentí como si me hubieran dado un puñetazo en el pecho, pues la mirada de Jake se posó sobre Gabriel. ¿Iba a pedirme que le ofreciera a mi hermano a cambio de mi esposo? Abrí la boca con intención de decirle que nunca lo haría, cuando Gabriel dio un paso hacia delante.

—Deja que yo me ocupe de esto —me dijo—. Esta venganza va conmigo.

—Pero Gabe… —Le cogí la mano; mi voz sonaba infantil y débil—. Eres mi hermano.

—Sí. —Gabriel apoyó su frente en la mía y un mechón de cabello le cayó sobre los ojos—. Soy tu hermano, así que deja que haga esto por ti.

Lucifer, en la cama, soltó una desagradable carcajada, y Jake sonrió.

—Si hemos terminado con este momento tan sentimental, estoy dispuesto a comunicar mis condiciones.

—Adelante —dijo Gabriel con expresión sombría.

—Su vida… —Jake sonrió con altanería— a cambio de tus alas.

Al principio me pareció que no lo había oído bien. Era una petición demasiado grotesca para ser tomada en serio. Estuve a punto de reírme, pero Lucifer se me adelantó.

—Oh, Arakiel —exclamó entre carcajadas que resonaron en toda la habitación—. Es en momentos como este que me siento orgulloso de que seas mi hijo.

—¿Qué has dicho? —preguntó Ivy con una expresión que mezclaba la rabia y la sorpresa.

Lucifer adoptó una actitud de fingida compasión:

—No te preocupes, le volverán a crecer dentro de unos cuantos siglos. Lo único que pasará es que tu hermano se quedará en la Tierra durante un tiempo.

Mi esperanza de llegar a un acuerdo murió. Ellos debían de saber que lo que le estaban pidiendo a Gabriel era sinónimo de terminar con su existencia.

Sin sus alas, se vería obligado a vivir a medias, a llevar una vida vacía de significado y de objetivos. Jake sabía muy bien lo que estaba haciendo: su petición había parecido improvisada, pero sabía que lo había pensado detenidamente y que lo había hecho para provocarnos la herida más grande. Si Gabriel perdía su poder, Ivy perdería a su compañero, y Xavier y yo nos quedaríamos sin nuestro protector, nuestro mentor y nuestro guía. Además, eso provocaría el caos en el Cielo. El hecho de que un arcángel ofreciera sus alas a un demonio por propia voluntad era como regalar su propia divinidad: el sacrificio definitivo. Ese acto tendría un significado que yo no podía llegar a comprender, e impediría que Gabriel pudiera regresar al Cielo. Sería su condena.

—¡Eres un cerdo! —le grité a Jake.

Le hubiera dado un puñetazo, pero no había nada contra lo que mi puño pudiera impactar.

—Bueno, bueno, cuida ese lenguaje —dijo, haciendo un gesto de reprobación con el dedo índice—. Creo que es un precio justo, puesto que él acabó con mi vida.

—Tú eres el único culpable de tu muerte —repliqué—. Por ser tan egoísta y destructivo.

—Bla, bla, bla —se mofó Jake encogiéndose de hombros.

—¿Por qué quieres sus alas? —pregunté, aunque ya conocía la respuesta—. ¿Qué sacas con ello?

—La victoria —repuso Jake—. Satisfacción.

—La enorme satisfacción de ver acabado a uno de los más valiosos servidores de Dios.

—Me conoces bien —dijo Jake, guiñando un ojo—. Bueno, ¿hay trato o no hay trato? Decidámonos, hay sitios a los que debo ir y gente a la que debo dar caza.

—Definitivamente, no —dije, decidida—. Has perdido la cabeza.

—Esto es una farsa —añadió Ivy—. Él nunca lo permitirá.

—Acepto —dijo Gabriel.

Me quedé helada, no podía creer lo que acababa de oír. Me sentía como si él hablara un idioma extranjero y sus palabras no tuvieran ningún sentido para mí. Gabriel se dio la vuelta para ocultar su rostro, como si no confiara en ser capaz de mantener su decisión si nos miraba. La angustia se reflejaba en su rostro.

—Gabriel —susurró Ivy, acercándose a él—. Por favor, Gabriel, no lo hagas.

Pero mi hermano levantó una mano para hacerla callar. Se miraron el uno al otro un momento y vi la desesperación en el rostro de mi hermana. Gabriel solo mostraba una trágica aceptación.

—¡No te conviertas en un mártir! —gritó Ivy—. ¡Ni siquiera sabes si te está diciendo la verdad!

—Un trato es un trato —repuso Gabriel, y su voz sonaba tan apagada que casi no la reconocí—. Mantendrá su palabra.

—¡Los demonios mienten! —protestó mi hermana—. ¡Tú eres demasiado noble! ¡No puedes humillarte ante Lucifer!

—No me estoy humillando —murmuró Gabriel—. Estoy protegiendo a un hombre, tal como nuestro padre hubiera querido que hiciera. —Se acercó a la cama y puso la mano en la almohada, al lado de la cabeza de Xavier—. Nuestro amor a la humanidad hace tiempo que te tortura, ¿verdad, hermano? Pero pienso defender la creación de mi padre hasta el final.

Entonces vi que mi hermano, arcángel y guerrero venerado tanto en el Cielo como en la Tierra, se arrodillaba. Gabriel bajó la cabeza en un gesto de sumisión que, en él, parecía una aberración de la naturaleza y, despacio, se desabrochó la camisa, que dejó caer al suelo. En la penumbra, su magnífico cuerpo emitía un suave brillo. Un olor como de lluvia llenó la habitación en cuanto desplegó las espléndidas alas de puntas plateadas, que llenaron casi todo el espacio. Parecían pesadas como el cemento, pero sabía que no pesaban casi nada; eran tan ligeras como la gasa y, a pesar de ello, podían proteger tanto como un refugio durante una tormenta. La luz del día se filtraba por una grieta de la pared y se mezclaba con su cabello como la luz de la luna en la arena.

—¡Gabriel, por favor! —gritó Ivy—. Encontraremos otra forma.

Pero sus protestas no sirvieron de nada. Yo quería decir algo, pero no encontraba las palabras. Quería lanzarme sobre él y protegerlo con mi propio cuerpo, pero sabía que eso no ayudaría. Así que no hice nada, excepto cubrirme los ojos y llorar como una niña. Y fue justo en ese momento cuando llegaron: una masa de demonios invadió el sótano. Parecían salir de debajo de nosotros, pero no pude estar segura. Sus dientes eran como cuchillos, y tenían unas lenguas largas y puntiagudas. Me di cuenta de que no podían estar erguidos porque se arrastraban por el suelo y estaban agachados en todo momento, como si se tratara de enormes y monstruosos insectos. A sus espaldas tenían unas raquíticas alas arrugadas y apergaminadas.

Aunque resultaban horripilantes, lo que llevaban consigo fue lo que más me aterrorizó: en sus nudosas y retorcidas manos sostenían unas herramientas cortantes parecidas a sierras herrumbrosas.

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