Heaven

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21. Lo conseguiremos. Todos

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Lo conseguiremos. Todos

En la cocina, el café de puchero de Ivy y sus galletas caseras nos hicieron revivir. Todavía me sentía como si un camión me hubiera atropellado, así que Xavier y Gabriel debían de sentirse diez veces peor. Sabía que me recuperaría del agotamiento físico, pero el trauma de haber estado a punto de perder a Xavier dos veces esa semana me quedaría para toda la vida. Comimos, abatidos, con los hombros caídos y las cabezas gachas. Gabriel no comió nada. Solamente Rafael estaba animado. Ivy se levantó para ir a buscar leche a la nevera y Rafael la miró con expresión de admiración.

—Continúas siendo el ángel más sexy que conozco —murmuró.

—Sigo sin comprender cómo no te han despedido todavía —replicó Ivy.

—Tal vez porque Dios aprecia mi sentido del humor. No todo el mundo puede ser mortalmente serio —añadió, mirándonos a todos—. Ya hemos tenido bastante de eso.

A pesar del estado de ánimo en que nos encontrábamos, la alegría de Rafael era contagiosa. Incluso Ivy tuvo que sonreír.

—Deberías sonreír más a menudo —le dijo Rafael—. Toda la cara se te ilumina.

—¿No piensas dejar de flirtear? —protestó Gabriel sin levantar la cabeza—. No es adecuado ahora.

—Además, ¿no sois todos parientes? —preguntó Xavier.

—Nuestra hermandad es más simbólica que genética —respondió Rafael con una amplia sonrisa.

—Pero normalmente los ángeles no sienten… —Xavier se rascó la cabeza, sin comprender—. Se supone que ellos no… tienen esos sentimientos…, los unos por los otros.

—No —respondió Ivy con firmeza—. Pero de vez en cuando nos sale un desviado.

Sabía que mi hermana bromeaba, pero no pude evitar pensar que así era como ella y Gabriel me consideraban.

—Habitualmente, ese es el resultado de relacionarse demasiado con los seres humanos —añadió Gabriel con sequedad.

—Pues a mí me gusta la compañía de los humanos. Beth y yo tenemos esto en común.

—¿Por eso viajas con ellos? —preguntó Xavier.

—Por eso y por el hecho de que me aburro con facilidad. —Con tranquilidad tomó sorbo de café y continuó—: Los humanos nos pueden causar muchos problemas y volvernos locos. —Me miró por encima de la taza con ojos risueños—. Pero vale la pena.

Se hizo un silencio y todo el mundo reflexionó sobre esas palabras. Al cabo de poco, Rafael interrumpió nuestros pensamientos. Se puso en pie, rebuscó en sus bolsillos y preguntó:

—¿Alguien tiene hora? No encuentro el móvil.

—Acaban de dar las seis —respondió Ivy sin tener que mirar la hora—. ¿Tienes que ir a alguna fiesta?

Rafael no hizo caso.

—Decidme que hay un televisor aquí.

—Sí.

—Y… —Rafael hizo un gesto de impaciencia con la mano—. ¿Dónde está?

—En el salón.

Lo seguimos hasta la parte delantera de la casa. Rafael se dirigió fue directamente hasta el sofá. Ni siquiera se molestó en buscar el mando a distancia: chasqueó los dedos y el televisor se encendió al instante.

—¿Fútbol? —preguntó Ivy—. ¿En serio?

El partido estaba a punto de empezar, y era el primero de la temporada. Los Rebels contra los Razorbacks. La gente había estado hablando de ello durante toda la semana.

—¿No sois aficionados? —Rafael parecía sorprendido—. Os lo perdéis.

—Bien, todavía no han comenzado —dijo Xavier, instalándose cómodamente en el otro extremo del sofá—. No olvides mirar el resultado del partido de Bama.

Observé a Xavier, preocupada por si ese súbito regreso a la normalidad pudiera ser una señal de que estaba reprimiendo alguna emoción peligrosa. Él, al ver mi cara, sonrió.

—Relájate —me tranquilizó—. El partido me ayudará a no pensar demasiado. —Dando unas palmadas en el sofá, a su lado, añadió—: ¿Quieres sentarte conmigo?

Miré la pantalla. Se veía una imagen aérea, y la palabra REBELS podía leerse en grandes letras en el suelo del campo. Luego la cámara enfocó a algunos de los aficionados de la camiseta roja y azul, y reconocí algunas caras. Sabía que Molly debía de encontrarse allí, en algún lugar. No había dejado de hablar de ello en el Grove desde que había llegado. Observé a las animadoras de los Rebels, con sus vestiditos de lentejuelas, agitar los pompones. En la gran pantalla del campo apareció la frase «¿Estáis listos?», y todo el mundo empezó a vitorear a los Rebels.

Al final de la primera parte íbamos perdiendo. Dejé a Xavier y a Rafael gritando ante la pantalla y fui a la cocina, con Ivy. Gabriel se había ido a su habitación y había cerrado la puerta. Hubiera querido ir a ver cómo estaba, pero Ivy dijo que necesitaba tiempo para reflexionar y recuperarse.

Cuando terminó el partido, Rafael volvió a aparecer en la cocina y se desperezó con expresión de placer. Xavier lo siguió. Se le veía más relajado, aunque un tanto arrepentido por esa larga ausencia.

—Lo siento, no pensaba verlo entero.

—No pasa nada. —Le di unas palmadas en el brazo—. Necesitas disponer de tiempo para tus cosas de hombres.

—¿Ganamos? —preguntó Ivy.

—No… pero hicimos dos touchdowns, que no está mal.

—Será mejor que me marche —dijo Rafael, cogiendo su abrigo y dirigiéndose hacia la puerta—. Gracias por vuestra hospitalidad. Ha sido un placer, como siempre.

Acompañamos a Rafael hasta su coche. Estaba aparcado en la esquina: un Porsche verde metalizado. Ese color nunca lo había visto en un coche, y tuve que admitir que concordaba con la extravagancia de ese arcángel.

—Buen trasto —dijo Xavier, rodeando el coche y admirándolo.

—Date una vuelta con él cuando quieras.

—Este tipo —dijo Xavier, señalándolo con el dedo pulgar— es increíble.

—¿Estás de broma? —exclamó Ivy, exasperada.

—Los chicos siempre serán chicos —afirmó Rafael—. Y que no intenten cambiarnos.

—Fútbol y coches —dije yo, sonriendo—. La verdad es que es un cambio agradable.

—No es solamente un coche —apuntó Xavier—. Es un artículo de belleza.

—No lo pilla. —Rafael me guiñó un ojo—. Quizá la llevemos a dar una vuelta en alguna otra ocasión. —Saltó al asiento delantero y puso el motor en marcha. Luego, sacando la cabeza por la ventanilla, gritó—: Por cierto, Xavier, la medicina sigue siendo tu vocación. No lo olvides.

Cuando se alejó por la calle, lo hizo a tanta velocidad que los neumáticos rechinaron y el tubo de escape soltó una gran nube de humo.

—Le gusta llamar la atención —farfulló Ivy.

Inmediatamente, Rafael, desde el otro extremo de la calle, hizo sonar el claxon como diciendo: «¡Te he oído!».

Cuando se hubo marchado, Xavier y yo estábamos más que listos para ir a la cama. Ivy nos acompañó al piso de arriba, a la habitación de invitados, que todavía no habíamos tenido oportunidad de ver. Era un cuarto agradable con muebles de madera y una cama de tamaño grande llena de mullidas almohadas. Una ventana redonda daba a una densa arboleda típica de Misisipi. Me senté en la cama y pensé que hacía tiempo que Xavier y yo no habíamos tenido oportunidad de compartir cama. Deseé que nada hubiera cambiado entre nosotros.

Él se dejó caer sobre el colchón y yo me excusé para ir a la ducha. Dejé que el agua caliente me bañara todo el cuerpo y que llenara de vapor los cristales. Fue como una especie de ritual de limpieza: dejaba que todas las preocupaciones se deslizaran por mi cuerpo y desaparecieran por el desagüe. Gasté casi la mitad del jabón de ducha, cubriéndome de espuma una y otra vez mientras me masajeaba los músculos suavemente con los dedos para deshacer toda la tensión. Al final salí con el cabello todavía húmedo y todo el cuerpo hormigueante y oliendo a lavanda.

Xavier se había dormido. El agotamiento era patente en su rostro. Cuando me metí en la cama, él se dio la vuelta y alargó una mano hacia mí.

—Hueles bien.

Acercó los labios a mi cuello e inhaló con fuerza. Su barba incipiente me hizo cosquillas y reí.

—Tú no.

—Qué desconsiderada —replicó él con una carcajada—. Pero seguramente es cierto. —Salió de la cama y dijo—: Es mi turno de ducha. No te vayas.

Xavier se quitó la ropa y la dejó en el cesto de ropa sucia antes de desaparecer en el baño. Yo me sumergí con gusto bajo las sábanas disfrutando de su olor a limpio. Apretujé mi cara contra la almohada, que oía ligeramente a colonia de bebé, y me desperecé como un gato. Mi cuerpo estaba dispuesto a rendirse a la fatiga. Cuando Xavier salió de la ducha, yo todavía luchaba por mantenerme despierta. Vi que solo llevaba una toalla alrededor de la cintura. Cada vez que veía su cuerpo me quedaba sin respiración. Unas gotas de agua caían sobre sus hombros, y la luz que había a sus espaldas confería un tono dorado a su piel. Estaba tan bien proporcionado que me recordaba la estatua de un museo.

—Qué rápido —dije, procurando no mirar.

—Uno aprende a no ocupar el baño mucho tiempo cuando vive con sus hermanas —respondió, y su sonrisa se apagó un poco.

—Las echas de menos, ¿verdad?

—Más de lo que creía —dijo—. Pero lo que más detesto es que estén preocupadas por mí. Sé que seguramente Claire estará angustiada, y Nic me odiará por haberme ido de esa forma.

—Podrás compensarles por el disgusto —prometí—, cuando todo esto termine.

—¿De verdad crees que esto acabará alguna vez? —preguntó Xavier, distante.

—Sí —afirmé con el tono de voz de alguien convencido de que era capaz de manejar la situación—. Esto no va a durar para siempre. Te lo prometo.

—Eh —dijo Xavier, mirándose—. Me acabo de dar cuenta de que no tengo ropa limpia.

Levanté la sábana de su lado de la cama: no era momento de discutir, ya habíamos tenido bastante de eso. Ahora era momento de amar a mi esposo.

—No la necesitas —le dije.

—Ah, ¿de verdad? —Xavier sonrió con picardía—. ¿Esta puerta tiene cerradura?

—¿Te importa? —repuse, desafiante.

Xavier arqueó una ceja, pero dejó caer la toalla al suelo y se metió en la cama a mi lado. Sentí que su presencia me envolvía, su piel todavía estaba caliente por la ducha. Xavier me besó suavemente, casi con reverencia, desde la barbilla hasta la parte baja del cuello.

Le acaricié los arañazos provocados por la pesadilla que había tenido que soportar y, sin darme cuenta, lo abracé clavándole los dedos con fuerza. De repente me vino a la memoria la imagen de él atado a la cama, y la de sus ojos del color del océano llenos de una crueldad que no era suya. Solo de pensarlo se me secaba la boca.

—¿Estás bien? —murmuró él con los labios sobre mi pecho.

—Ajá.

Pero me tuve que morder el labio para no pensar en esos malos recuerdos. Xavier notó la tensión y levantó la cabeza:

—¿Seguro que no estás demasiado cansada para esto?

Su consideración volvía a aparecer: el Xavier de siempre había regresado, el Xavier que ponía mis necesidades por encima de todo lo demás.

—¿Yo? —Sonreí—. Creo que yo debería ser quien hiciera esta pregunta.

—La verdad es que estoy bien —repuso él, como sorprendido—. Aunque no puedo quitarme de encima la sensación de que mi cuerpo está siendo controlado por otro.

—Bueno, lo estaba —dije, acariciándole el pecho con suavidad—. Pero ya se ha ido. Ahora solamente estamos tú y yo.

Xavier me izó de la cama con facilidad y me colocó encima de él. La firmeza de su cuerpo debajo del mío me hacía sentir protegida.

—¿Quieres saber algo curioso? —preguntó, mientras yo apretaba mi rostro contra su cuello sin importarme que la cruz de madera que llevaba colgada me dejara una marca en la piel—. Lo que ha sucedido hoy ha sido realmente duro, una de las cosas más difíciles que he tenido que hacer nunca. Lucifer estaba dentro de mí. E incluso después de que él se marchara, me sentía como si me hubiera dejado mella, una mancha en el alma.

—Eso no es curioso —le dije.

—Espera, no me has dejado terminar. Cada vez que tú me tocas, es como si me limpiaras, me quitaras de encima toda la oscuridad. Estás curando mi cuerpo con el tuyo, y mi alma se renueva con tu alma.

—Yo no tengo alma —murmuré.

—Sí, la tienes —insistió Xavier, poniendo una mano debajo de mi barbilla—. Quizá no sea igual que la mía, pero está ahí. Tienes mucha luz, la siento cada vez que te miro. Así es como Dios te hizo.

—¿Sabes qué es lo que yo creo? Creo que quizá todo por lo que he tenido que pasar parezca una maldición, pero, en realidad, es una bendición. Nuestro padre nos puso en este camino porque quería que nos condujera a algún lugar…, a algún lugar asombroso. Y nos dio todo lo que necesitamos para el viaje…, nos dio el uno al otro.

Xavier me miró un momento en silencio y luego acercó sus labios a los míos. Esta vez, su beso fue prolongado y profundo. Me encendió mil pequeñas llamas internas que dieron calor a todas las partículas de mi cuerpo. Esta vez fue distinta a nuestro primer encuentro en el bosque. Estábamos más relajados, no teníamos sentimiento de urgencia. No había miedo al descubrimiento y teníamos tiempo para explorar. Así era como yo me había imaginado la cómoda intimidad del matrimonio. Me sentía segura y protegida, y cómoda desde la cabeza a los pies.

El mudo sol de la mañana que se coló por las contraventanas entreabiertas no sabía qué hacer: su deber era despertarnos, pero dudaba en interrumpir nuestro descanso. Salí de la cama despacio, procurando no molestar a Xavier, que estaba tumbado boca abajo con las piernas y los brazos abiertos. Quería dejarle dormir todo el tiempo posible ante la opción de que tuviera que enfrentarse a los nuevos desafíos que ese día pudiera plantearnos.

Me cubrí con una bata de color rosa y bajé a la cocina, donde encontré a Ivy preparando un desayuno que parecía pensado para alimentar a gigantes. Había pastas de arándanos, huevos y salsa, sémola calentándose en el horno, además de boles con helado de yogur con cereales. Ivy estaba cocinando panqueques que iba amontonando en un plato. El olor a café molido llenaba la estancia.

A Gabriel no se le veía por ninguna parte.

—Espero que tengas hambre —dijo Ivy.

Me di cuenta de que mi hermana se esforzaba por aligerar la tensión de los últimos días, y aprecié el esfuerzo.

—Huele muy bien —contesté.

—¿Dónde está Xavier? ¿Todavía duerme?

—Sí. ¿Dónde está Gabriel?

Ivy se encogió de hombros con expresión resignada.

—Cuando me levanté por la mañana, ya se había ido.

—¿Cómo se encuentra? —pregunté, incómoda.

—No lo sé —repuso Ivy—. No quiere hablar de ello.

—Ya —dije, en un intento de no mostrar mi ansiedad—. Supongo que solo necesita tiempo.

Cuando regresé al dormitorio, vi que la cama estaba vacía y las sábanas revueltas. Xavier ya se había levantado. Miré en el baño, pero no pensé en nada al no encontrarlo allí. Pero cuando hube comprobado que tampoco había rastro de él en el balcón ni en el pasillo, mi corazón empezó a acelerarse. Entonces vi que por debajo de la puerta que había en el otro extremo de nuestra habitación se colaba un poco de luz, y sentí un gran alivio. La abrí con suavidad y vi que Xavier estaba en el estudio. Se encontraba sentado ante un amplio escritorio y observaba el contenido de un libro que había encontrado en la biblioteca. Al oír el crujido de la puerta, levantó los ojos.

—Buenos días.

—¿Te molesto?

—Claro que no. Entra.

Caminé hasta él y miré el libro por encima de su hombro. Era un atlas de anatomía humana y estaba abierto por una página en la que aparecía un esquema del esqueleto del pie.

—¿Sabes de cuántos huesos está compuesto un pie?

Seguramente debería haberlo sabido, pero todavía tenía las ideas espesas.

—¿De cuántos?

—Veintiséis. Es asombroso cuando lo piensas.

—Sí, lo es. Esto…, ¿estás bien?

—Estoy bien. —Xavier sonrió—. Es solo que lo que Rafael me dijo me ha hecho pensar.

Fruncí el ceño.

—¿Qué dijo?

—Que la medicina seguía siendo mi vocación. Y creo que tiene razón, esa es mi manera de contribuir. Cuando todo esto esté arreglado, quiero volver a la universidad. Quiero ser médico.

—Siempre lo has querido.

—No. —Negó con la cabeza—. Antes eran mis padres quienes habían elegido por mí. Ahora me parece adecuado.

—Bien —dije—. Porque serás un gran médico.

—Algún día.

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