Heaven

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23. Sé algo que tú no sabes

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Sé algo que tú no sabes

—No podéis volver a la universidad —nos dijo Ivy.

A pesar de que ya lo había supuesto, el hecho de que me lo dijera me sentó como una bofetada en la cara. Ole Miss representaba todo lo que había sido un poco normal en nuestra vida. Ahora me sentía como Peter Pan, con la nariz pegada a la ventana mirando una vida que me era negada para siempre y mirando a las personas que pronto me olvidarían. Pero Peter Pan permanecería joven para siempre. Y sentía que Xavier y yo teníamos cien años, estábamos cansados del mundo y no teníamos fuerzas para seguir luchando.

Me hubiera gustado regresar a la universidad y empezar de cero. Me hubiera gustado ir a clase, asistir a partidos de fútbol y rodearme del zumbido de la actividad de los seres humanos. Pero ahí donde estábamos solamente había un círculo de silencio y el gran peso de conversaciones pendientes en el aire. Xavier y yo nos teníamos el uno al otro, pero yo ya no sabía si eso significaba que compartíamos ese peso o si lo vivíamos doblemente. A nuestro alrededor, la destrucción era excesiva para poder comprenderla, y yo quería hacer desaparecer todo eso. Incluso echaba de menos a Mary Ellen, y deseaba mantener una aburrida conversación con ella sobre la laca de uñas o las sororidades…, sobre cualquier cosa que no tuviera que ver con nosotros y con el lío en que se había convertido nuestra vida.

Gabriel había desaparecido en el bosque sin decirnos adónde iba. Ivy aseguró que necesitaba tiempo para aceptar todo lo que le había sucedido.

—Quizá no vuelva a ser el mismo hasta que sus alas hayan sanado por completo —explicó.

—¿De verdad? —pregunté—. ¿Tanto va a tardar?

—Nuestras alas son como nuestra alma —dijo ella—. Imagínate que alguien te clava un cuchillo en el alma. Eso tarda un tiempo en sanar.

—Me gustaría poder ayudarlo.

—No puedes hacerlo —dijo mi hermana. Me pareció detectar cierta amargura en su tono de voz. No me sorprendería que me culpara a mí de todo. Yo había provocado esa situación en el momento en que me había puesto el anillo de casada en el dedo. Pero ya era demasiado tarde para cambiar nada. Ivy soltó un fuerte suspiro—: Ve a buscar tus cosas al campus y vuelve de inmediato. No hables con nadie si puedes evitarlo.

—De acuerdo —asentí.

Ya había causado suficientes problemas. Lo mínimo que podía hacer era cumplir esa petición.

Cuando llegué al campus, me colé en los dormitorios rezando para que Mary Ellen no se encontrara allí. Por primera vez, tuve suerte. Cogí mi bolsa del armario y empecé a llenarla con la ropa de las perchas. Por suerte, no tenía muchas cosas, así que al cabo de diez minutos hube terminado. Decidí que sería mejor dejarle una nota a Mary Ellen, por si se le ocurría informar a la universidad de mi desaparición. Le di vueltas pensando qué podía escribirle que resultara una explicación plausible a mi ausencia durante todo un mes del semestre. Al final, lo único que se me ocurrió fue: «Una emergencia familiar. He tenido que irme. ¡Buena suerte en tu Semana Frenética!». Sabía que no era mínimamente creíble, pero deseé que fuera suficiente para impedirle comunicar nada a la universidad.

Xavier y yo nos encontramos fuera del edificio y nos dirigimos directamente al aparcamiento. Él había ido a su apartamento para recoger sus cosas y, al igual que yo, solo llevaba una única bolsa con todas sus pertenencias. Sabía por qué: había que dejar todo lo que no fuera necesario. En eso consistía el vivir como fugitivos.

—¿Qué les dijiste a los chicos? —pregunté.

—Nada —repuso—. No estaban.

Sabía que le dolía dejar a sus amigos en peligro y sin darles ninguna explicación. Xavier había convivido con ellos en ese apartamento y los había llegado a conocer bien, y sentía profundamente los vínculos de hermandad. Pero ¿qué explicación hubiera podido ofrecerles? Nadie podría comprender nuestra repentina partida, ni siquiera nuestros mejores amigos.

Mientras cargábamos las cosas en el coche, eché una última mirada a Ole Miss para llevarme conmigo todos los recuerdos posibles. Me pregunté si alguna vez volvería a ver el campus, con sus edificios antiguos y sus animados estudiantes: una perfecta mezcla de pasado y presente. Observé a los chicos que subían la colina bajo el sol para ir a clase, con sus mochilas colgando a la espalda y los libros de texto bajo el brazo. De vez en cuando se detenían para charlar o para mandar un mensaje por el móvil. La escena mostraba una hermosa normalidad, y tuve que obligarme a apartar la mirada de ellos.

Justo estábamos cerrando el capó cuando oímos una voz a nuestras espaldas.

—¡Eh! ¿Adónde vais?

Era Clay, el compañero de apartamento de Xavier. Me di la vuelta hacia él y lo miré con expresión de disculpa. Clay había sido un buen amigo para los dos, nos había hecho sentir acogidos y nos caía realmente bien.

—Eh, amigo. —Xavier se mordió un labio—. Nos vamos de viaje.

—¿Adónde? —preguntó Clay—. ¿Y dónde habéis estado?

—Ojalá te lo pudiera decir —respondió Xavier—. Pero no puedo. Tienes que confiar en mí.

—Colega —exclamó Clay con incredulidad—, no puedes irte de esta forma.

—Ahora no hay tiempo para explicártelo —intervine—. Pero tenemos que irnos.

Clay miró por la ventanilla y vio mi bolsa en la parte trasera. Con las prisas, ni siquiera me había preocupado de cerrarla bien y toda mi ropa sobresalía.

—No vais a volver, ¿verdad? —Clay parecía dolido—. ¿Y no nos ibais a decir nada?

—Queríamos hacerlo —le dije—. Pero cuanto menos sepáis, mejor. No queremos meteros en nuestros líos.

Clay abrió los ojos con sorpresa.

—¿Qué habéis hecho? —preguntó.

Antes de que pudiera responder, Xavier me cogió la muñeca. Aparté la mirada de Clay un momento, y entonces lo vi. El séptimo estaba a pocos metros de nosotros, un poco hacia la derecha. Llevaba puesto el mismo abrigo largo y negro, y tenía las manos metidas en los bolsillos. Las vacías cuencas de los ojos parecían estar mirándonos directamente. No pude evitar soltar una exclamación de susto. Clay se dio la vuelta.

—¿Qué? —preguntó, nervioso—. ¿Qué sucede?

Me di cuenta de que él no podía verlo. El séptimo se encontraba de pie justo detrás de él, pero Clay no notaba su presencia. Después del último desastre, el séptimo se hacía visible solamente para sus presas. ¿Sería por alguna orden procedente del Cónclave? ¿O quizás era por precaución?

—¡Entra en el coche! —gritó Xavier mientras subía al asiento del conductor y ponía el motor en marcha.

—¡Vete a casa, Clay! —le apremié mientras subía al asiento del pasajero—. ¡Tienes que irte ahora mismo!

—¿Qué demonios…? —exclamó Clay.

Xavier dio marcha atrás para salir del aparcamiento y luego apretó el acelerador. Salimos del aparcamiento a una velocidad vertiginosa. El séptimo no nos siguió, se limitó a mirar y a esperar. Sabía que vendría a por nosotros, pero lo haría cuando le resultara conveniente.

Xavier no bajó la velocidad hasta que estuvimos fuera de Oxford, en la carretera. Ni siquiera entonces nos relajamos. Estábamos cansados de sufrir esa persecución, pero no podíamos ceder: sabíamos cuáles serían las consecuencias si lo hacíamos.

—Deberíamos detenernos —le dije cuando ya habíamos dejado la ciudad muy atrás—. Tenemos que llamar a Gabriel y a Ivy, explicarles lo que ha sucedido.

Si la situación hubiera sido distinta, habríamos ido directamente a casa, pero no queríamos llevar al séptimo hasta nuestro escondite. Era más prudente detenernos y dejar que mis hermanos se encargaran del resto. Esperé que el estrés que supondría no empeorara el estado de Gabriel.

—No puedo parar aquí —dijo Xavier—. En esta carretera estamos al descubierto.

—Bien pensado. —Señalé hacia un granero abandonado que quedaba un poco más adelante y sugerí—: ¿Qué te parece ahí? Detén el coche detrás y llamaré desde el interior para que nadie nos vea.

Condujo el coche fuera de la carretera y lo aparcó cerca del desvencijado granero. Dentro había montones de grandes balas de paja y varias máquinas oxidadas que parecían llevar años en desuso.

—No tardaré —prometí, y me colé dentro.

Xavier empezó a caminar arriba y abajo mientras yo marcaba el número en el móvil.

—¿Qué ha pasado?

El tono de Ivy al contestar el teléfono era de preocupación. Debía de haber presentido que algo había sucedido.

—Un séptimo —dije casi sin aliento—. Ha aparecido justo cuando nos marchábamos.

—¡Te dije que os dierais prisa! —exclamó Ivy.

—No me grites —repliqué—. ¡Solo estuvimos allí media hora!

—De acuerdo. —Soltó un profundo suspiro—. ¿Dónde estáis ahora?

—Justo acabamos de salir de la carretera de Oxford. Todavía estamos en el condado de Lafayette.

—Quedaos ahí —dijo—. Iremos a buscaros.

—De acuerdo. —Bajando la voz, pregunté—: ¿Gabriel… va a venir contigo?

—Quizás esto sea justo lo que necesita —repuso Ivy—. Para sacarlo de su estado. Quedaos escondidos. No salgáis a campo abierto. Nos vemos pronto.

Ivy colgó el teléfono y yo miré a Xavier.

—Van a venir —informé, obligándome a sonreír un poco—. No tenemos que preocuparnos.

Xavier cruzó el granero pisando la paja del suelo y dio una patada contra una de las balas. Con su camisa de cuadros y sus gastadas botas de piel parecía cómodo en ese entorno. De repente, una máquina que colgaba del techo se meció con un crujido. Xavier miró hacia arriba y frunció el ceño; yo quise acercarme a él, pero tropecé con un cubo lleno de agua podrida.

—Este sitio es una trampa mortal —dijo Xavier con una sonrisa, mientras me ayudaba a levantarme y me sacudía la ropa.

—No estaremos mucho tiempo —contesté.

—Casi desearía que nos encontraran. —Suspiró—. Así podríamos acabar de una vez por todas con esto.

—No van a cogernos —repliqué—. No permitiré que eso suceda.

—Al final, tendremos que enfrentarnos a ellos —reflexionó Xavier—. No podemos estar siempre huyendo.

—No sabemos qué pasará si nos encuentran —dije—. No podemos arriesgarnos.

—Ya, pero este juego del gato y el ratón ya cansa.

—Estoy de acuerdo —repuse con voz ronca.

De repente, al levantar la mirada, los dos vimos al séptimo. Estaba de pie delante de nosotros con su largo abrigo negro, bloqueando la salida del granero. Miré a mi alrededor, pero no había ninguna otra escapatoria. Cogí a Xavier del brazo con fuerza, como si eso pudiera impedir que nos separaran.

—Por fin —dijo el séptimo—. Nos habéis estado dando esquinazo durante un buen rato.

—Pilla la indirecta —replicó Xavier con osadía—. No queremos ser amigos vuestros.

—Qué divertido —replicó el séptimo con sequedad.

—¿Por qué no nos dejáis en paz?

Me puse delante de Xavier para protegerlo, a pesar de que él era bastante más alto que yo.

—Me temo que eso es imposible.

—¿Qué es lo que queréis de nosotros, exactamente? —preguntó Xavier, mientras me levantaba del suelo sin ningún esfuerzo y me colocaba a sus espaldas.

—Queremos restaurar el orden —respondió el séptimo con su voz ronca y monótona—. Nuestro trabajo consiste en mantener la paz.

—Pues habéis hecho un buen trabajo hasta ahora —comentó Xavier con sarcasmo.

—Yo lo comprendo —intervine, repentinamente harta—; sé que enamorarse de un ser humano va contra todas las normas, pero ahora ya está hecho. No se puede hacer nada para cambiarlo.

—Un ser humano. —El séptimo sonrió—. ¿Es eso lo que crees que es?

—¿Perdona? —pregunté.

—Eh. —Xavier se irguió, un tanto ofendido—. ¿Qué demonios significa eso?

—¿No lo sabes, verdad? —dijo el séptimo, pensativo, como si esa información le resultara altamente satisfactoria.

—No. ¿Por qué no nos lo cuentas? —repuse.

—Hay fuerzas que acompañan a este chico.

—¿Te importaría explicarte mejor? —preguntó Xavier en tono cortante. La actitud engreída del séptimo estaba acabando con su paciencia.

—Durante todos estos años te perdimos la pista —apuntó el séptimo—. Desapareciste en el caótico mar de seres humanos. Pero siempre supimos que un día encontrarías el camino de regreso. Y así ha sido.

—¿De qué estás hablando? —insistí—. Creí que me buscabais a mí.

—Te buscábamos —dijo el séptimo—. Hasta que descubrimos su verdadera identidad. Ahora él debe ponerse a nuestro servicio.

—Él no es propiedad vuestra —dije, llena de indignación.

Xavier se acercó a mí y nuestros hombros entraron en contacto.

—Yo no soy vuestro sirviente.

De repente, me di cuenta de lo que sucedía y el corazón se me hizo pesado como el plomo. Ya no me buscaban a mí, ya no querían castigarme y arrastrarme a mi anterior hogar. Ahora era peor: querían a Xavier.

—¿Qué queréis de él? —pregunté, casi atragantándome.

—Tenemos planes para él —dijo el séptimo, girando la cabeza hacia Xavier y señalándolo con uno de sus retorcidos dedos—. El Cielo te necesita.

—¿Quién te crees que eres? ¿El Tío Sam? —replicó Xavier malhumorado—. La Tierra me necesita. Tengo una vida; tengo una familia. Y no pienso dejar a Beth.

—Ya me lo esperaba —dijo el séptimo mientras levantaba una mano con la palma dirigida hacia nosotros.

Antes de que su energía llegara hasta nosotros, cogí la mano de Xavier y dejé que toda la rabia y el arrepentimiento que sentía recorrieran mi cuerpo.

—Estamos los dos juntos —le dije—. Nosotros contra el mundo.

Xavier me apretó la mano con fuerza y, por primera vez, sentí una energía distinta que se mezclaba con la mía y me di cuenta de que procedía de él. No era una energía angélica como la de Ivy o Gabriel, pero desde luego no era humana. Contenía la de la luz del sol e hizo que mi mente se llenara de una hermosa agua cristalina que me limpió de toda preocupación como una marea barre la playa. Era un agua rizada, bailarina, refrescante, que daba la vida. Sentí una brisa que corría por todo mi cuerpo, y luego un calor vibrante que me hizo notar la solidez de mis pies plantados en el suelo. Ni un tornado me hubiera podido mover de allí.

Entonces, poco a poco, lo vi todo claro: aire, agua, fuego, tierra. Estaba sintiendo todos los elementos. Pero no era yo quien me producía esa sensación, pues mi energía era como una luz brillante y clara que te hacía sentir como si flotaras. Esa energía procedía de Xavier. Era la energía de la tierra, y eso era lo que yo sentía emanar de las yemas de sus dedos. Toda la magnificencia que la tierra era capaz de producir y las mayores fuerzas de la naturaleza parecían fluir por todo mi cuerpo. ¿Qué significaba eso? ¿Estaban los elementos bajo su control? Lo único que sabía era que Xavier parecía tener a la Madre Naturaleza de su lado, como si nuestro padre hubiera ordenado a la misma Tierra que se pusiera a sus pies. Xavier tenía los ojos cerrados y supe que no podía molestarlo. Así que me concentré en colaborar con su energía y dejé que nuestras mutuas habilidades se entremezclaran y se alimentaran la una a la otra.

Cuando la energía del séptimo nos alcanzó, pareció chocar con un escudo invisible y se dispersó en miles de trozos de barro por el suelo. Entonces el séptimo formó una brillante esfera iridiscente como el ópalo entre las manos y la lanzó contra nosotros. Esta vez, la esfera se prendió en llamas a pocos centímetros de nosotros y se consumió por completo, provocando una lluvia de ceniza que cayó al suelo como confeti. El séptimo nos lanzó otra esfera que explotó formando un gran arco de agua y que lo empapó de la cabeza a los pies.

—¿Qué truco es este? —siseó el séptimo.

—Vete —ordenó Xavier en tono amenazador—. No puedes tocarnos.

—Mi poder es superior al vuestro —replicó el séptimo, aunque ya no parecía tan seguro.

—¿Ah, sí? —preguntó Xavier—. Pruébalo.

—Chico arrogante. —El séptimo soltó un gruñido grave.

—Ese soy yo —replicó Xavier encogiéndose de hombros.

El séptimo retrocedió unos pasos y dijo…

—Deberíais saber que vuestra rendición es inminente. No podéis luchar contra nosotros indefinidamente.

—Bueno, haremos todo lo que podamos.

—Muy bien —dijo la criatura—. Pero solo conseguiréis aplazar lo inevitable.

Entonces, con un sonido como del batir de alas, desapareció.

Xavier me soltó la mano y se agachó, abrazándose las rodillas. Tenía la frente perlada de sudor.

—Mierda —suspiró—. ¿Qué ha pasado?

—No…, no lo sé —respondí—. Creo que fuiste tú.

—No. —Xavier negó con la cabeza—. Fuimos los dos.

—¿Hemos vencido a un séptimo? —Estuve a punto de reír ante esa idea absurda—. ¿Sin ayuda? Lo hemos obligado a marcharse.

—Sí, lo hemos hecho. —Los brillantes ojos azules de Xavier me miraron sonrientes—. Supongo que somos más fuertes de lo que pensábamos.

Parecía que así era. Cuando Gabriel e Ivy aparecieron, al cabo de unos momentos, la crisis ya había pasado. No había nada que ellos pudieran hacer. Nos habíamos salvado por nuestros propios medios.

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