Harmony

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Capítulo 7

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Pero Jeremiah se mantuvo incólume. Había demasiado en juego. Su hija Rose regentaba un próspero negocio de deportes al aire libre junto a su esposo Hjalmar mientras que Mike echaba una mano en la granja y de vez en cuando ayudaba también a su hermana con los turistas. El pequeño Steve crecía sano y era un chico risueño conocido por todos en la escuela de Flying Fish Cove.

Ahora, por su culpa, los cuatro estaban frente al ataúd de Martha.

El oficio fue breve.

El pastor Wallace concluyó con una breve oración y todos se santiguaron.

Steve no lloró en la ceremonia, ni siquiera cuando tuvo que ayudar echando paladas sobre el féretro de su madre. Hans, el enterrador, se marchó a Australia en el último barco así que los muchachos tuvieron que hacer su trabajo.

El de Hans no era un caso aislado. Tan pronto se hizo patente que las importaciones y el turismo en la isla iban a esfumarse, muchos optaron por abandonarla.

***

 

—Si esto se prolonga. ¿De qué vamos a vivir? —Había preguntado el alcalde Holmes a sus vecinos.

Angus Kippling, el director de uno de los complejos hoteleros más lujosos de la isla se mostró de acuerdo.

—Estamos al borde del colapso. —Sentenció. —Lo mejor es salir de aquí cuanto antes.

Jeremiah Kilroy fue el primero en alzar la voz para disentir.

—Mi familia se queda. Tengo que cuidar de la granja y mi hija Rose ha luchado muy duro por su negocio. No pienso tirarlo todo por la borda. Toda esta situación pasará.

Las palabras de Jeremiah provocaron un pequeño revuelo en la asamblea del Centro Cívico. Los vecinos convencidos de que había que partir discutían con los partidarios de aguantar. Después de un intenso debate que se prolongó hasta bien entrada la noche, cada cual tomó su decisión.

—Llegará un barco de Perth el próximo jueves. —Anunció el alcalde. —Será el último.

 

***

Jeremiah miró tristemente la tumba de su esposa e hizo un gesto a sus hijos.

—Volvamos a casa, dijo Mike.

—Esperad un momento. —Respondió su padre. —Voy a acercarme a la sacristía. Quiero despedirme del reverendo Wallace.

Su hija Rose asintió.

—Ha sido una ceremonia muy hermosa. A mamá le habría gustado.

Jeremiah subió los escalones de la sacristía que olía a madera e incienso.

El patriarca de los Kilroy tocó con delicadeza la puerta antes de entrar.

—¡Jeremiah! —Exclamó el sacerdote. —¿Has olvidado algo?

—No reverendo. He venido a darle las gracias. Ha sido una ceremonia emocionante.

—Martha era una mujer excepcional.

—¿Y su esposa, Leslie, qué tal está?

El pastor Wallace agradeció la pregunta.

—Es una mujer fuerte y a pesar de la anemia, se recuperará. —Respondió el sacerdote.

—Es difícil encontrar comida en la isla. La mayor parte de los animales han sido sacrificados. —Dijo Kilroy.

—No te preocupes, Jeremiah. Dios proveerá.

—Leslie necesita comer.

—Saldremos de esta. —Dijo Wallace acompañando a su interlocutor a la salida.

—Podemos darle maíz y algo de soja. Haré que Mike se acerque esta noche con la camioneta.

—Gracias Jeremiah.

—Adiós, reverendo.

—Que Dios te bendiga.

Rose puso en marcha el coche y miró a su padre. Parecía abatido.

El trayecto de vuelta a la granja se hizo interminable.

—Papá… —Preguntó la joven al llegar. —¿Estás bien?

Jeremiah negó con la cabeza.

—Ha sido por mi culpa.

—¿Por qué dices eso?

—Tu madre quería salir de la isla. Si le hubiese escuchado, seguiría con vida.

—Mamá murió de un infarto. No hay nada que hubiésemos podido hacer.

—En Perth hay médicos. Aquí no queda nadie. —Se lamentó amargamente Jeremiah Kilroy.

—Quedamos nosotros. —Afirmó su hija.  —Debemos confiar en Dios. ¿Acaso no escuchaste las palabras del reverendo?

El rostro de Hjalmar asomó por la puerta de la cocina.

—¿Estás lista cariño? —Preguntó el noruego con su particular acento.

—¿Quieres un café, muchacho? —Quiso saber Jeremiah.

—Nos tenemos que ir ya, Papá. —Dijo Rose. —¿Estarás bien?

Jeremiah miró a su hija.

—Tienes los mismos ojos de tu madre.

—Lo superaremos.

—A veces siento que me fallan las fuerzas.

Rose miró a su novio con cara de preocupación.

—Quizás sea mejor quedarnos a cenar. —Dijo éste.

—No hace falta. —Afirmó Jeremiah. —Estaré bien. Steve me necesita.

El niño, habitualmente alegre y locuaz, llevaba dos días en silencio, encerrado en sí mismo.

—¿Quieres que hable con él? —Preguntó Rose.

—No. Necesita tiempo. Todos lo necesitamos.

Jeremiah agradeció poder preparar la cena con su hija.

—Sólo queda arroz, maíz y alubias… —Dijo Rose con voz monótona.

—Mañana le diré a Mike que salga a pescar.

—¿Cuánto tiempo creéis que podemos seguir así? —Preguntó Hjalmar.

Rose obsequió a su marido con una mirada fulminante.

—Dios cuidará de nosotros.

—¿Como hizo con tu madre?

—¡Hjalmar!

El joven lamentó haber sido tan impulsivo.

—¿Cómo puedes…? —Preguntó Rose indignada.

—Lo siento. —Dijo Hjalmar.

—¡Delante de mi padre! —Exclamó Rose.

—Estamos todos muy cansados. —Terció Jeremiah. —Salid a tomar el aire. Yo cocinaré.

El viejo granjero se esforzó por no prestar atención a la discusión que continuaba en el porche entre Rose y su marido.

—Todo se arreglará. —Pensó metiendo una decena de mazorcas en el horno.

La cena transcurrió monótona y sin demasiada charla.

Steve apenas probó bocado y la tensión entre Rose y Hjalmar todavía era patente.

Tan sólo Mike parecía no enterarse de nada.

—Mañana saldré a pescar. —Dijo despreocupadamente el mayor de los hijos Kilroy.

—Te lo iba a pedir. —Respondió Jeremiah.

—Me levantaré temprano. Tendrás que ocuparte de la granja.

Jeremiah estuvo de acuerdo.

—¿Podrías hacerme un favor?

—Claro Papá. ¿Qué necesitas?

—Le prometí al reverendo Wallace que esta noche le llevarías algo de maíz y soja. Su esposa tiene anemia. ¿Podrías?

—Claro, descuida.

Después de lavar los platos, Mike cargó el coche con las provisiones y se puso en marcha.

El camino a la casa del reverendo estaba oscuro y aunque el joven conocía bien la ruta, debía conducir con cuidado. La isla estaba a oscuras y con las recientes lluvias las sinuosas carreteras podían ser traicioneras.

Mike aparcó la furgoneta junto a la casa del reverendo, cerca de la iglesia.

La luz de unas velas bailaba a través de las ventanas.

—¿Reverendo? —Llamó Mike haciendo sonar el timbre en la entrada.

El silencio de la noche fue lo único que obtuvo por respuesta.

—¿Reverendo Wallace?

Preocupado, Mike empujó con el hombro la puerta que cedió sin esfuerzo.

Dentro, la casa parecía vacía.

Mike entró en la sala de estar.

—¿Alfred? —Murmuró una voz de mujer. —¿Eres tú?

La esposa del reverendo estaba tumbada en una cama junto a la chimenea y un puñado de velas iluminaba pobremente la estancia.

Mike se acercó a la esposa del pastor.

—Señora Wallace. Soy Mike Kilroy. Les traigo algunas cosas.

La mujer levantó la vista. Un humeante plato de estofado descansaba en una bandeja sobre su regazo.

—¿Alfred? ¿Vas a darme de comer? —Preguntó la señora Wallace con voz débil.

Mike escuchó una serie de golpes secos provenientes del sótano.

Intrigado, el joven dejó a la señora Wallace para adentrarse por el pasillo y bajar las escaleras.

El sonido se fue haciendo cada vez más perceptible al oído. Martillazos breves, rítmicos, contra una superficie blanda.

 

***

El reverendo Wallace cortó la cabeza de Martha Kilroy con el machete y la echó despreocupadamente a un cubo para concentrarse en la parte interior del muslo con el que había hecho el estofado para su mujer.

—Señor, dame fuerzas. —Murmuró antes de levantar distraído la vista.

Había alguien más en la habitación.

Michael Kilroy le contemplaba aterrado desde las escaleras.

 

 

 

 

 

 

Auckland.

Nueva Zelanda.

Lunes Nov./10/2036

Wicca +45

 

Jim Taylor despegó del aeródromo de Ardmore a las 06:00 h con viento de cola y cielo despejado. El P-51 sobrevoló Whakatete Bay para dejar la costa por Slipper Island y adentrarse sin incidencias en mar abierto.

El océano se extendía bajo las alas inmenso, brillante y azul.

Jim estabilizó el avión a una altura de cinco mil metros.

—Vamos allá. —Pensó.

 

***

 

En las afueras de Auckland, Linda Taylor salió de casa a las 07.10 h. Debía darse prisa si quería llegar a tiempo al ayuntamiento.

—La secretaria de un alcalde como Giles Derrick nunca puede llegar tarde. —Dijo durante el desayuno antes de darle un beso a Cindy.

La niña le miraba con aspecto aburrido mientras revolvía un tazón de cereales y apartaba la cara con un gesto de desaprobación.

—¡Ay Mama! ¡No me besuquees! ¡Sabes que no me gusta!

Linda cogió el bolso, se enfundó la gabardina y exclamó antes de salir como una exhalación.

—¡No te olvides de la señora Goodfield! ¡Te quiero!

Linda llegó al centro de Auckland a las ocho menos diez. Le quedaban cinco minutos para aparcar.

 

***

 

Cindy decidió jugar un rato con la consola. Desde que el gobierno suspendiera las clases en Nueva Zelanda debido a la crisis de los refugiados, la muchacha estaba en el paraíso. Podía trasnochar y luego dedicar todo el día a holgazanear

—Ojalá esto dure para siempre. —Pensó desperezándose.

Al rato, aburrida, se levantó para recorrer la casa en pijama. Le gustaba entrar y salir de las habitaciones vacías. A veces, rebuscaba entre los cajones del cuarto de sus padres esperando encontrar algo prohibido.

—Papá estará todo el día volando. Son las 11:20 y Mamá también tiene para largo en el ayuntamiento. Un día perfecto. —Se dijo contenta.

De repente, un flash sacudió su mente.

—¡La señora Goodfield! ¡Mierda! ¿Cómo he podido olvidarme?

 

***

En el centro de Auckland, Linda Taylor entró en el despacho del alcalde a las once y cincuenta y dos.

—Buenos días Linda. ¿Has descansado bien?

—Estos días están siendo un poco caóticos con Cindy en casa sin hacer nada y ahora la señora Goodfield, nuestra vecina, se ha quedado sola. Tiene más de noventa años.

—No sabe cuánto lo lamento. —Respondió Giles Derrick.

—Nos apañaremos. —Concluyó Linda con una sonrisa.

—¿Qué problema tienes con Cindy?

Linda intentó ser concisa. Odiaba hablar demasiado.

—Yo creo que se aburre. Tanto tiempo sola, todos los días…

—Yo no me preocuparía. Apuesto a que está disfrutando. ¿Qué tenemos para hoy?

Linda abrió su tableta y entró en la aplicación que gestionaba la agenda del alcalde.

—Almuerzo con la concejala Lake, visita al nuevo Centro de Acogida de Wynyard Quarter y a las seis en punto, cena en el War Memorial con la Gobernadora General y el Contraalmirante Lyndon Stir.

—Burócratas… —Murmuró Derrick. —¿Puedes creer que quieren cortar el suministro de electricidad en toda el área metropolitana?

Linda se sorprendió.

—¿Cómo es posible?

—¡Una locura! Piensan que pueden hacer lo que les plazca con la ciudad pero esta noche se llevarán una sorpresa.

Linda no supo qué decir.

—Antes de nada, por favor, avisa al Jefe Bowers. Quiero que hablar con él.

—Muy bien señor. ¿Alguna hora en concreto?

—Lo antes posible.

Linda se levantó.

—Ahora mismo llamo a comisaría.

 

***

En las cuatro casas, Cindy tocó la puerta de la señora Goodfield con suavidad. Tenía la esperanza de que haciéndolo así, la anciana no la oyera pero una voz apagada respondió desde dentro.

—¿Mary? ¿Eres tú? ¿Dónde has estado?

—¿Señora Goodfield? —Preguntó Cindy desde el porche.

—¡Pasa Mary, está abierto!

Cindy entró en la casa.

Algo olía a rancio en la cocina.

—Señora Goodfield soy Cindy, la hija de Jim y Linda, sus vecinos.

Sarah Goodfield trató de incorporarse un poco sobre la silla de ruedas en medio del salón.

A Cindy le dio la impresión de que llevaba allí toda la noche.

—¿Sabe dónde está Kasih? —Preguntó Cindy.

—Mary estuvo anoche aquí. Vino a cenar pero luego hizo las maletas y se marchó. Mi hija tiene un puesto muy importante en la compañía telefónica. ¿Cómo dices que te llamas? No consigo recordarlo. Mi cabeza parece una jaula de grillos. Quiero irme a casa.

Cindy intentó encontrar algún sentido a las palabras de la anciana.

La mente de la Señora Goodfield confundía a la enfermera que se marchaba a Indonesia con el viaje a Shanghai de su propia hija.

Un vuelo del que nadie había vuelto.

—Está usted en su casa. ¿Quiere que le ponga la televisión? —Preguntó Cindy con la esperanza de que la anciana asintiese.

—Quiero irme a casa. ¿Dónde está el dinero? No puedo volver a casa sin dinero.

Cindy levantó la mirada hacia el techo desconchabado del salón.

Aquel iba a ser un largo día.

 

***

 

Lejos, en las aguas del océano pacífico, Jim Taylor hizo descender el avión hasta los tres mil quinientos metros. A esa altura, las cuatro embarcaciones se distinguían claramente.

—Cargueros, yendo a toda máquina hacia la costa. —Murmuró.

Decidido a comprobar más de cerca la situación, el experimentado piloto realizó un picado para poder sobrevolar la pequeña flotilla.

No era una tarea sencilla. Los barcos podían ir armados y el Warbird de Jim era un aparato de reconocimiento.

—Nada de hacerte el héroe ahí afuera. ¿Está claro? —Le recordaba constantemente su mujer.

Jim ajustó la frecuencia de radio para informar de la situación.

—P-51 Eco, India, Foxtrot.

—Adelante Jim.

—Cuatro cargueros en mi posición.

—Recibido. La ayuda tardará un poco en llegar pero mantén el rumbo. ¿Tienes visual de las cubiertas?

Jim descendió un poco más.

La superficie de los cargueros estaba tapada con lonas así que no quedaba más remedio que intentar una pasada de costado.

—Necesito unos minutos. Corto.

El P-51 rugió por encima de las olas.

Bajo los toldos grises, una miríada de rostros asustados observó con preocupación las evoluciones del extraño avión.

—P-51 Eco, India, Foxtrot. 

—Adelante P-51.

—Visual confirmado. Hay miles de personas en esos barcos.

—Tenemos a los muchachos ocupados.

—¡No puedo estar aquí todo el día! —Exclamó Jim nervioso.

—Mantén la vigilancia P-51. Mandaremos a alguien lo antes posible.

 

***

 

En el ayuntamiento, Linda se sentó en su escritorio y descolgó el teléfono. No había señal.

—¡Mierda! —Exclamó.

Ocurría a menudo que algunos servicios funcionaban intermitentemente.

—Me voy a comisaría. —Anunció.

Margot, su compañera frunció el ceño.

—¿Y qué le digo al alcalde si quiere verte?

—Le dices que he ido a comisaría. ¿Cómo voy a hablar con el jefe Bowers si no? —Respondió Linda contrariada.

 

***

En el mar, Jim observó a los F-18 aparecer como tres puntos brillantes en el cielo.

—Ya están aquí. —Se dijo.

Los pilotos descendieron a toda velocidad sobre los buques manteniendo la formación.

Los misiles salieron disparados impactando contra el casco de los barcos y generando enormes explosiones.

Algunos refugiados comenzaron a saltar al mar.

—P-51 Eco, India, Foxtrot. 

—Adelante P-51.

—Misión cumplida. —Anunció Jim mientras los cargueros en llamas se hundían en el océano.

—Buen trabajo, Jim. Feliz vuelo de vuelta.

 

***

A las 19.45. Cindy terminaba de poner la mesa para cenar.

El apetitoso aroma de un pollo asado inundaba toda la casa.

—¿Por qué tenemos que cenar otra vez pollo? – Preguntó la niña malhumorada.

—Mucha gente se alimenta a base de judías y arroz. No te quejes. —Respondió Linda acabando de separar las pechugas.

—Da las gracias a tu madre, que trabaja en el ayuntamiento y tiene buenos contactos. —Dijo Jim guiñando un ojo. —¿Qué tal el día, cariño?

Linda acercó la bandeja con la comida a la mesa.

—Un desastre, nada funciona como debiera. He tardado dos horas en salir de Auckland y ahora dicen que la Gobernadora Butler quiere hacer cortes de luz en toda la ciudad.

—¿Qué? —Preguntó Cindy incrédula.

—Cuenta con el apoyo de los militares que han elaborado un plan de ahorro energético. El alcalde se opone y tiene al jefe de la policía de su parte. Si esto sigue así, no sé cómo vamos a terminar. —Dijo Linda nerviosa.

—¿Y qué voy a hacer yo sin electricidad por las noches? —Preguntó Cindy como si acabasen de anunciar el fin del mundo.

Linda miró a su hija antes de contestar.

—Podrías dormir con la señora Goodfield. ¿Qué tal tu primer día con ella?

Cindy cortó con desgana un trozo de pollo.

—No se entera de nada.

Linda adoptó en seguida una mirada de reproche.

—¡Pobre señora Goodfield!

La niña apartó el plato con la cena antes de responder.

—¿Qué esperabas? ¡Tiene noventa años!

Jim intervino en la conversación.

—Será mejor que pase yo la noche con ella.

Linda miró con ternura a su marido.

Jim era un buen hombre.

Un hombre con un gran corazón.

—¿Qué tal tu vuelo? —Preguntó.

Su marido tomó un último trago de cerveza antes de empezar a recoger los platos.

—Bien. Hoy avistamos cuatro cargueros.

—¡Pobre gente! —Exclamó Linda.

—Las autoridades se han encargado de ellos. —Respondió Jim.

—Quiero que sepas que estoy muy orgullosa de la labor humanitaria que estás llevando a cabo, Jim. Dar cobijo a toda esa gente que encuentras todos los días en alta mar… No debe de ser fácil.

Jim clavó sus ojos en Linda.

Efectivamente, lo que hacía no era nada fácil.

—Gracias, cariño… Y ahora… ¡Será mejor que alguien se encargue de la señora Goodfield! —Respondió cogiendo la chaqueta.

Nueva Zelanda cortó oficialmente el suministro eléctrico en la ciudad de Auckland y alrededores a las 23.07 h. de aquella noche.

Cindy maldijo al gobierno desde su habitación.

—¡Ni siquiera he podido guardar la partida! —Exclamó dando una patada a la consola.

 

 

 

 

 

 

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