Harmony

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El Diario de Paul Sander

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El Diario de Paul Sander

 

 

Diario de Paul Sander.

Nueva York.

11 de Septiembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Bruce McKellen quiso verme un viernes de principios de junio, a última hora de la tarde. Recuerdo que mientras me dirigía a su despacho, pensé en los rumores que llevaban semanas incendiando la redacción: recortes, despidos, el cierre inminente de varias corresponsalías… A pesar de mis denodados esfuerzos por pasar desapercibido, aquella llamada, al filo del fin de semana, constituía todo un indicativo. Me había llegado la hora.

Bruce pondría en marcha el plan Allen & Wyman sin tener en cuenta las consecuencias. Lo haría a pesar de las movilizaciones y sin escuchar a los sindicatos. Al fin y al cabo, uno no se deja una fortuna en las mejores consultoras financieras de la costa este para, como decía Bill, al final no hacer ni puto caso. Mientras me ajustaba, temeroso, el nudo de la corbata frente al espejo en el baño de caballeros, tuve la certeza de que mi nombre estaría entre los prescindibles. Angustiado, dejé correr un buen rato el agua del lavamanos mientras me preparaba para lo peor.

McKellen lo expresaría con la gracia que ambos sabemos le caracteriza:

—Paul, tu sección arroja demasiadas pérdidas. No te ofendas, pero los anunciantes no se llevan bien con los agujeros negros.

Nunca, Kate, he entendido la obsesión que tiene la gente con los agujeros negros… Bill y yo hemos publicado cientos de artículos sobre una gran diversidad de temas pero creo que la idea de que ahí fuera existan monstruos invisibles, a la deriva, capaces de engullirlo todo, produce mucho morbo. Personalmente, he llegado a la conclusión de que todas las obsesiones con agujeros resultan perturbadoras y que este espinoso asunto tiene, sin duda, un marcado trasfondo freudiano. Ya sé que si estuvieras aquí me dirías que tú de esto no sabes nada, que lo tuyo son los agujeros financieros…

Durante la interminable espera frente al ascensor, me encontré con el imbécil de Arthur Cunningham que, como siempre, empezó a hablar de lo que no sabe.

—¿Has visto la rueda de prensa?… Si yo fuera el presidente Wilkinson, daría un golpe sobre la mesa y suspendería ese condenado tratado de libre comercio con los chinos.

—Créeme Arthur, América se conforma con que tan sólo seas el redactor de deportes del New York Times. Un periódico con solera, aunque últimamente menguante.

—¿A qué planta vas? —Preguntó Arthur molesto.

—Última. —Respondí incómodo.

Arthur pulsó el botón con una sonrisita.

—¿Va todo bien Paul? —Quiso saber, mostrando el rostro impertinente que delata a los cotillas.

—Perfectamente Arthur. Todo va perfectamente. —Dije con cinismo.

Mi buen amigo Bill, dice que la planta más alta del edificio del New York Times en el centro de Manhattan, es como el planeta Korriban, el hogar de los más oscuros Señores del Sith y según la Star Wars Wiki: “una fuente inagotable para el mal cuyo único propósito consiste en sembrar la amenaza en la galaxia a través de los milenios”. La verdad es que, mientras el ascensor me catapultaba hacia el piso cincuenta y dos, no pude pensar en un apelativo más adecuado para mi destino.

 

Korriban… Korriban…

Debo decirte Kate, que Bill y yo tenemos muchas cosas en común. Aparte de trabajar juntos, ambos estudiamos en la NYU y allí tuvimos la idea de fundar nuestra particular hermandad de bohemios e inadaptados. El Merry Ent Club se convirtió en sinónimo de tardes lluviosas vividas alrededor de un sinfín de viejas películas, videojuegos y no pocos tableros de rol. Creo que, aún hoy en día, sería capaz de rememorar gran parte de las aventuras que transcurrieron bajo la tenue luz del quinqué o la temblorosa llama del candelabro con el que Bethany Doherty se obstinaba cada vez que decidíamos jugar una partida.

—La ambientación lo es todo. —Decía.

Yo me limitaba a asentir mientras observaba fascinado su larga melena azabache salpicada por una miríada de finas mechas azules.

El Merry Ent tenía sus propias normas, y, por supuesto, todo Entie que se preciara, tenía que haber leído El Señor de los Anillos, una cantidad absurda de veces. Nunca confiamos en nadie al que no le gustase Led Zeppelin, y Expediente X nos enseñó a sospechar siempre de todo lo que digan los federales. No espero que lo entiendas, Kate, pero ya por entonces, nuestra idea de una noche de sábado perfecta consistía en una pizza de Lombardi´s acompañada de un buen montón de series y películas de ciencia ficción. Los domingos pasaban volando, enfrascados en nuestra lucha por Sigmar, a las órdenes del emperador Karl Franz. A veces, salíamos a intercambiar cómics de Batman con desconocidos en los mercadillos del Soho, y hasta hubo una época en la que nos encantaba organizar grupos de discusión en internet sobre los grandes clásicos: UVE… La Fuga de Logan… Galáctica… 

Luego está lo que yo llamo nuestro lado oscuro, que es precisamente aquel por el cual se nos conoce habitualmente en la redacción. Artículos premiados sobre el Bosón de Higgs, Las Ondas Gravitacionales… Nuestro trabajo sobre los espectaculares avances en la Teoría de Cuerdas… Bill y yo revelamos al gran público, los arcanos de la Nanotecnología Biológica, una disciplina prácticamente desconocida, pero que probablemente terminará convirtiendo a las futuras generaciones en robots. Nuestros reportajes sobre el Súper Volcán del Parque Yellowstone, el cambio climático y los últimos avances en computación cuántica, han sido todos acogidos con gran éxito en el ámbito de la prensa especializada.

Lo cierto es que Bill Walsh y yo estamos a la vanguardia de la divulgación científica en este país, tanto si le parece rentable a Bruce McKellen, como si no.

Ahora puedo verte enarcando las cejas, pensando en todo esto que te cuento. Soy consciente de que los problemas de nuestra pequeña sección, deben parecer ridículos comparados con los formidables retos que debes afrontar tú en el intrincado marasmo de Wall Street. Entiendo que no generamos suficientes ingresos pero, al mismo tiempo, si el New York Times dejara de meter sus narices en lo que ocurre con el Bosón de Higgs… ¿Quién demonios lo iba a hacer…?

El ascensor paró suavemente en la planta de dirección, donde la secretaria de Bruce, la Señorita Rose Nightingale, que debe estar ya próxima a su momificación, me pidió con una sonrisa que esperara a ser atendido. Me senté en la antesala, a ojear uno de nuestros magazines. A mitad de un artículo sobre la tos y el jubilado medio americano, Rose me obsequió con una humeante taza de té que no recordaba haber pedido, y me indicó amablemente que podía pasar.

Mi entrada en escena no pudo causar peor impresión. Demasiado bajo, demasiados kilos, el pelo largo, barba negra y descuidada. Ataviado con chaqueta de pana marrón y camisa blanca, ancha, sin planchar. Complementaba mi aspecto una de esas infames corbatas que parecen salidas de un capítulo de Starsky y Hutch, excesiva para la ocasión. Comencé a balancearme, nervioso, sujetando con cuidado la maldita taza de té.

Bruce McKellen se acercó sonriendo, y me invitó a ocupar la cabecera de una mesa que tenía el tamaño aproximado de un crucero imperial, con micrófonos delante de cada asiento. En el otro extremo, había dos personas más. Alistair Van Wyck, director de relaciones internacionales y Amanda Carlson, una de nuestras mayores accionistas. Bruce se sentó y apretó un botón. Los altavoces de la sala rugieron:

—HOLA PAUL ¿COMO ESTÁS?

Miré atolondrado a la taza de té y luego al micrófono, sin saber muy bien qué hacer. Recuerdo que me sentía tremendamente estúpido. Amanda debió percatarse porque inmediatamente escuché su áspera voz:

—PARA HABLAR, PUEDE USTED APRETAR EL BOTÓN VERDE SR. SANDER.

—Claro… Perdón. ESTOY BIEN. GRACIAS.

—NOS ALEGRAMOS MUCHO PAUL. —Respondió Bruce.

—TENEMOS ALGO IMPORTANTE SOBRE LO QUE HABLAR. —Añadió Alistair.

En ese momento, me puse muy derecho en mi asiento, la expresión enmarcada en un contumaz gesto de desprecio. Afrontaría aquello con dignidad.

—LES ESCUCHO CON ATENCIÓN —Dije en un tono excesivamente alto.

—PUEDES HABLAR CON NORMALIDAD, PAUL…

—Perdón. —Balbuceé, esta vez demasiado bajo, mientras jugaba nerviosamente con la cucharilla y la inesperada taza de té.

Bruce volvió a sonreír mientras echaba un vistazo a su reloj de treinta mil dólares. Acabábamos de empezar, y se notaba que el Presidente Ejecutivo del New York Times tenía prisa. Amanda, se dio cuenta rápidamente del gesto, así que fue directamente al grano.

—¿TE GUSTARÍA IR AL ESPACIO PAUL?

Y con esta pregunta, empezó todo.

Diario de Paul Sander.

Wilgminton. Vermont.

13 de Septiembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Los días posteriores a la reunión en el piso cincuenta y dos fueron bastante extraños. Iba a todos lados envuelto en una especie de nube, una mezcla de aturdimiento, excitación, temor y, sobre todo, incertidumbre. Me despedí de Bill y dejé de ir al periódico para ser internado en una pequeña casa de campo a las afueras de Wilgminton, Vermont. Allí pasé tres semanas, rodeado de expertos y sometido a una miríada de tests psicológicos.

—No querrá que mandemos a un loco allí arriba. ¿Verdad? —Me dijo el director del programa de psicología de la Universidad de Stanford.

La rutina era agotadora. ¿Se considera usted una persona animada? ¿Paciente? ¿Abierta? ¿Controvertida? ¿Violenta? ¿Ha tomado alguna vez sustancias con componentes psicotrópicos? En caso afirmativo, por favor indique cuál o cuáles. ¿Toma con frecuencia bebidas alcohólicas de alta graduación? ¿Ha incumplido usted alguna vez su palabra? ¿Piensa que los demás le critican? ¿Se considera usted feliz? ¿Es usted una persona promiscua?

—Promiscua… ¡Santo Dios! ¿Qué se supone que debo responder? —Exclamé estupefacto.

El equipo de psicólogos desplegaba entonces su ronda habitual de sonrisas y miradas de complicidad. Luego, continuaban machacando.

—¿Ha sentido alguna vez pulsiones de carácter homosexual?

—…

Sólo al final del día, me dejaban tranquilo. Me gustaba salir un rato a tomar el aire. Reconozco, Kate, que era durante estos cortos paseos, con las luces de la casa comenzando a iluminar tenuemente la vegetación que la rodeaba, cuando las dudas me asaltaban con más fuerza. ¿He hecho bien al aceptar esta propuesta? ¿Qué pasa si algo sale mal? Me vinieron a la cabeza las imágenes del transbordador espacial Challenger, explotando en directo ante los cuarenta millones de americanos que contemplaban, en aquel momento, el despegue frente a sus televisores. Corría el año mil novecientos ochenta y seis. Se me encogió el estómago y me entraron ganas de vomitar.

Por otro lado, si tenía un día bueno, mi mente era capaz de apreciar la oportunidad que se me había brindado.

¡Se trata de un trabajo único en la historia del periodismo!

¿Cómo voy a rechazarlo?

Al igual que hace el miedo, la gloria susurra, astuta, al oído.

—¡A ti llego mi dulce campeón! ¡A través de las hojas de los arces! ¡Quebrando las ramas de las hayas! ¡No temas más! ¡Paul Sander! ¡A ti llego!

A mi regreso, todos me mirarán con otros ojos. A mi regreso, Kate, tú me mirarás con otros ojos.

La primera fase del “periodo de entrenamiento y aclimatación” concluyó a finales de julio. Abandoné Vermont una tarde gris y desapacible, en el preludio de una tormenta de verano. Florida aguardaba.

Cabo Cañaveral me pareció un lugar desagradable, preñado de máquinas ávidas de librar la batalla contra los estragos de mi proverbial sedentarismo. Intentaban convertirme en algo mínimamente aceptable que enviar al espacio. Me hicieron saber, de mil maneras, que el sobrepeso no se lleva bien con las estrellas. Yo argumentaba que en tan pocas semanas, no iba a salir de allí convertido en Conan el Bárbaro, pero, para mi desgracia, ellos nunca cejaron en su absurdo empeño.

—No querrá que mandemos a un maldito gordo allí arriba. ¿Verdad? —Me dijo el sargento instructor de la base de las fuerzas aéreas en Little Rock.

No hay arces ni hayas en la costa Florida, Kate.

Demasiado calor, demasiada humedad…

Nada de susurros a través de los manglares.

La gloria, se quedó en el norte, ahogada en el preludio de una tormenta.

Subiría al espacio muerto de miedo.

 

Publicado en el New York Times.

15 de Septiembre de 2.036

 

EL NEW YORK TIMES EN LA ESTACIÓN ESPACIAL INTERNACIONAL

Por KATE BRENNAN. SEPT, 15,2036

El New York Times será el primer medio de comunicación de la historia en tener un corresponsal en la Estación Espacial Internacional Harmony. Paul Sander, responsable de la Sección de Ciencia del periódico, convivirá durante cuatro meses con los astronautas que desarrollan su trabajo en la obra de ingeniería más importante jamás construida por la humanidad. Esto ha sido posible gracias al acuerdo firmado por nuestro Presidente Ejecutivo, Bruce McKellen y el alto comisionado de la División Aeroespacial de las Naciones Unidas (DANU), John Philip Cruz.

Esta agencia de la ONU, fundada en 2.017 con el objetivo de aunar todos los esfuerzos de la humanidad en la conquista del espacio, fue la responsable de la exitosa puesta en marcha de la nueva Estación Espacial Internacional Harmony. A diferencia de su predecesora, la estación dispone de un avanzado módulo de rotación que simula la gravedad terrestre mediante el aprovechamiento de la fuerza centrípeta. En los casi cinco años de investigaciones llevadas a cabo por este ambicioso proyecto, se han producido importantes avances que serán decisivos en el próximo objetivo de la DANU: El planeta Marte.

Inaugurada en 2.031, Harmony no es solamente una estructura tecnológicamente asombrosa a 400 km de distancia en el espacio. Aparte de las actividades científicas que allí se desarrollan, la ONU ha puesto en muchas ocasiones a la estación como ejemplo de convivencia para los habitantes de la Tierra. Astronautas de numerosos países, a veces históricamente antagónicos, han compartido con éxito el mismo entorno en la estación en beneficio de un bien común que trasciende razas, ideologías y religiones. La estación ha sido por lo tanto, unánimemente considerada como el mejor ejemplo de lo que la humanidad puede llegar a conseguir cuando se impone el espíritu de colaboración entre las naciones.

El próximo 17 de Septiembre, despegará, con Paul Sander a bordo, y desde el Centro Kennedy en Cabo Cañaveral, el transbordador Reacher de la DANU, en misión de aprovisionamiento rumbo a Harmony. El trabajo de Paul consistirá en contarle a la humanidad, de primera mano, cómo es el día a día de los científicos y astronautas que desarrollan su labor en el espacio. Para ello, el New York Times tiene previsto publicar una edición especial con cada crónica que Paul vaya haciendo llegar a esta redacción.

Actualmente están presentes en la Estación Espacial cinco grandes especialistas, todos ellos cuidadosamente escogidos por la DANU en base a sus sobresalientes cualidades, tanto profesionales, como físicas y psicológicas. Viktor Zaitsev, cosmonauta ruso, es el Responsable de Sistemas y el más veterano de todos. La joven y brillante Dana Lehner, experta en Física de la Agencia Espacial Europea. El Dr. Yun Wang es una reconocida eminencia en Biología Molecular de la Administración Espacial Nacional China. El Coronel David Dayan se ha constituido como uno de los más prestigiosos estudiosos de la Materia y la Energía Oscura en la Agencia Espacial Israelí y por último, el profesor Omar Aslan, Director del Programa Conjunto de Magnetismo y Micro Gravedad de la Universidad de Chicago e importante asesor de la NASA.

El pronóstico del tiempo previsto por el Servicio Meteorológico Nacional para el 17 de Septiembre es de cielos despejados para todo el sur de Florida.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

18 de Septiembre de 2.036.

Hola Kate.

Nadie debería viajar nunca, ni si quiera una vez, en un transbordador espacial. La sensación de pánico, mezclada con el subidón de adrenalina que produce estar encima de más de dos mil toneladas de hierro y combustible; subiendo, subiendo, con todo ese ruido… es algo… difícil de describir. Tan solo baste decir que nunca había pasado tanto miedo en toda mi vida.

A primera hora de la mañana del 17 de septiembre, y con un día perfecto para dar un paseo por el universo, salimos del Edificio de Operaciones en dirección a la rampa de lanzamiento. Pronto alcanzamos lo que los técnicos llaman la “habitación blanca” donde el equipo de tierra nos ayudó a ponernos los paracaídas y Pantalones Anti-G antes de guiarnos a nuestros asientos.

Oficialmente, la misión, comandada por Thomas Anderson un veterano astronauta tejano de la DANU, tenía como objetivo llevar a cabo con éxito el aprovisionamiento regular de la Estación Espacial Internacional Harmony. Un viaje relativamente corto, rutinario, realizado ya en numerosas ocasiones. A su lado, Morgan Lawrence, un joven y prometedor copiloto afroamericano formado por la NASA pero que, como yo, visitaba la estación por primera vez.

Tan sólo puedo imaginar la cara de Anderson cuando le comunicaron que, además de tener que preocuparse por un compañero novato, en esta ocasión, tendría que hacerle un hueco a un periodista del New York Times… Supongo, que la misma que hubiese puesto yo si hubiera llegado a la redacción un cabrero de Azerbaiyán…

Cuando estuvimos los tres ya acomodados, el personal de apoyo retiró la escotilla y evacuó la zona. Anderson y Morgan no paraban de contar anécdotas mientras hacían todo tipo de comprobaciones. En lo que a mí respecta Kate, debo confesarte que estaba demasiado asustado como para seguirles el juego.

Me gustaría decirte que abandoné el planeta Tierra tranquilo y confiado pero lo cierto es que no fue así. Teniendo en cuenta que el punto más alejado de Brooklyn en el que he estado es el pico Black Mountain en Kentucky, creo que entenderás mi desazón al salir disparado a 5.000 km por hora rumbo al espacio. No soy un tipo especialmente religioso, Kate. Me limito a seguir los principios de la Orden Jedi y a Martin Scorsese pero durante los primeros momentos del viaje, te confieso que no me faltó Dios al que rezar.

Dos minutos después del despegue y estando a unos 45 km de altura, se separaron los SRB que es como se llaman los gigantescos cohetes propulsores que nos ayudaron a vencer la fuerza de la gravedad y situaron al Reacher fuera de las capas densas de la atmósfera. En seguida se notó la diferencia. El transbordador espacial pasó a desplazarse con suavidad y mis nauseas parecieron disminuir, pero solo un poco.

Todo fue bien durante el trayecto a la estación y si hubo alguna incidencia, yo desde luego no me enteré. Estaba demasiado ocupado tratando de encogerme en mi asiento mientras combatía con mis intestinos. Es posible que te estés preguntando cómo es que no disfruté más intensamente de una experiencia que muy pocas personas han tenido el privilegio de vivir… Aún a riesgo de parecer un pusilánime, me he propuesto redactar para ti este diario con ánimo sincero, sin adornos.

Cuando me propuse escribirte sobre todo esto Kate, te aseguro que tuve la tentación de retratarme a mí mismo de manera mucho más heroica. El intrépido periodista que sin apenas preparación, se embarca en una épica misión espacial que le hará mundialmente famoso… Hubiese sido fácil describir para ti, a través de este diario, a ese personaje. Al fin y al cabo, en las películas, la guapa protagonista pelirroja de ojos verdes nunca se enamora del actor secundario; un tipo bajito y rechoncho, que moja los pantalones cuando decide abandonar el planeta. Está claro que no soy Han Solo, Kate. Será mejor que pienses en Danny de Vitto.

Por supuesto, nunca admitiré públicamente que viajé a las estrellas rezando a todos los dioses. Estaba en un transbordador espacial que se movía a 28.000 kilómetros por hora, rumbo hacia lo desconocido.

Que descanses Kate. Aquí en las estrellas, se te echa de menos.  

Correo electrónico personal de Paul Sander.

Bandeja de entrada.

 

De:billwalsh@gmail.com

Enviado: 21/09/2036 23.14

Para:paulsander@gmail.com

Asunto: Ten cuidado

 

Hola Paul ¿Cómo estás? No han pasado aún una semana desde que te marchaste y algunos por aquí ya te echamos de menos. No hagas tonterías allí arriba y por favor, vuelve sano y salvo a la redacción. Recuerda lo que hablamos: Nada de paseos espaciales. Eres periodista, no Yuri Gagarin.

En el periódico estaban todos con un ataque de ansiedad esperando tu primera crónica desde la estación. Finalmente, llegó ayer y ahora te cuento las reacciones. Parece que tu viajecito se ha convertido en el acontecimiento periodístico más importante en el New York Times desde lo de las Torres Gemelas. Josh Spanoulis, ese griego mal nacido que tenemos como editor jefe, se ha convertido en un león embutido en una pecera. No pasaron quince minutos desde que supimos que habías llegado a Harmony y ya estaba preguntando por tu “maldito articulo”.

Fíjate si están nerviosos con todo el asunto, que han apartado a Kate Brennan de la Sección de Economía para ponerla al frente de todo este circo, lo cual le ha sentado fatal. La chica estaba investigando un caso relacionado con la presuntamente fraudulenta salida a bolsa en Wall Street de uno de los conglomerados industriales más importantes del sudeste asiático. Ahora ha tenido que dejarlo todo en manos del imbécil de Bryan Norris para ocuparse de ti.

No se lo tomes a mal, ya sabes que Kate es muy profesional en todo lo que hace pero a nadie le gusta que otro venga a aprovecharse de su trabajo.

Bueno, como te iba diciendo, tu primer artículo desde la estación llegó ayer, y luego se desataron todos los infiernos. Recibí una llamada de Bruce McKellen para una reunión en su despacho. Cuando llegué, Kate, Spanoulis y Amanda Carlson ya estaban allí.

Bruce nos facilitó una copia de lo que habías escrito. A mí me pareció un enfoque interesante pero enseguida se alzaron voces críticas que pusieron en peligro la publicación de tu trabajo. Spanoulis afirmó que tu visión no era la correcta, de acuerdo con su tesis, nuestros lectores esperan una aproximación más científica y menos filosófica de toda esta experiencia.

Kate, con la determinación que la caracteriza, enseguida disintió, realzando precisamente el aspecto humano. Argumentó que tus palabras serían, y cito textualmente: “Como un aldabonazo en el corazón adormecido de América.” Pronto nos vimos inmersos en un acalorado debate editorial sobre si debíamos publicar una perspectiva tan personal o de lo contrario, desechar tu crónica y pedirte un enfoque mucho más aséptico y racional. Amanda mostró preocupación por tu estilo, haciendo hincapié en lo políticamente incorrectas que eran tus referencias a las Naciones Unidas. Teme que la DANU se mostrará incómoda con esto.

Spanoulis insistió afirmando con rotundidad que todos tienen ahora sus ojos puestos en el New York Times y que lo que el mundo entero espera del periódico es “la crónica de una historia épica, no las trasnochadas reflexiones de un periodista sensiblero.”  

—La gente no quiere gloria. La gente quiere una buena historia y eso es lo que tenemos aquí. —Argumenté yo.

—Si publicamos esto, vamos a tener que dar unas cuantas explicaciones a nivel institucional. —Repitió preocupada Amanda.

Como resultaba obvio que la discusión no estaba llegando a ninguna parte, Bruce McKellen optó por zanjar de golpe la cuestión.

—Lo publicaremos tan pronto como podamos y no tocaremos ni una sola coma. Kate tiene razón. El lado humano es lo que importa.

¿Te lo puedes creer? Spanoulis y Amanda salieron de allí cabizbajos y derrotados. Querían vetar tu artículo descaradamente. Censurarlo. Estoy seguro de que con tal de servir a sus intereses, ¡serían capaces de inventárselo todo!

Te escribo este correo, Paul, sin ánimo de alarmarte.

Tan sólo quiero que estés prevenido.

FUERZA Y HONOR.

Bill

 

Crónica publicada en el New York Times.

23 de Septiembre de 2.036

 

RIPLEY

Por PAUL SANDER. SEPT, 23,2036

Harmony es como una gigantesca rueda de diligencia girando lenta y silenciosamente en el espacio. A medida que el transbordador de la DANU se aproxima al muelle para su acoplamiento, mi atención se fija sobre todo en los pequeños detalles: El familiar escudo de las Naciones Unidas en la cubierta, las luces rojas de posición, los engranajes de los brazos robóticos, los ventanucos distribuidos de forma regular a lo largo del imponente círculo exterior, la luz refractada en los enormes paneles solares desplegados para absorber la vital energía con la que aquí funciona todo…

La estación da la impresión de ser más grande vista desde fuera. Parece que la falta de espacio ha venido siendo una constante desde que en 1.957 la humanidad puso en órbita a la perrita Laika a bordo del Sputnik 2. La primera lección que aprende el recién llegado, es que en Harmony se debe ser siempre extremadamente ordenado. Lo que uses debe ser devuelto siempre a su sitio. Las habitaciones, las áreas comunes, los laboratorios, el gimnasio, incluso los pasillos, cuentan con gran cantidad de cajones y armarios minuciosamente etiquetados, así que, aquí, todo tiene su sitio.

Harmony está dividida por sectores bien señalizados siguiendo un código alfanumérico pero, a la postre, tan sesuda nomenclatura ha terminado convirtiéndose en un fútil esfuerzo de ingeniería. Pronto, los astronautas adoptaron su propia jerga a la hora de referirse a muchas de las estancias e instrumentos de la estación: La nevera, el destornillador, el burdel…

Mi lugar favorito no es el amplio puesto de control CR-HS1, ni la sala de reuniones rebautizada hace años como Lindon High. Ni siquiera la impresionante cámara de ingravidez o los modernos y sofisticados laboratorios han conseguido dejar una huella especial en mi interior. Mi lugar favorito en Harmony pertenece oficialmente a la categoría de almacenes SE-AA3 y es un rincón apartado que en algún momento dejó de albergar piezas de repuesto para convertirse en el Museo Ellen Ripley. Se trata de un espacio ocupado por estanterías cuyas paredes están forradas con un montón de imágenes. Fotos de astronautas y de sus familiares: abuelos y abuelas, padres y madres, novios y novias y, por supuesto, decenas de bebés. Hay carteles de deportistas, actores, músicos y tentadoras instantáneas de despampanantes modelos. Instantáneas de coches, casas y postales con todo tipo de ciudades y monumentos. Imágenes de montañas, ríos, playas y lagos… Fotografías submarinas y de exploradores anónimos recorriendo selvas y bosques…

Es como si todos los que han pasado por aquí hubiesen traído consigo un pequeño trozo de la Tierra.

Cuenta también el Museo Ripley, con una bizarra colección de objetos inverosímiles entre los que he podido catalogar: una Biblia presbiteriana, varias botellas de vodka, todo tipo de revistas y hasta una bolsa de palos de golf. Así mismo, no pude evitar sorprenderme ante una colección de cromos de la Súper Liga de Críquet de Pakistán y me llevé un buen susto al toparme en una esquina con la reproducción, a tamaño real, de un Linguafoeda Acheronsis, el octavo pasajero más aterrador de todos los tiempos.  

Sorprendido por tan peculiares descubrimientos, inmediatamente quise saber más. ¿Cómo habían llegado todos aquellos extraños objetos allí?

—Todo empezó de manera espontánea. —Confesó Viktor Zaitsev, el ingeniero de sistemas.

—Los astronautas, antes de regresar a casa, empezaron a dejar algunos de sus efectos personales en la estación. Puede que al principio se tratara de deslices, objetos olvidados con las prisas, falta de espacio a la hora de hacer las maletas… El caso es que pronto se corrió la voz de que todo el que venía a Harmony tenía que dejar algo aquí y el descuido se tornó en tradición.

—¡Vaya!

—Surgió una especie de competición por ver quién lograba traerse de la Tierra el objeto más extravagante para la que al principio se llamó: “La Maravillosa Habitación de Objetos Inverosímiles e Inusuales en el Espacio Exterior, Teniente Ellen Ripley.”

—Un poco largo…

—Con el tiempo, este lugar se ha ido ganado su categoría de museo. —Respondió Zaitsev con solemnidad.

Absolutamente fascinado por la historia, continué con mis indagaciones.

—¡Pero si hay hasta palos de golf! ¿Juegan torneos? —Pregunté con sorna.

—18 hoyos. Aunque debo pedirle que sea discreto. La Federación Galáctica aún no los ha homologado…

Reí de buena gana con las respuestas de Viktor y esto me hizo reflexionar sobre el buen ambiente que se respira en la estación. Entre los astronautas, sin importar su procedencia, impera una gran camaradería y todos me han acogido de buena gana. Se interesan por mi y desde aquí me gustaría agradecer públicamente el esfuerzo adicional que a ellos les supone intentar que mi estancia en Harmony sea lo más agradable y productiva posible.

Dejando a un lado las respuestas del señor Zaitsev, el Museo Ellen Ripley me parece una muestra palpable de lo que somos. Una habitación gris, suspendida en el espacio, nos recuerda que no importan los mundos que descubramos ni lo lejos que lleguemos. No hay nada como  nuestro hogar. Esta pequeña sala es un tributo a todo lo que, como especie, nos resulta querido y ha causado un efecto en mi mucho más impresionante que cualquier otra cosa en Harmony.

El espacio es un entorno hostil, frío. Me hace sentir frágil y vulnerable. Lo único que nos libra de una muerte segura son unas finas paredes de metal. Dejo un momento de escribir para mirar a nuestro planeta por la ventana de este estrambótico museo…

Luce azul, tranquilo y maravilloso.

Vine aquí con el encargo de documentar el día a día el uno de los mayores logros de la humanidad. Sin embargo, en vez de hablar sobre los importantes experimentos científicos que se realizan en esta estación, o tratar de explicar con detalle el funcionamiento de la misma, he preferido comenzar esta crónica recordando lo que he dejado atrás: A todos ustedes.

 

PAUL SANDER. SEPT,--,2036

Estación Espacial Internacional Harmony.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

26 de Septiembre de 2.036.

Hola Kate

¿Cómo estás? Me gustaría agradecerte tu defensa de mi trabajo el otro día en la reunión con Bruce McKellen. Bill me lo ha contado todo y es evidente que si no llega a ser por tu intervención, mi artículo no hubiese visto la luz. Al menos, no tal y como yo lo escribí…

Cuando salí de casa para embarcarme en este proyecto, no tenía ninguna idea preconcebida de cómo abordar este tipo de empresa. Quiero decir, no hay un manual de estilo para estas cosas pero todos los días me recuerdo a mi mismo que soy un periodista del New York Times. Mi compromiso está con nuestros lectores, no con el gobierno, ni con la ONU, ni siquiera con Bruce.

En Harmony resulta fácil quedar atrapado por la ingeniería, por la maravilla de la propia construcción y te aseguro que es mucho más tentador hablar de máquinas que de personas. Uno no tiene que preocuparse por las opiniones de la inteligencia artificial que controla los sistemas de la estación, o por lo que piensen de mi presencia aquí los robots mecánicos de la bahía de carga. Pese a lo que hayas podido leer en el artículo, no todos se han apuntado al Club de Fans de Paul Sander, y hay quien ni siquiera se molesta en disimular las miradas de recelo. Es normal que algunos me vean al principio como un outsider, alguien que viene a meterse en sus asuntos.

El comandante de transbordadores Thomas Anderson es, ante todo, un militar. Un tipo serio, hosco, de esos que, en una fiesta, se limitan a observar; manteniendo siempre la compostura. Es un hombre de profundas convicciones religiosas, aspecto adusto, políticamente conservador y tremendamente celoso de su intimidad. Me recuerda físicamente a Brutus Howell, el guardián amable de La Milla Verde; sólo que, para mi infortunio, nuestra primera charla en la estación no tuvo nada de amable.

Aunque intenté abordar la conversación con Anderson como si estuviéramos en un pub, tomando unas cervezas mientras la televisión retransmitía un partido de los Nets, el resultado no fue el esperado. Supongo que la culpa es mía por no haberlo visto venir… Al fin y al cabo, ¿Qué pueden tener en común un soldado de la guardia pretoriana del Partido Republicano en Texas y un periodista que votó YES WE CAN a la primera gobernadora lesbiana del estado de Nueva York?  

Gracias a Dios, procuro grabarlo todo. Me ayuda luego a poner mis notas en orden. No obstante, ya sabes que este diario es sólo para ti. Cuando vuelva a casa espero tener el valor de invitarte a cenar para entregártelo. O puede que simplemente lo borre del disco duro de mi portátil y nadie sepa nunca de su existencia… No lo he decidido aún.

Me encontré con Anderson mientras éste supervisaba las tareas de descarga del transbordador. Una gigantesca grúa robotizada procedía en ese momento a depositar un contenedor de repuestos en uno de los almacenes laterales de la estación.

—Menudo cacharro… —Se me ocurrió decir de manera despreocupada.

—Las máquinas que fabricamos son fascinantes señor Sander. Nunca sabremos hasta donde podemos hacerlas llegar. Las primeras computadoras empezaron haciendo cálculos matemáticos mucho más rápido que cualquier ser humano. Luego nos ganaron jugando al ajedrez, más adelante comenzaron a hacer carreteras, puentes, edificios… y ahora son capaces de construir estaciones espaciales como Harmony.

—¿No le inquieta un poco que algún día…?

—¿Puedan tomar el control?

—Si… Bueno… —Respondí. —Es un temor que siempre ha existido y que ha protagonizado encendidos debates entre…

—Entre los que no confían en Dios.

Reconozco, Kate, que en ese momento, debí de haberme percatado de que la conversación podía tomar derroteros un poco espinosos, sin embargo, mi naturaleza escéptica tuvo que salir a relucir…

—Comandante, no creo que Dios tenga nada que ver con… —Intenté argumentar.

—Dios está en todas partes señor Sander. ¿Acaso no lo sabe? ¿Qué es lo que les enseñan a ustedes en esas malditas escuelas de Nueva York? —Respondió Anderson categórico con su marcado acento tejano.

No pude evitar la respuesta.

—Nos enseñan, entre otras muchas cosas, a separar claramente la ciencia de la religión.

Anderson me dirigió una mirada fulminante.

—Ya veo que no es usted creyente.

—Tengo un amigo que cree que Jesucristo fue, en realidad, un cyborg, implantado por extraterrestres mediante fecundación artificial en el útero de María… —Dije rememorando las teorías de Bill sobre el asunto.

—Se cree usted muy gracioso. —Concluyó Anderson. —No me gusta, Sander. No me gusta usted, ni lo que ha venido a hacer aquí. Esta estación no es lugar para los de su calaña. No sé a qué maldito burócrata se le ocurrió que sería una buena idea enviar a un periodista a interferir con nuestro trabajo… Espero fervientemente que usted sea el primero y también el último. 

  Tanta hostilidad en el hombre que algún día tendría que llevarme de vuelta a casa me produjo cierta inquietud. ¿Y si este tío decide arrojarme por la ventana? —Pensé divertido.

—Lamento que así sea. Disculpe si le he parecido ofensivo, tan solo pretendía… —Respondí tratando de recuperar en vano, la cordialidad.

—Limítese a hacer su trabajo Sander, y de paso, déjeme hacer el mío. —Respondió Anderson terminando abruptamente nuestra desafortunada conversación.

Pues ya lo has visto Kate.

Pese a lo que hayas podido leer, la verdad es que no todo son trompetas y fanfarrias durante mis primeros días en la estación. 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

27 de Septiembre de 2.036.

Hola Kate

 

No me sorprende que mi primera charla con el comandante Anderson en la estación haya sido un completo desastre. Un hombre difícil el comandante Thomas Anderson; introvertido, simple. Le gustan las cosas claras, las cosas que son, o no son; sin matices… Los matices le suenan a excusas… Entelequias para filósofos.

Conozco bien al comandante Anderson. Está en el periódico, le he visto en el metro, yendo a trabajar. Merodea por el barrio, coge el ascensor en mi edificio, siempre hay uno en la familia… Para los Thomas Anderson de América, la realidad se basa en cuatro simples conceptos: Dios, patria, Wall Street y un buen presidente republicano. Una fisura en cualquiera de estos pilares, significa el comienzo del fin del mundo, por lo que además de creer, hay que mantenerse siempre alerta.

Según Thomas Anderson, en esta vida un hombre que duda, no es un verdadero hombre. Será a lo sumo, un demócrata, o peor aún, un ateo, un maldito abortista o un homosexual. Dudar implica objetar y… ¿A dónde iríamos a parar si la gente empieza a cuestionarlo todo? Si, conozco bien al comandante Thomas Anderson, ¿Quién no se ha topado alguna vez con alguien como él? Están por todas partes, Kate, hasta en el espacio.

Decidí quitarme de la cabeza al personaje mediante una breve visita a su compañero, aunque antagonista, el copiloto de transbordador espacial Morgan H. Lawrence. Ayer, mientras intentaba conciliar el sueño, se me ocurrió que podría realizar un buen artículo sobre el transbordador espacial, y el contraste entre las personalidades de los responsables del mismo.

Morgan me atendió con simpatía, durante un descanso de sus tareas en el muelle de carga.

—¡Paul Sander! ¿Qué te trae por aquí, hermano? No me digas que echas de menos a mamá y quieres volver ya a casa.

—Hola Morgan. —Respondí chocando el puño. —Ayer intenté mantener una charla con nuestro comandante.

—Déjame adivinar el resultado.

—Si… Salió todo lo mal que cabría esperar… Creo que piensa que soy un anti sistema infiltrado para acabar con todos en la estación.

—Además de un maldito ateo. —Añadió Morgan divertido.

—Además de un maldito ateo… —Confirme yo con cara de circunstancias.

—Tío… Seguro que te has equivocado. Nunca debiste abordarle de frente. No se puede someter a Thomas Anderson al tercer grado.

—Supongo que me falló el olfato… Te aseguro que intenté algo casual… ¡No me preguntes cómo acabó así!

Morgan volvió a reír. Yo estaba desconcertado.

—El muy bastardo te está poniendo a prueba.

—¿A prueba? —Pregunté sorprendido.

—Hizo lo mismo conmigo. El primer día, en el simulador… Antes de mover una sola palanca, quiso saber si yo era un negro temeroso de Dios…

—…

—Anderson no es un mal hombre. Tan sólo hay que saber manejarlo. Además, es el comandante más cualificado y profesional con el que he trabajado. El tipo sería capaz de aterrizar ese pájaro, sin ayuda y con los ojos vendados. —Afirmo Morgan señalando fuera, al transbordador.

—Así que, os lleváis bien…

—¿Y qué otra cosa podría hacer? Trabajamos juntos. El hombre tiene sus cosas, pero si no le tocas las pelotas, es un buen compañero. Si aceptas mi consejo, deja que pase un poco el tiempo. Piensa que, bajo su perspectiva, tu presencia aquí resulta extraña… ¿Qué demonios hace un periodista en una estación espacial? ¿A qué viene? ¿A escribir mierda sobre nosotros? ¿Qué es lo que quiere? Y sobre todo… ¿Quién ha sido el imbécil en Washington que le ha permitido venir? Todas esas preguntas están pasando ahora mismo por su cabeza…

—En el periódico me dijeron que este proyecto contaba con el apoyo de las más altas instancias…

—Precisamente. Esto, con una administración republicana, no hubiera pasado.

 

Reí de buena gana.

—¡Seguro que la culpa de que estés aquí, al final la tiene nuestro querido presidente, Ted Wilkinson!

—Comprendo.

—Mira Paul, a la gente como Anderson, le cuesta aceptar los cambios. Están acostumbrados a sus rutinas. Pero no dejes que esto te amargue. Haz tu trabajo, muéstrate serio y respetuoso con él, y disfruta de la estación. Todo va a salir bien. —Dijo Morgan guiñando un ojo y dándome una palmada en el hombro.

—Gracias Morgan. De verdad, has sido de gran ayuda.

—De nada. Y ahora, si me disculpas, tengo trabajo que hacer.

Dejé a Lawrence enredado en sus cosas, y siguiendo su consejo, volví al cuarto a retomar mis notas sobre Thomas Anderson. Está claro que voy a tener que armarme de paciencia, pero ahora mismo, no me apetece ponerme a pensar demasiado en ello.

Te tengo que dejar, Kate. Acordé pasarme al final de la jornada por los laboratorios para tener una charla con la Doctora Lehner, y ya llego tarde. Dana es una joven promesa de la Universidad de Leipzig y, teniendo en cuenta lo serio que parece aquí todo el mundo, no quisiera que se enfadara también conmigo por impuntual.

Cuídate mucho.

 

Nota: No hay motivos para que te pongas celosa. La chica no es mi tipo.

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

28 de Septiembre de 2.036.

Hola Kate

Se me hizo tarde ayer para continuar. Me retiré a dormir inmediatamente después de mi encuentro con Dana Lehner. Hoy te escribo desde Lindon High que es como el equipo llama aquí a la inmensa sala de reuniones en la estación. Es este, sin duda, uno de los espacios más amplios de Harmony y cuenta con un ventanal enorme que abarca todo el lateral de un área rectangular. En el centro hay una mesa inmensa que está cubierta con una funda naranja. Han orientado todas las sillas de cara al gigantesco cristal que está compuesto por cuatro capas de vidrio, convirtiendo así este lugar en el mejor mirador de la historia. ¡Las vistas de la Tierra son espectaculares! Al fondo de la estancia, y como único vestigio de solemnidad, hay un escudo enorme de la DANU flanqueado por las banderas de todos los países miembros de la agencia a lo largo de todos estos años.

Dando la espalda a las ventanas, el visitante se encuentra con una especie de gigantesco mural en el que se puede ver dibujado al Ganso Goosie Goose vestido de astronauta. No me preguntes cómo ha llegado hasta aquí… Mis investigaciones al respecto, se han vuelto a dar de bruces con el habitual mutismo y sonrisa cómplice de todos los interpelados. De todas maneras, lo averiguaré.

Mirar como gira la Tierra, aquí sentado mientras escribo en mi ordenador, resulta sobrecogedor. Todos hemos visto vídeos o imágenes parecidas alguna vez en las noticias, pero tener, literalmente, el planeta a mis pies es una de las experiencias por las que realmente ha valido la pena venir. Una vívida aurora boreal culebrea y tiñe de verde el horizonte, mientras el azul uniforme de los océanos se alterna con el blanco en el que se enredan las nubes. De vez en cuando se puede distinguir alguna tormenta, y entonces el paisaje se cubre de destellos. Al orbitar la cara del planeta que se va adentrando poco a poco en la noche, las luces de nuestras ciudades comienzan a delimitar los contornos geográficos. El golfo de México, la Península de Florida…

Mi cita con Dana comenzó de manera poco ortodoxa. Llegaba tarde y me vi obligado a balbucear algo parecido a una disculpa.

—Lo siento, me he despistado…

Dana me respondió a la defensiva. Por un momento, temí otro desastre como el sucedido con Anderson.

—No se preocupe. ¿En qué puedo ayudarle señor Sander? Como supongo que sabrá, formo parte de un programa conjunto de investigación entre la Agencia Espacial Europea y la DANU. Estoy segura de que una persona inteligente como usted, comprenderá que el tiempo del que dispongo para todo lo que no sea el desempeño estricto de mis actividades profesionales en esta estación, es limitado.

—…

—No se quede ahí pasmado. El tiempo es oro. Le advierto además, que hay ciertos aspectos de mis investigaciones que no puedo hacer públicos. Espero que lo entienda.

—No me interesa demasiado su trabajo.

Dana Lehner, joven Doctora en Física y Ciencias del Espacio por la Universidad de Leipzig, adoptó en seguida un gesto que revelaba a una persona muy poco acostumbrada a desplantes.

—¿Cómo ha dicho?

—Quiero decir que me interesa mucho más usted, que su trabajo.

—¿A 400 km de la Tierra y no se le ocurre otra cosa que flirtear conmigo señor Sander?

—En realidad no. Lo siento pero hay alguien esperándome ahí abajo. En Brooklyn concretamente. Tenemos una cena pendiente, ya sabe… —Probablemente Pizza.- Añadí.

—¿Tiene usted pareja entonces Señor Sander? ¡Qué lástima! —Respondió Dana con una sonrisa picarona.

—¿Está intentando seducirme doctora Lehner?

—En realidad no. Al contrario que a usted, a mí sólo me esperan mis jefes. En Sajonia concretamente, y dudo mucho que alguno estuviera interesado en cenar Pizza.

No pude evitar reír de buena gana.

 

—¿Cuánto tiempo lleva en esta estación Doctora Lehner?

—Puedes llamarme Dana. Aquí todos lo hacen. Cumpliré seis meses dentro de poco.

—Seis meses…

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