Harmony

Harmony


El Diario de Paul Sander

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Mi habitación tiene una ventana situada a media altura. La mayor parte del tiempo no es más que un hueco oscuro en la blanquísima aleación que recubre la pared pero dependiendo de nuestra trayectoria y orientación; la luz, a veces, hace acto de presencia. Al principio, tímidamente, pero al cabo de unos minutos esta claridad lechosa abandona su recato inicial para dejar pasar al despampanante fulgor de la Tierra. La vista es tan impresionante, Kate, que suelo dejarlo todo para fijar la mirada en ella, pero ni siquiera este momento, resulta relajante o beatífico para mi atribulado espíritu. Me acerco al cristal y mi retina, devora la imagen con tanta ansiedad que la experiencia se convierte en un acto frenético, breve… insatisfactorio…

La rotación del anillo exterior de la estación sigue su curso.

—Es el maldito precio que hay que pagar por la gravedad. —Suele decir Zaitsev…

Implacable, Harmony me devuelve de nuevo a la oscuridad y yo aparto las manos de la ventana.

Me pregunto cuándo va a terminar todo esto.  

Le dije a Wang que no había que perder la esperanza pero la realidad tiende a ser tozuda y debo reconocer que las cosas se están poniendo muy difíciles. A veces pienso que mi empeño en que al final todo salga bien, es comparable a la fe que tienen los niños en Santa Claus, o la creencia desesperada del Comandante Anderson en ese Dios tan generoso que ha tenido la deferencia de preservarnos vivos, después de haber aniquilado de un plumazo a más de siete mil millones de personas.

Los seres humanos y su ineluctable necesidad de creer.

Creer en Dios o creer en la ciencia. Si ninguno de los dos puede salvarnos… ¿Cual es la diferencia? Nos gusta creer en un futuro mejor, en nosotros mismos… Creer que después de la tormenta sale el sol, creer en las hadas, en los duendes y creer que La Fuerza siempre te acompaña…  Creer que sigues viva Kate… Creer…

Creer a pesar de todo.

Echo de menos las interminables jornadas de trabajo con Bill en la redacción. Nos gustaba perder el tiempo, filosofando sobre estas y otras muchas cosas…

—Somos una especie cuya curiosidad sólo es equiparable a nuestro atrevimiento. —Solía decir el viejo Bill.

Si estuvieras aquí, Bill, estoy seguro de que hace tiempo que hubieses mandado todo a la mierda.

Me niego a pensar, como Anderson, que ningún Dios ha decidido borrarnos caprichosamente de la existencia.

Me niego a pensar, como Wang, que una estúpida enfermedad ha dejado tras de sí, tal nivel de devastación.

Me niego a pensar…

¿Qué más puedo hacer? Ni siquiera puedo decir que estoy cien por cien seguro de mí mismo… De que nada de esto sea real. Cualquiera de nosotros puede llegar a perder el juicio en Harmony… Ella es así… Te devora.

Afortunadamente, escribir me mantiene ocupado y como ya sabes, paso muchas horas intentando llevar un registro lo más fidedigno posible de todos los acontecimientos. El diario me ayuda a ordenar mis ideas y me obliga, además, a llevar un orden cronológico de los hechos. Con el paso de los días, todos iguales, resulta fácil confundir fechas y acontecimientos y cuando no hay demasiado que hacer, hasta las nimiedades se convierten en acontecimientos importantes… ¿Fue esta semana cuando le pedí a Dana un nuevo cepillo de dientes? ¿O fue la anterior?

Gracias a mi empeño por documentarlo todo, he podido relatar con precisión mis encuentros con Wang, Dayan y Anderson. Todavía no he podido hablar con Lawrence pero el hará lo que diga su comandante. Está claro que los planteamientos de Wang se encuentran en las antípodas de la razón. Zaitsev, como era de esperar, se puso hecho un basilisco y no paraba de vociferar.

—¡Esto es un golpe de estado contra Naciones Unidas! Estamos en manos de un psicópata peligroso, un extremista religioso y un judío… —Concluyó.

—Puedes ahorrarte los comentarios racistas Viktor. Intentemos mantener la calma. —Respondió Aslan.

—La idea de Wang sobre esa supuesta extinción y sus aspiraciones de reconstruir toda la civilización partiendo de la base genética de ocho personas es ridícula. —Dijo Dana visiblemente afectada.

Todos la miramos sin atrevernos a profundizar en las implicaciones de lo que la doctora Lehner acababa de decir.

—Hay que pasar a la acción y cuanto antes, mejor. El que golpea primero, golpea dos veces. —Afirmó Viktor con firmeza.

—¿Que es lo que propones Zaitsev? ¿Darles una buena paliza?… Por el amor de Dios…

—Eso es… ¡Vamos con todo! ¡A pecho descubierto! —Intervine con sorna.

—¿Y a ti? ¿Quién te ha preguntado? —Dijo Zaitsev.

—¡Basta! —Exclamó Omar.

—Ya está bien Viktor. Paul también forma parte de nuestro pequeño equipo para salvar el mundo. —Dijo Dana muy seria.

Sé que quizás no esté bien admitirlo, Kate, pero no se qué me molestó más, si el abierto desprecio del ruso, o la maternal condescendencia de Dana.

A pesar de todo, Zaitsev se atrevió a replicar.

—Haced lo que os venga en gana, pero si no veo resultados, yo mismo me encargaré de que el imbécil de Anderson nos lleve de vuelta.

—¿A punta de pistola quizás? —Pregunté resentido.

—En la fuerzas aéreas rusas nos enseñan a ser persuasivos… ¿Quieres una demostración? —Respondió Zaitsev acercándose con aspecto siniestro.

—La única forma de salir todos ganando, pasa por llegar a un acuerdo. Nos reuniremos con ellos. Negociaremos. —Dijo Omar.

—No veo qué podemos negociar… —Dije. —Wang ya tiene lo más importante, el transbordador.

—Te equivocas Sander. Nosotros tenemos algo que Wang quiere. Lo necesita desesperadamente y además ya. —Respondió Omar enigmático.

—No sé a qué te refieres… —Respondí confundido.

—Nosotros tenemos a la doctora Lehner.

Miré instintivamente a Dana.

Su cara era la viva imagen del terror absoluto.

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

28 de Noviembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Todo se ha ido apagando en una lenta agonía. Vista desde el espacio, la noche en la Tierra es como contemplar un lienzo negro donde ocasionalmente surgen destellos aislados provenientes de esta o aquella tormenta. Nada queda del luminoso espectáculo de nuestra civilización.

La última emisión que recuerdo ver en nuestras pantallas, fue de la Televisión Nacional de Uruguay. El gobierno instaba a poner rumbo al Centro Internacional de Refugiados de las Naciones Unidas en la localidad Argentina de San Carlos de Bariloche.

 

ALERTA PRESIDENCIAL

 

Mensaje de evacuación a todos los ciudadanos de la República Oriental del Uruguay

 

Alerta de Evacuación por virus. WAS1 -Wicca-

 

- No olvide su pasaporte

- Haga acopio de provisiones: Comida, combustible y agua.

- Asegúrese un calzado adecuado para emergencias.

- Deje su casa cerrada.

- En caso de atasco en la vía, estacione su vehículo en

  el arcén y continúe su travesía a pie.

- El Centro de Acogida de Refugiados más reciente se

  encuentra en la localidad argentina de San Carlos de

  Bariloche. 

Nadie va a poder ayudarnos Kate.

Anderson aprovecha cada contratiempo, cada pequeña derrota, cada mala noticia, para predicar la cólera de su Dios.

—¡Qué más pruebas necesitáis! —Exclama por los pasillos de la estación.

—¡Maldito chiflado! ¡Lo que necesitamos es paciencia para no arrojaros a ti y a Dios directamente al vacío! —Responde Zaitsev fuera de sí.

Anderson, se encoge como un animal asustado y emprende la retirada.

Un odio profundo y primitivo se destila en su mirada.

El ruso simplemente le ignora, pero a mí me da miedo.

Aslan está convencido de que lo de Anderson es una puesta en escena. Piensa que todo obedece a una estrategia, un plan cuidadosamente urdido por Wang con el fin de ir minando poco a poco nuestros nervios.

—Espera que demos un paso en falso para hacerse con el control de la estación. —Argumenta.

—Bravo por Yun Wang… Pero si ese loco vuelve aquí con su Biblia, lo estrangulo. —Respondió Zaitsev.

—Vamos Viktor… No entres al trapo… —Dijo Dana tratando de quitar hierro al asunto.

—Volvamos al trabajo. —Sentenció Omar.

Zaitsev va a programar los sistemas para que Harmony rastree automáticamente retransmisiones en todas las bandas: HF, UHF y VHF. Por otro lado, hemos grabado un mensaje explicando nuestra situación para lanzarlo continuamente a las ondas con la esperanza de obtener una respuesta. Puede que todavía quede alguien ahí fuera escuchando… Maldita sea Anderson, no necesitamos a ningún Dios, tan solo hace falta un poco de suerte. Estableceremos turnos de escucha con los auriculares, pero si pasa el tiempo y no obtenemos nada, Aslan opina que lo más práctico será aprovechar la megafonía de la estación.

—Si alguien dice algo, nos enteraremos todos.

Incluido Yun Wang. —Pensé con aprensión.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

29 de Noviembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Podría decirse que la Estación Espacial Internacional Harmony ha quedado físicamente partida en dos. Por un lado, el grupo de Wang controla toda la zona que comprende Lindon High, el Museo Ripley, el gimnasio, el almacén de repuestos y provisiones, varios laboratorios y los muelles de acoplamiento del transbordador. Nosotros estamos al otro lado, donde se encuentran la sala de comunicaciones, el comedor, el puente de mando desde donde se gestionan los sistemas, la enfermería y la sala de recreo.

Ellos tienen la comida, los repuestos y lo que es más importante, todos los recursos para poder evacuar la estación. Nuestras son las comunicaciones y la gestión de los sistemas, y si bien Zaitsev puede bloquear las esclusas que dan acceso al transbordador, o provocar la eyección del mismo, eso no nos va a sacar de aquí. También podría cortar la energía de la estación o poner toda esta maldita estructura en rumbo de colisión contra la luna; lo cual, teniendo en cuenta que el ruso me parece un tipo peligrosamente impulsivo, constituye un motivo adicional de preocupación.

Intuyo que Wang es consciente de que tenemos que llegar a un acuerdo. Mientras tanto, sólo cabe esperar que a ningún idiota se le ocurra la estupidez de emprender cualquier locura. En realidad Kate, no sé quiénes son estas personas. ¿Cuánto tiempo llevo viviendo aquí con ellas? ¿Unos meses? La mayoría de las veces, ni siquiera confían en mi criterio… ¿Cómo puedo estar seguro de que no me utilizan?

Durante mis primeros días en la estación, nunca percibí nada que pudiera presagiar grandes desavenencias. Viktor Zaitsev me pareció un tipo lleno de energía, espontáneo y en ocasiones hasta divertido. La doctora Dana Lehner, una joven brillante, capaz, resolutiva. Omar Aslan, un científico abierto, amigable y siempre dispuesto a echar una mano. Yun Wang me causó una profunda impresión. Una persona calmada, tremendamente reflexiva, casi tímida y al mismo tiempo deseosa de saber sobre mí. El comandante Anderson, en su rol de profesional serio y dedicado a su trabajo, contrastaba con Morgan Lawrence, el contrapunto perfecto al equipo que ambos formaban como responsables del transbordador. Y por último, no hay duda de que Dayan fue siempre el más reservado, pero este rasgo de su carácter no restaba un ápice a sus modales, con lo que, lejos de parecer arisco, siempre se mostró conmigo muy educado.

Si por entonces, alguien me hubiese preguntado, no podría haber pensado en un equipo mejor con el que compartir esta experiencia. ¿Cómo es posible que hayamos podido llegar hasta estos extremos de animadversión?

Si Bill estuviese aquí, diría que estamos ante el hundimiento de la sofocracia. Platón defendió en La República que el capitán de un barco nunca puede ser ni el más fuerte, ni el más rico, ni el más popular sino el más sabio… Desgraciadamente, dejó sin aclarar cómo proceder si el barco estaba lleno de sabios.

—Probablemente, se pasarían meses tirándose de las barbas unos a otros y la cosa terminaría con todo el mundo saltando por la borda. Adiós barco. —Diría Bill riendo.

A tenor de los acontecimientos y para mi desazón, esta estación constituye la prueba empírica de que ningún sabio es inmune al miedo, ni a la violencia, ni al fanatismo, ni a la cobardía, ni siquiera a las veleidades de la conspiración. ¿Por qué entonces debería yo dejarme influenciar por ellos?

Me miran por encima del hombro, Kate. Todos ellos lo hacen. Es algo sutil, nunca abierto. Puedo percibir cómo se parapetan detrás de sus fórmulas, de sus conocimientos, de su infalible racionalismo para despreciar mis opiniones. Hasta Dana me trata a veces con condescendencia. Creen que no soy capaz de aportar nada, que esta crisis es demasiado compleja como para ser abordada, ¡Dios nos libre!, por un periodista…

Debería sentirme un privilegiado, vivo rodeado de algunas de las mentes más brillantes del planeta, pero me siento solo.

 

Maldita sea, no quiero morir aquí Kate.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

30 de Noviembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Tal y como dijo Zaitsev, encontré a Morgan Lawrence en el pasillo que conduce al transbordador. Tristemente, poco queda ya del hombre que vino al espacio conmigo gastando bromas como si estuviésemos en un parque de atracciones. Su aspecto jovial y desenfadado ha desaparecido y ahora es una persona incapaz de mirarme a la cara cuando le hablo. Sufre pequeños temblores en las manos, tiene el rostro demacrado, signos evidentes de falta de sueño. No es más que una sombra que deambula por la estación, con aires esquivos, encorvada.

Bill solía hablarme en la redacción de lo mucho que el dinero cambia a las personas. Tú debes saberlo bien, Kate. Conoces a mucha gente influyente.

Yo siempre he dicho que cualquiera puede aspirar a ser un insolente en Nueva York. ¿Quién no tiene un amigo rebosante de arrogancia en la Gran Manzana? Les gusta frecuentar los clubs del Meatpacking, presumiendo, como si llevaran paseándose toda la vida por allí. Aquí he descubierto que lo que de verdad cambia a las personas es el miedo.

El miedo lo cambia todo.

Inquieto, saludé a Morgan con la mayor espontaneidad que fui capaz de fingir.

—¿Ocupado Lawrence?

—Déjeme en paz.

—Llevaba tiempo sin verte… ¿Estás bien? —Respondí con aire familiar.

—Que me dejes tranquilo, Sander.

—Sólo quiero charlar un rato.

—Sólo quieres información.

—No sabía que en Wisconsin sintieran tanta fascinación por los espías. En Nueva York nos gusta ir al grano. Así que dime Morgan, ¿Qué es lo que estáis tramando?

—Nueva York es ahora una ciudad fantasma.

—Y eso… ¿Cómo lo sabes?

—¿Es que no te das cuenta? Es el fin.

—Vamos Morgan… ¿Acaso crees que somos los últimos supervivientes? ¿Cómo puedes tomarte en serio toda esa charlatanería de Wang? ¿De verdad piensas que de repente nos hemos convertido en un Arca de Noé espacial?… Anderson afirma que formamos parte de un plan divino, ¿Tú también estás de acuerdo?

—No somos quién para juzgar a Dios.

—¡El plan divino de un Dios psicótico, al que no se le ha ocurrido otra cosa que enviar una enfermedad a la Tierra para exterminar a más de siete mil millones de sus queridos hijos! ¡Es ridículo! —Exclamé con tono incrédulo.

—El comandante Anderson es uno de los mejores hombres que he conocido.

—¡Anderson está trastornado! —Respondí.

—¡Cállate! —Estalló con violencia Lawrence.

—…

—¡Ustedes y su estúpido optimismo! ¡Están todos muertos! ¿Me oyes Sander? ¡Todos!

—Podemos buscar… Ir a algún sitio… Sudamérica… África… Hay aeródromos donde aterrizar el transbordador… Vamos Lawrence… ¡Ningún maldito microorganismo puede acabar con un planeta entero! Podemos salir de aquí.

—Wang habla de entre doce y quince meses de cuarentena antes de siquiera pensar en volver.

—¡No se puede poner a todo el planeta en cuarentena! —Exclamé desesperado.

—El Coronel Dayan también está de acuerdo.

—¿Qué es lo que sabe Dayan? ¿Qué es lo que sabéis y no nos estáis diciendo maldita sea? —Pregunté exasperado, a punto de agarrar a Lawrence por el cuello.

—Habla con Wang.

—¡Por el amor de Dios! ¡Morgan! Somos compatriotas. No podéis poner el transbordador en manos de Wang y quedaros tan tranquilos. Espera a que algún pez gordo del gobierno se entere de esto… Cuando volvamos, te aseguro Lawrence, que me encargaré de publicar esta mierda en todos los periódicos del país.

—Déjame tranquilo. —Respondió Morgan con desdén.

—¡Esto no va a quedar así! -Continué presionando.- Estás acabado Lawrence. Cuando el mundo entero sepa cómo has actuado aquí… Estás arrojando tu carrera por la borda. Con suerte, acabarás tus días  sacando brillo a las rampas de lanzamiento en Cabo Cañaveral… ¿Qué vas a decirle a tu hijo?

—Hace tan solo treinta y tres días, Dennis vivía con su madre en Chicago. Tenía seis años.

—¿Por qué eres tan pesimista?

—Está muerto Sander. TODOS LOS NIÑOS ESTÁN MUERTOS. —Contestó Morgan dirigiéndome una mirada torva.

—…

Me di cuenta entonces de que había llegado demasiado lejos. Morgan no diría nada más. Sacar a colación a la familia fue un error de principiante.

Antes de retirarme a mi habitación para lamentarme por mi estupidez, Lawrence me hizo un gesto extraño con la cabeza.

—Sander…

—Dime.

—Reza.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

02 de Diciembre de 2.036.

Hola Kate.

Mis conclusiones sobre el ánimo de Morgan confirmaron nuestros peores temores sobre el estado emocional del grupo liderado por Wang. El comandante Thomas Anderson enajenado, Lawrence completamente anulado, David Dayan paranoico… La desesperación llama a más desesperación y Wang lo sabe. Es un experto alimentando nuestros miedos.

Tanto Dana como Omar coinciden en que la situación en la Estación Espacial Internacional Harmony está a punto de descontrolarse. Todos los días hago un esfuerzo titánico por tratar de mantener mi independencia, y lo que es más importante, conservar mi propia cordura. Creen que no me doy cuenta, pero ser la marioneta que todo el mundo quiere manejar, no está escrito en el maldito guión.

Reconozco que en el periódico yo siempre evitaba los conflictos. Mi tendencia a ponerme de perfil ante cualquier problema, irritaba mucho a Bill, que no perdía la ocasión para recordarme que la gestión del personal también estaba entre mis atribuciones como jefe del departamento. Afortunadamente, contaba con Marge Flaherty, nuestra maravillosa, incombustible y sexagenaria ayudante de administración. Marge era un ángel puesto por Dios en el New York Times para amansar a las fieras. Una palabra malsonante o una discusión fuera de lugar, y todos sabíamos que la señora Flaherty infestaría inmediatamente la redacción con el aroma de su temible arsenal de velas de incienso, así que, si no queríamos volver a casa oliendo como una pagoda, más nos valía llevarnos bien.

Se lo que me vas a decir… ¡Tres hurras por la señora Flaherty! Me pregunto qué habrá sido de ella… ¿Crees que estará bien…?

Como te iba diciendo, y a pesar de todas las presiones, creo que aún conservo mi objetividad. No soy estúpido, Kate, Omar nunca ha sido el líder carismático que pretende hacerme ver, y mi instinto me dice que el profesor Aslan es perfectamente capaz de llegar a ser tan obstinado como Wang. ¿Es posible que también nos esté utilizando? ¿Acaso somos todos simples peones en la desquiciada partida de ajedrez que están jugando dos hombres consumidos por una oculta rivalidad que hasta ahora pasaba más o menos desapercibida en la estación? No lo sé Kate, pero te aseguro que pienso averiguarlo.

¿Quién es más peligroso, Anderson o Zaitsev? ¿Quién está más deprimido? ¿Morgan Lawrence o Dana Lehner que roba ansiolíticos de la enfermería? ¿Y qué podemos decir de mí? Me temo que últimamente hablo conmigo mismo muchas más horas de las recomendadas por la Organización Mundial de la Salud…

Acordamos ir juntos a la reunión con Wang. Aslan insistió en que intentásemos ser comedidos ante cualquier provocación en clara referencia al carácter explosivo de Viktor que, de mala gana, asintió taciturno.

—Nuestro objetivo es buscar el consenso. Escucharemos con calma sus argumentos y yo expondré los nuestros. Nada de gritos ni discusiones. —Afirmó Omar.

—No hay nada que discutir. —Respondió Viktor.- Evacuamos la estación cuanto antes y punto.

—Viktor, tu deja que yo me encargue de esto. ¿De acuerdo? —Dijo Aslan irritado.

—Vamos ya. —Intervine, intentando evitar de nuevo otro estúpido debate.

Partimos juntos hacia el comedor. Ellos ya estaban allí, Anderson y Lawrence sentados sobre una mesa, Dayan algo apartado, aguardaba en un rincón. Wang nos recibió de pie y sin perder tiempo, nos invitó a pasar.

—Adelante, pónganse cómodos.

Yo metí las manos en los bolsillos de mis desgastados vaqueros y me apoyé contra la pared de la entrada. Viktor y Dana se sentaron con Omar en la encimera y guardaron silencio. Wang, continuó.

—Hemos accedido a reunirnos aquí porque no podemos esperar mucho tiempo más.

—¿Acaso pueden negar que nos están ocultando información sobre lo ocurrido en la Tierra? —Pregunté sin poder reprimir mi indignación.

—Paul… Por favor… No estamos en una rueda de prensa… —Intervino Dana con tono condescendiente.

Wang agradeció la apreciación con un gesto y continuó.

—Nosotros somos los únicos supervivientes de Wicca, un evento de extinción que ha provocado el fin de la humanidad. A partir de ahora, tenemos una responsabilidad; un objetivo: Asegurar la continuidad y el futuro de nuestra especie.

—¿Evento de extinción? —Murmuró Zaitsev incrédulo.

Todos nos miramos extrañados, pero haciendo caso a Aslan, dejamos que Wang continuase con su discurso.

—Hace hoy sesenta y cinco días que todos los seres humanos comenzaron a ser borrados de la faz de la Tierra. Observen que he dicho TODOS. La composición química del aire que respiramos en el planeta ha sufrido una alteración que afecta a nuestro genoma y que produce un fallo multiorgánico irreversible en un corto periodo de tiempo. La supervivencia de la persona afectada es muy corta. Una vez expuestos, la muerte llega rápido y el fenómeno se ha extendido con inusitada rapidez por todo el planeta, siempre siguiendo el patrón norte-sur.

—Pero… —Interrumpió Dana.

—Les ruego que se abstengan de pronunciarse hasta que haya concluido mi exposición.

—Muy bien. —Respondió Aslan haciendo un gesto a Dana con la cabeza.

—Afortunadamente, creemos que la virulencia de Wicca desciende con el tiempo y que el hemisferio norte del planeta comenzará a ser gradualmente habitable. Pensamos que dentro de aproximadamente un año, podremos encontrar áreas de Alaska, Groenlandia, Noruega, Suecia, Finlandia o Siberia donde el fenómeno será lo suficientemente débil como para poder volver a respirar. Esto no significa que, nada más llegar, podamos deambular libremente por donde queramos. Lo ideal sería encontrar una base aérea que disponga de instalaciones militares subterráneas. El Coronel Dayan se encuentra estos días trabajando de manera intensiva en ello. Por lo tanto, a partir de este momento, y ante la ruptura de las comunicaciones con la Tierra, declaramos que esta Estación Internacional está bajo el mando militar conjunto de las potencias de los Estados Unidos de Norteamérica, representada por el Comandante Thomas Anderson, el Estado de Israel representado por el Coronel Dayan y la República Popular China cuya representación ostento yo mismo. La Federación Rusa y la República Federal de Alemania quedan temporalmente excluidas de este acuerdo salvo que Viktor Zaitsev y la doctora Dana Lehner se avengan a aceptar la situación en los términos que hemos expresado.

—¡Están ustedes locos si por un momento piensan que vamos a entregarles la estación! —Explotó Zaitsev.

—Cálmate Viktor. -Intervino rápidamente Omar.

—Gracias profesor Aslan. Tal y como hemos explicado, nuestra prioridad debe consistir ahora en asegurar el futuro de nuestra especie. En esta cuestión, como es lógico, juega un papel fundamental la doctora Lehner.

Dana no decía nada. Lívida, tenía la mirada acuosa, fijada en algún punto indeterminado de la pared situada detrás de Wang, que continuaba hablando.

—Comenzaremos inmediatamente con los estudios de fertilidad, estableciendo los períodos óptimos de fecundación. Para ello necesitaremos tomar algunas muestras. Afortunadamente, nada que no podamos hacer con el instrumental del que disponemos en la enfermería. Con el objetivo de maximizar la diversidad genética, los óvulos deben ser fecundados teniendo en cuenta la mayor pluralidad racial posible. Más adelante, y una vez evacuada la estación, confío en poder realizar pruebas genéticas preimplantacionales para determinar el género de los bebés. Teniendo en cuenta las circunstancias, es fundamental engendrar el máximo número posible de sujetos de sexo femenino. Un mínimo de entre doce y hasta dieciocho individuos en no más de veinte años sería lo aceptable. Lógicamente, a medida que Dana vaya envejeciendo, se producirá un aumento de las dificultades. Es algo que tendremos que asumir. Por último, debemos asegurarnos de que las futuras generaciones seleccionen cuidadosamente los cruces genéticos, con el objetivo de minimizar las consecuencias de la inevitable endogamia. La tarea y la responsabilidad histórica que tenemos por…

 

—No puedo creer lo que estoy escuchando… ¡Ni en un millón de años cuente usted conmigo para semejante locura! —Exclamó Dana enfadada.

—Su opinión es irrelevante doctora Lehner. Es el futuro de la humanidad lo que está en juego.

En ese momento, todo explotó. Zaitsev se abalanzó como un lobo sobre Wang. Omar intentó detenerle agarrándole por el brazo, lo que permitió que el ruso se viera placado de manera formidable por el Coronel Dayan, que se lanzó a por él con la velocidad del rayo. Pronto, se dibujó un remolino de piernas y brazos que empujaban, golpeaban, pateaban y juraban mil insultos y maldiciones. Wang, que se había apartado de la escena, indicó con un gesto a Anderson que éste también debía intervenir, pero Aslan, todavía algo aturdido, consiguió interponerse y mantener al comandante fuera de juego a base de empujones.

Entonces, en medio del caos, ocurrió algo que paralizó de golpe a todos los actores de la refriega. Los puños quedaron alzados y amenazantes en el aire. Zaitsev tenía una pierna flexionada y lista para descargar su impacto en la mandíbula desprotegida del Coronel Dayan, que a su vez, agarraba con fuerza el cuello del ruso. Omar se cubría la cara de una andanada de golpes provenientes del comandante Anderson, que intentaba abrirse paso con fiereza. Wang señalaba a la Doctora Lehner mientras Lawrence corría hacia ella, y yo trataba de evitar que la alcanzara con una zancadilla. Toda la escena era como contemplar un extraño lienzo de cuerpos suspendidos en un violento escorzo interrumpido por el sistema de megafonía de la estación. La voz, irrumpió ronca y ajada.

—¿HAY ALGUIEN AHÍ?

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

3 de Diciembre de 2.036.

 

Hola Kate.

¡Por fin buenas noticias! No creo que sea capaz de expresar con palabras la emoción que sentimos al comprobar que no estamos solos en medio de este desastre. ¡Oh Kate! ¡Qué Dios bendiga a John Harper y a todos los climatólogos de la Real Sociedad Meteorológica de Su Majestad!

Una vez recuperados de la estupefacción que nos causó el escuchar su voz resonando por todo el sistema de megafonía de la estación, corrimos hacia la sala de comunicaciones para responder. Aslan llegó el primero, con la camisa abierta, descompuesta por la refriega y la respiración jadeante, se apresuró a contestar.

—Soy el profesor Omar Aslan de la Universidad de Chicago ¿Con quién hablo?

—¿Chicago? No es posible…

—¿Quién es usted? ¿De dónde procede la señal? —Preguntó visiblemente nervioso Omar.

—Mi nombre es John Harper, soy climatólogo de la Universidad de Edimburgo. Le hablo desde la Antártida. Hace seis meses que fui destinado a la base Bernardo O´Higgins como comisionado de la Agencia Europea del Medio Ambiente en colaboración con una expedición chilena. Nos encargábamos de realizar mediciones periódicas en los glaciares de la Cordillera de los montes Antartandes. Ahora le toca a usted amigo. ¿Cuál es su posición?

—La Cordillera Antartandes… —Interrumpió Zaitsev.

—Está en el Polo Sur… —Musitó Dana.

Aslan se tomó un instante para pensar y respiró hondo antes de responder.

—Está usted al habla con la Estación Espacial Internacional Harmony de las Naciones Unidas. Necesitamos contactar de manera urgente con algún representante de…

—Si se trata de una broma, ya le digo que es una de muy mal gusto… —Interrumpió bruscamente Harper.

—No es ninguna broma señor Harper. Soy el Profesor Omar Aslan, Director del Programa Conjunto de Magnetismo y Micro Gravedad de la Universidad de Chicago y adjunto al programa de investigación aeroespacial de la NASA. Tengo a mi lado a la Doctora Dana Lehner de la Agencia Espacial Europea, al cosmonauta ruso Viktor Zaitsev, al doctor Yun Wang de la República Popular China, al Coronel israelí David Dayan y a los tripulantes del transbordador espacial Reacher, los astronautas Thomas Anderson y Morgan Lawrence. También se encuentra con nosotros, como fruto de un acuerdo entre Naciones Unidas y el periódico The New York Times, el periodista Paul Sander.

Se hizo un prolongado silencio antes de que Harper acertara a contestar.

—Paul Sander… Si… Leí la noticia… —Respondió lacónicamente.

—Señor Harper… Nos gustaría… Necesitamos saber si…

Entonces, John Harper empezó a reír.

Quise achacarlo al nerviosismo, a la emoción del momento, pero aquello no tenía nada de festivo. Durante unos segundos, que a todos nos parecieron una eternidad, tuvimos que resignarnos a escuchar aquellas carcajadas histéricas, casi brutales. Nos miramos sin saber muy bien cómo responder. Luego, la señal quedó envuelta en silencio, tan solo interrumpido por las leves interferencias de la conexión.

—¿Señor Harper?- Inquirió Omar.- ¿Continua usted ahí?

—…

—¿Harper?

—Si… Disculpe…

—Verá, la estación espacial lleva dos meses incomunicada. Usted es la primera persona con la que hablamos desde… Bueno… Desde que tuvimos noticia de los terribles acontecimientos que han ocurrido por todo el planeta. Como podrá suponer, disponemos de un número limitado de recursos y provisiones, y tarde o temprano, si no se reanudan las misiones de abastecimiento desde la Tierra, nos veremos obligados a evacuar esta instalación. Estamos desesperados por tratar de obtener cualquier información, por pequeña que sea, que nos ayude a determinar la mejor vía de actuación.

—Comprendo… —Respondió Harper.

—Bien. Dígame Señor Harper, ¿Está usted al mando de la base? ¿Cuánta gente hay ahora mismo en Bernardo O´Higgins? ¿Cómo están organizados? Hasta donde usted sabe, ¿Cual es la situación en otras partes del mundo? ¿Podemos hablar con alguna autoridad? ¿Qué hay de las Naciones Unidas? ¿Están ustedes en contacto con alguien más?

—Dispara usted demasiadas balas al mismo tiempo, profesor…

Viktor miró a Omar con desaprobación, mientras éste le devolvía un gesto con las manos, implorando calma.

—Le pido disculpas… —Respondió Aslan.- Por favor, tómese su tiempo.

—Como ya le dije, formo parte de una expedición climatológica. Yo y Edward Newman, un compañero de la Agencia Medioambiental de Canadá, viajamos integrados en un equipo de expedicionarios chilenos liderado por el profesor Emilio Parralde de la Universidad de Santiago. Nuestro cometido consistía en pasar gran parte del verano antártico efectuando mediciones entre los glaciares más perjudicados por el cambio climático.

—Continúe por favor.

—Montamos el campamento base a principios de Noviembre en el Glaciar Arensky. Allí recibimos las primeras noticias de que algo iba mal. Rumores sin confirmar de una especie de súper virus que estaba causando algunas muertes al norte; principalmente en Alaska y también en Canadá. No le dimos demasiada importancia. Si le soy sincero, no empecé a preocuparme hasta que pude hablar con mi esposa en el Reino Unido.

—Wicca… —Pensé estremecido. Escuchar el mismo relato que habíamos vivido nosotros pero en boca de otra persona me estaba poniendo los pelos de punta.

—No fue hasta mucho más tarde que supe de los disturbios y los saqueos en las ciudades. Ha ocurrido en todas partes. Rusia, Europa, Estados Unidos…

Luego vinieron los cierres de las fronteras. Territorios inmensos en todo el hemisferio norte, sometidos a despiadadas cuarentenas. Enormes campos de refugiados, rebosantes de enfermos abandonados a su suerte…

Desde aquí, sólo podía imaginar el drama de tantos millones de personas atrapadas. La preocupación por conocer el estado de mis seres queridos no me deja en ningún momento pero cualquier intento ha resultado infructuoso.

Sentí escalofríos. El inquietante relato de Harper empezó a sonarnos tristemente familiar…

—Con el paso de los días comenzaron los problemas de verdad. Ante la magnitud de la catástrofe, algunos gobiernos comenzaron a exigir el asilo sin restricciones de sus nacionales. Rumores de conflictos armados… Escaramuzas en las fronteras… Al mismo tiempo, la información empezó a escasear. En algún punto de los acontecimientos, llegó el colapso total y se impuso el sálvese quien pueda.

—Dios mío… —Musitó Dana.

—Traté de hablar con mi familia en numerosas ocasiones, pero las conexiones satelitales no funcionan. La última conversación que mantuve con mi esposa Carol la situaba en un campo de refugiados al sur de Londres. Me habló de las condiciones inhumanas que se había visto obligada a soportar… Sin alimentos, ni agua corriente… Sin luz…

Harper hizo una pequeña pausa antes de continuar.

—Carol me hizo un relato escalofriante de miles de personas apiñadas en el barro. Disputándose como hienas las escasas provisiones y unos pocos centenares de tiendas de campaña proporcionadas por la Cruz Roja Internacional. Un pequeño grupo de médicos voluntarios intentaron, sin demasiado éxito, paliar las pésimas condiciones sanitarias del campo. Sabe… Carol es de ese tipo de personas que siempre están pensando en los demás… Su mayor angustia era no disponer de medios suficientes para poder mejorar las condiciones de vida de los niños y los ancianos en el recinto.

—¿Medios insuficientes? ¿Y el gobierno? —Quise saber.

—Según Carol, al comienzo de la crisis los ingleses acogieron de buen grado a la gente que huía aterrada de la enfermedad. El problema todavía estaba lejos de Londres. Pero cuando miles de personas se convirtieron en cientos de miles de escoceses atestando pueblos y autopistas, la cosa cambió. En pocas semanas, comenzaron las primeras disensiones en el parlamento. La situación llegó a ser tan caótica, que los malditos tories comenzaron a hacer campaña ¡a favor de la independencia de Escocia!

—Ah… Las bondades de la democracia… —Susurró Wang por lo bajo.

—Inglaterra cerró las fronteras oficialmente el 7 de Octubre de 2.036. La noticia no hizo otra cosa sino aumentar el número de refugiados. Las Tierras Altas de Escocia quedaron desiertas en un tiempo récord y todo fue a peor. Cuatro millones de seres humanos marcharon sobre Inglaterra exigiendo la protección del gobierno y más de cincuenta millones de ingleses salieron a la calle para rechazarlos. A veces el destino, tiene una forma bastante cruel de reírse de las cuitas de los hombres, ¿No cree profesor?

Omar no contestó.

—Paradójicamente, lo último que supe con respecto a la situación en mi país, se refería a los vanos esfuerzos del primer ministro por intentar negociar evacuaciones masivas de refugiados al continente.

 

-        ¿Qué ha sido de sus compañeros? – Quiso saber Wang.

 

-        Alfred Newman cayó en una grieta y acordamos que yo me encargaría de llevarle de vuelta a la base. Desgraciadamente, falleció durante el trayecto. Emilio Parralde y su esposa decidieron continuar, adentrándose aún más en el continente. No he vuelto a saber de ellos.

 

-        Lo siento. – Respondió Aslan.

—Estoy solo y hace demasiado tiempo que no sé nada de mi familia. —Reflexionó Harper con tristeza.

—Aquí también hemos pasado por lo mismo John. —Admitió Omar.- Todos hemos perdido el contacto.

Harper continuó.

—Estoy a merced del hielo y la nieve. He dejado de preguntarme qué demonios hicieron los gobiernos para arreglar este desastre. La ONU y la Organización Mundial de la Salud… ¿Qué medidas cómo es posible que haya podido ocurrir algo así? Todavía me cuesta creer que todo esto no sea más que una pesadilla.

—Nosotros estamos pensando evacuar Harmony. La cuestión es cuando. —Dijo Omar.

—¡Lo antes posible! —Exclamó Zaitsev excitado.

—Cuando llegué a Bernardo O´Higgins. Encontré los cuerpos del resto de la expedición. Se suicidaron y las instalaciones quedaron completamente abandonadas. Traté de ponerme en contacto con Santiago de Chile, pero todos los canales permanecen en silencio. Tampoco obtuve respuesta alguna del resto de las bases antárticas.

—Pero… —Interrumpió Aslan.

—Estoy solo.

—…

—Carlos y Maritta se quitaron la vida porque no fueron capaces de resistir.

Al escuchar aquellas palabras, Omar no pudo evitar preguntar.

—¿Por qué se quedó usted, Harper?

De nuevo, otro de aquellos incómodos silencios.

—¡Harper! ¡Harper! ¿Está usted ahí? —Exclamó Aslan temiendo haber perdido la conexión.

—Si.

—¿Por qué se quedó usted?

—Tenía… Tenía que averiguar si había alguien más.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

10 de Diciembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Llevamos una semana en contacto con John Harper. La información de la que ahora disponemos ha provocado que Wang se haya visto obligado a renunciar, al menos temporalmente, a su desquiciado plan. Para mí, la consecuencia más agradable de este inesperado y esperanzador giro de los acontecimientos, es haber recuperado para todos la característica sonrisa de la doctora Lehner. Ella y Zaitsev, en coordinación con Omar y en base a los escasos datos aportados por Harper, trabajan con ahínco ultimando los preparativos para conseguir salir de aquí, tan pronto como sea posible.

El Comandante Anderson y Morgan han accedido a colaborar y aunque lo hacen a regañadientes y con muchas suspicacias, al menos podemos decir que ya no nos peleamos como salvajes. Wang ha retomado sus meditaciones y el Coronel Dayan ha vuelto a recluirse en su laboratorio.

Mientras tanto, esperamos que Harper nos ayude a encontrar un punto de aterrizaje en alguna parte del sur de Chile o quizás, Argentina. Después de nuestra primera toma de contacto, John nos ha confirmado que no todo está perdido. Conseguimos que hablara vagamente de una colonia de supervivientes con la que consiguió contactar hace un tiempo. ¡Lo sabía! Sabía que tenía que haber gente tratando de organizarse, tratando de comenzar de nuevo.

Tener, por primera vez desde que comenzó esta pesadilla, la certeza de que la epidemia no es definitiva me hace pensar que es posible que estés bien. Que es posible que hayas conseguido escapar a tanta devastación. Que es posible que algún día, volvamos a vernos…

Me imagino Kate, que todo ahí abajo debe de ser un auténtico caos. La pesadilla relatada por Harper nos confirma que ya no queda nada del mundo que dejamos atrás. Desde que sabemos algo más de lo ocurrido, pasamos muchas horas debatiendo sobre esta nueva realidad. Sin países… sin gobiernos… Pensar que ya no existen las escuelas, ni los hospitales… ¡Ni los medios de comunicación…! Imaginar a la gente vagando por ahí sin nada… Amas de casa, contables, carpinteros, médicos, jueces, ejecutivos, fontaneros… Convertidos, de la noche a la mañana en nómadas… Abandonando sus hogares, volviendo al campo, sin medios de transporte…

Una sociedad tecnológica como la nuestra, arrebatada de repente de todos sus logros y comodidades… ¿Puede sobrevivir? Supongo que una economía colapsada en un mundo donde el dinero ha perdido todo su valor, obliga a la gente a retornar al trueque más elemental… Te confieso, Kate, que el consumista impenitente que hay en mí, es incapaz de imaginar semejante cosa… ¿Cómo demonios se supone que funciona? ¿Intercambiamos lechugas por cigarrillos? ¿Una vaca por tres bolígrafos? Y todo esto… ¿Hasta cuándo?… Aquí estoy, en la estructura espacial más avanzada jamás construida por el hombre, y sin dejar de preguntarme cuánto tiempo vamos a tener que vivir en la Edad de Piedra…

Menuda ironía de mierda, Kate….

Harper nos ha hablado de otros supervivientes. Hay un grupo al sur de Chile liderado por un tal Mario Silva, un ex comandante de la guerrilla colombiana que aglutina a refugiados de todas partes. Dice John que nunca permanecen demasiado tiempo en el mismo sitio. Me imagino que Wicca no es la única amenaza que esta gente tendrá que afrontar. El descontrol y la anarquía han debido propiciar la aparición de todo tipo de maleantes y bandoleros por los caminos, con lo que la inseguridad debe ser una constante en todas partes.

Hemos tenido una suerte increíble al conseguir establecer contacto con John. Las reservas de fuel de la base antártica no van a durar para siempre y los generadores de O´Higgins dejaran pronto de proporcionar la energía necesaria para continuar transmitiendo. Harper asegura tener una lancha preparada que le permitirá poner rumbo a Argentina cuando esto ocurra pero, entre tú y yo Kate, no estoy seguro de que sea capaz de reunir el valor necesario para acometer semejante viaje.

Estoy convencido de que John Harper es una buena persona y aunque muestra algunos signos preocupantes de inestabilidad, confío en que finalmente pueda ayudarnos. Es terrible todo lo que este hombre ha tenido que pasar, solo, en el lugar más inhóspito del mundo. El tremendo estrés y la presión a las que Harper se ha visto sometido, le provocan a veces repentinos cambios de humor que intentamos manejar de la mejor manera posible. Aslan afirma que tan pronto se muestra optimista y colaborador, como hosco y desagradable, con episodios de ira, melancolía o amnesia… Entonces se cierra en sí mismo, dando a entender que nada ya tiene sentido. Durante estos episodios de perturbadora ansiedad, Harper sólo quiere hablar conmigo. 

A continuación te transcribo nuestra última charla.

—Hola John.

—Hola Paul.

—¿Cómo estás?

—No lo sé, Paul…

—Aslan me ha dicho que no has podido hablar con Silva… ¿Qué te parece si nos facilitas las frecuencias y los horarios en los que te comunicas con él? Eso nos ayudaría John…

—¿Silva? ¿Quién es Silva?

—El líder de las personas sobre las que hablaste John. Están empezando de nuevo… ¿Te acuerdas?… Necesitamos saber dónde encontrarlos para aterrizar con el transbordador.

—Claro… Aterrizar el transbordador…

—Se trata de una maniobra difícil, John… El Comandante Anderson va a tener que arreglárselas sin el control de tierra.

—¿Crees que la gente es buena Paul?… ¿Piensas que somos buenos por naturaleza?… ¿Crees que merecemos… seguir vivos?… ¿Después de lo que hemos hecho?

—¿Qué estás diciendo John…?

—¡CONTESTA!

—Últimamente, no me paro a pensar en esas cosas Paul… No lo sé…

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