Harmony

Harmony


El Diario de Paul Sander

Página 6 de 32

—¿Crees que un crío puede ser malo por naturaleza?

—No creo nadie sea malvado por naturaleza. Pienso que hay personas que hacen cosas malas, pero casi siempre hay una explicación para ello.

—El último día antes de partir hacia la Antártida, salimos en familia. Fuimos a un centro comercial.

—John…

—¡ESCUCHA!

—…

—Carol, las niñas y yo… Fuimos al Princess Mall en Edimburgo…

—Muy bien, así que fuiste con las niñas de compras…

—Teníamos que pasar primero por el supermercado… Luego, a comer algo ligero y terminar el día en el cine… No recuerdo que película…

—¿Y qué pasó John?

—NO RECUERDO LA MALDITA PELÍCULA…

—No importa la película…

—Carol fue con Kaisy a por algunos productos de limpieza… Yo me quedé con Linda, cogimos número en la frutería y aguardamos pacientemente.

—Muy bien…

—Linda es nuestra hija pequeña… Tiene siete años.

—Seguro que es preciosa John.

—Seguro que está muerta.

—No debes pensar eso…

—Mientras esperábamos, miré a Linda y le dije: ¿Qué es lo último que has aprendido en el colegio?

—Terremotos. —Me respondió.

—¿Terremotos? —Pregunté.

—Si. —Me dijo.

—Los terremotos son muy peligrosos. —Añadí.

—¿Y qué pasaría si viniera un terremoto, Papá? —Me preguntó.

—En Escocia no hay terremotos, princesa.

—¿Nos quedaríamos aquí encerrados? —Quiso saber alarmada.

—Nadie va a quedarse encerrado en ningún sitio…

—Mi hija se quedó pensativa durante unos segundos. Luego me pidió que la cogiera. Viéndola asustada, me agaché para abrazarla y cuando mi cabeza estuvo a su altura, me susurró al oído: “Tendríamos que matarlos a todos.”

—Pero… ¿Qué dices? —Pregunté alarmado.

—Para que nadie nos quite la comida.

—…

Dejé que Harper siguiera hablando con sus fantasmas.

—No te preocupes Linda… Aquí en la base hay comida de sobra… No hay por qué matar a nadie…

—…

—Vais a estar bien… Yo… Hay un escondite… Un lugar donde nos reuniremos…

—…

—Es un lugar secreto… Estaremos todos a salvo… ¡Os echo tanto de menos!

Comencé a sentirme como un intruso así que corté la comunicación.

Cansado, me llevé ambas manos a la cara y comencé a llorar. 

Hay un rincón en la Antártida donde Carol, Kaisy y la pequeña Linda estarán, para siempre, bien.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

11 de Diciembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Le he dicho a Omar que estoy muy preocupado por Harper, pero él ha quitado hierro al asunto diciendo que es normal que alguien en su situación tenga algún “episodio de melancolía” en momentos puntuales.

—Lo importante es que Harper consiga ponernos en contacto con Silva y luego encontrar un punto de aterrizaje viable para el transbordador. —Argumentó.

—¿Y por qué estamos tardando tanto? Llevamos ya más de una semana sin resultados. —Respondí.

—Parece ser que ahí abajo también tienen sus propios problemas con las comunicaciones… 

—¿Y no te parece un poco raro?

Aslan me miró con dureza antes de responder.

—No lo sé Paul. No estamos allí para comprobarlo… ¿Verdad? Puede que el grupo de Silva haya estado evitando las ciudades debido a los disturbios. Puede que estén en la cima de alguna maldita montaña… ¿Cómo vamos a saberlo? John Harper es nuestra única esperanza si queremos salir pronto de aquí. Además, ya has visto lo inestable que es. No creo que sea buena idea empezar a cuestionarle. 

—Tienes razón, disculpa. —Respondí sin demasiado convencimiento.

Decidí dejar a Omar tranquilo, y puse rumbo a mi habitación para recoger la baraja con la que Dana y yo solíamos pasar el rato jugando al póquer, durante las horas muertas que pesan sobre todos nosotros. La puerta estaba entreabierta, y para mi sorpresa, sentado tranquilamente en mi mesa, se encontraba Yun Wang.

—Doctor Wang. -dije.- No recuerdo haberle citado.

—Ni yo haberle invitado a pasar. —Respondió con su habitual sonrisa condescendiente.

—¿Se puede saber qué hace usted en mi habitación?

—No hace mucho, le dije que viniera a verme a menudo. ¿Lo recuerda señor Sander?

—Perfectamente.

—Si Mahoma no va a la montaña…

—Está bien, ¿Qué es lo que quiere? —Pregunté algo exasperado.

—John Harper…

—¿También conspira contra usted?

—Es un farsante.

—Ya…

—Llevan ustedes más de una semana hablando con el… ¿Y qué es lo que han conseguido? Vaguedades y tonterías.

La insufrible seguridad con la que Wang se expresaba no hizo otra cosa sino aumentar mi mal humor. Me considero una persona tranquila, así que decidí responder a su suficiencia con ironía.

—¿Todo lo que no encaje dentro del nuevo orden mundial son tonterías para el infalible Yun Wang?

Wang se rió.

—Señor Sander, su obstinación resulta verdaderamente extraordinaria. Seremos afortunados al preservar su carga genética. Nuestra especie va a necesitar niños con sentido del humor.

—Deje a mis genes tranquilos, maldito chalado. —Respondí indignado.

—Escuche. John Harper no cambiará nada y están ustedes perdiendo un tiempo precioso con toda esta pantomima. En cuanto se den cuenta de que ese hombre no conduce a ninguna parte, todo volverá al punto donde lo dejamos. ¿Me he expresado con la suficiente claridad señor Sander?

—Se expresa usted con la claridad de los sociópatas trastornados, doctor Wang.

—¿Qué sabe usted de mi señor Sander?

—¿Qué importa eso ahora? —Pregunté desconcertado.

—¿Ha tomado usted, en todos sus años de rutinaria existencia alguna decisión que implicara poner en juego la vida de otras personas, señor Sander? ¿Ha tenido alguna vez usted que sacrificar algo en aras de un bien superior? Usted no está preparado. Le confieso que al principio abrigaba ciertas esperanzas, pero me produce mucha tristeza comprobar que toda esta situación le viene demasiado grande.

—No pienso tolerarle… —Conseguí balbucear.

—Hasta el día que decidió venir aquí, usted se ha pasado toda la vida cómodamente parapetado en su pequeña, segura y rutinaria realidad. Las interminables jornadas de trabajo en el periódico le han proporcionado una existencia independiente y económicamente desahogada, pero también solitaria y hasta, en cierto modo, vacía. ¿No es cree usted señor Sander?…

—Así es la vida de millones de personas. Nacemos, trabajamos y morimos. —Respondí pragmático.

—A pesar de todo, usted se siente moderadamente satisfecho… ¿Verdad?  Pero yo me pregunto… Atendiendo a esa vida centrada en usted mismo… Atendiendo a ese EGOÍSMO… ¿Quién es el sociópata trastornado? ¿Yo o usted que ni siquiera se ha molestado en formar una familia?

—¡Cómo se atreve! —Exclamé.

—Paul Sander. Un periodista acomodado y demasiado pagado de sí mismo que se cree muy importante porque ¡trabaja en el New York Times! El periódico de una ciudad que se ha convertido en el paradigma de un consumo voraz de bienes y servicios que en realidad, no se necesitan. Todo ello, por supuesto, a costa de millones de otros seres humanos, a los que ustedes nunca concedieron ni siquiera el derecho a poder soñar con una mínima fracción de su obscena opulencia…

—Es usted un maldito demagogo…

—Ha llegado el momento de cambiarlo todo.

—Usted… Está completamente loco… -Intenté argumentar.

—Permítame que le cuente una pequeña historia, señor Sander.

—…

—No es más que una anécdota de cuando yo era bastante más joven, bastante más impetuoso y bastante menos sabio que hoy. Durante mi etapa como agregado militar de la República Popular China en Nepal, tuve la oportunidad de conocer a la esposa del embajador estadounidense en una recepción…

—Estoy seguro de que se trataba de una señora encantadora. —Respondí cansado.

—Su apellido de soltera era Ortega. Una mujer muy hermosa, elegante, culta, doctora en Filosofía por la Universidad de Columbia. Su marido era de Boston. He de admitir que ambos constituían una pareja formidable.

—Todavía no sé a dónde quiere llegar.

—Después de una agradable cena, y pese a mis esfuerzos por evitarlo, acabamos hablando sobre política en la región. La ocupación del Tíbet por parte de mi país es un asunto del que a muchos chinos no nos gusta hablar. Mi gobierno ha tratado siempre de mantener esta espinosa cuestión, lejos de las mesas de negociación internacionales y, desde luego, fuera de la agenda mediática en todo el mundo.

—Yo diría que han cosechado ustedes un rotundo éxito.

—Cierto pero, desgraciadamente, esto no significa que nuestra presencia allí estuviera exenta de problemas… Aunque a occidente sólo llegaran rumores, muchos tibetanos contravinieron los dictados de los lamas y lucharon contra la ocupación. Yo estuve al mando de uno de los escuadrones encargados de sofocar esta resistencia.

—Está resultando usted toda una caja de sorpresas Doctor Wang…

—Le conté a mis encantadores anfitriones, cómo una mañana, temprano, llegué con mis hombres a un pequeño monasterio, buscando insurrectos. Recuerdo que el aire olía a pan recién horneado y a boñiga de yak… Desplegué a mis efectivos de forma que cubriesen todas las salidas y nos dispusimos inmediatamente a registrarlo todo. Sacamos a los monjes al patio para situarlos de espaldas contra una pared; los viejos y los niños en el centro, de rodillas. Las banderas de oración ondeaban furiosas bajo el viento. 

—No me interesan sus viejas historias de guerra. —Quise interrumpir.

—Le ruego que, por favor, me permita continuar.

—…

—El monje, envuelto en llamas, apareció de repente para arrojarse encima de uno de mis guardias instantes después de que encontrásemos las armas; un puñado de viejos Kalashnikov… algunas granadas… un par de escopetas… Todo a continuación, sucedió muy rápido. Desenfundé mi arma y disparé contra un novicio que se separó del muro para venir corriendo hacia mí. El interior del monasterio comenzó a arder y toda la escena no tardó en llenarse de humo mientras mis soldados, asustados, disparaban a discreción.

—…

—La embajadora me miró. Sus ojos, lejos de juzgarme con dureza, reflejaban compasión.

—No se preocupe Mayor Wang. —Me dijo mientras me cogía la mano con dulzura.- Usted sólo hizo lo que tenía que hacer.

Me pareció que el relato de Wang se estaba volviendo cada vez más absurdo. Por más vueltas que le daba, no alcanzaba a comprender el motivo por el que me estaba confesando todo aquello…

—Me cuesta mucho imaginar que la esposa de un embajador norteamericano… Una persona con valores, formada en la universidad de Columbia…

—¿Pudiera comprender lo que me vi obligado a hacer?

—No tengo ni la menor idea de por qué me cuenta usted todo esto Doctor Wang, pero le aseguro que yo no vine a esta estación a hablar de filosofía con usted. Intentar justificar una atrocidad… ¡un crimen de guerra! en base a que hace años, la insensible esposa de un diplomático americano le tomó a usted la mano con cierto afecto es…

—En aquellos días, Anne era la esposa del embajador Ted Wilkinson, lo que en la actualidad la convierte en la Primera Dama de los Estados Unidos de Norteamérica. ¿Cree entonces que su insensibilidad la hace mi cómplice?… Pero ella es la Primera Dama… ¡Una mujer maravillosa! ¿No es cierto?

—Es usted despreciable… —Respondí confundido.

—Una lástima que no podamos hacer partícipe a Anne Wilkinson de la gran estima que acaba usted de demostrar hacia su persona. Lo más probable es que ya esté muerta.

—¡Salga, maldita sea! —Exploté encolerizado.- ¡SALGA INMEDIATAMENTE DE MI HABITACIÓN!

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

12 de Diciembre de 2.036.

 

Hola Kate.

No he podido dejar de pensar en mi absurda conversación con Wang. Saber que vivo con un criminal no contribuye precisamente a calmar mi creciente estado de ansiedad. No duermo bien, alterno pérdidas repentinas de apetito con episodios de un hambre voraz en los que, subrepticiamente, me atiborro de pollo deshidratado y, por si fuera poco, he empezado a tener horribles migrañas que me obligan a permanecer acostado, maldiciendo mi cabeza, durante horas.

Los días pasan aquí monótonos y extraños. Sin nada que hacer, vago por la estación. Un lugar que he aprendido a odiar. No sabes hasta que punto echo de menos estar en casa. Ir a la redacción, mi trabajo, bromear con Bill, hacerme el encontradizo contigo por los pasillos, con la esperanza de poder charlar unos minutos… Con la esperanza de que te fijes en mi…

He decidido no hablar con los demás sobre lo ocurrido. Estoy seguro de que si Zaitsev se enterara, éste sería perfectamente capaz de partirle el cuello a Wang así que, al final, la pregunta es obligada: ¿Quién es más peligroso? ¿Yun Wang o Viktor Zaitsev?

¿Acaso puedo justificar los violentos arrebatos del ruso bajo el convencimiento de que está con los buenos? ¿Pretendía Wang decirme que lo ocurrido en Tíbet no fue más que una consecuencia derivada del deber? La barbarie… ¿Deja de serlo cuando se comete en nombre de un bien superior? En 1.961, Stanley Milgram, un psicólogo de la Universidad de Yale, llevó a cabo una serie de perturbadores experimentos que demostraron que cualquier persona, es capaz de torturar a un semejante, si la orden es percibida como proveniente de una autoridad o un marco moral legítimo… Personas normales convertidas en monstruos… ¿Es eso lo que le ocurrió a Wang en el Himalaya?

Agobiado por todas estas cuestiones, decidí que me vendría bien despejarme un poco charlando con Dana. La encontré en su laboratorio revisando unos cálculos proporcionados de mala gana por Anderson para poner a punto el transbordador. Seguimos sin noticias de John Harper, lo cual me preocupa, pero no quiero empezar a alarmar a nadie con mis impresiones sobre este tema.

Dana levantó la vista por encima del monitor de su ordenador y me dedicó una cálida sonrisa.

—Hola Paul. ¿Cómo estás?

—Bien. Muy bien. —Mentí.

—¿Estás grabando? —Preguntó con gesto divertido.

—Soy periodista Doctora Lehner. Siempre estoy grabando… Si me aceptas el consejo, nunca digas nada de lo que te puedas arrepentir delante de un periodista armado con un teléfono móvil.

—Lo tendré en cuenta. —Respondió Dana con afabilidad. —Con todo lo que ha pasado, debes tener ya suficiente material como para escribir un libro… Te vas a hacer muy famoso, amigo mío.

—“El Apocalipsis según Paul Sander”.

—Suena un poco dramático…

—Lástima que, si el doctor Wang está en lo cierto, no vaya a quedar nadie para leerlo… —Respondí sombrío.

—Oh, ¡Vamos! ¡No te pongas pesimista! Siempre hay luz al final del túnel… ¡Tenemos a John Harper!

—Hemos sido muy afortunados al encontrarle. Demuestra que Wang está equivocado. —Asentí.

—Todo va a salir bien. —Añadió Dana acariciándome el rostro afectuosamente.

Fue un gesto espontáneo y sincero, pero pude, al mismo tiempo que lo agradecía, percibir también la desesperación que había en el mismo. Los ojos grandes y profundamente azules de Dana, se clavaron en los míos, pequeños y grises; implorando una fe que, reconozco Kate, a veces zozobra dentro de mí. Hay momentos, cuando estoy solo en la habitación, tratando de conciliar un sueño que no llega, en los que pienso que nada de lo que hago aquí tiene sentido. Me pregunto si Wang no tiene razón al decir que no estoy preparado.

—Paul… ¿Seguro que estás bien? —La dulce voz de Dana acabó con mi ensimismamiento.

—Si, disculpa… ¿Puedo hacerte una pregunta? —Respondí.

—¡Por supuesto! —Exclamó Dana moviendo alegre las manos.

—¿Qué vas a hacer cuando todo esto termine?

La doctora Lehner se quedó un momento pensativa.

—Bailar.

—¿Bailar? -Pregunté divertido.

—Como July Andrews en aquella película…

—¡Sonrisas y Lágrimas! —Respondí inmediatamente.

—¡Sí! ¡Sonrisas y Lágrimas!

Imaginarme a Dana bailando y cantando en los Alpes Suizos rodeada de niños y vacas tirolesas produjo en mí una sincera carcajada.

—¡Jajajajajajaja!

—¡No te rías Paul!

—Sonrisas y Lágrimas… Resulta irónico… ¿No crees?

—¡Es una gran película!

—Cinco Oscars… Recuerda que soy un cinéfilo empedernido. —Añadí sin poder dejar de reír.

—Bailaremos juntos. Te lo prometo. —Afirmó Dana muy seria.

—Soy un pésimo bailarín, Doctora…

Esta vez, fue ella la que no pudo evitar la risa y para mi absoluta sorpresa Dana se levantó y comenzó a cantar haciendo muecas mientras daba vueltas sobre sí misma por el laboratorio, sin parar.

Yo daba palmas, riendo.

La puerta, se abrió de golpe y tan distraídos estábamos que ni siquiera le vimos venir.

—¿SE PUEDE SABER QUÉ DEMONIOS ESTÁIS HACIENDO?

La presencia del Profesor Aslan en el laboratorio, con cara de preguntarse si nos habíamos vuelto locos, no hizo sino aumentar lo ridículo de la situación. El rostro de Dana se puso en seguida rojo de vergüenza.

—Pues creo que está claro. —Dije acudiendo al rescate.- Cantar y bailar.

—Ya cantareis cuando hayamos salido de aquí. -Respondió Aslan en tono amargo.

—Tienes razón Omar. —Se apresuró a contestar Dana. —Disculpa.

—A veces no viene mal un poco de diversión… —Quise interceder.

—Esto no es un ningún juego Paul. —Sentenció Omar secamente.

La actitud de Aslan me molestó. Por un instante, pude ver en él, el mismo destello intolerante que tanta repulsa me ha causado siempre en Wang. El gesto duro, la mirada fría. La acción moldeada por el objetivo, sin importar las consecuencias. Me inquietó profundamente tener que preguntarme si Aslan y Wang serían las dos caras de la misma moneda.

—No pasa nada. Ya me disponía a volver al trabajo. ¿Verdad Paul? —Terció Dana.

—Si… Mientras, yo dedicaré un par de horas a seguir arrastrando mis fantasmales cadenas por los pasillos de esta condenada estación. —Dije resentido.

—¿Has hablado con Wang? —Preguntó Aslan suspicaz.

—¿A ti que te importa?

—Mira Sander, llevo más de diez horas intentando que el maldito John Harper responda y no estoy de humor para…

—Wang cree que el fin siempre justifica los medios…

—¿Cómo has dicho? —Preguntó Omar.

—Afirma que nada ha cambiado. Que Harper no significa nada… Que pronto nos daremos cuenta de que…

—No deberías hablar más con Wang. —Sentenció Aslan.

—¿Y quién eres tú para impedírmelo? —Respondí desafiante. 

—Te recuerdo que Harmony se encuentra bajo jurisdicción de las Naciones Unidas. Estamos en una grave crisis y tú eres un civil. Sencillamente, no puedes ir por aquí haciendo lo que te dé la gana. ¿Está claro?

—¿UN CIVIL? ¿Qué demonios quieres decir con eso? —Pregunté anonadado.

—Que no eres un miembro de la tripulación.

—Así que ahora soy el único “no miembro” de la tripulación… ¿Y que implica eso exactamente? ¿En serio piensas que acaso estoy a tus órdenes?

—Chicos, no creo que valga la pena… -Intercedió Dana.

—¡PODRÍAS CALLARTE DE UNA VEZ! -Estalló Aslan.

—¡DÉJALA TRANQUILA! —Respondí lleno de ira.

—¿Por qué no te vas un rato a cantar con tu amigo Wang, Sander? —Dijo Omar con amargura.

Volví a mirar al hombre que se apoyaba en el quicio de la puerta del laboratorio. Toda su expresión corporal expresaba firmeza y determinación. Su hosca actitud contrastaba con las formas calmadas pero sibilinas de Yun Wang, no obstante; en ese momento me di cuenta, Kate, de que ambos hombres harían lo que fuera necesario para prevalecer. Asqueado no pude sino responder:

—ESO HARÉ.

Mientras salía de allí, miré de reojo a Dana que, pálida, había vuelto a su trabajo. Una lágrima, rodó rápido por su mejilla en una carrera sin obstáculos que terminó en la suave comisura de sus labios. Yo bajé la cabeza y abandoné la estancia consumido por una fuerte sensación de oscuro resentimiento.

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

13 de Diciembre de 2.036.

 

Hola Kate.

John ha vuelto a retomar el contacto pero sólo está dispuesto a hablar conmigo. Sé que estos extraños empeños de Harper exasperan a Omar, con lo cual acudí a la sala de comunicaciones con la idea de que nuestra charla fuera lo más breve posible. Desde el incidente con Dana, Omar se muestra distante, quizás debería hablar con él; últimamente pasa mucho tiempo con Viktor, pero desconozco exactamente el propósito de estos encuentros. Aslan ejerce una gran influencia sobre Zaitsev y resulta evidente que es la única persona capaz de controlar el difícil carácter del ruso. Igualmente, sabe que la doctora Lehner nunca sería capaz de cuestionar sus decisiones. Para él, soy el único en discordia.

A pesar de mis esfuerzos, no consigo adaptarme. Sigo siendo un extraño, una anomalía dentro de la estación. Está claro que a nadie le gusta tener a Paul Sander “deambulando sin control por las instalaciones”. ¡Un brindis por la libertad de prensa! A lo mejor piensan que estoy disfrutando con todo esto… ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Permanecer encerrado en mi habitación esperando acontecimientos?

Te digo Kate, que los últimos sucesos me han hecho pensar. Nunca en mi vida me he dejado llevar por la corriente. ¿Por qué aquí iba a ser diferente? Por muy descabellado que parezca… ¿Qué pasaría si Wang, por un momento, tuviera razón? ¿Qué ocurriría si fuésemos los únicos supervivientes? ¿Tendríamos entonces la obligación de comenzar de nuevo? ¿Con que derecho podríamos negarnos a hacerlo? ¿Acaso no tendríamos el deber moral de intentar asegurar la supervivencia de la especie?

Wang no me habló de su encuentro con los Wilkinson por casualidad. Hasta el Presidente de la democracia más antigua del mundo entendería que, ante determinadas circunstancias, hay que ser pragmáticos. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en Dana… En última instancia, todo depende de ella, pero ¿Qué pasaría si rehusara colaborar? ¿Sería Wang capaz de obligarla a tener hijos continuamente durante el resto de su vida?

En estas inquietantes divagaciones estaba cuando me puse los auriculares para volver a hablar con John Harper.

—¿John? —Pregunté.

—Hola Paul.

La voz me llegaba con interferencias; lejana, débil.

—¿Puedes acercarte un poco más al micrófono, por favor, John? Te escucho como si estuvieras…

—¿En el polo sur? —Respondió Harper con ironía.

—Si… Más o menos… —Afirmé yo sonriendo.

—¿Tú sabes lo que es la soledad Paul?

Inmediatamente, temí otro de sus largos monólogos.

—¿Qué quieres decir, John?

—No tenemos mucho tiempo… —Harper hizo una pausa, como si le costase hablar.- La verdad es que no hay tiempo para más tonterías.

—Estoy de acuerdo John… ¿Dónde demonios te has metido últimamente? Nos tenías preocupados.

—Preparando mi viaje.

—Bien John, eso está bien… Sabes… Nosotros aquí también tenemos un viaje que planificar, pero para ello, necesitamos que nos ayudes. Tienes que conseguirnos una conexión John.

—No hay ninguna conexión.

Me tomé unos segundos para procesar el significado de aquellas palabras, deseando con toda mi alma no haberlas entendido bien.

—¿Qué has dicho? —Pregunté intentando que no me temblara demasiado la voz.

—No existen los refugiados. No hay ningún Emilio Silva. Vosotros sois los únicos con los que he conseguido hablar, Paul.

—Pero… Pero… Tú dijiste… —Sólo podía balbucear.

—Mentí.

—¿Por qué? -Estallé.

—¿Sabes lo que es la soledad? —La voz de Harper se iba apagando cada vez más. Presa del pánico, sentí que le perdía.

—Dios mío John… No puedes hacernos esto… ¿Que voy a decir a los demás? No tienes ni idea… No puedes imaginar las consecuencias… Wang… Omar… Zaitsev… Dana… Maldita sea… ¡No puedo creer que esto esté pasando!

—Quédate en la estación Paul. Si regresas, morirás. Como han muerto todos.

—¡Pero tú estás vivo!

—Ya he enfermado…

—¿Enfermado? ¿Estás seguro? ¡No puede ser! ¡John! ¡John! —Noté como las palabras pugnaban por salir de mi garganta, se confundían con mis lamentos. Se ahogaban en mis sollozos.

—Está en el aire… El aire huele a hierro…

—Tranquilo, John…

—La boca me sabe a sangre… Creo que llevo unos días con fiebre… 

—Puede ser cualquier cosa… Un resfriado… 

—Tengo miedo, Paul… Me enfrento a horribles visiones…

—Dios mío, John… Cálmate… Espera un momento. Voy a buscar a alguien que pueda ayudarte… No tardaré nada.

—NO VENGÁIS.

—Pero… Tenemos que volver a casa…

—Carol… Linda… Kaisy… Ellas están aquí.

—No lo entiendo…

—…

—¿JOHN?

—Han venido a buscarme…

—DIOS MÍO…

—…

—No te vayas… ¡CONTESTA JOHN!

—…

—¡RESPONDE! ¡JOHN!

—Adiós, Paul.

—¡NO PUEDES HACERME ESTO!… ¡NO PUEDES DEJARME SOLO!…

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

14 de Diciembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Lo ocurrido con Harper cayó como una losa sobre el ánimo de todos. Zaitsev, como siempre, entró en cólera, llegando incluso a acusarme de intentar sabotear los planes para evacuar Harmony lo antes posible. 

—¿Qué le has dicho? ¿No será que trabajas en secreto para Wang?

—Yo no he hecho nada… Harper… Él no está bien… —Respondí aturdido.

—¿Y qué esperabas? —Añadió Viktor —Yo creo que no estás a la altura. Todo esto te viene demasiado grande.

—Soy periodista, no psicólogo.

—Tenías que convencerlo para ayudarnos a salir de aquí, no espantarlo.

—Estoy seguro de que tu proverbial talante diplomático habría obtenido mejores resultados… —Concluí sarcástico.

Zaitsev me dedicó una mirada de pocos amigos y Dana volvió a adoptar un aire triste y reservado, como si todo lo que estaba pasando no fuera con ella. Omar se limitó a recibir la noticia con aire serio, y reconozco, Kate, que yo tampoco realicé ningún esfuerzo por buscar su complicidad.

—A partir de ahora, yo seré la única persona autorizada para hablar con John Harper. —Sentenció.

—Nadie volverá a hablar nunca más con John Harper. —Respondí con aire sombrío.

—¿Por qué dices eso Paul? —Preguntó Dana.

—Wicca lo tiene atrapado, es imposible que sobreviva mucho tiempo más.

—Dios mío… —Musitó la doctora Lehner.

—No sirves para nada Sander. —Sentenció con desdén el ruso.

La profunda decepción que me produjo la actitud de mis compañeros, me ha llevado a pensar si sería mejor actuar por mi cuenta, Kate. De vuelta en la habitación, pasé muchas horas meditando. ¿Debería dar este paso?… Si quiero volver a verte, tengo que convencer a Wang de que debemos llegar a un acuerdo. Después de darle muchas vueltas, decidí que ya era hora de ir a hablar con él.

—¿Doctor Wang? —Pregunté empujando ligeramente la puerta del laboratorio de biología.

—¡Mi querido Paul Sander! —Respondió Wang con cinismo y enarcando exageradamente las cejas. —¿Qué le trae por aquí?

—John Harper es un hombre enfermo. La información que nos proporcionó ha resultado ser producto de su torturada imaginación. Emilio Silva no existe. Los refugiados no existen. Es posible que nada de lo que haya dicho sea cierto. A estas alturas, ya no se qué pensar.

Wang estaba ataviado con un batín de la División Aeroespacial de las Naciones Unidas que llevaba puesto sobre su habitual indumentaria de trabajo. Lo había sorprendido revisando un montón de papeles. 

—¿Ha llegado ya Wicca a la Bernardo O´Higgins señor Sander?

—Harper ha reconocido sentirse… Indispuesto… —Respondí con vacilación.- Pero eso no significa…

—SIGNIFICA lo que SIGNIFICA, señor Sander. —Dijo tajantemente el doctor Wang.- Significa que el aire es ya irrespirable en todo el planeta y que por lo tanto, todo el mundo ha muerto… Menos nosotros…

La descarnada lógica de Wang me golpeó con toda su dureza. En un segundo, pasaron por mi imaginación los monumentos agrietados, los edificios colonizados por la vegetación, aviones estrellados, barcos fantasmas, a la deriva. Estadios vacíos, teatros y cines… Todo a oscuras… Pensé en la Quinta Avenida, alicatada de vehículos inmóviles, abandonados… las puertas abiertas… las llaves puestas… Pensé en sus conductores, emprendiendo una huida desesperada… Familias enteras yendo a ninguna parte…

También pensé en ti, Kate. Pensé en ti, y mi mente rehusó verte muerta.

—¡Usted no tiene ninguna prueba! —Exclamé impotente.

Wang me miró con tristeza. Como cuando un padre mira a su hijo cuando éste le pregunta si, de verdad, existe Santa Claus.

—Paul… —Replicó Wang, adoptando un tono familiar que me hizo sentir incómodo.- Creo que hay algo en lo que vamos a estar de acuerdo.

—Usted dirá. —Respondí.

—Harmony no puede continuar así.

—Efectivamente. —Afirmé intuyendo que Wang podría estar dispuesto a negociar.

—Me gustaría tener una charla con usted y con la Doctora Lehner. ¿No cree que sería un buen comienzo?

—No me gusta la idea de dejar al margen al profesor Aslan y a Viktor Zaitsev. —Respondí reticente.

—Viktor Zaitsev no es una persona razonable y ambos sabemos que Aslan nunca accederá a renunciar a la posición que siempre ha creído tener en la estación. Podría contarte unas cuantas cosas sobre Omar Aslan… Te ayudaría a ver las cosas con otros ojos…

—¿Y por qué debería confiar en sus palabras? —Respondí molesto.

—Aslan esconde su carácter testarudo y narcisista bajo un barniz de aparente afabilidad. Tú no le conoces… Por otro lado, su indudable influencia sobre la Doctora Lehner me resulta especialmente preocupante… Bajo el ascendente de Aslan, es obvio que Dana está impedida para tomar sus propias decisiones. Por eso te pido que me la traigas.

—¿Que se la traiga? —Pregunté con perplejidad.

—¿Crees que Aslan es el único que se ha dado cuenta de que has congeniado con ella?

Las palabras de Wang me hicieron recordar la abrupta y áspera irrupción de Omar durante mi último encuentro con Dana. ¿Tendría razón Wang con respecto al profesor?

—Muy bien, supongamos que accedo. Supongamos que ella está dispuesta a dialogar. Supongamos que todo transcurre tal y como usted espera… Pero antes, tendrá que prometerme algo.

—Si tu demanda es razonable, te doy mi palabra de que será atendida.

—Quiero que me dé su palabra de que Dana y yo seremos puestos al corriente con toda la información que ustedes actualmente manejan. Es evidente que saben algo que no nos quieren contar, y si desea usted un diálogo honesto, es absolutamente necesario un conocimiento compartido de los hechos.

—Me parece razonable. —Asintió Wang.

—Hay otra condición. —Añadí envalentonado.

—…

—Deberán ustedes estar abiertos también a otras opciones. Odiaría tener la impresión de que únicamente pretende adoctrinarnos con sus postulados.

—Le doy mi palabra.

—También deberá usted tener a Anderson controlado…

Wang me miró con extrañeza.

—No pienso discutir con Dios.

—Le aseguro que Anderson no dará problemas.

—Muy bien, en ese caso, usted y yo tenemos un trato.

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

18 de Diciembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Tardé un par de días en contarle a Dana la conversación con Wang.

Ojalá no lo hubiese hecho.

Todavía hoy, mientras escribo tembloroso estas palabras, me pregunto la verdadera razón por la que tuve que involucrarla… Debí haber sospechado de la aquiescencia con la que Wang aceptó todas mis condiciones… Debí haber sido más precavido, y más humilde… Tenía que haber dejado mi estúpido ego a un lado, Kate. El peso del orgullo al pensar que yo sería capaz de encontrar una solución sin ayuda de nadie, se hizo demasiado grande como para poder mantenerme alerta. La soberbia es la antesala de los descuidos, sobre todo, en los cobardes.

Al trasladarle a Dana mi charla con Wang, ella se quedó un momento pensando, para luego mirarme con una determinación que nunca había apreciado.

—Tienes razón Paul, alguien tiene que hacer algo. —Me dijo, mientras se apartaba un mechón dorado que, rebelde, parecía empeñado en reivindicar un extraño protagonismo en la conversación.

—Estás más guapa con coleta. —Bromeé mientras ella se sujetaba el pelo.

—¿Está tu novia al tanto de estos flirteos? —Respondió Dana con un guiño.

—No tengo novia. —Respondí con involuntaria brusquedad.

—Vale… No se enfade señor Sander…

—Disculpa, no pretendía parecer brusco. —Respondí con mi mejor sonrisa.

Me alegré de ver que Dana cambiaba de tema.

—Es hora de tomar la iniciativa. —Afirmó.

—¿Y qué hacemos con Viktor y con Omar Aslan?

—Viktor es un bruto y Omar… —Una sombra cruzó el rostro de la Doctora Lehner por un instante.- Omar… A pesar de las apariencias…

Decidí que ya estaba harto de los secretos de la estación.

—¿Es que todo el mundo en Harmony tiene algo que ocultar, Dana? ¿Qué demonios pasa entre tú y Aslan?

Dana continuó mostrándose esquiva.

—Es… complicado… Paul, por favor, no insistas.

La repuesta de Dana no hizo sino confirmar mis temores sobre la relación entre la atractiva alemana y el maduro, y aparentemente siempre agradable, profesor Aslan. Pensé que lo último que necesitábamos en la estación, era un maldito y tormentoso romance que pudiera complicar aún más las cosas…

—Muy bien Dana. No es asunto mío. ¿Qué tienes pensado hacer?

Inmediatamente percibí un tono de alivio en su respuesta.

—Tú y yo vamos a ir a hablar con Wang. Ya va siendo hora de que alguien ponga un poco de empatía en todo este desastre. ¿No crees?

—¿Qué pasará si Omar y Zaitsev se enteran de que estamos dialogando con Wang? —Pregunté.

—Omar y Zaitsev están muy ocupados. Últimamente pasan mucho tiempo juntos. 

—¿Qué es lo que están tramando? -Pregunté.

Dana se quedó un momento valorando si debía contestarme a aquella pregunta. Podía ver los engranajes de su cerebro calibrando cuidadosamente la respuesta.

—No lo sé con certeza… Omar no me cuenta todo lo que hace… —Admitió.

—Vamos Dana… No es justo que yo sea siempre el último en enterarme de todo…

—Creo que quieren pilotar el transbordador…

—¿Cómo dices? —Exclamé alarmado.

—Zaitsev afirma que es capaz de hacerlo… Antes de venir a la estación, llegó a pilotar cazas de combate en las fuerzas aéreas.

—¡Es una locura!

—Lo sé… Pero no tiene por qué ocurrir. ¿No es cierto?

—¡Son aeronaves diferentes!

—Anda, vamos. —Concluyó Dana.

La doctora Lehner me cogió con fuerza de la mano hasta que llegamos a Lindon High. Los amplios ventanales de la sala, ardían proyectando mil tonalidades anaranjadas procedentes de un planeta moribundo. Wang estaba de pie, contemplando la escena, impasible, junto a la cristalera. Anderson, Lawrence y el Coronel Dayan discutían acaloradamente inclinados sobre un montón de planos, desplegados en la gran mesa de reuniones.

—Parece que Omar y Viktor no son los únicos que están ocupados. —Le susurré un poco nervioso a Dana.

Nuestra irrupción en la estancia sorprendió a todos los presentes. Wang se levantó rápidamente para dirigirse a nosotros. David Dayan y Anderson aparcaron la conversación y Lawrence nos miró con ojos inexpresivos.

—Señor Sander, Doctora Lehner. ¡Qué sorpresa! —Dijo Wang mientras nos invitaba a acompañarles.

Nos sentamos a un lado de la mesa. Ésta había vuelto a ocupar su emplazamiento original en el centro de la sala y Wang no tardó en tomar asiento en la cabecera. Pensó que así gobernaría la estancia, pero la pretendida solemnidad de su pequeña figura, enmarcada por las banderas de la División Aeroespacial de Naciones Unidas, no consiguió restar ni un ápice de surrealismo a la inoportuna presencia de un Goosie Goose flamígero que sonreía a las estrellas desde la pared.

—Precisamente estaba pensando en ustedes. —Dijo David Dayan en tono amigable.

Esbocé una sonrisa forzada.

—Tenemos que hablar. —Apuntó Dana con firmeza.- Hemos compartido mucho en este lugar, lejos de nuestros hogares, separados de nuestras familias. No obstante, todos vinimos aquí, voluntarios y dispuestos a trabajar por el bien de la humanidad. Harmony es un lugar único, fruto del esfuerzo de las naciones representadas en esas banderas. No podemos defraudar a tantos millones de personas.

Yo asentí satisfecho, deseando con todas mis fuerzas que el discurso de Dana diera algún resultado.

—Palabras llenas de razón y sentido común. —Asintió Wang.

—Me alegra que…

—Pero… —Interrumpió Dayan. —Viktor Zaitsev quedará al margen de cualquier acuerdo que alcancemos. Es un tipo violento, no le escucharemos más.

—Nosotros ahora mismo no podemos garantizar semejante demanda… —Intervine yo con prudencia.

—Me temo que esta cuestión no es negociable. —Recalcó Wang.

Dana y yo nos miramos confundidos. Me quedé sorprendido por la sequedad y dureza con la que Wang se había expresado. Aquel no era el talante pactado. Esa fue la primera vez que intuí que podía haber cometido un terrible error. David Dayan continuó.

—Así mismo, el profesor Aslan debe entregarnos el control de la estación. —Añadió Anderson.

—…

—¿Le ocurre algo señor Sander? —Inquirió Wang.

Las promesas hechas iban a quedarse en nada… ¡No estaban dispuestos a escuchar! ¡No iba a haber ninguna negociación! Sus palabras, sonaban como un ultimátum, y por mi culpa, nos tenían a su merced. Dana, ajena a cualquier sensación de peligro, continuó haciendo un esfuerzo por suavizar el tono de la conversación.

—Creo que daremos un paso importante si conseguimos convencer primero a Omar, de que los que estamos en esta sala, somos capaces de llegar a un acuerdo. Zaitsev será más difícil, pero entre todos, conseguiremos que reflexione.

—Viktor es peligroso. La estación estaría mucho más segura sin él. —Afirmó Morgan Lawrence temeroso.

Mientras el resto hablaba, yo fijé mi atención en Wang. Estaba calculando sus opciones. Pude percibir que se había dado cuenta de que, a esas alturas de la conversación, yo ya sospechaba algo. Con la frente surcada y el ceño fruncido, parecía inmerso en un profundo debate sobre el camino a seguir. De repente, se levantó. Todos callamos y nos quedamos contemplando cómo cruzaba la sala con parsimonia hasta el reproductor de sonido.

El Lago de los Cisnes de Tchaikovski inundó por completo toda la estancia.

Yo reaccioné con sorpresa.

—Pero qué demonios…

Wang se acercó en silencio y puso sus manos sobre los hombros de Dana, que estaba tan perpleja como yo.

Las llamas bailaban sobre nuestros rostros, el techo y las paredes…

—Doctora Lehner. —Dijo Wang. —Haga el favor de quitarse la ropa.

Dana giró la cabeza bruscamente para mirar a Wang con incredulidad, provocando que una buena parte del pelo le cayera desordenado sobre la cara. Todos nos levantamos de la mesa, como movidos por un resorte.

—Doctora Lehner, será mejor que no se resista. —Insistió el Coronel Dayan.

Dana seguía sentada a mi lado. Giró la cabeza y me miró, los ojos anegados. Su rostro, deformado en una extraña mueca, imploraba ayuda. Un leve gemido, desde lo más profundo de su interior, hizo de angustioso y macabro contrapunto con la Danza de los Pequeños Cisnes. Toda la escena se me antojaba como una pesadilla.

Me aparté de la mesa con la intención de hacer algo, pero no pude, Kate. Intimidado por las miradas amenazantes de Anderson y Lawrence, me quedé completamente inmóvil, obligado a contemplar la terrible escena que se iba a desarrollar ante mí.

Dana se percató de mi estado inmediatamente. Me miró con desprecio y, empezando por el batín del laboratorio, comenzó a quitarse lentamente la ropa. Yo negué con la cabeza, aún sin decir nada. Morgan se acercó a mí por detrás para agarrarme con firmeza del brazo.

—No te muevas Sander, o serás el siguiente en ocupar el puesto de la doctora. —Me espetó con inusitada fiereza.

La amenaza me dejó petrificado. Fui incapaz de hacer nada durante todo lo ocurrido, Kate. No pude. ¡Dios sabe que NO PUDE! Un terror irrefrenable se apoderó de mí mientras Dana, tumbada desnuda sobre un extremo de la mesa, con la cara bañada en lágrimas; no dejaba de mirarme.

Anderson fue el primero. Extendía toda su presencia sobre ella al tiempo que exclamaba:

Ir a la siguiente página

Report Page