Harmony

Harmony


El Diario de Paul Sander

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—¡QUE DIOS TE BENDIGA!

  ¡QUE DIOS TE BENDIGA!

  ¡QUE DIOS TE BENDIGA!

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

19 de Diciembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Escribo estas palabras con la esperanza de que algún día se haga justicia. Todas las conversaciones de este documento han sido transcritas escrupulosamente por mí y provienen de las grabaciones que, en el desarrollo de mi profesión, he realizado durante mi estancia en la estación. Confío en que lo relatado aquí pueda servir contra los que, durante la mayor crisis de la historia de nuestra especie, perdieron su humanidad en aras de la justificación de sus desquiciados planes. Si algo me pasara, autorizo al receptor de este archivo a hacer el uso que estime necesario del mismo, de forma que lo ocurrido en la Estación Internacional Harmony, salga a la luz.

El Doctor Yun Wang es un embustero en el que, bajo ninguna circunstancia, se debe confiar. Debí informarme, antes de partir para la estación, sobre sus primeros años, pero las referencias que conseguí encontrar al respecto eran todas escasas y en ocasiones, hasta contradictorias. La mayoría retrataban a un eficiente y condecorado teniente de las fuerzas especiales del Ejército de la República Popular China, que acabó contrayendo matrimonio con la hija de un alto dirigente local del partido comunista en la provincia de Qinghai. La pareja, tuvo dos hijas, Mei Ling y la pequeña Kumiko, ambas nacidas en el transcurso del periplo diplomático de Wang en varios países del extranjero.

Pero Yun Wang es hoy conocido por ser el genio tardío del régimen en Pekín. Después de unos años oscuros, aparece de repente en escena al obtener un doctorado con honores por la University of Science and Technology of China. En 2.025 publica varios artículos en la edición asiática del Journal of Biological Chemistry, sobre la investigación biológica molecular en condiciones de gravedad cero. Su trabajo encuentra eco rápidamente entre la comunidad científica aeroespacial, lo cual le brinda la oportunidad de viajar por todo el mundo. Numerosas universidades e instituciones solicitan su participación en todo tipo de seminarios y conferencias.

En 2.032, Wang ya colabora estrechamente con la División Aeroespacial de las Naciones Unidas, y a petición de la Administración Espacial Nacional China, termina dirigiendo y supervisando todo el programa de Investigación Biológica Molecular de Harmony. Cuatro años después, en 2.036, Yun Wang se convierte, con sesenta y tres años, en el astronauta activo más veterano del mundo. Es la culminación de una impresionante carrera.

Con profunda inquietud, me doy cuenta de que, con cada día que pasamos aislados aquí, todos corremos el riesgo de ver cómo el andamiaje que conforma nuestra cordura, corre el riesgo de desmoronarse. Yun Wang está convencido de ser el nuevo Mesías, con el comandante Thomas Anderson en el papel de Inquisidor General de la Galaxia… Por otro lado, Viktor Zaitsev, anda por ahí agazapado en las profundidades de la estación, al parecer, dispuesto a cometer cualquier locura.

¿Quién será el próximo de entre nosotros en volverse loco por culpa de toda esta pesadilla, Kate? ¿Es posible que mi propio juicio se esté viendo afectado? El hecho de haberme quedado completamente paralizado ante la brutal y horrible escena que se estaba desarrollando en aquella sala… ¿Me convierte en cómplice de lo sucedido?…

El remordimiento de los cobardes es implacable.

Cuando todo terminó, me quedé solo. Temblaba de miedo, y sin poder dar crédito a lo sucedido, maldije una y mil veces ese sentimiento, mezcla de ingenuidad y egoísmo, que me hace pensar que soy capaz de tenerlo todo bajo control. La arrogancia es la peor enemiga de la prudencia y, para mi desesperación, Dana ha acabado sufriendo las consecuencias. Yo la convencí de la necesidad del diálogo. Yo la acompañé, sin pensar que podía estar poniéndola en peligro… Un poco de humildad por mi parte, me hubiese permitido bajar la cabeza, consultar el plan con Aslan… Viktor podría haber estado allí para protegerla… ¿Cómo pude pensar que un tipo como yo iba a disuadir a Wang si las cosas se ponían feas?

Me engañó… Demasiado tarde, me doy cuenta de cómo me utilizó para llegar a ELLA…

Todo este tiempo… Jugando… Jugando conmigo…

Ahora me siento incapaz de hablar con Aslan, de contarle lo ocurrido… ¡Y mucho menos a Zaitsev! El ruso seguramente me mataría.

Debo pensar.

Tengo que mantener la calma.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

20 de Diciembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Soñé que encontrábamos el cuerpo sin vida de la doctora Lehner en su habitación. Tenía el abdomen lleno de moretones, consecuencia de los golpes que se había infligido en un desesperado intento por interrumpir el embarazo.

Soñé con Dana.

Enajenada, camina en círculos con el espinazo encorvado recorriendo el Museo Ellen Ripley, cuyas estanterías se van derrumbando al paso de la figura que castiga con fuerza el fruto de su vientre. En mi sueño, trato de impedir que se haga daño, pero cuanto más me acerco, más lejos la veo en el laberinto de baldas y hierros retorcidos en el que se ha convertido mi inconsciencia.

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Soñé con Dana.

Dando a luz a extrañas criaturas.

También pude ver el futuro imaginado por Wang.

La Arcadia de nuestros descendientes.

La Ciudad Blanca es armoniosa y serena.

Descomunales estatuas de LA MADRE adornan las plazas y protegen los templos.

Dana, por todos lados.

Afrodita Dana.

Dana Atenea.

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Soñé con niños de rostros iguales.

Aprenden en la escuela el SACRIFICIO DE LA MADRE.

Los afortunados, recitan de memoria los NOMBRES:

Yun Wang, Thomas Anderson, Morgan Lawrence, David Dayan.

Yun Wang, Thomas Anderson, Morgan Lawrence, David Dayan.

Yun Wang, Thomas Anderson, Morgan Lawrence, David Dayan.

Yun Wang, Thomas Anderson, Morgan Lawrence, David Dayan.

Yun Wang, Thomas Anderson, Morgan Lawrence, David Dayan.

Los NOMBRES pensaron el MUNDO

Fueron UNO con LA MADRE

Antes de los NOMBRES

La NADA.

Yun Wang, Thomas Anderson, Morgan Lawrence, David Dayan.

Yun Wang, Thomas Anderson, Morgan Lawrence, David Dayan.

Yun Wang, Thomas Anderson, Morgan Lawrence, David Dayan.

Yun Wang, Thomas Anderson, Morgan Lawrence, David Dayan.

Yun Wang, Thomas Anderson, Morgan Lawrence, David Dayan.

Los NOMBRES pensaron el MUNDO

Fueron UNO con LA MADRE

Antes de los NOMBRES

La NADA.

Afrodita Dana. Dana Atenea.

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

21 de Diciembre de 2.036.

 

Hola Kate.

No sé cuánto tiempo pasé encerrado en mi habitación hasta que reuní el coraje suficiente para poder salir.   

Me encontré con ellos en el pasillo que desemboca en el gimnasio de la estación.

Me estaban buscando…

—¡Sander! ¿Dónde demonios te has metido? —Vociferó Viktor.

—En mi habitación. —Dije.

 

Ya fuera por la expresión de mi rostro, o por genuina preocupación, el ruso preguntó:

—¿Dónde está Dana?

—No lo sé… —Respondí temeroso de verme obligado a revelar lo ocurrido.

—Mientes. —Insistió Zaitsev.

—Ha pasado algo… Terrible… —Balbuceé.

—¿Qué quieres decir?

—Dana quería… Arreglar las cosas… Me dijo que estaba harta… Que la situación tenía que cambiar… Quiso ir a hablar con Wang…

—¿Hablar con Wang? ¿Sobre qué? —Preguntó Omar.

—Me pidió que la acompañara. Intenté disuadirla.

—¿QUÉ? —Exclamó Viktor con incredulidad.

—Ella… Me convenció… ¡No paraba de decir que alguien debía intentarlo!

—¿Por qué no nos dijisteis nada? —Preguntó Aslan contrariado.

—No fue sola. Yo la acompañé.

—¿TÚ? —Inquirió el ruso

Conté lo ocurrido de manera tan atropellada que no dejé opción a interrupciones. Hablé de cómo obligaron a Dana a desnudarse y a tumbarse sobre la mesa, de cómo ellos se turnaron… Expliqué que me retuvieron, que me fue imposible hacer nada…

—Ellos eran cuatro…

Viktor me miró con un profundo desprecio.

—Voy a matar a todos esos hijos de puta. —Dijo.

Aslan no intentó matizar ni una sola de las palabras de Zaitsev. Me percaté en seguida de que mi relato le había privado de su resolución. Estaba devastado, parecía incapaz de reaccionar.

—Pero… ¿Dónde está? ¿Sigue con ellos? Oh Dios mío… Dana… ¿Qué es lo que te han hecho? —Consiguió balbucear.

—No lo sé… —Musité avergonzado.

—La encontraremos. Buscaremos por todos los rincones y la encontraremos Omar. Te doy mi palabra. Y luego acabaremos con ellos. —Sentenció Zaitsev.

—Yo puedo ayudaros.

Me arrepentí de mi ofrecimiento inmediatamente después de haber pronunciado aquellas palabras. Un sentimiento de culpabilidad me atenazó. En realidad, no quería tener nada que ver, con nadie ni con nada.

—¿Tú? —Estalló Aslan.- ¿TÚ?… ¡Cobarde! ¡La dejaste sola! ¡Te quedaste mirando y luego huiste como la rata que eres! Seguro que has estado muy ocupado, escribiendo al respecto… ¿No es cierto? ¡Responde! ¡Maldita sabandija!

—Ellos eran cuatro… Cuatro contra uno… —Repetí.

—Apostaría lo que fuera a que ahora mismo estás grabando nuestra pequeña charla… ¿Verdad Sander? —Dijo Aslan cambiando de repente el tono de voz. 

—Yo… Sólo hago mi trabajo… —Respondí aturdido.

—¿Donde tienes el puto teléfono? Insistió Omar empujándome con violencia, buscando en mis bolsillos, desesperado. —¡DONDE!

—¡Suéltame! —Grité asustado.

—Me das asco Sander. —Increpó Omar, mirándome fijamente.

—¡YO NO TENGO LA CULPA! —Exclamé histérico. —¡NO TUVE NADA QUE VER! ¡NO TENGO LA CULPA!

—Vete. —Dijo Viktor.

Volví a deambular por los pasillos de la estación. Las imágenes de lo sucedido se agolpaban inmisericordes en mi mente. Dando vueltas por el anillo de hierro, colgado de la locura, sobre el planeta de los muertos.

TODO se reduce a Harmony.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

28 de Diciembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Vuelvo a estar encerrado en mi habitación. El silencio que envuelve la estación es sepulcral. Al principio, y a pesar de sus enormes dimensiones, se podía decir que este era un lugar bastante animado. Wang solía disfrutar de su tiempo libre leyendo y escuchando música clásica frente a los grandes ventanales de Lindon High. A veces, jugábamos al Póquer… Anderson y Lawrence siempre intentando llevar al astuto Omar a la bancarrota… Lo pasábamos bien. La Doctora Lehner andaba de aquí para allá, siempre con una sonrisa y cuando, entretenidos como estábamos, las horas pasaban volando, ella nos reprendía.

—¡Hay que cerrar el casino! ¡A trabajar! ¡A trabajar todo el mundo!

—¡A cubierto! ¡Llega la Inquisición! —Bromeaba Omar guiñando un ojo…

Zaitsev iba y venía por los pasillos constantemente haciendo pequeñas reparaciones. Sus herramientas, tintineaban al chocar unas con otras en el macuto amarillo que el ruso llevaba colgado al costado, con lo que uno siempre podía intuir por donde andaba. El Coronel Dayan era el más circunspecto de todos, pero este rasgo de su personalidad no constituía ningún problema. En todos los grupos siempre hay uno que es más serio que los demás.

El tiempo de mi llegada me parece ahora lejano, Kate. Los acontecimientos de aquellos primeros días se perfilan borrosos en mi memoria, mientras la estación sigue girando como si lo que ocurriera en sus entrañas no fuera con ella. Me pregunto cuantas órbitas faltan para que Harmony termine cayendo sobre los restos de sus propios creadores, más de siete mil millones de personas…   

Toda mi actividad se reduce ahora a escribir en este diario. De vez en cuando, veo viejas películas en el ordenador. No es lo mismo que en casa, pero me las apaño… A pesar de este modo de vida tan sedentario, por primera vez en mi vida, he adelgazado. ¡No existe mejor régimen que la comida para astronautas! Te alegrará saber, que cuando todo esto termine, estaré en forma para esa cena que tú y yo tenemos pendiente.

Recuerdo que estaba con El Pianista de Roman Polanski cuando sentí pasos cerca de la puerta. Las paredes de la estación no son demasiado gruesas y al prestar más atención, me pareció que alguien iba y venía de forma indecisa, rondando, sin atreverse a entrar. Intrigado, arreglé un poco mi aspecto, cogí el teléfono y decidí salir.

Morgan Lawrence caminaba pesadamente por el pasillo con las manos detrás de la espalda. Me pareció que murmuraba algo con insistencia pero, por más atención que puse, me resultó imposible entender una sola palabra de su letanía. Al verme, se quedó muy quieto.

—¿Qué haces aquí? —Pregunté.

—Sander… —Respondió Lawrence tímidamente.

—¿Y a quien si no esperabas encontrar?

—No sabía si seguirías…

—¿Vivo?

Morgan asintió con la cabeza pero sin atreverse a decir nada.

—Lo estoy. —Afirmé sin demasiada convicción. —O al menos eso creo…  Dadas las circunstancias, a veces pienso que todos en Harmony somos muertos vivientes.

—Si… —Se limitó a contestar.

Como seguir hablando en el pasillo me pareció incómodo, invité a Lawrence a entrar. No obstante y por precaución, opté por dejar la puerta entreabierta.

—Adelante, pasa.

—Gracias.

—¿En qué puedo ayudarte Morgan?

—Yo… Yo nunca quise… —Balbuceó.

—¿Qué estás haciendo aquí Lawrence? —Pregunté.

—Lo ocurrido con Dana… Ellos… Ellos me obligaron…

—¿Dónde está? —Pregunté ansioso.

—Está… A salvo…

—¿A salvo dónde? —Insistí.

—No puedo decírtelo… Me matarían…

—¡Es lo que te mereces! —Estallé.

—Wang… No quiere correr riesgos… Hay demasiado en juego…

—¿Y por eso había que forzarla?

—Wang dijo que…

—¡Wang esto! ¡Wang lo otro! ¡Estoy harto!

—Tú no le conoces…

—Vuestra soberbia será vuestra perdición. —Añadí.

—Paul, tienes que escucharme.

—Claro que le conozco… -Respondí airado.- Yun Wang cree que tiene un destino, una misión… Algo más grande que él mismo y que todos nosotros. ¿No es cierto? También cree que tiene deber de hacer siempre lo que se tiene que hacer… Si hay que matar, se mata y si hay que forzar a una joven inocente en una estación espacial, se hace… Ya sé cómo suena esa canción… ¡La historia de toda humanidad está llena de gentuza como Yun Wang!

—No esperamos que lo entiendas.

—Claro que no. No esperáis que la gente como yo entienda vuestras atrocidades, vuestros crímenes… Creéis estar tan por encima de los demás, que ni siquiera nos tomáis en cuenta… Pasáis por encima de las vidas de la gente, como habéis hecho con Dana… ¡No sois más que unos lunáticos!

Lawrence parecía cada vez más apesadumbrado. Sudaba copiosamente. Podía ver las gotas resbalando por su cráneo perfectamente afeitado. Por fin, vomitó lo que realmente había venido a decir.

—Necesito que me hagas un favor.

—¿UN FAVOR? —Pregunte con ironía.

—Que me acompañes a hablar con Zaitsev y con Aslan.

—¿En serio?

—Es importante.

—Lo que quiera que sea, puedes decírmelo a mí…

—Tú no eres de la tripulación.

Volví a sentir de nuevo todo el menosprecio, Kate. Siempre por debajo de todos ellos. Excluido, apartado, engañado, utilizado…

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

—De acuerdo Lawrence. Te acompañaré.   

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

31 de Diciembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Lo primero que tenía que hacer para cumplir mi compromiso con Lawrence era encontrar a Viktor y a Omar. Una tarea nada sencilla desde que ambos decidieron darme la espalda… Acordé con Morgan que una vez ubicado cualquiera de los dos, yo dejaría una señal en el laboratorio de Dana Lehner. Unos cuantos de sus cuadernos cambiados de sitio, bastarían.

Resignado por tener que abandonar mi aislamiento, comencé a vagabundear por la estación. Harmony es más grande de lo que puedas imaginar, Kate, y uno puede perderse durante un buen rato en sus entrañas si no sabe bien por donde va. El ominoso silencio que sucedió a lo de Dana, seguía incrustado en los corredores y estancias que iba recorriendo en mi errático deambular. Tras un rato dando vueltas, encaminé mis pasos hacia la Sala de Comunicaciones. Los monitores del circuito cerrado de televisión sólo mostraban habitaciones vacías: el área de recreo, la enfermería, los laboratorios adyacentes, el comedor, la cámara de ingravidez… Lo que a mi llegada habían sido estancias repletas de actividad, parecían ahora las escenas de una mala película de terror.

Deprimido, encaminé mis pasos hacia las dependencias de Aslan. Encontré la puerta cerrada, así que golpeé con los nudillos la fría superficie metalizada. Tal y como esperaba, no hubo respuesta. Con desgana, me puse en marcha con el objetivo de bajar al reino de Viktor Zaitsev. La Zona Restringida de la estación dista mucho de ser un lugar acogedor. Los blancos y asépticos pasillos que he acabado conociendo tan bien se transforman allí en estrechos corredores iluminados tenuemente por una luz rojiza, que acentúa la sensación de agobio. Haciendo caso omiso de todas las advertencias que especificaban que las profundidades de Harmony sólo pueden ser franqueadas por el personal autorizado, me adentré en un laberinto de tuberías y cables que reptaban por paredes y subían hacia el techo.

Vi la imponente y oscura sombra de Zaitsev al doblar un recodo bajando la escalera metálica. Manipulaba un soldador sobre un panel abierto en la pared. A juzgar por la cantidad de herramientas y la botella de vodka que le acompañaba, confié en que el ruso tuviera trabajo para rato. Despacio, desanduve todo el camino hasta llegar al laboratorio de Dana Lehner. Cambie los cuadernos de repisa y regresé nervioso a mi habitación.

YA Sólo cabía esperar.

Lawrence tardó en aparecer más de lo que me hubiese gustado. Su mirada, esquiva, seguía sin convencerme.

—¿Tienes algo? —Preguntó sin saludar.

—Aún no he podido encontrar a Aslan, pero sé dónde está Zaitsev. —Respondí sin demasiado entusiasmo.

Morgan se mordió el labio inferior y fijó la vista en mi escritorio, pensativo.

—Está bien. —Concluyó. —Bastará para empezar. Vamos.

Guié a Lawrence por la maraña roja de pasadizos y escaleras hasta dar con Viktor. Al llegar al recodo, hice un gesto de decepción. Zaitsev ya no estaba.

—¿Qué ocurre? -Preguntó Lawrence inquieto.

—Estaba aquí… hace un rato… trabajaba en una soldadura. —Respondí confundido.

Morgan frunció el ceño con desconfianza.

—Sander, si esto es algún estúpido truco…

—¡Estaba aquí! —Exclamé frustrado mientras me acercaba hasta el panel que Viktor había estado manipulando.

—Eres un completo inútil.  —Me espetó Morgan con fiereza.

Alcé la mirada. Lawrence, se dirigía ya hacia mí con cara de pocos amigos.

—¿QUE ESTÁIS HACIENDO AQUÍ?

El potente vozarrón de Viktor Zaitsev nos llegó amortiguado desde el hueco de la escalera. Lawrence se detuvo y volvió la cabeza para ver aparecer al ruso que bajaba los escalones con parsimonia. Tenía una botella en la mano y arrastraba las palabras, con entonación pastosa.

—Sander… Maldita sabandija… ¿Interrumpo un momento íntimo? —Inquirió Zaitsev con sorna antes de dar un trago.

—Wang me envía para hablar contigo. —Respondió Lawrence.

—¿Te gustan altos y fuertes Sander? —Preguntó Viktor haciendo caso omiso de la respuesta de Morgan. El tono empleado no me estaba gustando nada.

—Tenemos que hablar. —Intervino Lawrence, desviando la atención de Viktor sobre mi persona.

—No hay nada que hablar, negro. ¿DONDE ESTA DANA?

Zaitsev estaba borracho. Recé para que Lawrence no entrara al trapo de las provocaciones.

—La Doctora Lehner está bien. —Dijo Morgan.

—¿Te gustó verla en la mesa tumbada? —Replicó el ruso.

Zaitsev tenía los ojos vidriosos y los músculos tensos de ira.

El recuerdo de Dana mirándome intensamente volvió a asaltarme.

—Era necesario.

—¡NECESARIO! —Estalló Zaitsev dando un buen trago de la botella, casi vacía.

—¿Es que no entiendes que en la Tierra están todos muertos? —Exclamó Lawrence señalando la pared.

—¡MIENTES! —Gritó Viktor.

—John Harper nos advirtió: NO VENGÁIS. —Dije.

—Tú limítate a mantener la boca cerrada. —Respondió el ruso clavándome la mirada.

—Con el tiempo, Dana entenderá. —Dijo Morgan. 

—¿ENTENDERÁ? —Preguntó Zaitsev arrastrando las palabras.- Sois unos bastardos.

—Wang quiere verte. Tiene información… Sobre Moscú…

Viktor se quedó paralizado durante un segundo. Tambaleante, pensó brevemente la respuesta.

—Escúchame bien NEGRO: Dile a Wang que tiene veinticuatro horas para liberar a la Doctora Lehner, o nadie saldrá de aquí. He reprogramado los accesos al transbordador.

Lawrence y yo nos miramos intentando asimilar las implicaciones de lo que Zaitsev acababa de decir.

—¿Qué has hecho Viktor? —Preguntó Lawrence con incredulidad.

—Lárgate de mi vista, NEGRO. —Concluyó Zaitsev.

—¡HAS CAMBIADO LOS CÓDIGOS! —Exclamó Lawrence acercándose peligrosamente al ruso.

A pesar de su corpulencia y su evidente estado de embriaguez, Viktor encaró a Morgan con la agilidad de un felino. Un golpe seco contra una tubería fue suficiente y, como si toda la acción estuviese transcurriendo a cámara lenta, el ruso alzó la botella de vodka rota para clavarla en el cuello expuesto de Morgan que cayó de rodillas, sorprendido.

—¡NO! —Grité.

La sangre salió a borbotones por la yugular de Lawrence pero Viktor continuó cortando.

—¡PARA! ¡VIKTOR! ¡PARA! —Exclamé.

Trozos de cristal, rojos al trasluz, salían despedidos con cada impacto. 

—¡NEGRO! ¡NEGRO! ¡NEGRO!

  ¡NEGRO! ¡NEGRO! ¡NEGRO!

  ¡NEGRO! ¡NEGRO! ¡NEGRO!

Aterrado, busqué las escaleras.

Subí los peldaños a trompicones, apoyándome en la oscura baranda para evitar tropezar y caer al rojo abismo interior de la estación. Cuando por fin, mis ojos vislumbraron el blanco cegador de los pasillos, los gritos de Zaitsev resonaban todavía, siniestros, en mi cabeza.

 

—¡NEGRO! ¡NEGRO! ¡NEGRO!

  ¡NEGRO! ¡NEGRO! ¡NEGRO!

  ¡NEGRO! ¡NEGRO! ¡NEGRO!

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

02 de Enero de 2.037.

 

Hola Kate.

Me quedé dormido revisando mis notas sobre Lawrence. Nuestro copiloto del transbordador terminó sus estudios como licenciado en Ingeniería Aeronáutica por la Universidad de Wisconsin en Madison, gracias a una beca de las Fuerzas Aéreas. Sus brillantes calificaciones le permitieron ingresar inmediatamente en el Departamento de Tecnología Espacial de la NASA, donde pronto destacó por su inquietud hacia la astronáutica. El destino de Morgan quedó sellado el día en que éste conoció a Mathilda Heart, la primera mujer afroamericana de la agencia en estar a cargo de un Control de Tierra en Houston.

Resultó ser amor a primera vista. Un sinfín de almuerzos compartidos sobre el césped del Rocket Park junto al Johnson Space Center, terminaron en una boda no exenta de rumores malintencionados sobre las verdaderas intenciones del joven ingeniero aeronáutico. Sea como fuere, en 2.034 y coincidiendo con el nacimiento de su hijo Jefferson, un entusiasmado Morgan Lawrence realizó con éxito su primer viaje a la Estación Espacial Internacional Harmony acompañando al comandante Thomas Anderson en misión de abastecimiento. ¿Cómo podía imaginar entonces que su vida terminaría tan solo un par de años después entre estas paredes?

Me pregunto, Kate, que es lo que nos ha llevado a todo este horror. ¿Es la desesperación? ¿El miedo? ¿Merecía Lawrence una botella clavada en el cuello? ¿Es Zaitsev un asesino o un justiciero? ¿Cuando se convierte la justicia en venganza? ¿Acaso no es, en demasiadas ocasiones, lo mismo? Que fácil resulta caer en la confusión… No puedo descansar bien, la más leve cabezada me devuelve sueños desagradables, agitados. El tiempo transcurre sin días ni noches, envuelto en fantasmagóricos destellos que alternan confusión y lucidez.

Intenté levantarme para conseguir algo de comer, cuando percibí la figura de Yun Wang, recortada contra el ventanuco de mi habitación. En mi estado de somnolencia, me pareció que tenía un aspecto irreal. Una sombra oscura, velando mis pesadillas.

—¿Ha descansado usted lo suficiente? —Me preguntó.

Aturdido, no supe que responder.

—¿Dónde está Morgan? —Quiso saber.

Me incorporé pesadamente. Sentado en el borde de la cama, y sin saber qué hacer con las sábanas, respondí.

—Ha muerto.

Tenía la boca pastosa y necesitaba beber agua urgentemente.

—Comprendo.

Wang no se alteró con la noticia. Acercándose, encendió la luz del flexo sobre el escritorio y apoyó los codos sobre la mesa.

—Sander… Sander… Pobre señor Sander… —Musitó Wang con su peculiar acento, mientras movía de un lado a otro la cabeza.

—Todos ustedes se han vuelto locos…

—¿Quién está más loco señor Sander, el hombre que mata a la yegua para que nazca el potrillo o el que no hace nada esperando que haya suerte y no mueran los dos?

—No empiece con sus estúpidas analogías. —Contesté airado.

—Usted cree que yo soy un monstruo. ¿No es cierto? Es fácil poner etiquetas sin tener en cuenta las circunstancias.

—¿Circunstancias? —Inquirí con amargura. ¡Déjeme que le hable de circunstancias! —¿Por cuánto tiempo más cree usted que Viktor va a permitir que tengan a Dana retenida?

—Viktor Zaitsev… —Asintió Wang pensativo.

—Si no la sueltan pronto…

—La Doctora Lehner está encantada de estar con nosotros. —Dijo Wang tajante.

—Es usted un cínico despreciable.

—¿Donde te gustaría morir Sander? Dime… ¿Te gustaría morir aquí?

—¡Déjeme en paz! —Respondí hastiado.

—Sabemos por lo ocurrido a John Harper, que Wicca ha llegado ya hasta el polo sur de la Tierra. El aire que antes respirábamos, ahora nos mata. No obstante, no todo está perdido.

—Pero… ¿Cómo saben todo eso? —Pregunté atónito.

—Wicca se irá debilitando paulatinamente, una vez más, de norte a sur.

—¿Debilitando? ¿Qué significa?

—Cállese y escuche.

—…

—El retorno a la normalidad es inevitable. Será un proceso lento, pero tan irreversible como lo que ha terminado con la vida de nuestra especie en el planeta. De ahí, nuestro empeño por evacuar Harmony lo más tarde posible. Podemos esperar en la estación tranquilamente y hacer las cosas bien, o podemos irnos de aquí mañana mismo e intentar sobrevivir confinados en el primer iceberg del polo norte que encontremos. Personalmente, me inclino por la primera opción.

—Todo esto es ridículo. —Insistí si poder creer lo que Wang me estaba diciendo.

—Escúchame Paul… Yo he decidido adquirir un compromiso firme con todos nosotros. Un compromiso con la supervivencia.

—¿Me está usted diciendo todo esto en serio? —Inquirí.

—Sander… Sander… ¿Qué más puedo hacer con alguien que quiere saber lo que no puede saber?

—¡Deje de tratarme como a un niño! —Exclamé.

—Vengo hasta ti, te muestro una rendija de la realidad y… ¿Qué es lo que obtengo, Sander?

—…

—Orgullo, ira, frivolidad… Tu actitud es la que me obliga a actuar. —Concluyó Wang.

—Otra vez su estúpido mesianismo… Usted ha provocado todo esto… Tenga por seguro que lo va a pagar.

—A diferencia de la doctora Lehner, tú no estás preparado. Pensé que quizás habría llegado el momento, pero es evidente que me he equivocado.

—¡Dígame qué es lo que han hecho con Dana!

—Como ya le he dicho Señor Sander, no está usted preparado.

—En eso estamos de acuerdo Doctor Wang. En Houston no te preparan para gestionar pandemias, ni para ser testigo de violaciones y desde luego, no me considero preparado para ver a nadie caer muerto delante de mis narices, con una botella de vodka clavada en el cuello… Tampoco me prepararon para tratar con tipos tan despreciables como usted…

Wang me miró con tristeza.

—¿Sabía usted que fueron los musulmanes los primeros en explorar las más de diecisiete mil islas de Indonesia?

—¿Ve a lo que me refiero? ¡Realmente disfruta con esto! ¿Verdad?

—Usted nunca escucha. ¿Verdad?

—¡Tan sólo me interesa saber DONDE ESTÁ DANA! —Exclamé airado.

—Un pequeño grupo de comerciantes, no mayor que el nuestro, se perdió a finales del siglo XIII en el interior de la selva. Desesperados y diezmados por la malaria, continuaron marchando sin saber que se internaban cada vez más, en la espesura. Cuando estaban convencidos de que les aguardaba una muerte segura, la mermada caravana se dio de bruces con un poblado de aborígenes. Tras un largo debate, la tribu, que había vivido siempre aislada en lo más profundo, resolvió acogerles amistosamente. Los expedicionarios, permanecieron en la aldea más de quince años, hasta que finalmente pudieron regresar a la civilización.

—Muy interesante. —Respondí con desgana.

—¿Quiere escuchar Señor Sander o prefiere usted que me marche?

—Continúe… —Dije. 

—Los aborígenes vivían completamente aislados. Pero esto no debe sorprendernos, muchos asentamientos humanos han sido capaces de prosperar en entornos similares a lo largo y ancho de todo el planeta. Lo verdaderamente relevante, desde un punto de vista antropológico, es lo que esta pequeña comunidad se vio obligada a hacer.

—¿Sus amigos indígenas también forzaban a mujeres inocentes? —Pregunté con acritud.

—Ahórrese su sarcasmo. El jefe de la tribu y sus parientes ostentaban los privilegios. Tenían prohibido salir a guerrear, cazar o participar en la recolección. Gozaban de una vida placentera… Las mejores casas, las mejores piezas de carne, y la fruta más suculenta… Los días en la selva, transcurrían tranquilos, bien atendidos, obesos y despreocupados.

—Una descripción muy acertada de su propio partido comunista…

Wang sonrió.

—Pero toda sociedad, por idílica que parezca, está sujeta a crisis periódicas. Un conflicto con otra tribu, una tormenta demasiado violenta, una enfermedad inesperada…

—Y cuando la cosa se pone fea, los poderosos se dedican a exprimir a los más débiles… Es la historia más antigua del mundo. —Respondí.

—Una vez más, vuelve a usted a equivocarse, Sander.

—…

—Los comerciantes musulmanes volvieron horrorizados, contando historias sobre la tribu que devoró a sus propios dirigentes en un banquete ritual.

—…

—Lo que en circunstancias normales puede parecer una atrocidad, se convirtió en un recurso para evitar la inanición de toda la comunidad.

—Es usted un pésimo demagogo. —Respondí con desprecio.

—¿Es esa entonces su conclusión?

—Zaitsev ha cambiado los códigos de acceso al transbordador. —Anuncié sin previo aviso.

Esperé encontrarme con el gesto bobalicón de sorpresa que él mismo estaba acostumbrado a ver en su interlocutor cuando daba un giro inesperado en la conversación, pero nada de eso ocurrió. Simplemente, Yun Wang se levantó de la mesa para fijar, amenazante, sus ojos rasgados en mí.

—Así que tu amigo el ruso quiere JUGAR FUERTE…

—No es mi amigo…  —Respondí, contento de haberle inquietado.

—Me alegro mucho de haber tenido esta charla contigo Sander. Creo que acabamos de encontrar un nuevo propósito para ti.

—No sé a qué demonios se refiere… —Respondí desconcertado.

—Es muy sencillo. Quiero que me consigas esos códigos.

—¿Cómo ha dicho?

—¿Acaso tu trabajo no consiste en sacar a la luz lo que permanece oculto? Averigua, investiga… Haz lo que tengas que hacer o lo haré yo, y te aseguro que lo lamentarás. 

Me quedé mirando, absolutamente perplejo. ¡Yun Wang me estaba amenazando!

—¿Cómo se atreve…?

—Que tenga un buen día, Señor Sander.

—¡DÉJEME EN PAZ! —Grité indignado.

—Y una última cosa… Nuca olvide que el universo siempre encuentra la forma de volver al equilibrio.

Y diciendo esto, Kate, el Doctor Wang se marchó.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

05 de Enero de 2.037.

 

Hola Kate.

Han pasado más de cuarenta y ocho horas desde que Wang me pidiera los nuevos códigos. Decidí no hacer caso y ahora, mientras escribo estas líneas, sé que me equivoqué. De haberme involucrado… De haber sido capaz de reunir el valor para ir de nuevo en busca de Viktor Zaitsev… ¿Se habrían desarrollado los acontecimientos de manera diferente?

El universo siempre encuentra la forma de volver al equilibrio…

No siempre podemos calcular las consecuencias de nuestros actos. Hablé con Dana, le dije que teníamos que hacer algo y ahora ni siquiera sé donde está. Hablé con Morgan y ahora es un fantasma que me persigue por los pasillos… Le veo al doblar una esquina… al entrar en los laboratorios… reflejados en los cristales… Intentando zafarse el cristal clavado en el cuello… A veces, puedo abrir un armario y encontrarme con su imagen, pálido, grotesco… Debo de estar perdiendo el juicio…

No hice nada por recuperar esos códigos Kate.

Vivir es decidir…

Vivir es decidir…

Vivir es decidir…

Nunca me ha gustado destacar. De pequeño yo era el niño que en clase nunca levantaba la mano, aunque supiera la respuesta correcta. Entré en la facultad de periodismo por decisión de mis padres. Tenía veinte años y ninguna idea al respecto de qué hacer con mi vida. Comencé a trabajar en el New York Times por decisión de mis profesores, que me recomendaron al viejo Jimmy Paterson, el último de los grandes redactores que tuvo el periódico, y un habitual de la noche universitaria en el campus de la NYU. Más tarde, fue Jimmy quien decidió que yo tenía cualidades para ser jefe de sección. ¡Fue Jimmy el que habló con Spanoulis al respecto! Yo siempre me dejo llevar…

Bill Walsh es de las pocas personas que saben que en realidad soy un cobarde. Me ha visto esconderme demasiadas veces, huyendo para llegar, preferiblemente, a ninguna parte.

Vivir es decidir…

Vivir es decidir…

Vivir es decidir…

Pude no haber venido aquí. Pude haber rechazado la oferta… Por una vez, decidí subir alto… Más alto que nadie… Tocar las estrellas… ¿Y cuál ha sido el resultado? La diosa Fortuna me agradece la osadía con el fin del mundo…

Gloria Victis.

Cuando Wang me dijo que me necesitaba, decidí no hacer nada. Me limité a continuar encerrado, llenando las horas muertas con mis cosas. No vi nada, nunca me crucé con nadie, los días pasaron monótonos.

Hasta que encontré la nota.

Escrita a mano, una única frase de caligrafía rasgada, presurosa. Decía lo siguiente: “Hoy a las 20.00 horas en la sala de comunicaciones.”

Vivir es decidir…

Vivir es decidir…

Vivir es decidir…

—¿Por qué no pueden dejarme en paz? —Pensé.

Observé durante un rato la misteriosa convocatoria. Podía ser otro de los trucos de Wang… También podría ser Dana…

TENÍA QUE SER DANA.

La idea me entusiasmó y me arreglé apresuradamente. Mientras me duchaba, la esperanza crecía dentro de mí. ¡Dana!… ¿Estaría bien? Las ganas de verla trajeron también al miedo. ¿Qué le diría?… ¿Cómo explicarle…? ¿Sería capaz de comprender…?

No tenía ni idea de lo equivocado que estaba.

Llegué a la sala de comunicaciones cinco minutos antes de la hora fijada en estado de gran ansiedad. La estancia estaba vacía y en penumbra, iluminada débilmente por las tenues imágenes del circuito cerrado de televisión. Me senté frente a la consola de radio, desde la que había mantenido mis charlas con John Harper. No pude evitar que mis pensamientos se centraran en él. Sólo, en una base antártica con todo derrumbándose a su alrededor… Pensé en la señora Harper, en sus hijas pequeñas, hacinadas en un campo de refugiados en Inglaterra… Aguardando un barco, un bote, cualquier cosa que las sacara de allí…

Vivir es decidir…

Vivir es decidir…

Vivir es decidir…

Sentí la presencia de alguien que se acercaba, proveniente del pasillo que desemboca en la sala desde la enfermería. Mi corazón dio un vuelco. Era Aslan y tenía mal aspecto. Lo suficientemente malo como para que su tez, habitualmente aceitunada, apareciera pálida, casi transparente, como papel de fumar.

—Hola Sander. —Dijo de manera anodina.

—Omar… —Respondí yo.

Llevaba en la mano una nota.

Nos miramos con desconcierto bajo la luz lechosa de los monitores, esperando. Yo no dejaba de preguntarme si vendría alguien más. Suplicaba a Dios que así fuera, el silencio incómodo que reinaba entre los dos empezaba a agobiarme y además tenía ganas de ir al baño. Iba a levantarme cuando Aslan emitió un gemido ahogado. Observé con aprensión su rostro, clavado en las pantallas que recibían la señal de las cámaras de vigilancia de la estación.

Mi visión periférica captó un movimiento en el monitor de la Sala de Ingravidez. Un objeto redondo, flotaba girando sobre sí mismo perezosamente en medio de la estancia. Me levanté para fijar bien la atención y aunque me costó un poco, pronto identifiqué el casco de cosmonauta soviético que había visto en el museo. El antiguo acrónimo, CCCP, avanzaba, ingrávido hacia su inevitable colisión contra la pared. Fruncí el ceño extrañado, Aslan no podía apartar la mirada de la pantalla.

El choque me permitió verlo.

Vivir es decidir…

Vivir es decidir…

Vivir es decidir…

La cabeza de Viktor Zaitsev, estaba dando vueltas en el vacío, justo en el centro de la estación.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

07 de Enero de 2.037.

 

Hola Kate.

Podríamos decir que el Museo Ellen Ripley es un sitio único en la galaxia. Me gusta venir aquí durante mis largos paseos por la estación. A través de los grandes ventanales de Lindon High, nuestro planeta luce envuelto en su manto de luz, pero en las grises paredes de esta pequeña estancia, lo que brilla es la emoción que produce contemplar cientos de fotos y recuerdos, acumulados a lo largo de los años en este lugar. Ajenos a la locura sobrevenida. Ajenos al horror.

Una joven, posa sonriente en Sidney frente al Teatro de la Ópera. Es una mujer hermosa. La brisa de la bahía, debió de jugar una mala pasada en el momento de tomar la instantánea, puesto que su oscura y larga melena, cubre ligeramente una sonrisa radiante y unos espectaculares ojos verdes, llenos de vida.

Un niño, juega con su pelota en un jardín.

Una pareja de ancianos, pasa la tarde sentada plácidamente en el porche.

Un adolescente, disfruta de su graduación.

Un grupo de oficinistas, mira a la cámara con los pulgares levantados, sostienen un cartel escrito en francés: ¡Bon Voyage, Michel!

Tomé la fotografía de la chica en mis manos y eché un vistazo al reverso.

Escrita a mano, la estrofa de una canción:

 

She swore that she loved me.

No never would she leave me.

But the Devil take that woman.

Yeah, for you know she tricked me easy

Sonreí con tristeza, y me dispuse a dejar la imagen en su sitio.

Entonces, escuché la pregunta.

—¿Ataque de nostalgia, Señor Sander?

Un sudor frío me recorrió la espalda.

—No tema. —Añadió Wang en tono tranquilizador.

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