Harmony

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Kate » Capítulo 6

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Bill no sabía la hora exacta a la que llegaría el Mayor Slinger con lo que recorrió el angosto pasillo que desembocaba en la amplia estancia de Ringo con ansiedad.

Lo que vio a continuación le dejó desconcertado.

—¡Bill! ¡Ya estás de vuelta! —Exclamó Ringo desde la cama.

A su lado, yacía Kate tumbada de perfil y con el torso desnudo.

Una bolsa con heroína y jeringuillas descansaban sobre la mesa de noche.

—¿Qué has hecho? —Preguntó Bill haciendo un esfuerzo por contener la ira.

Ringo le miró con cara de no haber roto un plato.

—¡Nos hemos divertido! ¿No es cierto, Kate?

Kate emitió un quejido amodorrado.

—¿Ves?

Bill intentó serenarse. Un enfrentamiento con Ringo equivalía a una sentencia de muerte. En unas horas llegaría Slinger con la caballería.

Ringo quiso saber de inmediato el resultado de su visita al campamento norteamericano.

—¿Has cerrado un buen trato, Bill?

—Si. El mayor Slinger ha aceptado las condiciones.

Ringo saltó de la cama satisfecho.

—¡Buen trabajo!

Bill sonrió.

—Vendrá esta misma noche. Quiere conocerte.

—¡Quiere conocerme! ¡Vaya! ¡No se que ponerme! ¡Estoy tan nervioso! —Respondió Ringo con voz de falsete.

Bill temió que Ringo hiciese alguna locura estrafalaria. Parecía muy excitado con la noticia.

—¡La unión hace la fuerza, Bill! ¡Tú y yo vamos a hacer grandes cosas juntos!

—Seguro que sí, Ringo.

—Tengo el presentimiento de que  esto es sólo el comienzo. Nos vamos a divertir. Ahora, déjame solo.

—Muy bien, Ringo.

—Come algo, bebe lo que quieras. Busca una chica guapa y pasa un buen rato. Hablaremos luego. Ahora, tengo que pensar.

Bill miró a Kate, expectante.

—Ella vuelve a la celda. —Sentenció Ringo con mirada oscura.

—¿Qué ha hecho? —Preguntó Bill con voz entrecortada.

—Decir que no. —Respondió Ringo tajante, dando así por concluida la conversación.

Bill anduvo un rato perdido entre las fogatas del patio frente a la cueva. Los hombres, sabedores de que había hecho un encargo importante para el patrón, le invitaban a los corrillos y las mujeres se insinuaban.

—¡Gringo! ¿Quieres ver lo que tengo para ti?

Una botella de tequila llegó a sus manos.

Bill bebió.

Los minutos iban pasando y Slinger no hacía su aparición.

—¿Dónde se habrá metido? ¿A qué demonios está esperando? Kate está drogada en el suelo de una mazmorra y no puedo hacer nada por ayudarla. —Pensó angustiado.

Bill levantó la botella y antes de dar otro trago se tambaleó.

Por un momento, pensó en la posibilidad de entrar en la cueva y avisar a Ringo. Decirle que Slinger le iba a tender una trampa.

—Eso me convertiría en alguien muy valioso a sus ojos y quizás esa sea la mejor manera de ayudar a Kate. —Murmuró.

Bill desterró aquella idea de la cabeza. De repente, se sintió sucio y despreciable.

Entonces escuchó helicóptero.

—¡Ya está aquí! —Se dijo escondiéndose tras unos fardos.

Slinger aterrizó en la explanada frente a la cueva levantando una gran polvareda.

Bill supuso que, en un santiamén, un destacamento de tropas especiales aprovecharía la confusión para salir de las sombras disparando a todo el mundo.

Pero nada de aquello ocurrió.

El helicóptero dejó de rugir y Slinger abrió la portezuela. Ringo esperaba en la puerta de la cueva. Cuando el militar americano estuvo a su altura, hizo una reverencia.

—¡Bienvenido, Mayor Slinger!

—Ringo. —Dijo el veterano oficial. —Me han hablado muy bien de ti.

Bill no podía creer lo que estaba viendo. No iba a haber ningún rescate. Nadie iba a disparar un solo tiro. Slinger iba a aceptar la propuesta.

El Mayor y su anfitrión encaminaron sus pasos hacia el interior la cueva.

—¿Vino o champagne? —Preguntó Ringo cediendo el paso a Slinger.

Bill se mordió los labios. Apoyado de espaldas contra los bultos, había presenciado toda la escena sin saber qué hacer. Los hombres de Ringo continuaban bebiendo alrededor del fuego, como si la presencia de un helicóptero artillado del ejército de los Estados Unidos fuese lo más normal del mundo.

Nada de aquello tenía sentido.

De repente, una mano nerviosa le tocó el hombro.

Bill se dio la vuelta sobresaltado y Carlos hizo un gesto para que guardara silencio. El mejicano mostró su pistola y una granada de mano.

—Carlos. —Susurró Bill. —¿Qué haces aquí? ¡Deberías estar a mil millas de este lugar!

—Mi mujer se ahorcó en la selva.

Bill bajó los ojos.

—Lo siento.

—Voy a matar a Ringo.

—¡Estás loco!

—Y tú vas ayudarme. Será más fácil si distraes a los guardias.

Bill negó nervioso con la cabeza.

—No saldrá bien.

—¡Calla! —Dijo Carlos. ¿Qué es eso? —Preguntó señalando al helicóptero.

—Es del Mayor Slinger. Un militar americano que ha venido a hacer negocios con Ringo. —Dijo Bill asqueado.

—Entonces están despistados. Escucha, Bill.

Bill intentó zafarse del mexicano.

No pensaba ayudarle sin condiciones.

—Primero sacaremos a Kate.

Carlos miró al suelo unos segundos, pensativo.

—No puedo perder tanto tiempo.

—Si no la sacamos de esa mazmorra, no cuentes conmigo.

Carlos asintió contrariado.

—Muy bien. Vamos.

El cuerpo del centinela, medio borracho, calló como un saco sobre el suelo arenoso frente a la puerta de la celda.

Kate, sobresaltada, gritó.

—¡Dios mío!

El rostro de Carlos apareció entre los barrotes.

—¡Silencio! —Dijo en voz baja mientras abría la reja.

Carlos la cogió de la mano y la llevó junto a Bill.

—¡Kate! ¿Estás bien?

Kate rompió a llorar.

—Bill, toma la pistola. —Dijo Carlos hablando muy deprisa. —Dispara al guardia y luego sal corriendo en dirección el riachuelo. Allí encontrarás mi camioneta.

Bill asintió mientras sostenía nerviosamente el arma.

Kate se extrañó.

—¿Disparar?

—Vamos. —Dijo Carlos. —Ahora o nunca.

—Corre y espera en la camioneta. —Dijo Bill mirando a la joven.

Kate asintió y se escabulló en la oscuridad.

Bill, agazapado, miró al helicóptero. El piloto tonteaba con las mujeres.

Tumbado en la maleza, estiró con firmeza las manos y disparó.

 

El compañero del matón que acababa de caer herido al suelo sacó inmediatamente su arma y disparó confundido sobre el piloto que apartó a las mujeres con la intención de poner en marcha el helicóptero.

En cuestión de segundos y bajo el ruido ensordecedor de los motores, una sombra entró rauda en la cueva. El centinela herido intentó poner una zancadilla pero Carlos ya volaba hacia el interior con la granada en la mano, perseguido por el segundo centinela que consiguió gritar.

—¡Ringo! ¡Al suelo!

Bill aprovechó la confusión para salir corriendo hacia el riachuelo.

Kate escuchó la explosión que llegó a sus oídos amortiguada desde la cueva.

Sentada en la furgoneta, puso en marcha el motor.

Bill entró en el vehículo como una exhalación.

—¡Vámonos! ¡Vámonos de aquí!

Condujeron toda la noche a través de la jungla.

Ninguno de los dos dijo ni una sola palabra durante el trayecto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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