Harmony

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Capítulo 7 » Capítulo 9

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—No se preocupe, estamos al tanto de todo. Me gustaría decirle lo mucho que Nueva Zelanda agradece lo que usted hace. —Afirmó Mabel con convicción.

Jim intentó justificarse.

—Es por mi familia. Por mantenerla a salvo.

Stir asintió.

—Gracias a hombres como usted, mantendremos a esa maldita enfermedad lejos de nuestros hogares. Pero estamos aquí para pedirle algo más.

La Gobernadora corrigió las palabras del contraalmirante.

—Nueva Zelanda necesita pedirle algo más. —Enfatizó.

Jim respiró hondo.

—¿En qué puedo ayudar?

 

 

***

 

En la oficina del alcalde, Linda volvió a su mesa intentando no parecer demasiado temblorosa.

—¿Qué ha pasado? Estás pálida… ¿Te encuentras bien? —Preguntó Margot alarmada.

—Si.

—¿Y a qué viene esa cara?

Linda echó un vistazo a las toallitas impregnadas de café.

—El Alcalde Derrick me ha dicho que la Gobernadora General está en estos momentos en Ardmore, hablando con mi marido.

Margot abrió la boca sin saber muy bien que decir.

—Supongo que no es una cita que Jim pueda rechazar fácilmente…

 

***

 

En el aeródromo, el joven oficial que acompañaba al contraalmirante Lyndon Stir puso en marcha una grabación.

—Auckland. Al habla el Capitán Taccoli a bordo del destructor de la Marina Estadounidense USS Sparta. Nos dirigimos a puerto. Necesitamos reparaciones. ¿Me reciben?

—USS Sparta. Les habla el comandante Brown desde la Capitanía del Puerto de Auckland. ¿Es grave?

—Podemos arreglárnoslas. Manteniendo velocidad y rumbo actuales estimamos llegada a puerto en poco más de treinta y seis horas.

—De acuerdo. Mantengan el contacto.

—Gracias, Auckland.

Jim no vio nada raro en la transmisión.

—Un barco americano necesita reparaciones. ¿Cuál es el problema? —Preguntó.

—El Sparta forma parte del grupo de combate del portaaviones William Clinton. Partió del puerto de Auckland hace días, iban retrasados con respecto al resto de la flota. —Explicó el contraalmirante Stir.

—Sigo sin comprender… —Dijo Jim.

—No podemos permitir que ese barco llegue a puerto. —Sentenció la Gobernadora Butler.

Jim la miró sorprendido.

—Viene del norte.

 

 

 

 

 

Auckland.

Nueva Zelanda.

Jueves Nov./20/2036

Wicca +55

 

Jim Taylor ladeó el Mustang P-51 para que, durante su aproximación al destructor norteamericano, el avión tuviese el sol en la cola. Mientras se acercaba a su objetivo, el experimentado piloto recordó la conversación con su esposa la noche anterior.

 

 

***

 

 

—¡Así que ahora eres un tipo importante! —Bromeó Linda dándole un beso. —¿Desde cuándo te reúnes con la Gobernadora General?

Jim puso cara de circunstancias.

—¡Apareció de repente en el aeródromo!

—¿Qué quería de ti?

—Me felicitó por mi trabajo. Quieren a celebrar un acto junto al alcalde en el Ayuntamiento de Auckland. Mable Butler me preguntó si estaría dispuesto a colaborar pronunciando algunas palabras.

—¡Margot no va a creerlo!

Jim se llevó un dedo a los labios.

—Nada de filtraciones. Debemos ser discretos.

Linda asintió.

—Por supuesto. El alcalde Derrick también quiso saber cosas sobre ti. Estoy segura de que te tiene mucho aprecio. ¡Oh Jim! ¡Estoy tan orgullosa!

 

***

 

El avión se internó en las nubes sin sufrir turbulencias. Jim había tenido suerte, las condiciones meteorológicas eran excelentes. Cielos despejados, mar en calma, poco viento…

Antes de salir, acordaron los detalles.

—Sólo tendrás una oportunidad de hundir el barco. —Afirmó el contraalmirante Stir clavando sus ojos azules en el piloto.

Jim sostuvo la mirada.

—¿Qué pasará si fallo?

—No podemos enviar aviones de combate. Taccoli abriría fuego.

—¿Y nuestras defensas costeras? —Propuso Jim.

—Cuanto más lejos ocurra, mejor. —Dijo la Gobernadora General.

—¿Y si sospechan? ¿Qué voy a hacer?

—¿Quién va a recelar de un viejo avión de la segunda guerra mundial? —Preguntó Stir.

Jim tragó saliva. Necesitaba beber algo.

—¿Y cómo demonios voy a hundirlo?

—Hemos modificado el P-51 para que puedas lanzar un torpedo con una alta carga explosiva. Tendrás que acercarte, soltarlo y salir a toda velocidad.

—¡Un torpedo! Contra un destructor moderno, armado hasta los dientes. Definitivamente se han vuelto todos locos.

—Contamos con el factor sorpresa. —Insistió Stir. —Tu presencia debe ser considerada como algo pintoresco.

—Cuando se den cuenta de lo que ocurre, será demasiado tarde. —Concluyó Mabel.

El veterano piloto negó varias veces con la cabeza. No las tenía todas consigo.

—Más vale que salga bien.

 

***

 

Cuando el avión descendió a los mil quinientos pies de altura, Jim pudo ver claramente a la estela del USS Sparta dejar un reguero de espuma sobre las olas.

El barco navegaba a toda máquina, rumbo a la costa.

 

 

***

 

El Capitán Taccoli hizo unos cálculos y se dirigió a su segundo de abordo.

—Pronto estaremos en Auckland.

—Los neozelandeses van a querer explicaciones. ¿Por qué hemos dado la vuelta? ¿Dónde está el resto de la flota?

—Es un país aliado. No estamos obligados a revelar ese tipo de información.

—Claro que no. Pero vas a dejar al barco en uno de sus puertos. Si no colaboramos, las cosas pueden ponerse feas.

Una llamada interrumpió el debate.

Taccoli respondió.

—Puente de mando.

—Capitán. Hemos detectado una aeronave en el radar. Se aproxima hacia nosotros lentamente, desde el nordeste.

Taccoli dio un respingo.

—¿Lentamente?

—Creemos que se trata de una pequeña avioneta o similar, señor.

—¿Qué diablos hace mar adentro? —Preguntó Taccoli suspicaz.

 

 

***

 

Jim Taylor había pasado la noche abrazado a Linda.

Necesitaba escuchar su respiración en la oscuridad.

Cindy había protestado lo indecible por tener que ir a cuidar a la señora Goodfield pero de nada le había servido.

—Hoy duermo con tu madre. —Dijo Jim sin más explicaciones.

—¿Y yo me tengo que fastidiar para que vosotros tengáis vuestro desahogo de tortolitos? —Protestó la adolescente. —¡Es asqueroso!

—¡Más respeto, jovencita! —Exclamó Linda enfadada.

A Jim le hubiese gustado despedirse de su hija de otra manera.

 

 

***

—Ya es tarde para lamentaciones. —Se dijo mientras iniciaba la maniobra de picado.

 

***

 

El capitán Taccoli cogió unos prismáticos y dirigió la mirada al nordeste.

—Quiero hablar con Auckland.

—Si, capitán. —Dijo el oficial mayor.

Mabel Butler y el contraalmirante Lyndon Stir aguardaban junto a la radio en la capitanía del puerto donde la tensión era insoportable.

De repente, escucharon la voz de Taccoli.

—Auckland. Al habla el capitán del USS Sparta. ¿Me reciben?

Mabel hizo un gesto afirmativo al operador.

—USS Sparta, aquí Auckland. Le recibimos.

Un momento de silencio precedió a la pregunta del capitán.

—¿Quién es usted? ¿Puede identificarse?

El tiempo pareció congelarse por un instante. ¿A qué venía la suspicacia?

—Está usted al habla con el sargento McGrath.

La radio permaneció muda durante unos segundos que parecieron eternos.

—Muy bien, McGrath. ¿Por qué hay una aeronave no autorizada aproximándose hacia nuestra posición?

El operador respiró tranquilo. La conversación tomaba los derroteros previstos.

—Es uno de nuestros aparatos de reconocimiento, un modelo antiguo Capitán.

—¿Tan lejos de la costa?

—Busca embarcaciones de refugiados. Una vez localizadas, ponemos en marcha el protocolo de asistencia.

Tras otra pausa que atenazó a los presentes, Taccoli volvió a hablar.

—Muy bien pero retire a su pájaro de encima mía. Puedo confirmarle que no somos un carguero de refugiados.

—No estoy autorizado a ponerme en contacto con el piloto.

—¿Y quién demonios lo está? —Preguntó airado Taccoli.

Mabel hizo un gesto que indicaba mantener la calma.

—Las operaciones de reconocimiento aéreo dependen del Ministerio de Defensa, señor. Está usted al habla con la Autoridad Portuaria.

—¡Pues llame al condenado Ministerio de Defensa y que retiren a su hombre del cielo antes de que tenga que hacerlo yo!

—Haré lo que pueda, Capitán.

Taccoli cortó la comunicación.

—Esto no me gusta. —Afirmó el Capitán norteamericano en el puente de mando.

—¿Qué ocurre Mitch? —Preguntó Davis.

—Algo no va bien. —Murmuró Taccoli.

 

***

Jim se aproximó al barco volando bajo a más de trescientos kilómetros por hora. Como estaba previsto.

La figura imponente del buque de guerra se hacía cada vez más grande y el motor del P-51 no paraba de rugir.

 

***

 

Los hombres del USS Sparta se asomaron a cubierta para contemplar atónitos la inconfundible silueta de un cazabombardero de la segunda guerra mundial aproximándose por estribor.

—¿Qué coño es eso? —Preguntó un marinero apodado Billy Joe a su compañero. —¿Has visto eso Pancake?

En el puente de mando, el capitán Taccoli reaccionó con rapidez.

—Todos a sus puestos.

La alarma de combate resonó por todo el barco.

Los sistemas automáticos de defensa se activaron inmediatamente y Billy Joe corrió a su puesto de artillero.

 

***

 

El avión alcanzó la distancia adecuada y Jim Taylor accionó el mecanismo que debía dejar caer el torpedo en el mar.

No ocurrió nada.

—¡Mierda! —Exclamó Jim.

El P-51 continuó acercándose al costado del buque sin disminuir un ápice su velocidad.

 

***

 

El Capitán Taccoli alzó el brazo, listo para dar la orden de disparar.

 

***

 

Justo en ese instante, Jim alzó el morro del avión de forma que éste se elevó majestuosamente haciendo un pronunciado alabeo sobre la cubierta superior del Sparta.

Las alas plateadas del P-51 refulgieron a la luz del sol.

 

***

 

—¿Qué coño hace? —Se preguntó Billy Joe manteniendo al objetivo en todo momento en el punto de mira.

El viejo caza rugió y realizó un espectacular tirabuzón en el aire al que siguieron un tonel rápido y una inversión de cuarenta y cinco grados.

Los hombres comenzaron a aplaudir la osadía del piloto.

—¡Ese tío tiene un par de huevos! —Exclamó Pancake.

—Es un piloto acrobático… —Dijo Davis en el puente de mando.

Taccoli mantuvo el brazo en alto.

 

Billy Joe observaba anonadado las evoluciones del P-51.

Una duda le asaltó justo antes de que el avión iniciara otro de sus picados.

—Oye Pancake.

—¿Qué ocurre Billy Joe?

—¿Eso que lleva en la panza es un torpedo?

 

 

***

 

Jim estaba haciendo acrobacias tan cerca del barco que podía ver las caras de asombro de la tripulación.

Algunos silbaban, agitando pañuelos.

Tras el último looping, forzó una barrena que hizo crujir todo el avión.

—Dios. Perdóname. —Musitó.

 

***

 

—¡Abran fuego! —Alcanzó a ordenar Taccoli desde el puente de mando.

 

***

 

El Mustang P-51 se estrelló contra las baterías lanzamisiles.

La explosión fue devastadora.

El Sparta tardaría menos de dos horas en hundirse.

 

 

 

 

Océano Pacífico al norte del cabo Reinga.

SSBN 094 Hainan. Aguas territoriales de Nueva Zelanda.

Viernes Nov./21/2036

Wicca +56

 

El capitán Hua Bai bajó la cabeza en señal de respeto ante el retrato de Mao Tse-Tung cuidadosamente colocado encima del aparador en su camarote.

Luego, recordó las palabras que dijo su padre antes de partir.

 

***

—Asumes el mando de un arma temible. Silencioso y casi indetectable, el Hainan dispone de un arsenal con doce ojivas nucleares. Tienes en tus manos un enorme poder. La República Popular espera que lo emplees con lealtad, obediencia y sabiduría.

Hua Bai asintió.

—Haz que me sienta orgulloso. —Dijo el Almirante en el puerto de Sanya.

El hijo del Comandante en Jefe de la única potencia naval capaz de rivalizar con Estados Unidos se inclinó ante el anciano que se despedía de él.

—Si, padre. ¿Cuándo volveremos a vernos?

—Debo ir a Pekín. Lo antes posible.

—¿Es grave?

—La Organización Mundial de la Salud ha emitido una alerta.

—No será nada. —Dijo Hua Bai.

 

***

 

El Hainan llevaba tres días patrullando las aguas al norte del Cabo Reinga, cerca de Nueva Zelanda. En el puente de mando del submarino, Hua Bai ordenó bajar el periscopio.

Había visto bastante.

—¿Cuántos esta vez? —Preguntó el jefe de comunicaciones.

—Seis. —Respondió el joven capitán intentando contener la rabia.

En la superficie, en medio del océano había, efectivamente, seis barcos ardiendo. Todos de bandera China y atestados de civiles. Hundidos por las Fuerzas Aéreas de Nueva Zelanda.

—¿Acaso no es un acto de guerra? —Se preguntaban sus hombres indignados. —¿Cuantos más tienen que morir?… ¿Es que no vamos a hacer nada?…

 

***

 

 

Los ánimos de la tripulación dentro del submarino se iban caldeando con cada masacre y crecía el número de los que opinaban que algo así no podía quedar impune.

Sin embargo, ante los hundimientos, el capitán reaccionaba siempre de la misma manera.

Bajaba el periscopio y se retiraba, taciturno a sus dependencias.

—No tiene agallas. —Decían a bordo.

Hua Bai sabía que los hombres hablaban, pero su conciencia se debatía con respecto a lo que debía hacer.

—Si hubiese alguien en el Cuartel General. —Se lamentó.

Pero el contacto había perdido al poco de partir, después de una comprobación rutinaria en alta mar.

La tripulación del submarino temió el estallido de un conflicto nuclear.

—Los objetivos están asignados. —Anunció el artillero Cheng.

Hua Bai asintió pero no llegó a dar la orden de disparar.

Algo no encajaba.

—Los protocolos no se han activado. En caso de ataque, hubiésemos recibido nuestras órdenes. —Dijo Hua Bai.

—¿Por qué en tierra responde, capitán?

El capitán pensó en la alerta sanitaria sobre la que vagamente le había hablado su padre.

—Puede que haya ocurrido algo grave que impida las comunicaciones.

—¿Qué salvo una acción fulminante por parte de los norteamericanos puede dejar a la flota incomunicada? —Preguntó Cheng.

—Una epidemia. —Respondió el Capitán Bai.

Los acontecimientos que vivieron a partir de entonces corroboraron la hipótesis de que algo terrible se estaba propagando por todo el sureste asiático. El repentino aumento del tráfico marítimo rumbo al sur, embarcaciones perdidas y, por supuesto, aquellos ataques.

 

 

***

 

Bai finalmente decidió convocar a sus hombres en el comedor.

Subido en una mesa, el capitán hizo su declaración.

—Ha llegado la hora de actuar.

La tripulación vitoreó.

 

***

 

Esa misma tarde, la Gobernadora General de Nueva Zelanda recibió la llamada del contraalmirante Lyndon Stir. No era un buen momento, en medio de los preparativos del funeral de Jim Taylor.

La voz del militar se escuchaba entrecortada.

—Lyndon… —Dijo Mabel. —Te escucho con dificultad.

Stir continuó hablando.

—… Vernos… ant… posib… … amenaz… … es urgent… …

—No se preocupe, almirante. Tan pronto termine aquí, le devolveré la llamada.

De repente, la voz de Stir se escuchó fuerte y clara por el auricular.

—¡Está armado con misiles nucleares!

 

***

 

Mabel no llegó a la comandancia del puerto de Auckland hasta pasadas las nueve.

La oscuridad envolvía, otra noche más, a la ciudad y ni siquiera el toque de queda había podido evitar que el vehículo oficial de la Gobernadora se viese envuelto en un atasco.

—Será mejor que escuches esto. —Dijo Lyndon visiblemente preocupado al ver a Mabel entrar airada en su despacho.

La voz sonaba en inglés con un fuerte acento asiático.

—Soy el Capitán Hua Bai a bordo del submarino nuclear de la marina de la República Popular China, Hainan. Llevamos semanas siendo testigos de hundimientos indiscriminados perpetrados por las fuerzas aéreas de Nueva Zelanda. Sus aviones se dedican a hundir embarcaciones civiles atestadas de personas inocentes que huyen de una catástrofe humanitaria. Este, es un acto que atenta contra todos los tratados internacionales. No podemos tolerarlo. Deben ustedes saber que la nave bajo mis órdenes dispone de armamento nuclear. Si el gobierno Neozelandés continúa con esta barbarie, no dudaremos en actuar de la manera más severa imaginable.

Mabel tomó asiento.

—Reduciremos sus ciudades a cenizas. —Concluyó la transmisión.

El almirante Stir tomó la palabra.

—No parece un farol.

La gobernadora cerró los ojos. Necesitaba pensar.

—¿Tenemos la localización?

—Al norte del cabo Reinga.

—¿Podemos hundirlo?

El contraalmirante miro a Mabel con escepticismo.

—¿Sumergido? No.

Mabel se mordió el labio inferior.

—Si permitimos que cualquier barco llegue a Nueva Zelanda, moriremos igualmente.

—¿Qué piensas hacer, Mabel? No puedes tomar una advertencia así a la ligera.

La Gobernadora miró a su compañero de Directorio con preocupación.

El contraalmirante estaba asustado.

—No negociamos con terroristas. —Respondió Mabel con dureza.

—¿Entonces? —Preguntó Stir confundido.

—Está muy claro, Lyndon.

—…

—Hablaré con ese hombre. Invitaremos al Capitán Bai a tomar el té.

 

 

 

 

 

Auckland.

Nueva Zelanda.

Sábado Nov./22/2036

Wicca +57

 

El alcalde de Auckland comenzó a exponer su particular lista de dificultades.

—Indudablemente, el abandono masivo de las ciudades constituye el principal problema al que nos enfrentamos.

La Gobernadora General le miró con gesto cansado.

—Si supieses de verdad a lo que nos enfrentamos… —Pensó Mabel hastiada.

Giles Derrick no paraba de hablar.

—Esta nefasta política de ahorro energético no es la solución. ¡La gente se marcha al campo! Empieza a no haber comida en los supermercados y las comunicaciones son un desastre, ¿Sabía usted que ya no quedan servidores funcionando con normalidad en la ciudad? ¡Internet está congelado!

—Con el paso del tiempo, volveremos a la normalidad. —Respondió molesta la Gobernadora General.

—Ustedes han causado todo esto. ¡Han conseguido que las ciudades resulten inhabitables y, por lo tanto, miles de ciudadanos dejan sus puestos de trabajo! ¡Abandonan empresas, comercios e industrias vitales y se van a vivir como granjeros y campesinos! Explíqueme, Gobernadora… ¿Cómo vamos a mantener la central hidroeléctrica de Manapouri sin sus trabajadores?

La Gobernadora General intentó quitar importancia a las palabras de Derrick.

—Giles, por favor. Este no es momento. El ejército se encargará de que las instalaciones críticas funcionen.

—Admita, Gobernadora, que no está usted haciendo un buen trabajo.

Mabel estalló.

—¡Maldita sea! ¿Tienes idea de la cantidad de frentes que tengo abiertos? ¿De verdad piensas que no sé cómo están las cosas? ¡Lo último que necesito es a alguien con tu actitud en mi gobierno!

El alcalde guardó silencio.

—O remas con el equipo, Giles, o estás fuera.

El alcalde Derrick recogió velas.

—No quería ofender.

—Y ahora, si me disculpas, tenemos un homenaje importante al que asistir. —Zanjó Mabel irritada.

 

***

 

Las autoridades llegaron al estadio de Eden Park puntualmente.

El recinto estaba abarrotado.

Un retrato de Jim Taylor coronaba el escenario y muchos enarbolaban pancartas de apoyo a la Gobernadora. La viuda de Jim y su hija, Cindy, aguardaban de pie, en el centro del estrado mientras un pelotón de fusileros custodiaba el ataúd.

Sonó el himno nacional.

Se dispararon 21 salvas de honor.

Cuando el humo de los fusiles se hubo disipado, Mabel se acercó a la tribuna.

Sólo hizo falta hacer un gesto con la mano y el recinto enmudeció.

—¡Ciudadanos libres de Nueva Zelanda!

El estadio rugió.

—¡Somos supervivientes!

Un mar de banderas se agitó entre las gradas.

Mabel dejó que se desfogasen durante unos segundos antes de proseguir.

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