Harmony

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El Diario de Paul Sander

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Diario de Paul Sander.

Nueva York.

11 de Septiembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Bruce McKellen quiso verme un viernes de principios de junio, a última hora de la tarde. Recuerdo que mientras me dirigía a su despacho, pensé en los rumores que llevaban semanas incendiando la redacción: recortes, despidos, el cierre inminente de varias corresponsalías… A pesar de mis denodados esfuerzos por pasar desapercibido, aquella llamada, al filo del fin de semana, constituía todo un indicativo. Me había llegado la hora.

Bruce pondría en marcha el plan Allen & Wyman sin tener en cuenta las consecuencias. Lo haría a pesar de las movilizaciones y sin escuchar a los sindicatos. Al fin y al cabo, uno no se deja una fortuna en las mejores consultoras financieras de la costa este para, como decía Bill, al final no hacer ni puto caso. Mientras me ajustaba, temeroso, el nudo de la corbata frente al espejo en el baño de caballeros, tuve la certeza de que mi nombre estaría entre los prescindibles. Angustiado, dejé correr un buen rato el agua del lavamanos mientras me preparaba para lo peor.

McKellen lo expresaría con la gracia que ambos sabemos le caracteriza:

—Paul, tu sección arroja demasiadas pérdidas. No te ofendas, pero los anunciantes no se llevan bien con los agujeros negros.

Nunca, Kate, he entendido la obsesión que tiene la gente con los agujeros negros… Bill y yo hemos publicado cientos de artículos sobre una gran diversidad de temas pero creo que la idea de que ahí fuera existan monstruos invisibles, a la deriva, capaces de engullirlo todo, produce mucho morbo. Personalmente, he llegado a la conclusión de que todas las obsesiones con agujeros resultan perturbadoras y que este espinoso asunto tiene, sin duda, un marcado trasfondo freudiano. Ya sé que si estuvieras aquí me dirías que tú de esto no sabes nada, que lo tuyo son los agujeros financieros…

Durante la interminable espera frente al ascensor, me encontré con el imbécil de Arthur Cunningham que, como siempre, empezó a hablar de lo que no sabe.

—¿Has visto la rueda de prensa?… Si yo fuera el presidente Wilkinson, daría un golpe sobre la mesa y suspendería ese condenado tratado de libre comercio con los chinos.

—Créeme Arthur, América se conforma con que tan sólo seas el redactor de deportes del New York Times. Un periódico con solera, aunque últimamente menguante.

—¿A qué planta vas? —Preguntó Arthur molesto.

—Última. —Respondí incómodo.

Arthur pulsó el botón con una sonrisita.

—¿Va todo bien Paul? —Quiso saber, mostrando el rostro impertinente que delata a los cotillas.

—Perfectamente Arthur. Todo va perfectamente. —Dije con cinismo.

Mi buen amigo Bill, dice que la planta más alta del edificio del New York Times en el centro de Manhattan, es como el planeta Korriban, el hogar de los más oscuros Señores del Sith y según la Star Wars Wiki: “una fuente inagotable para el mal cuyo único propósito consiste en sembrar la amenaza en la galaxia a través de los milenios”. La verdad es que, mientras el ascensor me catapultaba hacia el piso cincuenta y dos, no pude pensar en un apelativo más adecuado para mi destino.

 

Korriban… Korriban…

Debo decirte Kate, que Bill y yo tenemos muchas cosas en común. Aparte de trabajar juntos, ambos estudiamos en la NYU y allí tuvimos la idea de fundar nuestra particular hermandad de bohemios e inadaptados. El Merry Ent Club se convirtió en sinónimo de tardes lluviosas vividas alrededor de un sinfín de viejas películas, videojuegos y no pocos tableros de rol. Creo que, aún hoy en día, sería capaz de rememorar gran parte de las aventuras que transcurrieron bajo la tenue luz del quinqué o la temblorosa llama del candelabro con el que Bethany Doherty se obstinaba cada vez que decidíamos jugar una partida.

—La ambientación lo es todo. —Decía.

Yo me limitaba a asentir mientras observaba fascinado su larga melena azabache salpicada por una miríada de finas mechas azules.

El Merry Ent tenía sus propias normas, y, por supuesto, todo Entie que se preciara, tenía que haber leído El Señor de los Anillos, una cantidad absurda de veces. Nunca confiamos en nadie al que no le gustase Led Zeppelin, y Expediente X nos enseñó a sospechar siempre de todo lo que digan los federales. No espero que lo entiendas, Kate, pero ya por entonces, nuestra idea de una noche de sábado perfecta consistía en una pizza de Lombardi´s acompañada de un buen montón de series y películas de ciencia ficción. Los domingos pasaban volando, enfrascados en nuestra lucha por Sigmar, a las órdenes del emperador Karl Franz. A veces, salíamos a intercambiar cómics de Batman con desconocidos en los mercadillos del Soho, y hasta hubo una época en la que nos encantaba organizar grupos de discusión en internet sobre los grandes clásicos: UVE… La Fuga de Logan… Galáctica… 

Luego está lo que yo llamo nuestro lado oscuro, que es precisamente aquel por el cual se nos conoce habitualmente en la redacción. Artículos premiados sobre el Bosón de Higgs, Las Ondas Gravitacionales… Nuestro trabajo sobre los espectaculares avances en la Teoría de Cuerdas… Bill y yo revelamos al gran público, los arcanos de la Nanotecnología Biológica, una disciplina prácticamente desconocida, pero que probablemente terminará convirtiendo a las futuras generaciones en robots. Nuestros reportajes sobre el Súper Volcán del Parque Yellowstone, el cambio climático y los últimos avances en computación cuántica, han sido todos acogidos con gran éxito en el ámbito de la prensa especializada.

Lo cierto es que Bill Walsh y yo estamos a la vanguardia de la divulgación científica en este país, tanto si le parece rentable a Bruce McKellen, como si no.

Ahora puedo verte enarcando las cejas, pensando en todo esto que te cuento. Soy consciente de que los problemas de nuestra pequeña sección, deben parecer ridículos comparados con los formidables retos que debes afrontar tú en el intrincado marasmo de Wall Street. Entiendo que no generamos suficientes ingresos pero, al mismo tiempo, si el New York Times dejara de meter sus narices en lo que ocurre con el Bosón de Higgs… ¿Quién demonios lo iba a hacer…?

El ascensor paró suavemente en la planta de dirección, donde la secretaria de Bruce, la Señorita Rose Nightingale, que debe estar ya próxima a su momificación, me pidió con una sonrisa que esperara a ser atendido. Me senté en la antesala, a ojear uno de nuestros magazines. A mitad de un artículo sobre la tos y el jubilado medio americano, Rose me obsequió con una humeante taza de té que no recordaba haber pedido, y me indicó amablemente que podía pasar.

Mi entrada en escena no pudo causar peor impresión. Demasiado bajo, demasiados kilos, el pelo largo, barba negra y descuidada. Ataviado con chaqueta de pana marrón y camisa blanca, ancha, sin planchar. Complementaba mi aspecto una de esas infames corbatas que parecen salidas de un capítulo de Starsky y Hutch, excesiva para la ocasión. Comencé a balancearme, nervioso, sujetando con cuidado la maldita taza de té.

Bruce McKellen se acercó sonriendo, y me invitó a ocupar la cabecera de una mesa que tenía el tamaño aproximado de un crucero imperial, con micrófonos delante de cada asiento. En el otro extremo, había dos personas más. Alistair Van Wyck, director de relaciones internacionales y Amanda Carlson, una de nuestras mayores accionistas. Bruce se sentó y apretó un botón. Los altavoces de la sala rugieron:

—HOLA PAUL ¿COMO ESTÁS?

Miré atolondrado a la taza de té y luego al micrófono, sin saber muy bien qué hacer. Recuerdo que me sentía tremendamente estúpido. Amanda debió percatarse porque inmediatamente escuché su áspera voz:

—PARA HABLAR, PUEDE USTED APRETAR EL BOTÓN VERDE SR. SANDER.

—Claro… Perdón. ESTOY BIEN. GRACIAS.

—NOS ALEGRAMOS MUCHO PAUL. —Respondió Bruce.

—TENEMOS ALGO IMPORTANTE SOBRE LO QUE HABLAR. —Añadió Alistair.

En ese momento, me puse muy derecho en mi asiento, la expresión enmarcada en un contumaz gesto de desprecio. Afrontaría aquello con dignidad.

—LES ESCUCHO CON ATENCIÓN —Dije en un tono excesivamente alto.

—PUEDES HABLAR CON NORMALIDAD, PAUL…

—Perdón. —Balbuceé, esta vez demasiado bajo, mientras jugaba nerviosamente con la cucharilla y la inesperada taza de té.

Bruce volvió a sonreír mientras echaba un vistazo a su reloj de treinta mil dólares. Acabábamos de empezar, y se notaba que el Presidente Ejecutivo del New York Times tenía prisa. Amanda, se dio cuenta rápidamente del gesto, así que fue directamente al grano.

—¿TE GUSTARÍA IR AL ESPACIO PAUL?

Y con esta pregunta, empezó todo.

Diario de Paul Sander.

Wilgminton. Vermont.

13 de Septiembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Los días posteriores a la reunión en el piso cincuenta y dos fueron bastante extraños. Iba a todos lados envuelto en una especie de nube, una mezcla de aturdimiento, excitación, temor y, sobre todo, incertidumbre. Me despedí de Bill y dejé de ir al periódico para ser internado en una pequeña casa de campo a las afueras de Wilgminton, Vermont. Allí pasé tres semanas, rodeado de expertos y sometido a una miríada de tests psicológicos.

—No querrá que mandemos a un loco allí arriba. ¿Verdad? —Me dijo el director del programa de psicología de la Universidad de Stanford.

La rutina era agotadora. ¿Se considera usted una persona animada? ¿Paciente? ¿Abierta? ¿Controvertida? ¿Violenta? ¿Ha tomado alguna vez sustancias con componentes psicotrópicos? En caso afirmativo, por favor indique cuál o cuáles. ¿Toma con frecuencia bebidas alcohólicas de alta graduación? ¿Ha incumplido usted alguna vez su palabra? ¿Piensa que los demás le critican? ¿Se considera usted feliz? ¿Es usted una persona promiscua?

—Promiscua… ¡Santo Dios! ¿Qué se supone que debo responder? —Exclamé estupefacto.

El equipo de psicólogos desplegaba entonces su ronda habitual de sonrisas y miradas de complicidad. Luego, continuaban machacando.

—¿Ha sentido alguna vez pulsiones de carácter homosexual?

—…

Sólo al final del día, me dejaban tranquilo. Me gustaba salir un rato a tomar el aire. Reconozco, Kate, que era durante estos cortos paseos, con las luces de la casa comenzando a iluminar tenuemente la vegetación que la rodeaba, cuando las dudas me asaltaban con más fuerza. ¿He hecho bien al aceptar esta propuesta? ¿Qué pasa si algo sale mal? Me vinieron a la cabeza las imágenes del transbordador espacial Challenger, explotando en directo ante los cuarenta millones de americanos que contemplaban, en aquel momento, el despegue frente a sus televisores. Corría el año mil novecientos ochenta y seis. Se me encogió el estómago y me entraron ganas de vomitar.

Por otro lado, si tenía un día bueno, mi mente era capaz de apreciar la oportunidad que se me había brindado.

¡Se trata de un trabajo único en la historia del periodismo!

¿Cómo voy a rechazarlo?

Al igual que hace el miedo, la gloria susurra, astuta, al oído.

—¡A ti llego mi dulce campeón! ¡A través de las hojas de los arces! ¡Quebrando las ramas de las hayas! ¡No temas más! ¡Paul Sander! ¡A ti llego!

A mi regreso, todos me mirarán con otros ojos. A mi regreso, Kate, tú me mirarás con otros ojos.

La primera fase del “periodo de entrenamiento y aclimatación” concluyó a finales de julio. Abandoné Vermont una tarde gris y desapacible, en el preludio de una tormenta de verano. Florida aguardaba.

Cabo Cañaveral me pareció un lugar desagradable, preñado de máquinas ávidas de librar la batalla contra los estragos de mi proverbial sedentarismo. Intentaban convertirme en algo mínimamente aceptable que enviar al espacio. Me hicieron saber, de mil maneras, que el sobrepeso no se lleva bien con las estrellas. Yo argumentaba que en tan pocas semanas, no iba a salir de allí convertido en Conan el Bárbaro, pero, para mi desgracia, ellos nunca cejaron en su absurdo empeño.

—No querrá que mandemos a un maldito gordo allí arriba. ¿Verdad? —Me dijo el sargento instructor de la base de las fuerzas aéreas en Little Rock.

No hay arces ni hayas en la costa Florida, Kate.

Demasiado calor, demasiada humedad…

Nada de susurros a través de los manglares.

La gloria, se quedó en el norte, ahogada en el preludio de una tormenta.

Subiría al espacio muerto de miedo.

 

Publicado en el New York Times.

15 de Septiembre de 2.036

 

EL NEW YORK TIMES EN LA ESTACIÓN ESPACIAL INTERNACIONAL

Por KATE BRENNAN. SEPT, 15,2036

El New York Times será el primer medio de comunicación de la historia en tener un corresponsal en la Estación Espacial Internacional Harmony. Paul Sander, responsable de la Sección de Ciencia del periódico, convivirá durante cuatro meses con los astronautas que desarrollan su trabajo en la obra de ingeniería más importante jamás construida por la humanidad. Esto ha sido posible gracias al acuerdo firmado por nuestro Presidente Ejecutivo, Bruce McKellen y el alto comisionado de la División Aeroespacial de las Naciones Unidas (DANU), John Philip Cruz.

Esta agencia de la ONU, fundada en 2.017 con el objetivo de aunar todos los esfuerzos de la humanidad en la conquista del espacio, fue la responsable de la exitosa puesta en marcha de la nueva Estación Espacial Internacional Harmony. A diferencia de su predecesora, la estación dispone de un avanzado módulo de rotación que simula la gravedad terrestre mediante el aprovechamiento de la fuerza centrípeta. En los casi cinco años de investigaciones llevadas a cabo por este ambicioso proyecto, se han producido importantes avances que serán decisivos en el próximo objetivo de la DANU: El planeta Marte.

Inaugurada en 2.031, Harmony no es solamente una estructura tecnológicamente asombrosa a 400 km de distancia en el espacio. Aparte de las actividades científicas que allí se desarrollan, la ONU ha puesto en muchas ocasiones a la estación como ejemplo de convivencia para los habitantes de la Tierra. Astronautas de numerosos países, a veces históricamente antagónicos, han compartido con éxito el mismo entorno en la estación en beneficio de un bien común que trasciende razas, ideologías y religiones. La estación ha sido por lo tanto, unánimemente considerada como el mejor ejemplo de lo que la humanidad puede llegar a conseguir cuando se impone el espíritu de colaboración entre las naciones.

El próximo 17 de Septiembre, despegará, con Paul Sander a bordo, y desde el Centro Kennedy en Cabo Cañaveral, el transbordador Reacher de la DANU, en misión de aprovisionamiento rumbo a Harmony. El trabajo de Paul consistirá en contarle a la humanidad, de primera mano, cómo es el día a día de los científicos y astronautas que desarrollan su labor en el espacio. Para ello, el New York Times tiene previsto publicar una edición especial con cada crónica que Paul vaya haciendo llegar a esta redacción.

Actualmente están presentes en la Estación Espacial cinco grandes especialistas, todos ellos cuidadosamente escogidos por la DANU en base a sus sobresalientes cualidades, tanto profesionales, como físicas y psicológicas. Viktor Zaitsev, cosmonauta ruso, es el Responsable de Sistemas y el más veterano de todos. La joven y brillante Dana Lehner, experta en Física de la Agencia Espacial Europea. El Dr. Yun Wang es una reconocida eminencia en Biología Molecular de la Administración Espacial Nacional China. El Coronel David Dayan se ha constituido como uno de los más prestigiosos estudiosos de la Materia y la Energía Oscura en la Agencia Espacial Israelí y por último, el profesor Omar Aslan, Director del Programa Conjunto de Magnetismo y Micro Gravedad de la Universidad de Chicago e importante asesor de la NASA.

El pronóstico del tiempo previsto por el Servicio Meteorológico Nacional para el 17 de Septiembre es de cielos despejados para todo el sur de Florida.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

18 de Septiembre de 2.036.

Hola Kate.

Nadie debería viajar nunca, ni si quiera una vez, en un transbordador espacial. La sensación de pánico, mezclada con el subidón de adrenalina que produce estar encima de más de dos mil toneladas de hierro y combustible; subiendo, subiendo, con todo ese ruido… es algo… difícil de describir. Tan solo baste decir que nunca había pasado tanto miedo en toda mi vida.

A primera hora de la mañana del 17 de septiembre, y con un día perfecto para dar un paseo por el universo, salimos del Edificio de Operaciones en dirección a la rampa de lanzamiento. Pronto alcanzamos lo que los técnicos llaman la “habitación blanca” donde el equipo de tierra nos ayudó a ponernos los paracaídas y Pantalones Anti-G antes de guiarnos a nuestros asientos.

Oficialmente, la misión, comandada por Thomas Anderson un veterano astronauta tejano de la DANU, tenía como objetivo llevar a cabo con éxito el aprovisionamiento regular de la Estación Espacial Internacional Harmony. Un viaje relativamente corto, rutinario, realizado ya en numerosas ocasiones. A su lado, Morgan Lawrence, un joven y prometedor copiloto afroamericano formado por la NASA pero que, como yo, visitaba la estación por primera vez.

Tan sólo puedo imaginar la cara de Anderson cuando le comunicaron que, además de tener que preocuparse por un compañero novato, en esta ocasión, tendría que hacerle un hueco a un periodista del New York Times… Supongo, que la misma que hubiese puesto yo si hubiera llegado a la redacción un cabrero de Azerbaiyán…

Cuando estuvimos los tres ya acomodados, el personal de apoyo retiró la escotilla y evacuó la zona. Anderson y Morgan no paraban de contar anécdotas mientras hacían todo tipo de comprobaciones. En lo que a mí respecta Kate, debo confesarte que estaba demasiado asustado como para seguirles el juego.

Me gustaría decirte que abandoné el planeta Tierra tranquilo y confiado pero lo cierto es que no fue así. Teniendo en cuenta que el punto más alejado de Brooklyn en el que he estado es el pico Black Mountain en Kentucky, creo que entenderás mi desazón al salir disparado a 5.000 km por hora rumbo al espacio. No soy un tipo especialmente religioso, Kate. Me limito a seguir los principios de la Orden Jedi y a Martin Scorsese pero durante los primeros momentos del viaje, te confieso que no me faltó Dios al que rezar.

Dos minutos después del despegue y estando a unos 45 km de altura, se separaron los SRB que es como se llaman los gigantescos cohetes propulsores que nos ayudaron a vencer la fuerza de la gravedad y situaron al Reacher fuera de las capas densas de la atmósfera. En seguida se notó la diferencia. El transbordador espacial pasó a desplazarse con suavidad y mis nauseas parecieron disminuir, pero solo un poco.

Todo fue bien durante el trayecto a la estación y si hubo alguna incidencia, yo desde luego no me enteré. Estaba demasiado ocupado tratando de encogerme en mi asiento mientras combatía con mis intestinos. Es posible que te estés preguntando cómo es que no disfruté más intensamente de una experiencia que muy pocas personas han tenido el privilegio de vivir… Aún a riesgo de parecer un pusilánime, me he propuesto redactar para ti este diario con ánimo sincero, sin adornos.

Cuando me propuse escribirte sobre todo esto Kate, te aseguro que tuve la tentación de retratarme a mí mismo de manera mucho más heroica. El intrépido periodista que sin apenas preparación, se embarca en una épica misión espacial que le hará mundialmente famoso… Hubiese sido fácil describir para ti, a través de este diario, a ese personaje. Al fin y al cabo, en las películas, la guapa protagonista pelirroja de ojos verdes nunca se enamora del actor secundario; un tipo bajito y rechoncho, que moja los pantalones cuando decide abandonar el planeta. Está claro que no soy Han Solo, Kate. Será mejor que pienses en Danny de Vitto.

Por supuesto, nunca admitiré públicamente que viajé a las estrellas rezando a todos los dioses. Estaba en un transbordador espacial que se movía a 28.000 kilómetros por hora, rumbo hacia lo desconocido.

Que descanses Kate. Aquí en las estrellas, se te echa de menos.  

Correo electrónico personal de Paul Sander.

Bandeja de entrada.

 

De:billwalsh@gmail.com

Enviado: 21/09/2036 23.14

Para:paulsander@gmail.com

Asunto: Ten cuidado

 

Hola Paul ¿Cómo estás? No han pasado aún una semana desde que te marchaste y algunos por aquí ya te echamos de menos. No hagas tonterías allí arriba y por favor, vuelve sano y salvo a la redacción. Recuerda lo que hablamos: Nada de paseos espaciales. Eres periodista, no Yuri Gagarin.

En el periódico estaban todos con un ataque de ansiedad esperando tu primera crónica desde la estación. Finalmente, llegó ayer y ahora te cuento las reacciones. Parece que tu viajecito se ha convertido en el acontecimiento periodístico más importante en el New York Times desde lo de las Torres Gemelas. Josh Spanoulis, ese griego mal nacido que tenemos como editor jefe, se ha convertido en un león embutido en una pecera. No pasaron quince minutos desde que supimos que habías llegado a Harmony y ya estaba preguntando por tu “maldito articulo”.

Fíjate si están nerviosos con todo el asunto, que han apartado a Kate Brennan de la Sección de Economía para ponerla al frente de todo este circo, lo cual le ha sentado fatal. La chica estaba investigando un caso relacionado con la presuntamente fraudulenta salida a bolsa en Wall Street de uno de los conglomerados industriales más importantes del sudeste asiático. Ahora ha tenido que dejarlo todo en manos del imbécil de Bryan Norris para ocuparse de ti.

No se lo tomes a mal, ya sabes que Kate es muy profesional en todo lo que hace pero a nadie le gusta que otro venga a aprovecharse de su trabajo.

Bueno, como te iba diciendo, tu primer artículo desde la estación llegó ayer, y luego se desataron todos los infiernos. Recibí una llamada de Bruce McKellen para una reunión en su despacho. Cuando llegué, Kate, Spanoulis y Amanda Carlson ya estaban allí.

Bruce nos facilitó una copia de lo que habías escrito. A mí me pareció un enfoque interesante pero enseguida se alzaron voces críticas que pusieron en peligro la publicación de tu trabajo. Spanoulis afirmó que tu visión no era la correcta, de acuerdo con su tesis, nuestros lectores esperan una aproximación más científica y menos filosófica de toda esta experiencia.

Kate, con la determinación que la caracteriza, enseguida disintió, realzando precisamente el aspecto humano. Argumentó que tus palabras serían, y cito textualmente: “Como un aldabonazo en el corazón adormecido de América.” Pronto nos vimos inmersos en un acalorado debate editorial sobre si debíamos publicar una perspectiva tan personal o de lo contrario, desechar tu crónica y pedirte un enfoque mucho más aséptico y racional. Amanda mostró preocupación por tu estilo, haciendo hincapié en lo políticamente incorrectas que eran tus referencias a las Naciones Unidas. Teme que la DANU se mostrará incómoda con esto.

Spanoulis insistió afirmando con rotundidad que todos tienen ahora sus ojos puestos en el New York Times y que lo que el mundo entero espera del periódico es “la crónica de una historia épica, no las trasnochadas reflexiones de un periodista sensiblero.”  

—La gente no quiere gloria. La gente quiere una buena historia y eso es lo que tenemos aquí. —Argumenté yo.

—Si publicamos esto, vamos a tener que dar unas cuantas explicaciones a nivel institucional. —Repitió preocupada Amanda.

Como resultaba obvio que la discusión no estaba llegando a ninguna parte, Bruce McKellen optó por zanjar de golpe la cuestión.

—Lo publicaremos tan pronto como podamos y no tocaremos ni una sola coma. Kate tiene razón. El lado humano es lo que importa.

¿Te lo puedes creer? Spanoulis y Amanda salieron de allí cabizbajos y derrotados. Querían vetar tu artículo descaradamente. Censurarlo. Estoy seguro de que con tal de servir a sus intereses, ¡serían capaces de inventárselo todo!

Te escribo este correo, Paul, sin ánimo de alarmarte.

Tan sólo quiero que estés prevenido.

FUERZA Y HONOR.

Bill

 

Crónica publicada en el New York Times.

23 de Septiembre de 2.036

 

RIPLEY

Por PAUL SANDER. SEPT, 23,2036

Harmony es como una gigantesca rueda de diligencia girando lenta y silenciosamente en el espacio. A medida que el transbordador de la DANU se aproxima al muelle para su acoplamiento, mi atención se fija sobre todo en los pequeños detalles: El familiar escudo de las Naciones Unidas en la cubierta, las luces rojas de posición, los engranajes de los brazos robóticos, los ventanucos distribuidos de forma regular a lo largo del imponente círculo exterior, la luz refractada en los enormes paneles solares desplegados para absorber la vital energía con la que aquí funciona todo…

La estación da la impresión de ser más grande vista desde fuera. Parece que la falta de espacio ha venido siendo una constante desde que en 1.957 la humanidad puso en órbita a la perrita Laika a bordo del Sputnik 2. La primera lección que aprende el recién llegado, es que en Harmony se debe ser siempre extremadamente ordenado. Lo que uses debe ser devuelto siempre a su sitio. Las habitaciones, las áreas comunes, los laboratorios, el gimnasio, incluso los pasillos, cuentan con gran cantidad de cajones y armarios minuciosamente etiquetados, así que, aquí, todo tiene su sitio.

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