Harmony

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El Diario de Paul Sander

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Harmony está dividida por sectores bien señalizados siguiendo un código alfanumérico pero, a la postre, tan sesuda nomenclatura ha terminado convirtiéndose en un fútil esfuerzo de ingeniería. Pronto, los astronautas adoptaron su propia jerga a la hora de referirse a muchas de las estancias e instrumentos de la estación: La nevera, el destornillador, el burdel…

Mi lugar favorito no es el amplio puesto de control CR-HS1, ni la sala de reuniones rebautizada hace años como Lindon High. Ni siquiera la impresionante cámara de ingravidez o los modernos y sofisticados laboratorios han conseguido dejar una huella especial en mi interior. Mi lugar favorito en Harmony pertenece oficialmente a la categoría de almacenes SE-AA3 y es un rincón apartado que en algún momento dejó de albergar piezas de repuesto para convertirse en el Museo Ellen Ripley. Se trata de un espacio ocupado por estanterías cuyas paredes están forradas con un montón de imágenes. Fotos de astronautas y de sus familiares: abuelos y abuelas, padres y madres, novios y novias y, por supuesto, decenas de bebés. Hay carteles de deportistas, actores, músicos y tentadoras instantáneas de despampanantes modelos. Instantáneas de coches, casas y postales con todo tipo de ciudades y monumentos. Imágenes de montañas, ríos, playas y lagos… Fotografías submarinas y de exploradores anónimos recorriendo selvas y bosques…

Es como si todos los que han pasado por aquí hubiesen traído consigo un pequeño trozo de la Tierra.

Cuenta también el Museo Ripley, con una bizarra colección de objetos inverosímiles entre los que he podido catalogar: una Biblia presbiteriana, varias botellas de vodka, todo tipo de revistas y hasta una bolsa de palos de golf. Así mismo, no pude evitar sorprenderme ante una colección de cromos de la Súper Liga de Críquet de Pakistán y me llevé un buen susto al toparme en una esquina con la reproducción, a tamaño real, de un Linguafoeda Acheronsis, el octavo pasajero más aterrador de todos los tiempos.  

Sorprendido por tan peculiares descubrimientos, inmediatamente quise saber más. ¿Cómo habían llegado todos aquellos extraños objetos allí?

—Todo empezó de manera espontánea. —Confesó Viktor Zaitsev, el ingeniero de sistemas.

—Los astronautas, antes de regresar a casa, empezaron a dejar algunos de sus efectos personales en la estación. Puede que al principio se tratara de deslices, objetos olvidados con las prisas, falta de espacio a la hora de hacer las maletas… El caso es que pronto se corrió la voz de que todo el que venía a Harmony tenía que dejar algo aquí y el descuido se tornó en tradición.

—¡Vaya!

—Surgió una especie de competición por ver quién lograba traerse de la Tierra el objeto más extravagante para la que al principio se llamó: “La Maravillosa Habitación de Objetos Inverosímiles e Inusuales en el Espacio Exterior, Teniente Ellen Ripley.”

—Un poco largo…

—Con el tiempo, este lugar se ha ido ganado su categoría de museo. —Respondió Zaitsev con solemnidad.

Absolutamente fascinado por la historia, continué con mis indagaciones.

—¡Pero si hay hasta palos de golf! ¿Juegan torneos? —Pregunté con sorna.

—18 hoyos. Aunque debo pedirle que sea discreto. La Federación Galáctica aún no los ha homologado…

Reí de buena gana con las respuestas de Viktor y esto me hizo reflexionar sobre el buen ambiente que se respira en la estación. Entre los astronautas, sin importar su procedencia, impera una gran camaradería y todos me han acogido de buena gana. Se interesan por mi y desde aquí me gustaría agradecer públicamente el esfuerzo adicional que a ellos les supone intentar que mi estancia en Harmony sea lo más agradable y productiva posible.

Dejando a un lado las respuestas del señor Zaitsev, el Museo Ellen Ripley me parece una muestra palpable de lo que somos. Una habitación gris, suspendida en el espacio, nos recuerda que no importan los mundos que descubramos ni lo lejos que lleguemos. No hay nada como  nuestro hogar. Esta pequeña sala es un tributo a todo lo que, como especie, nos resulta querido y ha causado un efecto en mi mucho más impresionante que cualquier otra cosa en Harmony.

El espacio es un entorno hostil, frío. Me hace sentir frágil y vulnerable. Lo único que nos libra de una muerte segura son unas finas paredes de metal. Dejo un momento de escribir para mirar a nuestro planeta por la ventana de este estrambótico museo…

Luce azul, tranquilo y maravilloso.

Vine aquí con el encargo de documentar el día a día el uno de los mayores logros de la humanidad. Sin embargo, en vez de hablar sobre los importantes experimentos científicos que se realizan en esta estación, o tratar de explicar con detalle el funcionamiento de la misma, he preferido comenzar esta crónica recordando lo que he dejado atrás: A todos ustedes.

 

PAUL SANDER. SEPT,--,2036

Estación Espacial Internacional Harmony.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

26 de Septiembre de 2.036.

Hola Kate

¿Cómo estás? Me gustaría agradecerte tu defensa de mi trabajo el otro día en la reunión con Bruce McKellen. Bill me lo ha contado todo y es evidente que si no llega a ser por tu intervención, mi artículo no hubiese visto la luz. Al menos, no tal y como yo lo escribí…

Cuando salí de casa para embarcarme en este proyecto, no tenía ninguna idea preconcebida de cómo abordar este tipo de empresa. Quiero decir, no hay un manual de estilo para estas cosas pero todos los días me recuerdo a mi mismo que soy un periodista del New York Times. Mi compromiso está con nuestros lectores, no con el gobierno, ni con la ONU, ni siquiera con Bruce.

En Harmony resulta fácil quedar atrapado por la ingeniería, por la maravilla de la propia construcción y te aseguro que es mucho más tentador hablar de máquinas que de personas. Uno no tiene que preocuparse por las opiniones de la inteligencia artificial que controla los sistemas de la estación, o por lo que piensen de mi presencia aquí los robots mecánicos de la bahía de carga. Pese a lo que hayas podido leer en el artículo, no todos se han apuntado al Club de Fans de Paul Sander, y hay quien ni siquiera se molesta en disimular las miradas de recelo. Es normal que algunos me vean al principio como un outsider, alguien que viene a meterse en sus asuntos.

El comandante de transbordadores Thomas Anderson es, ante todo, un militar. Un tipo serio, hosco, de esos que, en una fiesta, se limitan a observar; manteniendo siempre la compostura. Es un hombre de profundas convicciones religiosas, aspecto adusto, políticamente conservador y tremendamente celoso de su intimidad. Me recuerda físicamente a Brutus Howell, el guardián amable de La Milla Verde; sólo que, para mi infortunio, nuestra primera charla en la estación no tuvo nada de amable.

Aunque intenté abordar la conversación con Anderson como si estuviéramos en un pub, tomando unas cervezas mientras la televisión retransmitía un partido de los Nets, el resultado no fue el esperado. Supongo que la culpa es mía por no haberlo visto venir… Al fin y al cabo, ¿Qué pueden tener en común un soldado de la guardia pretoriana del Partido Republicano en Texas y un periodista que votó YES WE CAN a la primera gobernadora lesbiana del estado de Nueva York?  

Gracias a Dios, procuro grabarlo todo. Me ayuda luego a poner mis notas en orden. No obstante, ya sabes que este diario es sólo para ti. Cuando vuelva a casa espero tener el valor de invitarte a cenar para entregártelo. O puede que simplemente lo borre del disco duro de mi portátil y nadie sepa nunca de su existencia… No lo he decidido aún.

Me encontré con Anderson mientras éste supervisaba las tareas de descarga del transbordador. Una gigantesca grúa robotizada procedía en ese momento a depositar un contenedor de repuestos en uno de los almacenes laterales de la estación.

—Menudo cacharro… —Se me ocurrió decir de manera despreocupada.

—Las máquinas que fabricamos son fascinantes señor Sander. Nunca sabremos hasta donde podemos hacerlas llegar. Las primeras computadoras empezaron haciendo cálculos matemáticos mucho más rápido que cualquier ser humano. Luego nos ganaron jugando al ajedrez, más adelante comenzaron a hacer carreteras, puentes, edificios… y ahora son capaces de construir estaciones espaciales como Harmony.

—¿No le inquieta un poco que algún día…?

—¿Puedan tomar el control?

—Si… Bueno… —Respondí. —Es un temor que siempre ha existido y que ha protagonizado encendidos debates entre…

—Entre los que no confían en Dios.

Reconozco, Kate, que en ese momento, debí de haberme percatado de que la conversación podía tomar derroteros un poco espinosos, sin embargo, mi naturaleza escéptica tuvo que salir a relucir…

—Comandante, no creo que Dios tenga nada que ver con… —Intenté argumentar.

—Dios está en todas partes señor Sander. ¿Acaso no lo sabe? ¿Qué es lo que les enseñan a ustedes en esas malditas escuelas de Nueva York? —Respondió Anderson categórico con su marcado acento tejano.

No pude evitar la respuesta.

—Nos enseñan, entre otras muchas cosas, a separar claramente la ciencia de la religión.

Anderson me dirigió una mirada fulminante.

—Ya veo que no es usted creyente.

—Tengo un amigo que cree que Jesucristo fue, en realidad, un cyborg, implantado por extraterrestres mediante fecundación artificial en el útero de María… —Dije rememorando las teorías de Bill sobre el asunto.

—Se cree usted muy gracioso. —Concluyó Anderson. —No me gusta, Sander. No me gusta usted, ni lo que ha venido a hacer aquí. Esta estación no es lugar para los de su calaña. No sé a qué maldito burócrata se le ocurrió que sería una buena idea enviar a un periodista a interferir con nuestro trabajo… Espero fervientemente que usted sea el primero y también el último. 

  Tanta hostilidad en el hombre que algún día tendría que llevarme de vuelta a casa me produjo cierta inquietud. ¿Y si este tío decide arrojarme por la ventana? —Pensé divertido.

—Lamento que así sea. Disculpe si le he parecido ofensivo, tan solo pretendía… —Respondí tratando de recuperar en vano, la cordialidad.

—Limítese a hacer su trabajo Sander, y de paso, déjeme hacer el mío. —Respondió Anderson terminando abruptamente nuestra desafortunada conversación.

Pues ya lo has visto Kate.

Pese a lo que hayas podido leer, la verdad es que no todo son trompetas y fanfarrias durante mis primeros días en la estación. 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

27 de Septiembre de 2.036.

Hola Kate

 

No me sorprende que mi primera charla con el comandante Anderson en la estación haya sido un completo desastre. Un hombre difícil el comandante Thomas Anderson; introvertido, simple. Le gustan las cosas claras, las cosas que son, o no son; sin matices… Los matices le suenan a excusas… Entelequias para filósofos.

Conozco bien al comandante Anderson. Está en el periódico, le he visto en el metro, yendo a trabajar. Merodea por el barrio, coge el ascensor en mi edificio, siempre hay uno en la familia… Para los Thomas Anderson de América, la realidad se basa en cuatro simples conceptos: Dios, patria, Wall Street y un buen presidente republicano. Una fisura en cualquiera de estos pilares, significa el comienzo del fin del mundo, por lo que además de creer, hay que mantenerse siempre alerta.

Según Thomas Anderson, en esta vida un hombre que duda, no es un verdadero hombre. Será a lo sumo, un demócrata, o peor aún, un ateo, un maldito abortista o un homosexual. Dudar implica objetar y… ¿A dónde iríamos a parar si la gente empieza a cuestionarlo todo? Si, conozco bien al comandante Thomas Anderson, ¿Quién no se ha topado alguna vez con alguien como él? Están por todas partes, Kate, hasta en el espacio.

Decidí quitarme de la cabeza al personaje mediante una breve visita a su compañero, aunque antagonista, el copiloto de transbordador espacial Morgan H. Lawrence. Ayer, mientras intentaba conciliar el sueño, se me ocurrió que podría realizar un buen artículo sobre el transbordador espacial, y el contraste entre las personalidades de los responsables del mismo.

Morgan me atendió con simpatía, durante un descanso de sus tareas en el muelle de carga.

—¡Paul Sander! ¿Qué te trae por aquí, hermano? No me digas que echas de menos a mamá y quieres volver ya a casa.

—Hola Morgan. —Respondí chocando el puño. —Ayer intenté mantener una charla con nuestro comandante.

—Déjame adivinar el resultado.

—Si… Salió todo lo mal que cabría esperar… Creo que piensa que soy un anti sistema infiltrado para acabar con todos en la estación.

—Además de un maldito ateo. —Añadió Morgan divertido.

—Además de un maldito ateo… —Confirme yo con cara de circunstancias.

—Tío… Seguro que te has equivocado. Nunca debiste abordarle de frente. No se puede someter a Thomas Anderson al tercer grado.

—Supongo que me falló el olfato… Te aseguro que intenté algo casual… ¡No me preguntes cómo acabó así!

Morgan volvió a reír. Yo estaba desconcertado.

—El muy bastardo te está poniendo a prueba.

—¿A prueba? —Pregunté sorprendido.

—Hizo lo mismo conmigo. El primer día, en el simulador… Antes de mover una sola palanca, quiso saber si yo era un negro temeroso de Dios…

—…

—Anderson no es un mal hombre. Tan sólo hay que saber manejarlo. Además, es el comandante más cualificado y profesional con el que he trabajado. El tipo sería capaz de aterrizar ese pájaro, sin ayuda y con los ojos vendados. —Afirmo Morgan señalando fuera, al transbordador.

—Así que, os lleváis bien…

—¿Y qué otra cosa podría hacer? Trabajamos juntos. El hombre tiene sus cosas, pero si no le tocas las pelotas, es un buen compañero. Si aceptas mi consejo, deja que pase un poco el tiempo. Piensa que, bajo su perspectiva, tu presencia aquí resulta extraña… ¿Qué demonios hace un periodista en una estación espacial? ¿A qué viene? ¿A escribir mierda sobre nosotros? ¿Qué es lo que quiere? Y sobre todo… ¿Quién ha sido el imbécil en Washington que le ha permitido venir? Todas esas preguntas están pasando ahora mismo por su cabeza…

—En el periódico me dijeron que este proyecto contaba con el apoyo de las más altas instancias…

—Precisamente. Esto, con una administración republicana, no hubiera pasado.

 

Reí de buena gana.

—¡Seguro que la culpa de que estés aquí, al final la tiene nuestro querido presidente, Ted Wilkinson!

—Comprendo.

—Mira Paul, a la gente como Anderson, le cuesta aceptar los cambios. Están acostumbrados a sus rutinas. Pero no dejes que esto te amargue. Haz tu trabajo, muéstrate serio y respetuoso con él, y disfruta de la estación. Todo va a salir bien. —Dijo Morgan guiñando un ojo y dándome una palmada en el hombro.

—Gracias Morgan. De verdad, has sido de gran ayuda.

—De nada. Y ahora, si me disculpas, tengo trabajo que hacer.

Dejé a Lawrence enredado en sus cosas, y siguiendo su consejo, volví al cuarto a retomar mis notas sobre Thomas Anderson. Está claro que voy a tener que armarme de paciencia, pero ahora mismo, no me apetece ponerme a pensar demasiado en ello.

Te tengo que dejar, Kate. Acordé pasarme al final de la jornada por los laboratorios para tener una charla con la Doctora Lehner, y ya llego tarde. Dana es una joven promesa de la Universidad de Leipzig y, teniendo en cuenta lo serio que parece aquí todo el mundo, no quisiera que se enfadara también conmigo por impuntual.

Cuídate mucho.

 

Nota: No hay motivos para que te pongas celosa. La chica no es mi tipo.

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

28 de Septiembre de 2.036.

Hola Kate

Se me hizo tarde ayer para continuar. Me retiré a dormir inmediatamente después de mi encuentro con Dana Lehner. Hoy te escribo desde Lindon High que es como el equipo llama aquí a la inmensa sala de reuniones en la estación. Es este, sin duda, uno de los espacios más amplios de Harmony y cuenta con un ventanal enorme que abarca todo el lateral de un área rectangular. En el centro hay una mesa inmensa que está cubierta con una funda naranja. Han orientado todas las sillas de cara al gigantesco cristal que está compuesto por cuatro capas de vidrio, convirtiendo así este lugar en el mejor mirador de la historia. ¡Las vistas de la Tierra son espectaculares! Al fondo de la estancia, y como único vestigio de solemnidad, hay un escudo enorme de la DANU flanqueado por las banderas de todos los países miembros de la agencia a lo largo de todos estos años.

Dando la espalda a las ventanas, el visitante se encuentra con una especie de gigantesco mural en el que se puede ver dibujado al Ganso Goosie Goose vestido de astronauta. No me preguntes cómo ha llegado hasta aquí… Mis investigaciones al respecto, se han vuelto a dar de bruces con el habitual mutismo y sonrisa cómplice de todos los interpelados. De todas maneras, lo averiguaré.

Mirar como gira la Tierra, aquí sentado mientras escribo en mi ordenador, resulta sobrecogedor. Todos hemos visto vídeos o imágenes parecidas alguna vez en las noticias, pero tener, literalmente, el planeta a mis pies es una de las experiencias por las que realmente ha valido la pena venir. Una vívida aurora boreal culebrea y tiñe de verde el horizonte, mientras el azul uniforme de los océanos se alterna con el blanco en el que se enredan las nubes. De vez en cuando se puede distinguir alguna tormenta, y entonces el paisaje se cubre de destellos. Al orbitar la cara del planeta que se va adentrando poco a poco en la noche, las luces de nuestras ciudades comienzan a delimitar los contornos geográficos. El golfo de México, la Península de Florida…

Mi cita con Dana comenzó de manera poco ortodoxa. Llegaba tarde y me vi obligado a balbucear algo parecido a una disculpa.

—Lo siento, me he despistado…

Dana me respondió a la defensiva. Por un momento, temí otro desastre como el sucedido con Anderson.

—No se preocupe. ¿En qué puedo ayudarle señor Sander? Como supongo que sabrá, formo parte de un programa conjunto de investigación entre la Agencia Espacial Europea y la DANU. Estoy segura de que una persona inteligente como usted, comprenderá que el tiempo del que dispongo para todo lo que no sea el desempeño estricto de mis actividades profesionales en esta estación, es limitado.

—…

—No se quede ahí pasmado. El tiempo es oro. Le advierto además, que hay ciertos aspectos de mis investigaciones que no puedo hacer públicos. Espero que lo entienda.

—No me interesa demasiado su trabajo.

Dana Lehner, joven Doctora en Física y Ciencias del Espacio por la Universidad de Leipzig, adoptó en seguida un gesto que revelaba a una persona muy poco acostumbrada a desplantes.

—¿Cómo ha dicho?

—Quiero decir que me interesa mucho más usted, que su trabajo.

—¿A 400 km de la Tierra y no se le ocurre otra cosa que flirtear conmigo señor Sander?

—En realidad no. Lo siento pero hay alguien esperándome ahí abajo. En Brooklyn concretamente. Tenemos una cena pendiente, ya sabe… —Probablemente Pizza.- Añadí.

—¿Tiene usted pareja entonces Señor Sander? ¡Qué lástima! —Respondió Dana con una sonrisa picarona.

—¿Está intentando seducirme doctora Lehner?

—En realidad no. Al contrario que a usted, a mí sólo me esperan mis jefes. En Sajonia concretamente, y dudo mucho que alguno estuviera interesado en cenar Pizza.

No pude evitar reír de buena gana.

 

—¿Cuánto tiempo lleva en esta estación Doctora Lehner?

—Puedes llamarme Dana. Aquí todos lo hacen. Cumpliré seis meses dentro de poco.

—Seis meses…

—Viktor lleva casi dos años. Los rusos suelen ser los que más tiempo se quedan. El Profesor Wang, ocho meses, el Coronel Dayan cerca de diez y Omar llegó aquí un mes antes que yo.

—Aun no he podido hablar con todos. Aquí parecen estar siempre tremendamente ocupados… Muchas veces no tienen tiempo ni para compartir una de esas “estupendas” raciones que…

—No protestes. Tendrías que haber visto lo que comían los astronautas hace veinte años…

—No quiero ni imaginármelo…

—Todos tenemos mucho que hacer y el tiempo pasa deprisa. Disfrutamos de autonomía para realizar con independencia nuestro trabajo. No hay ninguna jerarquía aunque es el Doctor Yun Wang quien se encarga de organizar los experimentos conjuntos. Yo soy experta en física, Wang, biólogo molecular, Dayan está consiguiendo importantes avances que nos ayudarán a entender mejor la materia y la energía oscura. Omar lleva a cabo extraños experimentos relacionados con magnetismo y materiales raros. ¡Es posible que debido a su trabajo, los combustibles fósiles puedan pasar definitivamente a la historia! Por último, Viktor se encarga de mantener a Harmony en forma y, aunque casi todo está automatizado, siempre hay algo que requiere su atención. Anderson y Lawrence van y vienen con las provisiones, piezas de repuesto, componentes, etc. Y ahora, también estás tú.

—El periodista entre los astronautas. Me siento como un avestruz en el nido del águila.

—¿Avestruz? ¿Todos sus símiles son igual de elocuentes, Señor Sander?… —Preguntó Dana divertida.

—Le sugiero que me trate bien Doctora Lehner, tenga en cuenta que todo lo que yo escriba sobre este lugar será leído por millones de personas en todo el mundo.

—Lo sé. Somos conscientes de la importancia que tiene la opinión pública en relación con nuestros proyectos. Esos millones de lectores a los que antes te referías, también son millones de votantes y las urnas determinan las políticas y los fondos que los países aportan a la ONU para el mantenimiento del programa espacial. Descuida, te trataremos con cariño. Ya estamos preparando una fiesta de bienvenida, pero se supone que tú no sabes nada. —Indicó Dana riendo.

—¿En serio?

—Habrá música, globos y hasta luces de colores… Un planeta entero como telón de fondo en tu honor… y… si la dejas continuar con su trabajo… ¡Hasta una chica!

—¿Podré bailar con ella?

—Por ahora, confórmese con una buena conversación. Tiene a su disposición unas cuantas mentes brillantes, nuestra estupenda gastronomía y de beber, agua reciclada de la estación Señor Sander. ¿Qué más puede pedir?

—No me lo perdería por nada del mundo.

Dana me dirigió una mirada divertida al tiempo que se percató de lo agotado que estaba.

—Será mejor que duermas un poco Paul.

Pensé que haría bien siguiendo sus indicaciones así que la dejé trabajar y me fui a descansar.

A pesar de mis esfuerzos, no creas Kate, que conseguí conciliar el sueño tan fácilmente…

¿Te lo puedes creer? ¡UNA FIESTA!

 

            Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

30 de Septiembre de 2.036.

Hola Kate.

Me despierto con Tchaikovski. Se oye por todas partes, proveniente de Lindon High. Me quedo unos minutos acostado en el catre de mi habitación, ensimismado; escuchando. Me imagino a la estación como si estuviera en casa viendo una película de Stanley Kubrick. El Lago de los Cisnes se escucha al principio lejano, pero la melodía va cobrando fuerza a medida que la cámara se centra en un punto brillante que se convierte en el eje central de la escena. Empezamos a distinguir el contorno de la estación, girando majestuosamente al compás de la suave sonata que sale de su interior. La magia del cine hace que podamos colarnos por una ventana al interior de un cuarto no demasiado grande, de aspecto un tanto anárquico, desordenado, que refleja el carácter voluble de su inquilino: Paul Sander, el primer periodista de la historia en abandonar el planeta Tierra para ir a trabajar al espacio.

Me pregunto si no debería pedir un aumento de sueldo. Estoy seguro de que Bruce me diría que debería estar agradecido con la oportunidad que el periódico me ha brindado pero, hasta donde yo sé, el simple hecho de haberme ganado una oscura referencia en la Wikipedia, no va a terminar de pagar la hipoteca… Me levanto somnoliento sin saber muy bien por qué debería preocuparme ahora por las letras de mi apartamento e intento asearme en el minúsculo cuarto de baño, lo cual requiere no pocas dosis de destreza, so pena de aparecer ante el resto de la tripulación como un troglodita recién salido de su cueva.

—Cuida siempre tu aspecto Paul. —Solía decirme mi madre mientras me inundaba el pelo con colonia para bebés antes de salir corriendo a la parada del bus. Para mi desgracia, ella nunca llegó a ser plenamente consciente del estímulo que mis efluvios mañaneros suponían para la cruel imaginación de los niños en aquel destartalado infierno amarillo… Omitiré los detalles Kate, pero por el amor de Dios; jamás se te ocurra regalarme una maldita colonia.

Unos vaqueros, una camisa blanca lo suficientemente ancha como para camuflar el inquietante contorno de mi barriga y ya estoy listo para empezar a trabajar. Compruebo la batería del teléfono móvil y me dirijo a la sala de reuniones de la estación. Como todavía no me oriento con soltura por los numerosos pasillos de la misma, tengo que fijarme en los mapas que ocasionalmente me voy encontrando por las paredes y que, como en los hoteles dicen: USTED ESTÁ AQUÍ.

—Aquí… A medio camino entre la Vía Láctea y la Galaxia de Andrómeda… —Pensé con ironía.

Conseguí llegar, por fin, a Lindon High después de estar un rato deambulando. Las luces de la sala estaban apagadas pero una bola de cristal refractante en el techo fragmentaba en mil colores el verde de la aurora boreal que ardía sobre la Tierra. Goosie Goose seguía allí, sonriente bajo su escafandra. Surrealista.

El Doctor Wang está sentado frente al ventanal con las dos manos apoyadas sobre las rodillas. Su figura es un perfecto ángulo recto y pequeños puntos de colores surcan su rostro. Me siento a su lado, tratando de imitar su postura.

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