Harmony

Harmony


El Diario de Paul Sander

Página 5 de 46

La doctora Lehner es la persona con la que más contacto mantengo desde que recibimos las primeras noticias. Ella está también muy preocupada por su familia en Alemania y parece que la situación en Europa no es mucho mejor que al otro lado del Atlántico. Dana teme especialmente por su hermano que está en Londres. No sabe cómo se las habrá podido ingeniar para salir de la isla.

Ayer, en su laboratorio, no pudo evitar dar rienda suelta a sus miedos:

—Paul, estoy aterrada. El Eurotúnel del Canal de la Mancha quedó colapsado durante los primeros días y cuando la cosa se puso fea, fue dinamitado sin contemplaciones por los franceses que rehúsan a hacerse cargo de una avalancha de refugiados que se cuenta por millones… Sé que no debería dar crédito a todo lo que lea en Internet pero… —Me dijo.

—Estoy seguro de que habrá podido salir a tiempo, si tu hermano es tan listo como tú… —Contesté.

Dana me obsequió con una pequeña sonrisa de compromiso.

—Europa entera está sumida en el caos. Las aguas del Estrecho rebosan con los cadáveres de cientos de miles de españoles, muertos al tratar de alcanzar la costa de Marruecos. ¡Es horrible Paul!

—Y Estados Unidos quiere invadir México ante el cierre de fronteras decretado por el gobierno de Marcos Rivero…

—Una guerra es lo último que nos faltaba.

—Confío en que Kate haya podido llegar al menos hasta Nueva Orleans, no sé nada de ella.

—¿Tu chica?

—No es mi chica… Todavía… —Contesté ruborizado.

—Dana sonrió levemente. —¿Cómo es?

En este punto me quedé un poco bloqueado. No me gusta hablar de ti con nadie, Kate, pero decidí responder.

—Kate es una compañera de trabajo… Ella, no sabe… Bueno no sé si sabe… Es complicado…

—Comprendo.

—En la redacción… Yo intento que no se note… Cuando todo esto termine… yo tenía pensado…

Esta vez Dana rió de buena gana. La primera vez que lo hacía desde el día de la fiesta.

—Tenías pensado volver como un héroe, ¿Verdad? Primero un buen baño de multitudes, y luego a por la princesa…

—Algo así… Ninguna chica se fijará nunca en un tipo como yo. ¿A quién puede importarle alguien que se pasa once horas al día en la redacción de un periódico escribiendo sobre el sex appeal de las mitocondrias? Mido un metro sesenta y mi doctora me ha diagnosticado un índice de masa corporal insano y, como colofón, mi único amigo es otro inadaptado al que veo los fines de semana para ver películas y organizar partidas de rol.

—¡Menudo currículum!

—No soy lo que una joven neoyorquina entiende hoy en día por un tipo atractivo, sofisticado. Kate Brennan se relaciona con ejecutivos, gente de Wall Street y es una periodista con olfato, ambiciosa; realmente buena en su trabajo. Ahora ya da igual, puesto que el mundo se ha olvidado de nosotros, pero cuando el New York Times decidió enviarme al espacio… Se equivocaron… Tenía que haber sido ella.

—…

Por otro lado, si yo fuera capaz de hacer aquí algo verdaderamente único…

—Yo pienso que tu presencia aquí nos sirve a todos de gran ayuda. A veces es bueno contar con perspectivas… Diferentes…

—Por eso escribo el diario… Para recordarlo TODO. No es para mí, es para ella.

—Y otra cosa Paul.

—Dime.

—El mundo no se ha olvidado de nosotros.

—¿Tú crees? ¿Acaso sabes de alguna misión de rescate para sacarnos de aquí? ¿Acaso has visto una sola mención en los medios referida a estas instalaciones  desde que todo se fue a la mierda ahí abajo, Dana?

—¡Omar y el comandante Anderson conseguirán restablecer el contacto! ¡Conseguirán que alguien nos dé instrucciones precisas sobre lo que debemos hacer! ¡Nunca pierdas la esperanza, Paul!

El tono de la respuesta de Dana me dejó estupefacto. Había pronunciado las palabras con la voz rota, muy deprisa, atropellándose con el inglés. La cruel sombra de la histeria estaba rondando la habitación. Así que mentí.

—No perderé la esperanza. Te lo prometo.

Entonces Dana no pudo contenerse y sin dejar de mirarme; comenzó a llorar. Fue un llanto desgarrador.

Lloramos juntos.

Olvidados en el espacio.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

2 de Noviembre de 2.036.

Hola Kate.

Me encontré con Wang cuando éste salía de la cámara de ingravidez. A menudo doy paseos por los pasillos y entro a fisgar en las numerosas estancias de la estación con el fin de distraerme y estirar un poco las piernas. La idea de tener que pasar más tiempo del inicialmente previsto aquí me incomoda cada vez más. Con todo lo que está ocurriendo, mi propósito en Harmony ya no tiene sentido. Estoy seguro de que ahora mismo, los lectores del New York Times tienen cosas mucho más importantes de las que preocuparse. Como diría Bruce:

—No estamos en nuestro mejor momento…

A Wang le gusta pasar tiempo en la cámara de ingravidez de la estación. Se queda ahí flotando, con los ojos cerrados, mientras el resto del equipo trabaja intentando recuperar desesperadamente la comunicación. Su actitud frente a la crisis que estamos padeciendo no está siendo muy popular. Zaitsev no para de criticarle y Omar le contesta diciendo que no debemos extrañarnos; Wang siempre va a lo suyo. 

En cuanto se percató de mi presencia, saludó.

—Señor Sander. Me alegro de verle. ¿Está usted encontrando agradable su estancia en la estación? —Me dijo como quien da los buenos días un domingo antes de salir a cortar el césped.

—Sería bueno que algunos trabajaran más y meditaran menos. —Respondí bastante molesto.

—Respóndame a una pregunta Señor Sander.

-…

—¿Por qué ustedes en occidente son tan aficionados a malgastar su tiempo en causas perdidas? Su idealismo es admirable pero muchas veces, somos los demás los que acabamos pagando las consecuencias de su obstinación.

—Vamos Doctor Wang… Hágame el favor de ahorrarse el sermón.

—¿Ve a lo que me refiero?

—…

—Negar la realidad es un ejercicio inútil y una gran fuente de frustración. Tome usted como ejemplo nuestra situación. En vez de comenzar con los preparativos para afrontar una larga estancia en Harmony, su amigo el profesor Aslan se dedica a malgastar tiempo y recursos intentando recuperar lo que lleva semanas irremisiblemente perdido. En vez de comenzar inmediatamente a planificar el futuro, Viktor Zaitsev insiste obsesionado en evacuar estas instalaciones. Incomprensiblemente, ¡pretende obligarnos a abandonar el único lugar del universo donde estamos a salvo!

—Algunos somos un poco maniáticos a la hora de resignarnos… Todavía tenemos esperanza. —Respondí con gran énfasis.

—Quien volviendo a hacer el camino viejo aprende el nuevo, puede considerarse un maestro. Es de Confucio. —Afirmó Wang.

En ese momento me di la vuelta con la intención de irme tranquilamente por donde había venido.

—Los proverbios orientales no son lo mío. —Respondí.

—Entonces permítame obsequiarle con algo más occidental: Lupus est homo homini.

—No todos en la estación hablamos latín… —Respondí irritado.

—El hombre es un lobo para el hombre. Asinaria, Plauto. 

—Tomo nota. —Respondí con ironía.- Y ahora, si me disculpa…

Pero cuando apenas había dado dos pasos en dirección al gimnasio, Wang me espetó:

—Prepárese para lo que está por venir Señor Sander. No piense que porque se encuentra usted rodeado de personas brillantes todo se va a desarrollar de manera racional. No crea que, porque está usted entre los mejores, nada puede salir mal. No confíe en todo el mundo, señor Sander.

—¿Qué quiere decir? —Respondí alarmado.

—Es usted periodista. Estoy seguro de que sabrá leer entre líneas. Manténgase alerta. Continúe con su trabajo; con sus… entrevistas. Más pronto que tarde, tendrá ocasión de comprobar todo lo que le he dicho. ¡Ah! y por favor, venga a verme de vez en cuando. Aunque no lo crea, me agrada disfrutar de su compañía. Su presencia es una bocanada de aire fresco en esta estación. En la República Popular China no hay demasiados como usted… Y ahora, si me disculpa, le deseo que pase un buen día.

Como habrás visto Kate, la charla no resultó precisamente tranquilizadora. ¿A qué se refería Wang cuando dijo que debía mantenerme alerta? ¿Acaso hay cosas que desconozco? Al fin y al cabo, no soy más que un recién llegado… ¿Me he forjado una imagen equivocada de la estación? ¿Está Yun Wang jugando conmigo?

Demasiadas preguntas y pocas respuestas por ahora, Kate. Aunque no estoy seguro de que sea buena idea, me temo que ha llegado el momento de averiguar lo que verdaderamente está pasando aquí…

Que descanses.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

10 de Noviembre de 2.036.

Hola Kate.

Los días pasan y continuamos incomunicados. Está claro que el hecho de que Houston lleve casi un mes sin responder a nuestro intento de establecer contacto, ha terminado con mis esperanzas de obtener una respuesta rápida sobre lo que está pasando. Los nervios, la incertidumbre y la tensión nos han hecho llegar hasta el deprimente punto de tener que discutir hasta por la comida y es que, al parecer; Morgan Lawrence ha estado haciendo algunos cálculos por su cuenta.

—Si racionamos las provisiones, es posible aguantar más de un año.- Declaró.

—¡El primero al que se le ocurra meter la mano en la despensa tendrá que vérselas conmigo! —Exclamó Dana indignada. —¿Qué es lo que os pasa?

—Nuestra obligación es ser previsores. —Respondió Wang.

—De la comida me encargo yo. —Insistió Dana molesta. —Además, estoy segura de que todo esto se habrá arreglado mucho antes de tener que vernos obligados a vivir como en un campo de refugiados.

—¿Acaso no es eso exactamente lo que somos? —Contestó Lawrence con ironía.

Zaitsev se revolvió incomodo en su silla para insistir de nuevo en la necesidad de evacuar cuanto antes la estación, lo cual provocó un gesto de desaprobación por parte de Wang.

—Lo que propones es imposible Viktor. Vete haciendo a la idea.

—¿Imposible? Tan solo tenemos que coger esa maldita nave y…

—Será mejor que dejemos algo claro desde el principio. —Intervino Anderson amenazante.- El transbordador espacial Reacher pertenece al Gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica y nadie en esta estación va a poner un solo pie en él sin mi autorización. ¿Ha quedado claro?

—¿Y qué vas a hacer para impedírmelo? —Respondió Viktor desafiante.

—¡Basta! —Exclamó Aslan. —Ya está bien de bravatas por ambas partes.

—…

—Creo que lo mejor será que todos nos vayamos a trabajar. Ya hablaremos más adelante. —Concluyó Wang.

Si algo he aprendido trabajando en el periódico, es que en cualquier equipo siempre hay alguien encantado de perder los nervios, y esta estación, por muy científica que parezca, no es una excepción. Tras semanas de actividad frenética, todos empezamos a mostrar los primeros síntomas de agotamiento. Hay familias y seres queridos de los que no sabemos nada… compañeros… amigos… Kate, tu eres una mujer joven, fuerte, llena de recursos para poder salir adelante, pero no todo el mundo cuenta con tanta suerte… ¿Sabías que la abuela de Dana, frau Gertrud, lleva años en silla de ruedas? ¿Qué va a ser de ella cuando todos salgan corriendo?

Son preguntas para las que no tengo respuesta.

Toda esta incertidumbre, los rumores y la falta de información, abren las puertas a la imaginación. Cualquier pequeña preocupación puede convertirse en una noticia horrible y descabellada. Dana habla de enormes extensiones por todo el planeta declaradas en cuarentena con millones de personas atrapadas en su interior. ¿Realidad o exageración? Guerra en México, la Federación Rusa, el Sudeste Asiático, Australia… Israel arrasada por los árabes… ¡Es absurdo! África está plagada de campos de concentración donde cientos de miles de europeos mueren bajo el sol abrasador de sus desiertos o la sofocante espesura de las selvas sin que nadie haga nada…

Desde luego, yo prefiero pensar que todo esto no son más que disparates, pero Dana argumenta lo contrario.

—Como periodista, aprendí pronto a no dar crédito a lo que cualquier chalado publica en internet. Hazme caso. —Le digo.

En el otro extremo de este carrusel de emociones en que se ha convertido la doctora Lehner está la misteriosa y discreta figura del israelí David Dayan. Casi nunca está y las raras veces que nos honra con su presencia, permanece siempre callado, observando. Zaitsev afirma que lo único que le importa a Dayan es encontrar a los culpables de todo esto. Está convencido de que lo sucedido tiene una explicación y no piensa parar hasta encontrarla. 

—Lo más importante es dar con los responsables. —Afirmó con determinación.

—Pero… ¿Qué responsables? —Pregunté sorprendido. —¿Qué importancia puede tener eso ahora? ¿Acaso no deberíamos concentrarnos en trabajar juntos para salir de todo este embrollo?

—Tú eres de Nueva York. ¿No?… Ya sabes cómo son los judíos… Les encantan las conspiraciones. —Dijo Zaitsev con zafiedad.

—…

Así están las cosas, Kate. Cada jornada nos trae consigo una nueva y alarmante especulación de Dana, un nuevo enfado de Viktor, una nueva cara de circunstancias de Wang, una nueva negativa de Anderson, un nuevo encogimiento de hombros de Lawrence, un nuevo apaciguamiento de Aslan, una nueva y conveniente ausencia de David Dayan…

Por otro lado, y dejando atrás nuestras pequeñas miserias, las instituciones tampoco es que hayan hecho un gran trabajo gestionando esta crisis. Las redes gubernamentales están repletas de comunicados oficiales, consejos sobre cómo acometer largos viajes a pie, órdenes de evacuación y… ¡Partes meteorológicos! Lo más inquietante es que este absurdo patrón se repite en todas partes. Reino Unido, Alemania, Francia, España, Italia… Al final todo se reduce a un SÁLVESE QUIEN PUEDA, DÉJENLO TODO Y HUYAN AL SUR.

Parece que las infraestructuras todavía resisten… Quiero decir… Los satélites siguen ahí, no se han precipitado en una especie de lluvia demencial sobre la Tierra, pero el problema es que NADIE responde al otro lado. Hemos perdido todas las señales de radio y televisión, la red es un cementerio donde el tiempo pareciera haberse detenido. Las webs de los medios, los foros, los blogs, las redes sociales… ¡Está todo sin actualizar! Es como si no hubiera nadie, en ninguna parte. Y no sólo está pasando en América, ocurre en todos lados, incluso en países situados tan al sur como Sudáfrica, Australia o Argentina. La edición online del diario bonaerense Clarín ha quedado reducida a un gigantesco titular: EL FIN.

Para empeorar aún más las cosas, hace un tiempo que somos testigos de un fenómeno que nos pone los pelos de punta, Kate. Algo cuyo impacto es sólo comprensible por los que hemos pasado el suficiente tiempo aquí como para poder calibrar la gravedad de lo que está ocurriendo.

La luz… Nuestra luz, Kate, se está apagando.

De norte a sur, nada queda ya de lo que antes era un radiante mosaico de ciudades refulgentes. Harmony surca ya la cara nocturna de la Tierra en medio de una pavorosa oscuridad y nosotros, los espectadores espantados de este macabro teatro, nos dividimos entre el instinto de supervivencia y la irresistible necesidad de acudir cuanto antes al encuentro de nuestros seres queridos. Con el fin de evitar más conflictos, Dana me ha pedido que hable en privado con Viktor.

Quiere que sea yo el que intente apaciguar al ruso… ¿Es que no pueden dejarme al margen de sus trifulcas? Tanto ha insistido que, de mala gana, le he prometido que lo haré…

Muchas veces pienso que, en cualquier momento, voy a despertar.

Despertar, por fin, en Brooklyn.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

14 de Noviembre de 2.036.

Hola Kate.

Tal y como le prometí a Dana, he hablado con Zaitsev.

Le encontré en el Museo Ellen Ripley contemplando con aire taciturno las cientos de fotos que adornan las paredes. Tenía una botella de vodka en la mano.

—¡Paul Sander! -Exclamó con sorpresa.- ¿Ya es la hora?

—¿La hora de qué? —Respondí.

—¡De nuestra maldita entrevista! Por eso te paseas por ahí con ese condenado teléfono… Grabándolo todo… ¿No?

—¿Me das un trago de eso? —Pregunté cambiando incómodo de tema.

—¡Claro! —Exclamó Viktor tendiéndome la botella.

Bebí un sorbo que me supo a rayos y puse el vodka sobre la estantería.

—Tranquilo, sólo bebo un trago de vez en cuando… —Quiso aclarar el ruso.

—¿Te imaginas un paseo espacial con resaca?

—Menudo experimento… —Respondió Zaitsev sonriendo.

—Miedo me das… —Asentí.- Dime una cosa, a quien se le ocurrió almacenar aquí todos estos… ¿recuerdos?

—Cuando llevas el tiempo suficiente entre estas paredes SABES que, en realidad, estás atrapado. Harmony te atrapa.

—…

—Una gran dama blanca que gira grácilmente en el espacio, brillante, pero celosa.

 

De repente me pregunté si Viktor no habría bebido demasiado…

 

- Harmony no quiere que te vayas. —Continuó —No soporta la soledad y su gran tragedia es que, pese a su inconmensurable belleza, pese a la perfección de sus líneas, ninguno de los que aquí llega lo hace para quedarse.

Miré a Zaitsev de forma un tanto extraña. ¿Estaba aquel hombre en sus cabales?

—…

—Aquí todos somos aves de paso y eso le cabrea.

—¿Qué niño no ha soñado alguna vez con alcanzar las estrellas? —Pregunté. 

—Ah sí… ¡Las estrellas! Vemos esos documentales sobre galaxias lejanas y pensamos que algún día podremos salir ahí fuera a conquistarlas. Para justificar nuestro desvarío, nos escudamos en nuestra insaciable curiosidad, en nuestra necesidad vital de ir siempre más allá… Yo lo llamo “el efecto Marco Polo”. Antes de ponernos el traje espacial, invocamos a Cristóbal Colón, James Cook, Livingston, Amundsen… y tantos otros… Pensamos que realmente podemos ir MÁS ALLÁ…

—Estas instalaciones son una prueba…

—¡TONTERÍAS!

—Pero…

—Escriba esto en su libreta, Sander: El espacio es una mierda.

—No puedes estar hablando en serio Viktor. Por todos los demonios… Eres una celebridad y ¡el ser humano que más tiempo ha pasado en esta estación!

—¿Sabes lo que ocurriría si intentásemos llegar a Próxima Centauri? 

—Es la estrella más cercana a nuestro sistema solar. —Asentí.

—Los cálculos más optimistas estiman un viaje de ochenta y cinco años.

—…

—Y esto con una tecnología con la que hoy en día sólo podemos soñar. ¿Sabes lo que significa pasar tanto tiempo metido en una lata parecida a esta, Sander?

—Seguro que sería algo bastante más moderno y confortable…

—Acabarían todos comiéndose unos a otros —Sentenció Zaitsev dirigiéndome una mirada sombría.

La imagen del Capitán Kirk, sucumbiendo en una masacre caníbal en el puente del USS Enterprise perturbó mi imaginación. Hora de trivializar la conversación. 

—Si busco bien entre las estanterías… ¿Podría encontrar un Kalashnikov? —Quise saber.

 

Viktor rió de buena gana.- Como mucho, palos de golf…

—¿Palos de golf? —Pregunté contento de que Zaitsev se relajara un poco.

—Pertenecen a Sir George Dickinson, un intrépido astronauta británico que vino con las primeras misiones a la estación. Solía decir que un auténtico caballero del imperio nunca salía de casa sin ellos y que no veía ningún motivo por el que el maldito espacio exterior debía ser una excepción…

—¿Se trata de una broma? 

—Compruébalo tú mismo.

Me dirigí a donde Viktor señalaba. La instantánea de un tipo con perilla y el pelo largo recogido con una coleta, sonreía sosteniendo un palo y un par de pelotas de golf en la cámara de ingravidez de la estación. La fotografía no dejaba lugar a dudas.

—Sir George Dickinson…

—También resulta ser uno de los mayores expertos en radiometría de toda la Unión Europea. Los resultados de sus experimentos han sido decisivos para la puesta en marcha de no pocos proyectos.

—Vaya… Me pregunto qué van a opinar mis lectores de todo esto… —Respondí.

—Ya no te quedan lectores. ¿Acaso no es eso lo que dice Wang? ¿Qué nadie va a leer nada de lo que estás escribiendo? —Preguntó Zaitsev con acritud.

—Así que tú también piensas que pronto no quedará nadie con vida ahí abajo… —Respondí a la defensiva.

—Lo que me enferma es quedarme aquí, sin hacer nada.

—Anderson dice que volver por nuestra cuenta sería una maniobra arriesgada. Hay un montón de cosas que podrían salir mal.

—¿Tienes miedo a morir Sander?

—Bueno… —Respondí un tanto desconcertado.- Yo también quiero volver… Tengo… Supongo que todos tenemos razones para regresar… Pero no me gusta hacer locuras. De todas maneras, soy periodista, no astronauta… Si La Fuerza me hubiese querido a los mandos de un X-WING, mi nombre sería Luke Skywalker, no Paul Sander.

—Anderson es un cobarde y desde luego, él no da aquí las órdenes. Escribe eso también en tu maldito artículo. —Sentenció Zaitsev amenazador.

—Aunque no los comparta, puedo entender sus argumentos. No sabemos exactamente lo que ha ocurrido ahí abajo Viktor. Desconocemos el origen y las características de la enfermedad. Ni siquiera entendemos bien cómo se transmite. Wang afirma que Wicca está en el aire. Puede que en unos meses se haya desvanecido. Si esta hipótesis fuera posible, tiene sentido esperar.

—Wang es un bocazas.

—¿Me estás diciendo que Wicca es capaz de matar en pocos meses a siete mil millones de personas Viktor? Eso es imposible.

—Nuestro planeta ya ha vivido extinciones masivas en el pasado.

—¿En serio vas a comparar lo que está ocurriendo con los dinosaurios?

—¡Debemos hacer algo!

—¡Cálmate! —Respondí angustiado.

—Métete esto en la cabeza Sander: Viktor Zaitsev no va a quedarse sentado en esta maldita estación. Pienso volver, con o sin vosotros. Ya estoy harto de suposiciones.

—Pero…

—¿Tienes miedo a morir Sander?

Con esta tremenda pregunta, formulada dos veces en el transcurso de la conversación, Zaitsev dio por concluido nuestro encuentro. Salí de allí, Kate, con la inquietante sensación de que aquel hombre estaría dispuesto a todo, con tal de volver a casa.

Wang va a tener problemas.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

15 de Noviembre de 2.036.

Hola Kate.

El proceso de transcribir todas mis conversaciones resulta muchas veces agotador. Al fin y al cabo, soy periodista, no escritor. Mi charla con Zaitsev ha puesto de manifiesto que el ruso necesita afrontar las cosas con más calma. Es evidente que toda esta situación, y quién sabe si el vodka, ha terminado por trastornarle. Si él mismo admite que está dispuesto a hacer lo que sea con tal de salir de aquí… ¿Hasta dónde estaría dispuesto a llegar con tal de conseguirlo?

Me alegra que Omar también opine que Zaitsev es una persona inestable. Cuando le hablé sobre nuestra charla, su semblante adquirió un evidente tinte de preocupación. Dana Lehner también estaba presente.

—Efectivamente, Zaitsev puede convertirse en un problema. —Afirmó Aslan.

—¿Y qué sugieres? —Preguntó Dana.

—Por ahora nada. Nos limitaremos a tenerlo vigilado, pero si la situación se descontrolase…

—Odio que estemos divididos. —Dijo Dana.

—No estamos divididos. —Aclaró Omar.- Es normal que haya diversidad de opiniones. Por el amor de Dios, todos aquí somos personas civilizadas. La tripulación ha sido entrenada, todos tenemos una formación excepcional… Somos científicos.

—Gracias —Respondí.

Omar se dio cuenta de su metedura de pata.

—Perdona, no pretendía parecer arrogante.

—No importa. -Dije sonriendo.- Ni en un millón de años podría estar yo a la altura de tanta eminencia…

—No seas tonto… —Intervino Dana dirigiéndome un gesto cariñoso.

—Viktor admite que es posible que Wicca no deje supervivientes. —Dije para tantear el terreno.

Ir a la siguiente página

Report Page