Harmony

Harmony


El Diario de Paul Sander

Página 6 de 46

—Eso es una estupidez —Argumentó Omar.- Ningún patógeno puede exterminar de golpe a toda nuestra especie. Y menos en tan poco tiempo. Ningún virus conocido es capaz de eliminar a siete mil millones de seres humanos repartidos a lo largo y ancho de todo un planeta como el nuestro. ¡Afortunadamente, no vivimos todos juntos! Hay que tener en cuenta fronteras naturales formidables, océanos, montañas, desiertos, miles de islas, cinco continentes…

—Pero la Tierra ya ha sufrido varias extinciones en el pasado y por lo que sabemos… —Respondió Dana temerosa.

—No SABEMOS nada. —Aseguró enfáticamente Omar.- Todo son rumores.

—¿Pero qué pasa con las noticias? ¿Y las redes sociales? Todo ha ido dejando de funcionar a medida que Wicca avanza de norte a sur. —Argumenté con cierta aprensión.

—Que la gente no entre en Twitter no quiere decir que estén muertos, Paul. —Dijo Omar.

—Pueden haberse refugiado en lugares inhóspitos. —Apuntó Dana.

—¿De vuelta a las cavernas? —Respondí con sarcasmo.

Dana intentó sonreír pero sólo consiguió dibujar una extraña mueca.

—A estas alturas, nadie va a venir a buscarnos. Estamos solos en esto. No vamos a recibir instrucciones de NASA ni de la DANU, ni de nadie diciendo lo que debemos hacer. Tenemos que convencer a los demás para comenzar cuanto antes, a hacer los preparativos para evacuar con seguridad esta estación.

—¿Qué significa cuanto antes? —Preguntó Dana.

—Seis semanas a lo sumo.

—Wang quiere esperar un año. —Dije.

—Es una locura. —Contestó Omar.- Wang subestima la presión que sus teorías ponen sobre los hombros del equipo. De seguir insistiendo, no creo que aguantásemos ni tres meses más sin que ocurriera una desgracia.

—Ya tenemos a Viktor como un pura sangre desbocado… —Añadió Dana.

—Efectivamente. Hay que pensar en otra solución. Ni marcharnos mañana mismo como quiere Zaitsev, ni dentro de un año como dice Wang.

—Pero ese es el tiempo que Wang estima para que Wicca remita. Para poder volver con garantías.

—¿Qué sabe Wang de Wicca? —Respondió Dana con tono airado.- ¡Ninguno de los que estamos aquí sabemos nada sobre la enfermedad!

—En realidad, la Wicca es una religión neo pagana que algunos vinculan con la brujería. —Respondí.

—Qué agradable… —Dijo Dana.

—Cosas de los medios escandinavos. Ellos le pusieron el nombre. —Expliqué.

—¿Y cómo sabes tú todo eso?

—¿Porque soy periodista e intento elegir bien mis fuentes? —Respondí de repente con acritud.

Dana se puso a la defensiva y me retiró la mirada. 

—Ya estamos otra vez discutiendo… —Pensé con tristeza.

Omar intervino rápidamente en la conversación.

—Sería bueno que supiésemos que se trae David Dayan entre manos… ¿Te importaría seguir ejerciendo de periodista Paul? Habla con él, a ver que le sacas. Te prometo que cuando lleguemos a casa me encargaré de que te otorguen el Pulitzer.

—No me conformaré con nada que no sea el Nobel de literatura.

—Me temo que en Estocolmo ya no quedará nadie para entregártelo… —Bromeó Omar.

—Muy gracioso. —Apostilló Dana.

—Será mejor que me ponga en marcha. Tengo mucho que “espiar”. —Dije un tanto incómodo.

De vuelta en mi habitación, reflexioné sobre el cariz que estaban tomando los acontecimientos. Odio sentirme utilizado y algo me dice, Kate, que aquí, algunas cosas, no son lo que parecen.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

20 de Noviembre de 2.036.

Hola Kate.

Hoy me he levantado con la desagradable sensación de ser una marioneta en manos de Omar. Su interés por conocer el contenido de mis conversaciones con el resto de los miembros del equipo me desconcierta. ¿Querrá la información para ayudarnos a volver a casa lo antes posible, o me está utilizando para sus intereses personales?

La idea de permanecer por mucho más tiempo en este lugar se me hace insoportable. Puede que lo que encontremos al volver a casa sea mucho peor que este lugar, es posible que la situación esté tan deteriorada que no reconozcamos nada de lo que, hace tan solo unos meses, dejamos atrás. Lo que pueda ocurrir, ya no me importa.

Estoy de acuerdo con Dana, es triste que el grupo esté dividido. Uno nunca hubiera esperado un conflicto tan amargo. Al fin y al cabo, son científicos… Personas equilibradas, inteligentes, racionales…

O quizás no tanto… 

—Cuando hablamos de ciencia Paul, ten siempre en cuenta el siguiente axioma: “El número de colegas envidiosos dedicados de por vida a refutar tus hipótesis es siempre inversamente proporcional a la brillantez de las mismas.”

Sonreí con un gesto áspero.

—Nadie es perfecto. Ni siquiera Stephen Hawkings…

Estuve unos cuantos días dando vueltas inútilmente por la estación. Tenía la intención de hacerme el encontradizo con el Coronel Dayan, pero mis esfuerzos por simular un encuentro casual resultaron inútiles. Harto de buscar a un fantasma, finalmente opté por la aproximación directa. Nervioso, y después de la cena, llamé a la puerta de su habitación y al cabo de unos segundos, el Coronel Dayan abrió la puerta. Tenía aspecto de no haber dormido bien en unos cuantos días.

—Ah… Es usted…

—Coronel Dayan, disculpe las molestias… ¿Quizás esperaba a otra persona?

—No esperaba a nadie.

—¿Podemos hablar?

—¿Quién le envía señor Sander?

—Puede llamarme Paul. Y no me envía nadie -Mentí.- Tan sólo intento mantenerme ocupado. Ya sabe, seguir trabajando, aunque, dadas las circunstancias, no sé si tiene demasiado sentido… ¿Puedo pasar?

—Adelante —Respondió David mientras asentía haciendo un gesto con la cabeza.

La habitación del Coronel, a diferencia de la mía, estaba exquisitamente ordenada y era mucho más espaciosa. Sé por Dana que el trabajo de laboratorio muchas veces se extiende más allá de la propia investigación, con lo que casi todas las estancias en Harmony disponen de instrumental y ordenadores que permiten continuar con el trabajo.

—Es para maximizar la productividad. —Me explicó la doctora Lehner.

Cuando le pregunté a David por el tiempo que hacía que no descansaba, me respondió de manera un tanto abrupta.

—Aquí se viene a trabajar señor Sander. Harmony no es un hotel ni un plató de televisión.

—¿Le incomoda mi presencia en la estación Coronel?

—Le seré sincero. Soy de los que opinan que estas instalaciones no son el lugar más adecuado para un periodista.

—En eso estamos totalmente de acuerdo. —Afirmé con rotundidad. -¿Qué tal si nos metemos todos en ese transbordador y nos marchamos de aquí?

—Me temo que esa decisión no depende de mí y ahora si me disculpa, tengo trabajo. —Respondió Dayan visiblemente incómodo.

—Su especialidad, su trabajo aquí. ¿En qué consiste exactamente?

—No estoy autorizado a hablar de ello.

—Pero usted es uno de los mayores expertos mundiales en materia y energía oscura. ¿Cierto?

—Mi trabajo es propiedad del gobierno de Israel.

—Esta estación está bajo la jurisdicción de las Naciones Unidas, Coronel Dayan.

—La ONU ya no existe.

—Y por lo que sabemos, puede que su gobierno tampoco…

David Dayan, me miró entonces de una forma muy extraña. Su expresión denotaba una mezcla de enfado y tristeza mezclados con una fanática determinación. Respiró muy profundamente y agarró el borde de una silla con tanta fuerza, que pude percibir claramente como los nudillos de ambas manos se ponían blancos por la presión.

—Nunca vuelva a decir eso. —Me dijo muy despacio.

—Perdone… —Rectifiqué.- Todos estamos sometidos a mucha presión.

—Cuando todo esto termine. Cuando hayamos superado esta crisis señor Sander…

—¿Cómo vamos a superarlo? —Interrumpí.

—Nuestra primera tarea será hacer que los responsables paguen por lo ocurrido.

—¿Qué responsables? ¿De qué demonios está hablando?

—Evitar que nuestros hijos olviden…

—¿Qué es lo que sabe Coronel? No tiene ningún derecho a ocultar información. ¿Tiene usted amigos en el Mosad? ¿Mantiene algún tipo de contacto con su gobierno? ¡Por el amor de Dios! ¿A qué viene tanto secretismo?

—Todavía no está usted preparado.

—¡Ahórrese su condescendencia! —Estallé.

—Tengo mucho trabajo por delante Señor Sander y le veo algo alterado. Creo que será mejor que se marche.

—Y yo creo que usted no se encuentra bien. Hablaré con el profesor Aslan para…

Dayan volvió a interrumpirme con la mirada. Me pareció casi la expresión de un perturbado. Sus últimas palabras no ayudaron a desmentir esta impresión:

—Y el Señor habló a Moisés diciendo: ¡Toma primero venganza de lo que han hecho a los hijos de Israel!

Esto tiene mala pinta Kate. No sé qué es lo que pretende Aslan pero, a estas alturas, me niego a competir contra Moisés.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

21 de Noviembre de 2.036.

Hola Kate.

Creo que he conseguido desarrollar una relación especial con la doctora Lehner. No sólo es mi mayor y más fiable fuente de información sino que además, siento que hemos… conectado. No se trata, por supuesto, de nada romántico… ¡Puedes estar tranquila! No… Nada de eso… Es algo mucho más prosaico, pero a la vez, genuino. En realidad, Dana es en quien más puedo confiar. Hoy, casi nos dimos de bruces en el compartimento donde está almacenado todo el material EVA destinado a los paseos espaciales.

—¡Sander! ¡Menudo susto! —Exclamó Dana.

—Doctora Lehner… No era mi intención. —Respondí un tanto aturullado.

—¿Hoy no tienes a nadie a quien entrevistar? —Preguntó con sorna.- ¿Qué demonios haces aquí?

—A veces vengo a mirar los trajes. —Confesé.

—Anda, ayúdame a revisar los equipos. —Respondió Dana afectuosamente.

Entre los utensilios que la doctora Lehner estaba manipulando, destacaba una sierra de mano de aspecto poco amigable.

—¿Qué es eso? —Pregunté señalando.

Dana la activó, y la hoja circular comenzó a girar de manera tan endiablada como silenciosa.

—Si te quedas enganchado y tienes que cortar algo ahí fuera, mejor será que esté bien afilada.

—¿Has tenido que usarla alguna vez? —Pregunté con aprensión.

—¡No! Normalmente es Zaitsev quien realiza las reparaciones en el exterior.

La doctora Lehner abrió el compartimento donde estaban guardados los impresionantes trajes espaciales, desarrollados por la DANU para llevar a cabo actividades extra vehiculares fuera de la estación. Lo que tenía ante mí, era de factura mucho más moderna que los antiguos dispositivos empleados por los astronautas a lo largo del siglo XX, parecían sacados de una película de ciencia ficción.

—¡Guau! —Exclamé.

—¿Te gustaría probarlo? —Preguntó Dana divertida.

—¡Estoy demasiado gordo! —Admití un tanto avergonzado.

—Seguro que podremos encontrar una talla extra grande.

—¡Eh! ¡No te pases! —Exclamé.

—¡Damas y caballeros! ¡Vengan a ver a Paul Sander! ¡Nuestra Albóndiga Espacial!

Las burlas de Dana consiguieron ensombrecer mi rostro.

—No tiene gracia. —Dije.

Ella enseguida quiso rectificar.

—Lo siento si te he molestado Paul. No pretendía ofender, de todas formas, tampoco es para tanto.

—¿Es que tú no tienes ningún trauma infantil? —Pregunté intentando justificar mi estúpido enfado.

—Claro que sí. —Respondió Dana para mi sorpresa.

—Me tomas el pelo. Las valkirias como tú, son todas perfectas. —Dije.

—Haremos un trato. Yo te cuento mi insoportable niñez y tú me cuentas la tuya. —Propuso Dana.

Nos sentamos en el estrecho banco metálico que ocupaba el centro de la estancia, al fondo, escoltada por las taquillas, una ventana rectangular dejaba entrever el fulgor de la Tierra.

—Supongo, que de no haber sido por el sobrepeso, hubiese tenido infancia mucho más feliz. En el colegio, los niños pueden llegar a ser muy crueles. —Afirmé retrotrayéndome treinta años en el pasado.

Dana asintió, como si supiera exactamente de lo que estaba hablando.

—Mis padres me han querido siempre mucho. Especialmente mi madre, un ángel adorable y protector pero atormentado ante la posibilidad de que su hijo no estuviera comiendo lo suficiente. Yo le agradecía de buena gana el esfuerzo, pero algunos de mis compañeros no opinaban lo mismo. Especialmente, Mike Schreder.

—Oh Paul… —Dijo Dana con tristeza.

—Schreder era un abusador. El matón del colegio. Más alto y más fuerte que los demás, le gustaba ensañarse con los empollones, con los flojuchos y, por supuesto, con los gordos…

—Siento mucho haberte llamado Albóndiga Espacial Paul… ¿Podrás perdonarme? —Dijo Dana poniendo morritos.

—Recuerda que todavía tienes que contarme tu historia…

—Cierto… —Admitió Dana enarcando mucho las cejas.

—De todas maneras, no fui yo el que peor lo pasó en aquellos pasillos. Había otro chico. Joe Mendoza.

—¿Joe Mendoza?

—Un niño flaco, tímido y con serios problemas de dicción. Cada vez que la señorita Claire le mandaba a leer algo en voz alta, toda la clase estallaba riendo a carcajadas. Schreder decía que Joe nunca sería capaz de hablar bien porque sus antepasados se alimentaban comiendo lagartos en la selva.

Mendoza, Mendoza, Mendoza

Se comió cuatro mariposas

La cabeza de un lagarto

Y todavía no está harto.

—¿Le compuso una canción? —Preguntó Dana aterrorizada.

—Se la cantamos durante un año, prácticamente todos los días. —Dije apesadumbrado.

—Pobre chico…

—Lo peor de todo es que yo, otra de las víctimas de Schreder, disfrutaba con aquello como el que más. —Confesé.

Dana no supo que responder.

—¿Patético verdad?

—¿Y qué fue de Joe?

—No lo sé. Repitió curso y lo dejamos atrás. Nunca tuve la oportunidad de pedirle perdón. —Respondí con el corazón encogido.

—Bueno… Todo eso ocurrió hace mucho tiempo… Y no erais más que niños… —Dijo Dana intentando desdramatizar un poco el ambiente.

—Su turno, Doctora. Hora de escuchar tu desgarradora historia.

—Creo que renunciaré al privilegio.

—¡No puedes hacer eso! —Protesté.

—¡Claro que puedo!

—¿Que eras? ¿Bizca? ¿Tenías aparatos en la boca? ¿Mal aliento? —Inquirí divertido.

—Durante muchos años, hasta llegar a la facultad, tuve que vivir con un horrible mote… —Respondió Dana afectada.

—¿Dana la farsante? —Pregunté divertido.

—DANA LA PLANA.

—¡JAJAJAJAJAJAJAJA!

—¡No tiene gracia!

—¡Dana la plana! ¡Dana la plana! ¡Dana la plana!

 

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

23 de Noviembre de 2.036.

Hola Kate.

La voz grave de Morgan Lawrence llegaba amortiguada, precediéndole por los pasillos de la estación.

—¡A Lindon High! ¡Todos a Lindon High!

Un segundo después, el rostro del copiloto del transbordador espacial asomaba por la puerta del comedor donde estábamos charlando Dana, Omar y yo. Visiblemente alarmado y con las facciones desencajadas, Lawrence insistió.

—¡Corred!

  La rápida reacción de mis compañeros reveló las virtudes de su entrenamiento. En el tiempo en el que a mi atolondrado cerebro le llevó procesar que algo verdaderamente importante estaba ocurriendo, Omar y Dana ya habían salido disparados en dirección a la sala de reuniones de la estación.

Cuando llegué, el último y resoplando, estaban todos en silencio con la atención fijada en el inmenso ventanal.

—¿Qué ocurre? —Pregunté.

Me acerqué al cristal pero no me percaté de nada extraño. El planeta seguía estando a nuestros pies, tan silencioso y majestuoso como siempre. Entonces, de repente, las vi. Primero una, luego otra, y otra… Salpicando el hemisferio sur, intermitentes.

—¿Cuantas van? —Preguntó Omar en un ahogado susurro.

—Yo he contado ya diez o doce antes de que llegarais. —Contestó Zaitsev desde un oscuro rincón cercano a un extremo de la sala.

—Australia, Nueva Zelanda, Indonesia, Filipinas…

—¿Como han podido? —Dije anonadado. 

—Es el fin… —Sollozó Dana.

—Toda la región quedará devastada.

—Las ciudades… Toda esa gente…

—Han debido ser los chinos… —Dijo Aslan con amargura.

—Estoy seguro de que los americanos también tienen sus juguetes nucleares en la zona… —Respondió Wang con tono desafiante.

—No importa quien haya sido. —Quiso zanjar Lawrence.

—¿A no? —Insistió Zaitsev. —Yo creo que sí que importa.- Creo que si hay una guerra nuclear ahí abajo es algo que debería importarnos a todos.

—¿Que vas a hacer Zaitsev? ¿Vas empezar a cavar trincheras en la cocina? —Respondió molesto Anderson.

—Creo que será mejor mantener la calma. —Terció Aslan.

—¿Tú de qué lado estás Omar? —Quiso saber rápidamente Anderson.

—Del lado del sentido común, Thomas.

—¿Te vas a quedar ahí sentado tan tranquilo viendo el espectáculo?

—¡No sabemos qué ha ocurrido! ¡No tenemos ni idea! —Intervine…

—Caballeros… —Quiso mediar Wang aplacando de paso mi impulso de abofetear a Anderson. —Les ruego que dejen a un lado sus diferencias. Como bien dice el señor Sander, estamos aislados, incomunicados; y por lo tanto debemos ser prácticos. A partir de ahora, nuestro comportamiento aquí y todas nuestras acciones, deben estar encaminadas a la consecución de un solo objetivo.

—¿Ah sí? —Contestó Zaitsev burlón. ¿Ahora estás tú al mando, Wang? ¿Quién demonios te has creído que eres?

—¡Deja que hable! —Exclamó el Coronel Dayan dando un manotazo sobre la mesa.

—¿A qué se refiere exactamente Doctor Wang? —Preguntó Dana con voz temblorosa.

—A sobrevivir.

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

24 de Noviembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Wang ha venido a verme. Puede que sea su excesiva cortesía o ese aire de constante superioridad, pero lo cierto, es que cada vez le soporto menos. Si tuviera que describirlo, diría que Wang es como uno de esos burócratas del Comité Central del Partido Comunista que salen de cuando en cuando en las noticias. ¿Alguna vez te has fijado cómo aplauden? Nunca de manera estrepitosa. Se levantan a la vez, como impulsados por un resorte y baten sus pequeñas palmas con suavidad. Déjame decirte una cosa Kate, yo no me fío de la gente que aplaude sin hacer ruido. Es antinatural.

Escuché pasos acercándose a mi habitación mientras trataba de poner en orden mis notas sobre todos los desastres ocurridos desde el comienzo de esta pesadilla. Es algo que he intentado hacer varias veces, pero que todavía no he conseguido llevar a cabo. ¡Siempre me interrumpen! Hoy, fueron los nudillos de Wang, tocando suavemente la puerta.

—¿Señor Sander?

—¡Adelante! —Exclamé.

—Por favor, discúlpeme si le molesto.

—No… Tan solo estaba… —Respondí mientras recogía un buen montón de papeles.- Estaba tratando de poner todo esto un poco en orden… Ya sabe…

—Comprendo. La vida en la estación puede resultar a veces algo caótica. —Respondió Wang dibujando una media sonrisa.

Los calculados modales de Wang, activaron inmediatamente mi lado oscuro. Esa calma impostada… Esa irritante presencia, siempre equilibrada… Su tono de voz, sin una palabra nunca más alta que otra… ¡Me saca de quicio! Acabábamos de empezar la conversación y yo ya estaba a la defensiva.

—Sabe… Admiro profundamente su saber estar Doctor Wang. A veces me pregunto si no será usted una especie de androide… ¿Sabe usted quien es Karl Bishop Doctor Wang?

—Usted cree que todo esto es como una de sus películas… ¿No es cierto?

—No conozco ninguna de las suyas… —Respondí con mordacidad.

El semblante de Wang se puso serio.

—No estoy aquí para hablar de cine señor Sander. —Respondió en un tono que no admitía dudas.

—Lástima. Es uno de mis temas favoritos de conversación. Mi amigo y compañero de fatigas, Bill Walsh, siempre dice que sólo se hablar de amebas y de cine. Por eso sigo soltero. ¿Le apetece una charla sobre protozoos unicelulares Doctor Wang?

—Guárdese su sarcasmo. No le funcionará conmigo.

—Guárdese usted esa actitud condescendiente para con todos los que estamos aquí, doctor.

—Ha llegado la hora de tomar decisiones importantes. —Insistió Wang.

—¿Qué tipo de decisiones? Permítame sugerirle alguna: ¿Cuándo vamos a irnos de aquí? Hay gente ahí abajo pasándolo realmente mal. Nuestros seres queridos atraviesan un infierno, bombas nucleares incluidas, y algunos pensamos que ya va siendo hora de intentar echar una mano. Ni usted, ni el comandante Anderson pueden arrogarse el derecho a decidir por todos.

—Ustedes… —Respondió Wang apretando más de la cuenta las mandíbulas.- Omar, Dana, Viktor… Todos hacen un diagnostico equivocado y emocional de la situación. Se niegan a aceptar los acontecimientos… Es una reacción normal, no nos enfrentamos a una crisis como esta todos los días. Ahora mismo se encuentran inmersos en la fase de negación, pero deben superarla y comenzar a actuar de la única manera posible. Se nos está agotando el tiempo y no puedo andar con más contemplaciones.

—¿Qué acaba usted de decir? —Respondí atónito.

—Tan sólo disponemos de un transbordador. Es la única forma de volver y yo tengo el respaldo de los hombres que lo pilotan. Ustedes cuentan con la fuerza bruta de Zaitsev, el estúpido optimismo del profesor Aslan y el desconcierto de Dana Lehner. Ahora, continúe poniendo sus cosas en orden señor Sander, y piense sobre el papel que va a jugar usted en ESTA película.

—¿Me está usted amenazando Doctor Wang?

—Nada más lejos de mi intención. Le conmino, por favor, a que hable con ellos. Les conmino a todos a dejar atrás las tensiones y comenzar a trabajar desde mañana mismo, por nuestro futuro. Necesitamos una reunión. Está en juego la supervivencia y hay mucho que hacer, empezando por asegurar la continuidad de nuestra especie.

—Un noble propósito sin duda. Estoy seguro de que las Naciones Unidas y los gobiernos, ya deben de tener a gente cualificada trabajando en todo esto que usted menciona. Cuanto antes podamos ayudarles, mejor.

—Veo que no ha entendido usted nada Señor Sander.

—Veo que sigue usted hablando como un androide Doctor Wang.

—Dentro de poco, si es que no ha ocurrido ya, sus Naciones Unidas habrán dejado de existir. Los gobiernos habrán desaparecido y la gente de la que usted habla, la cualificada y la no cualificada; serán todos historia. Pronto, no quedará nadie sobre la faz Tierra, señor Sander.

—Está usted completamente loco…

—¡Maldito idiota! ¿Es que no se da cuenta? ¡Nosotros somos los únicos supervivientes!

La reacción de Wang me provocó un sudor frío por la espalda. Psicológicamente agotado, alcancé a balbucear:

—Salga… Salga usted inmediatamente de aquí… ¡Salga de mi habitación!

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

25 de Noviembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Ir a la siguiente página

Report Page