Harmony

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Capítulo 7 » Capítulo 10

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Campamento base. Península Antártica.

Antártida.

Lunes Nov./24/2036

Wicca +59

 

John Harper abrió la cremallera de la tienda.

—¿Qué haces? —Preguntó su compañero alarmado.

—Echar un vistazo.

—¿No te basta con el viento?

La herida en la cabeza de Edward Newman no presentaba buen aspecto.

—¿Cómo ha podido pasar esto? —Se preguntó John.

El canadiense comenzó a murmurar.

—Zoe… Zoe… Zoe…

John estaba preocupado.

El accidente había sido de lo más estúpido. Una mala pisada en una estrecha grieta oculta bajo una fina capa de hielo y una caída que podía haberse evitado si hubiesen estado más atentos.

—Así es este lugar. —Dijo Emilio Parralde. —Te jode cuando menos te los esperas.

Edward estaba con Emilio recogiendo el equipo cuando, de repente, el chileno dio la voz de alarma.

—¡Grieta!

La cuerda de seguridad había evitado que Edward cayese hasta el fondo pero el canadiense había recibido ya el golpe. 

A pesar de todo, Emilio insistió en que debían continuar con el trabajo.

—Las mediciones confirman el peor escenario posible. Si seguimos así, pronto se podrá plantar césped y jugar al golf en la Bahía de Ross pero necesito avanzar más, ver el interior. —Sentenció Parralde con determinación.

 

***

John, Edward, Claudia y Emilio trabajaban juntos en un estudio climático gracias al convenio de colaboración del Gobierno Británico con La Universidad de Santiago.

—Ve y comprueba que demonios está pasando en el Polo, John. —Le había dicho el director Philips en Glasgow antes de partir. —Pero recuerda que ellos están al mando. Los canadienses han confirmado que enviarán también a uno de sus muchachos.

John asintió.

—Haz el trabajo y vuelve pronto a casa. —Concluyó Philips con tono afectuoso.

 

***

Aquellas palabras habían sido pronunciadas a finales de agosto.

—Parece que haya pasado una eternidad. —Murmuró John antes de asomarse de nuevo a la ventisca. La tienda de campaña flameaba sacudida por la nieve que golpeaba la lona con crudeza.

La tormenta iba a tardar en remitir.

—¿Dónde estará Claudia? —Pensó John volviendo dentro.

Emilio Parralde y su esposa llevaban tiempo llevando a cabo para la universidad todo tipo de expediciones. Ambos eran jóvenes y brillantes.

 

***

 

—Emilio es el más listo de nuestra generación. —Aseguró Claudia al referirse a su esposo el primer día en la Base antártica Bernardo O´Higgins.

—Tampoco es para tanto. —Respondió Parralde con modestia.

 

***

 

Edward emitió un quejido desde el saco de dormir.

John le tocó la frente. Su compañero estaba tiritando.

—Espero que no suba más la fiebre. —Musitó el escocés con preocupación.

De repente, la voz de Claudia carraspeó desde la entrada.

—¿Qué tal está? —Preguntó la joven doctora con delicadeza.

John movió la cabeza.

—¡Claudia! No te he oído entrar.

—No es de extrañar con el viento que hace.

Harper miró a Edward.

—Tiene mucha fiebre y la herida en la cabeza no presenta buen aspecto.

Claudia se quitó los guantes y cerró la tienda.

—Deja que eche un vistazo.

John dejó que Claudia examinase al canadiense.

—No creo que aguante mucho más. No en estas condiciones. —Afirmó. —Hay que llevarle a O´Higgins. Cuanto antes.

—Sería una locura con esta tormenta. —Replicó John.

—Sin el tratamiento adecuado, morirá.

Harper negó con la cabeza.

—Muy bien. Los intentaremos mañana.

—Tendrás que hacerlo solo, John. Emilio quiere que vaya con él hacia el interior. —Respondió ella.

John percibió la angustia en su voz. Acto seguido, acarició el rostro de la joven.

—No te preocupes. En cuanto llegue a la base, Pedro y Maritta sabrán qué hacer.

Ella se acercó para darle un beso.

—Vete. —Dijo John apartándola con delicadeza.

Ella asintió pero sus ojos decían otra cosa.

—¿Qué ha cambiado?

John hizo un esfuerzo por no abrazarla.

—Mis hijas…Mi esposa, Carol… No puedo dejarlas.

—¿Carol? —Preguntó Claudia.

John le pasó una mano por el cabello.

—Esto es una locura.

—Será mejor que me vaya.

—Claudia…

John recordó los primeros días, antes de que los cuatro se internasen en la península antártica.

 

***

Emilio parecía un hombre afable, de mente rápida, siempre acompañado por su esposa Claudia. La mujer más atractiva que John hubiese conocido. Todo en ella le pareció fascinante desde el primer momento y el flechazo fue inmediato.

Los primeros encuentros fueron casuales.

Una noche juntos observando el cielo austral mientras Emilio se ocupaba de redactar informes… Una tarde jugando con los perros mientras Emilio comprobaba los pertrechos… Un paseo por la costa mientras Emilio comprobaba la mejor ruta…

En todas las ocasiones, ella se mostraba agitada, casi temblorosa.

—Emilio no puede saber nada. Me mataría. —Afirmó Claudia la noche del primer beso.

John la miró con intensidad.

—Carol también. —Respondió él bromeando.

—Carol está en Glasgow, mi marido; en un almacén, a menos de quinientos metros.

—Touché. —Respondió John.

Claudia le pellizcó un cachete antes de volver a besarle.

—Eres sinvergüenza… —Dijo la joven en español.

 

***

En la frágil caseta y a merced de la tormenta, John no pudo encontrar en su memoria momentos más intensos que aquellos vividos en O´Higgins antes de salir de expedición.

Luego, durante las semanas posteriores y ya en la cordillera, vinieron los días de trabajo. Sin tiempo para otra cosa y con Emilio demasiado cerca.

 

Entonces, ocurrió.

La llamada de Carol, plagada de interferencias, no había podido resultar más inquietante. Incontables muertos, un caos indescriptible, millones de personas huyendo hacia la costa…

—No vuelvas, John. Nosotras estaremos bien. ¡Te quiero! —Exclamó Carol con voz angustiada.

La voz de su esposa sonaba entrecortada y antes de que John pudiese decir nada, la llamada se cortó.

Aquello le trastocó por completo.

En la tienda de campaña, John calentó un poco de agua y acercó el termo a los labios resecos de Edward que, agitado, no cesaba de murmurar.

—Zoe… Zoe… Zoe…

 

 

Península Antártica.

Antártida.

Martes Nov./25/2036

Wicca +60

 

Harper arrojó el cuerpo de Edward Newman al mar desde la cima del acantilado.

Todavía quedaba casi un día de camino para llegar a O´Higgins.

—Adiós Edward. Lamento no haberlo conseguido. —Murmuró el escocés.

 

***

 

John había acomodado a su compañero en un remolque que a duras penas pudo enganchar a la moto de nieve y los dos hombres salieron del campamento en dirección a O´Higgins tan pronto la tormenta hubo amainado.

—Suerte. —Murmuró Claudia al verles partir.

 

***

 

—Si hubiese tenido un día más. —Pensó John reanudando la marcha.

La fiebre y una tos ronca, inacabable, habían terminado con las fuerzas de Edward.

John se lamentó.

—Menuda mierda…

 

—No podemos acompañarte. —Había dicho Emilio tras conocer la decisión de evacuar a Edward. Si esperamos demasiado, será aún más difícil internarnos en el continente.

—¿Cómo puede ser tan egoísta? —Se preguntó John mientras bordeaba a toda velocidad los blancos páramos de la Península Antártica.

 

***

Emilio Parralde quería ser alguien importante. Hacer grandes descubrimientos.

—Está completamente convencido de que aquí se decidirá su futuro. —Le había confesado Claudia los primeros días al hablar de algunas de las obsesiones de su esposo.

—¿Por qué te casaste con él?

—Me pareció un hombre con ambiciones. Emilio, al contrario que yo, siempre ha tenido las cosas claras.

—¿Habéis pensado tener hijos?

Claudia miró a John como si le hubiese formulado la pregunta más extraña del mundo.

—¿Hijos? ¡No por Dios! ¡Emilio no permitiría que nada se interpusiera en su carrera!

John enarcó las cejas escéptico.

—Mis hijas son lo mejor que tengo.

A Claudia le pareció una respuesta llena de ternura.

—Lástima no haberte conocido antes.

—Si. —Dijo John. —Será mejor que aproveches ahora.

 

***

La base antártica Bernardo O´Higgins apareció en el horizonte cuando el depósito de gasolina de la moto de nieve estaba casi vacío con lo que Harper se vio obligado a recorrer un buen trecho a pie antes de llegar.

Entró en el barracón exhausto.

—¿Maritta? ¿Pedro? —Preguntó en la oscuridad.

La base parecía desierta.

John recorrió las cocinas, el comedor, el hangar del hidroavión y la enfermería.

—¿Maritta? ¿Pedro? —Preguntó de nuevo en voz alta al entrar en el almacén de repuestos. —¿Dónde se han metido? —Musitó incrédulo.

Los primeros signos de que algo extraño había pasado aparecieron en la farmacia.

Un montón de estanterías revueltas y todo por los suelos.

John cruzó la calle principal de O´Higgins hasta llegar a los dormitorios.

Encontró los dos cuerpos junto a una pared. Maritta y Pedro yacían inertes en sendos catres. El hedor era insoportable y el escocés tuvo que hacer un esfuerzo por no vomitar.

—¿Qué ha pasado?

John salió del barracón y abrió la puerta de la sala de comunicaciones. La radio estaba apagada pero la pantalla de un ordenador mostraba la portada de un diario digital.

John se fijó en el titular.

—EL FIN. —Leyó en español.

Base Antártica Bernardo O´Higgins.

Antártida.

Miércoles Nov./26/2036

Wicca +61

 

John Harper encontró el sobre cerrado encima de una repisa.

—Para Emilio Parralde. —Musitó.

El escocés se dispuso a leer la carta.

Estaba escrita a mano y en español.

 

Querido Emilio:

 

Si estás ante estas líneas es porque nada ha salido como esperábamos.

 

Las últimas noticias llegadas ayer desde Santiago son escalofriantes.

 

La ciudad se viene abajo. Es la ley de la selva y sólo los más fuertes sobreviven.

 

Ni Maritta ni yo queremos enfrentarnos a algo así.

Harper sintió un escalofrío.

 

¡Viene del norte y nada puede pararlo!

 

Ninguna plaga nos va a arrebatar la libertad para decidir nuestro propio destino.

 

A estas alturas, habréis encontrado los cuerpos. No importa lo que hagáis con ellos.

 

Espero que la cantidad de medicamentos que hemos ingerido hagan el trabajo sin dolor. Será como irnos a dormir para no despertar. 

 

Debes saber que me vi obligado a inutilizar el hidroavión. No quería que a última hora pudiese arrepentirme y se me ocurriera la estupidez de intentar volver a casa.

 

No hay esperanza.

 

John dejó de leer y, asqueado, tiró la carta sobre la mesa para abalanzarse sobre la radio.

Nervioso, la encendió y comenzó a manipular el dial.

—Al habla John Harper desde la base antártica Bernardo O´Higgins. ¡Se trata de una emergencia!

—…

—Por favor, ¡Respondan!

 

Costa de Suiderstrand.

Sudáfrica.

Jueves Nov./27/2036

Wicca +62

 

Carol Harper se sentó en una roca.

Los restos de un naufragio olvidado sobresalían oxidados entre las olas y el viento hacía que algunos mechones de su cabello, largo y descuidado, revolotearan caprichosamente.

Sin prisa, se recogió el pelo y cogió un guijarro de entre las rocas. Húmeda y de textura agradable al tacto, la piedra estaba marcada por pequeñas vetas iridiscentes.

—A Kaisy le hubiese encantado. —Pensó intentando contener las lágrimas.

Las niñas ya no estaban. Murieron como animales, aplastadas por la muchedumbre en las bodegas de un mercante de bandera panameña que recogió a toda la gente que pudo en Falsmouth.

—Las niñas… —Murmuró Carol por enésima vez con la mirada perdida en el mar.

Ella misma había estado a punto de morir asfixiada en las entrañas del monstruo de acero. Los primeros días de travesía transcurrieron sin incidentes y todos a bordo estaban contentos pero la travesía por la costa Africana se convirtió pronto en una pesadilla. Desde lo más profundo de las bodegas, algunos pugnaban por salir.

 

***

—¡Necesito aire! —Exclamó un tipo sudoroso dando empujones a diestro y siniestro.

—Haga el favor de comportarse. El barco está repleto de gente. Si sigue así sólo conseguirá que le arrojen al mar. —Protestó una mujer.

—¡Aparta! —Respondió el hombre fuera de sí.

Cuando varios refugiados decidieron intervenir sobrevino vino el caos.

Algunos más secundaron la idea de salir al exterior y en cuestión de minutos se formó un tumulto. La masa, asustada, se alejó de la pelea empujando a muchos contra la pared. Algunos trastabillaron haciendo caer a los que se mantenían de pie.

En un abrir y cerrar de ojos se generó una espiral de gente intentando pasar por encima de los demás en busca de una salida. Carol perdió a las niñas. Las tenía consigo y un segundo después, ambas habían desaparecido en el torbellino de cuerpos y gritos de desesperación.

La tripulación intentó poner orden pero resultó inútil.

Más de doscientas personas murieron aquella mañana en las bodegas.

Por la noche, tiraron los cuerpos al mar.

 

***

En la playa las olas seguían rompiendo contra las rocas.

—Yo también tenía que haber muerto en aquel barco. – Pensó.

Una silueta oscura se dibujó tras ella.

Carol giró la cabeza.

Un soldado armado la miraba con curiosidad.

—¿Vas a hacerme daño?

—No. —Contestó el desconocido. —Pero me gustaría sentarme.

Carol asintió. Cogió otro guijarro y lo lanzó al mar.

El hombre se acomodó a su lado y fijó sus ojos grises en el horizonte.

Hacía un poco de frío y el aire sabía a mar.

—No se puede ir más al sur. —Dijo él.

—No. —Respondió Carol sin dejar de mirar el horizonte.

—Tampoco querría. —Afirmó el hombre con tono cansado.

El acento del soldado le delataba.

—¿Americano? —Preguntó.

—De Texas.

Carol asintió.

—Estamos los dos muy lejos de casa.

El hombre le dio la razón.

—Estaba destinado en Bitburg, Alemania, cuando empezó todo.

—Mi marido está más lejos aún. Todavía no sabe que he perdido a sus pequeñas. —Respondió ella ausente.

Él le dedicó una mirada comprensiva.

—Lo siento mucho.

Carol sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.

—Por favor… No me pidas que hable de ello…

El soldado abrazó a Carol que se hizo un ovillo en su regazo.

—No pensaba hacerlo. —Dijo.

El viento seguía soplando, humedeciendo la ropa de los dos.

—¿Por qué? —Dijo él.

—No lo sé.

—¿Tienes frio?

—Sí.

—Yo también.

—Estoy cansada. —Dijo Carol con la vista puesta en el fusil del soldado.

El hombre acarició su cabello.

—¿Quieres?

—¿Lo harías? —Preguntó Carol.

—Si.

Un suspiro profundo salió del pecho de la mujer.

—¿Cómo te llamas? —Preguntó Carol.

—¿Qué más da?

—Tienes razón.

El soldado se levantó.

Carol cogió tres guijarros y los apretó fuertemente entre las manos.

—John… Linda… Kaisy…

 

 

***

El eco del disparo resonó por toda la playa.

El soldado miró con tristeza el cuerpo de la mujer, amartilló el arma y siguió caminando.

 

***

 

Base Antártica Bernardo O´Higgins.

Antártida.

Viernes Nov./28/2036

Wicca +63

 

John entró con Carol y las niñas en el supermercado del Princess Mall. Tenían pensado comer algo en el Sushi Stop, hacer algunas compras e ir a ver una película. Linda y Kaisy correteaban jugando al tú la llevas.

Linda agarró a su hermana mayor de las coletas.

—¡Ayyy! —Exclamó Kaisy dolorida.

—Hija… —Dijo Carol. —¿Es que no podéis estar quietas?

John miró a su esposa mientras regañaba a las chicas. Tenía el ceño fruncido en un gesto que todos en la familia tenían perfectamente identificado.

—Oh... Oh… —Dijo Kaisy. —Has enfadado a Mamá… ¿Ves lo que has conseguido? —Reprochó dando una colleja a su hermana.

Linda comenzó a llorar.

—Será mejor que nos separemos. —Dijo John cogiendo una cesta para la compra.

Su esposa asintió.

—Yo iré con Linda a por la fruta.

—De acuerdo. Vamos Kaisy. – Ordenó Linda.

—Yo quiero ir con ellos.

—Usted señorita, viene conmigo a por los productos de limpieza.

Kaisy puso cara de enfurruñada.

—Empezó ella… —Dijo alejándose por el pasillo de las conservas.

La cola en la frutería era bastante larga por lo que John tuvo que coger número.

Una señora no paraba de hablar con el dependiente.

—Mi problema es que tengo el intestino perezoso. – Afirmó categórica.

John temió que la espera inquietase a Linda más de la cuenta y ésta empezase a hacer de las suyas así que intentó tenerla entretenida.

—¿Qué estáis haciendo en el colegio? —Preguntó tratando de atraer la atención de la pequeña.

—La profesora nos enseñó un vídeo de terremotos.

—¿Terremotos?

—¿Hay terremotos en Escocia, Papá?

—No. Pero si en otros países y son muy peligrosos.

—¿Qué pasaría si hubiera un terremoto ahora, Papá?

—En Edimburgo no hay terremotos.

Linda se quedó pensativa antes de preguntar.

—¿Nos quedaríamos aquí encerrados?

—Nadie va a quedarse encerrado en ningún sitio.

—Tengo miedo… —Murmuró Linda echando los brazos a su padre.

—Ven aquí. —Respondió John cogiendo a la niña en brazos.

Linda se abrazó al cuello de John.

Mientras apretaba con fuerza, la niña le susurró algo al oído.

- Tendríamos que matarlos a todos.

 

***

 

Claudia y Emilio Parralde cruzaron el pasillo en dirección a la sección de congelados antes de que John pudiese responder.

Ella tenía la piel muy blanca y los labios pintados de un rojo extrañamente intenso.

John dejó a Linda en el suelo y corrió tras la pareja.

—¿Papá?… Por favor… No me dejes aquí…

John giró la cabeza.

Claudia y Emilio ya no estaban pero el supermercado estaba lleno de gente.

—¿Linda? —Llamó John. —¡Linda!

Un mar de carros y de señoras parloteando le aturdieron.

No veía a su hija, pero podía escuchar su voz.

—¡Papá! ¡No me dejes!

Claudia pasó a su lado empujando un trineo del que sobresalía la mano del cadáver de su marido.

—Pobre Emilio. —Dijo apenada.

Su tez blanquísima contrastaba con el colorido de un montón de frutas apiladas por las paredes. Hileras de manzanas, plátanos y melocotones.

—¿Claudia? —Preguntó John extrañado. —¿Qué haces aquí?…

—He visto a tu esposa. —Respondió la joven.

John la miró confundido.

—Está muerta. —Dijo Claudia con indiferencia. —Igual que él… —Concluyó señalando el cuerpo de Emilio en el trineo.

—No digas tonterías… —Respondió John sonriendo.

—Lo sabe. Creo que lo sabe, John.

El escocés levantó la mano para acariciar, una vez más, aquel cabello negro pero en cuanto la tocó, Claudia se quebró en mil pedazos de hielo que quedaron esparcidos por el suelo de la frutería.

—¡Papá! ¡No me dejes!

  ¡Papá! ¡No me dejes!

  ¡Papá! ¡No me dejes!

 

***

John se despertó sobresaltado.

La voz de la radio volvió a taladrar su cerebro.

—Ocho… Tres… Dos… Uno… Dos… Ocho… Seis… Siete… Cero… Cuatro… Tres… Seis… Cinco… Cinco… Uno…

 

 

Refugio 17.

Argentina.

Sábado Nov./29/2036

Wicca +64

 

El eco del bastón del Doctor Méndez resonó por el largo pasillo.

 

Toc… Toc… Toc… Toc…

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