Harmony

Harmony


El Diario de Paul Sander

Página 9 de 46

—¿Y qué pasó John?

—NO RECUERDO LA MALDITA PELÍCULA…

—No importa la película…

—Carol fue con Kaisy a por algunos productos de limpieza… Yo me quedé con Linda, cogimos número en la frutería y aguardamos pacientemente.

—Muy bien…

—Linda es nuestra hija pequeña… Tiene siete años.

—Seguro que es preciosa John.

—Seguro que está muerta.

—No debes pensar eso…

—Mientras esperábamos, miré a Linda y le dije: ¿Qué es lo último que has aprendido en el colegio?

—Terremotos. —Me respondió.

—¿Terremotos? —Pregunté.

—Si. —Me dijo.

—Los terremotos son muy peligrosos. —Añadí.

—¿Y qué pasaría si viniera un terremoto, Papá? —Me preguntó.

—En Escocia no hay terremotos, princesa.

—¿Nos quedaríamos aquí encerrados? —Quiso saber alarmada.

—Nadie va a quedarse encerrado en ningún sitio…

—Mi hija se quedó pensativa durante unos segundos. Luego me pidió que la cogiera. Viéndola asustada, me agaché para abrazarla y cuando mi cabeza estuvo a su altura, me susurró al oído: “Tendríamos que matarlos a todos.”

—Pero… ¿Qué dices? —Pregunté alarmado.

—Para que nadie nos quite la comida.

—…

Dejé que Harper siguiera hablando con sus fantasmas.

—No te preocupes Linda… Aquí en la base hay comida de sobra… No hay por qué matar a nadie…

—…

—Vais a estar bien… Yo… Hay un escondite… Un lugar donde nos reuniremos…

—…

—Es un lugar secreto… Estaremos todos a salvo… ¡Os echo tanto de menos!

Comencé a sentirme como un intruso así que corté la comunicación.

Cansado, me llevé ambas manos a la cara y comencé a llorar. 

Hay un rincón en la Antártida donde Carol, Kaisy y la pequeña Linda estarán, para siempre, bien.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

11 de Diciembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Le he dicho a Omar que estoy muy preocupado por Harper, pero él ha quitado hierro al asunto diciendo que es normal que alguien en su situación tenga algún “episodio de melancolía” en momentos puntuales.

—Lo importante es que Harper consiga ponernos en contacto con Silva y luego encontrar un punto de aterrizaje viable para el transbordador. —Argumentó.

—¿Y por qué estamos tardando tanto? Llevamos ya más de una semana sin resultados. —Respondí.

—Parece ser que ahí abajo también tienen sus propios problemas con las comunicaciones… 

—¿Y no te parece un poco raro?

Aslan me miró con dureza antes de responder.

—No lo sé Paul. No estamos allí para comprobarlo… ¿Verdad? Puede que el grupo de Silva haya estado evitando las ciudades debido a los disturbios. Puede que estén en la cima de alguna maldita montaña… ¿Cómo vamos a saberlo? John Harper es nuestra única esperanza si queremos salir pronto de aquí. Además, ya has visto lo inestable que es. No creo que sea buena idea empezar a cuestionarle. 

—Tienes razón, disculpa. —Respondí sin demasiado convencimiento.

Decidí dejar a Omar tranquilo, y puse rumbo a mi habitación para recoger la baraja con la que Dana y yo solíamos pasar el rato jugando al póquer, durante las horas muertas que pesan sobre todos nosotros. La puerta estaba entreabierta, y para mi sorpresa, sentado tranquilamente en mi mesa, se encontraba Yun Wang.

—Doctor Wang. -dije.- No recuerdo haberle citado.

—Ni yo haberle invitado a pasar. —Respondió con su habitual sonrisa condescendiente.

—¿Se puede saber qué hace usted en mi habitación?

—No hace mucho, le dije que viniera a verme a menudo. ¿Lo recuerda señor Sander?

—Perfectamente.

—Si Mahoma no va a la montaña…

—Está bien, ¿Qué es lo que quiere? —Pregunté algo exasperado.

—John Harper…

—¿También conspira contra usted?

—Es un farsante.

—Ya…

—Llevan ustedes más de una semana hablando con el… ¿Y qué es lo que han conseguido? Vaguedades y tonterías.

La insufrible seguridad con la que Wang se expresaba no hizo otra cosa sino aumentar mi mal humor. Me considero una persona tranquila, así que decidí responder a su suficiencia con ironía.

—¿Todo lo que no encaje dentro del nuevo orden mundial son tonterías para el infalible Yun Wang?

Wang se rió.

—Señor Sander, su obstinación resulta verdaderamente extraordinaria. Seremos afortunados al preservar su carga genética. Nuestra especie va a necesitar niños con sentido del humor.

—Deje a mis genes tranquilos, maldito chalado. —Respondí indignado.

—Escuche. John Harper no cambiará nada y están ustedes perdiendo un tiempo precioso con toda esta pantomima. En cuanto se den cuenta de que ese hombre no conduce a ninguna parte, todo volverá al punto donde lo dejamos. ¿Me he expresado con la suficiente claridad señor Sander?

—Se expresa usted con la claridad de los sociópatas trastornados, doctor Wang.

—¿Qué sabe usted de mi señor Sander?

—¿Qué importa eso ahora? —Pregunté desconcertado.

—¿Ha tomado usted, en todos sus años de rutinaria existencia alguna decisión que implicara poner en juego la vida de otras personas, señor Sander? ¿Ha tenido alguna vez usted que sacrificar algo en aras de un bien superior? Usted no está preparado. Le confieso que al principio abrigaba ciertas esperanzas, pero me produce mucha tristeza comprobar que toda esta situación le viene demasiado grande.

—No pienso tolerarle… —Conseguí balbucear.

—Hasta el día que decidió venir aquí, usted se ha pasado toda la vida cómodamente parapetado en su pequeña, segura y rutinaria realidad. Las interminables jornadas de trabajo en el periódico le han proporcionado una existencia independiente y económicamente desahogada, pero también solitaria y hasta, en cierto modo, vacía. ¿No es cree usted señor Sander?…

—Así es la vida de millones de personas. Nacemos, trabajamos y morimos. —Respondí pragmático.

—A pesar de todo, usted se siente moderadamente satisfecho… ¿Verdad?  Pero yo me pregunto… Atendiendo a esa vida centrada en usted mismo… Atendiendo a ese EGOÍSMO… ¿Quién es el sociópata trastornado? ¿Yo o usted que ni siquiera se ha molestado en formar una familia?

—¡Cómo se atreve! —Exclamé.

—Paul Sander. Un periodista acomodado y demasiado pagado de sí mismo que se cree muy importante porque ¡trabaja en el New York Times! El periódico de una ciudad que se ha convertido en el paradigma de un consumo voraz de bienes y servicios que en realidad, no se necesitan. Todo ello, por supuesto, a costa de millones de otros seres humanos, a los que ustedes nunca concedieron ni siquiera el derecho a poder soñar con una mínima fracción de su obscena opulencia…

—Es usted un maldito demagogo…

—Ha llegado el momento de cambiarlo todo.

—Usted… Está completamente loco… -Intenté argumentar.

—Permítame que le cuente una pequeña historia, señor Sander.

—…

—No es más que una anécdota de cuando yo era bastante más joven, bastante más impetuoso y bastante menos sabio que hoy. Durante mi etapa como agregado militar de la República Popular China en Nepal, tuve la oportunidad de conocer a la esposa del embajador estadounidense en una recepción…

—Estoy seguro de que se trataba de una señora encantadora. —Respondí cansado.

—Su apellido de soltera era Ortega. Una mujer muy hermosa, elegante, culta, doctora en Filosofía por la Universidad de Columbia. Su marido era de Boston. He de admitir que ambos constituían una pareja formidable.

—Todavía no sé a dónde quiere llegar.

—Después de una agradable cena, y pese a mis esfuerzos por evitarlo, acabamos hablando sobre política en la región. La ocupación del Tíbet por parte de mi país es un asunto del que a muchos chinos no nos gusta hablar. Mi gobierno ha tratado siempre de mantener esta espinosa cuestión, lejos de las mesas de negociación internacionales y, desde luego, fuera de la agenda mediática en todo el mundo.

—Yo diría que han cosechado ustedes un rotundo éxito.

—Cierto pero, desgraciadamente, esto no significa que nuestra presencia allí estuviera exenta de problemas… Aunque a occidente sólo llegaran rumores, muchos tibetanos contravinieron los dictados de los lamas y lucharon contra la ocupación. Yo estuve al mando de uno de los escuadrones encargados de sofocar esta resistencia.

—Está resultando usted toda una caja de sorpresas Doctor Wang…

—Le conté a mis encantadores anfitriones, cómo una mañana, temprano, llegué con mis hombres a un pequeño monasterio, buscando insurrectos. Recuerdo que el aire olía a pan recién horneado y a boñiga de yak… Desplegué a mis efectivos de forma que cubriesen todas las salidas y nos dispusimos inmediatamente a registrarlo todo. Sacamos a los monjes al patio para situarlos de espaldas contra una pared; los viejos y los niños en el centro, de rodillas. Las banderas de oración ondeaban furiosas bajo el viento. 

—No me interesan sus viejas historias de guerra. —Quise interrumpir.

—Le ruego que, por favor, me permita continuar.

—…

—El monje, envuelto en llamas, apareció de repente para arrojarse encima de uno de mis guardias instantes después de que encontrásemos las armas; un puñado de viejos Kalashnikov… algunas granadas… un par de escopetas… Todo a continuación, sucedió muy rápido. Desenfundé mi arma y disparé contra un novicio que se separó del muro para venir corriendo hacia mí. El interior del monasterio comenzó a arder y toda la escena no tardó en llenarse de humo mientras mis soldados, asustados, disparaban a discreción.

—…

—La embajadora me miró. Sus ojos, lejos de juzgarme con dureza, reflejaban compasión.

—No se preocupe Mayor Wang. —Me dijo mientras me cogía la mano con dulzura.- Usted sólo hizo lo que tenía que hacer.

Me pareció que el relato de Wang se estaba volviendo cada vez más absurdo. Por más vueltas que le daba, no alcanzaba a comprender el motivo por el que me estaba confesando todo aquello…

—Me cuesta mucho imaginar que la esposa de un embajador norteamericano… Una persona con valores, formada en la universidad de Columbia…

—¿Pudiera comprender lo que me vi obligado a hacer?

—No tengo ni la menor idea de por qué me cuenta usted todo esto Doctor Wang, pero le aseguro que yo no vine a esta estación a hablar de filosofía con usted. Intentar justificar una atrocidad… ¡un crimen de guerra! en base a que hace años, la insensible esposa de un diplomático americano le tomó a usted la mano con cierto afecto es…

—En aquellos días, Anne era la esposa del embajador Ted Wilkinson, lo que en la actualidad la convierte en la Primera Dama de los Estados Unidos de Norteamérica. ¿Cree entonces que su insensibilidad la hace mi cómplice?… Pero ella es la Primera Dama… ¡Una mujer maravillosa! ¿No es cierto?

—Es usted despreciable… —Respondí confundido.

—Una lástima que no podamos hacer partícipe a Anne Wilkinson de la gran estima que acaba usted de demostrar hacia su persona. Lo más probable es que ya esté muerta.

—¡Salga, maldita sea! —Exploté encolerizado.- ¡SALGA INMEDIATAMENTE DE MI HABITACIÓN!

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

12 de Diciembre de 2.036.

 

Hola Kate.

No he podido dejar de pensar en mi absurda conversación con Wang. Saber que vivo con un criminal no contribuye precisamente a calmar mi creciente estado de ansiedad. No duermo bien, alterno pérdidas repentinas de apetito con episodios de un hambre voraz en los que, subrepticiamente, me atiborro de pollo deshidratado y, por si fuera poco, he empezado a tener horribles migrañas que me obligan a permanecer acostado, maldiciendo mi cabeza, durante horas.

Los días pasan aquí monótonos y extraños. Sin nada que hacer, vago por la estación. Un lugar que he aprendido a odiar. No sabes hasta que punto echo de menos estar en casa. Ir a la redacción, mi trabajo, bromear con Bill, hacerme el encontradizo contigo por los pasillos, con la esperanza de poder charlar unos minutos… Con la esperanza de que te fijes en mi…

He decidido no hablar con los demás sobre lo ocurrido. Estoy seguro de que si Zaitsev se enterara, éste sería perfectamente capaz de partirle el cuello a Wang así que, al final, la pregunta es obligada: ¿Quién es más peligroso? ¿Yun Wang o Viktor Zaitsev?

¿Acaso puedo justificar los violentos arrebatos del ruso bajo el convencimiento de que está con los buenos? ¿Pretendía Wang decirme que lo ocurrido en Tíbet no fue más que una consecuencia derivada del deber? La barbarie… ¿Deja de serlo cuando se comete en nombre de un bien superior? En 1.961, Stanley Milgram, un psicólogo de la Universidad de Yale, llevó a cabo una serie de perturbadores experimentos que demostraron que cualquier persona, es capaz de torturar a un semejante, si la orden es percibida como proveniente de una autoridad o un marco moral legítimo… Personas normales convertidas en monstruos… ¿Es eso lo que le ocurrió a Wang en el Himalaya?

Agobiado por todas estas cuestiones, decidí que me vendría bien despejarme un poco charlando con Dana. La encontré en su laboratorio revisando unos cálculos proporcionados de mala gana por Anderson para poner a punto el transbordador. Seguimos sin noticias de John Harper, lo cual me preocupa, pero no quiero empezar a alarmar a nadie con mis impresiones sobre este tema.

Dana levantó la vista por encima del monitor de su ordenador y me dedicó una cálida sonrisa.

—Hola Paul. ¿Cómo estás?

—Bien. Muy bien. —Mentí.

—¿Estás grabando? —Preguntó con gesto divertido.

—Soy periodista Doctora Lehner. Siempre estoy grabando… Si me aceptas el consejo, nunca digas nada de lo que te puedas arrepentir delante de un periodista armado con un teléfono móvil.

—Lo tendré en cuenta. —Respondió Dana con afabilidad. —Con todo lo que ha pasado, debes tener ya suficiente material como para escribir un libro… Te vas a hacer muy famoso, amigo mío.

—“El Apocalipsis según Paul Sander”.

—Suena un poco dramático…

—Lástima que, si el doctor Wang está en lo cierto, no vaya a quedar nadie para leerlo… —Respondí sombrío.

—Oh, ¡Vamos! ¡No te pongas pesimista! Siempre hay luz al final del túnel… ¡Tenemos a John Harper!

—Hemos sido muy afortunados al encontrarle. Demuestra que Wang está equivocado. —Asentí.

—Todo va a salir bien. —Añadió Dana acariciándome el rostro afectuosamente.

Fue un gesto espontáneo y sincero, pero pude, al mismo tiempo que lo agradecía, percibir también la desesperación que había en el mismo. Los ojos grandes y profundamente azules de Dana, se clavaron en los míos, pequeños y grises; implorando una fe que, reconozco Kate, a veces zozobra dentro de mí. Hay momentos, cuando estoy solo en la habitación, tratando de conciliar un sueño que no llega, en los que pienso que nada de lo que hago aquí tiene sentido. Me pregunto si Wang no tiene razón al decir que no estoy preparado.

—Paul… ¿Seguro que estás bien? —La dulce voz de Dana acabó con mi ensimismamiento.

—Si, disculpa… ¿Puedo hacerte una pregunta? —Respondí.

—¡Por supuesto! —Exclamó Dana moviendo alegre las manos.

—¿Qué vas a hacer cuando todo esto termine?

La doctora Lehner se quedó un momento pensativa.

—Bailar.

—¿Bailar? -Pregunté divertido.

—Como July Andrews en aquella película…

—¡Sonrisas y Lágrimas! —Respondí inmediatamente.

—¡Sí! ¡Sonrisas y Lágrimas!

Imaginarme a Dana bailando y cantando en los Alpes Suizos rodeada de niños y vacas tirolesas produjo en mí una sincera carcajada.

—¡Jajajajajajaja!

—¡No te rías Paul!

—Sonrisas y Lágrimas… Resulta irónico… ¿No crees?

—¡Es una gran película!

—Cinco Oscars… Recuerda que soy un cinéfilo empedernido. —Añadí sin poder dejar de reír.

—Bailaremos juntos. Te lo prometo. —Afirmó Dana muy seria.

—Soy un pésimo bailarín, Doctora…

Esta vez, fue ella la que no pudo evitar la risa y para mi absoluta sorpresa Dana se levantó y comenzó a cantar haciendo muecas mientras daba vueltas sobre sí misma por el laboratorio, sin parar.

Yo daba palmas, riendo.

La puerta, se abrió de golpe y tan distraídos estábamos que ni siquiera le vimos venir.

—¿SE PUEDE SABER QUÉ DEMONIOS ESTÁIS HACIENDO?

La presencia del Profesor Aslan en el laboratorio, con cara de preguntarse si nos habíamos vuelto locos, no hizo sino aumentar lo ridículo de la situación. El rostro de Dana se puso en seguida rojo de vergüenza.

—Pues creo que está claro. —Dije acudiendo al rescate.- Cantar y bailar.

—Ya cantareis cuando hayamos salido de aquí. -Respondió Aslan en tono amargo.

—Tienes razón Omar. —Se apresuró a contestar Dana. —Disculpa.

—A veces no viene mal un poco de diversión… —Quise interceder.

—Esto no es un ningún juego Paul. —Sentenció Omar secamente.

La actitud de Aslan me molestó. Por un instante, pude ver en él, el mismo destello intolerante que tanta repulsa me ha causado siempre en Wang. El gesto duro, la mirada fría. La acción moldeada por el objetivo, sin importar las consecuencias. Me inquietó profundamente tener que preguntarme si Aslan y Wang serían las dos caras de la misma moneda.

—No pasa nada. Ya me disponía a volver al trabajo. ¿Verdad Paul? —Terció Dana.

—Si… Mientras, yo dedicaré un par de horas a seguir arrastrando mis fantasmales cadenas por los pasillos de esta condenada estación. —Dije resentido.

—¿Has hablado con Wang? —Preguntó Aslan suspicaz.

—¿A ti que te importa?

—Mira Sander, llevo más de diez horas intentando que el maldito John Harper responda y no estoy de humor para…

—Wang cree que el fin siempre justifica los medios…

—¿Cómo has dicho? —Preguntó Omar.

—Afirma que nada ha cambiado. Que Harper no significa nada… Que pronto nos daremos cuenta de que…

—No deberías hablar más con Wang. —Sentenció Aslan.

—¿Y quién eres tú para impedírmelo? —Respondí desafiante. 

—Te recuerdo que Harmony se encuentra bajo jurisdicción de las Naciones Unidas. Estamos en una grave crisis y tú eres un civil. Sencillamente, no puedes ir por aquí haciendo lo que te dé la gana. ¿Está claro?

—¿UN CIVIL? ¿Qué demonios quieres decir con eso? —Pregunté anonadado.

—Que no eres un miembro de la tripulación.

—Así que ahora soy el único “no miembro” de la tripulación… ¿Y que implica eso exactamente? ¿En serio piensas que acaso estoy a tus órdenes?

—Chicos, no creo que valga la pena… -Intercedió Dana.

—¡PODRÍAS CALLARTE DE UNA VEZ! -Estalló Aslan.

—¡DÉJALA TRANQUILA! —Respondí lleno de ira.

—¿Por qué no te vas un rato a cantar con tu amigo Wang, Sander? —Dijo Omar con amargura.

Volví a mirar al hombre que se apoyaba en el quicio de la puerta del laboratorio. Toda su expresión corporal expresaba firmeza y determinación. Su hosca actitud contrastaba con las formas calmadas pero sibilinas de Yun Wang, no obstante; en ese momento me di cuenta, Kate, de que ambos hombres harían lo que fuera necesario para prevalecer. Asqueado no pude sino responder:

—ESO HARÉ.

Mientras salía de allí, miré de reojo a Dana que, pálida, había vuelto a su trabajo. Una lágrima, rodó rápido por su mejilla en una carrera sin obstáculos que terminó en la suave comisura de sus labios. Yo bajé la cabeza y abandoné la estancia consumido por una fuerte sensación de oscuro resentimiento.

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

13 de Diciembre de 2.036.

 

Hola Kate.

John ha vuelto a retomar el contacto pero sólo está dispuesto a hablar conmigo. Sé que estos extraños empeños de Harper exasperan a Omar, con lo cual acudí a la sala de comunicaciones con la idea de que nuestra charla fuera lo más breve posible. Desde el incidente con Dana, Omar se muestra distante, quizás debería hablar con él; últimamente pasa mucho tiempo con Viktor, pero desconozco exactamente el propósito de estos encuentros. Aslan ejerce una gran influencia sobre Zaitsev y resulta evidente que es la única persona capaz de controlar el difícil carácter del ruso. Igualmente, sabe que la doctora Lehner nunca sería capaz de cuestionar sus decisiones. Para él, soy el único en discordia.

A pesar de mis esfuerzos, no consigo adaptarme. Sigo siendo un extraño, una anomalía dentro de la estación. Está claro que a nadie le gusta tener a Paul Sander “deambulando sin control por las instalaciones”. ¡Un brindis por la libertad de prensa! A lo mejor piensan que estoy disfrutando con todo esto… ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Permanecer encerrado en mi habitación esperando acontecimientos?

Te digo Kate, que los últimos sucesos me han hecho pensar. Nunca en mi vida me he dejado llevar por la corriente. ¿Por qué aquí iba a ser diferente? Por muy descabellado que parezca… ¿Qué pasaría si Wang, por un momento, tuviera razón? ¿Qué ocurriría si fuésemos los únicos supervivientes? ¿Tendríamos entonces la obligación de comenzar de nuevo? ¿Con que derecho podríamos negarnos a hacerlo? ¿Acaso no tendríamos el deber moral de intentar asegurar la supervivencia de la especie?

Wang no me habló de su encuentro con los Wilkinson por casualidad. Hasta el Presidente de la democracia más antigua del mundo entendería que, ante determinadas circunstancias, hay que ser pragmáticos. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en Dana… En última instancia, todo depende de ella, pero ¿Qué pasaría si rehusara colaborar? ¿Sería Wang capaz de obligarla a tener hijos continuamente durante el resto de su vida?

En estas inquietantes divagaciones estaba cuando me puse los auriculares para volver a hablar con John Harper.

—¿John? —Pregunté.

—Hola Paul.

La voz me llegaba con interferencias; lejana, débil.

—¿Puedes acercarte un poco más al micrófono, por favor, John? Te escucho como si estuvieras…

—¿En el polo sur? —Respondió Harper con ironía.

—Si… Más o menos… —Afirmé yo sonriendo.

—¿Tú sabes lo que es la soledad Paul?

Inmediatamente, temí otro de sus largos monólogos.

—¿Qué quieres decir, John?

—No tenemos mucho tiempo… —Harper hizo una pausa, como si le costase hablar.- La verdad es que no hay tiempo para más tonterías.

—Estoy de acuerdo John… ¿Dónde demonios te has metido últimamente? Nos tenías preocupados.

—Preparando mi viaje.

—Bien John, eso está bien… Sabes… Nosotros aquí también tenemos un viaje que planificar, pero para ello, necesitamos que nos ayudes. Tienes que conseguirnos una conexión John.

—No hay ninguna conexión.

Me tomé unos segundos para procesar el significado de aquellas palabras, deseando con toda mi alma no haberlas entendido bien.

—¿Qué has dicho? —Pregunté intentando que no me temblara demasiado la voz.

—No existen los refugiados. No hay ningún Emilio Silva. Vosotros sois los únicos con los que he conseguido hablar, Paul.

—Pero… Pero… Tú dijiste… —Sólo podía balbucear.

—Mentí.

—¿Por qué? -Estallé.

—¿Sabes lo que es la soledad? —La voz de Harper se iba apagando cada vez más. Presa del pánico, sentí que le perdía.

—Dios mío John… No puedes hacernos esto… ¿Que voy a decir a los demás? No tienes ni idea… No puedes imaginar las consecuencias… Wang… Omar… Zaitsev… Dana… Maldita sea… ¡No puedo creer que esto esté pasando!

Ir a la siguiente página

Report Page