Harmony

Harmony


El Diario de Paul Sander

Página 11 de 46

Afrodita Dana. Dana Atenea.

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

21 de Diciembre de 2.036.

 

Hola Kate.

No sé cuánto tiempo pasé encerrado en mi habitación hasta que reuní el coraje suficiente para poder salir.   

Me encontré con ellos en el pasillo que desemboca en el gimnasio de la estación.

Me estaban buscando…

—¡Sander! ¿Dónde demonios te has metido? —Vociferó Viktor.

—En mi habitación. —Dije.

 

Ya fuera por la expresión de mi rostro, o por genuina preocupación, el ruso preguntó:

—¿Dónde está Dana?

—No lo sé… —Respondí temeroso de verme obligado a revelar lo ocurrido.

—Mientes. —Insistió Zaitsev.

—Ha pasado algo… Terrible… —Balbuceé.

—¿Qué quieres decir?

—Dana quería… Arreglar las cosas… Me dijo que estaba harta… Que la situación tenía que cambiar… Quiso ir a hablar con Wang…

—¿Hablar con Wang? ¿Sobre qué? —Preguntó Omar.

—Me pidió que la acompañara. Intenté disuadirla.

—¿QUÉ? —Exclamó Viktor con incredulidad.

—Ella… Me convenció… ¡No paraba de decir que alguien debía intentarlo!

—¿Por qué no nos dijisteis nada? —Preguntó Aslan contrariado.

—No fue sola. Yo la acompañé.

—¿TÚ? —Inquirió el ruso

Conté lo ocurrido de manera tan atropellada que no dejé opción a interrupciones. Hablé de cómo obligaron a Dana a desnudarse y a tumbarse sobre la mesa, de cómo ellos se turnaron… Expliqué que me retuvieron, que me fue imposible hacer nada…

—Ellos eran cuatro…

Viktor me miró con un profundo desprecio.

—Voy a matar a todos esos hijos de puta. —Dijo.

Aslan no intentó matizar ni una sola de las palabras de Zaitsev. Me percaté en seguida de que mi relato le había privado de su resolución. Estaba devastado, parecía incapaz de reaccionar.

—Pero… ¿Dónde está? ¿Sigue con ellos? Oh Dios mío… Dana… ¿Qué es lo que te han hecho? —Consiguió balbucear.

—No lo sé… —Musité avergonzado.

—La encontraremos. Buscaremos por todos los rincones y la encontraremos Omar. Te doy mi palabra. Y luego acabaremos con ellos. —Sentenció Zaitsev.

—Yo puedo ayudaros.

Me arrepentí de mi ofrecimiento inmediatamente después de haber pronunciado aquellas palabras. Un sentimiento de culpabilidad me atenazó. En realidad, no quería tener nada que ver, con nadie ni con nada.

—¿Tú? —Estalló Aslan.- ¿TÚ?… ¡Cobarde! ¡La dejaste sola! ¡Te quedaste mirando y luego huiste como la rata que eres! Seguro que has estado muy ocupado, escribiendo al respecto… ¿No es cierto? ¡Responde! ¡Maldita sabandija!

—Ellos eran cuatro… Cuatro contra uno… —Repetí.

—Apostaría lo que fuera a que ahora mismo estás grabando nuestra pequeña charla… ¿Verdad Sander? —Dijo Aslan cambiando de repente el tono de voz. 

—Yo… Sólo hago mi trabajo… —Respondí aturdido.

—¿Donde tienes el puto teléfono? Insistió Omar empujándome con violencia, buscando en mis bolsillos, desesperado. —¡DONDE!

—¡Suéltame! —Grité asustado.

—Me das asco Sander. —Increpó Omar, mirándome fijamente.

—¡YO NO TENGO LA CULPA! —Exclamé histérico. —¡NO TUVE NADA QUE VER! ¡NO TENGO LA CULPA!

—Vete. —Dijo Viktor.

Volví a deambular por los pasillos de la estación. Las imágenes de lo sucedido se agolpaban inmisericordes en mi mente. Dando vueltas por el anillo de hierro, colgado de la locura, sobre el planeta de los muertos.

TODO se reduce a Harmony.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

28 de Diciembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Vuelvo a estar encerrado en mi habitación. El silencio que envuelve la estación es sepulcral. Al principio, y a pesar de sus enormes dimensiones, se podía decir que este era un lugar bastante animado. Wang solía disfrutar de su tiempo libre leyendo y escuchando música clásica frente a los grandes ventanales de Lindon High. A veces, jugábamos al Póquer… Anderson y Lawrence siempre intentando llevar al astuto Omar a la bancarrota… Lo pasábamos bien. La Doctora Lehner andaba de aquí para allá, siempre con una sonrisa y cuando, entretenidos como estábamos, las horas pasaban volando, ella nos reprendía.

—¡Hay que cerrar el casino! ¡A trabajar! ¡A trabajar todo el mundo!

—¡A cubierto! ¡Llega la Inquisición! —Bromeaba Omar guiñando un ojo…

Zaitsev iba y venía por los pasillos constantemente haciendo pequeñas reparaciones. Sus herramientas, tintineaban al chocar unas con otras en el macuto amarillo que el ruso llevaba colgado al costado, con lo que uno siempre podía intuir por donde andaba. El Coronel Dayan era el más circunspecto de todos, pero este rasgo de su personalidad no constituía ningún problema. En todos los grupos siempre hay uno que es más serio que los demás.

El tiempo de mi llegada me parece ahora lejano, Kate. Los acontecimientos de aquellos primeros días se perfilan borrosos en mi memoria, mientras la estación sigue girando como si lo que ocurriera en sus entrañas no fuera con ella. Me pregunto cuantas órbitas faltan para que Harmony termine cayendo sobre los restos de sus propios creadores, más de siete mil millones de personas…   

Toda mi actividad se reduce ahora a escribir en este diario. De vez en cuando, veo viejas películas en el ordenador. No es lo mismo que en casa, pero me las apaño… A pesar de este modo de vida tan sedentario, por primera vez en mi vida, he adelgazado. ¡No existe mejor régimen que la comida para astronautas! Te alegrará saber, que cuando todo esto termine, estaré en forma para esa cena que tú y yo tenemos pendiente.

Recuerdo que estaba con El Pianista de Roman Polanski cuando sentí pasos cerca de la puerta. Las paredes de la estación no son demasiado gruesas y al prestar más atención, me pareció que alguien iba y venía de forma indecisa, rondando, sin atreverse a entrar. Intrigado, arreglé un poco mi aspecto, cogí el teléfono y decidí salir.

Morgan Lawrence caminaba pesadamente por el pasillo con las manos detrás de la espalda. Me pareció que murmuraba algo con insistencia pero, por más atención que puse, me resultó imposible entender una sola palabra de su letanía. Al verme, se quedó muy quieto.

—¿Qué haces aquí? —Pregunté.

—Sander… —Respondió Lawrence tímidamente.

—¿Y a quien si no esperabas encontrar?

—No sabía si seguirías…

—¿Vivo?

Morgan asintió con la cabeza pero sin atreverse a decir nada.

—Lo estoy. —Afirmé sin demasiada convicción. —O al menos eso creo…  Dadas las circunstancias, a veces pienso que todos en Harmony somos muertos vivientes.

—Si… —Se limitó a contestar.

Como seguir hablando en el pasillo me pareció incómodo, invité a Lawrence a entrar. No obstante y por precaución, opté por dejar la puerta entreabierta.

—Adelante, pasa.

—Gracias.

—¿En qué puedo ayudarte Morgan?

—Yo… Yo nunca quise… —Balbuceó.

—¿Qué estás haciendo aquí Lawrence? —Pregunté.

—Lo ocurrido con Dana… Ellos… Ellos me obligaron…

—¿Dónde está? —Pregunté ansioso.

—Está… A salvo…

—¿A salvo dónde? —Insistí.

—No puedo decírtelo… Me matarían…

—¡Es lo que te mereces! —Estallé.

—Wang… No quiere correr riesgos… Hay demasiado en juego…

—¿Y por eso había que forzarla?

—Wang dijo que…

—¡Wang esto! ¡Wang lo otro! ¡Estoy harto!

—Tú no le conoces…

—Vuestra soberbia será vuestra perdición. —Añadí.

—Paul, tienes que escucharme.

—Claro que le conozco… -Respondí airado.- Yun Wang cree que tiene un destino, una misión… Algo más grande que él mismo y que todos nosotros. ¿No es cierto? También cree que tiene deber de hacer siempre lo que se tiene que hacer… Si hay que matar, se mata y si hay que forzar a una joven inocente en una estación espacial, se hace… Ya sé cómo suena esa canción… ¡La historia de toda humanidad está llena de gentuza como Yun Wang!

—No esperamos que lo entiendas.

—Claro que no. No esperáis que la gente como yo entienda vuestras atrocidades, vuestros crímenes… Creéis estar tan por encima de los demás, que ni siquiera nos tomáis en cuenta… Pasáis por encima de las vidas de la gente, como habéis hecho con Dana… ¡No sois más que unos lunáticos!

Lawrence parecía cada vez más apesadumbrado. Sudaba copiosamente. Podía ver las gotas resbalando por su cráneo perfectamente afeitado. Por fin, vomitó lo que realmente había venido a decir.

—Necesito que me hagas un favor.

—¿UN FAVOR? —Pregunte con ironía.

—Que me acompañes a hablar con Zaitsev y con Aslan.

—¿En serio?

—Es importante.

—Lo que quiera que sea, puedes decírmelo a mí…

—Tú no eres de la tripulación.

Volví a sentir de nuevo todo el menosprecio, Kate. Siempre por debajo de todos ellos. Excluido, apartado, engañado, utilizado…

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

—De acuerdo Lawrence. Te acompañaré.   

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

31 de Diciembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Lo primero que tenía que hacer para cumplir mi compromiso con Lawrence era encontrar a Viktor y a Omar. Una tarea nada sencilla desde que ambos decidieron darme la espalda… Acordé con Morgan que una vez ubicado cualquiera de los dos, yo dejaría una señal en el laboratorio de Dana Lehner. Unos cuantos de sus cuadernos cambiados de sitio, bastarían.

Resignado por tener que abandonar mi aislamiento, comencé a vagabundear por la estación. Harmony es más grande de lo que puedas imaginar, Kate, y uno puede perderse durante un buen rato en sus entrañas si no sabe bien por donde va. El ominoso silencio que sucedió a lo de Dana, seguía incrustado en los corredores y estancias que iba recorriendo en mi errático deambular. Tras un rato dando vueltas, encaminé mis pasos hacia la Sala de Comunicaciones. Los monitores del circuito cerrado de televisión sólo mostraban habitaciones vacías: el área de recreo, la enfermería, los laboratorios adyacentes, el comedor, la cámara de ingravidez… Lo que a mi llegada habían sido estancias repletas de actividad, parecían ahora las escenas de una mala película de terror.

Deprimido, encaminé mis pasos hacia las dependencias de Aslan. Encontré la puerta cerrada, así que golpeé con los nudillos la fría superficie metalizada. Tal y como esperaba, no hubo respuesta. Con desgana, me puse en marcha con el objetivo de bajar al reino de Viktor Zaitsev. La Zona Restringida de la estación dista mucho de ser un lugar acogedor. Los blancos y asépticos pasillos que he acabado conociendo tan bien se transforman allí en estrechos corredores iluminados tenuemente por una luz rojiza, que acentúa la sensación de agobio. Haciendo caso omiso de todas las advertencias que especificaban que las profundidades de Harmony sólo pueden ser franqueadas por el personal autorizado, me adentré en un laberinto de tuberías y cables que reptaban por paredes y subían hacia el techo.

Vi la imponente y oscura sombra de Zaitsev al doblar un recodo bajando la escalera metálica. Manipulaba un soldador sobre un panel abierto en la pared. A juzgar por la cantidad de herramientas y la botella de vodka que le acompañaba, confié en que el ruso tuviera trabajo para rato. Despacio, desanduve todo el camino hasta llegar al laboratorio de Dana Lehner. Cambie los cuadernos de repisa y regresé nervioso a mi habitación.

YA Sólo cabía esperar.

Lawrence tardó en aparecer más de lo que me hubiese gustado. Su mirada, esquiva, seguía sin convencerme.

—¿Tienes algo? —Preguntó sin saludar.

—Aún no he podido encontrar a Aslan, pero sé dónde está Zaitsev. —Respondí sin demasiado entusiasmo.

Morgan se mordió el labio inferior y fijó la vista en mi escritorio, pensativo.

—Está bien. —Concluyó. —Bastará para empezar. Vamos.

Guié a Lawrence por la maraña roja de pasadizos y escaleras hasta dar con Viktor. Al llegar al recodo, hice un gesto de decepción. Zaitsev ya no estaba.

—¿Qué ocurre? -Preguntó Lawrence inquieto.

—Estaba aquí… hace un rato… trabajaba en una soldadura. —Respondí confundido.

Morgan frunció el ceño con desconfianza.

—Sander, si esto es algún estúpido truco…

—¡Estaba aquí! —Exclamé frustrado mientras me acercaba hasta el panel que Viktor había estado manipulando.

—Eres un completo inútil.  —Me espetó Morgan con fiereza.

Alcé la mirada. Lawrence, se dirigía ya hacia mí con cara de pocos amigos.

—¿QUE ESTÁIS HACIENDO AQUÍ?

El potente vozarrón de Viktor Zaitsev nos llegó amortiguado desde el hueco de la escalera. Lawrence se detuvo y volvió la cabeza para ver aparecer al ruso que bajaba los escalones con parsimonia. Tenía una botella en la mano y arrastraba las palabras, con entonación pastosa.

—Sander… Maldita sabandija… ¿Interrumpo un momento íntimo? —Inquirió Zaitsev con sorna antes de dar un trago.

—Wang me envía para hablar contigo. —Respondió Lawrence.

—¿Te gustan altos y fuertes Sander? —Preguntó Viktor haciendo caso omiso de la respuesta de Morgan. El tono empleado no me estaba gustando nada.

—Tenemos que hablar. —Intervino Lawrence, desviando la atención de Viktor sobre mi persona.

—No hay nada que hablar, negro. ¿DONDE ESTA DANA?

Zaitsev estaba borracho. Recé para que Lawrence no entrara al trapo de las provocaciones.

—La Doctora Lehner está bien. —Dijo Morgan.

—¿Te gustó verla en la mesa tumbada? —Replicó el ruso.

Zaitsev tenía los ojos vidriosos y los músculos tensos de ira.

El recuerdo de Dana mirándome intensamente volvió a asaltarme.

—Era necesario.

—¡NECESARIO! —Estalló Zaitsev dando un buen trago de la botella, casi vacía.

—¿Es que no entiendes que en la Tierra están todos muertos? —Exclamó Lawrence señalando la pared.

—¡MIENTES! —Gritó Viktor.

—John Harper nos advirtió: NO VENGÁIS. —Dije.

—Tú limítate a mantener la boca cerrada. —Respondió el ruso clavándome la mirada.

—Con el tiempo, Dana entenderá. —Dijo Morgan. 

—¿ENTENDERÁ? —Preguntó Zaitsev arrastrando las palabras.- Sois unos bastardos.

—Wang quiere verte. Tiene información… Sobre Moscú…

Viktor se quedó paralizado durante un segundo. Tambaleante, pensó brevemente la respuesta.

—Escúchame bien NEGRO: Dile a Wang que tiene veinticuatro horas para liberar a la Doctora Lehner, o nadie saldrá de aquí. He reprogramado los accesos al transbordador.

Lawrence y yo nos miramos intentando asimilar las implicaciones de lo que Zaitsev acababa de decir.

—¿Qué has hecho Viktor? —Preguntó Lawrence con incredulidad.

—Lárgate de mi vista, NEGRO. —Concluyó Zaitsev.

—¡HAS CAMBIADO LOS CÓDIGOS! —Exclamó Lawrence acercándose peligrosamente al ruso.

A pesar de su corpulencia y su evidente estado de embriaguez, Viktor encaró a Morgan con la agilidad de un felino. Un golpe seco contra una tubería fue suficiente y, como si toda la acción estuviese transcurriendo a cámara lenta, el ruso alzó la botella de vodka rota para clavarla en el cuello expuesto de Morgan que cayó de rodillas, sorprendido.

—¡NO! —Grité.

La sangre salió a borbotones por la yugular de Lawrence pero Viktor continuó cortando.

—¡PARA! ¡VIKTOR! ¡PARA! —Exclamé.

Trozos de cristal, rojos al trasluz, salían despedidos con cada impacto. 

—¡NEGRO! ¡NEGRO! ¡NEGRO!

  ¡NEGRO! ¡NEGRO! ¡NEGRO!

  ¡NEGRO! ¡NEGRO! ¡NEGRO!

Aterrado, busqué las escaleras.

Subí los peldaños a trompicones, apoyándome en la oscura baranda para evitar tropezar y caer al rojo abismo interior de la estación. Cuando por fin, mis ojos vislumbraron el blanco cegador de los pasillos, los gritos de Zaitsev resonaban todavía, siniestros, en mi cabeza.

 

—¡NEGRO! ¡NEGRO! ¡NEGRO!

  ¡NEGRO! ¡NEGRO! ¡NEGRO!

  ¡NEGRO! ¡NEGRO! ¡NEGRO!

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

02 de Enero de 2.037.

 

Hola Kate.

Me quedé dormido revisando mis notas sobre Lawrence. Nuestro copiloto del transbordador terminó sus estudios como licenciado en Ingeniería Aeronáutica por la Universidad de Wisconsin en Madison, gracias a una beca de las Fuerzas Aéreas. Sus brillantes calificaciones le permitieron ingresar inmediatamente en el Departamento de Tecnología Espacial de la NASA, donde pronto destacó por su inquietud hacia la astronáutica. El destino de Morgan quedó sellado el día en que éste conoció a Mathilda Heart, la primera mujer afroamericana de la agencia en estar a cargo de un Control de Tierra en Houston.

Resultó ser amor a primera vista. Un sinfín de almuerzos compartidos sobre el césped del Rocket Park junto al Johnson Space Center, terminaron en una boda no exenta de rumores malintencionados sobre las verdaderas intenciones del joven ingeniero aeronáutico. Sea como fuere, en 2.034 y coincidiendo con el nacimiento de su hijo Jefferson, un entusiasmado Morgan Lawrence realizó con éxito su primer viaje a la Estación Espacial Internacional Harmony acompañando al comandante Thomas Anderson en misión de abastecimiento. ¿Cómo podía imaginar entonces que su vida terminaría tan solo un par de años después entre estas paredes?

Me pregunto, Kate, que es lo que nos ha llevado a todo este horror. ¿Es la desesperación? ¿El miedo? ¿Merecía Lawrence una botella clavada en el cuello? ¿Es Zaitsev un asesino o un justiciero? ¿Cuando se convierte la justicia en venganza? ¿Acaso no es, en demasiadas ocasiones, lo mismo? Que fácil resulta caer en la confusión… No puedo descansar bien, la más leve cabezada me devuelve sueños desagradables, agitados. El tiempo transcurre sin días ni noches, envuelto en fantasmagóricos destellos que alternan confusión y lucidez.

Intenté levantarme para conseguir algo de comer, cuando percibí la figura de Yun Wang, recortada contra el ventanuco de mi habitación. En mi estado de somnolencia, me pareció que tenía un aspecto irreal. Una sombra oscura, velando mis pesadillas.

—¿Ha descansado usted lo suficiente? —Me preguntó.

Aturdido, no supe que responder.

—¿Dónde está Morgan? —Quiso saber.

Me incorporé pesadamente. Sentado en el borde de la cama, y sin saber qué hacer con las sábanas, respondí.

—Ha muerto.

Tenía la boca pastosa y necesitaba beber agua urgentemente.

—Comprendo.

Wang no se alteró con la noticia. Acercándose, encendió la luz del flexo sobre el escritorio y apoyó los codos sobre la mesa.

—Sander… Sander… Pobre señor Sander… —Musitó Wang con su peculiar acento, mientras movía de un lado a otro la cabeza.

—Todos ustedes se han vuelto locos…

—¿Quién está más loco señor Sander, el hombre que mata a la yegua para que nazca el potrillo o el que no hace nada esperando que haya suerte y no mueran los dos?

—No empiece con sus estúpidas analogías. —Contesté airado.

—Usted cree que yo soy un monstruo. ¿No es cierto? Es fácil poner etiquetas sin tener en cuenta las circunstancias.

—¿Circunstancias? —Inquirí con amargura. ¡Déjeme que le hable de circunstancias! —¿Por cuánto tiempo más cree usted que Viktor va a permitir que tengan a Dana retenida?

—Viktor Zaitsev… —Asintió Wang pensativo.

—Si no la sueltan pronto…

—La Doctora Lehner está encantada de estar con nosotros. —Dijo Wang tajante.

—Es usted un cínico despreciable.

—¿Donde te gustaría morir Sander? Dime… ¿Te gustaría morir aquí?

—¡Déjeme en paz! —Respondí hastiado.

—Sabemos por lo ocurrido a John Harper, que Wicca ha llegado ya hasta el polo sur de la Tierra. El aire que antes respirábamos, ahora nos mata. No obstante, no todo está perdido.

—Pero… ¿Cómo saben todo eso? —Pregunté atónito.

—Wicca se irá debilitando paulatinamente, una vez más, de norte a sur.

—¿Debilitando? ¿Qué significa?

—Cállese y escuche.

—…

—El retorno a la normalidad es inevitable. Será un proceso lento, pero tan irreversible como lo que ha terminado con la vida de nuestra especie en el planeta. De ahí, nuestro empeño por evacuar Harmony lo más tarde posible. Podemos esperar en la estación tranquilamente y hacer las cosas bien, o podemos irnos de aquí mañana mismo e intentar sobrevivir confinados en el primer iceberg del polo norte que encontremos. Personalmente, me inclino por la primera opción.

—Todo esto es ridículo. —Insistí si poder creer lo que Wang me estaba diciendo.

—Escúchame Paul… Yo he decidido adquirir un compromiso firme con todos nosotros. Un compromiso con la supervivencia.

—¿Me está usted diciendo todo esto en serio? —Inquirí.

—Sander… Sander… ¿Qué más puedo hacer con alguien que quiere saber lo que no puede saber?

—¡Deje de tratarme como a un niño! —Exclamé.

—Vengo hasta ti, te muestro una rendija de la realidad y… ¿Qué es lo que obtengo, Sander?

—…

—Orgullo, ira, frivolidad… Tu actitud es la que me obliga a actuar. —Concluyó Wang.

—Otra vez su estúpido mesianismo… Usted ha provocado todo esto… Tenga por seguro que lo va a pagar.

—A diferencia de la doctora Lehner, tú no estás preparado. Pensé que quizás habría llegado el momento, pero es evidente que me he equivocado.

—¡Dígame qué es lo que han hecho con Dana!

—Como ya le he dicho Señor Sander, no está usted preparado.

—En eso estamos de acuerdo Doctor Wang. En Houston no te preparan para gestionar pandemias, ni para ser testigo de violaciones y desde luego, no me considero preparado para ver a nadie caer muerto delante de mis narices, con una botella de vodka clavada en el cuello… Tampoco me prepararon para tratar con tipos tan despreciables como usted…

Wang me miró con tristeza.

—¿Sabía usted que fueron los musulmanes los primeros en explorar las más de diecisiete mil islas de Indonesia?

—¿Ve a lo que me refiero? ¡Realmente disfruta con esto! ¿Verdad?

—Usted nunca escucha. ¿Verdad?

—¡Tan sólo me interesa saber DONDE ESTÁ DANA! —Exclamé airado.

Ir a la siguiente página

Report Page