Harmony

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Kate » Capítulo 1

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Hartford. Connecticut.

Estados Unidos.

Sábado Sept./13/2036.

Wicca -13

 

Kate no pudo evitar una mueca de fastidio frente al espejo. Probó de perfil, las manos en la cintura, el pelo suelto, después a un lado… recogido… una coleta… ¿Un moño quizás…? El vaquero descolorido todavía le sentaba como un guante.

—No está mal. —Pensó mirando.

Sin embargo, la ajustada sudadera universitaria evidenciaba el paso de los años.

—¡Mamá! —Exclamó frustrada Kate.

—¡Dime cielo! —Contestó Annette Brennan con voz lejana desde la cocina.

—¿Qué le ha pasado a mi sudadera? ¡Ha encogido!

—¡No te oigo cariño! —Respondió su madre intentando alzar la voz por encima del ruido de las varillas y el motor de la batidora.

Kate refunfuñó algo ininteligible y empezó a tirar con insistencia de las mangas hacia abajo.

—¡Mamaaaa!

—¡Katherine Alexandra Celeste Brennan! ¡Te he dicho que no me hables desde el otro extremo de la casa!

La batidora seguía haciendo un ruido espantoso mientras Annette movía las caderas al ritmo de la única emisora de radio en Hartford que todavía pinchaba los grandes éxitos de los noventa.

—Es difícil competir contra Sunday Bloody Sunday. —Dijo una voz profunda desde la entrada.

 

Las palabras de Arthur Brennan provocaron una reacción inmediata en Kate.

—¡Papá! ¡Por fin!

El padre de Kate dejó la bufanda, el chubasquero y su gorra Ascot de fieltro verde en el perchero.

—¿Otra vez mirándote el trasero en el espejo? —Dijo con una enorme sonrisa.

—¡¡Papa!! —Exclamó Kate con falsa indignación mientras el enorme perro labrador blanco que acompañaba a Arthur comenzaba a ladrar.

—¡Baxter!… ¿Me has echado de menos, bandido? —Preguntó Kate acariciando al animal.

—¡Hace un día espantoso! ¿Cuando has llegado? ¡Te veo estupenda! —Quiso saber Arthur Brennan abrazando con cariño a su hija.

—Apenas me ha dado tiempo para ponerme cómoda y descubrir que Mamá sigue sin hacer caso… —Respondió Kate poniendo cara de pena.

—Ya la conoces, siempre ocupada. ¿Cuando has salido? No te esperábamos tan pronto.

 

—Vale la pena levantarse temprano y evitar así tormentas desagradables en la carretera.

Arthur asintió complacido. Una de las cualidades que más admiraba en la muchacha era su inquebrantable sentido de la responsabilidad. 

—¿Y qué tal las cosas por la Gran Manzana? —Preguntó con cierta ironía.

—Vamos tirando. —Respondió Kate acompañando a su padre al jardín. Aunque ya no llovía, el cielo seguía preñado de nubes y hacía bastante fresco; inusual a mediados de septiembre.

Baxter decidió que no estaba el tiempo para paseos y se tumbó, perezoso, sobre la alfombra frente a la chimenea.

Kate se tomó un momento para mirar a su padre. Le echaba mucho de menos.

Arthur Brennan, prominente y exitoso abogado de Connecticut protagonizó una boda tardía con Annette Lefleur; guapa, rebelde y heredera de una de las familias más aristocráticas del estado. El padre de Annette, Michel, afirmaba sin ambages que el linaje de los Lefleur se remontaba a los tiempos de la Guerra de Independencia.

—¡Luchamos junto a La Fayette! —Presumía con orgullo.

Y Arthur asentía mientras miraba de reojo el escote de Annette durante los partidos de tenis en la casa de campo que los Lefleur tenían a las afueras de Northampton. La boda fue el acontecimiento del año 1.998. Congresistas, senadores y gobernadores venidos desde estados lejanos inundaron los salones del Hotel Hilton con el aroma del buen brandy y sus cigarros habanos. Eran buenos tiempos.

—Las cosas no están yendo exactamente como pensaba… —Se lamentó Kate en el jardín.

—Vamos Katie… Es sólo trabajo… —Respondió Arthur afablemente.

Kate devolvió a su padre una sonrisa. Al contrario que Mamá, él siempre la apoyaba en todo. Cuando la pequeña de los Brennan anunció en casa que había decidido comenzar sus estudios de periodismo, Annette torció el gesto.

—¿Periodismo? Pero… ¿Qué hay del bufete? ¿Quién va a…?

—Déjalo estar, cariño. —Sentenció Arthur con suavidad pero con aquella firmeza que toda la familia conocía tan bien.

Annette lo dejó estar pero nunca cesó de fruncir el ceño ante la idea de que la más inteligente y capaz de sus hijas hubiese renunciado a recoger el testigo de su padre. Siempre había creído que Kate sería una excelente abogada. El periodismo se le antojaba más bien como una profesión de fisgones sin escrúpulos.

—La verdad, hija. No te imagino en las oscuras rotativas de un periódico…

Kate Brennan no sólo había conseguido evitar del todo las rotativas del New York Times sino que, desde la sección de economía, se había convertido por méritos propios en una de las más jóvenes e inquisitivas promesas de toda la redacción.

No obstante, algo no iba bien.

—Papá… Me han apartado de un asunto importante. Sé que es algo muy grande. Llevo meses investigando pero Bruce McKellen me ha pedido que lo deje para cubrir todo lo relativo a esa maldita estación…

—¿Te refieres a Harmony? —Preguntó Arthur.

Kate se apartó con la mano un mechón rebelde de la cara.

—Pasado mañana, publico un artículo sobre Paul Sander, el compañero que pasará cuatro meses en la Estación Espacial Internacional.

 

- ¡Eso es estupendo! ¡Se trata de una historia importante! —Exclamó Arthur.

—No estoy tan segura. —Respondió Kate sin poder evitar el tono de amargura.

—Vamos Kate… ¡Es tu primer gran artículo! ¡Tenemos que celebrarlo!

—¿No lo entiendes Papá?… ¡Tengo testigos! Pruebas que relacionan a ChinaKorp con sobornos y extorsiones a gente importante en Washington. ¿Cómo han podido darle mi trabajo a Bob Petrulis? ¡Ese inepto presuntuoso!

—Cariño… ChinaKorp es un holding de empresas inmenso. Controla cientos de bancos y está detrás de los intereses energéticos de medio mundo. Es gente que apuesta fuerte y no se anda con tonterías. Pueden arruinar tu reputación y tu carrera. Lo he visto hacer muchas veces. Eso… y cosas peores…

Kate frunció el ceño disgustada.

—Crees que la noticia me queda grande… ¿No es cierto?

—No es eso Kate. —Respondió Arthur con tono serio. —Simplemente me alegro de que se publique ese artículo tuyo.

—¡No estoy en el maldito New York Times para ser la niñera de Paul Sander! —Estalló Kate furiosa.

Ahí estaba, el mal genio de los Lefleur. ¡Cómo se parecía Kate a su madre! La misma obstinación, la misma inquebrantable tozudez…

—Me la han jugado y no voy a parar hasta averiguar quién y por qué.

Arthur Brennan suspiró profundamente. Sabía que no valía la pena continuar discutiendo. Además, no quería fastidiar el almuerzo. Un apetitoso aroma a cordero asado llegó al jardín desde la cocina.

—¿Tienes hambre? —Preguntó Arthur cambiando de tema.

—¡Me comería un león! —Respondió Kate.

—Pues vayamos a ayudar a tu madre. —Dijo Arthur más aliviado.

La comida y la sobremesa transcurrieron de manera agradable. Kate le contó a su madre sus progresos en el periódico omitiendo cualquier referencia a ChinaKorp y Annette habló por enésima vez de lo ocupada que estaba gestionando la fundación.

—El jueves que viene haremos una cena benéfica para recaudar fondos destinados a la lucha contra el cáncer de mama. Ya sabes, Arthur, que cuento con el gobernador.

Su marido asintió desde la mecedora y se limitó a disfrutar de la pipa mientras escuchaba.

—¿Quién es Paul Sander, querida? Nunca habías hablado de él… —Quiso saber Annette.

—Trabaja con Bill Walsh, es el responsable de la Sección de Ciencia del periódico.

—¡Qué interesante! ¿Y es mono?

—¿Paul Sander?… ¡Mamá por favor!

Arthur sonrió divertido.

Annette continuó.

—Bueno hija, no te pongas así. Los científicos tienen su atractivo. No tanto como los abogados. Pero si al menos es guapo…

—Paul Sander no es un científico Mamá. Es periodista, como yo.

Annette no pudo evitar un mohín de desencanto y desaprobación.

Kate continuó dando explicaciones.

—Creo haber hablado con Paul un par de veces. Me pareció un tipo raro e introvertido. No lo sé… no le conozco. Su despacho está siempre desordenado; las paredes forradas con carteles de cine clásico y una enorme estantería repleta de figuras extravagantes…

—¿Porcelana?- Preguntó Annette.

Kate rió.

—No Mamá. Nada de porcelana… Hablamos de dragones, magos, enanos y elfos.

—¡Santo Cielo! —Exclamó Annette. ¿Y cómo permite el New York Times semejante cosa?

—Eso mismo me pregunto yo… —Respondió Kate.

—Tu padre nunca permitiría que ninguno de sus empleados tuviese dragones en el bufete… ¿No es cierto querido?

—¡Ni pensarlo! —Respondió solemnemente Arthur Brennan tras una azulada nube de tabaco virginiano.

Los tres continuaron un buen rato bromeando hasta que llegó la hora de volver a Nueva York.

Annette y Arthur se despidieron de su hija en el porche.

Mientras se alejaba, la joven no pudo evitar mirar por el retrovisor.

El viejo Baxter corrió detrás del coche ladrando.

No quería que se fuera.

 

 

 

 

 

Ciudad de Nueva York. Nueva York.

Estados Unidos.

Lunes Sept./15/2036

Wicca -11

 

Kate puso la humeante taza de café a la izquierda del teclado a las cinco menos cuarto de la mañana e introdujo su clave en el sistema. La oficina estaba casi desierta y el ordenador tardó unos segundos en mostrar un escritorio plagado de accesos directos, notas y recordatorios de llamadas pendientes. Antes de abrir el navegador para leer su artículo, escrito el viernes, Kate repasó mentalmente su entrevista del miércoles anterior con Spanoulis.

—Adelante, Kate… Pasa, toma asiento. —Dijo el editor jefe del New York Times mientras colgaba el teléfono.

—¿Ocurre algo Josh? —Preguntó Kate extrañada.

Spanoulis se tomó un momento para estudiar a la joven que tenía delante. No muy alta y de complexión atlética, Katherine Brennan había heredado el rostro ligeramente ovalado de su padre con una nariz pequeña y delicada que aportaba armonía a todo el conjunto. Josh identificó también con facilidad los labios bien proporcionados de Annette Brennan, así como sus dientes grandes, blanquísimos, y por supuesto, los ojos.

Unos ojos verdes de mirada permanentemente inquisitiva.

—¿Cómo están tus padres? —Quiso saber Spanoulis, cordial.

—Bien… Tengo pensada una visita durante el fin de semana. —Respondió Kate.

—Es lo mejor que puedes hacer. Mis hijas no vienen a verme muy a menudo. Y si por casualidad aparecen por aquí, sus condenados maridos se encargan de fastidiarlo todo.

Kate le dedicó a su jefe una sonrisa forzada.

—Estoy segura de que cada uno hace lo que puede…

—Lo dudo mucho. Pero da igual… Por favor, saluda a Arthur y a Annette de mi parte cuando les veas.

—Por supuesto, Josh… Descuida.

A Kate siempre le habían incomodado las relaciones de la familia Brennan con el periódico. Detestaba cualquier trato de favor y por eso intentaba esforzarse más que el resto lo cual generaba a la vez, admiración, y no pocas envidias entre algunos compañeros.

A Kate le daba igual. Se había acostumbrado a vivir con ello.

—Tengo buenas noticias para ti. —Dijo Spanoulis, ufano.

—Vaya…

La silla crujió bajo el peso del redactor jefe mientras éste se inclinaba hacia atrás con las manos cruzadas sobre la nuca. Kate no pudo evitar dirigir su atención hacia la oronda barriga que emergía de la chaqueta dejando al descubierto un par de llamativos tirantes.

—Queremos que lleves el timón de un proyecto muy importante para el periódico. Se trata de un nuevo cometido que necesitará dedicación exclusiva. Estamos seguros de que vas a realizar un gran trabajo.

—Pero… —Intentó objetar confundida Kate.

—Bob Petrulis se encargará de ChinaKorp.

Kate palideció.

—ChinaKorp es algo grande Josh… No podéis darle mi trabajo a otro… Hablamos de mis fuentes… Llevo meses investigando.

—Y has hecho una labor excelente, Kate. Pero ahora te necesitamos liderando otro asunto.

—¡No podéis hacerme esto!

—Kate… ¿Me dejas hablar?

—Josh. Odio tener que decirlo, pero si me apartas de ChinaKorp, mi padre hablará personalmente con Bruce. —Amenazó Kate recurriendo desesperada a la influencia familiar en el Times.

—El señor McKellen está al corriente de la situación, señorita Brennan.  —Respondió con frialdad Spanoulis.

Kate se derrumbó. Ya no había nada que hacer.

Una oleada de indignación le recorrió todo el cuerpo.

—No podéis soportar que sea una mujer la que…

—Ni se te ocurra ir por ahí. —Advirtió muy seriamente Josh.

—Muy bien. En una hora tendrás mi dimisión y me iré con la historia a la competencia. —Amenazó Kate disparando su último cartucho.

—No harás tal cosa, y lo sabes, Katherine Brennan. —Afirmó Spanoulis con seguridad.

—¿Por qué haces esto Josh…? —Preguntó Kate descorazonada.

El editor jefe del New York Times miró a la joven periodista. Parecía conmovido.

—Lo lamento Kate. ¡No es culpa mía que Paul Sander se vaya al maldito espacio!

La joven tardó varios segundos en procesar la respuesta.

—Esto quedará así.

Kate tomó un sorbo de café y accedió desde la carpeta de favoritos a la página web del New York Times. Al igual que en la edición de papel, el artículo sobre la novedosa misión en Harmony ocupaba una gran parte de la portada y aparecía ilustrado por la espectacular instantánea de un transbordador a punto de acoplarse con una de las bahías de carga en la estación.

 

 

EL NEW YORK TIMES EN LA ESTACIÓN ESPACIAL INTERNACIONAL

Por KATE BRENNAN. SEPT, 15,2036

 

El New York Times será el primer medio de comunicación de la historia en tener un corresponsal en la Estación Espacial Internacional Harmony. Paul Sander, responsable de la Sección de Ciencia del periódico, convivirá durante cuatro meses con los astronautas que desarrollan su trabajo en la obra de ingeniería más importante jamás construida por la humanidad. Esto ha sido posible gracias al acuerdo firmado por nuestro Presidente Ejecutivo, Bruce McKellen y el alto comisionado de la División Aeroespacial de las Naciones Unidas (DANU), John Philip Cruz.

 

Esta agencia de la ONU, fundada en 2.017 con el objetivo de aunar todos los esfuerzos de la humanidad en la conquista del espacio, fue la responsable de la exitosa puesta en marcha de la nueva Estación Espacial Internacional Harmony. A diferencia de su predecesora, la estación dispone de un avanzado módulo de rotación que simula la gravedad terrestre mediante el aprovechamiento de la fuerza centrípeta. En los casi cinco años de investigaciones llevadas a cabo por este ambicioso proyecto, se han producido importantes avances que serán decisivos en el próximo objetivo de la DANU: El planeta Marte.

 

Inaugurada en 2.031, Harmony no es solamente una estructura tecnológicamente asombrosa a 400 km de distancia en el espacio. Aparte de las actividades científicas que allí se desarrollan, la ONU ha puesto en muchas ocasiones a la estación como ejemplo de convivencia para los habitantes de la Tierra. Astronautas de numerosos países, a veces históricamente antagónicos, han compartido con éxito el mismo entorno en la estación en beneficio de un bien común que trasciende razas, ideologías y religiones. La estación ha sido por lo tanto, unánimemente considerada como el mejor ejemplo de lo que la humanidad puede llegar a conseguir cuando se impone el espíritu de colaboración entre las naciones.

 

El próximo 17 de Septiembre, despegará, con Paul Sander a bordo, y desde el Centro Kennedy en Cabo Cañaveral, el transbordador Reacher de la DANU, en misión de aprovisionamiento rumbo a Harmony. El trabajo de Paul consistirá en contarle a la humanidad, de primera mano, cómo es el día a día de los científicos y astronautas que desarrollan su labor en el espacio. Para ello, el New York Times tiene previsto publicar una edición especial con cada crónica que Paul vaya haciendo llegar a esta redacción.

 

Actualmente están presentes en la Estación Espacial cinco grandes especialistas, todos ellos cuidadosamente escogidos por la DANU en base a sus sobresalientes cualidades, tanto profesionales, como físicas y psicológicas. Viktor Zaitsev, cosmonauta ruso, es el Responsable de Sistemas y el más veterano de todos. La joven y brillante Dana Lehner, experta en Física de la Agencia Espacial Europea. El Dr. Yun Wang es una reconocida eminencia en Biología Molecular de la Administración Espacial Nacional China. El Coronel David Dayan se ha constituido como uno de los más prestigiosos estudiosos de la Materia y la Energía Oscura en la Agencia Espacial Israelí y por último, el profesor Omar Aslan, Director del Programa Conjunto de Magnetismo y Micro Gravedad de la Universidad de Chicago e importante asesor de la NASA.

 

El pronóstico del tiempo previsto por el Servicio Meteorológico Nacional para el 17 de Septiembre es de cielos despejados para todo el sur de Florida.

 

Kate terminó la lectura y permaneció unos segundos ensimismada delante de su primera portada en el New York Times.

—Sólo tengo treinta y tres años. Debería estar orgullosa… —Pensó mordiéndose el labio inferior.

Sin embargo, las sensaciones al contemplar la pantalla afloraban contradictorias.

—Josh Spanoulis, si crees que puedes comprarme con una portada es que no me conoces… —Musitó Kate, frunciendo el ceño como hacía su madre.

 

El reloj en la pantalla marcaba las cinco y treinta y cuatro de la mañana. Pronto, la redacción herviría con el bullicio característico de las mañanas.

—Katherine Alexandra Celeste Brennan, no vas a dejar que se salgan con la suya. —Murmuró apagando el ordenador y cogiendo el bolso.

Tenía cosas que hacer.

 

 

 

Ciudad de Nueva York. Nueva York.

Estados Unidos.

Miércoles Sept./17/2036

Wicca -9

 

Kate dejó atrás la estación de la calle 72 para internarse en Central Park. Atravesó Terrace Drive paseando, tranquila, hasta llegar a la Fuente de Bethesda. El lugar estaba atestado de turistas, no obstante, y a pesar de la increíble amalgama de atuendos la joven pensó que no resultaría difícil identificar al hombre de la bufanda roja.

 

—Mantén la calma, fíjate bien. —Pensó. 

Kate miró el reloj. Eran las 11.52 h.

Llevaba un buen rato esperando y tenía la impresión de que cada minuto que pasaba no hacía sino aumentar la sensación de que su contacto en ChinaKorp terminaría por no aparecer.

Entonces, lo vio. Un tipo delgado, impecablemente vestido, se sentó en la fuente y sacó un cigarrillo. Sujetaba en una mano la prenda acordada.

Kate se acercó.

—Hola. —Fue lo único que se le ocurrió decir.

El hombre dio una calada al cigarro y se levantó.

—Acompáñeme. —Dijo con acento extranjero.

Kate siguió los pasos del desconocido a través de los senderos del parque hasta que éste, finalmente, llegó a un banco apartado bajo la sombra de una arboleda. Al fondo, llegaban apagadas las voces de los transeúntes. El hombre de ChinaKorp calzaba zapatos de cuero italiano a juego con un traje de corte inglés que, por su aspecto, parecía recién comprado.

—Señorita Brennan…

—Disculpe la urgencia de mi llamada. —Respondió Kate sentándose en el banco.

—Corremos riesgos innecesarios al venir aquí. ¿Qué ha ocurrido?

—He sido apartada del caso.

Kate observó la reacción de su interlocutor ante la noticia. No parecía sorprendido.

—Han puesto a Bob Petrulis, un inepto, en mi lugar.

Su contacto en ChinaKorp la interrumpió.

—Son los primeros movimientos. Está usted jugando una partida muy peligrosa. Me pregunto si una mujer tan joven va a tener las agallas necesarias…

—¿Qué demonios significa eso? —Preguntó Kate ofendida.

En vez de responder, el hombre sacó un pendrive del bolsillo.

—Tome esto.

—¿Qué contiene?

—Es su seguro de vida. Buenos días señorita Brennan. Tenga cuidado.

—Pero…

Su fuente se levantó y se marchó con paso nervioso por donde había venido. La joven tuvo la extraña sensación de que nunca más volvería a saber de él.

Una hora después, Kate entraba como un vendaval en su despacho.

Cerró la puerta, encendió el ordenador y sacó el pendrive.

—Toc… Toc… ¿Puedo pasar?

La suave voz de Bill Walsh sacó a Kate de su ensimismamiento.

Con un gesto rápido metió el pendrive en un cajón.

—¡Bill! ¡Por supuesto! ¡Adelante!

Bill la miró con cara de viejo zorro y tomó asiento.

—¿Que tal tu nuevo despacho? ¿Estás contenta?

Kate respondió de forma automática. La ansiedad la iba a matar.

—Si… Mucho… —Dijo sonriendo.

—Me gustó tu artículo. ¿Primera portada? —Pregunto afablemente Bill.

—Si… —Respondió Kate ausente.

—Quería darte la enhorabuena. Estoy seguro de que Paul también lo habrá leído. —Afirmó Bill.

—Claro… Seguro…

Bill enarcó una de sus pobladas cejas.

—Ahora que Paul no está, te has quedado solo… —Dijo Kate cambiando de tercio.

—Todos le echamos de menos.

—¡Por supuesto! ¡Estoy segura de que hará un gran trabajo ahí arriba! —Contestó Kate señalando al techo.

—¿Estás bien? —Quiso saber Bill.

—¿Por qué no iba estarlo? —Respondió Kate jugando nerviosa con el pelo.

—Se rumorea que andas detrás de algo grande relacionado con ChinaKorp…

Kate intentó disimular.

—No hagas caso de lo que diga Bob Petrulis, es un bocazas.

—Resulta extraño que, de repente, escribas sobre Paul Sander.

Kate se mordió con fuerza la lengua.

Bill sabía cómo hacer hablar a la gente.

—Harmony es todo un reto para el periódico. Nadie ha tenido nunca a un corresponsal en el espacio. —Respondió Kate.

—Corta el rollo, jovencita…

—No sé a dónde quieres llegar.

Bill Walsh se levantó y abrió la puerta del despacho.

—Muy bien. Te reitero mi enhorabuena. Si alguna vez necesitas algo, lo que sea, ya sabes dónde estoy. —Dijo Bill con sinceridad.

Viéndolo allí, con aquella cara de genuina preocupación, Kate estuvo a punto de contarlo todo.

—Si caigo en un agujero negro, te avisaré. —Respondió Kate.

Bill rió de buena gana.

—¿Sabes una cosa?

—Dime.

—Además de guapa, también eres graciosa.

El cerebro de Kate dio orden a su laringe de emitir una suave carcajada cuya musicalidad irradiase un halo de cautivadora indolencia.

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