Harmony

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Kate » Capítulo 3

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Kate fue directa al grano.

—¿Qué puede decirme el Centro Nacional de Enfermedades sobre Wicca, doctor?

—Nada que no hayamos dicho ya oficialmente. —Dijo Swift a la defensiva.

—¿Por qué tan reservado? —Se preguntó Kate.

—Continuamos sin hacer progresos.

—Verá… —Dijo Kate.- Estoy aquí en calidad de asesora especial del Presidente. Mi trabajo es asegurarme de que…

—Si el presidente quiere saber algo, no tiene más que preguntar.

El doctor Swift parecía nervioso.

—Para eso se ha concertado esta entrevista. Para preguntar. —Respondió Kate con seguridad.

—¿Quiere la verdad? Dígale al Presidente de mi parte, que prepare al país para lo peor.

Kate cerró un momento los ojos.

Aquello no era lo que había venido a oír. En vez de un experto de discurso tranquilizador, se encontraba ante un hombre visiblemente asustado.

Swift comenzó a juguetear con un bolígrafo entre los dedos.

—¿Qué quiere decir exactamente?

El máximo responsable del Centro de Control de Enfermedades se llevó las manos a la cara.

—Hay un patógeno del que no sabemos nada propagándose por todas partes a una velocidad escalofriante. Lo que quiero decir, señorita Brennan, es que estamos perdiendo la batalla.

—¿Cuánto tardarán en desarrollar una vacuna?

El doctor Swift la miró con gesto cansado.

—No me ha entendido… ¿Verdad?… ¡No sabemos cómo combatirlo!

—Pero… Tienen ustedes todos los recursos…

—No hemos podido obtener nada.

—¿Cómo es posible? —Preguntó Kate horrorizada.

—No lo sabemos. No sabemos cómo funciona. Se propaga demasiado rápido. —Respondió lacónico el Doctor Swift.

Kate suspiró. Estaba ante un hombre derrotado.

—Muy bien. Hablaré con el Presidente.

Kate seguía sin poder creerlo. Las afirmaciones del Doctor Swift no tenían sentido.

—¿Está completamente seguro de que no hay ningún error? ¿Algo que no hayan visto? —Se atrevió a decir.

Jerome soltó una carcajada.

—¡No hemos visto nada! ¡Ese es el problema! —Afirmó golpeando la mesa con ambos puños.

El retrato de familia conformado por esposa e hijos, tembló.

Kate temió haber ido demasiado lejos.

—¿Qué puede decirme de otras zonas del mundo?

—Estamos en contacto con todos los organismos internacionales. La situación es la misma. En todas partes.

Kate supo que ya no tenía sentido permanecer por más tiempo allí.

—Pensaba que venceríamos. —Dijo mientras ofrecía la mano al doctor.

—Yo también.

—La gente mantiene su esperanza en ustedes. ¿Sabe lo que eso significa?

—Si.

—Esperan un medicamento que les devuelva la normalidad. Siempre ha habido epidemias en el pasado y a todas las superamos.

Jerome Swift permaneció en silencio.

—Pero esto… No vamos a superarlo. ¿Verdad doctor?

—Le deseo mucha suerte señorita Brennan.

Kate bajó la mirada.

Mientras caminaba por el pasillo hacia la salida, aun pudo escuchar la voz de la joven recepcionista.

—No. El doctor Swift no puede atenderle en estos momentos.

—No vamos a superarlo. —Murmuró tratando de hacerse a la idea.

—Muy bien… Tomo nota… Gracias, buenas tardes.

 

Tel Aviv.

Israel.

Martes Oct./14/2036

Wicca +18

 

Kate Brennan contempló las largas hileras de olivos que jalonaban los veinte kilómetros que separaban Tel Aviv de la pequeña localidad de Rehovot.

—En los últimos años, el gobierno expropió muchas de estas tierras para dedicarlas a la producción intensiva de aceite. —Afirmó el conductor del Lexus negro que se desplazaba escoltado por la policía a gran velocidad por la carretera 412.

Kate asintió.

El viaje a Tel Aviv desde Georgia había sido largo.

Diez mil kilómetros, de un vuelo solitario y monótono habían dado bastante para pensar.

—¿Qué noticias me esperan en Israel? Dios quiera que no sea peor que Atlanta.

El aterrizaje en el aeropuerto Ben Gurion fue largo y tedioso. La torre de control retuvo al reactor en el aire durante un tiempo que a Kate se le hizo interminable. El tráfico aéreo en Israel tampoco funcionaba con normalidad.  

Nada más poner un pie en la terminal, Kate fue interceptada por dos funcionarios que la llevaron a una sala pequeña y mal iluminada.

Una mujer vestida con traje gris oscuro de raya diplomática, aguardaba.

—Pasaporte.

Kate estaba confusa.

—¿Cual es el motivo de su presencia en el país?

—Estoy en viaje de trabajo. Debo entrevistarme con el profesor Salomón Rubin, del Instituto Weizmann en Rehovot.

—Ha hecho usted un largo viaje para una simple entrevista. ¿No le parece?

Kate se removió incómoda en la silla.

¿A qué venía aquel interrogatorio? ¿Debía decirle a aquella mujer que estaba en Israel por orden del Presidente de los Estados Unidos? ¿Por qué la retenían?

—Trabajo para el New York Times. Estoy segura de que si se ponen en contacto con mi embajada…

—Todas las embajadas están clausuradas. El estado de Israel está a punto de cerrar sus fronteras y de repente, aparece usted en Tel Aviv, sola y con una excusa de lo más endeble. ¿Qué se supone que debo pensar señorita Brennan? —Preguntó la funcionaria golpeando el pasaporte contra la mesa.

La reactancia de uno de los fluorescentes vibraba provocando un desagradable parpadeo de la luz en la habitación.

Kate tragó saliva.

—Oiga, si habla usted con sus superiores…

—¿Mis superiores? ¿Qué tipo de sugerencia es esa?

Aquello estaba yendo de mal en peor.

—¿Estoy detenida? —Quiso saber Kate.

En aquel momento, la puerta se abrió dando paso a un hombre de aspecto vulgar. Bajo, entrado en kilos, cabello negro fino y grasiento, gafas de pasta y gruesas patillas que enmarcaban un rostro rechoncho de piel sorprendentemente tersa.

—Hakol beseder. Todo está bien. —Dijo.

La funcionaria enarcó las cejas.

—Su pasaporte le será devuelto antes de regresar a Estados Unidos. Ahora, por favor, acompáñeme.

Kate fue escoltada al exterior de la terminal e introducida en el vehículo que ahora la llevaba a su destino en Rehovot.

—¿Cuánto tardaremos en llegar? —Preguntó ansiosa.

El conductor hizo caso omiso.

—La expropiación no estuvo exenta de polémica. Fueron muchas las familias afectadas, pero el Primer Ministro hizo bien. Había que apoyar a la industria aceitera. —¿No le parece? —Ustedes hicieron lo mismo con el maíz.

Kate, que no tenía ganas de discutir sobre política agraria, respondió distraída.

—Estoy segura de que su Primer Ministro hizo lo correcto.

El conductor embocó una salida de la carretera para internarse en un camino rural que terminaba a los pies de un pequeño chalet situado encima de una pequeña loma. Estaban en las afueras de la ciudad.

Una anciana abrió la puerta.

—Señorita Brennan. —Saludó con marcado acento.

Kate inclinó la cabeza, esbozando una tímida sonrisa.

—Bienvenida.

En el salón de la casa, entre papeles y ordenadores, se encontraba el profesor Rubin.

—¡Adelante! —Exclamó.  —Espero que haya tenido un buen viaje.

Kate se presentó.

—Profesor Rubin, soy Kate Brennan.

—Se quién es usted y también el motivo de su visita.

Kate suspiró aliviada. Estaba cansada de tener que dar explicaciones.

—Disculpe si le han tratado de manera un poco ruda. Son tiempos difíciles.

Kate asintió.

—¿Qué es este lugar? —Preguntó Kate mirando a su alrededor.

El profesor Rubin metió las manos en los amplios bolsillos de su pantalón de franela color beige y se balanceó ligeramente sobre los talones.

—Una de mis oficinas.

 

Una impresora comenzó a vomitar folios encima de una mesa.

Rubín no le hizo caso.

—¿A qué se dedica usted profesor? ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué está ocurriendo?

Rubin sonrió.

—Le gusta hacer preguntas… ¿Verdad?… Tome asiento. —Dijo el profesor señalando un destartalado sillón al fondo de la estancia. —¿Le apetece tomar algo?

—No gracias. —Respondió Kate.

—Martha prepara un té excelente.

—Estoy bien. Gracias profesor.

—De acuerdo. Empecemos entonces por el principio.

Salomón Rubin se acarició la blanca barba antes de comenzar a hablar.

—Llevo trabajando para mi país más de cuarenta años. —Afirmó Rubín en tono melancólico, como si de repente, se viese transportado a una época muy lejana. —Primero como soldado y más tarde, liderando el programa científico más importante de nuestra historia. También he asesorado a varios primeros ministros.

Kate asintió impresionada. No la habían enviado a tratar con un cualquiera.

—Al principio de mi carrera, descubrimos algo en el instituto Weizmann. Algo… Trascendental… —Dijo Rubin pronunciando las palabras con cierta amargura.

Kate presintió que estaba ante una historia importante.

—Nuestro trabajo se convirtió en el secreto mejor guardado de Israel. Debe saber que, ser otras las circunstancias, usted no podría salir viva del país con la información que estoy a punto de revelarle.

A Kate no le gustaron aquellas palabras pero prefirió no interrumpir.

Una mezcla de excitación y temor le recorría todo el cuerpo.

—Comprendo. —Musitó.

—La situación internacional es extremadamente grave. Alemania, Austria, Hungría y Suiza están al borde del colapso. —Dijo Rubin enumerando los países europeos más afectados por la enfermedad.

Una lista que no dejaba de crecer.

—¿Cuándo va a parar, profesor? —Preguntó Kate con la esperanza de que aquel hombre le tranquilizara.

—En Estados Unidos, ciudades como Seattle y Portland ya están infectadas.

Kate pensó aterrada en Hartford.

El profesor Rubin se detuvo un momento a observar el rostro descompuesto de Kate. Era una chica muy hermosa.

—Pero de todo esto, nadie tiene la culpa. El Presidente debe saberlo. No debe malgastar esfuerzos buscando culpables. —Afirmó categórico Rubin.

Kate le miró extrañada.

—Deje que le hable de lo que hemos estado haciendo en Rehovot durante los últimos treinta y cinco años.

Kate escuchó con atención.

—¿Qué sabe usted de Hugh Everett, Alan Guth o Stephen Hawking?

Kate no pudo contestar.

Rubín continuó hablando.

—Everett fue el primero en proponer la Teoría de los Universos Paralelos en física cuántica. En la década de 1970, Guth elaboró la primera formulación sobre el universo inflacionario. Su trabajo terminaría respaldando lo que Everett ya intuía.

—Creo que le estoy perdiendo… —Respondió Kate aturdida.

—Alan Guth predijo un número de universos paralelos que tiende al infinito y en su última publicación, Hawkings dejó escritas instrucciones sobre cómo encontrarlos.

 

- Sigo sin entender… ¿Qué tiene todo esto que ver con lo que está ocurriendo, profesor?

—Durante años, he vivido obsesionado con las implicaciones del trabajo de Everett. ¿Es posible extrapolar el extraño comportamiento de las partículas a nivel cuántico a los dominios de la física tradicional?

Kate se resignó a seguir escuchando.

—¿Cómo puede una partícula estar en dos lugares a la vez? Y teniendo en cuenta que nuestra realidad está fundamentalmente constituida de partículas… ¿Es posible que ésta se encuentre también replicada? ¿Qué exista una misma realidad en dos o más lugares a la vez?

—No sabría muy bien qué responder a eso.

Salomón Rubin continuó.

—Nosotros nos propusimos averiguarlo.

Salomón hizo una pausa para tomar un sorbo de agua.

—Quisimos jugar a ser Dios.

Kate se revolvió en el sillón. El discurso del profesor se volvía por momentos cada vez más extraño.

—Así, nació el proyecto JASON.

—¿Qué es lo que hacían exactamente, profesor?

—JASON es el instrumento mediante el cual el Estado de Israel compromete los recursos necesarios, durante el tiempo que haga falta, para ser el primero en desarrollar posibles aplicaciones prácticas basadas en las teorías que le he comentado.

—¿Aplicaciones prácticas?… ¿Qué tipo de aplicaciones prácticas? ¿Se refiere a algún tipo de arma? —Preguntó Kate inquieta.

Rubin sonrió.

-  No se trata de armas. Llevamos casi cincuenta años intentando abrir una puerta. Queríamos hacer un viaje imposible sin tener en cuenta las consecuencias.

—¿Qué consecuencias? —Quiso saber Kate alarmada.

—Todo tiene consecuencias… ¿No es cierto? —Murmuro Rubin.

—¡Qué consecuencias! —Exclamó Kate impaciente.

Salomón Rubin guardó silencio.

—Es posible que nuestro trabajo haya emitido una señal en otro lugar. Una pista sobre cómo encontrarnos.

Kate no entendía nada.

—¿Se refiere a otras potencias?

Salomón Rubin volvió a desconcertarla con otra pregunta inesperada.

—¿Qué sabe sobre la Estación Espacial Internacional Harmony? Tengo entendido que su periódico envió a alguien allí arriba. Salió en las noticias.

Una vez más, la figura de Paul Sander salía a relucir.

—Sander era un compañero de redacción. Fue elegido por ser el responsable de la sección de Ciencia y Tecnología del New York Times.

—A veces los cargos no son suficiente. Hay que estar hecho de una pasta especial para querer ir al espacio. —Afirmó Rubin.

Kate se sintió incómoda.

—¿En qué momento he dejado de ser yo la que haga las preguntas? —Se dijo.

—¿Conoce usted bien al señor Sander?… ¿Son buenos amigos?…

—A mí siempre me ha parecido un tipo extraño. Demasiado introvertido. Justo lo contrario que su compañero de departamento, Bill Walsh.

Salomón Rubin movió la cabeza pensativo.

—¿Por qué lo pregunta? —Quiso saber Kate. —No entiendo a dónde quiere llegar, profesor.

—Simple curiosidad. Perdone mis maneras de anciano metomentodo. ¿Dónde estábamos?

Kate sintió que algo no encajaba.

—Me hablaba usted de Harmony, la estación.

—Constituye una parte fundamental de nuestro proyecto. Recogemos gran cantidad de datos fuera de la atmósfera y a continuación, los procesamos aquí. —Dijo Rubin señalando el equipamiento informático del salón.

—¿Qué tipo de datos?

—Mediciones. Realizadas en secreto.

Kate no salía de su asombro.

—¿Temen que la seguridad de JASON se haya visto comprometida?  —Preguntó Kate incisiva.

El profesor negó con la cabeza.

—JASON está todavía en pañales pero puede que nuestra actividad haya alterado algo.

—¿Sabe el gobierno de los Estados Unidos lo que están ustedes haciendo ahí arriba?

—Israel financió generosamente la construcción de Harmony. ¿Se ha preguntado alguna vez por qué?

—Para asegurarse una posición preeminente en la estación y  poder así efectuar sus mediciones.

—Estábamos en el camino correcto pero sólo al comienzo del mismo. Mi principal preocupación es que otros lo hayan completado y que estemos pagando las consecuencias.

—¿China? ¿Rusia? ¿Los Estados Unidos? —Respondió Kate pensando en el dinero también invertido por su país en la estación.

—Vaya más allá. Piense fuera de los esquemas tradicionales.

Kate dio con lo que Rubin quería oír.

—El otro lado de la puerta…

Rubin la miró con gravedad.

—Nos han adelantado.

Kate no sabía que decir.

—Todo esto suena muy extraño, profesor. —Afirmó incrédula.

—Los polos opuestos se atraen, los iguales, se repelen. La fuerza de la gravedad hace que caiga la manzana y nada puede viajar más rápido que la luz. Es posible que si rompemos las leyes fundamentales, el Universo tienda a restablecer el equilibrio. Es posible que dos versiones diferentes de la misma consciencia no puedan coexistir en la misma realidad y que por lo tanto, una termine anulando a la otra, o que ambas queden destruidas en el proceso.

Kate estaba haciendo un verdadero esfuerzo por tratar de comprender.

—Suponiendo que el viaje del que me habla fuese posible…

—Constituiría una anomalía y tendría que corregirse.

—Los iguales se repelen…

Kate comenzó a vislumbrar las implicaciones.

—En realidad es bastante sencillo. —Dijo Salomón abatido.

—Es ridículo. —Concluyó Kate.

—Sólo es una teoría.

Kate cerró los ojos.

—El virus.

—En realidad, no sabemos lo que es. La Organización Mundial de la Salud ha dado por hecho que el mundo se enfrenta a algún tipo de patógeno desconocido pero puede que se trate de otra cosa.

Kate miró extrañada al profesor.

—Puede que simplemente estemos en el lado equivocado de la ecuación.

 

 

 

Océano Atlántico.

Al oeste de Portugal.

Miércoles Oct./15/2036

Wicca +19

 

Kate miró el mar de nubes tenuemente iluminadas.

—Ojalá pudiera quedarme aquí para siempre… —Pensó mientras el Falcon X dejaba atrás la costa portuguesa rumbo a casa.

La entrevista con Salomón Rubin había sido desconcertante.

Nada de aquello tenía sentido.

—Nadie va a creerme. —Murmuró Kate. —¿Qué le voy a decir al Presidente?

Una alerta de correo electrónico la sacó de sus pensamientos.

Era un mensaje de Paul Sander.

 

De:sanderp@nyt.com

Enviado: 15/10/2036 16.21

Para:brennank@nyt.com

Asunto: ¿Estás bien?

 

 

Kate, ¿Dónde estás? ¿Te encuentras bien?

 

Aquí estamos todos muy preocupados por las noticias que van llegando desde el centro de control de misiones en Houston. No puedo creer lo que está ocurriendo. En la estación, mis compañeros intentan mantener la calma pero incluso ellos, que están preparados para afrontar todo tipo de emergencias; están completamente desconcertados. Aunque intento no dejarme llevar por el pánico, no puedo evitar pensar en lo que pueda pasarte a ti y a Bill en medio de todo este caos. Por favor, sé que no es fácil, pero si puedes; responde a los correos. Es la única manera de saber que te encuentras bien.

 

Cuídate mucho.

 

Paul.

 

P.D. Te dejado varios mensajes en redes sociales. ¡Por favor responde!

 

Kate pensó si debía o no contestar.

Podía hablar del miedo, de la incertidumbre, del caos en el que se habían visto todos envueltos; de lo absurdo de toda la situación. Pero hablarle a Paul de Bruce, de Bill y de los padres que había dejado atrás, esperando la muerte en Hartford, no iba a solucionar nada.

—Podría contarte, Paul, cómo el gran abogado, Arthur Brennan, traicionó a su hija… Claro que podría… Podría hablarte de una vida destrozada y de cómo estoy ahora, sola en un avión, con el mundo desmoronándose bajo mis pies. ¿Qué más quieres saber? —Murmuró Kate llorando mientras apagaba el teléfono.

El mar de nubes parecía no tener fin.

Kate fijó la mirada en el horizonte.

—¿Qué va a pasar?

Estaba terriblemente cansada.

 

 

Laderas del monte Cvrsnica.

Bosnia-Hertzegovina.

Miércoles Oct./15/2036

Wicca +19

 

Dragan Jankovic aprovechó un alto en el camino para rellenar su cantimplora.

El riachuelo corría alegre por la pendiente bañando las rocas cubiertas de musgo.

Dragan sintió el agua, muy fría, entre las manos.

Le gustaba salir a cazar.

—Hay que darse prisa. Aguanta esto. —Dijo extendiendo el rifle a su hijo.

—Podríamos acampar. Será difícil que perdamos el rastro.

Dragan miró al muchacho.

El parecido de Zarko con su madre era asombroso. Los ojos grandes y azules, el cabello rubio, enmarañado. La nariz, respingona, le daba un aspecto peculiar.

—Nunca se sabe. Están asustados.

—¿Crees que nos han visto? —Preguntó Zarko.

Dragan dio un trago de la cantimplora y respondió.

—Me sorprendería. Hemos sido cuidadosos. Si quieres cobrar tu primera pieza, tenemos que seguir.

Zarko sonrió.

—De acuerdo. Vamos.

Dragan y su hijo se internaron aún más en el bosque.

—Para seguir bien un rastro, debes prestar atención a los detalles.

Zarko iba tras su padre intentando no hacer ruido, con la máxima cautela.

—Además de seguir huellas, el cazador debe intuir el patrón de la marcha. Busca flores o ramas rotas… ¿Ves? —Dijo Dragan señalando un rasguño en el tronco de un árbol.

—No pueden andar muy lejos… —Respondió Zarko emocionado.

El sonido de un trueno les sorprendió.

El cielo se encapotaba de manera traicionera.

Dragan echó un vistazo y chascó los labios. Padre e hijo se iban a ver sorprendidos por un inesperado aguacero.

—Busquemos refugio. —Dijo Dragan.

Después de deambular un buen rato bajo la lluvia, encontraron una cueva situada al final de una cuesta en la profundidad del bosque de coníferas.

—¿Preparo un fuego? —Preguntó Zarko empapado de la cabeza a los pies.

Dragan sonrió pero, al tiempo, una punzada de dolor le atravesó el corazón.

—Es increíble lo mucho que te pareces a tu madre.

Zarko asintió con cara de tristeza.

—Encendamos ese fuego… —Dijo Dragan apoyando el arma contra la irregular superficie de la pared.

Olía a bosque, a hojas muertas, a musgo y a humedad.

Los recuerdos se agolparon en su mente.

Las noticias sobre la enfermedad llegaron a Sarajevo de forma atropellada y un tanto confusa. Aunque el virus venía del norte, en el barrio serbio decían que era cosa de musulmanes. Dragan no dio importancia a los rumores. Bastante trabajo tenía en la escuela, intentando sanar las heridas que la guerra había dejado en la comunidad.

Entonces comenzaron a llegar los refugiados. Traían consigo historias de una muerte implacable y silenciosa.

—Debéis ir al sur. Toda Europa se va a convertir en un cementerio. —Afirmó un funcionario polaco que llevaba semanas caminando. —Salimos sin nada de Varsovia. Nuestro objetivo son los puertos del Adriático. 

La comunidad musulmana, se mostró por lo general indiferente ante las alarmantes noticias. Cuando las autoridades municipales recomendaron la evacuación, muchos pensaron que se trataba de una estratagema para obligarles a abandonar sus hogares.

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