Harmony

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Kate » Capítulo 4

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Marsala. Sicilia.

Italia.

Sábado Oct./18/2036

Wicca +22

 

La mujer encogió las piernas y se acurrucó contra la pared metálica de la bodega.

El Stellante se mecía suavemente sobre las aguas del puerto de Marsala, no obstante, Charlotte tenía ganas de vomitar.

Olía a sudor y a miedo.

—¿Qué nos van a hacer? —Preguntó una joven de cabello oscuro.

Charlotte cerró los ojos para volver a Milán.

 

***

—Las chicas han estado estupendas en la pasarela.

Mássimo estaba exultante y ella se deslizaba como un hada madrina entre sus pupilas.

—Como siempre. – Respondió Charlotte.

—Un cocktail maravilloso —¿No crees? —Le preguntó Vittorio observando el atardecer desde la terraza del Hotel Mandarín Oriental.

—¿Acaso no lo son todos, querido? —Preguntó Charlotte sonriendo.

Vittorio bostezó aburrido.

—¿Cuándo vas a trabajar para mí?

—Mi agencia no trabaja para nadie. Estas chicas trabajan con los mejores. Es algo que ya deberías saber.

Vittorio emitió un bufido.

—Los mejores… —Pareces una vulgar cotorra.

Charlotte tomó un sorbo de vino blanco.

—Me encanta cuando te pones insoportable. —Dijo dejando con la palabra en la boca al diseñador de moda íntima femenina más prometedor del momento.

Mássimo, viendo la escena, acudió al rescate.

—Charlotte. ¡Estás radiante! ¿Te está molestando Vitto?

—Mi nombre es Vittorio. —Respondió el joven visiblemente molesto. —Y ahora, si me disculpáis… —Añadió encaminando sus pasos en dirección al bar.

Mássimo Liberto enarcó una ceja y sonrió.

—¿Se ha enfadado?

Charlotte negó despacio con la cabeza.

—Puede ser tan enternecedor como insoportable.

—¿Trabajarás con él?

—¿Te importa? —Quiso saber Charlotte.

—Ya sabes que soy un celoso. —Afirmó Liberto.

—Si no lo hago yo, lo hará la competencia. Espero que lo entiendas.

Mássimo suspiró.

—Que remedio…

Charlotte le dio un beso en la frente.

—Aunque trabajes con Vittorio, seguirás siendo maravillosa.

—Lo sé… —Respondió Charlotte haciendo tintinear su pulsera de diamantes.

 

***

El capitán del Stellante tomó un trago directamente de la botella, se rascó una axila y eructó.

—Esto no vale nada.

—Está hecha de oro y diamantes… —Murmuró Charlotte.

El hombre guardó la pulsera en un cajón y le miró con indiferencia.

—Si quieres partir con nosotros, vas a tener que esforzarte más.

Charlotte tragó saliva.

—Ya no eres joven. ¿Qué edad tienes?

—Cuarenta y seis.

El Capitán miró al hombre que tenía al lado y luego clavó sus ojos en ella.

—La encontramos bajo los cadáveres.

El Capitán asintió.

Charlotte evocó de nuevo la escena.

La muchedumbre en el puerto de Marsala intentando subir al barco. A continuación, los disparos. Sintió que la empujaban. Cayó al suelo, un cuerpo cayó encima, luego otro y otro… A partir de ahí, sólo silencio.

—¿Qué hacemos con ella?

—Llévala abajo con las demás. —Dijo finalmente el Capitán.

Charlotte bajó la cabeza aliviada.

Había tenido suerte.

 

***

El barco se escoró de forma repentina, haciendo que algunas chicas cayeran al suelo en la bodega.

—¡Sujetaros bien! —Dijo una voz en la oscuridad.

Charlotte intentó recordar sus últimos días en París.

 

***

Crystal entró en su despacho con andares de pantera y una mirada tan cautivadora como falsa.

El sol iluminaba toda la estancia y la amplia cristalera ofrecía una panorámica envidiable de los Campos Elíseos.

—¿Qué va a pasar con Milán?

Charlotte apagó el ordenador y prestó atención. La chica era su activo más preciado.

—Nada.

—¿Y la cuarentena?

Charlotte sabía de lo que Crystal estaba hablando. París estaba en cuarentena pero ella tenía contactos.

—No tienes de que preocuparte. Iremos a Milán.

Crystal hizo una mueca que reflejaba desgana.

—Estoy cansada. Quiero parar.

—Mássimo te necesita en su nueva colección.

La joven movió sus ojos felinos en un gesto de desesperación.

—Mássimo esto… Mássimo lo otro… Estoy harta.

—Es el mejor y paga muy bien. —Respondió Charlotte.

Crystal cogió un caramelo del cenicero de ónice que estaba en su escritorio.

—Muy bien. Quiero el treinta por ciento.

Charlotte respondió al desafío con calma.

—Veinte.

—Treinta.

La dueña de la agencia de modelos más importante de Francia, apretó con fuerza la estilográfica. Por un momento, temió romperla.

—El veinticinco por ciento y no se hable más, Crystal.

La joven se quedó un momento pensativa.

—¿Sabes lo que creo Charlotte?

—Tú dirás.

—Creo que no voy a renovar mi contrato con tu agencia.

Charlotte recogió velas. Había perdido.

—Muy bien. El treinta por ciento.

Crystal sonrió.

—De acuerdo y ahora te dejo. Tengo que hacer algunas compras.

—Con mi dinero, zorra. —Pensó Charlotte mientras acompañaba a Crystal a la puerta.

Las noticias que se recibieron de París después del desfile en Milán no resultaron alentadoras. 

—Revueltas, saqueos por todas partes… Toda la situación es un caos. —Afirmó Charlotte.

—Parece que salimos de la ciudad justo a tiempo. —Respondió Mássimo.

—¿Qué vamos a hacer?

—Iremos al sur.

 

***

Charlotte intentó acomodarse sobre el frío suelo de la bodega.

—Al sur… Siempre al sur. —Murmuró

La puerta se abrió y una claridad mortecina inundó la estancia. Las pupilas de Charlotte se dilataron junto a las de las mujeres que la acompañaban. La sombra del Capitán, habló desde la puerta.

—Bienvenidas a la cuarta travesía del Stellante, señoritas. ¡Son ustedes unas privilegiadas! En estos momentos dejamos atrás las infectadas costas europeas para alcanzar las doradas playas de África, donde Wicca no puede llegar. ¡De todos es sabido que el virus no soporta los cambios bruscos de temperatura!

Algunas chicas asintieron aliviadas.

Charlotte se tomó un momento para estudiar sus caras.

Todas eran muy jóvenes. Algunas, casi niñas. 

—Por motivos de seguridad, permanecerán aquí tranquilas, hasta que toquemos puerto. Colgando del techo verán recipientes para… Bueno... Ya saben…

Una risita se escuchó proveniente del pasillo.

—Les daremos comida y bebida tan pronto Luiggi, nuestro cocinero de abordo tenga a punto las raciones. ¡Disfruten del viaje!

El portón se cerró con un golpe seco.

Charlotte se vio de nuevo sumida en la oscuridad.

—¿Qué van a hacer con nosotras? —Preguntó una chica.

—¡Silencio!

—¿Qué nos van a hacer? – Insistió la joven.

—¡Cállate! —Respondió otra voz desde el fondo de la bodega.

—Dios mío… ¿Qué estoy haciendo aquí?

—¡He dicho que cierres el pico! ¿Quieres que te tiren por la borda? —Volvió a exclamar la voz.

Una mano tocó a Charlotte en el hombro.

—¿Estás bien?

Charlotte alzó la mirada.

Una mujer de mediana edad sonreía delante de ella.

—Mi nombre es Paola Ciampi.

—Yo soy Charlotte Bissette.

—Tú y yo. Tenemos que ser fuertes.

—No sé a qué te refieres.

—Alguien tendrá que cuidarlas.

—¿Cuidarlas? —Preguntó Charlotte desconcertada.

—Si.

—Sigo sin comprender. —Dijo Charlotte.

—En África, pagarán bien por ellas.

Charlotte cerró los ojos.

—No es mi problema. —Respondió.

 

 

 

 

 

 

 

Bahía de Skida.

Argelia.

Domingo Oct./19/2036

Wicca +23

 

—¡Merzak! ¡Merzak despierta!

El teniente Merzak Ghezali abrió los ojos sobresaltado.

Tendido como estaba en uno de los estrechos catres del bunker, su voluminoso cuerpo tardó en reaccionar.

—¿Qué ocurre? —Preguntó tratando torpemente de incorporarse.

Un soldado le miraba con apremio desde la entrada.

—¡Están aquí!

—Ya voy… —Respondió malhumorado.

—¡Deprisa!

Merzak suspiró.

—¿Es que ninguno de mis estúpidos subordinados puede hacer nada por sí mismo? —Pensó afrontando el desafío que suponía atarse las botas.

Las voces de fuera le hicieron desistir. El Teniente Ghezali se puso su gorra de oficial y salió al exterior descalzo y en camiseta.

No podía creer el espectáculo que tenía ante sus ojos.

Cientos de embarcaciones de todo tipo se estaban internando lentamente en la bahía.

Los hombres no paraban de gesticular.

—¿Pero qué demonios…? —Murmuró.

—¿Qué hacemos Merzak?

El teniente era un buen hombre al que le gustaba mantener una actitud afable, casi paternal con los muchachos. Conocía bien a cada uno de los jóvenes integrantes de la batería costera y éstos solían llamarle por su nombre.

—¡Eh! ¡Merzak! ¡Juega con nosotros a las cartas!

El teniente los miraba y se reía de buena gana. Cualquier otro hubiese interpretado tanta familiaridad como una falta de disciplina pero Merzak sabía que sus hombres responderían mejor si las relaciones estaban fundamentadas, no tanto en la jerarquía como en el compañerismo. 

La posición de la isla de Sridjina, que junto a su homónima emplazada en el cabo Fer, constituía la línea de defensa en la bahía, estaba formada por cinco viejos cañones BS-3 de fabricación soviética y varias ametralladoras pesadas Browning; adquiridas en el mercado negro tras la segunda guerra de Irak.

—Es material obsoleto, pero bien cuidado, funciona perfectamente. —Solía decir Merzak a los nuevos reclutas que se incorporaban cada año a la posición.

Otro de los soldados volvió a preguntar.

—¿Qué hacemos teniente?

Merzak se tomó un instante para pensar.

—Todos a sus puestos. Brahim, contacta con el cuartel general en Argel.

—En seguida señor. —Respondió el operador de radio.

Merzak entró de nuevo en el bunker, malhumorado.

Aquel iba a ser un día complicado.

 

***

El general Bachir observó con cuidado la inclinación del green.

Un put demasiado fuerte y toda la mañana se iría al traste.

—¿Tú qué dices Mourad?

El asistente tragó saliva.

—No lo sé mi General.

—No lo sé… No lo sé… ¿Y para qué te quiero a mi lado si nunca sabes nada? —Preguntó el general agachándose por enésima vez sobre el césped.

El alférez Mourad puso cara de circunstancias.

El General Bachir contuvo la respiración, miró al hoyo dieciocho y alzó ligeramente el pie izquierdo antes de golpear.

La repentina aparición de un carro interrumpió su concentración. La bola salió despedida con demasiada fuerza.

—¡Merde! —Exclamó.

Un hombre enfundado en un traje oscuro se acercó.

—Le necesitan en el cuartel general, señor.

Bachir miró a su interlocutor irritado.

—¿Quién demonios es usted?

El individuo mostró su identificación.

—Departamento de Información y Seguridad.

El general se llevó las manos a la cintura.

—¿Y qué es lo que quiere el DRS? ¿No ve que estoy jugando?

El general Bachir fue trasladado al cuartel general donde le esperaba una sala llena de mapas. El mayor de ellos estaba cubierto de líneas rojas por todo el Mar Mediterráneo.

El ministro del interior tomó la palabra.

—Son miles de barcos cargados de refugiados. Es imposible saber cuánta gente navega en estos momentos hacia nuestras costas.

El estrecho de Gibraltar era una gran mancha roja. El general Bachir compadeció a las autoridades marroquíes.

Aprovechando una pausa en el discurso del ministro, preguntó.

—¿Y qué propone que hagamos?

El ministro se removió incomodo en su asiento.

—Esto es solo el principio. —Dijo señalando al mapa.- Creemos que a lo largo de los próximos meses, centenares de miles, puede que millones de europeos, traten de alcanzar Argelia.

—Son seres humanos. —Apuntó la embajadora ante Naciones Unidas Malika Bensmail.

—No traen más que miseria y enfermedad. —Respondió cortante el General Bachir. 

—Según la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, estamos obligados a…

—No estamos obligados a nada. —Afirmó Bachir. —No podemos acogerlos a todos.

—¿Y quién puede afirmar que no ocurrirá en nuestro país? No sabemos nada de ese virus. —Afirmó Malika.

—Será entonces la voluntad de Alá. —Concluyó el general.

—¿Y mientras tanto? —Pregunto el ministro.

—Hay que defender el país. —Afirmó el general con rotundidad.

—Si esa enfermedad cruza el mar, puede que sea nuestra gente la que acabe pidiendo asilo. —Apuntó Malika con serenidad.

—¿Por qué habríamos de ser solidarios con Europa? —Preguntó Bashir.

Malika guardó silencio.

—París destruyó el túnel del canal de la Mancha. Inglaterra cerró su frontera con Escocia. En esta crisis, cada uno mira por lo suyo, embajadora.

Los miembros del comité asintieron con convicción.

—¿Necesita más ejemplos? El puente de Oresund fue dinamitado por Copenhague y centenares de miles de suecos murieron en las frías aguas del báltico. ¿Por qué  tenemos que ser diferentes?

—Fueron decisiones duras. —Quiso matizar la embajadora.

—¿Decisiones duras? ¿Y qué decir de Rusia? Aprovechando la situación, sus divisiones han ocupado la maltrecha Ucrania y las amenazas sobre Georgia no cesan. No creo que sea necesario recordar lo que ocurrió en Kiev.

Bachir hizo una pausa.

Malika volvió a rememorar la indignación de la comunidad internacional ante los acontecimientos de Kiev. Ni siquiera el emotivo discurso del nueve de octubre en Ginebra pronunciado por un Secretario General de Naciones Unidas exhausto y de aspecto demacrado, había servido para detener las matanzas.

 

El general se puso en pie.

—¡Yo digo que defendamos la costa!

Malika Bensmail se ajustó el hiyab antes de hablar por última vez.

—Van ustedes a cometer un inmenso error.

El general Bachir estalló.

—¡Guarda silencio, mujer!

 

***

El viejo ferry que solía hacer la travesía del Estrecho de Mesina hizo sonar alegremente las bocinas al surcar perezosamente las aguas a sólo unos metros de la batería costera de Sridjina.

La multitud se agolpaba eufórica en las cubiertas señalando las playas de la bahía.

Hombres, mujeres y niños saludaban a los soldados que, atónitos en sus posiciones, contemplaban la insólita escena.

—¿Ves Lucca? ¡Hemos llegado! —Susurró Henrietta al oído del pequeño que sujetaba en brazos. La suave brisa de la bahía le acariciaba el pelo.

—¿A dónde? —Preguntó el niño.

—¡África! —Exclamó exultante Henrietta.

—¿Y Wicca?

La mujer miró con ternura a su hijo.

—Aquí estamos a salvo. Wicca no puede cruzar el mar.

—¿No puede?

—¡No! —Afirmó Henrietta con una sonrisa.

Lucca clavó su mirada de seis años en la pequeña isla que lentamente iba quedando a un costado del barco.

—¡Saluda! ¡Vamos! ¡Saluda!

Lucca agitó ambas manos.

El Teniente Ghezali cerró la comunicación con Argel, se ajustó la gorra y miró al operador de radio que le acompañaba.

Con voz ronca, dio la orden.

—Fuego.

Los jóvenes artilleros se miraron petrificados.

—¡ABRAN FUEGO!

 

Atlanta. Georgia.

Estados Unidos.

Lunes Oct./20/2036

Wicca +24

 

La piscina pública del Parque Grant presentaba un aspecto triste y descuidado. El agua, verduzca, apenas llegaba a la marca que delimitaba un cuarto de su capacidad y Kate escuchó disparos en la lejanía al tiempo que una figura surgía proveniente de los vestuarios.

—¿Señorita Brennan?

Kate observó a su interlocutor antes de contestar y quedó impresionada de cuánto había cambiado en tan poco tiempo.

Jerome Swift estaba más delgado y tenía la tez pálida, casi acartonada.

 

- ¡Doctor! —Exclamó Kate. —¡Recibió mi mensaje!

Jerome asintió.

—Ayer por la tarde.

Kate sonrió.

—Hoy hubiese sido imposible. —Dijo sacando del bolsillo su teléfono móvil.

—Lo sé. —Respondió Kate preocupada.

—No hay cobertura. Estos trastos ya no sirven para nada. —Afirmó Jerome arrojando el terminal a la piscina.

Otra repentina detonación provocó el vuelo de algunos pájaros ocultos entre los árboles.

—¿Ocurre a menudo?

—¿Los disparos?

—Si. ¿Ocurren a menudo?

—Los que seguimos en la ciudad nos hemos acostumbrado. ¿Qué le trae de nuevo por Atlanta?

Kate meditó su respuesta.

—No pude aterrizar en Nueva Orleans. —Mintió.

El doctor Swift enarcó las cejas.

—Así que este segundo encuentro es accidental.

Kate comenzó a caminar. Se sentía un poco incómoda.

—¿Le apetece un paseo por el parque? —Preguntó la joven.

—¿No tiene miedo?

—¿Debería tenerlo?

—Usted misma ha oído los disparos.

—Me arriesgaré —Contestó Kate sin tenerlas todas consigo.

Jerome observó a Kate y decidió internarse con ella en el parque.

—¿Ha podido hablar con el Presidente?

Kate se mostró evasiva.

—Estoy trabajando en ello.

El Doctor Swift se paró en seco para mirarla fijamente.

—Oiga… Señorita Brennan… No sé por quién me ha tomado.

Kate dio un respingo sorprendida.

—¿He dicho alguna inconveniencia?

—Si quiere sacar algo en claro, debe ser sincera.

Kate recordó la fría despedida que había tenido lugar en el despacho del Centro de Control de Enfermedades. No sabía si podía confiar en aquel hombre. No obstante, decidió arriesgarse.

—Muy bien.

—Le repito entonces la pregunta. ¿Qué está haciendo de nuevo en Atlanta?

Se sentaron en un banco. Hacía frío y el viento jugaba caprichosamente con las hojas caídas, arremolinándolas a sus pies. 

—Necesito contrastar cierta información y usted es el único científico de los alrededores. —Dijo Kate sonriendo.

— Sólo soy un simple médico. —Afirmó Swift apesadumbrado.

—No me subestime doctor. Yo también se hacer mi trabajo.

—No sé a qué se refiere.

—Jerome Swift. Hijo de Robert y Carolina Swift. Licenciado en diversas disciplinas, incluyendo medicina, física y filosofía. Doctor Honoris Causa por el Baylor College of Medicine en Houston. Doctor Honoris Causa en Física y Astronomía por la Universidad de Wisconsin La Crosse. Durante diez años, máximo responsable del programa avanzado de física aplicada del MIT. En 2.004 deja la costa este y comienza a trabajar en Colorado para Cork Pharma, uno de los laboratorios más innovadores del país. Desde hace diez años, responsable del Centro Nacional de Control de Enfermedades en Atlanta. Usted no es un simple médico.

El Doctor Swift sonrió.

—Veo que ha hecho bien los deberes.

—¿Qué ocurrió en Massachusetts?

Jerome hizo una mueca desagradable.

—Me sentí traicionado. Decidí que lo mejor era poner tierra de por medio.

 

—Debió ser duro romper con todo.

—Lo fue. No me gusta hablar de ello. —Dijo Swift con rotundidad.

Kate asintió cambiando de tema.

—Acabo de llegar de Israel.

Jerome no pareció demasiado sorprendido.

—Es un largo viaje.

Kate continuó.

—Allí me entrevisté con un erudito, Salomón Rubin. ¿Le conoce?

— En los años noventa, solía prodigarse en ciertos círculos académicos, luego desapareció. Como si se lo hubiese tragado la tierra.

—Rubin no desapareció. Se retiro de la vida pública para trabajar en un proyecto de máxima prioridad para Israel.

El doctor Swift la miró extrañado.

—Durante mi estancia en Rehovot, Rubin me habló de su labor.

—Será mejor que empieces por el principio. —Dijo Jerome visiblemente interesado.

—Todo transcurrió bajo fuertes medidas de seguridad. Me encontré con Rubin en una sus oficinas, como le gusta llamarlas.

—¿Oficinas?

—Por lo que pude ver, son potentes centros de procesamiento de datos. Están repartidos por todo el país y bajo tutela directa del Mossad.

Jerome Swift enarcó las cejas.

—Continúa…

—Fue en una de estas… oficinas… donde Salomón me explicó la razón por la que él opina que toda esta terrible pesadilla —Dijo Kate extendiendo los brazos.- está ocurriendo.

El Doctor Swift la apremió.

—¿De qué tipo de datos estamos hablando?

—Cálculos complejos procedentes de la Estación Espacial Internacional.

—¿Te refieres a Harmony? —Preguntó Jerome, perplejo.

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