Harmony

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Kate » Capítulo 4

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—Hay un militar en la estación, un coronel del ejército. Él se encarga de recoger y enviar las mediciones. Por lo que sé, trabaja solo. Rubin también me preguntó por Paul Sander. La persona que el Times envió a Harmony. Pensó que seríamos amigos.

—Recuerdo haber visto en las noticias algo al respecto.

—Quiso saber hasta qué punto lo conozco y los motivos de su presencia en la estación. ¿Por qué haría eso?

Swift parecía también desconcertado.

—Dejemos a Paul a un lado por el momento. Así que Israel está recogiendo una gran cantidad de datos provenientes del espacio. ¿Con que fin?

Kate se mordió los labios.

—Rubin cree que hay algo ahí fuera. Agujeros de gusano, portales… Según afirma, sólo es cuestión de encontrarlos.

El doctor Jerome Swift miró con extrañeza.

—Suena ridículo… ¿Verdad?

—¿Y para eso has viajado tan lejos?

Kate intentó continuar.

—Rubin reconoce que su proyecto está todavía en pañales pero cree estar en el camino correcto. Sólo es cuestión de tiempo.

—Algo que ahora mismo no tiene. —Afirmó Swift.

Kate asintió.

—Rubin teme que, debido a su trabajo, hemos dejado señales…

—¿Señales?

—Una especie de marcas en el espacio tiempo que delatan nuestra posición.

—¿Nuestra posición? ¿A quién?

—No lo sé… Esta parte no pude entenderla bien. El caso es que Rubin afirma que nos enfrentamos a un evento de extinción.

—¿Un evento de extinción? —Preguntó Swift con un sudor frío.

—Algo así como un principio de acción – reacción. No soy científica. —Protestó Kate.

—¿Algo así como la reacción entre materia y antimateria?

—Supongo…

—Pero no hemos saltado por los aires.

Kate respiró aliviada.

—Por eso he venido. ¿Qué opina de toda esta locura?

El Doctor Swift se mantuvo pensativo.

—Lo más probable es que te estén utilizando para ocultar la verdad.

Kate se sintió ofendida.

—No soy ninguna estúpida.

El doctor Swift asintió.

—Será mejor que te marches de Atlanta, Kate.

Kate cerró un momento los ojos.

—¿Y usted? ¿Qué va a hacer?

Jerome se levantó del banco para dedicarle una mirada cansada.

—Atlanta va a necesitar a todos sus médicos. —Añadió con una media sonrisa.

Kate cogió las manos del Doctor.

—Gracias.

—Suerte, señorita Brennan.

Kate se encaminó hacia la entrada del parque, junto la piscina.

La conversación con el doctor Swift la había tranquilizado.

—Tengo un avión que coger. —Pensó.

El doctor la vio marchar.

—Serás idiota… —Se dijo.

Entonces dio la vuelta y aceleró el paso.

Tenía una llamada urgente que hacer.

Nada más alcanzar la entrada sur del parque, Kate escuchó otro disparo.

No demasiado lejos, en la estrecha avenida de tierra jalonada de bancos, setos y árboles oscuros la silueta de un hombre cayó al suelo.

Dos sombras se abalanzaron sobre el cuerpo despojándolo con rapidez de todas sus pertenencias.

Kate cerró la verja asustada y cruzó corriendo la calle.

A medida que fue cayendo la tarde, la mirada inerte del doctor Jerome Swift quedó sumida en la oscuridad, al igual que los pájaros en los árboles del parque.

Jerusalén.

Israel.

Martes Oct./21/2036

Wicca +25

 

 

Incoming call. /…………….

Asset: Col. David Dayan. Israeli Air Force.

ID#:DD428568/K

Security Clearance: Granted.

Loc: International Space Station Harmony.

Status:Urgent/*.Encrypted.*

T&D: 18:36 h.Oct/21/2036.

 

Salomón Rubin: David. ¿Cómo estás?

 

Coronel Dayan: Ahora mismo no sabría cómo responder a esa pregunta, Salomón.

 

Salomón Rubin: Está a las puertas de Beirut, pronto caerá Bagdad y también Damasco.

(Silencio)

 

Coronel Dayan: ¿No hay forma de pararlo?

 

Salomón Rubin: No.

 

Coronel Dayan: ¿Estáis seguros?

 

Salomón Rubin: Hay un rumor que afirma que se detendrá en las latitudes templadas. Tonterías.

 

Coronel Dayan: ¿No es posible que en algún momento remita?

(Suspiro)

 

Salomón Rubin: David…

 

Coronel Dayan: Lo sé… Perdona. ¿Conseguiste la entrevista?

 

Salomón Rubin: No resultó fácil traerla hasta aquí.

 

Coronel Dayan: Puedo suponerlo.

 

Salomón Rubin: Bruce McKellen resultó útil. Él la convenció.

 

Coronel Dayan: Buen trabajo Salomón.

 

Salomón Rubin: Paul Sander no supone una amenaza. El presidente Wilkinson no sabe nada y Brennan nos ayudará a mantener el proyecto a salvo.

 

Coronel Dayan: ¿Qué le has dicho?

 

Salomón Rubin: Lo suficiente para que no haya creído ni una palabra.

 

Coronel Dayan: ¿Le has hablado de JASON?

 

Salomón Rubin: Hay ocasiones en las que la mejor manera de ocultar la verdad es decir la verdad.

(Silencio)

 

Coronel Dayan: ¿Y si algo sale mal? Si descubren lo que estoy haciendo. ¿Tienes idea de lo comprometido de mi posición en la estación?

 

Salomón Rubin: Hemos seguido los pasos de Brennan en Atlanta. Es una joven perspicaz. Consiguió hablar con el doctor Swift pero eso no es un problema. Ya hemos tomado cartas en el asunto. No te preocupes y en lo que respecta a la estación, Wang está de tu lado. ChinaKorp se juega tanto como nosotros en esto.

 

Coronel Dayan: Quizás no sea suficiente.

 

Salomón Rubin: Mantén la calma David, por favor, te lo ruego.

 

Coronel Dayan: Zaitsev va a colaborar. Es un tipo muy inestable. Aslan hará cualquier cosa que incomode a Wang así que se pondrá de parte del ruso. Juntos, pueden influenciar a Sander cuyo ascendente sobre la doctora Lehner constituye un desastre para nuestros intereses.

 

Salomón Rubin: Confía en Wang. Él lo traerá a nuestra causa.

 

Coronel Dayan: ¿Y si no lo consigue? ¡Estaremos divididos!

 

Salomón Rubin: ¿Cuál es tu nuevo cometido, David?

(Silencio)

 

Coronel Dayan: Sobrevivir. Preservar JASON para futuras generaciones. Devolver el golpe.

 

Salomón Rubin: Harmony debe sobrevivir. ¿Lo entiendes, David?

 

Coronel Dayan: ¿Y qué haremos si la doctora Lehner no está de acuerdo?

 

Salomón Rubin: La amistad que tiene con Paul Sander es la mejor manera de llegar hasta ella.

 

Coronel Dayan: Pasan mucho tiempo juntos.

 

Salomón Rubin: Convenced a Sander y ella cooperará. Aslan y Zaitzev no tendrán más remedio que ceder.

 

Coronel Dayan: Hablaré de nuevo con Wang.

 

Salomón Rubin: Él sabrá que hacer.

 

Coronel Dayan: ¿Algún progreso con la simulación?

 

Salomón Rubin: No.

(Silencio)

 

Salomón Rubin: Cuando llegue el momento, pondré fin a los cálculos y todo quedará convenientemente almacenado. Tendrán que ser otros los que concluyan nuestro trabajo, David.

 

Coronel Dayan: Y tú… ¿Qué vas a hacer Salomón?

 

Salomón Rubin: Me quedaré en Jerusalén.

(Silencio)

 

Salomón Rubin: He tenido una buena vida.

 

Coronel Dayan: No hables así.

 

Salomón Rubin: David. Manteneros unidos.

 

Coronel Dayan: De acuerdo.

 

Salomón Rubin: Suerte, David.

 

Coronel Dayan: Shalom, viejo amigo.

 

……………………………

 

END OF TRANSMISSION.

 

 

 

 

 

 

Jerusalén.

Israel.

Miércoles Oct./22/2036

Wicca +26

 

Salomón encendió el reproductor con el primer síntoma.

Llevaba un rato intentando mitigar el fuerte sabor a hierro en la boca pero ni los chicles de regaliz conseguían liberarle de aquella desagradable sensación.

Desde la mecedora, cerca del balcón, podía ver gran parte de la ciudad vieja de Jerusalén. 

El murmullo de las oraciones provenientes de la Explanada del Templo se entrelazó con los últimos rayos de luz. La puesta de sol era magnífica y las casas languidecían fundiéndose lentamente con el negro de las esquinas y los tonos cada vez más ocres de los tejados.

Salomón respiró profundamente.

El crujir de la madera con el suave vaivén del viejo balancín se fue acompasando lentamente con las primeras notas. 

 

Ev´rybody loves my baby,

But my baby don´t love nobody but me… nobody but me.

El taconeo de sus pies produjo pequeñas ondas sobre la superficie de una jarra de agua que había encima de la mesa, junto a la ventana.

Salomón abrió el álbum con cuidado.

—Aquí estás… —Murmuró.

Una imagen gastada mostraba a una niña pequeña de cabello rubio y ojos profundos sentada en su regazo, años atrás.

Salomón leyó la anotación.

 

- Sexto cumpleaños de Sarah. Tres de Mayo de dos mil catorce.

 

Salomón sintió un pinchazo agudo en los pulmones y la primera gota de sangre cayó desde la nariz hasta la barbilla.

Salomón miró otra instantánea. Esta vez de su primera esposa, Raquel. Era una foto tomada bajo el Puente de los Suspiros en Cambridge.   

Salomón sacó un pañuelo del bolsillo y limpió de sangre la superficie satinada que recubría el cartón del álbum de fotos.

—Va a ser mucho más rápido de lo que esperaba. —Se dijo.

 

Ev´rybody wants my baby,

But my baby don´t want nobody but me… that´s plain to see.

 

La primera rotura importante se produjo en una de las ramas de la arteria gástrica izquierda, provocando la afluencia de suficiente cantidad de sangre en el estómago como para producir una fuerte arcada.

Un sudor frío le recorrió todo el cuerpo.

—¡Cómo duele! —Exclamó llevándose las manos al abdomen.

Salomón intentó levantarse.

Tenía sed y estaba mareado.

Quiso levantarse pero el esfuerzo le hizo vomitar profusamente por el costado de la mecedora.

—¡Maldita sea! —Exclamó.

Sus manos temblaron. El mareo iba en aumento.

 

He´s got some Elgin movements, twenty years guaranteed.

There´s no need for improvement, my sweet daddy´s build

for speed!

 

Su corazón comenzó a acelerarse.

—Tengo miedo. —Pensó.

Doblado por el intenso dolor de estómago, Salomón pedir ayuda pero las palabras se ahogaban en sangre.

Escupió.

El álbum de fotos cayó al suelo junto con los auriculares.

Sus alveolos pulmonares comenzaron a atrofiarse y la respiración se hizo costosa.

De manera intermitente, una aguda punzada perforaba la parte superior de sus pulmones.

Salomón cayó de la mecedora golpeándose la cabeza contra el suelo.

Su cuerpo no hizo ningún esfuerzo por tratar de incorporarse.

El súbito abultamiento de la vena cerebral magna provocó un trastorno tan violento de sus movimientos oculares que su pupila izquierda quedó inclinada sin poder retornar a su posición.

 

That´s why Ev´rybody loves my baby,

But my baby don´t love nobody but me… nobody but me!

 

- No… No…

 

Salomón Rubí comenzó a revolverse sacudido por los estertores.

—No.

 

That´s why Ev´rybody loves my baby,

But my baby don´t love nobody but me… nobody but me!

 

Los últimos momentos de la vida de Salomón Rubin no estuvieron dedicados a su familia. Ni a sus amigos o seres queridos.

Salomón tampoco se acordó de Dios.

Sólo podía pensar en Harmony.

—Manteneros unidos. —Murmuró.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nueva Orleans. Louisiana.

Estados Unidos.

Jueves Oct./23/2036

Wicca +27

 

Kate alzó la cabeza entre la multitud tratando de contar los guardias apostados en la puerta del Hotel Marriot en Canal Street.

—Dos en la entrada y diez más en los balcones de la primera planta. —Memorizó.

—Policía. —Afirmó una voz detrás de su hombro.

Sobresaltada, Kate se giró, un tipo de aspecto extraño con una Nikkon colgada al cuello le sonreía.

—Alphonse Vanderwick, del Picayune. —Dijo extendiendo una mano y mostrando su desgastada acreditación.

Kate respondió al saludo tímidamente.

 

- Menudo susto me ha dado.

—¿Intenta entrar en el Marriot? —Preguntó el reportero.

Kate hizo caso omiso y sin decir nada, intentó de nuevo abrirse paso entre los manifestantes.

—Los militares no van a dejarla pasar. —Volvió a repetir Alphonse que la seguía de cerca.

Kate se detuvo molesta.

—Y algunos van vestidos de civil. —Añadió.

—¿Y tu cómo lo sabes?

Alphonse puso cara de triunfador.

—¡Lo tengo todo aquí! —Respondió señalando su cámara.

—¿No tienes un artículo que escribir? —Preguntó Kate irritada.

—No queda nadie en la redacción.

Kate se sintió identificada.

—Me llamo Kate Brennan, del Times.

 

- ¿Shreveport? Trabajé allí durante algún tiempo.

—Nueva York.

Alphonse se quedó mirándola como si la joven le estuviese tomando el pelo.

—Claro y quieres entrar en el hotel para entrevistarte con el presidente…

—Correcto. —Afirmó Kate sin dejar de avanzar entre la muchedumbre que no dejaba de gritar.

—¡Wilkinson fuera! ¡Wilkinson fuera!

Alphonse enarcó las cejas.

 

—Muy bien. Tus razones para entrar en el hotel no son de mi incumbencia. Te ayudaré, pero sólo si me llevas contigo. —Dijo.

—Muy bien. ¿Te vas a quedar plantado? —Preguntó Kate.

—Esa no es precisamente la mejor manera. —Dijo Alphonse señalando la pared de sacos de arena frente a la entrada principal del hotel.

Kate prestó atención.

—Tú dirás.

Alphonse puso cara de interesante.

—Iremos por la puerta trasera.

Kate meditó pensativa.

—Si lo conseguimos, te conseguiré una cita con el Presidente.

Alphonse rió.

—Y luego podríamos salir todos juntos de fiesta con Elvis Presley.

Kate le miró enfadada.

—Muy bien, si no me tomas en serio, lo haré a mi manera.

—No hace falta que te enfades.

—Vamos. —Afirmó Kate cogiendo a Alphonse por el brazo para apartarse de la multitud.

 

***

En la última planta del hotel, el presidente Ted Wilkinson contempló a los cientos de ciudadanos que abarrotaban Canal Street.

—¿Tan mal lo estamos haciendo? —Preguntó.

La Primera Dama le cogió la mano con cariño.

—Haces todo lo que puedes, Ted.

El Presidente miró a su esposa. Anne seguía siendo una mujer muy hermosa. Sus ojos grandes y negros continuaban ardiendo como ascuas en su rostro de proporciones perfectas.

Ted Wilkinson acarició el largo cabello de su esposa.

—No podría hacer esto sin ti.

—Lo sé. —Respondió Anne bromeando.

Un  policía militar irrumpió en el balcón.

—Señor.

—Capitán. —Respondió de mala gana el presidente.

—El General Caldwell está aquí.

—En seguida voy. —Respondió Wilkinson.

Anne hizo un gesto de asentimiento.

—A por ellos. —Dijo el presidente.

—Suerte. —Dijo Anne en español.

Wilkinson sonrió.

Caldwell esperaba en una sala contigua, inclinado sobre una amplia mesa cubierta de mapas.

El presidente se abrió paso entre los asesores.

—Quiero a la décima división acorazada aquí, aquí y aquí. —Señaló el general con determinación.

Wilkinson observó la escena con disgusto.

—No recuerdo haber dado mi autorización.

Bruce McKellen miró preocupado al presidente pero guardó silencio.

—Está usted tardando demasiado tiempo en reaccionar. —Respondió el general. —La situación requiere que movilicemos todas nuestras tropas cuanto antes.

—¡La situación requiere que usted se someta a mis directrices! —Estalló el presidente Wilkinson.

Un silencio incómodo se apoderó de todos los presentes. El General Caldwell hizo un inmenso esfuerzo de contención.

—Su administración está en estos momentos desmantelada. México no va a ceder. La única opción viable es atacar.

—¿Me está usted diciendo que la violencia es la única opción? —Respondió el presidente de mala gana.

—Desgraciadamente, señor. —Respondió Caldwell.

—Yo soy su Comandante en Jefe. No lo olvide, Caldwell.

—Si, usted es el Comandante en Jefe, no la Primera Dama.

Wilkinson encajó mal el golpe.

Caldwell lo había cogido por sorpresa. 

—¿Cómo se atreve?

Bruce sintió que había llegado el momento de intervenir.

—Quizás deberíamos evaluar todas las alternativas.

El General Caldwell le interrumpió.

—¡Nuestras operaciones se ven comprometidas por culpa de una mujer extranjera!

Ninguno de los presentes se atrevió a decir una palabra.

Wilkinson apretó los puños.

—General Caldwell, ¿Está usted poniendo en duda la lealtad de la Primera Dama?

—Los latinos son gente muy comprometida con los suyos. ¿Acaso no tienen fama de eso?

Wilkinson miró a Bruce McKellen quién, con cara de circunstancias, negó con la cabeza.

—No iniciaré una guerra contra México. —Insistió Wilkinson. —Le ordeno que retire las divisiones de la frontera.

—No puedo acatar sus instrucciones. —Respondió Caldwell desafiante.

—¡TAMPOCO YO! —Exclamó una voz desde el fondo de la sala.

—Anne… —Murmuró el presidente.

La Primera Dama avanzó sorteando a todos los presentes en la estancia.

—Proceda con sus planes, general. —Dijo señalando los mapas.

—Pero… —Murmuró el Presidente.

Caldwell dedicó una mirada hostil a Wilkinson.

—Y nunca olviden una cosa. —Dijo la Primera Dama bien alto de forma que todos los presentes la pudieran escuchar.

—Anne, no tienes por qué… —Murmuró el Presidente.

La Primera Dama continuó hablando.

—Me llamo Anne Wilkinson. Ana Ortega dejó de existir el día en que me casé con este hombre. El mejor que conozco. Pero aunque no hubiese así, Ana Ortega nació en este país. Mi padre fue gobernador del estado de Nuevo México. Soy tan americana como cualquiera.

Todos asintieron con respeto.

—Ni el Presidente de los Estados Unidos, ni ninguno de ustedes,  tienen nada que temer de mí. —Concluyó Anne con tristeza.

 

***

Abajo, en la trasera del hotel, Kate casi podía sentir el aliento del marine que la perseguía, arrastrando a Alphonse en volandas, por toda la zona de entrada para proveedores.

La maniobra de distracción no había funcionado.

—¿De verdad vas a intentar entretener a ese gorila? ¿No deberíamos intercambiar los papeles? —Había preguntado Kate poco convencida.

—Nunca se sabe. —Respondió Alphonse aleteando las pestañas.

Kate se encogió de hombros y se preparó para salir como el rayo en cuanto el guarda se despistara.

—¡Eh! ¿A dónde cree que va, señorita? —Había preguntado con voz estentórea el sargento Williams mientras ella intentaba entrar agachada entre un montón de cajas apiladas en la entrada.

—¡Esto es ilegal! ¡Exijo que me suelte! ¡He perdido mi cámara! ¡Brutalidad policial! ¡Brutalidad policial! —Gritó Alphonse tratando de zafarse.

Aún tirando de Alphonse, el sargento Williams consiguió acorralar a Kate en un pasillo sin salida, cerca de la lavandería.

Tenía cara de pocos amigos.

—Quedan detenidos. —Dijo el marine con voz entrecortada.

Kate se cruzó de brazos y exclamó.

—¡DE ESO NADA!

El sargento de marines Williams enarcó, sorprendido, las cejas.

—¡TENGO QUE HABLAR CON EL PRESIDENTE!

 

 

 

 

 

Laredo. Texas.

Estados Unidos.

Viernes Oct./24/2036

Wicca +28

 

El barracón C en el campamento militar de la décima división acorazada situado a las afueras de Laredo olía a demonios. La falta de higiene unida a los efluvios procedentes de la planta de tratamiento de aguas de El Pico hacía que la atmósfera resultara prácticamente irrespirable. Veinte literas se apelotonaban contra las paredes laterales dejando un estrecho pasillo central por el que el sargento Williams pasaba revista todas las mañanas.

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