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Capítulo Catorce

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Por suerte, Davina no terminó volviéndose loca y echándolo de su departamento.

Su expresión permaneció en blanco, y Derek sabía que eso era porque estaba atrapada en ese lugar justo en el medio de estar enojada con él y estar loca por él. Y cuando lo besó, sonrió entre sus labios. Era un maldito célibe, pero no un ciego. Hubiera sido una mierda volver a bajar los cuatro pisos de escaleras infestadas de basura y drogadictos hasta la entrada. Derek se estremeció recordando al drogadicto del segundo piso, y trató de pensar que él no era así. Trató de no ver que esa desesperación que había sentido en los últimos días antes de poder ver a Davi, era la puerta hacia lo que ese adicto hizo con la pequeña bolsa en sus manos.

—¿Quieres agua? No he tenido tiempo de traer nada… —murmuró apresurada, levantando su abrigo y quitando su bolso del único sofá para hacerle espacio.

—Claro, agua está bien.

Una inesperada punzada lo golpeó mientras la veía. Esto difícilmente se podría considerar un departamento, era más bien una enorme habitación, incluso parecía más pequeño que el autobús, pero más acogedor. Olía a ella, el suave resplandor de las velas que tenía encendidas la hacía parecer esa hermosa hada que siempre le había parecido, ahora más que nunca se le hacía un hermoso y místico ser de otro planeta, que de alguna manera había aterrizado en el centro del infierno.

Sentándose en el único sofá, observó la cama a su derecha sobre el nivel del suelo, así como la única puerta, la cual suponía era el baño.

—Haré un poco de limonada, solo dame unos minutos.

—Davina, realmente no es necesario…

—Oh, cállate y déjame hacerla. ¿O piensas que no tengo para limones?

—Solo no quiero que te cortes un dedo y tener que ir a la clínica más cercana.

Él no supo cómo tomarse su sonrisa de alivio, pero la dejó pasar mientras la miraba. De alguna manera, había logrado transformar ese deteriorado espacio en una diminuta y acogedora casa que gritaba “Davina” por cada rincón. Varias fotografías de impresionantes aves, a blanco y negro, estaban enmarcadas en las esquinas, muy seguramente tomadas por ella.

Olía a cítricos, y para su absoluta sorpresa, estaba organizada rayando en la exageración. Derek se puso de pie, y observó las fotografías del atardecer que estaban en un pequeño estante, reflejaban su alma, su capacidad única para detener el tiempo en el momento preciso. Alrededor, los escasos muebles proyectaban extrañas sombras en los espacios, haciendo que el estudio pareciera más grande, y ni siquiera tenía que preguntarle cómo fue eso posible porque ya sabía la respuesta, ella los puso así de forma intencionada.

Sobre la cama, colgaban prismas interconectados entre sí, que de alguna manera le recordaban a un oasis en el desierto. Todas las paredes estaban pintadas de blanco, lo que hacía más notorio el ingreso de luces y sombras, pronunciando todo alrededor…

—¿Husmeando? —Davina se detuvo frente a él, y vacilante, estiró la mano, empujando el cabello fuera de sus ojos antes de darle el vaso—. No tiene sangre ni nada.

—¿De verdad no te cortaste? —preguntó dando un sorbo—. Y además te quedó buena, quizás sea el apocalipsis.

—Lo mismo pensé cuando te vi en la puerta.

—¿Todavía quieres que desaparezca? —Ella suspiró negando.

—Nunca quise que desaparecieras, solo… mira a tu alrededor y dime si no te daría vergüenza un poco de compañía.

—No.

La llevó hacia él para robarle un beso, sonriendo contra su boca, Davina dijo:

—Ni siquiera miraste.

—¿Por qué habría de mirar alrededor, si todo lo que necesito está frente a mí?

Davina lo miró aturdida.

Se estaba enamorando de él más y más cada día, sus miedos y cautelas se disipaban lentamente con las horas. Él incluso había viajado miles de kilómetros solo para venir a verla… quería decirle algo súper romántico, de verdad que sí, pero en su mente solo había una cosa: caer de rodillas y hacerle la mamada de su vida.

—¿Me crees? —El tono profundo de su voz fue como una caricia que recorrió todo su cuerpo de manera casi tangible.

Ella solo pudo seguir ahí sin habla, mirándolo, era demasiado para poder creerlo. Él sonrió con suavidad, colocando una mano en su mejilla. Davina aspiró una bocanada de aire, él estaba aquí, realmente había venido por ella. Su cuerpo hormigueando mientras sus dedos acariciaban suavemente su cabello. Sus ojos se encontraron, su aliento quedó atrapado... y luego él deslizó un brazo alrededor de su cintura, una mano sobre su nuca... y la atrajo de nuevo hacia su boca. Davina tejió un camino con sus dedos a través de su cabello, instándolo a más, como siempre, presionando solo un poco, sabía que si para él estaban yendo muy lejos se lo diría... pero esta vez, Derek no se separó.

Jadeando, profundizó el beso, llevando las cosas a un nuevo nivel de excitación, haciendo que la cabeza de Davina comenzara a dar vueltas, su estómago gruñendo… Derek se separó riéndose entre dientes, la respiración entrecortada mientras unía sus frentes.

—¿Podemos ir a cenar algo?

—No… —gimió buscando sus labios de nuevo, él la aceptó, pero fue muy breve, y cuando se separó de ella, la dejó sin aliento.

Sus ojos eran tan hermosos, brillantes y calientes, un profundo azul marino casi negro de la lujuria que sentía por ella. La joven se estremeció, porque todo lo que era fuerte, masculino y poderoso, estaba justo entre sus brazos.

—¿Quieres que ordenemos algo, o prefieres que te lleve a algún lado?

—¿Y arriesgarnos a que la prensa sepa que Derek Chancellor está de vuelta?

—Hasta podría sujetar tu mano en público —comentó con sarcasmo.

—Lo que sin duda enloquecería a la prensa y lograríamos culminar el principal motivo por el que se nos juntó. —Derek frunció el ceño.

—Hace mucho que no estoy contigo a la fuerza.

—Lo sé. —Acarició su ceño fruncido—. Y estoy feliz de que eso de alguna extraña manera haya cambiado, antes de ti me… me sentía tan sola, sentía como si me faltara algo, pero no sabía qué era.

—Yo me sentía igual. Salvo que yo sí sabía lo que me faltaba.

—¿Y qué era?

—Tú. —Davina parpadeó, perdiéndose en ese extraño azul de sus ojos.

—Al diablo con la comida. —Enredó los dedos de nuevo en su cabello—. No pretendas comer otra cosa que no sea mi boca después de venir y decirme esto.

Derek se rio entre sus labios, y Davina supo que independientemente de lo que sucediera entre ellos, saliera o no adelante con su relación, Derek Chancellor era especial, que ponía el corazón en lo que hacía, hermoso y complicado, todo en una sola persona.

Por la mañana, Derek se despertó con la familiar sensación de ser ligeramente aplastado. Se movió un poco, por lo que Davina se retorció en su contra, se encontraba cruzada sobre su pecho, respirando profundamente contra su cuello, y cuando Derek intentó de nuevo salir de la cama, Davina intensificó su agarre, murmurando algo sobre Brant.

Finalmente salió de la cama para ir al baño y cuando regresó, la encontró sobre las sábanas, su cuerpo apretado, cabello rubio sobre la almohada. Solo podría quedarse una hora o menos antes de tener que despertarla para que fuera a su trabajo. Pero él no quería que se fuera. La prefería justo donde estaba. Se movió por el estudio, tratando de no ser muy invasivo al buscar algo para prepararles de comer, y realmente se tragó una maldición cuando no encontró nada. Ya le había contado de sus carencias, pero verlo realmente lo destrozó, así que tratando de no perder su mierda en ese pequeño lugar, pidió desayuno a domicilio. Estaba acomodando sobre la pequeña barra panqueques, tiras de salchicha y tocino, cuando Davina apareció a su lado.

―Uhm. ―Retorció ligeramente las manos―. Lamento esto.

―¿No haber cocinado para mí? En realidad es un alivio que acabes de levantarte.

―Sabes a lo que me refiero. ―Hizo una mueca―. No había nada para cocinar.

―Estabas de viaje, ¿por qué que ibas a tener llena tu maldita despensa?

―Sí ―suspiró―, tienes razón. ―Derek asintió satisfecho.

―Además, desastre, pedí panqueques porque me recuerdan a ti.

―Los pediste porque son tus favoritos ―dijo riéndose al sentarse frente a él.

―Entonces, ¿qué harás hoy durante el día?

―Tengo que ir con Ruth a terminar la edición, pronto acabaremos con el álbum, así como ustedes con la gira, por lo que queremos lanzarlo en su último concierto; Ruth cree que será una enorme oportunidad para venderlo. ―El guitarrista asintió―. ¿Qué harás tú?

―Estaba pensando en visitar mi casa, ya sabes. ―Se encogió de hombros―. Debo revisar algunas cosas, no todo se trata de ti. ―Le guiñó un ojo, haciéndola reír.

―¿Quieres que nos veamos en tu casa a eso de las seis?

―Llámame cuando salgas de tu trabajo, pasaré por ti y pediremos algo de comida para llevar y cenaremos aquí. ―Davina hizo una mueca.

―Preferiría que nos quedáramos en tu casa, aquí no es… seguro para ti, y yo…

Derek cerró la distancia entre ellos, encontrando sus labios, besándola de la única manera que podía en ese momento… suave y concienzudamente. La respiración de Davina se aceleró al tiempo que enredaba los brazos a su alrededor, presionándose contra él. Derek movió los labios por su cuello, besando y chupando suavemente. Cada vez se sentía más fácil escucharla gemir su nombre, y sentir su mano bajando para apretar su culo.

―Diablos, cariño, te estás volviendo malditamente bueno en esto ―suspiró, tocando su mejilla con barba antes de besarlo de nuevo.

―¿De verdad?

―Sí, tu toque es tan suave. Nadie nunca me ha besado así.

―Ah.

Su voz cayó con decepción. Era de esperarse que estuviera acostumbrada a alguien con más experiencia que él. Un hombre de verdad, no uno jodido, roto y célibe.

―Oye ―dijo, sujetando su mejilla―, es un cumplido.

―Simplemente no soy nada bueno en… ―Davina puso un dedo en sus labios.

―Basta. No arruines mi mañana perfecta. ―Él suspiró, mordisqueando su dedo.

―Lo siento.

―Demuéstralo. ―Enroscó los brazos alrededor de su cuello―. No dejes de besarme.

...

Cuando Derek estuvo frente a su casa, las ondas de inquietud le hormigueaban en el torso, pasó un rato antes de que entrara y cruzara la distancia hasta su habitación.

No venía aquí desde rehabilitación, pero no había querido mencionárselo a Davina. Ella estuvo a su lado en ese entonces, conociendo ese otro ser que también habitaba debajo de su piel, y no fue agradable de presenciar. Preparándose mentalmente, estiró la mano hacia el pequeño cajón en su tocador, sabiendo muy bien lo que encontraría ahí. Dentro, había un frasco de aspirinas, que no contenía precisamente eso.

La mano de Derek tembló cuando la extendió para tomar el frasco. No había mucha cocaína, nada más que para una línea ahí dentro, lo que no fue una sorpresa. Antes de que lo internaran había estado golpeando la coca con tanta fuerza, que sentía que se había hecho un agujero en el tabique. Rodando el frasco de adelante hacia atrás sobre su mano, se estremeció al pensar cómo un maldito polvo podría hacerlo caer sobre sus rodillas, reduciéndolo a nada. Un parasito más en la sociedad.

Sentado ahí, no supo cuánto tiempo esperó para ver si el impulso de hacer algo que no debía se apoderaría de él, y cuando no lo hizo, Derek tuvo este momento de eufórica libertad, una gran sensación de victoria porque había superado a su peor enemigo otra vez, a su jodida sombra, sin embargo, se estremeció cuando el frasco resbaló de sus manos. No podía jodidamente engañarse. Era fácil resistir la tentación cuando se encontraba justo como ahora, tranquilo y relajado.

Recogiendo el frasco, lo volvió a guardar, sorprendiéndose al encontrar una vieja fotografía de Ellen y él. Su estómago se hundió, su respiración quedó atascada. Ellen estaba sobre su regazo, su sonrisa amplia, su cabello oscuro ondeando con la brisa del muelle en el que se casaron. No estaba seguro de por qué estaba manteniendo todos estos detonantes juntos, y no quiso detenerse a pensarlo.

¿Era como un sombrío recordatorio de lo que podía llegar a convertirse? ¿O como un reloj de arena contando el tiempo para que de nuevo cayera en su adicción? No podía soportar la respuesta porque no confiaba en sí mismo, ahora podía ignorar todo eso refundiéndolo en el fondo del cajón. Pero se estremeció al recordar lo que estuvo a punto de hacer días atrás, sin duda el verdadero reto sería cuando se encontrara del otro lado, ni tranquilo, ni mucho menos en paz.

El silencio en la casa abrumó a Davina.

Por alguna razón, el estar sin sonido la hacía sentirse opresiva, le robaba el feliz alivio que había estado sintiendo desde que Derek había aparecido. No le gustó la sensación de codependencia. Nunca necesitó de nadie para sentirse completa, aunque pensándolo bien, nunca se había sentido completa tampoco. Todavía se sentía más que extraño tenerlo en su pequeño estudio, permitiéndole ver los detalles íntimos de su vida, desde las impresiones en sus paredes, la marca de un vaso en la barra, hasta las fotos en sus estantes. Su celular no tenía llamadas ni mensajes, así que supuso que Derek estuvo muy ocupado organizando las cosas en su casa y por eso olvidó ir por ella.

Estaba dando vueltas a la cuchara en su taza de té, cuando su celular sonó. Sonriendo, lo contestó apenas al segundo timbre.

―Davina. ―La voz ronca y profunda inmediatamente la dejó sin fuerzas.

―Brant. ―Él se rio entre dientes.

―Sigo siendo el mismo. ―Davina parpadeó, sujetando el celular con más fuerza.

―¿D-Dónde estás?

―Todavía en el infierno, no me he escapado si estabas con el pendiente.

Gracioso cómo toda esa ira que había sentido cuando pensó que se había escapado de nuevo, ahora se había ido. En su lugar, se sintió vacía. Lo cual tenía sentido. Al dejarla sola por culpa de sus adicciones, Brant se había llevado algo de ella.

―Nunca me habías llamado, es todo.

―No lo tenía permitido, pero digamos que… estoy en otro nivel. Uno donde se me permite tener cierto contacto con el exterior.

―Estoy… estoy tan feliz por ti, Brant ―susurró antes de morderse el labio inferior.

―Es lo más cerca que he estado de querer acabar con todo, Davi, ¿sabes?, te extraño, extraño a mi única familia. Aquí todo es muy sano, muy verde, todo muy… soso. ―Davina sonrió negando con la cabeza, Brant era un amante de la pizza―. ¿Cómo van tus fotos con los animales?, ¿ya te dieron un Pulitzer?

Davina se rio llena de autodesprecio, Brant no sabía que había dejado eso para dedicarse a tomar fotos para revistas rosas, ni mucho menos para dedicarse a fingir una relación con una estrella del rock.

―Aún no.

―Son unos hijos de puta imbéciles, pero no tardarán en descubrir tu talento. ―Ella apretó los ojos con fuerza.

―Gracias por el voto de confianza.

―Quizás me den el alta para Navidad, no es seguro… ¿pero crees que puedas recibirme?, ¿todavía me quieres? ―El corazón de Davina se apretó.

―¿Qué clase de pregunta estúpida es esa? Por supuesto que sí. ―Cuando Brant exhaló, su voz salió entrecortada.

―Necesitaba escuchar eso, eres lo único por lo que lucho. De repente, cuando tengo ganas de lanzar todo, y solo… escaparme, pienso en ti y haces que mí día a día aquí dentro sea llevadero. De repente, tengo ganas de curarme, esta vez tengo muchas ganas de salir de aquí y estar contigo, no solo para Navidad. Te amo.

Y de pronto, esas palabras también eran las que Davina necesitaba escuchar, lo supo cuando se derrumbó torpemente en el suelo.

―También te amo, tonto, y siempre voy a estar para ti.

Maldición, la cabeza le daba vueltas.

Pero esta vez fue divertido, Derek no tenía el impulso de beber para alejar la angustia. En absoluto. No sintió la necesidad de golpear una línea tampoco. Asimismo, no tenía ningún interés en ponerse en contacto con Jeremy o la banda para preguntar sobre el club y la noche de apertura en la que ese tal Lucas iba a sustituirlo hasta que regresara. Estaba curiosamente necesitado de una sola cosa, y estaba a nada de conseguirlo. El callejón que daba a los departamentos donde vivía Davina parecía una axila de la ciudad de Los Ángeles. Sin duda era un marcado contraste venir desde su casa hasta aquí.

La calle estaba sucia, llena de agua marcada con las huellas de neumáticos de un sinnúmero de maniobras hechas por los camiones que pasaban, seguro a surtir la media docena de restaurantes baratos que había allí. A pesar de las gélidas ráfagas que se estaban registrando para apenas estar en noviembre, el hedor a carne podrida y en descomposición, era suficiente para que el interior de su nariz hormigueara.

Así que buscando la dulzura que se había colado en su corazón, se apresuró a subir esas viejas escaleras hasta su piso, ignorando de nuevo al drogadicto del piso bajo el de Davina. Eso lo ponía de los nervios, la realidad era que, nada ni nadie estaba a salvo cuando se interponía entre un adicto y la droga que ansiaba. Conocía bien el sentimiento, y por esa razón, odiaba que ella viviera en este lugar, o rodeada de drogadictos para el caso.

El pasillo despedía un olor a podrido como el infierno, por eso Derek tuvo que revisar la calle dos veces la primera vez que la buscó, para asegurarse de que estaba en la dirección correcta.

Cuando Davina abrió la puerta, Derek tuvo que parpadear un par de veces al mirarla. Tenía la piel muy blanca y el cabello rubio caía entre sus abundantes pechos, y sus ojos eran grandes, capaces de detenerlo en su camino igual que lo haría un muro. Se enredaban siempre en sus pensamientos, hasta el punto de ser capaz de tropezar con sus botas, incluso así, estando de pie y sin moverse. No, aunque Ellen fue bonita, su belleza no era más que un eco lejano en comparación a la de Davina.

―Estuviste llorando ―dijo ahuecando su mejilla. Ella suspiró, tirando de él y metiéndolos dentro de ese acogedor lugar que olía a ella.

―Te ves taciturno.

―Fue… una interesante tarde. ―Por decir poco.

―Lo mismo por aquí ―susurró, dando un paso hacia él.

Derek abrió los brazos y ella se acomodó entre ellos, y se quedaron ahí, a mitad del pequeño estudio, sin escuchar nada salvo sus propias respiraciones, sin decirse nada, solo se sostuvieron. Enterrando la nariz en su cabello, respiró su champú cítrico. Davina era diferente de Ellen. En la tarde, cuando pasó tiempo de poca calidad y mucha aflicción entre sus peores adicciones, Derek no se dejó arrastrar, porque sabía que tenía otro lugar a donde ir, otra persona que lo estaba esperando con comprensión en su mirada cuando se portaba como un asno, y una sonrisa cálida cada vez que era tácitamente rechazada en su pasión.

Síp, estaba para sentirse de la mierda.

Sujetando más a su pequeña hada entre sus brazos, sintió sus pechos suaves y firmes contra su torso, sus caderas abundantes y su cabello entre los dedos. Davina era hermosa, y Dios sabía cuánto quería estar con ella, pero tenía jodidamente miedo. Con Ellen, el sexo había sido solo… adecuado. Tan bueno como lo sería la jodida carne asada fría: incluso si está fría, todavía era carne. Y después de ello, siempre se daban uno o varios pases, y si no fuese suficiente, entonces acudían a la heroína. Diablos. Habían estado tan jodidos…

―¿Quieres hablar de ello? —preguntó a sabiendas de que iba a obtener un no por respuesta, por eso se sorprendió cuando ella se removió incómoda entre sus brazos.

―Brant me llamó, quiere… quiere volver a casa.

―Eso es genial, ¿no?, tener a tu hermano de vuelta, eso quiere decir que lo darán de alta. ―Cuando no respondió, supo que algo más estaba mal―. ¿Qué te aflige en realidad?

―No es nada. ―Derek rodó los ojos.

―No hables de ello si no quieres, pero no me mientas.

Ella suspiró, y su rostro enterrado contra su pecho, de pronto lo estaba enervando. Quería sujetar su mentón y sondear en la profundidad de sus ojos, pero eso sería presionarla demasiado, ¿y en cuanto a evadir temas?, hola, mucho gusto, mi nombre es Derek.

―Será un golpe duro para Brant darse cuenta dónde vivo ahora, y que no me dedico a lo que él se imagina; se culpará, lo conozco, a veces sus peores temores son por mi causa, metiéndolo en un espiral que lo conduce a las drogas, se siente inútil y dice que por su culpa estamos así, y entonces recae, y todo vuelve a ser este jodido círculo…

―Detente. ―Derek sujetó su barbilla, como había querido hacer minutos antes, obligándola a mirarlo―. Si algo he aprendido a lo largo de todo este jodido camino con las drogas, es que yo, y únicamente yo, soy responsable de mi destino. Nadie más, ni mi esposa, ni mis hermanos, ni mi carrera, ni el dinero, ni la culpa. Yo y solo yo.

―¿Pero y si Brant no está en tu nivel de madurez? ―Una lágrima se deslizó por su mejilla, cayendo directamente contra su mano―. ¿Y si no puede manejarlo?

―Entonces no estaba listo para salir, y tiene que volver.

―Lo haces sonar tan fácil ―dijo desviando la mirada, por lo que puso un poquito más de fuerza en el agarre de su mentón, obligándola a mirarlo de nuevo.

―¿Se te hace que voy a un paseo por el parque de diversiones cada martes?, ¿crees que me siento ahí con unas donas y un café y conversamos del clima?, ¿acaso no me has despertado infinidad de veces de una pesadilla? Ni siquiera sé en donde está enterrada Ellen, y no quiero saberlo. No es fácil, nunca más lo será, pero se vuelve llevadero. No tienes que dejar tu vida para que él pueda vivir la suya.

―De cualquier manera… ―carraspeó, intentando contener el llanto―, el álbum quedará listo, pediré un descanso, Dios sabe cuánto me ha hecho trabajar en el último año.

―¿Y yo? ―Ella parpadeó mirándolo―, ¿dónde quedo yo con esto, Davina?

Y… en el silencio que siguió, Derek maldijo de mil maneras diferentes a su cerebro y corazón. ¿Por qué tenía que preguntar justo ahora esto? Al parecer, incluso célibes cínicos como él tenían un maldito corazón después de todo.

Durante quién sabe cuántos años, todas las noches, Davina se quedó perdiendo el tiempo mirando su techo, esperando a que Brant regresara y le dijera que ya había cambiado, que conseguiría un buen trabajo y que sería el hermano mayor que ella necesitaba, que saldrían juntos de esto. Pero aquí frente a Derek, descubrió que Brant bien podría encontrar a su propia princesa ahora que estaba sano, hacer una vida y solo… desaparecer.

La misma pregunta que le hizo Derek aplicaba también, ¿qué pasaría con ella? Brant nunca había podido ver por ella, ¿por qué Derek sería la excepción?

―Derek, tú… ―sonrió, acariciando esa barba de varios días―, tú eres la mejor sorpresa que he tenido nunca. Me cuesta mucho pensar que podamos tener un futuro, por eso solo… tan solo quiero disfrutar de ti, de todo el tiempo que podamos…

―¿Por qué no crees que podamos tener algo permanente? ―Davina lo miró fijamente, como si no fuera algo obvio.

―¿Estrella de rock no te suena demasiado complicado?

―No.

―Bueno, ¿qué te parecen las largas giras y trabajos separados?

―Giselle y Dylan lo están haciendo bastante bien, además… ―Acarició su espalda, atrayéndola más contra su pecho―. He pensado que no tenemos por qué separarnos, tú podrías ser nuestra publicista, no tenemos una, y Jeremy es un inepto cuando intenta hacerlo, es un buen mánager, pero no puede con todo.

―¿Me estás ofreciendo un empleo? ―No quería sonar tan sin aliento, ni tan esperanzada, pero su voz fue ese pequeño chillido feliz…

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