Hannah

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Octubre de 1943

Posen, Polonia

Primera semana de octubre.

El recién ascendido a ministro de Interior del Reich, Heinrich Himmler, consciente de las redadas de trabajadores y de los arrestos temporales que se estaban ejecutando en Roma ante la creciente falta de voluntarios, se dirigió durante varias jornadas a miembros del cuadro de dirección de las SS. Aún sacaba pecho tras el éxito de la sofocación del levantamiento del gueto de Varsovia, donde cayeron trece mil judíos y otros treinta y siete mil fueron deportados al campo de exterminio de Treblinka. Allí presentes se encontraban, en el Ayuntamiento de la ciudad, varios rangos militares, Obergruppenführers, Gruppenführers y Brigadeführers de todo el Reich. También estaban invitados por la cancillería del partido todos los Reichsleiters, los líderes del Reich; Gauleiters, los líderes de zona; el jefe de las Juventudes de Hitlerianas, Artur Axmann, y los ministros del Reich Albert Speer y Alfred Rosenberg.

Los discursos se grabarían en un fonógrafo, mientras que Werner Alfred Wenn, de la SS-Untersturmführer, transcribiría las palabras y corregiría algún que otro error gramatical.

Uno de los temas que debían tratar: la Solución Final.

La completa aniquilación del pueblo judío en Europa.

Solo había pasado un año y medio desde la conferencia de Wannsee, aquellos noventa minutos que sirvieron para asegurar la cooperación entre los diversos departamentos durante la extradición de los judíos.

En esta ocasión el objetivo era involucrar a los allí presentes como cómplices.

Himmler habló.

«Ya lo ven. Por supuesto que hay judíos; y es evidente que no son más que judíos. Pero piensen por un momento cuántas personas, incluso camaradas del partido, han formulado una de esas famosas peticiones que llegaron a nosotros en las que se decía que todos los judíos eran unos cerdos; pero “Fulano” es un judío decente que debe ser excluido de lo que se está haciendo. Me atrevería a decir que, de acuerdo con el número de esas peticiones, seguramente hay más judíos decentes que judíos en general. Menciono esto solo para que cada uno de ustedes sepa que en sus respectivas provincias hay nacionalsocialistas buenos y respetables, cada uno de los cuales conoce a algún judío decente. Les pido que solo escuchen, pero jamás hablen de lo que estoy diciéndoles. A nosotros se nos plantea la cuestión: ¿qué hacemos con las mujeres y los niños? Y he decidido también en este punto que debo encontrar una solución final. Pues no me parece que se justifique exterminar, quiero decir matar u ordenar que maten, a los hombres; pero ¿dejar a los niños que crezcan y se venguen de nosotros atacando a nuestros hijos y nuestros nietos? Hay que adoptar la difícil decisión de conseguir que esa gente desaparezca de la faz de la Tierra. La organización que debe ejecutar la orden ha sido la más difícil que jamás hemos tenido. Creo que puedo afirmar que esta orden se ha ejecutado sin dañar la mente o el espíritu de nuestros hombres y nuestros líderes. El peligro es grave y siempre está presente, pues la diferencia entre convertirse en seres crueles y sin corazón, y ya nunca respetar la vida humana, o ablandarse y sucumbir a la debilidad y los colapsos nerviosos es una brecha abrumadoramente estrecha. Me siento obligado, como dignatario más superior del partido de este instrumento político del Führer, a hablar sobre esta cuestión también de manera bastante abierta y a decir cómo es. La cuestión judía en los países que ocupamos se resolverá a finales de este año. Solo quedarán los restos de los judíos que logren encontrar escondites. Nunca perderemos nuestra creencia, nunca nos volveremos desleales, nunca seremos cobardes, nunca estaremos de mal humor, sino que nos esforzaremos por ser dignos de haber vivido bajo Adolf Hitler y que se nos haya permitido luchar con él».

Todos aplaudieron.

Tras escuchar el discurso de Himmler, el ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebbels, solo pudo apuntar unas breves palabras a su círculo de confianza.

—Himmler ha dado una imagen franca y sin adornos. Está convencido de que la cuestión judía puede resolverse para finales de este año. Él aboga por la solución más radical y severa: exterminar a los judíos. Por supuesto, aunque es brutal, es una solución consistente. Porque debemos asumir la responsabilidad de resolver por completo esta cuestión en nuestro tiempo. Las generaciones posteriores, sin duda, ya no se atreverán a abordar este problema con el coraje y la obsesión que podemos hacerlo hoy.

El objetivo de aquellas jornadas nada tenía que ver con la mera información para la audiencia.

Desde aquel momento, todos los allí presentes eran copartícipes del exterminio judío.

Las órdenes de la Endlösung, la solución final a la cuestión judía, no tardarían en llegar a Italia.

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