Hades

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27. No me ama

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No me ama

Ya eran las primeras horas de la mañana cuando los cuatro regresaron al Easy Stay. El rostro de Molly había recuperado su color normal, pero parecía completamente agotada. Xavier también estaba destrozado y necesitaba dormir. Solamente mis hermanos continuaban tan pulcros e inexpresivos como siempre: el único signo de la tensión que acababan de sufrir eran sus ropas arrugadas. Ivy parecía haber recuperado la fortaleza, pero yo sabía que había sido una noche difícil para ella. Debía de ser frustrante: en el Reino, su fuerza y su poder no tenían límite, pero parecía que cuanto más tiempo pasaba un ángel en la tierra, más menguaban sus poderes.

Xavier aprovechó la primera ocasión para desaparecer en su habitación sin decir una palabra a nadie. Yo quise seguirlo para estar un rato a solas con él. Me imaginé tumbada a su lado en la cama y con la cabeza descansando sobre su pecho, como siempre hacía. Deseé poder dirigir todas mis energías a él para hacerle saber que me encontraba muy cerca, ofrecerle el poco consuelo que pudiera y dejar que su presencia me confortara. Pero Ivy y Gabriel eran quienes iban a planificar el siguiente paso, y yo tenía que quedarme con ellos si quería estar al tanto de todo.

—¿Qué le pasa? —preguntó Molly en cuanto Xavier hubo cerrado la puerta.

—Imagino que está agitado por lo que ha sucedido esta noche —repuso Ivy con sequedad mientras introducía la llave en la cerradura—. Necesita tiempo para asimilarlo.

A veces, mi hermana se irritaba ante la ingenuidad de mi amiga.

Por algún motivo, Molly no se separaba de mis hermanos, pero ellos tuvieron la delicadeza de no preguntarle qué quería. Quizá quería abandonar la misión del rescate; tal vez sentía que había experimentado más cosas de las que podía soportar y deseaba regresar a casa.

La puerta estaba pintada de un sucio color marrón. Gabriel, con un profundo suspiro, la abrió y pulsó el interruptor de la pared. La habitación se iluminó con una cruda luz ámbar y un ventilador de techo se puso en marcha emitiendo un zumbido irregular. Había dos camas iguales con dos colchas de diseño floral y dos mesillas de noche idénticas con dos lámparas de pantallas de flecos. La alfombra tenía un deslucido color salmón y la única ventana de la habitación estaba cubierta por una cortina que colgaba de una barra metálica.

—Tiene cierto encanto —dijo Ivy sonriendo con ironía.

Aunque mis hermanos se habían acostumbrado al lujo de Byron, ese tipo de cosas les eran indiferentes. Les hubiera dado lo mismo estar en una suite del Waldorf Astoria.

—Voy a darme una ducha —anunció Ivy mientras cogía el neceser y desaparecía en el baño.

Molly la observó mordiéndose el labio, incómoda, hasta que Ivy hubo cerrado la puerta del lavabo. Gabriel la miraba con ojos penetrantes, paciente. Sus ojos siempre me hacían pensar en una tormenta de nieve: claros y pálidos, y tan profundos que era fácil perderse en ellos. Se quitó la chaqueta y la colgó en el respaldo de una silla. Debajo llevaba una camiseta negra que resaltaba su perfecto cuerpo. Molly no le podía quitar los ojos de encima, fascinada por la definición de los músculos del pecho bajo el tejido. Parecía sobrehumano, alguien capaz de levantar un coche con sus propias manos sin ningún esfuerzo; probablemente porque podía hacerlo si la situación lo requería.

Se oyó el sonido del agua por las cañerías del lavabo y Molly aprovechó esa interrupción para iniciar una conversación.

—¿Se pondrá bien Ivy? —peguntó, incómoda.

Estaba claro que no se había quedado allí para hablar de Ivy, pero no se le ocurría ninguna otra manera de comenzar a charlar.

—Ivy es un serafín —contestó Gabriel, como si eso dejara claro el asunto.

—Sí —repuso Molly—. Lo sé. Eso es muy guay, ¿verdad?

—Sí —dijo Gabriel, despacio—. Es guay.

Molly interpretó esa respuesta como un signo positivo, así que entró en la habitación y se sentó sobre la cama mientras fingía examinarse las uñas. Gabriel se apoyó en la puerta, delante de ella. Si se hubiera tratado de un ser humano, su actitud habría parecido torpe o incómoda, pero Gabriel estaba completamente tranquilo. Daba igual en qué situación se encontrara, mi hermano siempre se mostraba dueño de sí mismo, como si nada lo sorprendiera. Permanecía con las manos a la espalda y la cabeza ligeramente inclinada, como escuchando una melodía que sonara en su interior. Su atención parecía estar muy lejos de Molly, aunque yo sabía que estaba esperando a que ella hablara. Si quería, Gabriel era capaz de oír los latidos de su corazón, oler el sudor de las palmas de sus manos e, incluso, saber qué estaba pensando en esos momentos.

Molly, nerviosa, levantó los ojos.

—Has estado increíble hoy —le dijo.

Gabriel se la quedó mirando, perplejo ante ese cumplido.

—Hacía mi trabajo —contestó en su habitual tono grave e irresistible.

Por la expresión de Molly, me di cuenta de que la voz de mi hermano la afectaba de una forma que me resultaba difícil de comprender. Parecía que cada palabra que él decía penetrara físicamente en su cuerpo. Molly se estremeció ligeramente y cruzó los brazos sobre el pecho como para darse calor.

—¿Tienes frío? —le preguntó mi hermano.

Sin esperar a que ella contestara, Gabriel cogió la chaqueta del respaldo de la silla y se la puso sobre los hombros con actitud galante. Ese considerado gesto conmovió a Molly hasta tal punto que tuvo que esforzarse para que no se le llenaran los ojos de lágrimas.

—No, en serio —insistió ella—. Siempre he sabido que eres increíble, pero hoy ha sido distinto. Parecías de otro mundo.

—Eso es porque no soy de este mundo, Molly —constató Gabriel.

—Pero a pesar de ello estás vinculado con él, ¿verdad? —insistió Molly—. Con la gente, quiero decir. Con Xavier y conmigo, por ejemplo.

—Mi trabajo consiste en proteger a la gente como tú y Xavier. Solo te deseo salud y felicidad…

—No es eso lo que quiero decir —interrumpió Molly.

—¿Qué es lo que quieres decir? —Gabriel la miraba con una intensidad penetrante, intentando comprender una forma de razonar que le era totalmente ajena.

—Pues que podrías querer algo más. Estos últimos días he sentido como que… quizá… podías estar…

Corrí hasta la cama y me arrodillé al lado de Molly. Intenté mandarle un mensaje de advertencia, pero ella estaba demasiado absorta en Gabriel y no se daba cuenta de que yo estaba con ella.

«No, Molly, no lo hagas. Tú eres lista. Piénsalo. Gabriel no es quien tú quieres que sea. Estás a punto de cometer un grave error. Crees que lo conoces, te has imaginado más cosas de las que hay en realidad. Si ahora te sientes dolida, no harás más que empeorarlo todo. Ve a hablar con Xavier, primero. Espera un poco: estás cansada. ¡Molly, escúchame!».

Gabriel giró la cabeza despacio y la miró. Lo hizo con un movimiento casi robótico. Tenía el rostro ensombrecido por la escasa luz del motel, pero el cabello le brillaba sobre las mejillas como hilos de oro y sus ojos cambiaban de tonalidad pasando de un azul helado a plateado.

—¿Quizás he estado qué? —preguntó con curiosidad.

Molly suspiró, exasperada, y supe que ya se había hartado de insinuaciones. Se puso en pie y, con gesto valeroso, cruzó la habitación y se detuvo justo enfrente de él. Con su melena rizada como la de una sirena, sus enormes ojos azules y su piel tersa, Molly estaba tan atractiva como siempre. La mayoría de los hombres no hubieran tenido la fuerza de voluntad de resistirse a ella.

—¡Actúas como si no tuvieras sentimientos, pero yo sé que los tienes! —dijo con tono de seguridad—. Creo que sientes más cosas de las que demuestras, y que podrías amar a alguien, incluso enamorarte si decidieras hacerlo.

—No estoy seguro de qué es lo que quieres decir, Molly. Yo valoro la vida humana —dijo Gabriel—. Deseo defender y proteger a los hijos de mi Padre. Pero el amor del que hablas… yo no sé nada de él.

—Deja de mentirte a ti mismo. Puedo ver tu interior.

—¿Y qué es exactamente lo que crees ver ahí? —Gabriel arqueó una ceja y me di cuenta de que empezaba a comprender el significado de esa conversación.

—A alguien que es como yo —gritó Molly—. Alguien que quiere enamorarse, pero que está demasiado asustado para permitir que eso suceda. Te importo, Gabriel. ¡Admítelo!

—Nunca he dicho que no me importes —repuso Gabriel en tono amable—. Tu bienestar es importante para mí.

—Es más que eso —insistió Molly—. ¡Tiene que serlo! Yo siento que hay algo increíble entre nosotros y sé que tú también debes sentirlo.

Gabriel se inclinó hacia delante.

—Escúchame con atención —dijo—. Por algún motivo, te has hecho una idea equivocada de mí. Yo no estoy aquí para…

Sin dejar que Gabriel terminara, Molly dio un paso hacia delante salvando la distancia que los separaba. Vi que sus brazos rodeaban la cintura de Gabriel y que sus dedos se enredaban en el tejido de su camiseta. Vi que se ponía de puntillas y que se alzaba hacia él. Vi que sus ojos se cerraban un instante de puro éxtasis. Entonces, los labios de ambos se encontraron. Molly lo besó con pasión, con deseo, embriagada. Lo deseaba con todo su cuerpo y se apretó contra él temblando por la intensidad de la emoción. La habitación se llenó con una rara energía y, por un momento, temí que algo fuera a detonar entre ambos e hiciera estallar las paredes del motel. Y entonces fue cuando vi la cara de Gabriel.

No se había alejado de Molly, pero tampoco le había devuelto el beso. Había mantenido los brazos rígidos, a ambos lados del cuerpo. Sus labios no respondían. Si Molly hubiera besado a una estatua de cera, habría obtenido la misma respuesta. Gabriel permitió que ella continuara un poco más hasta que la apartó. Molly se resistió al principio, pero finalmente retrocedió con paso inseguro y se dejó caer en la cama.

—No, Molly. No va a suceder.

Gabriel parecía entristecido por esa muestra de afecto: miraba a Molly con expresión pensativa y el ceño fruncido, como si se encontrara ante un problema que solucionar. Yo le había visto la misma expresión mientras charlaba con Earl, en la gasolinera, y también mientras examinaba los surcos del porche de la abadía. Ahora, sus ojos claros mostraban seriedad ante ese problema desconocido. Molly pareció desconcertada unos instantes, pero rápidamente comprendió que su gesto había dejado indiferente a mi hermano. Por la expresión de su rostro supe que le costaba aceptar que la desbordante atracción que sentía no era correspondida. No podía creerlo. Pero, de inmediato, la pasión se vio sustituida por un sentimiento de humillación: se ruborizó y se encogió bajo la mirada impasible de Gabriel.

—No me puedo creer que me haya equivocado tanto —murmuró—. Nunca me pasa.

—Lo siento, Molly —dijo Gabriel—. Me sabe mal si he dicho o hecho algo que te pueda haber confundido.

—¿Es que no sientes nada? —preguntó ella, ahora un poco enojada—. ¡Tienes que sentir algo!

—Yo no tengo sentimientos humanos —repuso—. Ivy tampoco.

Quizás había añadido esto último creyendo que Molly se sentiría mejor al saber que sus insinuaciones tampoco habrían tenido ningún éxito en mi hermana. Pero, si era así, enseguida quedó claro que sus palabras no habían surtido ese efecto en Molly:

—Deja de actuar como si fueras un robot —replicó, cortante.

—Si eso es lo que quieres pensar de mí…

—¡No! —estalló Molly—. Prefiero pensar que eres alguien real, no una especie de hombre de hojalata sin corazón.

—Mi corazón no es más que un órgano vital que bombea sangre a este cuerpo —le explicó Gabriel—. No tengo la capacidad de ofrecer el amor del que hablas.

—¿Y Beth? —preguntó Molly—. Ella ama a Xavier, y es como vosotros.

—Bethany es una excepción —asintió Gabriel—. Una rara excepción.

—¿Y por qué no puedes ser tú también una excepción? —insistió ella.

—Porque no soy como Bethany —repuso él con indiferencia—. Yo no soy ni joven ni inexperto. Bethany fue creada con una particularidad, un fallo o una fortaleza, que le permite sentir lo mismo que los seres humanos. Eso no está programado en mí.

Yo estaba tan absorta en la tensión que se había creado entre ellos que no supe si ofenderme o no por el comentario.

—Pero yo estoy enamorada de ti —se quejó Molly.

—Si crees que me amas, entonces es que no sabes qué es el amor —dijo Gabriel—. El amor tiene que ser recíproco para que sea real.

—No lo comprendo. ¿Es que no soy bastante guapa para ti?

—Bueno, eso es justo lo que quiero decir. —Gabriel suspiró—. El cuerpo es simplemente un vehículo. Las emociones más profundas se experimentan a través del alma.

—¿Entonces es mi alma la que no llega al nivel?

—No seas ridícula.

—¿Qué te pasa? —estalló Molly—. ¿Por qué no me quieres?

—Por favor, procura aceptar lo que te estoy diciendo.

—¿Me estás diciendo que haga lo que haga, por mucho que lo intente, nunca sentirás amor por mí?

—Estoy diciendo que te comportas como una niña, porque eso es lo que eres.

—Entonces es porque me encuentras demasiado joven —concluyó Molly, desesperada—. Puedo esperar. Esperaré hasta que estés listo. Haré todo lo que haga falta.

—Basta —dijo Gabriel—. Esta discusión ha terminado. No puedo darte la respuesta que quieres.

—Dime por qué. —El histerismo de Molly iba en aumento—. ¡Dime qué tengo de malo para que ni siquiera te lo plantees!

—Será mejor que te vayas. —El tono de Gabriel era frío ahora. Ya no quería consolarla.

—¡No! —gritó Molly—. ¡Dime qué he hecho mal!

—No se trata de lo que has hecho —repuso Gabriel, duro—. Se trata de quién eres.

—¿Y eso qué significa? —La voz se le ahogaba.

—Eres un ser humano. —Los ojos de mi hermano centelleaban—. Vuestra naturaleza es lujuriosa, codiciosa, envidiosa, mentirosa y orgullosa. Y toda vuestra vida vais a tener que luchar contra esos instintos. Mi Padre os dio libre albedrío; Él decidió que gobernarais Su tierra y mira lo que habéis hecho con ella. Este mundo está en ruinas y yo estoy aquí solamente para restaurar Su gloria. No tengo ningún otro objetivo ni ningún otro interés. ¿Crees que soy tan débil que me dejaré seducir por una humana de ojos rasgados que no es más que una niña? Yo soy distinto a ti en todo. Lo único que puedo hacer es intentar comprenderte, y nunca, ni en mil años, podrías tú empezar a comprenderme a mí. Es por eso, Molly, por lo que tus intentos son vanos.

Gabriel la miró, impasible, mientras ella empezaba a llorar. Las lágrimas le estropearon el rímel y le tiñeron las mejillas de negro. Se las secó con gesto furioso.

—Te… —El hipo le impedía hablar—. Te odio.

Molly parecía tan vulnerable en esos momentos que hubiera querido hacer algo para demostrarle que no estaba sola. Si hubiera podido estar allí físicamente, también le habría dado una patada en el culo a mi hermano por su falta de tacto.

—Por tu bien —se limitó a contestar Gabriel—, quizá sea mejor el odio que el amor.

—De todas formas, a ti no te importa nada —sollozó Molly—. Y a mí tampoco.

—Eso no es verdad —dijo Gabriel—. Si tu vida estuviera en peligro, me importaría. Si alguien quisiera hacerte daño, yo te protegería. Pero en temas del corazón no te puedo ayudar.

—Por lo menos podrías intentarlo. ¡Podrías desafiar esa programación tuya, igual que hizo Beth, y ver qué sucede! ¿Cómo sabes lo que podrías sentir?

Molly se mostraba tan apasionada y convencida que casi deseé que Gabriel se compadeciera. Pero mi hermano se limitó a bajar los ojos como si hubiera cometido un grave pecado.

—Para que lo sepas, Dios quiere que la gente sea feliz —continuó Molly, desafiante. Me pareció que intentaba argumentar su postura, tal como la había visto hacer en los debates de la escuela—. Reproducíos, ¿no? Eso lo recuerdo de la escuela dominical.

—Esas indicaciones fueron dadas a los humanos —repuso Gabriel en voz baja.

—¿Así que no quieres ser feliz? ¿No se te permite tener una vida propia?

—No se trata de querer. Es más una cuestión de diseño. —Molly pareció derrotada ante ese argumento—. Tú necesitas a alguien que te ame tal como mereces. Yo prometo cuidarte todos los días de tu vida —dijo mi hermano con ternura—. Me aseguraré de que estés siempre bien.

—¡No! —Molly chilló como una niña mimada—. Eso no es lo que quiero.

Negaba con un gesto vehemente de la cabeza y algunos rizos cobrizos se desprendieron y le cayeron sobre el rostro. Molly estaba atrapada en un huracán de emociones y no se dio cuenta de que la expresión de Gabriel había cambiado ligeramente. Me pareció que mi hermano empezaba a sentir cierto deseo de alargar la mano hacia ella, hacia esa extraña y tumultuosa criatura a quien no comprendía. Levantó un poco la mano, como si fuera a secarle las lágrimas que le caían por las mejillas.

Entonces Ivy entró en la habitación en albornoz. Se mostró sorprendida al ver la situación, y Gabriel bajó la mano rápidamente y su rostro volvió a mostrar el mismo gesto imperturbable de siempre. Al cabo de un instante Molly salió intempestivamente. Las lágrimas continuaban deslizándose por su rostro.

Ivy la miró con expresión comprensiva.

—Me preguntaba cuánto tiempo pasaría hasta que esta conversación tuviera lugar.

—¿Lo sabías? ¿Y por qué no me dijiste nada? Me hubiera ayudado a manejarlo mejor.

—Lo dudo —repuso Ivy, perspicaz—. Estas cosas pasan. Lo superará.

—Eso espero —contestó Gabriel, de una forma que me hizo pensar que quizá no se refería únicamente a Molly.

Ivy se tumbó y apagó la luz. Gabriel se quedó sentado en el borde de la cama con el mentón apoyado en una mano y la mirada clavada en la oscuridad. Permaneció allí, inmóvil, hasta mucho después de que Ivy se quedara dormida.

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