Hades

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28. Las penas compartidas

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Las penas compartidas

Regresar a las limitaciones de mi cuerpo físico fue una fuerte conmoción. El hecho de haber estado con mi familia y de haberme sentido parte de sus vidas otra vez me había hecho olvidar mi situación. Me encontraba de nuevo en mi estrecha celda de los malolientes aposentos del Hades. El espacio era tan pequeño que no me podía poner en pie. Y para más aflicción, el aire estaba impregnado de un acre hedor a sulfuro y se oían continuos gritos pidiendo auxilio. No tenía ni idea de cuánto había durado la proyección, pero sabía que debía de haber sido bastante tiempo porque sentía las articulaciones rígidas y los músculos me dolían al moverme.

Alguien había lanzado unos mendrugos de pan al suelo y había dejado una jarra de latón llena de agua. Me senté. Mi camisón estaba tan manchado por la mugre que su color original era casi invisible. Sentía que el pánico me atenazaba el pecho y la garganta, así que me esforcé por respirar lenta y profundamente. Me arrinconé todo lo que pude, con la cabeza apoyada en el hombro. Vi varias veces la sombra de un celador que se dirigía a continuar atormentando a las almas cautivas. Se identificaba por su mirada abrasadora y por el ruido que hacía al entrechocar un palo metálico contra los barrotes de las puertas. Pero, por algún motivo, no se detuvo en mi celda. Cuando estuve segura de que ya se había marchado, alargué la mano hasta la jarra de latón y tomé un trago de agua, que tenía un sabor desagradable y metálico. Me dolía todo el cuerpo, pero el dolor más agudo lo sentía entre los omóplatos. Ahora ya no podía estirar el cuerpo y las alas me molestaban más que nunca. Pensé que me volvería loca si no podía desplegarlas pronto.

Para distraerme del malestar, pensé en Molly y Gabriel. Mi corazón voló hasta ellos. Fuera cual fuese el extraño vínculo que hubiera nacido entre ambos, no podía crecer. Molly no comprendía enteramente el concepto del amor divino, que era el amor en su forma más pura, inalterable ante cualquier interpretación humana y dedicado a todas las criaturas vivientes. Por otra parte, aunque Gabriel se sintiera desconcertado, estaría bien. Él no se desviaría de su objetivo, ni siquiera tendría que esforzarse en ello. Pero Molly sufriría enormemente por ese rechazo. Confié en que Xavier la ayudara a superarlo: él había crecido en una casa llena de mujeres y sabría qué decirle.

Jake tenía que llegar en cualquier momento. Finalmente, su silueta apareció tras los barrotes, medio oculta en las sombras. Llevaba una linterna que le iluminaba un poco el rostro. Percibí el olor especiado de su colonia y me di cuenta de que su presencia ya no me producía el habitual sentimiento de alarma. De hecho, fue la primera vez que sentí alivio al verle.

Me acerqué un poco a la puerta, arañándome la piel en el suelo de cemento. Me hubiera gustado decirle que se fuera, pero no pude. Me hubiera gustado expresarle mi enojo, pero no tenía fuerzas. Ambos sabíamos que necesitaba su ayuda si no quería morir enterrada viva en ese agujero en la piedra hasta que mi cuerpo se descompusiera y mi espíritu fuera aniquilado.

—Esto es una atrocidad —dijo entre dientes al ver en qué condiciones me encontraba—. No le perdonaré por esto.

—¿Puedes sacarme de aquí? —pregunté, detestándome por mi falta de estoicismo. Pero, por otro lado, y puesto que había sobrevivido al fuego, pensé que quizá mi destino no fuera convertirme en mártir.

—¿Para qué crees que he venido? —repuso él, con actitud de estar complacido consigo mismo.

Tocó la cerradura de la puerta con los dedos y, al instante, esta se convirtió en cenizas que cayeron al suelo.

—¿No lo descubrirá Gran Papi? —pregunté, sorprendida de mí misma al haber utilizado ese apelativo.

—Es solo cuestión de tiempo. —Pero lo dijo como si no le importara—. Aquí abajo hay más espías que almas.

—Y entonces, ¿qué?

Necesitaba saber qué me aguardaba en el futuro. ¿Me estaba ofreciendo Jake solo un aplazamiento? Pareció que me había leído el pensamiento, porque contestó:

—Ya lo pensaremos después.

Jake empujó la puerta y consiguió abrirla lo suficiente para que pudiera colarme por ella.

—Deprisa —me apremió.

Pero me resultaba difícil moverme, así que no lo hice.

—¿Cuánto tiempo he estado aquí?

—Dos días, pero me han dicho que has estado durmiendo casi todo el tiempo. Dame la mano. Siento mucho que todo haya ido de esta manera.

Sus disculpas me pillaron desprevenida. Jake no tenía por costumbre aceptar la responsabilidad del mal que causaba. Me dirigió un mirada penetrante y me di cuenta de que tenía algo en la cabeza: había fruncido el ceño, su expresión habitual de irónico desapego había dado paso a la preocupación. Sus ojos de halcón no se apartaban de mi rostro.

—No te encuentras bien —dijo por fin.

Me pregunté cómo creía que me podía encontrar dadas las circunstancias. Jake era como un camaleón: capaz de cambiar su actitud para conseguir sus propios objetivos. En ese momento se estaba mostrando solícito y eso me intranquilizaba, así que no pude evitar responderle con sarcasmo.

—Estar encerrada no da buen color a la piel.

—Estoy intentando ayudarte… Por lo menos, podrías mostrar cierto reconocimiento.

—¿Es que no me has ayudado ya bastante? —repliqué.

A pesar de todo, Jake me ofreció la mano y yo acepté: me apoyé en su brazo para salir de la celda. Aunque ahora podía ponerme en pie, no era capaz de dar dos pasos sin caerme. Jake me observó un momento y finalmente me dio la linterna y me izó en sus brazos. Luego salió de los aposentos con paso majestuoso. Durante el trayecto me pareció que mil ojos ardientes como ascuas nos observaban desde la oscuridad, pero nadie hizo nada para detenernos.

Fuera, la motocicleta de Jake nos esperaba. Me dejó con cuidado en la parte trasera del asiento y luego montó y puso en marcha el motor. Al cabo de unos segundos me abracé a él y los sofocantes aposentos del Hades se alejaron a nuestra espalda.

—¿Adónde vamos? —susurré, al ver que no reconocía el entorno.

—He tenido una idea que, creo, te hará sentir mejor.

Jake no se detuvo hasta que llegamos a la entrada de una profunda garganta de altas paredes donde una pequeña cascada de agua negra parecía caer sobre un canal subterráneo. Jake bajó de la motocicleta con agilidad y me observó con una agitación creciente.

—¿Te duele?

Asentí con la cabeza, sin hablar. No tenía sentido ocultarle información en esos momentos, pues él ya no podía hacer nada que empeorara mi situación. Entonces me di cuenta de que Jake sabía qué era lo que me sucedía y demostró estar más informado que yo.

—Dime —continuó—. ¿Cómo sientes las alas?

Esa pregunta tan directa me pilló desprevenida y me ruboricé. De alguna manera, me parecía poco apropiado hablar de ello: mis alas eran lo que definían mi existencia, yo me había esforzado mucho por mantenerlas ocultas a los ojos de los seres humanos. Eran una parte muy íntima de mí y no quería hablar de ello con Jake Thorn, príncipe del Hades.

—No he pensado mucho en ellas —repuse, intentando evadir el tema.

—Bueno, pues hazlo ahora.

Dado que Jake las había mencionado, empecé a notar una palpitación en la espalda, entre los omóplatos, y una urgencia por desplegarlas que se manifestaba en unos pinchazos que me dolían hasta la parte inferior de la espalda. Me sentí irritada con Jake por haber llevado mi atención a ese problema, pues había decidido ignorarlo. ¿Qué sentido tenía cualquier otra cosa en el Hades?

—Tenemos que hacer algo al respecto —afirmó Jake—. Es decir, si quieres conservarlas.

No me gustó que utilizara el plural: me hizo sentir como si él y yo formáramos un equipo, como si compartiéramos un problema y tuviéramos que resolverlo juntos. Lo miré inexpresiva.

—Quizá sea mejor que te muestre de qué estoy hablando.

Jake se quitó la chaqueta de cuero negra y la lanzó al suelo. Se dio la vuelta, dándome la espalda, y se quitó la camiseta. Entonces permaneció de pie, con la espalda recta y la cabeza ligeramente inclinada hacia delante, en una postura de humildad que resultaba extraña en él.

—¿Qué ves? —preguntó en voz baja.

Observé el contorno de su espalda. Jake tenía unos hombros delgados pero bien formados, atléticos hasta cierto punto. Sus músculos no estaban muy marcados, pero los tendones se le veían bien dibujados cada vez que se movía. Tenía un físico ágil y peligroso.

—No veo nada —contesté, apartando la mirada.

—Mira bien —insistió Jake, dando un paso hacia atrás y poniéndome su espalda aún más cerca, pálida, arqueada hacia delante.

Entonces una cosa me llamó la atención y observé con mayor curiosidad. Su piel era suave y clara, pero mostraba dos líneas de pequeñas protuberancias debajo de ambos omóplatos. Sendas líneas de puntitos, a una distancia de solo un par de centímetros, parecían cicatrices que no hubieran acabado de cerrarse. Supe lo que eran de inmediato.

—¿Qué sucedió? —pregunté impresionada por lo que acababa de descubrir.

—Con el tiempo se estropearon y, al final, cayeron —explicó él.

—¿Por falta de ejercicio? —pregunté, incrédula.

—Sí, pero más bien como represalia —dijo—. La cuestión es que yo tuve alas y, créeme, eran espectaculares.

¿Me había parecido notar un tono de queja en su voz?

—¿Por qué me cuentas esto?

—Porque quiero evitar que te suceda lo mismo.

—Pero ¿cómo puedo evitarlo? —pregunté con los ojos llenos de lágrimas—. Siempre estoy encerrada. A menos que… ¿me estás diciendo que me vas a dejar volar?

—No exactamente —repuso él para no permitirme que empezara a imaginar lo imposible—. Sería más bien como una actividad supervisada.

—¿Y eso qué significa?

—Te dejaré volar pero con dos condiciones. Tengo que asegurarme de que estás a salvo… de que no te ve nadie.

De repente me di cuenta de por qué nos encontrábamos allí. Esa garganta era un lugar oculto perfectamente adecuado para un vuelo.

—¿No confías en mí? —pregunté.

—No es una cuestión de confianza. Aunque intentaras escapar, no llegarías muy lejos. Es más bien la cuestión de con qué te podrías encontrar si lo haces sola.

—¿Y cómo vas a velar por mi seguridad? —pregunté—. Tú no puedes volar conmigo.

—Aquí entra la idea que he tenido —dijo él—. Al principio quizá te resulte extraña, pero procura tener la mente abierta; de verdad que es la única manera de que puedas sobrevivir como ángel.

—¿Cuál es tu idea? —pregunté, curiosa.

Mis alas parecían saber que hablábamos de ellas y querían desplegarse. Tuve que utilizar todo mi autocontrol para detenerlas, y no estaba segura de poder hacerlo mucho tiempo más.

—No es gran cosa —dijo Jake con ligereza—. Simplemente se trata de que vueles atada.

—¡Quieres atarme! —Esa propuesta me indignó.

—Es por tu propia seguridad.

—¡Me estás tomando el pelo! No pienso permitir que me hagas volar como si fuera una especie de mascota; ¡eso es malsano! Gracias, pero no, gracias.

Rechacé la oferta con una seguridad absoluta, pero al mismo tiempo no podía dejar de notarme las alas, que me dolían y empujaban por desplegarse. Y el dolor era cada vez más intenso.

—¿Prefieres que se marchiten, pues? Sabes que no queda mucho tiempo hasta que empiecen a deshacerse y caerse como yeso viejo. ¿Estás segura de que es eso lo que quieres? —preguntó Jake.

—¿Por qué estás tan ansioso por ayudarme?

—Digamos que estoy protegiendo una inversión. Piénsalo, Beth; no tienes que decidirlo ahora, a pesar de que estamos en una situación ideal.

—Si acepto, no quiero tener público —dije, sintiéndome avergonzada de repente.

—Aquí solo estamos nosotros dos; eso no es un público. No quiero que pierdas las alas, y tú no quieres perderlas. Así que está claro, ¿no te parece?

—Si lo hago —advertí—, será solo para poder llevar a cabo el objetivo que Dios me ha encomendado.

—Siempre tan optimista —sonrió Jake.

—Se llama fe —repliqué.

—Se llame como se llame, creo que deberíamos hacer todo lo que esté en nuestra mano para mantener intacta tu esencia angelical, ¿no crees?

La oferta de Jake era tan ofensiva como tentadora. Si él tenía razón y yo corría el riesgo de perder una parte esencial de mi ser, ¿me quedaba alternativa? Mis alas eran una de las cosas que me diferenciaban de los suyos y de los de su especie. Y, por otro lado, si conseguía salir del Hades, ¿qué haría sin ellas? ¿Y cómo se sentiría Xavier si regresaba sin una parte tan vital de mí?

Me sequé las lágrimas, que ya me bajaban por las mejillas, e inhalé con fuerza.

—De acuerdo —dije—. Acepto.

Jake me puso la mano bajo el mentón y me hizo levantar la cabeza. Sus extraños y hermosos ojos me observaron con atención.

—Buena decisión —dijo, y se dirigió hacia un saliente de la roca que teníamos al lado—. Pon el pie derecho aquí encima.

Entonces abrió una pequeña caja de madera tallada que sacó de debajo de la moto y de ella extrajo una cadena hecha de finísimos aros de plata con una argolla en un extremo. La cadena parecía un objeto proveniente de un mundo mitológico. Quise preguntarle cuál era su origen, pero me contuve. Jake se ató un extremo de la cadena alrededor de la cintura y me cerró la argolla en un tobillo. Estaba hecha de malla y se adaptó a mi cuerpo como una piel.

Miré hacia el barranco en que se me permitía lanzarme a volar. Las paredes se elevaban, verticales, a ambos lados y se perdían en una oscuridad penetrante. La negra cascada se precipitaba en silencio. Era como un vacío rocoso, un abismo extraño y fantasmal iluminado solamente por los faros de la motocicleta de Jake. Alrededor, todo era negro y opaco.

—Adelante, diviértete —me animó Jake.

Aunque hasta ese momento había sentido cierta reticencia a mostrarle mis alas a Jake, de repente parecieron cobrar vida propia. Estaban tan desesperadas por sentirse libres que ni siquiera esperaron la orden de mi cerebro. No hice nada por reprimirlo, así que al cabo de un instante mi camisón de noche quedó hecho trizas a mi espalda. Pensar en volar me había devuelto la energía y las alas, al elevarse detrás de mí, parecieron emitir un crujido por falta de uso. Se desplegaron con un destello lumínico y vibraron, poderosas. Todos los músculos de mi cuerpo también despertaron y la circulación regresó a mi cuerpo.

Jake me observaba en silencio, fascinado. Me pregunté cuánto tiempo hacía que no veía unas alas de ángel de cerca. ¿Recordaba todavía esa embriagadora sensación? Pero no tuve tiempo de pensarlo: mis alas se elevaron como un dosel de plumas por encima de ambos. Jake las miró con una expresión de nostalgia y yo me sentí orgullosa de ellas. Eran el único rasgo físico que nos diferenciaba, a pesar de nuestro origen común. Además, eran un recordatorio palpable de quién era yo y de dónde venía. Siempre sería distinta de Jake. Mi vuelo en medio de esa oscuridad era un recordatorio de aquello a lo que él y los suyos habían renunciado en nombre del orgullo y del deseo de poder.

Moví el pie a un lado y a otro para probar la resistencia de la argolla. Luego bajé la cabeza y corrí hacia delante hasta que las alas me elevaron en el aire.

En cuanto noté que mis pies perdían contacto con el suelo sentí un alivio inmediato, como si algo seco y marchito dentro de mí hubiera cobrado vida otra vez. Me lancé a la oscuridad que me rodeaba sin gracia y sin ritmo. Me hundí en ella moviendo las alas y pareció que esa densidad se abría para dejarme paso. Entonces sentí un repentino tirón en el tobillo que indicaba que me había elevado demasiado, pero en lugar de regresar a mi raptor viré hacia abajo y continué el vuelo a menor altura. Dejé que mi mente quedara en blanco y me concentré en mi cuerpo. No sentía el mismo júbilo que gozaba cuando volaba con mi familia en Venus Cove, pero la sensación de alivio físico que experimentaba valía la pena. Jake permanecía al borde del abismo, más abajo, con la cabeza levantada hacia arriba y la cadena sujeta alrededor de su cintura.

Desde donde yo estaba, se le veía pequeño e insignificante. En ese momento era como si solamente existiera yo: no estaban ni siquiera mis preocupaciones, ni mis temores ni mi amor por Xavier. Regresé a mi misma esencia: nada más que energía que giraba y se hundía en el precipicio.

Estuve volando hasta que noté que necesitaba descansar las alas, y ni siquiera entonces me quise detener. Cuando por fin descendí, Jake me miraba con un sobrecogimiento no disimulado. Sin decir ni una palabra, me lanzó un casco y montó en la motocicleta.

—Vamos —me dijo—. Puedes pasar la noche en el Ambrosía. Será nuestro secreto.

—No puedes ocultarle un secreto a Lucifer —repliqué—. Sabes que eso tendrá repercusiones.

—Es verdad. —Jake se encogió de hombros—. Pero ahora mismo no me importa en absoluto.

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