Hades

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32. La espada de Miguel

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La espada de Miguel

Me quedaban unos cuantos minutos antes de que llegara la hora de irme. Hanna y Tuck se marcharon, pensando que quizá necesitara estar un rato a solas. Casi sin esperar a que cerraran la puerta, y sin poder evitarlo, me proyecté. Quería contemplar el rostro de Xavier por última vez, quería que su cara fuera lo último que viera antes de entregar esa parte tan preciosa de mí misma. Sabía que solo sería capaz de soportar la situación a la que me iba a enfrentar si podía guardar ese recuerdo de él.

Mi familia ya había llegado a Alabama. El trayecto era de dos horas en coche, solamente, pero de todas formas me sorprendió que llegaran tan pronto. Por lo que vi, Broken Hill era una aletargada y pequeña ciudad muy parecida a Venus Cove. La estación de tren ya no se utilizaba: los bancos de madera que se alineaban ante las paredes de ladrillo estaban llenos de suciedad; la anticuada taquilla, vacía; por entre los raíles crecían las malas hierbas y los cuervos no dejaban de picotear el suelo por todas partes. Pensé que debía de haber sido un lugar con un gran encanto anteriormente y lleno de vida. Estaba claro, empero, que desde la colisión del tren que tantas vidas se había cobrado, los habitantes de la ciudad no se acercaban allí y ahora no era más que una sombra de lo que había sido.

El Chevy se detuvo al lado de los oxidados raíles y empezaron a bajar del coche. Ivy olisqueó el aire. Pensé que quizá detectaba un olor a sulfuro, puesto que el portal no podía estar muy lejos de allí.

—Este sitio me pone los pelos de punta —dijo Molly, sin decidirse a salir del coche.

—Quédate donde estás —le dijo Gabriel.

Por una vez, Molly no discutió.

—¿Y ahora qué? —preguntó Xavier—. ¿Tenéis alguna idea de qué hay que buscar?

—Podría ser cualquier cosa —repuso Gabriel, agachándose y colocando una mano plana en el suelo—. Pero me parece que está en los raíles.

—¿Cómo lo sabes?

—La tierra que se encuentra encima de un portal siempre está más caliente.

—Ya me lo imagino —suspiró Xavier—. Ahora lo único que tenemos que averiguar es cómo abrirlo.

—Ese es el problema —dijo Ivy—. Nuestros poderes combinados no serán suficiente. Necesitamos refuerzos.

—Maldita sea. —Xavier dio una patada a unas piedras del suelo, que salieron disparadas en todas direcciones—. ¿Qué sentido tiene haber venido hasta aquí?

—Miguel no nos habría mandado aquí si no hubiera una forma —murmuró Ivy—. Debe de querer que hagamos algo.

—O quizás es un lerdo.

—Por supuesto —dijo alguien detrás de ellos.

Todos se dieron la vuelta al mismo tiempo. Frente a ellos, el arcángel se acababa de materializar. Su imponente figura ensombrecía los raíles que tenía a sus espaldas. Tenía exactamente el mismo aspecto que la última vez que lo vimos: el cabello claro y fino, los miembros más largos que los de un ser humano. Sus alas estaban plegadas.

—Otra vez no —gimió Molly en el coche, bajando la cabeza hasta las rodillas.

Gabriel y Miguel se saludaron como dos guerreros, bajando la cabeza en un gesto de respeto.

—Hemos seguido tus instrucciones, hermano —dijo Gabriel—. ¿Qué quieres que hagamos ahora?

—He venido a ofreceros mi ayuda —contestó Miguel—. Traigo el arma más poderosa de todo el Cielo y el Infierno. Puede abrir un portal con la facilidad con que se descorcha una botella.

—Gracias por haber compartido esta importante información antes —rezongó Xavier, de mal humor.

—Decidir el momento correcto era cosa mía —repuso Miguel, clavando la mirada en Xavier—. El Cónclave se ha reunido para hablar de esta situación sin precedentes. Lucifer conoce el poder del ángel que tiene secuestrado y la está utilizando para conseguir sus objetivos.

Las palabras de Miguel me dieron que pensar. El hecho de que él supiera eso significaba que yo no había estado sola en ningún momento. El Cielo había estado vigilando desde el principio. ¿Podría confiar en que quizá no estuviera todo perdido?

—¿Y cómo piensa hacerlo? Bethany no es una marioneta —protestó Ivy.

—Eso no lo podemos saber —repuso Miguel—. Pero la esencia divina en manos de cualquier demonio es algo peligroso. El propósito de Lucifer es provocar el Armagedón, la batalla final, y espera utilizar al ángel para su propio provecho. Las fuerzas del Cielo deben tomar represalias.

—¿Y cómo encaja Beth en todo esto? —preguntó Xavier.

—Ella es un detonante, si quieres decirlo así —explicó Miguel—. Los demonios quieren provocar una guerra a gran escala, pero nosotros no bajaremos a su nivel. Les demostraremos cuál es el poder del Cielo sin derramar ni una gota de sangre.

—Ya tenías pensado ayudarnos, ¿verdad? —dijo Xavier de repente—. ¿Por qué no lo has hecho desde el principio?

Miguel ladeó ligeramente la cabeza.

—Si un niño rompe un juguete y sus padres le compran uno nuevo inmediatamente, ¿qué lección aprende?

—Beth no es un juguete —se quejó Xavier, vehemente, pero Gabriel le puso una mano sobre el hombro para tranquilizarlo.

—No interrumpas a un ángel del Señor.

—El Cielo puede intervenir en cualquier momento, siempre —continuó Miguel—. Pero Él decide cuál es el momento adecuado. Nosotros solo somos Sus mensajeros. Si nuestro Padre solucionara todos los males del mundo, nadie aprendería de sus errores. Nosotros recompensamos la fe y la lealtad, y tú has demostrado tener ambas cosas. Además, tu viaje no ha terminado. El Cielo tiene planes para ti.

—¿Planes para mí? —dijo Xavier, pero Miguel se limitó a mirarlo con ojos penetrantes.

—No estropeemos la sorpresa.

Las palabras de Miguel me impresionaron. Él era uno de los miembros más importantes del Reino y yo no creía que mi rescate entrara dentro de sus planes. Pero parecía que Lucifer estaba jugando a un juego mucho más peligroso de lo que yo pensaba. Miguel estaba seguro de que nos encontrábamos a las puertas de una guerra y de que el Cielo tenía que reafirmar su dominio. A pesar de que no tenía ni idea de cómo iba a abrir el portal, él se mostraba confiado.

—¿Vamos al portal? —preguntó Ivy, que no quería perder más tiempo—. Hemos venido por un motivo.

—Muy bien —dijo Miguel.

Entonces, de debajo de su túnica, sacó un objeto tan brillante y poderoso que Xavier tuvo que apartar la mirada.

Era una espada larga, llameante, que parecía vibrar en manos de Miguel, como preparada para cumplir su misión. El filo tenía una tonalidad azulada y su aspecto era casi demasiado elegante para ser un instrumento de destrucción. A lo largo de la empuñadura, que era de oro, se veía una inscripción en un idioma que ningún ser humano conocía. Las letras parecían resplandecer con una suave luz azulada. Esa espada estaba viva, como si tuviera espíritu propio.

—La Espada de Miguel —dijo Gabriel en un tono de voz de gran respeto que yo nunca le había oído—. Ha pasado mucho tiempo desde que la vi por última vez.

—Existe de verdad… —preguntó Xavier.

—Es más real de lo que imaginas —contestó Gabriel—. Miguel se levantó contra ellos en otra ocasión.

Xavier se quedó pensativo un momento.

—Por supuesto —dijo por fin—. Está en el Apocalipsis: «Y hubo una batalla en el cielo. Miguel y sus ángeles lucharon contra el dragón, y el dragón y sus ángeles presentaron batalla». El dragón era Lucifer, ¿verdad?

—Exacto —contestó Gabriel—. Miguel era uno de los que lo envió al Infierno, siguiendo las órdenes de Nuestro Padre.

—Bien hecho —dijo Xavier y Miguel arqueó una ceja. Yo sonreí ante el informal comportamiento de mi novio, comparado con el de mis hermanos—. ¿Y crees que puedes entrar?

—Vamos a verlo, ¿os parece? —repuso Miguel.

Se irguió con gesto poderoso, de pie, en medio de los raíles. La espada que llevaba en la mano empezó a vibrar con tanta fuerza que los pájaros de los alrededores emprendieron el vuelo y huyeron.

—Eh, amigo —dijo Xavier en voz alta, incómodo—. Siento haberte llamado lerdo. Ha estado mal por mi parte.

Miguel asintió con la cabeza levemente en señal de que no se había ofendido. Entonces levantó la espada por encima de su cabeza y la luz del sol se reflejó en su filo.

—En nombre de Dios, te ordeno…

De repente noté que su potente voz empezaba a alejarse. Me estaba yendo, regresando al Hades. Luché por quedarme, necesitaba desesperadamente estar allí y ver si la espada de Miguel abría el portal. Pero el agudo timbre del teléfono de mi habitación me había hecho regresar a mi cuerpo.

—¿Sí? —respondí, haciendo malabarismos para que no se me cayera el auricular.

—El señor Thorn la espera en el vestíbulo —dijo la recepcionista.

Me di cuenta de que el tono de su voz era distinto al de la última vez que hablamos. En esa ocasión me había hablado con respeto, pero ahora se mostraba petulante.

—Dile que ahora mismo bajo.

Colgué el teléfono y volví a tumbarme en la cama. Exhalé con fuerza. No sabía qué pensar. ¿Era posible que Miguel estuviera a punto de abrir el portal y rescatarme? No me atrevía a creerlo. Vacilé unos momentos. Me sentía impotente, no sabía qué hacer. Pero estaba segura de una cosa: no podía permitir que Jake descubriera lo que acababa de ver. Tenía que seguir adelante con el trato, como si no hubiera pasado nada. Deseé que mis dotes de actriz estuvieran a la altura de ese desafío.

Me reuní con Jake en el vestíbulo del hotel Ambrosía. Él ya no llevaba la habitual cazadora de motorista, sino que se había vestido con un esmoquin y se había puesto unos gemelos de plata, seguramente en un intento de aparecer como un héroe romántico. Pero los dos sabíamos que, por muy elegantes que fueran las ropas, nuestro pacto no tenía nada de romántico. Tuck y Hanna, apesadumbrados, se quedaron tras la puerta giratoria viéndonos marchar. Subí a la parte trasera de la limusina y arrancamos hacia los túneles del Hades. Mientras nos alejábamos, me despedí de ellos con un gesto de la mano, devolviéndoles con mi actitud la confianza que habían depositado en mí.

Finalmente, el coche se detuvo a la entrada de una especie de cueva. Bajé y miré a mi alrededor.

—¿Esta es la idea que tienes de un sitio romántico? —pregunté, incrédula—. ¿Por qué no has escogido un cuarto de limpieza?

—Espera y verás. —Jake sonrió con aire misterioso—. Todavía no has entrado. ¿Vamos?

Me ofreció su brazo y me condujo hacia la oscuridad. Me sujeté a él y ambos avanzamos por un corto túnel que se abrió, como por arte de magia, a una enorme sala de piedra que había sido decorada para la ocasión. Por un momento me impresionó su extraña belleza. Me detuve y contemplé el espacio.

—¿Has organizado tú todo esto?

—Soy culpable. Quiero ofrecerte una noche inolvidable.

Miré a mi alrededor, asombrada. El fondo de la cueva estaba cubierto por un agua lechosa que tenía el color del ópalo. En su superficie flotaban un sinfín de pétalos de rosa y de pequeñas velas que proyectaban una suave y temblorosa luz sobre las paredes de roca. El agua se matizaba con un millón de pequeñas sombras que bailaban en la superficie. Suspendidos en el aire, efecto de un encantamiento de Jake, flotaban unos grandes candelabros. Al otro extremo de la cueva había unas escaleras que conducían a una zona de tierra seca. En el centro de la misma reposaba una lujosa cama cubierta con sábanas de satén doradas y almohadas con flecos. Las paredes de piedra estaban decoradas con intrincados tapices y retratos de un mundo ya olvidado. Por todas partes colgaban pequeños espejos dorados que reflejaban la tenue luz y formaban una brillante pirámide. Un aria de ópera, procedente de unos altavoces ocultos, daba ambiente. Jack había convertido ese húmedo y oscuro lugar en un fantástico mundo subterráneo. Por supuesto, la elegancia de la estancia no hacía que las cosas fueran distintas para mí.

De repente vi una cosa medio sumergida en el agua. Se trataba de una estatua de la Venus de Milo. A pesar de la penumbra, percibí que un oscuro líquido le fluía por las mejillas de piedra y goteaba rítmicamente sobre el agua. Tardé un poco en darme cuenta de que la estatua lloraba con lágrimas de sangre.

Yo todavía no había dicho nada, cuando Jake chasqueó los dedos y una góndola suntuosamente adornada apareció ante nosotros.

—Tú primero —me dijo, galante, mientras me ofrecía su brazo para que me apoyara en él.

Subí con cuidado a la góndola y Jake se colocó a mi lado. Empezamos a surcar las brillantes aguas y nos dirigimos hacia la plataforma de piedra. Al llegar, salté fuera sin molestarme en recogerme la falda del vestido, que arrastró por el suelo. Jake se acercó a la cama y acarició el cubrecama con los dedos, invitándome con un gesto a su lado.

Ya estábamos el uno frente al otro. Los ojos de Jake manifestaban una avidez que me hizo estremecer. Lo único que yo era capaz de sentir era un gran vacío: me había quedado sin capacidad de notar nada y me movía automáticamente. Sabía que tenía que mantenerme tranquila y desapasionada mientras esperaba a que llegara ayuda… si es que llegaba. No me permití pensar en lo que sucedería si los planes de Miguel no iban tal como esperaba. Si lo hacía, no podría evitar chillar y empujar a Jake lejos de mí. Así que permanecí quieta, de pie, esperando. Jake alargó una mano y me acarició un brazo con sus dedos largos y delgados. Eran ágiles, así que al cabo de un momento, el tirante de mi vestido cayó dejando al descubierto mi hombro. Él se inclinó hacia delante y puso sus calientes labios sobre mi piel. Recorrió la parte inferior del cuello y el lateral de mi garganta. Sus manos tomaron mi cintura y me empujaron contra él. Entonces me besó en los labios con furia. Yo procuré no pensar en la manera en que Xavier me besaba: con suavidad y despacio, como si el mismo beso fuera el premio y no el preludio de otra cosa. Noté la lengua de Jake abriéndose paso entre mis labios y penetrando mi boca con insistencia. Su aliento, ardiente, me sofocaba. Sus manos empezaron a recorrer mi cuerpo, pero él no parecía darse cuenta de que yo no respondía. Entonces, con un gesto rápido, me abrió la cremallera de la espalda y el vestido cayó al suelo. Sin casi haberme dado cuenta, me encontré delante de él sin nada más encima que un camisón de seda transparente.

Jake se apartó un momento con la respiración agitada, como si acabara de correr una maratón. Luego me empujó hasta la cama y se tumbó encima de mí mirándome con una expresión extraña. Se dejó caer sobre el lecho, a mi lado, y empezó a acariciarme la parte interna del muslo con unos pequeños movimientos del pulgar mientras me besaba el cuello, el pecho y el estómago.

¿Dónde estaban Miguel y los demás? De repente se me ocurrió algo escalofriante. Era muy posible que no hubieran conseguido abrir el portal con la espada, o quizá Miguel había cambiado de opinión. El curso del destino podía cambiar en cuestión de minutos y desde que yo me había ido podía haber pasado cualquier cosa. El corazón empezó a latirme con más fuerza y noté que el sudor me empapaba el pecho. Jake me acarició con un dedo y sonrió, satisfecho. Entonces me cogió una mano y se llevó uno de mis dedos a la boca.

—Parece que finalmente estás disfrutando… —observó.

Yo tenía la boca muy seca para decir nada, pero me obligué a responder.

—¿No podemos acabar ya con esto?

Pensé que probablemente Jake querría hacer durar la experiencia tanto tiempo como fuera posible, pero su respuesta me pilló desprevenida.

—Podemos hacerlo como tú quieras.

Se quitó la camisa y la lanzó al suelo. Su pecho desnudo quedó expuesto ante mí; el cabello, de color chocolate, le caía sobre los ojos ardientes. Bajó la cabeza y me rozó una oreja con los dientes.

—Esto es solo el principio —susurró, mientras iba bajando y me lamía el cuello y el pecho—. ¿Te parece intenso? Pues espera, voy a ponerte al límite. Creerás que estás a punto de estallar.

Su tacto me hacía temblar de miedo. Quise decirle cien cosas, pero me obligué a permanecer callada. En lo más hondo de mi mente me parecía oír una voz que gritaba: «¿Y si no vienen?». Y a cada minuto que pasaba se me hacía más evidente que nadie iba a acudir en mi ayuda. Entonces intenté retrasar a Jake. Levanté una mano y le pasé un dedo por el pecho. Él se estremeció y se apretó contra mí con más fuerza.

—Estoy nerviosa —susurré, procurando que el tono de mi voz fuera lo más inocente posible—. Nunca he hecho esto.

—Eso es porque has estado con un aficionado —dijo Jake—. No te preocupes. Yo me encargaré de ti.

No se me ocurría qué más decir para retrasar lo inevitable. No había ninguna señal ni de Xavier ni de mi familia, y ahora ya era demasiado tarde. No podía hacer nada más. Me relajé y cerré los ojos, aceptando el destino.

—Estoy lista —dije.

—Yo hace mucho tiempo que estoy listo —murmuró Jake, mientras me acariciaba los muslos con las manos.

De repente oímos un sonido parecido a un profundo rugido procedente de las entrañas de la cueva. Era como si las mismas rocas se estuvieran partiendo en dos. El sonido provocó un profundo eco a nuestro alrededor y Jake se incorporó en la cama, alerta y fiero, mirando a su alrededor con ojos de halcón. Por el sonido parecía que el techo de la cueva se estuviera hundiendo. Yo también me senté en la cama, con la esperanza de oír algún sonido reconfortante.

Jake soltó una retahíla de maldiciones. En ese momento, el muro más alejado de donde estábamos nosotros explotó, provocando una descarga de polvo y piedras, y un Chevrolet Bel Air descapotable de 1956 apareció por el agujero que se acababa de formar. El coche pareció volar en cámara lenta hacia nosotros y aterrizó a pocos metros con un golpe atronador. Era un vehículo largo y estilizado, tal como lo recordaba; los faros brillaban y la pintura azul se había desconchado por el agitado trayecto.

—¿Xavier? —susurré.

El parabrisas estaba cubierto de polvo, pero al cabo de un instante la puerta del conductor se abrió y alguien salió del interior. Lo vi tal y como lo recordaba: alto, con los hombros anchos y los ojos de un azul casi líquido. Los mechones de color miel que le caían sobre la frente continuaban teniendo reflejos dorados, y alrededor del cuello llevaba el crucifijo, que resplandecía a media luz. Ivy y Gabriel salieron por las puertas traseras y al erguirse en esa penumbra parecieron dos columnas de oro. La expresión de sus rostros era adusta, y sus ojos azules como el acero se clavaron en Jake. Un soplo de brisa les agitó el cabello dorado. Tardé un poco en darme cuenta de que habían desplegado las alas, tal como hacían siempre que se enfrentaban a un conflicto. Se erguían a sus espaldas, como las de un águila, proyectando su sombra contra los muros de piedra. Se les veía igual de fuertes y majestuosos que siempre, pero me di cuenta de que el hecho de encontrarse allí los debilitaba. No pertenecían a ese lugar y pronto sus poderes empezarían a menguar. No había ni rastro de Miguel y supuse que él habría abierto el portal y se habría ido. Pero Gabriel llevaba su brillante espada en la mano. A Molly tampoco se la veía por ninguna parte; seguramente la habían dejado en Alabama pensando que esa parte de la misión sería demasiado peligrosa para ella.

Xavier mostraba una gran expresión de alivio. Dio un paso hacia delante y alargó la mano hacia mí, pero de inmediato, al ver el estado de mi vestido, se paró en seco. Observó la cama, las flores y las sábanas revueltas. Nuestros ojos se encontraron y la mirada de dolor que me dirigió me hizo sentir como si me hubieran dado una bofetada. Pareció perplejo al principio, luego enojado y, finalmente, desorientado, como si no pudiera manejar ese exceso de emociones.

Jake rompió el silencio.

—No deberíais estar aquí —dijo entre dientes—. ¿Cómo habéis conseguido entrar?

Gabriel dio un paso hacia delante y dibujó un arco en el aire con la espada.

—Digamos que hemos recibido refuerzos.

Jake soltó un siseo, como una serpiente, escupiendo saliva.

—Tú no puedes comprenderlo, pero nosotros cuidamos de los nuestros —dijo Gabriel.

Noté que Jake me clavaba los dedos en el hombro.

—Ella es mía —escupió—. No me la podéis arrebatar. Me la he ganado.

—Hiciste trampa y mentiste —dijo Gabriel—. Ella es nuestra y hemos venido a llevárnosla. Suéltala antes de que te obliguemos a ello.

Por un momento, Jake se quedó completamente inmóvil. Entonces, y de repente, noté que mis pies no estaban sobre el suelo. Sus dedos me atenazaban la garganta: colgaba de sus manos y la presión que sentía alrededor del cuello era insoportable. Di patadas en el aire, impotente, esforzándome por respirar.

—Podría romperle el cuello al momento —provocó Jake.

—Al infierno con todo esto —dijo Xavier.

Y, antes de que nadie tuviera tiempo de reaccionar, cargó contra Jake con el hombro derecho, como si estuviera en el campo de juego. Este, desprevenido, me soltó y caí sobre la cama tosiendo. Los dos cayeron en el agua. Jake pareció desconcertado por la fiereza del ataque de Xavier, que le propinó un puñetazo en la mandíbula. Ambos rodaron otra vez por encima de las rocas mojadas por el agua, luchando. Xavier no dejaba de darle puñetazos y Jake gemía, incapaz de responder. Era evidente cuál de los dos era superior físicamente. Pero Jake no jugaba limpio y, en cuanto tuvo la primera oportunidad, levantó una mano con gesto imperioso. Mi novio salió volando por la caverna y fue a caer sobre la cama, a mi lado. Jake chasqueó los dedos y unas cadenas se materializaron a nuestro alrededor, aprisionándonos. Se acercó con paso de depredador, ansioso por cobrar su presa. Se detuvo delante de los dos y le dio un puñetazo a Xavier en el ojo izquierdo. Este ladeó la cabeza con una mueca, pero no le quiso dar la satisfacción a Jake de mostrarse dolorido. Yo chillaba y me debatía por soltarme de las cadenas mientras Jake continuaba golpeando a Xavier en la mandíbula. Un hilo de sangre empezó a caerle desde el labio inferior.

De repente, una fuerza invisible levantó a Jake del suelo y lo lanzó al otro lado de la cueva. Las cadenas que nos ataban desaparecieron y Xavier rodó a un lado, gimiendo. Entonces, mirándome, me dijo:

—Lo siento. Siento haber permitido que esto sucediera. Juré que siempre te protegería y te he decepcionado.

Yo lo miré un instante, pero enseguida le rodeé el cuello con los brazos y apreté el rostro contra su cuello.

—Estás aquí —susurré—. Estás aquí de verdad. Oh, Dios, cuánto te he echado de menos.

Nos quedamos abrazados unos minutos. Cuando nos separamos, vimos que mi hermano y mi hermana estaban acorralando a Jake. Este se había transformado: ya no era un pulcro caballero, sino que había cobrado una forma de algo que ni siquiera parecía humano. Tenía el pelo revuelto, le sangraba la nariz y sus ojos llameaban de rabia. Tenía el esmoquin rasgado y la camisa blanca mojada y rota.

Ivy y Gabriel, juntos, parecían unos contrincantes imbatibles.

—Libera a Bethany, Arakiel —advirtió Gabriel con voz grave—, antes de que esto se te escape de las manos.

—Tendréis que matarme —replicó Jake—. Y la primera vez lo hicisteis muy mal.

Gabriel apuntó a Jake con la espada.

—Hemos venido preparados.

—¿Creéis que no sé lo que os ocurre en este lugar? —dijo Jake—. A cada segundo que pasáis aquí os hacéis más débiles.

—Somos cuatro —puntualizó Gabriel.

—Sí, un humano y un ángel tan débil que ha estado a punto de rendirse ante un demonio.

Xavier bajó de la cama y miró a Jake con ojos amenazadores.

—No hables así de ella.

—¿Por qué? —se burló Jake—. ¿No puedes soportar pensar que tu amiguita estaba a punto de dejar que otro hombre disfrutara de ella? ¿De darle algo que tú no pudiste darle?

Xavier negó con la cabeza.

—No es cierto.

—Pregúntaselo tú mismo —repuso Jake con aire de suficiencia.

Xavier me miró.

—¿Beth?

Yo no sabía qué responder. ¿Cómo podía decirle que había estado a punto de cometer una traición imperdonable? Abrí la boca para hablar, pero volví a cerrarla. Solo podía retorcer el trozo de sábana que tenía entre las manos.

—Me parece que este silencio es muy elocuente —dijo Jake, complacido.

Xavier se mostró inquieto y se apartó un poco.

—¿Así que es verdad? —Señaló con un gesto de la mano a su alrededor y añadió—: ¿Por eso todo este montaje?

—No lo comprendes —intervine—. Lo he hecho por ti.

—¿Por mí? ¿Qué quiere decir eso exactamente?

Jake dio una palmada de alegría.

—Oh, vamos, no es el momento para enzarzarse en una riña de enamorados.

—Hice un pacto —expliqué, desesperada—. Me aseguró que si me acostaba con él no volvería a intentar hacerte daño.

Los ojos plateados de Gabriel se clavaron en Jake.

—Eres una verdadera alimaña —dijo con expresión de repugnancia—. No culpes a Bethany, Xavier. Ella no sabía que le estaba mintiendo.

—¿Así era? —grité—. ¡Yo iba a entregarme a ti y tú me has mentido desde el principio!

—Por supuesto que sí —se mofó Jake—. No confíes nunca en un demonio, cariño. Precisamente tú deberías saberlo.

De repente, y antes de que yo dijera nada, Xavier soltó una retahíla de maldiciones. Yo nunca lo había visto hacer algo semejante, e incluso Gabriel arqueó las cejas, sorprendido.

—Vaya, vaya. Parece que el chico guapito tiene nervio, al fin y al cabo —dijo Jake.

—¿Hasta cuándo nos molestarás? —dijo Xavier entre dientes—. ¿Es que es la única manera que tienes de encontrar satisfacción? ¿De verdad eres tan penoso?

Jake estaba distraído con Xavier, así que aproveché la ocasión para saltar de la cama y ponerme entre mis dos hermanos.

—Aunque te escondas, no te escaparás de esta —me advirtió Jake en tono despreocupado.

—La verdad, hermano —repuso Gabriel, amenazador—, es que eres tú quien no va a escapar.

De repente, Gabriel se elevó del suelo impulsado por sus alas y se precipitó hacia Jake con la espada en alto. Todo ocurrió tan deprisa que ni siquiera tuve tiempo de verlo, pero oí el silbido de la espada cortando el aire y un gemido entrecortado. Cuando Gabriel volvió a poner los pies en el suelo, Jake tenía la espada profundamente clavada en el pecho. Xavier se quedó boquiabierto e, inmediatamente, vino a mi lado y me pasó un brazo por encima de los hombros. Jake estaba chillando. Agarró la empuñadura de la espada y se la arrancó del cuerpo con un fuerte tirón. El arma cayó al suelo, teñida de una sangre más espesa que la de un humano y negra como la noche. También la herida le sangraba y a su alrededor se formó un charco: Jake estaba perdiendo todo su poder demoníaco. Entonces sufrió un espasmo y se retorció en el suelo. En el último momento levantó la cabeza y alargó la mano hacia mí. Me miró con expresión suplicante y pronunció unas palabras que no oí. Al final, pude comprender lo que me estaba diciendo:

—Bethany, perdóname.

La compasión me incitó a acercarme, empujada por el deseo de ofrecer todo el consuelo que fuera posible.

—¿Qué haces? —me preguntó Xavier, a mis espaldas.

Pero yo estaba demasiado absorta en el dolor que percibía en los ojos de Jake. Aunque me hubiera atormentado en el Hades, yo sabía que todo eso era consecuencia de su retorcido deseo de ganarse mi afecto. Quizás, en el fondo, Jake solamente quería ser amado. Por lo menos no tendría que morir solo. Una parte de mí deseaba tener la oportunidad de decirle adiós.

—¡Bethany, no!

Estaba a punto de darle la mano a Jake cuando, de repente, alguien tiró de mí hacia atrás. Caí al suelo y vi un par de alas luminosas sobre mi cabeza. Gabriel, que había comprendido lo que iba a hacer, había cruzado la caverna volando para impedírmelo.

—¡No te acerques! Si lo tocas, él te llevará consigo a la muerte.

Cerré las manos en un puño y me apreté el pecho con fuerza. Así que lo había juzgado mal otra vez. Parecía que Jake pensaba continuar fiel a sí mismo hasta la muerte.

Él continuaba mirándome. Por fin sufrió otra convulsión y se quedó quieto. Observamos cómo la luz se apagaba de sus ojos, vidriosos y clavados en el vacío.

—Todo ha terminado —susurré. Necesitaba decirlo en voz alta para poder creerlo. Gabriel e Ivy se acercaron y me abrazaron—. Gracias por haber venido a buscarme.

—Somos familia —contestó Gabriel, como si esa fuera la única explicación necesaria.

Tomé el rostro de Xavier entre las manos. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Entonces me acarició las mejillas y me di cuenta de que yo también había llorado en silencio.

—Te amo —le dije simplemente, constatando un hecho indudable. Le hubiera podido decir muchas más cosas, pero en ese momento eso era lo único que necesitaba decirle. Eso era lo único que importaba.

—Yo también te amo, Beth —dijo Xavier—. Más de lo que puedas imaginar.

—Tenemos que irnos enseguida —interrumpió Gabriel, empujándonos hacia el Chevy—. El portal no permanecerá abierto mucho tiempo más.

—Espera —le dije, antes de subir al coche—. ¿Y Hanna y Tuck?

—¿Quién? —preguntó Ivy, perpleja.

—Mis amigos. Ellos me han cuidado mientras he estado aquí. No puedo abandonarlos.

—Lo siento, Bethany. —Los ojos de Bethany se llenaron de una tristeza profunda—. No podemos hacer nada por ellos.

—No es justo —grité—. Todo el mundo merece una segunda oportunidad.

—Los demonios ya están llegando. —Gabriel me cogió la mano—. Saben que estamos aquí y que el portal está empezando a cerrarse. Tenemos que irnos o nos quedaremos atrapados.

Asentí en silencio y los seguí, aunque unas hirvientes lágrimas se deslizaban por mis mejillas. Gabriel se puso al volante y yo me apoyé en Xavier, en el asiento trasero. Miré hacia atrás por última vez y vi el cuerpo de Jake flotando en el agua. Lo que él me había hecho me perseguiría durante el resto de mi vida, pero ahora ya no podía hacerme más daño. Quise sentir rabia, pero solo conseguía sentir pena por él. Había muerto igual que había vivido; solo y sin haber conocido el amor.

—Adiós, Jake —susurré, apartando la mirada y apoyando la mejilla en el pecho de Xavier.

Xavier me dio un beso en la frente y sus fuertes brazos me acogieron mientras el Chevy se ponía en marcha y avanzaba hacia el agujero de la cueva que ya empezaba a cerrarse. Mientras penetrábamos en la oscuridad, solo tuve un pensamiento en la cabeza: estaba regresando a mi vida de antes, a la vida que tanto había echado de menos y que tanto ansiaba volver a tener… pero allí mismo, entre los brazos de Xavier, yo ya estaba en casa.

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