Hades

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5. Carretera al infierno

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Carretera al infierno

Desde el rellano observé a mis amigas que, histéricas, bajaban atropelladamente las escaleras saltando los escalones de dos en dos. Muy pronto correría la noticia de que se había aparecido un fantasma en la noche de Halloween. Aunque realmente nadie había visto nada, no me cabía ninguna duda de que la historia sería recreada de forma muy imaginativa varias veces antes de que la noche acabara.

De repente me sentí mareada y tuve que sujetarme a la barandilla para no caerme. Hasta el momento, lo que se suponía que tenía que ser una noche de diversión se había convertido en todo lo contrario. Yo ya había tenido bastante de esa fiesta: era hora de irse. Lo único que tenía que hacer era encontrar a Xavier y pedirle que me llevara a casa. Cuando se me pasó el mareo me dirigí a la cocina, donde se estaba llevando a cabo una actividad mucho más inocente. Un grupo de chicas y chicos jugaban a pescar con la boca las manzanas de un barreño de estaño lleno de agua que habían encontrado en el granero y depositado en el centro de la habitación. En ese momento, una de las chicas estaba a cuatro patas jugando: inspiraba profundamente, aguantaba la respiración y sumergía el rostro en el agua. Los demás la alentaban con gritos de ánimo. Al fin, con el cabello mojado pegado al cuello y a los hombros, se sentó sobre los talones y miró triunfalmente a todos mientras sujetaba una rosada manzana entre los dientes. Entonces alguien me empujó hacia delante y me di cuenta de que me había unido inadvertidamente a la fila de espera.

—¡Es tu turno!

Me sentí rodeada por un hervidero de cuerpos calientes. Planté los pies en el suelo con fuerza, resistiéndome:

—No quiero jugar. Solo miraba.

—¡Venga! —insistieron—. Inténtalo.

Pensé que sería más fácil probar a pescar una manzana que resistirme a su entusiasmo. A pesar de que mi voz interior me incitaba a salir corriendo, a abandonar esa casa, me arrodillé delante del barreño, que me devolvió mi imagen distorsionada por las ondulaciones del agua. Apreté los ojos con fuerza e intenté sacarme de encima la sensación de peligro. Cuando los volví a abrir, lo que vi en el agua hizo que se me parara el corazón. Justo detrás del reflejo de mi cara vi un rostro demacrado y de esqueléticas facciones que se medio ocultaba bajo una capucha. Mostraba una mano retorcida, como una garra, con la que sujetaba algo. ¿Era una hoz? Alargó la otra mano hacia mí y pareció que sus dedos, sobrenaturalmente largos, se enrollaban alrededor de mi cuello como tentáculos. Aunque sabía que era imposible, esa figura me resultaba sobrecogedoramente familiar. Ya había visto antes ese ropaje negro en libros y pinturas, lo conocía de lo que había aprendido en casa e, incluso, de lo que había visto esa noche de Halloween: era una representación de la muerte… la figura de la Muerte. Pero ¿qué quería de mí? Yo no era mortal, así que debía de encontrarse allí por otro motivo. Debía de tratarse de un mal presagio. Pero ¿un presagio de qué? Me invadió el pánico y me abrí paso entre el círculo de chicos y chicas en dirección a la puerta trasera.

Cuando salí fuera todavía se oían las ahogadas protestas porque no había querido participar en el juego. Me apreté el pecho con fuerza sin hacerles caso, intentando tranquilizar mi corazón. El aire fresco me ayudaba un poco, pero no conseguía quitarme de encima la sensación de que esa fantasmagórica figura de la Muerte me había seguido y me acechaba, a la espera de encontrarme a solas y ahogarme con sus finísimos dedos.

—Beth, ¿qué haces aquí fuera? ¿Te encuentras bien?

Oí un sonido extraño y me di cuenta de que era yo misma quien lo emitía: mi respiración era entrecortada. Conocía esa voz, pero no era la de Xavier, tal como hubiera deseado. Ben Carter bajó del porche, vino a mi lado, me sujetó por los hombros y me dio un par de sacudidas, como si me quisiera sacar de un trance. Ese contacto humano me hizo sentir un poco mejor.

—Beth, ¿qué ha pasado? Me ha parecido que te ahogabas…

El pelo, despeinado, le caía sobre los ojos marrones, que me observaban con una expresión de alarma. Yo me esforzaba por recuperar la respiración, sin éxito, y empecé a caer hacia delante. Si él no hubiera estado allí para sujetarme me habría desplomado al suelo. Ben creyó que yo misma me había provocado ese estado de sofoco.

—¿Qué diablos estás haciendo? —preguntó después de comprobar que no me estaba muriendo. Me miró con atención. Tras su expresión preocupada vi que otro pensamiento emergía—: ¿Has bebido?

Estaba a punto de negarlo con vehemencia, pero pensé que esa era, seguramente, la explicación más creíble que podía ofrecer de mi imprevisible comportamiento.

—Quizá —repuse, soltándome de él para ponerme en pie. Me aparté un poco y tuve que hacer un esfuerzo por reprimir las lágrimas—. Gracias por ayudarme —le dije precipitadamente—. Estoy bien, de verdad.

Mientras me alejaba de él, una única pregunta me atormentaba: ¿dónde estaba Xavier? Algo iba mal, lo notaba. Todos mis instintos celestiales me decían que teníamos que irnos de allí. Inmediatamente.

En el patio delantero encontré un sauce llorón y fui a apoyarme en su tronco robusto. Todavía veía a Ben, que se había quedado de pie en el porche y me miraba con expresión confundida y preocupada. Pero en esos momentos no me podía permitir preocuparme por haberlo ofendido: tenía cosas más importantes en que pensar. ¿Era posible que pudiera estar ocurriendo de nuevo? ¿Era posible que los demonios hubieran regresado a Venus Cove? Sabía con seguridad que en ese lugar ya no quedaba nada maligno, porque Gabriel e Ivy se habían encargado de que así fuera. Jake había sido expulsado: yo misma lo había visto consumirse en medio de las llamas. No era posible que hubiera vuelto. Pero ¿por qué tenía todo el vello del cuerpo erizado? ¿Por qué me recorrían esos escalofríos de la cabeza a los pies, como si unos rayos eléctricos me atravesaran las venas?

Me sentía como si me estuvieran persiguiendo. Desde donde me encontraba, en el camino de grava, se veían perfectamente los campos de detrás de la casa y el denso bosque que había más allá de ellos. Se veía el espantapájaros del prado, con la cabeza caída sobre el pecho. Deseé que Xavier estuviera, en esos momentos, regresando del lago. Sabía que tan pronto como lo viera todo mi miedo desaparecería, como el reflujo de la marea. Cuando estábamos juntos éramos fuertes, podíamos protegernos el uno al otro. Necesitaba encontrarlo.

Justo en ese momento una ráfaga de viento agitó la hierba seca a mi alrededor. Los ropajes del espantapájaros empezaron a aletear con fuerza y la cabeza se le levantó: sus ojos negros me miraron fijamente. El corazón me dio un vuelco y solté un chillido agudo. Di media vuelta y corrí de regreso a la casa.

No había recorrido un gran trecho cuando me tropecé con alguien.

—Uau, cálmate —dijo un chico saltando a un lado para esquivarme—. ¿Qué sucede? Pareces un poco alterada.

Arrastraba demasiado las palabras al hablar para ser un demonio. Al levantar la cabeza comprobé que tampoco tenía el aspecto de serlo: además de que no llevaba disfraz, me pareció que lo conocía de algo. Por fin me di cuenta de que se trataba de Ryan Robertson, el antiguo novio de Molly del colegio; eso hizo que me bajara un poco el pánico. Se encontraba con un grupo de gente que acababa de salir al porche y entre los dedos sujetaba un cigarrillo a medio consumir. Los demás me miraron con un desinterés indolente. Un aroma penetrante y amargo, extrañamente acre, que no conseguía identificar, llenaba el aire.

Me llevé una mano a la mejilla, que me hervía, agradeciendo el aire frío de la noche en la piel.

—Estoy bien —dije, esforzándome por que mi tono resultara convincente. Lo último que deseaba era provocar una alarma innecesaria solo por mi recelo.

—Me alegro. —Ryan entrecerró los ojos con expresión soñadora—. No quisiera que no estuvieras bien, no sé si me entiendes.

Fruncí el ceño con desconfianza, no me parecía que sus palabras fueran coherentes. ¿O era cosa mía? ¿Me estaba volviendo completamente loca, o la culpa la tenía esa estrafalaria fiesta?

En ese momento la puerta del porche se cerró con un golpe seco y di un respingo. Molly apareció en el porche.

—¡Beth, estás ahí! —Pareció aliviada al verme y bajó los escalones de un salto—. ¡Qué manera de asustarme! No sabía dónde estabas. —Miró a Ryan y a los demás con aire desdeñoso—. ¿Qué estás haciendo con estos?

—Ryan me estaba ayudando —farfullé.

—Soy una persona muy servicial —declaró Ryan, indignado.

Molly vio el cigarrillo liado a mano que sujetaba entre los dedos.

—¿Estás colocado? —le preguntó dándole un golpe en el hombro.

—Colocado, no —aclaró Ryan—. Creo que la palabra es «intoxicado».

—¡Qué pringado eres! —espetó Molly—. Se supone que me tienes que acompañar a casa con el coche. No pienso pasar la noche en este lugar de mala muerte.

—Para de lloriquear. Conduzco mejor si estoy colocado —dijo Ryan—. Se me agudizan los sentidos. Por cierto, creo que necesito un cubo…

—Si vas a vomitar, no lo hagas a mi lado —repuso Molly, cortante.

—Creo que tendríamos que dar la fiesta por acabada —le dije a mi amiga—. ¿Me ayudas a buscar a Xavier?

Mi sugerencia suscitó una ola de protestas por parte de Ryan y sus amigos.

—Claro —respondió Molly poniendo los ojos en blanco—. No creo que esta noche pueda ser más extraña ya.

Justo empezábamos a dirigirnos hacia el interior de la casa en busca de Xavier cuando el chirrido de una motocicleta al derrapar sobre la hierba nos hizo girar la cabeza: todos percibimos cierta urgencia en el frenazo con que se detuvo, despidiendo la grava del suelo por los aires. Molly se cubrió los ojos para protegerse de la potente luz del faro delantero. El motorista saltó al suelo con agilidad y sin apagar el motor. Iba vestido de manera informal, con una chaqueta de aviador de cuero y una gorra de béisbol puesta del revés. Inmediatamente reconocí el cuerpo alto y musculoso de Wesley Cowan. Xavier y yo pasábamos cada viernes por la tarde por delante de su casa cuando regresábamos de la escuela, y siempre lo encontrábamos en el patio limpiando el viejo Merc de su padre para tenerlo a punto para el fin de semana de fiesta que le esperaba. Jugaba a waterpolo con Xavier, y yo sabía que era uno de sus mejores amigos. Al igual que mi novio, Wes era uno de los chicos que menos se dejaban impresionar. Había pocas cosas que consiguieran alterar su actitud confiada. Resultaba sorprendente verlo en esos momentos, con la camisa sucia y una expresión preocupada en el rostro.

Molly lo sujetó del brazo con un gesto automático.

—Wes, ¿qué sucede?

Le costaba respirar y tuvo que esforzarse por pronunciar las palabras.

—Ha habido un accidente en el lago —jadeó—. ¡Que alguien llame al 061!

Ryan y sus amigos recuperaron la sobriedad al instante y todos sacaron los teléfonos móviles de sus bolsillos.

—No tengo línea —anunció Ryan después de unos minutos de intentar llamar. Agitó el teléfono, frustrado, y maldijo en voz baja—. No debe de haber cobertura.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Molly.

Antes de hablar, Wesley me dirigió una extraña mirada: era casi como si implorara, como si me pidiera perdón.

—Le provocamos para que se tirara en picado desde uno de los árboles, pero había unas rocas bajo el agua. Se ha dado un golpe en la cabeza y no recupera el sentido.

Mientras hablaba no apartaba los ojos de mí ni un momento. ¿Por qué me miraba solamente a mí? Yo permanecí en silencio, pero un terror frío empezó a atenazarme como una garra de dedos largos y helados. No hablaba de Xavier. No podía tratarse de Xavier. Xavier era el chico responsable que había venido a la fiesta para vigilar a los demás. Lo más seguro era que mi novio, en esos momentos, estuviera empleando sus conocimientos de primeros auxilios en espera de que llegara una ambulancia. Pero sabía que mi corazón no dejaría de martillear con fuerza hasta que pudiera comprobarlo con mis propios ojos. Por fin, alguien hizo la pregunta que yo no me atrevía a formular:

—¿Quién se ha hecho daño?

Wesley se mostraba destrozado por el sentimiento de culpa y dudó una fracción de segundo más de la cuenta, así que supe la respuesta antes de que pronunciara una palabra.

—Woods.

Lo dijo en un tono vacío, desprovisto de cualquier emoción, pero de eso no me di cuenta hasta mucho después cuando repasé la escena mentalmente. En ese momento lo único que noté fue que las piernas me fallaban. Mi peor miedo —mucho peor que cualquier cosa que pudiera sucederme a mí— era que Xavier sufriera algún daño. Y ahora acababa de ocurrir. Por un momento ese hecho me desbordó y tuve que apoyarme en Ryan, que intentó sujetarme a pesar de que le había hecho perder el equilibrio. Así que esa era la consecuencia de que Xavier y yo decidiéramos pasar un tiempo separados. No podía creerme que el destino fuera tan cruel. Esa había sido la única noche en que nuestros caminos se habían distanciado, y él estaba inconsciente. Wes se llevó las manos a la cabeza y gimió.

—Tíos, estamos totalmente jodidos.

—¿Iba pasado? —preguntó Ryan.

—Claro que sí —dijo Wes—. Todos lo íbamos.

Durante todo el tiempo que hacía que Xavier y yo llevábamos juntos, él nunca había bebido más de dos cervezas. Tampoco lo había visto tocar ningún destilado ni una sola vez: pensaba que hacerlo era un acto de irresponsabilidad. Por lo tanto, no era capaz de imaginármelo borracho ni mostrando una actitud imprudente, no me cuadraba.

—No —protesté, paralizada—. Xavier no bebe.

—¿Que no? Bueno, siempre hay una primera vez.

—¡Cierra la boca y llama a una ambulancia! —gritó Molly. Noté que me pasaba el brazo por encima de los hombros y sentí el roce de sus rizos caoba sobre mi mejilla mientras murmuraba a mi oído—: No pasa nada, Bethie, seguro que se pondrá bien.

Wesley nos observaba. Su pánico parecía haber dado paso a un perverso deleite ante mi angustia. Los demás se habían juntado y todo el mundo quería dar su opinión sobre lo que debía hacerse en ese momento. Sus conversaciones me llegaban como un vocerío sin sentido.

—¿Ha sido un golpe muy fuerte? ¿Deberíamos llevarlo a un médico?

—Como llamemos al 061 estamos jodidos.

—Ah, claro, excelente idea —repuso alguien con sarcasmo—. Entonces esperemos a ver si recupera el sentido por sí mismo.

—¿Ha sido muy grave, Wes?

—No estoy seguro. —Wesley se mostraba derrotado—. Se ha hecho un corte en la cabeza. Le ha salido bastante sangre…

—Mierda. Tenemos que pedir ayuda.

Pensar en Xavier tumbado en el suelo y rodeado de sangre me hizo poner en acción.

—¡Llevadme con él! —Me precipité atropelladamente hacia donde se encontraba Wesley—. ¡Que alguien me guíe hasta el lago!

Molly se puso a mi lado de inmediato y me sujetó por los hombros con una actitud tranquilizadora y, a la vez, autoritaria.

—Cálmate, Beth —dijo—. ¿Alguien la puede llevar en coche?

—No seas estúpida, Molly. El lago está en el bosque —dijo Ben—. No se puede ir en coche. Que alguien vaya a la ciudad y llame a una maldita ambulancia.

No podía continuar perdiendo el tiempo con esas deliberaciones simplistas mientras Xavier estaba herido y sabiendo que mis poderes de curación podían ayudarlo.

—Voy para allá —anuncié al tiempo que arrancaba a correr.

—¡Espera! Yo puedo llevarte. —Wes, de repente, volvía a mostrar preocupación—. Iremos más deprisa que si corres a oscuras —añadió abatido, como si supiera que llevarme hasta Xavier no lo ayudaría a sentirse menos culpable del accidente.

—No —intervino Molly, protectora—. Deberías quedarte aquí mientras vamos a buscar a un médico.

—¿Y si llamamos a su padre? —sugirió alguien—. Es cirujano, ¿no?

—Buena idea. Busquemos su número de teléfono.

—El señor Woods es un tío guay, no nos delatará.

—Pero ¿cómo vais a hablar con él si no hay cobertura? —Ben parecía exasperado—. ¿Por telepatía?

Yo me esforzaba por impedir que las alas se me desplegaran y volar hasta Xavier. Se trataba de una reacción natural de mi cuerpo y no estaba segura de poder reprimirla durante mucho rato más. Miré a Wesley con impaciencia.

—¿A qué estamos esperando?

Por toda respuesta, montó en la moto y me ofreció el brazo para que pudiera sujetarme al subir. La motocicleta brillaba a la luz de la luna como si fuera un insecto extraterrestre.

—Eh, ¿y el casco? —preguntó Ben con aspereza mientras Wes ponía el motor en marcha.

Yo sabía que le molestaba la despreocupada temeridad de los deportistas del colegio, pero su rostro también mostraba preocupación por mí, dado el cuestionable sentido de la responsabilidad que tenía Wesley. Entendía que Ben solo se estaba mostrando protector conmigo pero en ese momento yo tenía un único objetivo, y era llegar hasta donde se encontraba Xavier.

—No hay tiempo. —Wes fue cortante. Me agarró los dos brazos y me los colocó alrededor de su cintura—. Sujétate fuerte —ordenó—. Y no te sueltes en ningún momento.

Dimos unas cuantas vueltas sobre el mismo eje antes de lanzarnos por el camino en dirección a la oscuridad de la carretera.

—¿El lago no está en la otra dirección? —grité con fuerza para hacerme oír por encima del rugido del motor.

—Un atajo —gritó Wes.

Intenté concentrarme en Xavier para ver si podía detectar el estado de sus heridas, pero me quedé en blanco. Me sorprendió, pues normalmente era capaz de percibir su estado de ánimo antes incluso que él mismo. Gabriel me había dicho que, en caso de que él tuviera algún problema, yo lo percibiría de inmediato. Pero esta vez no lo conseguía. ¿Era debido a que me había puesto demasiado tensa por nuestra ridícula sesión de espiritismo?

Wes acababa de enfilar la carretera y empezaba a aumentar la velocidad cuando oí una voz detrás de nosotros que me llamaba por mi nombre. A pesar del estruendo del motor supe que se trataba de la voz más querida para mí, la que había esperado oír durante toda la noche, y me sentí revivir. Wes frenó en seco y la moto dio media vuelta derrapando hasta detenerse. Xavier estaba de pie, iluminado por la luz de la luna, a un lado de la carretera. Sentí un instantáneo alivio en el corazón: parecía completamente sano.

—¿Beth?

Pronunció mi nombre con cautela. Se encontraba a unos metros de nosotros y yo estaba tan emocionada de verlo sin ninguna herida que ni siquiera se me ocurrió pensar que algo fallaba. No me paré a pensar por qué Xavier parecía tan sorprendido al vernos.

—¿Adónde vais, chicos? —preguntó—. Wes, ¿de dónde diablos has sacado esa moto?

—¡Xavier! —grité, aliviada—. ¡Gracias a Dios que has recuperado la conciencia! ¿Cómo tienes la cabeza? Todo el mundo está muy preocupado. Tenemos que regresar para decirles que estás bien.

—¿La cabeza? —se extrañó, la consternación de su rostro más marcada ahora—. ¿De qué estás hablando?

—¡Del accidente! Quizá tengas una conmoción cerebral. Wes, déjame bajar de aquí.

—Beth, estoy bien. —Xavier se rascó la cabeza—. No me ha pasado nada.

—Pero yo creía que… —empecé a decir, pero me callé de repente.

Xavier no solo parecía estar bien, sino que en su cuerpo no había ninguna señal de que hubiera sufrido un accidente. Tenía exactamente el mismo aspecto que cuando nos habíamos separado: llevaba puestos los tejanos y una camiseta negra ajustada. Noté que adoptaba una actitud defensiva. Sus ojos azules como el océano se oscurecieron, como si acabara de comprender algo.

—Beth —dijo, despacio—. Quiero que bajes de esa moto.

—¿Wes? —Le di unos golpecitos en el hombro.

En ese momento me di cuenta de que él no había pronunciado ni una palabra durante mi conversación con Xavier. La moto todavía vibraba, pero la persona que se encontraba delante de mí permanecía inmóvil con la mirada fija hacia delante.

Xavier quiso avanzar un paso, pero algo se lo impedía.

—Beth, ¿me oyes? Baja ahora mismo. —Xavier se esforzaba por hablar con calma, pero no me pasó desapercibido que su voz tenía un sordo tono de urgencia.

Planté con determinación los dos pies en el suelo para apaciguar a Xavier, pero cuando quise apartar los brazos de la cintura de Wes, este dio un acelerón y la moto salió disparada hacia atrás. Tuve que sujetarme a él incluso con mayor fuerza para no caerme al suelo.

Hasta ese momento creía que todo eso no estaba siendo más que una complicada broma de Wes que para Xavier no resultaba en absoluto divertida. Entonces este se pasó las manos por la cabeza con gesto de impotencia y arrugó la frente, angustiado. En sus ojos percibí una expresión que no había vuelto a ver desde esa funesta noche en el cementerio, cuando presenció, indefenso, mi captura. Ahora me miraba de la misma forma, como quien busca desesperadamente una salida a pesar de saber que se encuentra acorralado. Era como si se enfrentara a una serpiente venenosa que pudiera atacar en cualquier momento, como si cualquier movimiento en falso pudiera ser fatal. Wes dio varias vueltas con la moto sin motivo aparente, disfrutando de la angustia que provocaba. Xavier soltó un grito e intentó correr hacia delante, pero una barrera invisible se lo impedía; apretó la mandíbula y se lanzó contra esa barrera, pero no sirvió de nada. La moto continuaba dando vueltas en todas direcciones.

—¿Qué está pasando? —grité cuando la moto por fin se detuvo en medio de una nube de polvo—. Xavier, ¿qué pasa?

Ahora estábamos más cerca de Xavier y vi que sus ojos expresaban un dolor profundo, además de rabia y una intensa frustración por no poder ayudarme. En ese momento supe que me encontraba ante un verdadero peligro. Quizá los dos estábamos en peligro.

—Beth… ese no es Wes.

Esas palabras me provocaron un escalofrío en lo más profundo del cuerpo y un sentimiento de derrota me invadió. Intenté soltarme de Wes para saltar de la moto, pero no podía mover los brazos. Parecían sujetos por una fuerza invisible.

—¡Para! ¡Déjame bajar! —supliqué.

—Demasiado tarde —contestó Wes, pero ya no era Wes.

Ahora su voz era suave y fina, y hablaba con un acento pulido, perfecto.

Hubiera reconocido esa voz en cualquier parte: hacía mucho tiempo que me perseguía en mis pesadillas. Noté que el cuerpo que abrazaba se transformaba bajo mi tacto. El pecho ancho y bien definido, los brazos musculosos, se estilizaron y perdieron su calor. Las anchas manos de Wesley se adelgazaron y adoptaron un color blanquecino. La gorra de béisbol salió volando y descubrió unos mechones de pelo negro y brillante que revolotearon al viento. Por primera vez giró la cabeza para mirarme de frente. Verlo tan de cerca hizo que se me revolviera el estómago. El rostro de Jake no había cambiado en absoluto. El cabello oscuro que le caía hasta los hombros contrastaba con la palidez de su rostro. Reconocí esa nariz grande y ligeramente curvada en la punta, y esos marcados pómulos, como tallados en piedra, que Molly una vez comparó con los de un modelo de Calvin Klein. Sus pálidos labios dibujaron una sonrisa que dejó al descubierto unos dientes pequeños y blancos. Solo los ojos eran distintos: parecían vibrar con una energía oscura y ya no eran verdes ni negros, sino que habían adoptado una apagada tonalidad rojiza. Igual que el color de la sangre seca.

—¡NO! —gritó Xavier con una mueca de desesperación. Pero su voz se perdió en la carretera, ahogada por el viento—. ¡APÁRTATE DE ELLA!

Lo que sucedió después fue confuso. Sabía que Xavier había sido liberado de alguna forma porque lo vi correr a toda velocidad hacia mí. Noté mis brazos libres y quise saltar de la motocicleta, pero un fuerte dolor en la cabeza hizo que me diera cuenta de que Jake me sujetaba por el pelo. Conducía con una sola mano. Hice caso omiso del dolor y me debatí contra él para soltarme, pero mis esfuerzos no sirvieron de nada.

—Te tengo —susurró. Era el susurro de un depredador satisfecho.

Jake dio gas y oí que el motor cobraba vida, como una fiera enrabiada. La motocicleta dio una sacudida y arrancó hacia delante.

—¡Xavier! —grité justo cuando llegaba hasta nosotros.

Ambos alargamos el brazo al mismo tiempo y nuestros dedos estuvieron a punto de tocarse, pero Jake hizo virar la moto violentamente y el vehículo golpeó a Xavier en un costado. El golpe seco del impacto fue perfectamente audible. Chillé al ver que Xavier salía despedido hacia atrás y rodaba a un lado de la carretera, inerte. A partir de ese momento no conseguí verlo otra vez. La moto lo dejó atrás a toda velocidad y él quedó envuelto en una nube de polvo. Con el rabillo del ojo entreví que un grupo de gente empezaba a subir por la carretera, alertados por el escándalo. Yo sentía un peso tan grande en el pecho que me resultaba difícil respirar. Recé para que encontraran a Xavier a tiempo y pudieran ayudarlo.

La motocicleta avanzó vertiginosamente por la carretera desierta que se retorcía delante de nosotros como una serpiente. Jake conducía a tal velocidad que cada vez que tomábamos una curva nuestros cuerpos quedaban casi paralelos al suelo. Todas las células de mi cuerpo se desesperaban por regresar al lado de Xavier, mi único amor, la luz de mi vida. La imagen de su cuerpo inerte al lado de la carretera me constreñía el pecho con tanta fuerza que no conseguía respirar. El dolor que sentía era tan intenso que no me importaba dónde pudiera llevarme Jake, ni qué horrores pudieran estarme esperando. Solamente necesitaba saber que Xavier estaba bien, que no continuaba tumbado sin vida en el suelo. Procuré no pensar en lo peor, aunque la palabra «muerto» me resonaba en la cabeza, clara como el tañido de una campana. Tardé unos momentos en darme cuenta de que estaba llorando: unos profundos sollozos sacudían mi cuerpo y unas lágrimas hirvientes me cruzaban el rostro.

No podía hacer nada más que apelar al Creador, rezarle, suplicarle, pactar con él: lo que fuera con tal de que protegiera a Xavier. No podía soportar que lo arrancaran de mi lado de esa manera. Yo era capaz de soportar la confusión emocional, de aguantar la tortura física más intensa. Podía resistir el Armagedón y el fuego santo arrasando la tierra, pero no podía hacerlo sin él. Entonces se me ocurrió una idea extraña: si Jake había matado a Xavier, tendría que pagar por ello. No me importaba que las leyes divinas lo prohibieran: yo buscaría vengarme de mi pérdida. Estaba dispuesta a perdonar cualquier delito excepto ese crimen y, que Dios me ayudara, Jake recibiría su merecido. Deseé magullar y destrozar ese cuerpo que tenía delante, castigarlo por volver a contaminar mi vida con su oscura presencia. Me sentía infectada solo por estar cerca de él. Pensé en inclinarme a un lado para hacer volcar la motocicleta. Sabía que a la velocidad que íbamos probablemente acabaríamos ambos heridos sobre el asfalto, pero estaba desesperada.

Antes de que mis pensamientos continuaran por esa descontrolada senda, sucedió algo que no hubiera podido imaginar ni siquiera en la más retorcida de las pesadillas. Debería haberme sentido aterrorizada, la mera idea de ello debería haberme hecho perder la conciencia. Era algo tan difícil de imaginar que no sentí nada excepto una sensación de asco que nacía en el núcleo de mi ser y se extendía por todo mi cuerpo como un veneno. La carretera desafiaba la gravedad y, de repente, se elevaba por delante de nosotros. Una grieta profunda se abrió en el centro. La carretera se abría y la grieta se ensanchaba como una cavernosa boca hambrienta que fuera a tragarnos. El viento que me azotaba la cara se hizo más caliente y una nube de vaho se levantó desde el asfalto roto. El vacío profundo que emanaba del suelo me hizo saber inmediatamente de qué se trataba: nos dirigíamos directamente a una entrada al Infierno.

Entonces caímos en ella.

Solté un grito al notar que la moto se quedaba suspendida en el aire un instante. Jake apagó el motor y nos sumergimos silenciosamente en el vacío. Miré hacia arriba y vi que la abertura se cerraba sobre nuestras cabezas ocultando la luna, los árboles, las cigarras y la tierra que yo tanto amaba.

No tenía ni idea de cuánto tiempo pasaría hasta que volviera a verla otra vez. La última cosa que supe fue que caíamos y que el eco de mis gritos nos envolvió hasta que la oscuridad nos consumió.

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