Hades

Hades


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Epílogo

Bajo el brillante sol de junio, por el pulcro césped de Bryce Hamilton, los mayores esperaban ataviados con los birretes y las togas de color azul y los rostros encendidos por la emoción. Ya no parecían adolescentes necesitados de directrices, sino jóvenes preparados para abrirse camino en la vida. Todavía faltaban unos cuantos meses para la universidad y todos esperaban ansiosos las vacaciones de verano. Xavier había recibido ofertas de varias universidades, en especial las que tenían importantes equipos de fútbol.

A pesar de que esa graduación no tenía la misma importancia para mí, no podía evitar sentirme parte de la excitación reinante. Estábamos esperando la señal que indicaba que debíamos iniciar la marcha. Fuera del auditorio vi a Gabriel y a sus coristas de la escuela, que estaban calentando para la actuación del acto de clausura en que iban a cantar Amigos para siempre, una canción tópica pero muy popular como canción de despedida.

El buen humor de los mayores era contagioso. Las chicas no paraban de ajustarse los birretes y de arreglarse el cabello las unas a las otras para que el peinado no se les deshiciera y les estropeara las fotografías. Los chicos no se preocupaban tanto por su aspecto, sino que estaban más concentrados en darse apretones de manos y empujones en la espalda. Todos llevábamos los anillos de la escuela que nos habían dado unos días antes. Todos ellos llevaban grabado el lema de la escuela: VIVIR, AMAR Y APRENDER.

La pompa y el fausto gustaban mucho en Bryce Hamilton. En el auditorio, los invitados y los padres ya estaban tomando asiento y se abanicaban con los programas de mano. Ivy se había sentado al lado de Dolly Henderson, nuestra vecina, y fingía sentir interés por los cotilleos del barrio. En uno de los laterales se encontraban el doctor Chester y los profesores, todos ataviados con los trajes de ceremonia que indicaban el grado de experiencia por el color de las capuchas. El director diría las palabras de inauguración y después, en su calidad de delegado, Xavier ofrecería el discurso de despedida. No había tenido mucho tiempo para prepararlo, pero tenía dotes naturales como orador y era capaz de hacer un interesante discurso a partir solamente de unas cuantas notas escritas a mano. Desde donde me encontraba también vi a Bernie entre el público, que intentaba evitar que los niños se amontonaran los unos encima de los otros y le decía a Nicola que dejara de jugar al Peggle en el iPhone.

Cuando la ceremonia terminara servirían el té en la cafetería, decorada con manteles y flores para la ocasión. Un fotógrafo profesional ya había empezado a tomar fotos. Vi a Abby y a las chicas, que no paraban de aplicarse brillo en los labios y de arreglarse los birretes. Yo tenía muchas ganas de que llegara el momento de lanzar los birretes al aire: había visto esa escena en muchas películas y quería tener esa experiencia personalmente. Ivy me había cosido el nombre dentro del mío para que pudiera identificarlo cuando todo hubiera terminado.

La escuela entera vibraba con una extraña energía. Pero bajo esa enorme excitación había un sentimiento oculto de nostalgia. Molly y sus amigas nunca más volverían a sentarse juntas en el claustro; esa posición la ocuparían el siguiente grupo de mayores y ya no sería lo mismo. Los días de saltarse clases, empollar para los exámenes y flirtear con los chicos ante las taquillas entre clase y clase ya habían terminado. La escuela nos había juntado, ahora se esperaba que continuáramos cada uno con nuestra vida y lo más seguro era que nunca nos volviéramos a encontrar en los mismos lugares.

Deseaba que la ceremonia comenzara y acabara cuanto antes. Me sentía tan emocionada por la excitación general que casi me olvidé de que yo era una simple testigo de todo ello. Me sentía humana por completo, como si también tuviera que preocuparme por mis solicitudes a universidades y mis proyectos profesionales de futuro. Tuve que recordarme a mí misma que no iba a tener esa vida. Lo único que podía hacer era compartir esa experiencia a través de Xavier y de mis amigas.

De repente, Molly apareció a mi lado y me abrazó.

—¡Dios, es tan triste! —gritó—. Me he pasado los últimos años quejándome de este lugar y ahora no me quiero marchar.

—Oh, Molly, todo te irá muy bien —le dije, colocándole un rizo rebelde tras la oreja—. Faltan siglos todavía para la universidad.

—Pero he pasado trece años de mi vida en esta escuela —dijo Molly—. Es raro pensar que nunca más voy a volver. Conozco a todo el mundo en esta ciudad, es mi casa.

—Y siempre lo será —contesté—. La universidad será una aventura apasionante, pero Venus Cove estará aquí cuando regreses.

—¡Pero estaré tan lejos! —se quejó.

—Molly —me reí mientras la abrazaba—, te vas a Alabama: ¡está a un estado de distancia!

Mi amiga soltó una risita y sorbió por la nariz.

—Supongo que sí. Gracias, Beth.

Entonces noté que alguien me ponía una mano en la cintura. Xavier se había acercado y me susurraba al oído:

—¿Puedo hablar contigo? —Me giré y lo miré. El color azul del uniforme de graduación enfatizaba el color de sus ojos; el birrete no le había despeinado ni un solo mechón de su cabello castaño.

—Claro. ¿Qué pasa? —pregunté—. ¿Estás nervioso?

—No —contestó.

—¿Ya tienes listo el discurso? ¡No lo he oído!

—No nos vamos a quedar.

Xavier me comunicó esa impresionante información con una ecuanimidad sorprendente.

—¿Cómo? —pregunté—. ¿Por qué no?

—Porque esto ya no significa nada para mí.

—No seas ridículo.

—Nunca he hablado tan en serio.

Yo seguía sin poder creerlo.

—¿No quieres graduarte?

—Me graduaré tanto si me quedo a la ceremonia como si no me quedo.

Entonces vi que los ojos le brillaban y su cara estaba radiante. Hablaba en serio.

—Pero darás el discurso de despedida.

—Ya me he ocupado de eso. Wes me va a sustituir. Aunque no ha sido fácil.

Me lo quedé mirando. ¿Cómo era capaz de gastarme una broma en una de las ocasiones más importantes de su vida? Todo el mundo esperaba que él dirigiera esa ceremonia. No sería lo mismo sin él.

—Tus padres nunca te lo perdonarán —le dije—. ¿Por qué no te quieres quedar? ¿No te encuentras bien?

—Estoy bien, Beth.

—Entonces, ¿por qué?

—Porque hay una cosa mucho más importante que quiero hacer.

—¿Qué puede ser más importante que la ceremonia de graduación?

—Ven conmigo y lo averiguarás.

—No, hasta que me digas adónde vamos.

—¿Es que no confías en mí?

—Por supuesto que sí —asentí con vehemencia—. Pero nunca has hecho algo así antes… ya sabes… algo tan atrevido.

—Es curioso, no me siento atrevido —dijo—. Nunca me he sentido tan sereno.

La banda de músicos de Bryce empezó a tocar y los estudiantes iniciaron la marcha hacia el auditorio para sentarse en las sillas de la tarima. Uno de los profesores los iba contando. Vi que Molly me buscaba con la mirada, pues habíamos dicho que nos sentaríamos juntas. Los capitanes de la escuela siempre iban los últimos porque sus asientos estaban en la primera fila. Miré a Gabriel, que en ese momento acompañaba al coro entre bastidores, pero debió de haber notado que pasaba algo porque enseguida respondió a mi mirada y me la devolvió con expresión de interrogación. Yo le sonreí y le hizo un gesto de despedida con la mano, esperando que comprendiera que todo iba bien. Xavier me miraba, ansioso.

—Ven a sentarte conmigo bajo el roble cinco minutos y te lo explicaré todo. Si no te gusta el plan, regresaremos y entraremos juntos. ¿De acuerdo?

—¿Cinco minutos? —insistí.

—Es lo único que te pido.

Cuando me encontré bajo la matizada luz que se filtraba por la copa del roble, en medio del camino circular de la escuela, supe que esa era la última vez que los dos estaríamos allí juntos. Sentí una oleada de nostalgia. Ese roble había sido un buen amigo nuestro durante la estancia en Bryce Hamilton; sus retorcidas ramas nos habían cobijado secretamente cada vez que nuestro deseo de encontrarnos resultaba más poderoso que nuestro sentido de la responsabilidad. Abracé el tronco y Xavier empezó a hablar. Por su tono, parecía que hubiera hecho el descubrimiento del siglo.

—Vale —dije—. Nuestro tiempo empieza justo ahora. ¿Cuál es la fantástica idea que justifica que nos escapemos de la graduación?

Xavier se quitó el birrete y la toga y lo lanzó todo al césped. Debajo llevaba una camisa blanca, corbata y unos pantalones de vestir. Notar su musculoso pecho bajo el tejido de la camiseta siempre me despertaba el mismo deseo profundo y visceral.

Xavier me miró con ojos soñadores. Bajó la cabeza y me besó la mano.

—He estado pensando en nosotros.

—¿Bien o mal? —pregunté de inmediato, atemorizada de repente.

—Bien, por supuesto.

Su respuesta me permitió volver a respirar con normalidad.

—Eso es fantástico —dije, animada—. ¿En qué has pensado?

Xavier se puso mortalmente serio y dijo:

—Quiero que nos aseguremos de que nada se interpone entre nosotros nunca más.

—Xavier, ¿de qué estás hablando? Tienes que relajarte. Ahora estamos juntos. He regresado. Jake no nos molestará en mucho tiempo.

—Si no es Jake, será otra cosa. No es forma de vivir, Beth. Siempre con desconfianza, preguntándonos cuánto tiempo nos queda.

—Bueno, pues no lo hagamos. Concentrémonos en lo que tenemos aquí y ahora.

—No puedo. Quiero que esto dure para siempre.

—No podemos esperar eso, ya lo sabes.

—Creo que sí.

Miré sus ojos brillantes e indescifrables y en ellos vi algo que no había visto nunca. No fui capaz de determinar qué era exactamente, pero supe que algo había cambiado.

De repente, Xavier me cogió ambas manos y apoyó una rodilla en el suelo. Las hojas que rodeaban el pie del árbol crujieron bajo su peso. Y el corazón se me aceleró con la fuerza de un tren descontrolado: empecé a debatirme interiormente entre la felicidad y la fatalidad al ver lo que Xavier iba a hacer.

—Beth —dijo sencillamente, mirándome con una gran emoción—, no tengo duda de que nos pertenecemos el uno al otro, pero pasar el resto de mi vida contigo sería un honor y un compromiso que me gustaría mantener. —Hizo una pausa. Sus ojos azules brillaban. Yo me había quedado sin respiración, pero Xavier se limitó a sonreír—. Beth, ¿quieres casarte conmigo?

Su rostro mostraba una felicidad absoluta.

Yo me quedé sin saber qué decir. Era cierto que conocía bien a Xavier y que era como un libro abierto para mí, pero no había previsto esto. Sin darme cuenta, levanté la cabeza hacia el cielo en busca de guía, pero no recibí ninguna: tendría que enfrentarme a esto yo sola. Me pasaron un montón de posibles respuestas por la cabeza, cada una todavía menos racional que la anterior.

«Xavier, ¿te has vuelto loco? ¿Has perdido la cabeza por completo? No tienes ni diecinueve años y no estás en posición de casarte. ¿No te parece que tenemos que pensarlo bien? No puedo permitir que renuncies a tus sueños, quizá podamos hablar de esto después de la universidad. Nosotros no tenemos autoridad para tomar esta decisión solos. Tus padres te van a desheredar. ¿Cómo se lo van a tomar Gabriel e Ivy?».

Pero solo fui capaz de pronunciar la respuesta menos racional de todas:

—Sí.

Nos alejamos rápidamente del viejo roble por miedo a que alguien viniera a buscarnos. En cuanto le hube dado la respuesta a Xavier, él me tomó en brazos y se dirigió corriendo hacia las puertas de la escuela. No se detuvo hasta que salimos a la calle y llegamos hasta el Chevy. Me depositó con cuidado en la acera y abrió la puerta del copiloto. Luego se puso al volante y arrancamos en dirección a la ciudad.

—¿Y ahora adónde vamos? —dije sin aliento, eufórica.

—Tenemos que ir a celebrarlo.

Al cabo de unos minutos, el Chevy se detuvo delante del Sweethearts, en la calle Mayor. El café estaba casi vacío; supuse que la mayoría de clientes se encontraban en la ceremonia de graduación de Bryce. Miré disimuladamente el reloj de pulsera aprovechando un momento en que Xavier no estaba atento. Ya hacía media hora que nos habíamos marchado y nuestra ausencia ya debía de ser conocida por todos. El director debía de estar a la mitad de su discurso de inauguración. Los profesores debían de estar murmurando y preguntando entre bambalinas. Seguramente alguien se habría ofrecido para buscarnos por los terrenos de alrededor. Ivy y Gabriel habrían visto nuestros asientos vacíos y sabrían que habíamos desaparecido, mientras que los padres de Xavier debían de sentirse atónitos por la desaparición de su hijo. Pensar en todo ello enfriaba la euforia que me inundaba. Tenía que asegurarme de que Xavier había tomado esa decisión de forma reflexiva.

—Xavier —dije, insegura.

—Vamos, Beth. No puedes haber cambiado de opinión tan pronto.

—No, claro que no. Pero tengo que decir una cosa.

—De acuerdo. Dispara.

—Tienes que pensar en tu futuro.

—Lo he hecho. Está sentado justo enfrente de mí.

—¿Y qué pensarán tus padres?

—Creí que solo querías decir una cosa.

—Por favor, Xavier, en serio.

—No sé qué pensaran. No pienso preguntárselo. Esto es lo correcto. Lo he pensado mucho tiempo y detenidamente. Es lo que quiero y sé que tú también. Si las circunstancias fueran normales, nos tomaríamos las cosas de otra manera, pero no podemos permitirnos ese lujo. Esta es la única manera de proteger lo que es nuestro.

—Pero ¿y si esto empeora las cosas?

—No importa, porque nos enfrentaremos a ello juntos.

—¿Has pensado en cómo lo haremos?

—Me he ocupado de todo. El padre Mel ha accedido a ayudarnos. De hecho, nos está esperando en la capilla.

—¿Ahora mismo? —Me quedé boquiabierta—. ¿No deberíamos decírselo a alguien primero?

—Lo único que conseguiríamos es que quisieran convencernos de que no lo hagamos. Se lo diremos a toda la ciudad después. Cuando nuestras familias superen la conmoción inicial, todos iremos a celebrarlo. Ya lo verás.

—Tal como lo dices, parece muy fácil.

—Porque lo es. El matrimonio es un sacramento sagrado. Incluso Dios tendrá que estar satisfecho.

—Lo decía por tu madre.

—¿De qué podría quejarse? ¡Por lo menos nos casamos por la Iglesia!

—Eso es verdad.

Xavier levantó el vaso de su batido para proponer un brindis.

—Por nosotros —dijo, y brindamos—. Que lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre.

¿Qué otra cosa podía hacer sino devolverle una sonrisa de optimismo? No había nada que deseara más que ser suya para siempre. ¿Cómo podía decirle que no eran los impedimentos del hombre lo que me preocupaba?

Recordaba la angustia que Xavier había sufrido durante el tiempo que yo pasé en el Hades. Ahora que todo había terminado, el chico al que yo conocía había vuelto y estaba dispuesto a declarar nuestro compromiso al mundo, a arriesgarlo todo por la felicidad. El antiguo Xavier había regresado, y con más fuerza que nunca. No podía arriesgarme a perderlo de nuevo, ni siquiera aunque eso significara hacer que la ira del Cielo se desatara sobre mi cabeza.

Xavier debió de haber leído mis dudas en mi rostro.

—Puedes echarte atrás —dijo, en voz baja—. Lo comprenderé.

Dudé un instante: todas las posibles consecuencias de lo que estábamos a punto de hacer vinieron a mi mente. Pero cuando Xavier me tomó la mano, todo me pareció claro y supe exactamente lo que quería.

—No pienso hacerlo —contesté—. Estoy ansiosa por ser la señora de Xavier Woods.

Xavier dio una palmada sobre la mesa con un gesto de frustración, y yo me sobresalté.

—¿Qué he dicho?

—¡Maldita sea, me he olvidado el anillo!

—Ya nos ocuparemos de eso después —dije para tranquilizarlo.

—No, no hará falta —repuso, ahora con una sonrisa.

Metió una mano en uno de los bolsillos del pantalón y sacó algo con la mano cerrada y gesto pícaro. Abrió la mano y una antigua cajita apareció sobre su palma.

—Ábrela —me dijo.

Ahogué una exclamación mientras lo hacía. Dentro había un anillo con un diamante cortado en forma de rosa, tan perfecto que me quedé sin respiración. En cuanto lo vi, supe que ese era mi anillo y que nunca más me separaría de él. Jamás había sentido un vínculo tan fuerte con ningún objeto material, pero ese aro parecía hecho para mí. Ni siquiera pensé que quizá no fuera de mi medida, sabía que lo era. No resultaba en absoluto llamativo ni extravagante. Siempre que había ido con Molly y las chicas a ver los escaparates de la joyería de la ciudad había tenido que fingir cierto interés para ser amable con ellas, pero los diamantes modernos que tanto les gustaban me dejaban fría; me parecían sosos y bastos. En cambio, mi anillo era tan delicado como una flor. Tenía un diseño inmejorable: la piedra central estaba engarzada en un aro de platino y parecía una diminuta cúpula rodeada de pequeñísimos diamantes.

—Es perfecto para ti —comentó Xavier.

—Es muy elegante —dije admirada—. ¿De dónde ha salido? Nunca he visto nada parecido.

—Mi abuela me lo dejó en su testamento. Mis hermanas se enfadaron porque ella quiso que yo lo tuviera. Nunca había tenido oportunidad de utilizarlo.

Pero justo mientras Xavier hablaba, la tierra empezó a temblar a nuestros pies, como si el Cielo se rebelara. El anillo resbaló de la mesa y rebotó en el suelo.

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