Hades

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13. Hablando del Diablo

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Hablando del Diablo

No tenía ni idea de qué hora sería en Venus Cove. No dejaba de pensar en el dormitorio de Xavier, con todas sus cosas de deporte y los libros de texto mal amontonados encima de la alfombra. Por algún motivo, ahí era donde deseaba ir. La idea de estar en su habitación, rodeada de sus cosas, hacía palpitar mi corazón con nostalgia. ¿Dónde se encontraría Xavier en ese mismo instante? ¿Se sentía feliz o triste? ¿Pensaba en mí? Lo que sí sabía con certeza era que Xavier poseía la clase de honradez que convertía en héroe a un ser mortal. Él nunca abandonaría a ninguno de sus amigos en caso de que necesitaran ayuda, y tampoco me abandonaría a mí.

Sentí frío, y me di cuenta de que las ascuas de la chimenea se estaban apagando. Me abrigué con la colcha de color burdeos que había al pie de mi cama. Las velas estaban casi consumidas y proyectaban unas sombras alargadas sobre las paredes.

Haber llegado a la conclusión de que no me dejarían abandonada en el sofocante reino de Jake me hacía sentir un poco más tranquila. En cuanto noté que me invadía el sueño, concentré toda mi energía en establecer contacto con Xavier. El cuerpo se me hizo más pesado y, a pesar de ello, sentí una levedad indescriptible. No pude detectar el momento exacto en que se produjo la separación, en que materia y espíritu siguieron caminos distintos, pero supe que empezaba a suceder cuando me di cuenta de que las cosas de mi habitación se me aparecían borrosas. De repente, me encontré con el yeso del techo delante de la nariz. Lo único que tenía que hacer era abandonarme e ir a la deriva.

Viajé como una vibración sonora en el tiempo y el espacio, por encima del agua, hasta que llegué al punto de destino. Me encontré de pie en el dormitorio de Xavier. No fue exactamente un aterrizaje, sino más bien como un golpe de viento que penetra por el resquicio de la puerta. Xavier estaba tumbado boca abajo sobre la cama, con la cara hundida en la almohada. Ni siquiera se había molestado en quitarse los zapatos. En el suelo había un ejemplar de la revista de Princeton Las mejores 371 universidades. La madre de Xavier, Bernie, también había conseguido un ejemplar para mí y había insistido en que elaboráramos una lista de nuestras diez preferidas. Sonreí al recordar la conversación que mi novio y yo habíamos mantenido hacía solamente unos días, antes de la fiesta de Halloween. Estábamos tumbados sobre el césped y leíamos en voz alta los datos más interesantes de las universidades de nuestra lista.

—Iremos a la misma universidad, ¿vale? —había dicho Xavier. Era más una afirmación que una pregunta.

—Eso espero —contesté—. Pero supongo que eso depende de que ellos no quieran destinarme a otro lugar.

—Que no se metan en nuestros asuntos. No quiero oír nunca más «depende», Beth —dijo Xavier—. Les explicaremos qué queremos. Hemos pasado muchas cosas juntos y nos hemos ganado ese derecho.

—De acuerdo —repuse, y lo dije en serio.

Tomé el pesado ejemplar que Xavier tenía entre las manos y pasé las páginas con indiferencia.

—¿Qué tal Penn State? —pregunté, mientras buscaba en el índice.

—¿Estás de broma? A mis padres les daría un ataque.

—¿Por qué? ¿Qué tiene de malo?

—Dicen que es un desmadre.

—Pensaba que elegías tú.

—Y así es, pero eso no significa que ellos no prefieran alguna de la Ivy League, que por algo son las mejores. O por lo menos, una como Vanderbilt.

—¿La Universidad de Mississippi? —pregunté—. Molly y las chicas han solicitado su admisión allí. Quieren entrar en una hermandad femenina.

—¿Tres años más con Molly? —Xavier arrugó la nariz en broma.

—Me gusta Ole Miss —dije con expresión soñadora—. ¿Qué te parece? Además, Oxford sería como esto, nuestra pequeña ciudad.

Xavier sonrió.

—Me gusta la idea. Y está cerca de casa. Ponla en la lista.

Volvía a oír toda esa conversación mentalmente, como si la hubiéramos mantenido el día anterior. Y ahora Xavier estaba ahí, tirado sobre la cama, y todos sus planes de futuro habían sido abandonados. Xavier se dio la vuelta para tumbarse de espaldas y clavó la vista en el techo. Se quedó sumido en sus pensamientos. Su rostro mostraba claras señales de agotamiento. Lo conocía lo suficiente para adivinar cómo se sentía. En ese momento estaba pensando: «¿Y ahora, qué? ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Qué más puedo hacer?». Xavier tenía una parte racional muy marcada, por eso mucha gente acudía a él en busca de consejo. Incluso algunos estudiantes a quienes no conocía mucho habían ido a pedirle opinión sobre qué clase de programa preuniversitario debían seguir, o qué deporte debían probar. Fuera cuál fuese la pregunta, casi nunca se sentían defraudados: Xavier tenía la asombrosa capacidad de analizar un problema desde todos los puntos de vista, y cuanto más complicado era, más decidido estaba a resolverlo.

Pero las dificultades a las que se enfrentaba en ese momento lo superaban completamente. No encontraba respuestas, y yo sabía que eso lo estaba matando. Xavier no estaba acostumbrado a sentirse incapaz.

Pensé en todo lo que hubiera deseado decirle en ese momento: «No te preocupes. Encontraremos una solución. Siempre lo hacemos. Somos invencibles, ¿recuerdas?». Me sentí extraña, pues era como si nuestros papeles se hubieran invertido. Esta vez era yo quien quería ayudar a Xavier. Me impulsé hacia delante hasta quedar a pocos centímetros de su rostro. Sus ojos, entrecerrados, parecían dos briznas de cielo, pero la melancolía les había arrebatado su brillo habitual. Su cabello castaño se desparramaba sobre la almohada. Tenía las pestañas empapadas de lágrimas. La emoción que me embargó fue tan fuerte que estuve a punto de alejarme. Xavier nunca se mostraba así. Sus ojos siempre estaban llenos de vida, incluso cuando se ponía serio. Su mera presencia iluminaba el espacio a su alrededor. Era el delegado de Bryce Hamilton, todos los miembros de la escuela lo querían y lo respetaban. Era la única persona de quien nadie hablaba mal nunca. No soportaba verlo derrotado.

De repente, unos suaves golpes en la puerta me sobresaltaron tanto que volé al otro extremo de la habitación. Al hacerlo, levanté una corriente de aire tan fuerte que estuvo a punto de tumbar una silla, pero Xavier no se dio cuenta. Al cabo de unos instantes, la puerta se abrió un poco y Bernie sacó la cabeza por ella con expresión de disculpa por la interrupción. Al ver a su hijo tumbado sobre la cama con esa apatía puso un gesto de preocupación, pero rápidamente lo disimuló con una alegría fingida. El amor que sentía por su hijo y el intenso deseo de protegerlo eran patentes en la expresión de su rostro. Xavier era tan guapo que hubiera podido ser un ángel, pero la profunda tristeza que mostraba me daba miedo.

—¿Quieres que te traiga algo? —preguntó Bernie—. Casi no has probado la cena.

—No mamá, gracias. —La voz de Xavier sonaba hueca, sin vida—. Solo necesito dormir un poco.

—¿Qué te sucede, cariño? —Bernie se acercó despacio a la cama y se sentó a su lado. Se la veía indecisa: quizás invadir la intimidad de su hijo adolescente cuando estaba tan preocupado no fuera una idea sensata. La falta de reacción de Xavier indicaba que deseaba estar solo—. Nunca te había visto así. ¿Es un problema de chicas?

Me di cuenta de que su madre no tenía ni idea de lo que había ocurrido. Él no le había dicho que yo había desaparecido. Supuse que era porque ella habría querido ponerse en contacto con el sheriff y habría preguntado por qué mi desaparición no estaba siendo investigada.

—Se podría decir así —repuso Xavier.

—Bueno, esas cosas acaban resolviéndose por sí mismas —dijo ella, poniéndole una mano en el hombro con suavidad—. Ya sabes que tu padre y yo siempre estaremos aquí si nos necesitas.

—Lo sé, mamá. No te preocupes por mí. Estaré bien.

—No te lo tomes tan en serio —le aconsejó Bernie—. Cuando se es joven todo parece cien veces peor de lo que es. No sé qué ha ocurrido entre tú y Beth, pero no puede ser tan terrible.

Xavier dejó escapar una breve carcajada que no mostraba ninguna alegría. Adiviné lo que estaba pensando. Deseaba decir: «Bueno, mamá, mi novia ha sido raptada por un demonio y antiguo estudiante de Bryce Hamilton, ha sido arrastrada al Infierno a lomos de una motocicleta y ahora mismo no tenemos ni idea de cómo conseguir que regrese. Así que, sí, la verdad es que no es tan terrible».

Pero no lo dijo. Giró la cabeza y la miró.

—Déjalo, mamá —le dijo—. Es un problema mío. Estaré bien.

Vi en sus ojos que no deseaba preocuparla. Mi familia ya se estaba ocupando de ello, no tenía ningún sentido que Bernie también se viera involucrada. Cuanto menos supiera, mejor para todos. Mi desaparición no era algo fácil de explicar, no era el tipo de noticia que uno quiere darle a su protectora madre justo antes de los exámenes de fin de curso.

—De acuerdo —asintió Bernie, y se inclinó para darle un beso en la frente—. Pero Xavier, cariño…

—¿Qué? —Giró la cabeza, pero fue incapaz de aguantar la mirada de su madre.

—Ella volverá. —Bernie le sonrió con expresión de certeza—. Todo se solucionará.

Se puso en pie, salió de la habitación y cerró la puerta con suavidad.

Cuando se hubo marchado, Xavier se abandonó por fin al cansancio. Se quitó los zapatos y se tumbó de lado. Me alegré de que por fin se sumiera en un profundo sueño y de que la tortura de sentirse impotente cesara, por lo menos durante unas horas. Justo antes de que el agotamiento lo venciera por completo, metió la mano por debajo de la almohada y sacó uno de mis suéteres de algodón que yo me ponía las noches de verano. Era de color azul claro y tenía unas pequeñas margaritas bordadas alrededor del cuello. Xavier siempre decía que le gustaba el contraste que hacía con los reflejos caoba de mi cabello. Apartó la almohada a un lado y hundió el rostro en el suéter para inhalar con fuerza. Se quedó así largo rato y, al final, el ritmo de su respiración se hizo más tranquilo y profundo. Se había dormido.

Me senté encima de su cama con las piernas cruzadas y estuve un rato mirándolo igual que hacen las madres con sus hijos enfermos. Al final, los primeros rayos del amanecer cayeron sobre la arrugada ropa de la cama y los párpados de Xavier temblaron un poco.

—¡Es hora de levantarse, muñequita!

¿De quién era esa voz? Xavier todavía no se había despertado, y no se había movido ni había hablado en sueños. Además, no parecía su voz. Miré a mi alrededor, pero en el dormitorio solo estábamos nosotros dos. El sonido metálico de una puerta que se abría me sobresaltó y vi que ante mí se materializaba una puerta contra la cual se apoyaba una figura oscura. De repente supe lo que estaba pasando: mis dos mundos se mezclaban, y eso significaba que tenía que darme prisa. Tenía que regresar en ese mismo instante si no quería que a Jake le extrañara mi dificultad en despertar. Pero ¿por qué era tan difícil irme de allí?

—Dulces sueños, amor mío —susurré a Xavier.

Me incliné y le rocé la frente con mis labios fantasmales. No sabía si él lo había notado o no, pero se movió y pronunció mi nombre todavía dormido. Su rostro se relajó y pareció quedarse más tranquilo.

—Volveré en cuanto pueda.

Me obligué a regresar a mi cuerpo y cuando abrí los ojos vi que Jake me observaba con atención. Iba vestido con un traje negro holgado y ligeramente arrugado. Siempre regresaba al Hades sintiendo una ligera punzada de decepción, pero esta vez, al ver a Jake, fue peor. No me sentía capaz de reunir la energía necesaria para arrastrarme fuera de la cama y enfrentarme a otro día igual de deprimente que el anterior, así que decidí quedarme enroscada bajo las sábanas por lo menos hasta que Hanna viniera a sacarme de allí. Jake no se inmutó ante mi falta de reacción.

—No me había dado cuenta de que todavía estabas dormida. Solo he venido para ofrecerte esta pequeña muestra de mi afecto.

Solté un gruñido y me di la vuelta.

—No se puede ser más tópico.

Jake lanzó una rosa a la cama con una expresión fingida de indignación.

—No deberías insultarme —dijo—. Esa no es forma de hablarle a tu media naranja.

—¡Tú no eres mi media naranja! Tú y yo no somos más que enemigos —respondí.

Jake se llevó una mano al corazón.

—Eso me ha dolido —se quejó.

—¿Qué es lo que quieres? —pregunté con enojo. No podía creer que me hubiera ido del lado de Xavier para esto.

—Me parece que alguien está de mal humor —comentó Jake.

—Me pregunto por qué. —Me resultaba difícil evitar el sarcasmo cuando Jake se comportaba de forma deliberadamente obtusa.

Jake se rio y clavó sus ojos brillantes en los míos. Entonces se acercó a mí con tanta rapidez que casi no me di cuenta hasta que estuvo sobre mí, con el pelo oscuro cayéndole sobre los hombros. Su rostro de rasgos refinados era hermoso en esa luz tenue. Me sorprendió ser capaz de percibir su belleza y, al mismo tiempo, odiarlo con todas las fuerzas que me quedaban. Sus labios sin vida se separaron un poco. Noté que su respiración era agitada. Recorrió mi cuerpo con la mirada, pero en lugar de mostrar una expresión lasciva, frunció el ceño.

—No me gusta verte triste —murmuró—. ¿Por qué no me dejas hacerte feliz?

Lo miré, sorprendida. Jake no solo continuaba invadiendo mi espacio personal a la hora que fuera, sino que su insistencia en hablar de nosotros dos como una pareja empezaba a molestarme.

—Sé que todavía no sientes un vínculo afectivo conmigo, pero creo que podemos trabajar en ello. He pensado que nos ayudaría pasar nuestra relación al siguiente nivel… —Hizo un significativo silencio—. Después de todo, ambos tenemos necesidades.

—Ni lo insinúes —le advertí, sentándome en la cama y fulminándolo con la mirada—. No te atrevas.

—¿Por qué no? Es una expectativa perfectamente natural. Además, mejorará tu ánimo. —Empezó a describir pequeños círculos sobre mis brazos con los pulgares—. Mi habilidad es legendaria. Ni siquiera tendrás que hacer nada. Yo cuidaré de ti.

—¿Te has vuelto loco? No voy a acostarme contigo —dije, indignada—. Además, ¿por qué necesitas eso de mí? ¿Es que no tienes en marcación rápida el número de un sinfín de prostitutas?

—Bethany, querida, no estoy buscando sexo. No hablo de eso. Puedo tener sexo cuando quiera. Lo que deseo es hacerte el amor.

—Deja de hablar así y apártate de mí.

—Sé que me encuentras atractivo. Eso lo recuerdo.

—De eso hace mucho tiempo, antes de saber quién eras.

Aparté la mirada, incapaz de ocultar mi desprecio. Jake se incorporó y me clavó los ojos con enojo.

—Esperaba que pudiéramos llegar a un acuerdo, pero ahora me doy cuenta de que quizá necesites un incentivo para cambiar de opinión.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Significa que tengo que encontrar una propuesta más creativa.

Sus palabras tenían un tono de amenaza que me asustó, pero no estaba dispuesta a permitir que lo supiera.

—No te preocupes en hacerlo. No servirá de nada.

—Ya veremos.

Mis conversaciones con Jake siempre parecían seguir el mismo curso. Él empezaba haciéndome una proposición y cuando yo lo rechazaba, se mostraba vengativo. Parecíamos dar vueltas en círculo. Había llegado el momento de probar otra estrategia.

—Tendrían que cambiar muchas cosas para que llegara a pensármelo —añadí. Detesté dejarme atrapar en su juego de manipulación, pero no tenía alternativa.

El rostro de Jake se iluminó.

—¿Como cuáles?

—Para empezar, tendrás que empezar a respetar mi intimidad. No me gusta que te presentes sin avisar cada vez que te apetece. Quiero tener la llave de mi habitación. Si quieres verme, tendrás que pedírmelo antes.

—De acuerdo. Dalo por hecho. ¿Qué más?

—Quiero poder desplazarme con libertad.

—Beth, parece que no comprendes el peligro que corres ahí fuera. Pero puedo decir al personal del hotel que se aparte un poco.

Me acarició el labio inferior con un dedo y sonrió, complacido por los avances.

—Y hay otra cosa. Quiero regresar… solo durante una hora. Tengo que decirles a mi familia y a Xavier que estoy bien.

Jake se rio.

—¿Es que me tomas por idiota?

—¿Así que no confías en mí?

—No empecemos con estos jueguecitos. Los dos nos conocemos y sabemos que tú no eres buena en ellos.

Percibí un cambio en su actitud y supe que no debía haber mencionado a Xavier. Eso siempre lo sacaba de sus casillas.

—¿Te has dado cuenta de que pasa el tiempo y no sucede nada? —preguntó—. No veo ningún equipo de rescate en el horizonte. ¿Y sabes por qué? Porque es una misión imposible. Encontrar el portal correcto les llevaría años, en caso de que lo consiguieran. Y entonces Xavier no sería más que un montón de tierra cubierta de gusanos. Así que ya lo ves, Beth, no tienes alternativa. Si yo estuviera en tu lugar, aprovecharía las oportunidades que se me presentan. Todo lo que hay aquí es tuyo si lo quieres. Te estoy ofreciendo la oportunidad de ser la reina del Hades. Todo el mundo se inclinaría a tu paso. Piénsalo, es lo único que te pido.

Tenía el estómago hecho un nudo. No sabía cuánto tiempo podría seguir conteniendo a Jake. Él no tenía escrúpulos y yo no sabía qué táctica emplearía conmigo la vez siguiente. Hacía mucho tiempo que se encontraba a mi alrededor y yo ya no tenía esperanzas de poder engañarlo. Pero tenía que asegurarme de que no se adueñara de mi mente. Esa era mi única arma. Tenía que continuar siendo sincera conmigo y ser espiritualmente más fuerte que él. Cerré los ojos y procuré tener pensamientos positivos.

Intenté visualizar cómo se desarrollaría mi rescate del Hades. Imaginé a Gabriel y a Ivy entrando como un vendaval por las puertas del Infierno y llevándome a un lugar seguro. Sus alas, suaves como la seda y tan poderosas que podrían destrozar cualquier muro, me protegerían. Imaginé a Xavier con ellos, pero esta vez convertido en un ángel. Sus alas se extendían a sus espaldas y vibraban con todo su poder. Xavier era glorioso como inmortal. Todo hombre que lo viera le ofrecería eterna lealtad. Esa visión de los tres agentes del Cielo con sus brillantes alas viniendo a rescatarme fue lo único que pudo tranquilizarme y aplacar mis miedos.

Pensar en esto me hizo recordar mis propias alas, que continuaban atadas debajo de mis ropas. Había estado tan absorbida en mis problemas que no había vuelto a pensar en ellas. Me removí, incómoda, deseando desplegarlas. Jake me miró con suspicacia.

—Sucumbirás a mí, Beth —dijo, mientras se dirigía hacia la puerta—. Es solo cuestión de tiempo.

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