Hades

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16. Un corazón

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Un corazón

Cada vez me resultaba más difícil permanecer con ellos. Parecía que mi espíritu se estuviera disolviendo poco a poco, deseoso de regresar a mi cuerpo. Pero las palabras de Ivy no paraban de darme vueltas en la cabeza. ¿Era posible que mi rapto fuera una señal de que algo terrible iba a suceder?

A diferencia de Xavier, yo no culpaba a Gabriel por lo que había dicho: mi hermano se limitaba a decir las cosas tal como las veía. Era verdad, yo había aceptado la oferta de Jake. Y aunque lo había hecho sin tener conciencia de ello, eso no parecía tener importancia. Sabía que Gabriel siempre confiaba en la mejor de las posibilidades, pero al mismo tiempo debía tener en cuenta todas las opciones. Deseé que mi hermano pudiera ser más diplomático, por el bien de Xavier, pero no podía ocultar la verdad: había sido creado para personificarla y protegerla. Xavier no comprendía eso y yo me daba cuenta de que se sentía frustrado. Estaba acostumbrado a que Ivy y Gabriel siempre tuvieran una respuesta para todo, pero esta vez las cosas eran diferentes y eso lo asustaba.

Xavier estaba cada vez más inquieto. Se sentó pero tuvo que volver a levantarse de inmediato: tenía todo el cuerpo tenso como un arco y la energía contenida en él era casi palpable.

—Yo vi a Bethany —dijo después de un largo silencio. Hablaba con gran emoción y en voz muy baja—. Tú no estabas allí, tú no viste su expresión cuando se dio cuenta de con quién estaba. Cuando supo lo que estaba ocurriendo, se sintió aterrorizada. Quise ayudarla, pero era demasiado tarde. Intenté salvarla…

La voz se le ahogó y clavó la mirada en sus manos con gesto abatido.

—Claro que lo intentaste —intervino Ivy. Ella siempre se mostraba más comprensiva con Xavier que Gabriel—. Conocemos a Bethany y confiamos en ella. Pero eso no importa ahora. Jake ha ganado: ahora ella está en su poder. La situación es delicada y la verdad es que no hay una forma fácil de hacerla regresar.

Gabriel se mostró menos inclinado a dulcificar los hechos:

—Si existe una manera de entrar en la dimensión conocida como Infierno, nunca me han hablado de ella. Ningún ángel ha regresado nunca de ese lugar desde que enviamos a Lucifer al mundo subterráneo.

—Me ha parecido que has dicho que tenemos que encontrar un portal.

Xavier apretaba los labios con fuerza, luchando por controlar sus emociones. Verlo de esa manera me hizo saltar las lágrimas. Deseaba ardientemente rodearlo con los brazos, acariciarle el rostro, consolarlo, susurrarle que estaba viva y que, a pesar de que estaba en el mundo subterráneo, no había dejado de pensar en él ni un momento.

—Sí, lo he dicho —asintió Gabriel—. Pero eso es más fácil de decir que de hacer.

Mi hermano volvía a mostrar su habitual expresión distante en la mirada y supe que tenía la cabeza en otro lado, en su propio mundo contemplativo. A pesar de las dudas que le había oído expresar, yo confiaba en Gabriel. Sabía que si había alguna manera de rescatarme, él sería quien la descubriera.

—No lo comprendo. Si Jake rompe las reglas, ¿por qué no podemos nosotros? —insistió Xavier.

—Si Jake engañó a Bethany para que confiara en él, no rompió ninguna regla —puntualizó Ivy—. Hace siglos que los demonios manipulan las almas y las condenan al Infierno.

—Entonces tenemos que jugar sucio —dijo Xavier.

—Exacto. —Ivy le puso una mano en el hombro—. ¿Por qué no dejas de preocuparte un rato? Deja que nosotros lo pensemos. Quizás este viaje a Tennessee arroje alguna luz en todo esto. Lo que le ha sucedido a Bethany, el hecho de que un ángel del Señor sea arrastrado al Infierno, no tiene precedentes. No existe ningún reglamento que consultar. ¿Comprendes lo que quiero decir?

—Creo que puede ser una señal —intervino Gabriel, que parecía haber regresado al presente.

—¿Qué tipo de señal? —preguntó Xavier.

—De que el poder de Lucifer está creciendo. Podría ser una señal de su dominio creciente, incluso aunque se manifieste a través de Jake. Tenemos que pensarlo con atención. Precipitarnos podría empeorarlo todo. Por eso Miguel nos envía a ver a esa persona.

—Mirad, quedarnos aquí tomando el té no va a ayudar a Beth. Vosotros dos podéis pasaros todo el tiempo que queráis discutiendo generalidades, pero para mí se trata solamente de ella, y voy a hacer todo lo que haga falta para traerla de nuevo a casa. Si no estáis conmigo, me encargaré yo solo.

Xavier se levantó con intención de salir y por un momento me entró el pánico al pensar que pudiera cometer alguna insensatez. Pero Gabriel fue rápido como el rayo: se colocó delante de él impidiéndole el paso.

—Tú no te vas a encargar de nada. —El tono de Gabriel helaba la sangre—. ¿Queda claro? Controla tu testosterona un minuto y escucha. Sé que quieres que Beth regrese, todos lo queremos, pero que actúes como un superhéroe no le va a servir de nada.

—Y quedarnos sentados como si no pudiéramos hacer nada tampoco. Beth me dijo una vez que tu nombre significa «guerrero de Dios». Vaya guerrero has resultado ser.

—Vigila lo que dices —lo advirtió Gabriel con los ojos encendidos de enojo.

—¿O qué? —Xavier estaba furioso.

Sabía que podía estallar en cualquier momento y hacer algo de lo que luego se arrepentiría. Deseé poder decirle que Gabriel tenía razón. Aunque yo lo amaba por su lealtad y su determinación, también sabía que eso no se podía resolver solamente con el valor. En el fondo estaba convencida de que Gabriel tenía un plan, o por lo menos confiaba en ello. Xavier tenía que darle tiempo para que pensara.

Gabriel continuaba cerrándole el paso a Xavier. Ambos se miraban y entre ellos crecía la tensión. Al final, fue mi novio el primero en ceder.

—Necesito salir de aquí y despejarme un poco —dijo mientras empujaba a Gabriel a un lado.

—De acuerdo —dijo Ivy alzando la voz—. Te esperaremos.

Xavier bajó rápidamente los escalones de arena que conducían a la playa. Lo seguí. Intentaba enviarle rayos de energía tranquilizante con la esperanza de que los sintiera. Cuando llegó a la playa, pareció relajarse un poco. Respiró profundamente unas cuantas veces y al final exhaló con alivio. Se dirigió directamente hacia la orilla y allí se detuvo con las manos en los bolsillos, mirando el mar. Se balanceaba de una pierna a otra intentando apaciguar su inquietud. Si consiguiera dejar de pensar que había fracasado, yo dispondría de una oportunidad para comunicarle mi presencia. Xavier tenía que dejar de lamentar mi desaparición y liberar sus pensamientos.

En ese momento, como si me hubiera leído la mente, Xavier se quitó el suéter y lo tiró al suelo. Hizo lo propio con los zapatos y los dejó a un lado. Se quedó solamente con el pantalón corto y una camiseta blanca. Miró hacia la playa vacía, inhaló con fuerza y arrancó a correr. Yo corrí a su lado en mi forma de espíritu, llena de júbilo por su respiración acelerada y los latidos de su corazón. Ese fue el momento en que me sentí más cerca de él desde nuestra separación. Los movimientos de Xavier eran elegantes como los de un atleta bien entrenado. El deporte siempre había sido su válvula de escape y me daba cuenta de que su tensión se iba disipando. Ahora, su mente podía concentrarse en otra cosa que no fuera mi desaparición: el ejercicio lo ayudaba. Su rostro tenía una expresión menos cansada y su cuerpo se movía libremente. Los músculos de sus pantorrillas y de sus hombros se veían perfectamente definidos. Casi me resultaba posible sentir el peso de su cuerpo cayendo sobre la arena con pasos acompasados y ágiles. No supe cuánto tiempo llevaba corriendo, pero se detuvo cuando el pueblo no era más que una mancha en la distancia. En ese momento el sol ya empezaba a ponerse tiñendo el océano de color rojo. Xavier, con la respiración agitada, esperó a que el corazón recuperara el ritmo normal. Ya no pensaba en nada: seguramente era la primera vez en muchas semanas que tenía la cabeza completamente despejada. Me di cuenta de que no podía perder ni un minuto, tenía que aprovechar esa oportunidad. El Peñasco se encontraba a nuestras espaldas, no muy lejos del lugar en que yo le había revelado mi identidad a Xavier y había desplegado mis alas para lanzarme a volar desde el acantilado. Me pregunté si hice lo correcto: desde ese momento le había complicado la vida de forma irrevocable. Había atado su existencia a la mía y lo había cargado con unos problemas a los que nunca se hubiera tenido que enfrentar.

Observé el rostro de Xavier, que ahora se encontraba solamente a unos centímetros de donde hubiera estado el mío si mi presencia hubiera sido física. Vi que la expresión de su cara se ensombrecía y que su cuerpo recuperaba la temperatura normal. El ejercicio físico le había proporcionado un alivio temporal, pero pronto volvería a sentirse angustiado por todo lo que creía haber hecho mal. Se me terminaba el tiempo. Me alejé hasta quedar a unos cuantos metros por encima de él, cerré los ojos y me concentré en canalizar toda mi energía hacia el punto en que habría estado mi corazón a su lado. Imaginé que concentraba mi energía formando una bola que giraba a una gran velocidad. Esa bola contenía todo mi amor, todos mis pensamientos, todo mi ser. Y entonces, corrí. Corrí directamente hacia Xavier, que ahora contemplaba el océano con los pies medio enterrados en la arena. Me precipité contra él como un proyectil y la bola de energía estalló contra él como una oleada de marea cósmica. Fue como si su cuerpo se hiciera líquido y yo pudiera pasar a través de él. Por una décima de segundo sentí su ser dentro de mí, mi esencia y la suya fundidas. Durante ese brevísimo instante compartimos un solo corazón, un único cuerpo. Y entonces, todo pasó.

Xavier parecía aturdido y, sin poder comprender qué había ocurrido, se llevó una mano al corazón. Adiviné en su rostro el proceso de su razonamiento: esperaba no haberlo alarmado creyendo que sufría un ataque al corazón. Xavier tardó unos minutos en aceptar todo lo que le había pasado y entonces su expresión de confusión dio lugar a una de felicidad absoluta. Al ver que miraba a su alrededor buscándome, supe que lo había hecho bien. ¡Estaba orgullosa de mí misma y de haberlo conseguido en el primer intento! Solamente había sido un pequeño paso, pero lo había dado: había establecido contacto.

Xavier miró directamente hacia donde me encontraba yo, físicamente invisible pero espiritualmente más presente que nunca. Sus ojos claros de color turquesa parecieron clavarse en los míos y sus labios esbozaron una sonrisa.

—Beth —murmuró—. ¿Por qué has tardado tanto?

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