Hades

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26. No ver el mal, no oír el mal

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No ver el mal, no oír el mal

Al principio me pareció que la hermana Mary Clare era una mujer común, quizás un poco tensa y desconfiada al ver a unos extraños a la puerta de su dormitorio, pero una mujer de todas formas. Llevaba un camisón de algodón que le llegaba a las rodillas, y habría sido hermosa si no hubiera estado desaliñada y manchada de sangre seca. El cabello negro le caía desmañadamente sobre los hombros y se encontraba agachada frente a la chimenea, agarrando puñados de hollín que esparcía por el suelo de madera. Tenía las rodillas arañadas y llenas de cortes, como si se hubiera arrastrado por el suelo. Si mi presencia hubiera sido física, habría acudido en su ayuda de inmediato, la habría ayudado a ponerse en pie y la habría consolado. Miré a Ivy y a Gabriel, que no se movían, y comprendí el motivo al ver que los ojos que nos escrutaban no eran los de la hermana Mary Clare. Los demás también se dieron cuenta: Molly ahogó un grito y se escondió un poco detrás de Xavier, cuyo rostro delataba emociones contradictorias: pasaba de la incredulidad y la pena a la repugnancia, y de nuevo a la pena, en cuestión de segundos. Nunca se había encontrado con algo así y no sabía cuál era la reacción adecuada.

La joven monja, que no podía tener más de veinte años, parecía más un animal que un ser humano. Su rostro era una máscara grotesca y sus ojos, grandes y negros, no parpadeaban. Tenía los labios agrietados e hinchados, y se le veían las marcas de habérselos mordido. En la piel de sus brazos y de sus piernas se leían unos complicados signos. La habitación no se encontraba en mejores condiciones: el colchón y la ropa de cama estaban hechos trizas, y por el suelo y el techo se veían unos profundos surcos; también en las paredes aparecían unos signos antiguos que fui incapaz de descifrar, y unas manchas de café en las paredes me hicieron preguntarme cómo habían llegado allí hasta que me di cuenta de que no se trataba de café, sino de sangre. El demonio ladeó la cabeza, como un perro curioso, y paseó la mirada por los visitantes. Se hizo un largo silencio hasta que volvió a gruñir, rechinando los dientes y girando la cabeza rápidamente de un lado a otro en busca de una escapatoria.

Ivy y Gabriel, al unísono, apartaron a los demás y entraron majestuosamente en la habitación. El demonio los miró con ojos desorbitados y escupió con ferocidad. La saliva se le mezclaba con la sangre de la mordedura que se había hecho en la lengua. Me di cuenta de que no tenía necesidad de parpadear y que, por tanto, tenía una precisa capacidad de observación. Ivy y Gabriel se dieron la mano, y el demonio soltó un chillido como si ese gesto le hubiera provocado un dolor insoportable.

—Tu tiempo en la Tierra ha terminado.

Gabriel clavó su mirada férrea en la criatura y su voz sonó autoritaria y llena de rectitud. El demonio lo observó un instante, hasta que lo reconoció y sonrió de forma horripilante, descubriendo unos dientes molidos hasta las encías.

—¿Qué vais a hacer? —preguntó en tono de burla con una voz increíblemente aguda y chirriante—. ¿Derrotarme con agua sagrada y un crucifijo?

Ivy, sin cambiar de actitud, respondió:

—¿De verdad crees que necesitamos algún juguete para destruirte? —Su voz sonaba como el agua cristalina que fluye sobre las piedras de un río—. El Espíritu Santo vive en nosotros y pronto va a llenar esta habitación. Serás lanzado de nuevo al abismo del que saliste.

El demonio estaba alarmado, pero no lo demostró. Prefirió cambiar de tema:

—Sé quiénes sois. Uno de los vuestros nos pertenece ahora. La pequeña…

Por un momento pareció que Xavier quisiera avanzar para ir a pegarle, pero Molly lo sujetó por el brazo y él apartó la mirada de la criatura.

—Conoce nuestras debilidades —oí que murmuraba, como si recitara un mantra—. Juega con nuestras debilidades.

Aunque Xavier no había tenido nunca la experiencia directa de una posesión, había aprendido bastante en la escuela dominical y sabía cómo trabajaba el Diablo.

—Es curioso que lo menciones —repuso Gabriel—. Exactamente de eso queríamos hablarte.

—¿Pensáis que soy un soplón? —preguntó el demonio entre dientes.

—Lo serás —replicó Ivy en tono amable.

Los ojos del demonio relampaguearon y, de repente, una potente corriente de aire levantó a Xavier del suelo, lanzándolo contra la pared. Volvió a caer sobre los tablones de madera y una fuerza invisible empezó a arrastrarlo por el suelo.

—¡Detente! —chilló Molly, intentando sujetarlo.

—¡Molly, no! —gritó Xavier que, arrastrado por esa fuerza invisible, fue a golpearse contra la cama de hierro—. Quédate ahí.

—Tú amenazas, yo amenazo —se burló el demonio viendo cómo Xavier se debatía contra su poder.

—Basta. —Gabriel levantó una mano hacia la criatura, mostrándole la palma con un gesto como si le empujara. Esta soltó un chillido y se retorció de dolor. Estaba claro quién tenía más poder—. No estamos interesados en estos juegos —dijo mi hermano, amenazador—. Queremos encontrar un portal.

—¿Habéis perdido la cabeza? —rugió el demonio—. ¿Ya tenéis pensado cuál es vuestro último deseo antes de enfrentaros a la muerte?

—Hemos venido a reclamar a nuestra hermana —dijo Ivy—. Y tú nos vas a decir cómo encontrarla.

—¡Atrévete! —soltó el demonio.

—Si insistes…

Un sonido como de sordos fuegos de artificio llenó la habitación. De los dedos de Ivy empezaron a proyectarse unos rayos de luz blanca que, dirigida con los movimientos de su mano, penetraron en el cuerpo de la criatura y le produjeron descargas eléctricas. El demonio soltó un aullido de fiera herida y arqueó el torso.

—¡Basta! —gritó—. ¡Basta! ¡Basta!

—¿Nos dirás lo que queremos saber? —preguntó Ivy.

Mi hermana continuó moviendo la mano de tal forma que los rayos de luz perforaron su cuerpo más profundamente, y el demonio empezó a chillar con más fuerza. Ivy había elegido bien ese método, pues la Luz Sagrada podía herirle, pero no hacía ningún daño al cuerpo de la hermana Mary Clare.

—Sí —chilló la criatura—. Os ayudaré. ¡Basta!

Ivy cerró la mano en un puño y la luz se apagó. El demonio cayó al suelo, exhausto.

—Son fáciles de persuadir, ¿eh? —refunfuñó Gabriel.

—No tienen ningún sentido de la lealtad —repuso mi hermana con desdén mientras rodeaba al demonio—. ¿Dónde está el portal más cercano? —preguntó.

—No importa —contestó él con voz ronca—. Nunca conseguiréis atravesarlo.

—Responde la pregunta —dijo Gabriel—. ¿Cómo has llegado hasta aquí?

—¿Por qué no me mandáis de regreso? —El demonio intentaba evadirse—. Eso es lo que habéis venido a hacer, ¿no? ¿De verdad vais a permitir que me regodee con el cuerpo de esta pobre chica solo para conseguir vuestro propósito? —Chasqueó la lengua como si se sintiera decepcionado—. Vaya unos ángeles.

Entonces Gabriel dibujó en el aire el signo de la cruz con gran lentitud. Cuando acabó, parecía que tenía algo en la mano. Y, de repente, lo lanzó contra el demonio. Aunque era un objeto invisible golpeó a la criatura con una fuerza tal que soltó un chillido y empezó a sacar espuma por la boca.

—En Alabama hay un sitio llamado Broken Hill —dijo sin aliento—. Hay una estación de tren. Años atrás hubo un accidente ferroviario y murieron sesenta personas. El portal más cercano se encuentra allí.

—¿No hay un portal en Venus Cove? —intervino Xavier—. El que utilizó Jake para llevarse a Beth.

—Un demonio poderoso puede conjurar un portal a voluntad —contestó Gabriel—. Jake abrió un portal temporal para conseguir su objetivo.

—Si hubo un accidente de tren en Broken Hill, podría ser cierto —dijo Ivy—. Los sucesos traumáticos que provocan la muerte de personas inocentes pueden causar la aparición de un portal. —Dudó un momento y continuó—: Pero podría habernos mentido. Gabe, ¿puedes penetrar en su mente y saber si ha dicho la verdad?

La idea de entrar en la mente de esa criatura llenaba de repulsión a Gabriel. Una vez, mi hermano me contó que la mente de los demonios era muy densa y estaba llena de una sustancia negra como el alquitrán; por eso los exorcismos resultaban tan agotadores para los seres humanos, porque cuando esa sustancia entraba dentro de ellos, se les quedaba adherida. Se pegaba como la cola, infectándolos e invadiéndolos como si fueran hongos hasta que la persona acababa por pertenecerles. Algunos seres humanos no sobrevivían a esa experiencia, se sentían divididos por la mitad, pero una parte de ellos no quería separarse de eso. Era como el juego de tirar de la cuerda, y la cuerda era el cuerpo humano. Sabía que cuando mis hermanos hubieran obtenido la información que buscaban tendrían que arrancar a ese demonio de la hermana Mary Clare. No quería presenciarlo, pero tampoco podía apartar la mirada. Gabriel cerró los ojos mientras el demonio se llevaba las manos a la cabeza, atormentado, como si lo hubiera asaltado una repentina migraña. Al cabo de unos momentos mi hermano salió de su mente con una expresión de disgusto en sus perfectas facciones.

—Está diciendo la verdad —aseguró.

—Así, si encontramos el portal, ¿podremos traer a Beth de regreso? —preguntó Xavier.

—Ojalá fuera tan fácil —dijo el demonio, riendo socarronamente—. Nunca podréis atravesarlo.

—Siempre existe una manera —repuso Ivy en tono ecuánime.

—Ah, sí —se burló él—. Aunque yo no intentaría ningún truco para entrar. Quizás os encontréis con que no podéis salir.

—Nunca empleamos trucos —contestó Gabriel.

—También podéis negociar su entrega —sugirió la criatura con una sonrisa maliciosa y los ojos clavados en Xavier—. Entregadlo a él a cambio. Tú lo harías, ¿verdad, chico? Lo veo en tus ojos. Sacrificarías tu alma para salvarla. Es un precio muy alto para alguien que ni siquiera es humano. ¿Cómo sabes incluso que ella tiene un alma? Ella es como yo… solo que trabaja para una empresa rival.

—Yo de ti cerraría la boca.

Xavier se apartó el cabello de la cara y vi que llevaba el anillo de prometidos en el dedo. Con esa camiseta negra y esos tejanos no tenía un aspecto tan celestial como mis hermanos, pero era alto y fuerte y estaba completamente cabreado. Me di cuenta de que tenía ganas de borrar esa sonrisa maliciosa del rostro de ese demonio, pero Xavier nunca pegaría a una chica, ni siquiera a una que estuviera poseída.

—He tocado un punto flaco, ¿eh? —se mofó la criatura.

Pensé que Xavier se lanzaría contra él, pero en lugar de eso vi que se relajaba y se apoyaba en la pared mirando con frialdad a esa criatura.

—Siento pena por ti —le dijo, pronunciando despacio—. Supongo que no tienes ni idea de lo que es ser amado por alguien. Pero tienes razón en una cosa: Beth no es humana, porque los humanos tienen un alma y todo el tiempo tienen que esforzarse para no perder el contacto con ella. Para ellos, cada día es una lucha para escuchar a su conciencia y hacer lo adecuado. Si conocieras a Beth sabrías que ella no tiene un alma, que es alma. Está llena de alma, más de lo que podría estarlo nunca ningún ser humano. Pero tú eso no lo sabes, porque lo único que has conocido es el vacío y el odio. Pero eso no ganará al final… ya lo verás.

—Eres muy gallito para ser un humano —repuso el demonio—. ¿Cómo sabes que el destino no te va a tentar y no te vas a convertir en un alma oscura y retorcida como yo?

—Oh, no creo que eso suceda —contestó Ivy sonriendo—. Su alma ya está marcada y es uno de los nuestros. Xavier tiene un asiento reservado en el Cielo.

—Bueno, si no os importa —cortó mi hermano—, acabemos con la cháchara.

Me pareció que el demonio sabía lo que se le avecinaba, porque arqueó el torso como un gato y siseó con furia. Molly, que continuaba en la puerta de entrada, se agachó como si creyera que todo lo que había en la habitación fuera a salir volando por los aires.

—¿Ahora viene cuando empezáis a hablar en latín? —preguntó, temblando.

Gabriel la miró.

—Métete bajo la cama, Molly. No hace falta que veas esto.

—No pasa nada —dijo ella, negando con la cabeza—. He visto El exorcista.

Mi hermano rio sin ganas.

—Bueno, esto es un poco distinto —repuso—. Los humanos necesitan emplear plegarias y rituales para expulsar a un demonio y devolverlo al Infierno. Pero nosotros somos más fuertes.

Entonces levantó una mano, Ivy entrelazó los dedos de la suya con la de él y los dos, al mismo tiempo, desplegaron las alas. Estas ocuparon todo el espacio de la habitación y proyectaron una sombra a su alrededor. Xavier y Molly miraron boquiabiertos la luz que emanaba de sus alas, envolviéndolos. Pareció que los cuerpos de mis hermanos vibraban y se elevaban un poco del suelo. Gabriel dijo:

—En el nombre de Cristo Nuestro Señor y de todo lo que es Sagrado, yo te ordeno que te vayas. Devuelve este cuerpo terrenal a las manos de Dios y regresa al foso de fuego al que perteneces.

El demonio empezó a girar la cabeza a un lado y a otro con frenesí, como atacado por algún mal. La luz dorada se acercaba a él, hermosa para el ojo humano, pero mortal para cualquier agente de la oscuridad. Intentó escapar por entre mis hermanos, pero esa luz actuaba como un campo de fuerza que le impedía el paso. La criatura avanzaba y retrocedía con gestos violentos, pero no conseguía encontrar una escapatoria. Al ver que la luz estaba a punto de alcanzarlo se tiró al suelo, y entonces esa nube refulgente descendió sobre él. El cuerpo de la hermana Mary Clare empezó a humear por la nariz y se oyó una especie de silbido, como el que emite la carne al ser puesta al fuego de la barbacoa. Molly, aterrorizada, observaba con la boca abierta lo que estaba sucediendo y se cubría los oídos para no escuchar los ahogados gritos del demonio. Xavier se había puesto pálido y lo miraba todo con expresión de dolor. El cuerpo de la monja, en el suelo, se arqueó hacia arriba y se agitó de forma convulsa. Entonces apareció un bulto en su abdomen que fue subiendo hacia arriba, por el pecho, como un horrible tumor, hasta que oímos un chasquido seco que se mezcló con los jadeos y los gruñidos del demonio. Ese bulto continuó subiendo por la garganta y la monja abrió la boca y empezó a toser y a querer regurgitar. Mis hermanos intensificaron la concentración y la luz se arremolinó alrededor del cuello. Al final, una sustancia negra y densa empezó a salirle por la boca y se deslizó por su rostro hasta caer al suelo formando un charco.

Finalmente Ivy bajó la mano, plegó las alas y se dejó caer de rodillas al suelo, agotada. Gabriel se arrodilló ante el cuerpo de la monja. Libre por fin de esa venenosa criatura que la había poseído, la hermana Mary Clare se veía muy distinta: la malignidad había dado paso a una expresión de liberación, a pesar del dolor que debía de sentir. Todavía tenía el rostro amoratado y contusionado, pero pudo entreabrir los ojos. Vi que los tenía de color azul. Suspiró, aliviada, y dejó caer la cabeza a un lado. Gabriel parecía preocupado mientras le buscaba el pulso en el cuello. Al cabo de un momento levantó la cabeza y miró a Ivy.

—No está bien.

Mi hermana se deslizó a su lado y los dos empezaron a atender a la monja Mary Clare. Gabriel le curaba las heridas físicas, e Ivy procuraba penetrar más profundamente en su alma, para que recuperara la salud y poder devolverla a las manos de Dios. No me era posible imaginar en qué estado debía de encontrarse su alma después de haber compartido su cuerpo con un demonio durante meses. Debía de ser casi irreconocible, pero sabía que si alguien era capaz de ayudarla, era un serafín. Gabriel le tocó las mejillas y los moratones y contusiones empezaron a desaparecer. Luego le pasó un dedo por los labios y las heridas se le cerraron. Mientras, la hermana Faith se había apresurado a traer un trapo mojado para limpiarle la sangre seca de la boca y la barbilla. Cuando Gabriel apartó las manos de su rostro, vi que la monja también había recuperado los dientes. Mi hermano no le dejó ninguna señal física que pudiera recordarle el tormento que había soportado. Pero aunque su cuerpo había recuperado la salud física, la monja no respiraba. Ivy continuaba agachada a su lado, con los ojos cerrados y temblando por el esfuerzo. Gabriel le puso las manos en los hombros para tranquilizarla. Hacer regresar a un alma de las puertas de la muerte era un trabajo agotador incluso para un ángel con la fortaleza de Ivy, y hasta yo me daba cuenta de que a la hermana Mary Clare no le quedaba casi ninguna posibilidad. Cuando la muerte se lleva un alma, es casi imposible que esta regrese: permanece en posesión de aquella hasta que o bien el Cielo o bien el Infierno la reclaman. Si no es reclamada, el alma cae en el Limbo, como un deshecho.

Ivy tenía que penetrar en el túnel del inconsciente de la hermana Mary Clare y convencerla de que volviera antes de que se le escapara para siempre. Imaginé que la mente de la monja sería como una marabunta de alimañas envenenadas por ese diablo que había habitado su cuerpo durante tanto tiempo. La muerte estaba muy cerca de ella, todos nos dábamos cuenta. Seguramente debía de estar al borde de ella, y se negaba a regresar a una vida que le había provocado un sufrimiento tal. El túnel de la muerte te arrebata la vida, quiere que te rindas. Quiere que te entregues. Por supuesto, la oscuridad no podía hacerle nada malo a mi hermana, pero sí quitarle la energía. Estar dentro de la mente infectada de la hermana Mary Clare tenía su precio.

Al final, después de lo que pareció una eternidad, Ivy soltó la mano de la monja y los ojos de esta parpadearon un poco hasta que se entreabrieron. Inmediatamente inhaló con fuerza, aunque entrecortadamente, como alguien a quien hubieran obligado a estar debajo del agua demasiado tiempo.

—¡Oh, loado sea el Señor! —gritó la hermana Faith—. Gracias, que Dios te bendiga.

La monja mayor ayudó a incorporar a Mary Clare y la abrazó con fuerza. La muchacha miró a su alrededor con expresión de confusión. En ese momento me di cuenta de lo joven que era, debía de tener poco más de veinte años. La piel de su rostro era clara y tenía la nariz llena de pecas.

—¿Qué… qué ha pasado? —tartamudeó. Se llevó la mano hasta el pelo, enmarañado y lleno de sangre seca.

La hermana Faith se mostró sorprendida.

—¿No recuerda nada?

—Está bajo los efectos de la conmoción —contestó Gabriel—. A partir de ahora le vendrán imágenes y pesadillas de lo que ha sucedido. Necesitará su ayuda.

—Por supuesto. —La hermana Faith asintió con la cabeza vigorosamente—. Lo que necesite.

—Ahora mismo precisa de una ducha —repuso mi hermano—. Y luego métala en la cama. —Miró a su alrededor y añadió—: ¿Puede llevarla a descansar a algún otro lugar mientras limpian todo esto?

—Sí, sí —la hermana Faith hablaba para sí misma—. Haré que Adele prepare una cama. —Mirando a Gabriel y a Ivy, añadió con los ojos llenos de lágrimas—: No sé cómo darles las gracias. Creí que la habíamos perdido para siempre, pero ustedes nos han devuelto a nuestra hermana y han reafirmado nuestra fe de una forma que nunca creí que me sucedería en esta vida. Tienen nuestra infinita gratitud.

Gabriel sonrió.

—Ha sido un placer —dijo, simplemente—. Ahora cuide de la joven. Ya conocemos el camino de salida.

La hermana Faith dirigió una última mirada de devoción a mis hermanos y luego ayudó a salir de la habitación a Mary Clare, que estaba muy débil. Oí que llamaba a las demás y me pregunté si ellas se creerían la historia de esos misteriosos visitantes que habían traído el castigo celestial.

Cuando hubieron salido Ivy, que hasta ese momento había permanecido muy callada, soltó un suspiro y pareció que las fuerzas le fallaban.

—Cuidado —dijo Xavier, dando un paso hacia ella—. ¿Estás bien?

Gabriel plegó las alas, que silbaron en el aire, tras su musculosa espalda, y pasó un brazo por encima de los hombros de Ivy para sujetarla. Ella se apoyó en su hombro.

Al cabo de un momento ella también plegó las alas, pero me di cuenta de que le había costado un gran esfuerzo. Mi hermana respiró profundamente y miró a Xavier.

—Estoy agotada —dijo—. Pero estaré bien en un minuto.

Gabriel se dispuso a acompañarlos a todos hasta la puerta.

—Vamos —dijo—. Nuestro trabajo ha terminado, debemos irnos.

Cuando salieron al porche, Gabriel vio a Molly. Estaba claro que lo que acababa de ver la había impactado profundamente: estaba agarrada a una de las columnas y temblaba. Parecía como si casi no pudiera soportar el peso de su propio cuerpo. Dio un paso inseguro hacia delante, pero tuvo que abrir los brazos para mantener el equilibrio. Gabriel la sujetó por la cintura para ayudarla a bajar las escaleras y, cuando llegaron abajo, Molly se dejó caer de rodillas y vomitó en el parterre. Mi hermano se arrodilló a su lado y, sin apartar la mano de su hombro, con la otra le sujetó el cabello para que no le cayera sobre la cara. No dijo nada; solamente esperó con paciencia a que ella terminara.

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