Hades

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4. Cruzar la raya

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Cruzar la raya

Arriba, la casa olía a rancio y a moho. En el rellano, el papel de pared de color marfil se desprendía a tiras a causa de la humedad. Aunque todavía llegaba a nuestro oídos el fragor de la fiesta de abajo, el ambiente en la segunda planta era de un silencio sobrenatural, como si en cualquier momento fuera a suceder algo paranormal. Las chicas se entusiasmaron:

—Es el sitio perfecto —dijo Hallie.

—Seguro que este lugar ya está encantado —añadió Savannah con el rostro ruborizado por la emoción.

De repente, mi preocupación parecía desproporcionada con respecto a la situación real. ¿Era posible que estuviera exagerando? ¿Por qué siempre daba por sentado lo peor y permitía que mi carácter precavido aguara el buen ánimo de todos los que me rodeaban? Me reprendí mentalmente por mi costumbre de sacar conclusiones demasiado deprisa: ¿qué posibilidades tenían de contactar con el otro lado unas chicas que solo querían divertirse? Era sabido que ese tipo de comunicaciones se establecían, pero se necesitaba la presencia de un médium experto. A los espíritus errantes no les gustaba ser motivo de diversión de unos adolescentes. Lo más probable era que las chicas acabaran aburriéndose al ver que no conseguían los resultados que habían esperado.

Seguí a Molly y a las chicas hasta la habitación que había sido el cuarto de invitados. Una gruesa capa de polvo y suciedad oscurecía los cristales de sus altas ventanas. La estancia estaba completamente vacía excepto por un desvencijado somier de hierro que se encontraba apoyado contra una de las mugrientas ventanas. El somier había sido blanco, pero el paso del tiempo lo había cubierto con una pátina de color mantecoso. Encima del mismo se extendía un desteñido cubrecama que mostraba un estampado de rosas. Pensé que la familia Knox no venía a esa vieja casa de campo ni siquiera para visitarla, por no hablar ya de invitar a nadie a pasar el verano. Los marcos de las ventanas se veían resecos por el sol y no había ninguna cortina que velara la luz de la luna. La habitación daba al oeste y desde allí vi el bosque que se encontraba detrás de la propiedad y el espantapájaros que montaba guardia en el prado: la brisa nocturna le agitaba el sombrero de paja que llevaba sobre la cabeza.

Sin necesidad de instrucciones, las chicas se sentaron con las piernas cruzadas formando un círculo encima de una raída alfombra. Abby metió la mano con mucho cuidado dentro de la bolsa de papel que llevaba, como si fuera a extraer un objeto de valor inestimable, y sacó una güija envuelta en un trapo de felpa de color verde tan gastado que hubiera podido pasar por una pieza de anticuario.

—¿De dónde has sacado eso?

—Mi abuela me lo ha dado —aclaró Abby—. Fui a visitarla a Savannah el mes pasado.

Con exagerada ceremonia, Abby depositó el tablero en el centro del círculo que habíamos formado. Yo solamente había visto una güija en los libros, pero esta me pareció más decorada de lo que hubiera esperado. A ambos lados del tablero, formando dos líneas rectas, había las letras del abecedario, números y otros símbolos que no reconocí. En los otros dos extremos había las palabras «Sí» y «No», en mayúsculas y rodeadas por unas florituras. Incluso alguien que nunca en su vida hubiera visto una güija se habría dado cuenta de la conexión que tenía con las artes oscuras. Luego Abby quitó el papel de seda con que había envuelto una frágil copa de jerez, lo dejó a un lado y colocó la copa del revés encima de la tabla.

—¿Cómo funciona esto? —quiso saber Madison.

Aparte de mí, ella era la única que no se mostraba muy excitada, pero sospeché que eso más bien se debía a que en ese cuarto no había ni chicos ni alcohol y no a que estuviera preocupada por lo que pudiera suceder.

—Hace falta un objeto conductor, como un trozo de madera o un vaso del revés, para comunicarse con el mundo de los espíritus —explicó Abby, disfrutando del papel de experta que había adoptado—. Todos los de nuestra familia tenemos fuertes poderes psíquicos, así que sé de qué hablo. Necesitamos unir todas nuestras energías para que funcione. Tenemos que concentrarnos y poner el dedo índice en el pie de la copa. No hagáis demasiada presión porque la energía se puede atascar y entonces no funciona. Cuando hayamos contactado con el espíritu, este deletreará el mensaje que quiera comunicarnos. Vale, empecemos. Pongamos todas el dedo en la copa. Con suavidad.

Dejé hacer a Abby: se mostraba muy convincente, teniendo en cuenta que debía de estar inventándoselo todo en ese mismo momento. Las chicas llevaron a cabo sus instrucciones de buen grado.

—¿Y ahora qué? —preguntó Madison.

—Esperaremos a que se mueva.

—¿De verdad? —Molly puso los ojos en blanco—. ¿Eso es todo? ¿Y si cualquiera de nosotras, simplemente, empuja la copa y dice lo que quiere?

Abby la fulminó con la mirada.

—Es muy fácil ver la diferencia entre un mensaje falso y uno de un espíritu, Mad. Además, los espíritus saben cosas que nadie más sabe. —Se echó el pelo hacia atrás con un gesto de la cabeza—. Tú no puedes comprenderlo. Yo lo sé porque tengo mucha práctica. Bueno, ¿preparadas para empezar? —preguntó con voz solemne.

Clavé las uñas con fuerza en la alfombra deseando poder encontrar alguna manera de salir de la habitación sin que me vieran. El chasquido de una cerilla me sobresaltó y vi que Molly iba a encender unas velas que alguien había colocado en el suelo: acercó la cerilla a la mecha de las velas que, inmediatamente, se iluminaron con un siseo.

—Intentad no moveros bruscamente durante la sesión —dijo Abby mirándome fijamente—. No hay que asustar al espíritu. Tiene que sentirse cómodo con nosotras.

—¿Lo sabes por experiencia o porque lo has visto en Cuarto milenio? —preguntó Madison con sarcasmo, incapaz de reprimirse.

—Todas las mujeres de mi familia han estado siempre conectadas con «el otro lado» —dijo Abby.

No me gustó el tono con que remarcó las palabras «el otro lado», como si estuviera contando una historia de fantasmas durante un campamento escolar.

—¿Has visto un fantasma alguna vez? —preguntó Hallie en voz baja.

—Sí, lo he visto —declaró Abby con una seriedad mortal—. Y por eso voy a hacer de médium esta noche.

Yo no sabía si Abby decía la verdad o no. A veces la gente tiene breves visiones de los muertos cuando estos pasan de un mundo al otro, pero lo más común es que se trate del producto de una imaginación desenfrenada. Es fácil que una pequeña sombra o un efecto de luz se confundan con un suceso sobrenatural. A mí no me sucedía eso, yo era capaz de notar la presencia de los espíritus constantemente: estaban por todas partes. Si me concentraba, podía saber cuáles vagaban perdidos, cuáles acababan de pasar al otro lado y cuáles buscaban a sus seres queridos. Gabriel me había aconsejado que me desconectara de ellos, pues no eran responsabilidad nuestra. Recordé la vez en que mi antigua amiga Alice vino a decirme adiós cuando falleció, el año anterior. La vi brevemente, al otro lado de la ventana de mi habitación, porque enseguida desapareció. Pero no todos los espíritus eran tan amables como Alice: aquellos que no podían desprenderse de sus apegos terrenales vagaban durante años y, con el tiempo, se iban volviendo retorcidos hasta que, al final, acababan enloqueciendo de tanto ver a su alrededor una vida de la que nunca más podrían formar parte. Perdían el contacto con los seres humanos y acababan sintiendo resentimiento contra ellos. Incluso muchas veces actuaban de forma violenta. Me pregunté si Abby se mostraría tan interesada en el tema si supiera la verdad de lo que pasaba en el otro lado. Pero no podía decírselo, no sin delatarme por completo.

Las chicas asintieron con la cabeza, felices de delegar el papel de médium en ella. Noté que Molly, que estaba a mi lado, se estremecía.

—Y ahora daos las manos —dijo Abby—. Y pase lo que pase, no os soltéis. Tenemos que formar un círculo de protección: si el círculo se rompe, el espíritu queda libre.

—¿Quién te ha dicho eso? —susurró Savannah—. ¿Si nos soltamos, no se termina la sesión simplemente?

—Sí, y si se trata de un espíritu benigno, al soltarnos se irá a descansar; pero si es un espíritu maligno, tendremos que ir con mucho cuidado. No sabemos quién puede venir.

—¿Y qué tal si invocamos a un espíritu benigno? —sugirió Madison.

Abby le dirigió una mirada desdeñosa.

—¿Por ejemplo Casper?

A Madison no le hizo gracia que se burlara de ella, pero todas sabíamos que Abby tenía razón.

—Supongo que no —asintió.

—Entonces saldrá lo que salga.

Me mordí la lengua para no hacer ningún comentario sobre el plan «infalible» de Abby. Realizar una sesión de espiritismo la única noche del año en que era posible que funcionara era extremadamente estúpido. Meneé la cabeza e intenté alejar esos pensamientos. Me dije a mí misma que no se trataba más que de un juego infantil, de algo típico que hacían casi todos los adolescentes para divertirse. Cuanto antes termináramos, antes podríamos regresar abajo y disfrutar del resto de la noche.

Molly y Savannah, sentadas cada una a mi lado, me tomaron de la mano con fuerza. Noté el sudor en sus palmas y percibí en ellas una mezcla de miedo y excitación. Abby bajó la cabeza y cerró los ojos. El cabello rubio le cayó delante de la cara y tuvo que interrumpir la invocación para recogérselo en una cola de caballo con una goma que llevaba en la muñeca. Luego se aclaró la garganta con gran dramatismo, nos miró con expresión amenazante y empezó a hablar en voz baja y entonando, como si cantara.

—¡Espíritus que erráis por esta Tierra, os invoco a que os presentéis ante nosotras! No os haremos ningún daño. Solamente queremos contactar con vosotros. No tengáis miedo. Si tenéis algo que contar, estamos aquí para escucharlo. Repito, no os haremos ningún daño; a cambio, os pedimos que tampoco nos hagáis daño alguno.

La habitación se sumió en un silencio mortal. Las chicas se miraban con incomodidad. Me di cuenta de que más de una se arrepentía ahora de haber mostrado tanto entusiasmo por la idea de Abby y hubiera preferido encontrarse en el piso de abajo bebiendo con sus amigas y flirteando con los chicos. Apreté la mandíbula y me esforcé por alejar mis pensamientos de la desagradable ceremonia que se estaba desarrollando ante mí. El sentido común me decía que molestar a los muertos no solamente era poco inteligente, sino también desconsiderado. Además, iba contra todo lo que me habían enseñado acerca de la vida y de la muerte. ¿Es que esas chicas no habían oído nunca la expresión «descanse en paz»? Quise soltarles las manos y salir de la habitación, pero sabía que Abby se pondría furiosa y que yo tendría que llevar la etiqueta de aguafiestas durante todo el año. Suspiré profundamente con la esperanza de que pronto se aburrieran al ver que no obtenían ninguna respuesta y de que abandonaran el juego. Molly giró la cabeza hacia mí e intercambiamos una mirada de escepticismo.

Pasaron cinco largos minutos durante los cuales solamente oíamos nuestra propia respiración y la repetida invocación de Abby. Justo cuando las chicas empezaban a mostrar signos de impaciencia y alguna de ellas se quejaba de un calambre en la pierna, la copa de cristal empezó a vibrar. Todas nos sobresaltamos y nos enderezamos con una atención renovada. La copa continuó vibrando durante unos instantes y luego empezó a desplazarse sobre el tablero deletreando una frase. Abby, en su papel de médium, anunciaba cada una de las letras elegidas por la copa hasta que formaron un mensaje completo.

«Parad. Parad ahora. Salid de aquí. Estáis todas en peligro».

—Uau, esto parece emocionante —dijo Madison en tono de burla.

Las demás se miraron con expresión de incertidumbre, intentando decidir quién era la responsable de esa broma. Pero puesto que todas teníamos el dedo sobre la copa, era imposible saber quién la había movido. Noté que Molly me apretaba la mano con más fuerza y vi que la copa volvía a moverse para escribir un mensaje.

Parad. Escuchad. El Diablo está aquí.

—¿Por qué tenemos que creerte? —preguntó Abby sin contemplaciones—. ¿Te conocemos?

La copa se movía ahora trazando amplias curvas, completamente sola. Cruzó todo el tablero y se fue directamente hacia la palabra «Sí».

—Vale, esto es una broma —dijo Madison—. Venga, confesad. ¿Quién ha sido?

Abby ignoró la protesta.

—Cállate, Mad. Nadie lo está haciendo —replicó Hallie en tono tajante—. Estás cortando el rollo.

—No esperaréis que me crea…

—Si te conocemos, dinos tu nombre —insistió Abby.

La copa se quedó paralizada durante unos largos segundos.

—Ya os he dicho que todo esto no es más que una imbecilidad —empezó a decir Madison.

Justo en ese momento, la copa volvió a moverse sobre el tablero. Al principio parecía dudar, se quedaba unos instantes ante unas letras y, de repente, se apartaba de ellas, como si quisiera tomarnos el pelo. Me pareció que su comportamiento era inseguro, como el de un niño que no sabe del todo lo que está haciendo. Pero al final recorrió el tablero y formó la sílaba «Tay». Entonces volvió a detenerse, como sin saber qué hacer.

—Puedes confiar en nosotras —animó Abby.

La copa volvió a colocarse en el centro del tablero y, desde allí, volvió a realizar un recorrido hasta que hubo deletreado las últimas tres letras: «lah».

Fue Molly quien rompió el incómodo silencio:

—¿Taylah? —murmuró en un hilo estrangulado de voz. Se secó con furia las lágrimas y nos miró a todas, rabiosa—. Vale, esto no tiene ninguna gracia —dijo entre dientes—. ¿Quién ha sido? ¿Qué puñetas os pasa, chicas?

Su acusación provocó que todas negaran con la cabeza y protestaran.

—Yo no he sido —dijeron—. No he hecho nada.

Sentí un escalofrío por toda la espalda. En lo más hondo de mí sabía que ninguna de las chicas era capaz de caer tan bajo y hacer aparecer a su amiga muerta en ese juego. La muerte de Taylah todavía estaba muy presente y nadie se hubiera atrevido a bromear al respecto. Y eso solo podía significar una cosa: que Abby había contactado, había traspasado la barrera. Nos encontrábamos en terreno peligroso.

—¿Y si no es una broma? —sugirió Savannah, insegura—. Ninguna de nosotras está tan mal de la cabeza para hacer algo así. ¿Y si de verdad es ella?

—Solamente hay una manera de saberlo —repuso Abby—. Tenemos que pedirle que nos dé alguna señal.

—Pero acaba de decirnos que paremos —protestó Molly—. ¿Y si no quiere que la volvamos a invocar?

—Sí. ¿Y si intentaba advertirnos? —dijo Hallie estremecida.

—Sois muy crédulas. —Madison puso los ojos en blanco—. Adelante, Abby, invócala, no va a pasar nada malo.

Abby se inclinó hacia delante curvando la espalda sobre la güija.

—Te lo ordenamos —dijo con voz profunda—. Preséntate aquí y muéstrate.

Al otro lado de la ventana, una nube oscura cruzó el cielo tapando la luna y cerrando el paso a la plateada luz que hasta ese momento había iluminado la habitación. Por un momento noté a Taylah, que emitía un calor tan fuerte como el de mis manos. Pero con la misma rapidez con que había aparecido, su presencia se desvaneció dejando un espacio frío en el aire.

—Te lo ordenamos —repitió Abby con mayor énfasis—. Preséntate.

El viento hizo vibrar los cristales de las ventanas. De repente, la habitación pareció muy fría y Molly me apretó los dedos de la mano con tanta fuerza que casi me cortó la circulación.

—¡Adelante! —ordenó Abby—. ¡Muéstrate!

En ese instante la ventana se abrió y un fuerte viento se arremolinó en la habitación, apagando las velas. Algunas de las chicas soltaron un chillido y se apretaron las manos con más fuerza todavía. Sentí el viento en la nuca, como el contacto de unos dedos fríos y muertos. Me estremecí y me encogí, intentando protegerme de él. Oí que Savannah lloriqueaba y me di cuenta de que sentía lo mismo que yo. Seguramente esas chicas no se daban cuenta de muchas cosas, pero en ese momento cualquiera habría sido capaz de percibir una presencia en el cuarto, una presencia en absoluto amistosa.

Entonces supe que tenía que decir algo antes de que fuera demasiado tarde.

—¡Tenemos que detener esto! —grité—. Ha dejado de ser un juego.

—No puedes irte ahora, Beth. Lo echarás todo a perder. —Abby recorrió el cuarto con la mirada—. ¿Hay alguien aquí? —preguntó—. Haz una señal si puedes oírme.

Oí que Hallie ahogaba una exclamación y vi que la copa, bajo nuestros dedos, se deslizaba silenciosamente sobre el tablero de la güija. Se detuvo encima de la palabra «Sí». Noté que ahora Savannah tenía la palma de la mano completamente sudorosa.

—¿Quién está haciendo esto? —susurró Molly.

—¿Por qué has venido? —preguntó Abby—. ¿Tienes algún mensaje para alguna de nosotras?

La copa volvió a desplazarse por el tablero y respondió lo mismo: «Sí».

—¿Para quién es? —preguntó Abby—. Dinos a quién has venido a ver.

La copa se dirigió hasta la letra «A». Luego dibujó un elegante círculo y continuó de letra en letra formando unas palabras. Abby pareció confundida mientras formaba mentalmente el nombre.

—¿Annabel Lee? —dijo, extrañada—. Aquí no hay nadie con ese nombre.

Sentí como si una garra de hielo me aferrara el corazón. Ese nombre no debía de significar nada para ninguna de ellas, pero significaba mucho para mí. Todavía lo recordaba de pie, fuera de la clase, leyendo el poema con voz aterciopelada: «Hace largos, largos años / En un reino frente al mar / Vivía una hermosa doncella. / Llamadla así: Annabel Lee». También recordé la manera en que sus oscuros ojos se clavaron en los míos y la insoportable quemazón que sentí en lo más hondo. Esa misma sensación me inundaba ahora: noté que se me secaba la garganta y que me resultaba difícil respirar. ¿Era posible que fuera él? ¿Era posible que un juego tan inocente hubiera provocado algo tan monstruoso? No quería creerlo, pero al ver las expresiones de confusión a mi alrededor supe que no me equivocaba. Ese mensaje iba dirigido a mí, solamente a mí. Jake Thorn había regresado y se encontraba en esa misma habitación, con nosotras.

Mi reacción instintiva fue alejarme de inmediato, pero me resistí. La voluntad de proteger a las demás fue lo único que me lo impidió. Recé para que todavía tuviéramos tiempo de dar por terminada la sesión de la forma adecuada y devolver a ese demonio que habíamos invocado al lugar de donde había venido.

—Dinos qué es lo que quieres —dijo Abby tragando saliva y en un tono de voz mucho más grave que antes.

¿Qué hacía esa chica? ¿No se daba cuenta de hasta qué punto estábamos en peligro? Ya estaba casi preparada para encargarme de la situación y decirle a Abby que parara cuando el pomo de la puerta empezó a girar con fuerza. Vibraba y daba vueltas de un lado a otro, como si una fuerza invisible intentara salir por la puerta. Pero eso, por pura lógica, era imposible: la puerta no estaba cerrada con llave. Ese suceso fue demasiado para algunas de las chicas.

—Intentad mantener la calma —les aconsejé en un tono tan tranquilo como me fue posible.

Pero ya era demasiado tarde. Molly soltó las manos de sus dos compañeras y se apartó del círculo a cuatro patas. Al hacerlo dio un puntapié al tablero y este salió disparado por el suelo de madera; la copa de jerez voló por el aire y cayó a mi lado haciéndose añicos. En ese momento sentí que una corriente de aire fuerte y helado me golpeaba el pecho, y me quedé casi sin respiración. La puerta de la habitación se abrió de par en par chirriando sobre los goznes.

—¡Molly! —chilló Hallie al ver lo que acababa de suceder—. ¿Qué has hecho?

—No quiero seguir jugando —dijo Molly con voz entrecortada y llorando. Se abrazó el cuerpo con fuerza como si de esa manera pudiera mantener el calor—. Beth tenía razón, ha sido una idea estúpida y no deberíamos haberlo hecho.

Me puse en pie y busqué a tientas el interruptor de la luz, pero al recordar que la casa tenía la electricidad cortada se me hizo un nudo en el estómago.

—No pasa nada, Molly.

Le pasé un brazo por encima de los hombros y la abracé, intentando ocultar el pánico que me inundaba; alguien tenía que mantener la calma. Molly temblaba sin poder controlarse. Quise decirle que no era nada más que un juego tonto y que al cabo de un rato todas nos estaríamos riendo de lo que había pasado, pero en el fondo sabía que no se trataba de un pasatiempo inofensivo. Le froté los brazos y le dije lo más tranquilizador que se me ocurrió en esos momentos:

—Ahora bajaremos y haremos como si no hubiera pasado nada.

—No creo que sea tan fácil.

Abby habló con tono siniestro y en voz baja. Todavía estaba arrodillada en el suelo recogiendo los trozos de cristal de la copa y tenía la vista fija en el suelo.

—Para ya, Abby —dije, enojada—. Ya la has asustado bastante. Déjalo estar, ¿vale?

—No, Beth, no lo entiendes. —Abby levantó la mirada hasta mí y vi que su actitud condescendiente había desaparecido del todo. Sus ojos azules tenían ahora una expresión tan alarmada como los de Molly—. Acaba de romper el círculo.

—¿Y qué? —pregunté.

—Sea lo que sea lo que hemos invocado, estaba atrapado dentro del círculo —susurró Abby—. Hubiéramos podido hacerlo regresar. Pero ahora —continuó con voz temblorosa mientras miraba a su alrededor con intranquilidad—, Molly lo ha dejado libre.

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