Hades

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11. Reunión

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Reunión

La cocina de Byron Street estaba exactamente igual a como la recordaba: grande y espaciosa, y desde ella se veía el espumoso océano a ambos lados. Me encontraba en el centro de la misma y me funcionaban todos los sentidos, aunque sabía que solo era una espectadora que observaba desde otro lugar. Me podía mover libremente por ese espacio, pero no formaba parte de él, como si estuviera viendo la primera escena de una película pero desde dentro de la pantalla. Era primera hora de la mañana. Se oía el canto de los pájaros y el menguante silbido de la tetera encima de la mesa. Las puertas acristaladas estaban abiertas y, fuera, alguien cortaba el césped de Dolly Henderson, la vecina. Había una bandeja alargada llena de bizcochos glaseados que Ivy había preparado unos días antes de que yo desapareciera, recordé. Ahora estaban rancios, nadie los había tocado. Encima de la mesa reposaba un jarrón de flores marchitas, muestra de la alegría que había reinado en esa cocina tan solo unos días antes.

Al cabo de un minuto, la escena cobró vida. Xavier estaba sentado a la mesa con la cabeza apoyada entre las manos, a solo unos metros de mí. Su postura me llamó la atención, porque nunca antes había visto que su cuerpo se hundiera de esa forma. Llevaba puesta una camiseta gris que yo conocía y un pantalón de chándal. La barba incipiente era un claro indicio de que esa noche ni siquiera había ido a la cama.

Quise acercarme un poco más a él, y lo conseguí aunque con demasiado esfuerzo. Esa proximidad me producía una sensación de vértigo. Deseaba ardientemente alargar la mano y tocarlo, pero no podía hacerlo. Mi fantasmal presencia no tenía corporeidad, y mi mano atravesó su cuerpo. Xavier parecía distinto. No le veía bien el rostro, pero me di cuenta de que tenía los músculos de los hombros y los antebrazos muy tensos. El dolor que llenaba esa habitación era palpable.

Me llegó el olor de las fresias, una fragancia que conocía muy bien. Mi hermana apareció en la puerta y miró a Xavier con preocupación. Ivy parecía tan angelical y serena como siempre, pero se le había formado una arruga en la frente que la traicionaba. Me di cuenta de que la preocupación la devoraba.

—¿Quieres que te traiga algo? —le preguntó a Xavier con amabilidad.

—No, gracias —contestó él.

Parecía distraído, como si tuviera la mente muy lejos, y ni siquiera había levantado la cabeza.

—Gabriel ha vuelto a visitar la casa de los Knox —continuó Ivy—. Cree que quizá pueda encontrar algo.

Xavier estaba perdido en sus propios pensamientos y no contestó. Ivy se puso a su lado y le colocó una mano sobre el brazo, pero él rechazó el contacto con un gesto brusco: no quería que lo consolaran.

—No debemos descorazonarnos. La encontraremos.

Xavier levantó la cabeza y la miró. Su rostro estaba más pálido que nunca y sus ojos, que siempre habían sido de un azul brillante, se veían oscurecidos por profundas ojeras. Se lo veía desesperado, consumido por el dolor. Quise tomar su rostro entre mis manos y decirle que estaba bien… atrapada, sola y triste, pero sin daño alguno. Que quizá no podía cobijarme entre sus brazos como deseábamos los dos, pero que aguantaba. Sobrevivía.

—¿Cómo? —dijo al cabo de un largo intervalo. Se esforzaba por hablar con voz tranquila—. No tenemos ni idea de a dónde se la ha llevado… ni de qué le estará haciendo.

Se le quebró la voz, desbordado. Al oírlo, sentí que el miedo me atenazaba la garganta. Si no tenían ni idea de dónde estaba, ¿qué esperanza tenían de poder encontrarme? Ni Gabriel ni Ivy habían sido testigos de mi desaparición, así que lo único que tenían era la confusa información de lo que Xavier había visto antes de que Jake lo atropellara. Era fácil que me creyeran prisionera en algún remoto rincón de la Tierra.

—Gabriel está trabajando en ello —repuso Ivy. Intentaba mostrar confianza—. Es muy bueno deduciendo cosas.

—¿No deberíamos estar con él? —preguntó Xavier, abatido.

—Él sabe qué hacer, qué señales debe buscar.

Se hizo una pausa en la conversación durante la cual lo único que se oía era el tictac del reloj del salón.

—Es culpa mía —dijo Xavier finalmente. Decirlo en voz alta parecía aliviarlo en cierta medida—. Debería haber sido capaz de protegerla. —Tenía las pestañas húmedas por las lágrimas, pero se las secó con la mano antes de que Ivy se diera cuenta.

—Ningún ser humano puede enfrentarse a esa clase de poder —dijo mi hermana—. No puedes culparte, Xavier. No había nada que pudieras hacer.

Xavier negó enérgicamente con la cabeza.

—Sí lo había —dijo, rechinando los dientes—. Hubiera podido quedarme con ella. Si no hubiera estado haciendo el idiota en el lago, nada de esto hubiera sucedido. —Apretó los puños con fuerza y tragó saliva—. ¿No te das cuenta? Prometí que la cuidaría y le he fallado.

—No lo sabías. ¿Cómo podías saberlo? Pero puedes ayudar a Beth si no te dejas hundir. Tienes que ser fuerte, por ella.

Xavier cerró los ojos y asintió con la cabeza.

—Gabe ha vuelto —dijo Ivy, mucho antes de que se oyera la llave en la puerta.

Xavier se levantó de la silla y por un momento pareció que fuera a caerse hacia delante. Al cabo de unos minutos Gabriel entró en la cocina. Aunque era mi hermano y lo conocía tanto como era posible, volver a ver el resplandor que emanaba me dejó sin aliento. Sus ojos plateados tenían una expresión solemne, y la de su rostro era grave.

—¿Ha habido suerte? —preguntó Ivy.

—Creo que he encontrado algo —dijo Gabriel, sin estar muy seguro—. Podría ser un portal. En la carretera, cerca de la casa de los Knox, olía a sulfuro.

—Oh, no —se lamentó Ivy dejándose caer en una de las sillas.

—¿Y eso por qué es tan importante? ¿Un portal? ¿Qué es un portal? ¿Un portal a dónde? —Xavier hacía una pregunta tras otra.

Gabriel le respondió con calma.

—En este mundo hay aberturas —explicó— que conducen directamente a otros reinos. Las llamamos portales. Pueden aparecer de forma aleatoria o pueden ser invocadas por alguien que tenga el poder suficiente para hacerlo.

—¿Qué clase de reinos? ¿Dónde está Beth?

El tono de Xavier delataba un miedo creciente. «Estoy justo aquí», quise decirle, pero la voz me fallaba.

—El asfalto de la carretera estaba quemado —explicó Gabriel, pasando por alto la pregunta de Xavier—. Y todo lo de alrededor se veía chamuscado. Solo existe un lugar que pueda provocar eso.

Xavier inhaló con fuerza como si quisiera tranquilizarse. Me di perfecta cuenta del momento exacto en que las palabras de Gabriel calaban en él.

—No puede ser verdad —dijo con voz débil. Su mente racional todavía no podía aceptar lo que las palabras de Gabriel implicaban.

—Es verdad, Xavier. —Incluso Gabriel giró la cabeza para no ser testigo del efecto que sus palabras iban a tener para Xavier—. Jake ha arrastrado a Bethany al Infierno.

La expresión de Xavier fue la de quien ve cumplida su peor pesadilla: esa noticia fue como una bofetada en la cara. Se quedó boquiabierto y con la mirada fija en mi hermano, como si esperara a que este estallara en carcajadas y confesara que todo no era más que un chiste malo. Permaneció así largos minutos, como si se hubiera quedado petrificado. Entonces, de repente, se encogió de hombros y empezó a temblar. Mi fantasma, inconsistente como el vapor, se entristeció con él. Formábamos una pareja lamentable y triste: un chico humano y una aparición invisible que lo amaba más que nada en el mundo.

Todos parecían comportarse de forma extraña en mi ausencia. Gabriel hizo una cosa que nunca le había visto hacer: atravesó la habitación, se arrodilló delante de Xavier y le puso una mano sobre el brazo. Fue una escena digna de ver: un arcángel arrodillado con expresión humilde ante un humano.

—No voy a mentirte —dijo Gabriel, mirándolo directamente a los ojos—. No estoy seguro de cómo ayudar a Bethany.

Estas eran las palabras que yo más temía. Gabriel nunca ocultaba la verdad, por dura que fuera. No era su carácter. Lo que estaba haciendo en esos momentos era prepararse, tanto a sí mismo como a Xavier, para lo peor.

—¿De qué estás hablando? —gritó Xavier—. ¡Tenemos que hacer algo! Beth no eligió esto. Fue secuestrada, ¿recuerdas? En mi mundo, esto es un delito. ¿Me estás diciendo que en el tuyo no lo es?

Gabriel suspiró y respondió con toda la calma de que fue capaz:

—En el Cielo rigen unas leyes que han existido desde el principio de los tiempos.

—¿Y qué se supone que significa eso?

—Creo que Gabe intenta explicarte que nosotros no decidimos las reglas. Tenemos que esperar órdenes —aclaró Ivy.

—¿Esperar? —repitió Xavier, frustrado ante esa falta de decisión—. Podéis esperar hasta el día del Juicio Final si queréis, pero yo no me voy a quedar aquí sentado.

—No tenemos alternativa —repuso Gabriel con severidad.

Un ángel y un mortal no podían ser más distintos, cada uno se ubicaba en polos opuestos de la visión del universo. Yo me di cuenta de que Gabriel empezaba a perder la paciencia. Las interminables preguntas de Xavier lo estaban agotando, y deseaba encontrarse solo para poder conversar íntimamente con los poderes superiores. Xavier, por el contrario, no se sentiría mejor hasta que no tuviera un plan de acción: aplicaba una lógica según la cual todo problema tenía una solución. Ivy, que comprendía mucho mejor que Gabriel el estado emocional en que se encontraba Xavier, miró a mi hermano indicándole que tuviera tacto.

—No te quepa duda de que si existe una manera, la encontraremos —lo animó Ivy.

—Pero no será fácil —puntualizó Gabriel.

—Aunque no imposible, ¿verdad?

Xavier se aferraba desesperadamente a la más mínima esperanza, por pequeña que fuera.

—No, imposible no —repuso mi hermana con una sonrisa débil.

—Quiero ayudar —dijo Xavier.

—Y puedes hacerlo, pero ahora tenemos que pensar detenidamente en cuál será el próximo paso.

—Precipitarnos puede empeorar las cosas para Bethany —advirtió Gabriel.

—¿Cómo podrían ser peor? —se quejó Xavier.

Mientras escuchaba sus deliberaciones mi frustración iba en aumento. Deseaba intervenir en la discusión, y quería ayudarlos. Se me hacía extraño que hablaran de mí mientras me encontraba allí con ellos. Si pudiera decirles lo que sabía, quizá podrían elaborar un plan más efectivo. El hecho de estar presente allí y, al mismo tiempo, no poder hacer nada me volvía loca hasta el extremo de que sentía que la cabeza me iba a estallar. Tenía que haber alguna manera de hacerles saber mi presencia. ¿Cómo era posible que no percibieran mi cercanía? Mis seres más queridos se encontraban a un palmo de mí y, a pesar de todo, me eran totalmente inaccesibles.

—No podemos actuar sin esperar instrucciones. —Ivy intentaba tranquilizar a Xavier.

—¿Y cuánto vamos a tardar?

—El Cónclave está al tanto de la crisis. Se comunicará con nosotros cuando lo crea conveniente. —Gabriel se negó a desvelar nada más.

—¿Y qué haremos hasta entonces?

—Propongo que recemos.

De repente, me sentí muy preocupada. Era evidente que ellos no podían hacer nada sin esperar a recibir consejo. No solamente porque esa era la forma habitual de actuar, sino porque era lo más sensato y yo me daba cuenta de ello. Pero ¿cuál sería el consejo del Cónclave? Gabriel había expresado mucha confianza mientras hablaba, pero ni siquiera él tenía el poder de oponerse a sus decisiones. ¿Y si, en su infinita sabiduría, el Cónclave decidía abandonarme? Después de todo, yo no había demostrado ser de mucho valor arriba. En lugar de seguir sus instrucciones, siempre provocaba problemas y creaba conflictos que ellos tenían que resolver. La obediencia no era mi fuerte, y aunque eso era algo que se daba por supuesto en un ser humano, en un ángel resultaba inexcusable. ¿Sería ese rasgo de mi carácter, que me había distanciado de los de mi propia estirpe, lo que ahora decidiría mi nulo valor en el Cielo?

Y aunque el Cónclave se mostrara benévolo y decidiera que merecía ser rescatada, entrar en el Infierno sería el mayor reto al que mis parientes se hubieran enfrentado nunca. Era muy posible que perecieran en el intento. ¿Valía la pena correr un riesgo tan alto? Yo no quería poner en peligro su seguridad, pero al mismo tiempo mi deseo de reunirme de nuevo con ellos era enorme. En cuanto a Xavier, me sentía incapaz de soportar la idea de que pudiera sufrir algún daño por mi culpa. Prefería enfrentarme a los tormentos del foso a que le pasara algo. Observé sus brazos bronceados y suaves sobre la mesa, la familiar pulsera de cordón trenzado que ya se había ablandado por el uso y el anillo de plata que le había regalado y que llevaba en el dedo índice. Hice un esfuerzo por llegar hasta él y alargué la mano hacia la suya.

—¡Xavier! —grité—. ¡Xavier, estoy aquí!

Para mi sorpresa, oí el eco de mis propias palabras en la habitación. Gabriel, Ivy y Xavier se sobresaltaron y levantaron la cabeza hacia mí, como satélites buscando una señal de radio. Una expresión de incredulidad cruzó el rostro de Xavier, como si su cordura estuviera siendo puesta a prueba.

—¿Estoy perdiendo la cabeza o también habéis oído algo?

Mis hermanos se miraron con incertidumbre.

—Lo hemos oído —dijo Gabriel, dándole vueltas a la cabeza para encontrar una explicación plausible a lo que acababa de suceder. Recé para que no pensara que se trataba del demonio que les estaba jugando una mala pasada.

Ivy cerró los ojos y sentí su energía en la habitación, buscándome. Pero cuando llegó al sitio en que me encontraba, me atravesó directamente. Entonces me di cuenta de que esa breve conexión de segundos que acababa de establecer con ellos se había roto.

—Aquí no hay nada —dijo mi hermana, pero me di cuenta de que se sentía aturdida.

Xavier no estaba convencido:

—No… He oído una voz… Estaba aquí.

—Quizá Bethany esté más cerca de lo que creemos —dijo Gabriel.

Xavier recorrió la habitación con la mirada, observando el espacio vacío. Yo me concentré profundamente y, desesperada, intenté transmitirle mis pensamientos. Pero lo que ocurrió fue justo lo contrario: mi presencia en la habitación se hizo más difusa. Noté que mi consciencia se alejaba de la familiar cocina de Byron. Me resistí con fuerza e incluso intenté sujetarme en el respaldo de una silla, pero esta se disolvió de inmediato.

A mi alrededor todo se hizo oscuro, y cuando empecé a vislumbrar algo me encontré tumbada al lado del Lago de los Sueños. Tucker estaba allí también: me sujetaba por los hombros y me estaba zarandeando.

—Regrese, Beth. Es hora de regresar.

Volví a mi cuerpo con una sacudida. Toda la calidez de Byron había desaparecido y había sido sustituida por el frío y la humedad del canal.

—¿Por qué has hecho eso? —protesté levantando la voz—. Quería estar más rato.

—No podemos estar fuera más tiempo. Es demasiado arriesgado. Pero no se preocupe, la magia permanecerá con usted.

—¿Me estás diciendo que podré proyectarme en el momento que quiera?

—Sí —repuso Tucker con orgullo—. Cuando una persona bebe del Lago de los Sueños, este fluye por todo su cuerpo y ofrece su poder. Solo se puede contrarrestar bebiendo del río Leteo.

—¿Existe de verdad? —pregunté, curiosa.

—Claro que sí —respondió Tucker—. Literalmente, significa «olvido». Algunos lo llaman el Río de la Desmemoria. Consigue que uno olvide quién es.

—Eso parece horrible. ¿Está maldito?

—No necesariamente —dijo Tucker—. Algunas personas han hecho cosas en su vida que no quieren recordar. Cuando uno bebe del río Leteo, todos los malos recuerdos se hunden en las profundidades.

Lo observé con detenimiento.

—Hablas con mucha seguridad. ¿Conoces a alguien que lo haya hecho?

—Sí. —Tucker bajó la vista hasta sus zapatos—. Yo mismo.

—¿De qué querías escapar? —pregunté sin pensar, y Tucker rio.

—No tiene sentido preguntar eso ahora, ¿no cree?

—Supongo que no —consentí, poniéndole una mano en el brazo—. Me alegro de que el río te hiciera las cosas más llevaderas.

Tucker me dio un apretón en la mano, pero no parecía convencido.

Recorrimos el camino de vuelta al hotel al doble de velocidad que a la ida, temerosos de que nos hubieran descubierto. Yo solo podía pensar en las manos de Xavier, no en la crispación que había visto esta vez en ellas sino en su manera de acariciarme el rostro cuando ambos sentíamos que ni toda la oscuridad del mundo podría mancillar nuestra felicidad.

Qué ingenuos éramos al pensar de esa manera. Ahora ya sabía lo letal que podía ser la oscuridad. Tendríamos que emplear todo nuestro coraje para luchar contra ella. Y ni siquiera así creía que tuviéramos muchas posibilidades.

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