Hades

Hades


17. Cómplice

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17

Cómplice

Después de mi encuentro con Xavier en la playa, todo cambió para mí. Lo que había sucedido entre los dos era mucho mejor que besarlo, mejor que tenerlo a mi lado durmiendo, en mi cama. Todo mi ser había abrazado su corazón palpitante, había fluido por sus venas, había sentido los impulsos eléctricos de su cerebro. Ahora sabía lo que era una verdadera conexión. Y sabía que lucharía por ella.

Hasta ese momento me había conformado con esperar con paciencia a que llegara mi equipo de rescate, porque no creía que pudiera hacer nada más. Pero ahora, al igual que Xavier, no podía continuar esperando. Necesitaba controlar mi situación con mis propias manos. Mi determinación de reunirme con él ardía en mi interior como un fuego. Ya se había terminado el papel de víctima. Se había terminado el sentimiento de impotencia. Jake me atemorizaba, no cabía ninguna duda, pero había otra cosa que me daba más miedo todavía, y era estar separada de Xavier para siempre.

En cierta manera sentía que le había decepcionado. Hasta ese momento, había estado sin hacer nada en mi suite del ático del hotel casi todos los días, comunicándome solamente con Hanna y con Tuck y fingiéndome indispuesta para reducir al máximo mis encuentros con Jake. Mientras tanto, mi novio estaba haciendo todo el trabajo: su cabeza daba vueltas frenéticamente para elaborar planes y dejaba a un lado todo lo demás. Yo solo había permanecido a la espera, como una damisela apenada.

Pero sabía que era capaz de más: de poner todo de mi parte. Y eso era lo que iba a hacer. Pero no podía hacerlo sola.

—Tuck, hay un cambio de planes —dije en cuanto le vi entrar por la puerta—. Necesito que me ayudes.

Tucker pareció inquieto:

—No me gusta cómo suena eso… —dijo.

Yo no estaba del todo convencida de que pudiera confiar en él tan pronto, pero tampoco tenía alternativa.

—Quiero intentar encontrar un portal.

Tucker suspiró.

—Ya me lo veía venir —dijo—. Pero, Beth, es casi imposible encontrarlos. Solo unos cuantos demonios de alto rango saben dónde están.

—Soy un ángel, Tuck —insistí—. Quizá tenga una sensibilidad de detección innata o algo que pueda ayudarnos. Nunca se sabe.

—Admiro su confianza —dijo Tucker, y después de una pausa añadió—: Pero solo para que lo sepa: he estado buscando los portales mil veces y no he encontrado nada.

—Quizás esta vez tengamos suerte —repuse sonriendo.

—Me gustaría ayudarla —aseguró él, incómodo—. Pero si nos descubren, no será usted la que se encuentre en el potro de tortura.

—Entonces no nos descubrirán. —No es tan sencillo.

—Sí, sí lo es —insistí yo—. Y si nos atrapan, diré que todo fue idea mía y que te obligué a seguirme.

Tucker suspiró.

—Supongo que podríamos intentarlo.

—Genial. Bueno, ¿por dónde andan esos demonios de alto rango?

—Me voy a llevar una buena si continúo escuchándola —dijo Tuck—. Pero de acuerdo, adelante. De todos modos, ¿cómo vamos a salir de aquí? Este hotel está completamente controlado y la vigilan como halcones.

—Tengo una idea —dije, tumbándome boca abajo en la cama para tomar el teléfono que reposaba en la mesilla de noche.

No había utilizado ese teléfono todavía, así que la persona que respondió parecía un poco sorprendida.

—Buenas noches, señora —dijo la recepcionista—. ¿En qué puedo ayudarla?

—¿Me puede comunicar con la habitación del señor Thorn? —pregunté con toda educación—. Tengo que hablar con él. —Oí que revolvía unos papeles—. Dígale que soy Bethany Church —añadí.

—Espere, por favor.

Cuando volvió a ponerse al otro lado, el tono de su voz había cambiado completamente: esta vez me trató como a una VIP.

—Le pido disculpas, señorita Church —dijo casi sin aliento y en tono adulador—. Ahora mismo la paso.

El teléfono sonó dos veces hasta que oí la sedosa voz de Jake:

—Hola, cariño. ¿Ya me echas de menos?

—Quizá —repuse, jugando—. Pero no te llamo por eso. Me gustaría pedirte permiso para una cosa. —Jake no era el único que podía recurrir a la seducción.

—¿Es una broma, Beth? ¿Desde cuándo me pides permiso para nada? La última vez que te vi mostraste una voluntad muy propia.

Procuré hablarle en tono dulce y suplicante:

—Creo que ya hay bastante mal ambiente entre los dos —dije—. No quiero empeorar las cosas.

—Ajá. —Jack parecía escéptico—. ¿Qué quieres?

—Me preguntaba si podría hacer una visita a los clubes —dije, fingiendo indiferencia—. Ya sabes, pasar el rato con las ratas de club y conocer un poco el ambiente.

—¿Te quieres ir de clubes? —Jake estaba desconcertado. Yo sabía que lo había pillado completamente por sorpresa.

—Bueno, la verdad es que no —dije—. Pero es que hace mucho que no salgo de este hotel. Creo que tengo que hacer algo si no quiero volverme loca de atar.

Jake calló un momento mientras valoraba mi petición.

—Bueno. Pero no puedes ir sola —dijo al fin—. Y ahora mismo estoy en una reunión importante. ¿Puedo ir a buscarte dentro de unas horas?

—La verdad —dije—, Tucker se ha ofrecido a acompañarme.

—¿Tucker? —Jake se rio a carcajadas—. No te va a servir de gran cosa en la pista de baile.

—Lo sé —contesté—, pero puede hacerme de carabina. —Bajando la voz y con una repentina familiaridad, añadí—: Pero me gustaría saber si piensas que él puede… ya sabes… si no corro peligro con él. No lo conozco mucho, no hemos entablado mucha comunicación ni nada. —Miré a Tuck con expresión arrepentida—. ¿Crees que cuidará de mí? ¿Que no me hará ningún daño?

Jake soltó una carcajada gutural y temible.

—Estás completamente a salvo con Tucker. Él no permitirá que te suceda nada malo porque sabe que, si lo hace, lo despellejaré vivo.

—De acuerdo —dije, intentando disimular mi desagrado—. Si tú confías en él, yo también.

Pero a Jake le pasó una idea por la cabeza:

—Espero que no estés pensando hacer ninguna tontería.

—Si lo estuviera, ¿te pediría permiso primero? —Solté un largo suspiro como de decepción—. Mira, no te preocupes, me quedo. Ya no tengo ganas de salir.

—No, no, deberías salir —me animó Jake, ansioso por no estropear mi buen humor—. Tendrás que conocer este sitio para que algún día puedas decir que es tu casa. Haré saber a seguridad que vas a salir.

—Gracias. No volveré tarde.

—Será mejor. Nunca se sabe con quién te puedes encontrar.

—Estaré bien —dije con despreocupación—. A estas alturas todos saben que soy de tu propiedad.

—Es agradable oírtelo decir por fin.

—No tiene mucho sentido negarlo.

—Me alegro de que entres en razón. Sabía que acabarías por hacerlo.

Jake hablaba en voz baja y en tono verdaderamente complacido. Resultaba aterrador de qué manera se había inventado nuestra relación: era un absoluto delirio. Casi deseé poder ayudarlo, pero sabía que era demasiado tarde.

—No prometo nada, Jake —aclaré—. Solo voy a salir un rato.

—Comprendo. Pásatelo bien.

—Lo intentaré. Ah, y por cierto, me gustaría ir a algún sitio un poco más exclusivo que la última vez. ¿Alguna sugerencia?

—Bethany, siempre me sorprendes… Ve a Hex. Avisaré de tu llegada.

Colgué el teléfono y miré a Tuck con una amplia sonrisa. Ni aunque hubiera escalado el Everest me habría sentido más orgullosa de mí.

—¿Se lo ha tragado? —Tucker parecía asombrado.

—Por completo.

—Tengo que admitirlo, no creía que fuera tan buena mentirosa —dijo.

—He estado bien, ¿verdad?

Salté de la cama y me dirigí directamente a la puerta, ansiosa por salir de la agobiante habitación del hotel.

—Esto… Beth. —Tucker me detuvo y observó mis ropas—. No pensará ir a un club vestida así.

Bajé los ojos hasta mi vestido de flores y suspiré. Tuck tenía razón. Necesitaba dar el pego. Rebusqué en el armario, pero no encontré nada que se pareciera remotamente a lo que necesitaba. Empezaba a sentirme frustrada cuando llamaron a la puerta. Tucker fue a abrir y Asia apareció con la bolsa de un vestido en una mano y una maleta de maquillaje en la otra. Entró en la habitación dedicándome una sonrisa salvaje y sin disimular que se encontraba allí por obligación. Iba vestida con minifalda, un corpiño acordonado y unas botas altas hasta los muslos. Su piel era del color del café con leche, y se la había untado con algo que le confería unos reflejos iridiscentes.

—Jake me envía —dijo con su voz ronca—. Pensó que quizá necesitarías ayuda para vestirte. Parece que tenía razón. —Lanzó el vestido enfundado sobre la silla que tenía más cerca—. Esto debe de ser de tu talla. Pruébatelo, luego nos encargaremos del resto.

Me miró como si pensara que yo era un caso perdido. Me siguió al baño antes de que yo pudiera impedírselo, así que me apresuré a ponerme el vestido blanco y negro que me ofrecía y me calcé unos zapatos transparentes con lazos en los tacones. Luego Asia, con actitud resentida, empezó a colocar pinceles de todos los tamaños encima del mostrador de mármol. Yo sabía que ella no estaría perdiendo el tiempo conmigo si Jake no la hubiera obligado.

—Oh, querida —dijo, arrastrando las sílabas—. Si te vas a bailar, tienes que dar el pego. No puedes aparecer como una girl scout.

—Bueno, acabemos con esto —gruñí.

—Por mí estupendo —repuso Asia sonriendo y apuntándome con un rizador de pestañas como si fuera un arma mortífera.

Cuando salí del baño estaba irreconocible. Cada rizo de mi pelo había sido planchado, mi labios eran unos morritos pegajosos de color rojo y mis pestañas brillaban con una sombra azul plateado. Mi cutis blanco estaba cubierto de maquillaje bronceador, llevaba unos pendientes con forma de colmillo gigante en las orejas y cada vez que parpadeaba me pinchaba con las pestañas falsas que Asia me había puesto. Incluso las piernas las llevaba cubiertas de spray bronceador. Olía como un coco gigante.

Mi transformación dejó a Tucker sin habla.

—Beth, ¿es usted? —preguntó—. Está… esto… muy…

—Deja de babear, campesino —lo cortó Asia—. Bueno, en marcha.

—¿Viene usted? —preguntó él.

—Claro. ¿Por qué no? ¿Tienes algún problema con eso? —Asia, suspicaz, lo miró con los ojos achicados.

—En absoluto —dijo Tucker dirigiéndome una mirada significativa.

Los tres salimos de la habitación y bajamos al vestíbulo, donde todo el mundo se paró a mirarnos. Quizá mi vestimenta no fuera adecuada para un ángel, pero me hacía sentir mejor equipada para enfrentarme con los peligros que podían estar acechando en los turbios túneles del Hades. Estaba ansiosa por ponerme en marcha y empezar a buscar los portales ocultos. Sabía que era peligroso, pero por una vez no estaba asustada. Me sentía como si hasta ese momento hubiera estado en la oscuridad, tanto física como metafóricamente, durante semanas.

Ya había aprendido que la buena educación y la amabilidad no eran la mejor manera de comportarme si quería ser respetada en el Hades, así que ignoré conscientemente las sonrisas de aprobación del personal del hotel y los tres salimos por la puerta giratoria. Fuera, un portero de uniforme nos saludó llevándose dos dedos a la gorra y señaló hacia una limusina negra que se acercaba despacio para recogernos.

—El señor Thorn ha pedido un coche para usted —anunció el portero.

—Qué considerado por su parte —dije yo a regañadientes mientras me instalaba en el asiento trasero al lado de Tucker. Incluso cuando no estaba presente, Jake tenía que controlarlo todo con mano de hierro.

Asia se sentó delante. El chófer la conocía y los dos charlaron un rato sobre conocidos comunes. Desde el otro lado del cristal ahumado, solamente me llegaban retazos apagados de su conversación.

—No se aleje de mí en el Hex —me aconsejó Tucker—. Me han dicho que su clientela es curiosa.

No le pregunté cuál era su definición de «curiosa». Estaba a punto de descubrirlo por mí misma.

El distrito de las discotecas del Hades era muy distinto de la zona en que se encontraba el hotel Ambrosía. Este se emplazaba en un lugar apartado, mientras que los clubes estaban en medio de un laberinto de túneles de paredes de cemento y puertas metálicas. Los gorilas que vigilaban las entradas parecían clones, todos llevaban el mismo corte de pelo y mostraban la misma inexpresividad en el rostro. Los ritmos mezclados sonaban como los latidos del corazón de una bestia: el efecto era claustrofóbico.

El Hex se encontraba un poco apartado de los demás, y se accedía a él por un túnel separado. Al llegar a la puerta, Asia mostró un pase y me di cuenta de que solo se podía entrar en él previa invitación. Dentro entendí por qué. Lo primero que noté fue el olor del humo de los puros. Hex no era tanto un club nocturno como una sala de juego donde la elite del Hades pasaba el rato. Los clientes eran demonios de alto rango de ambos sexos. Todos ellos se movían con una agilidad de pantera y compartían una gran vanidad, cosa que se hacía evidente en sus sofisticadas vestimentas. Pero no todos eran demonios: también había algunos humanos, y no eran espíritus sino que estaban allí en carne y hueso, como Hanna y Tuck. Inmediatamente supe que se encontraban allí por el único motivo de complacer a sus señores.

La decoración barroca de la sala daba a ese lugar un aire dramático que sugería la opulencia de una época antigua. Había estatuas clásicas, columnas de mármol y espejos con marcos tallados en todas las paredes. La canción que en esos momentos sonaba por los altavoces del techo me era conocida. La había oído en el coche de Xavier, pero parecía mucho más adecuada aquí. «Veo la mala luna elevarse. Veo problemas en el camino. Veo terremotos y relámpagos. Veo los malos tiempos de hoy».

Algunos clientes, sentados en mesas iluminadas con lámparas de pantallas con flecos, contemplaban a unas bailarinas de striptease que llevaban ropa interior bordada con cuentas. Los apostantes se agrupaban alrededor de las mesas centrales, concentrados en los distintos juegos que se les ofrecían. De entre ellos, reconocí los más clásicos como el póquer y la ruleta, pero me llamó la atención uno llamado «rueda de la suerte». Unos seis jugadores se sentaban ante una mesa y observaban unas pequeñas pantallas que mostraban a la masa de gente de la pista de baile. Cada bailarín parecía estar representado por un signo distinto en la rueda. El jugador la hacía girar y ganaba el bailarín que tenía el mismo signo que la rueda señalaba al detenerse. Me habría parecido un juego absurdo si no hubiera visto antes la tortura que esperaba a esos bailarines en el foso.

En el club Hex no existía lo clandestino, pues todo aquello que en la Tierra hubiera sido censurado aquí se llevaba a cabo abiertamente: las parejas se enzarzaban en lo que podría calificarse como «juegos preliminares» sin ningún pudor, y sobre todas las mesas se veían líneas de polvos blancos y pastillas de colores parecidas a caramelos. Algunos demonios trataban con dureza a los humanos, pero lo más alarmante era que estos parecían disfrutar con ese maltrato. Esa absoluta ausencia de valores morales me resultaba escalofriante.

Empecé a dudar de que tuviera algún sentido estar allí, por no hablar de intentar encontrar información sobre los portales. Empezaba a perder la confianza con que había iniciado todo aquello.

—No estoy segura de que esto haya sido muy buena idea, después de todo —dije.

Tuck respondió algo, pero el volumen de la música me impidió oírlo. Desde que habíamos entrado, y a pesar de los esfuerzos que había hecho por pasar desapercibida, todo el mundo dirigía su mirada hacia mí. Algunos de los demonios olisqueaban el aire, como si se dieran cuenta de que yo no pertenecía a ese lugar. Los que se acercaban a nosotros me miraban con ojos de tiburón. Tucker me pasó un brazo por los hombros y me llevó hasta la barra, donde me senté en un taburete, agradecida por su presencia protectora. Asia pidió unos chupitos de vodka. Se tomó el suyo de un trago y depositó el vaso sobre el mostrador con un golpe seco. Yo sorbí el mío.

—Eso no es muy educado, cariño —se burló—. ¿Es que quieres llamar la atención o qué?

Le dirigí una mirada desafiante y, echando la cabeza hacia atrás, vacié el vaso. El vodka no tenía ningún sabor, pero me quemó la garganta como si fuera fuego líquido. Luego, imitando a Asia, dejé el vaso sobre la barra con un golpe fuerte y gesto triunfante, pero de inmediato me di cuenta de que eso era una señal para que el camarero volviera a llenarlo. No toqué el segundo vaso: la cabeza ya empezaba a darme vueltas y Tucker me miraba con desaprobación. Entonces Asia dijo una cosa totalmente inesperada que nos cogió por sorpresa a los dos:

—Creo que puedo ayudarte a encontrar lo que buscas.

—Solo hemos venido a divertirnos un rato —dijo Tuck cuando pudo reaccionar.

—Ya. Se te ve en la cara —rio Asia—. Basta de tonterías, Tucker. Estás hablando conmigo. Sé lo que buscáis, y quizá conozca a alguien que os puede dar algún consejo.

—¿Nos vas a ayudar? —pregunté sin ambages—. ¿Por qué?

Asia respondió en tono condescendiente:

—Bueno, no quisiera ayudarte, pero parece que su majestad sufre un enamoramiento adolescente que algunos calificarían de lamentable. Creo que mi deber como leal súbdita es hacer todo lo que esté en mi mano para ayudarle a superarlo. Y supongo que la mejor manera de hacerlo es…

—Es haciendo que Beth se largue de aquí. —Tucker terminó la frase por ella, como si todo hubiera cobrado sentido.

—Exacto. —Asia dirigió la atención hacia mí—. Créeme, nunca haría nada que no me beneficiara, y ahora mismo lo que más me gustaría es que desaparecieras. Y, con suerte, antes de que el Tercer Círculo sufra ningún daño.

Recordé que Hanna había mencionado el Tercer Círculo al poco tiempo de mi llegada al Hades, pero no comprendía por qué se encontraba amenazado.

—¿De qué estás hablando? —pregunté.

—Asia se refiere a los rebeldes que quieren que Jake sea derrocado —explicó Tuck—. Creen que últimamente está descuidando sus deberes.

—No me lo creo —dije—. ¿Cómo pueden unos cuantos demonios conspirar contra su líder?

Asia puso los ojos en blanco.

—Jake no es simplemente un demonio, es un demonio caído. Es uno de los Originales, los que cayeron al lado de Gran Papi al principio de todo. Son ocho en total, los ocho príncipes de los Ocho Círculos. Por supuesto, Lucifer es quien preside el noveno… el círculo más caliente del Infierno.

—Entonces, si solo hay ocho demonios originales —deduje—, los otros deben de haber sido creados por ellos.

—¡Uau! —se mofó Asia—. No eres solamente una cara bonita. Sí, los Originales dirigen el cotarro. Los otros no tienen ningún control real, son prescindibles, no son más que hormigas trabajadoras. Los mejor considerados son destinados a las cámaras de tortura, o invitados a compartir cama con los que manejan el poder. Algunas veces, desde luego, se unen para intentar derribar a los Originales. Y, por supuesto, siempre fallan.

—¿Y si los descubrieran? —pregunté.

—Jake los masacraría a todos.

—Los Originales harían cualquier cosa por protegerse —dijo Tucker—. Jake más que nadie.

—Entonces, ¿cómo piensan derrocarlo estos rebeldes? —inquirí.

—No tienen mucha idea. —Asia se encogió de hombros—. La mayoría son unos idiotas que esperan una oportunidad para menoscabar su poder.

—Yo creía que tú eras su mayor defensora —dije, procurando mantener un tono tranquilo. Quizá pudiéramos llegar a un acuerdo con Asia, después de todo—. ¿Por qué no le has hablado de esto?

—Nunca está de más guardarse algunas cartas en la manga —repuso Asia.

—¿Los rebeldes están enfadados con Jake por mi causa? —pregunté.

—Sí. —Asia levantó ambas manos—. Han expresado su inquietud, pero Jake no quiere escuchar. —Me miró con desdén y añadió—: Supongo que contra gustos no hay disputa.

—¿No te estás poniendo en peligro al ayudarnos?

—¿Es que no sabes que no hay mayor furia que la de una mujer ultrajada? Digamos que mi ego está herido.

—¿Puedes contarnos lo que sabes de los portales? —preguntó Tucker.

—No he dicho que sepa nada. Pero ahí detrás hay alguien que quizá sí lo sepa. Se llama Asher.

Tras uno de los pesados tapices que colgaban de las paredes se abría un pasillo donde nos estaba esperando un demonio vestido con un traje italiano. Asher debía de tener entre treinta y cuarenta años. Era alto, con el pelo negro —que llevaba mal peinado y muy corto—, y un rostro que parecía el de un emperador romano. Sobre la frente le caía un remolino de pelo y tenía las mejillas marcadas de viruela. Masticaba un palillo, completamente inconsciente de que parecía un típico gánster de película. Tenía la nariz ligeramente curvada, y sus ojos de tiburón lo identificaban como demonio. Estaba apoyado contra la pared, pero al vernos se acercó con gesto elegante. Me miró de arriba abajo con una curiosidad que inmediatamente dio paso a una expresión de desagrado.

—Este disfraz no engaña a nadie, tesoro —dijo—. Tú no perteneces a este lugar.

—Bueno, por lo menos estamos de acuerdo en una cosa —repuse—. ¿Estás con los rebeldes?

—Claro —contestó—. Y tengo exactamente dos minutos, así que escucha: lo que buscas no lo vas a encontrar en este distrito. Los portales adoptan varias formas, pero del que he oído hablar se encuentra en el Yermo, fuera de los túneles.

—No sabía que hubiera algo fuera de los túneles —dije.

—Claro que sí. —Asher me miró con desprecio—. Nada vivo, por supuesto, solo almas perdidas que vagan por ahí hasta que los rastreadores las traen de vuelta.

—¿Cómo lo reconoceré?

—¿El portal? Busca la planta rodadora que recorre el Yermo. Cuando salgas de aquí, dirígete hacia el sur y continúa andando. Cuando la encuentres, lo sabrás… si es que llegas lo bastante lejos.

—¿Cómo sé que puedo confiar en ti? —pregunté.

—Porque deseo ver arder a Jake tanto como tú. Nos trata como escoria y estamos hartos. Si él pierde su conquista tan pronto, verá su poder desafiado y quizá tengamos una oportunidad de derrocarlo.

Vi que Asia, que se encontraba detrás de Asher, ponía los ojos en blanco y me pregunté si ese plan era muy bueno. No me parecía que la autoridad de Jake fuera a ser verdaderamente cuestionada en un futuro inmediato. Tucker le dio las gracias y me tomó del brazo para llevarme de vuelta al club. Lo seguí, obediente, pensando que él debía de saber cómo encontrar el Yermo.

Antes de que nos fuéramos del club Hex volví a ver a Asher: estaba en la barra hablando con Asia. Se acercó a ella y le metió la lengua en la oreja mientras le acariciaba un muslo con la mano. Pensé que eso era lo que Asia debía de haber ofrecido para obtener la información que necesitábamos.

Reflexioné sobre la absoluta ausencia de confianza y lealtad que había en ese lugar. Allí todo se edificaba sobre la mentira y el engaño: era imposible saber quién trabajaba con quién, quién dormía con quién o manipulaba a quién.

En ese momento supe que, aunque llevara una lujosa vida como reina de Jake, nunca conseguiría sobrevivir allí.

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