Hades

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18. El portal

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El portal

—Deberías volver —le dije a Tucker mientras avanzábamos penosamente por los sucios túneles—. Esto ha sido idea mía. No debería haberte metido. Dile a Jake que te di esquinazo y que me perdiste de vista. Asia te respaldará.

Incluso mientras pronunciaba esas palabras sabía que era demasiado tarde para que Tuck pudiera regresar. Si volvía al hotel Ambrosía sin mí, Jake desataría toda su furia sobre él. Tuck debía de saberlo también, porque lo único que dijo fue:

—Usted no va a ir sola al Yermo.

—No dejaré que Jake te haga ningún daño —le dije—. Pase lo que pase.

—No pensemos en eso ahora.

Tucker continuó caminando delante de mí. No me quedó otra opción que seguirlo.

Al poco tiempo de salir del distrito de los clubes, el terreno cambió marcadamente. De repente el ambiente se volvió sofocante y el paisaje apareció devastado, como el de un desierto. Era como si todo el color y la vida hubieran sido borrados de ese territorio: todo lo que quedaba era su esqueleto vacío y gris. Por encima de nuestras cabezas solo había una niebla que no permitía ver qué había más allá. Ya habíamos dejado atrás los cerrados pasillos, pero continuábamos atrapados en una dimensión extraña que no tenía principio ni fin. Lo peor de todo era ese sonido que estaba presente en todo momento: el quejido ahogado de las almas perdidas que erraban por allí. Era capaz de percibir su presencia cerca de nosotros, eran como aire rizado y caliente que hacía incluso más insoportable el aire ya de por sí sofocante. No podía verlas, no eran más que un breve titilar del aire, pero sabía que estaban a nuestro alrededor y no había nada que acallara sus gritos sobrenaturales. Me invadió un terrible y asfixiante sentimiento de desolación, como si mi alma estuviera siendo arrancada de mi cuerpo. El corazón se me aceleró y sentí una urgente necesidad de detenerme. Tucker me tomó de la mano para que pudiera seguir su ritmo.

—Estoy cansada, Tuck —dije sin darme cuenta.

—No se detenga —susurró él—. Este lugar tiene este efecto en la gente. Tenemos que continuar adelante.

No parecía que el Yermo afectara a Tuck de la misma forma que a mí. Quizá se debía a que, después de tanto tiempo en Hades, él ya era inmune. O quizá fuera porque yo era un ángel y sentía la profunda desesperación de las almas que nos rodeaban.

—Si nos entretenemos demasiado los rastreadores podrían percibir su olor —añadió Tucker.

Me había olvidado por completo de ellos. Sabía que, al ser un ángel, yo emitía un limpio olor a lluvia que quizá se pudiera camuflar en el denso ambiente de un club pero que no podía pasar desapercibido al aire libre.

—¿Me puedes decir quiénes son los rastreadores?

Me continuaba costando respirar. Tuck me miró un momento y meneó la cabeza.

—Ahora no.

—Venga —insistí. Desde que salimos del hotel, Tucker había adoptado una actitud protectora y no parecía dispuesto a abandonarla—. Prefiero saberlo.

Tuck suspiró.

—Los rastreadores persiguen a las almas que entran en el Yermo.

Lo explicó escuetamente, como si ya tuviera demasiadas cosas en las que concentrarse para tener que esforzarse en conversar.

—¿Y esas almas acaban regresando a los clubes? —pregunté.

—No exactamente.

—Las tiran al foso, ¿verdad? —dije—. No pasa nada, Tucker. Lo he visto.

Estaba a punto de explicárselo, de decirle que dejara de evitarme la crudeza de la situación, pero de repente Tucker se detuvo y me cubrió la boca con la mano.

—¿Ha oído eso? —preguntó.

—¿El qué?

—Escuche.

Nos quedamos en silencio un momento hasta que yo también oí el sonido que había hecho que Tucker se parara. Era una voz aguda, como la de una chica joven. Me estaba llamando por mi nombre.

—¡Bethany! —gemía—. Bethany, soy yo.

Esa voz de niña cada vez se oía más cerca. Esperé conteniendo la respiración hasta que noté un remolino de aire caliente que me rodeaba. Tucker dejó caer las manos inertes a ambos lados del cuerpo.

—¿Quién eres? —pregunté, temblando.

Sentía una presencia en el viento que me acariciaba con dedos largos y delgados.

—¿No te acuerdas de mí?

Esa voz tenía un tono de desamparo y me resultaba extrañamente familiar.

—No podemos verte —dijo Tucker con valentía—. Sal de las sombras.

—No pasa nada —animé—. No vamos a hacerte daño. Estamos de tu parte.

Contemplé boquiabierta la imagen de una chica que salía de entre la niebla y empezaba a tomar forma delante de mí. Al principio era solamente un perfil, como el rudimentario esbozo de un artista al que le faltaba el relleno, pero cuando por fin acabó de formarse y la miré bien, la reconocí de inmediato. Ese finísimo cabello rubio, esa nariz respingona y esos labios llenos me resultaban dolorosamente familiares. Ahora tenía el pelo apagado, sin brillo, y las mejillas hundidas, pero no cabía error: todavía conservaba la luz en sus ojos azules, que ahora contrastaban con la suciedad que le cubría el rostro. Me miraba con tanta desolación que sentí toda su tristeza en mí y creí que se me iba a romper el corazón.

—Taylah —susurré—. ¿Eres tú? ¿Qué haces aquí?

—Yo podría preguntarte lo mismo.

Sonrió sin ganas. Taylah iba vestida igual que lo había hecho en vida: un top ajustado y unos pantalones muy cortos. No llevaba zapatos y, a pesar del polvo que le cubría los pies, vi que todavía llevaba las uñas de los dedos pintadas.

—¿También te raptaron? —pregunté—. ¿Te trajo Jake aquí? Taylah negó con la cabeza.

—Me juzgaron, Beth —dijo en voz baja—. Y mi alma fue enviada aquí.

—Pero ¿por qué? —pregunté con voz ronca: no conseguía comprender lo que intentaba decirme.

—Después de morir en el baño de las chicas, oí voces a mi alrededor. Mis pecados estaban siento sopesados; mis buenos actos, calculados. Y luego, noté que caía.

Quise preguntarle qué era lo que había sucedido en el pasado que la hubiera hecho venir a este lugar, pero no conseguí hacerlo. A pesar de ello, sabía que tenía que haber sido un error. Taylah era solamente una niña. Era posible que fuera superficial, un poco maliciosa y competitiva a veces, pero esos tampoco eran crímenes terribles. Era capaz de mostrarse cruel con quienes no compartían su brillante mundo de cuerpos bronceados y ejercitados con Pilates, pero yo sabía que podía también mostrar bondad. Me costaba imaginar que hubiese hecho algo realmente inmoral.

—Sé lo que piensas —dijo con expresión avergonzada—. Te estás preguntando qué hice para acabar aquí.

—No tienes que decir nada, Tay.

—No, no pasa nada —dijo—. Estoy aquí porque nunca me enseñaron a creer en nada. Yo no comprendía cuáles son las cosas importantes en la vida. —Dudó un instante; los ojos se le llenaron de lágrimas—. Solo me importaba divertirme, nunca me preocupé por nada verdadero. Pecaba y no dedicaba ni un solo pensamiento a ello.

La miré, esperando, pero ella tardó unos minutos en reunir el valor suficiente para continuar.

—Hice una cosa horrible. Bueno, no lo hice exactamente, pero me quedé quieta y permití que sucediera.

—¿Qué pasó? —pregunté.

—Hace un par de años hubo un atropello en Venus Cove y el pequeño Tommy Fincher murió. Estaba jugando en la calle. Salió en todos los periódicos, pero nunca encontraron al conductor del coche. Tommy solo tenía diez años. Sus padres no llegaron a superarlo nunca.

—¿Qué tiene que ver contigo todo esto?

—Yo estaba allí cuando ocurrió.

—¿Qué? ¿Por qué no informaste de ello? —me sentía confundida.

—Porque el conductor del coche era mi novio en ese momento. Había bebido y yo nunca hubiera debido permitirle que se pusiera al volante…

Se interrumpió, incapaz de continuar hablando.

—¿Lo encubriste? ¿Por qué?

—Yo solo tenía quince años y él era mayor. Me dijo que me quería. Todas las chicas de mi curso estaban celosas. Estaba tan obsesionada con él que no distinguía lo bueno de lo malo.

No supe qué decirle. El pecado de omisión era un delito grave. Incluso había personas que creían que un testigo que permitía una injusticia era tan culpable como el mismo perpetrador. La única disculpa de Taylah era su juventud e inexperiencia, pero era evidente que ninguna de las dos cosas habían sido suficientes para absolverla.

—¿Qué te pasó con ese chico?

—Toby y yo rompimos al cabo de unos meses, cuando su familia se trasladó a Arkansas.

—¿Y por qué no lo dijiste entonces?

—Pensé en hacerlo, pero no tuve valor. Y eso tampoco iba a servir para devolverle la vida a ese niño. Me preocupé por mi reputación y por lo que la gente diría de mí.

—Oh, Taylah —dije—. Ojalá hubieras tenido a alguien que te ayudara. Debiste de sentirte muy sola.

Se la veía muy distinta de la chica que yo había conocido. La Taylah de antes hubiera estado demasiado ocupada por su corte de pelo para parar a plantearse cuestiones sobre el bien y el mal. Supuse que ahora había comprendido, pero ya era demasiado tarde.

—¿Sabes cómo me di cuenta de que estaba en el Infierno, o Hades, tal como le gusta a su real idiota que lo llamemos? —preguntó—. No fue por las llamas ni por las torturas. Fue por la absoluta ausencia del amor. No te puedes quedar aquí, Beth. En este lugar solamente hay odio. Acabas odiando a todo el mundo y, por encima de todo, te odias a ti misma. Ese odio te corroe por dentro.

—¿No tienes miedo de estar aquí sola? —preguntó Tuck.

—Supongo que sí. —Taylah se encogió de hombros—. Pero tuve que huir. No soportaba más los clubes… que los demonios me maltrataran como si no fuera más que un trozo de carne.

Esas palabras sirvieron de recordatorio a Tucker, que miró nervioso a su alrededor.

—Tenemos que seguir adelante.

—Ven con nosotros —le dije a Taylah, pues no quería separarme de ella tan pronto.

Avanzamos sigilosamente por el desolado Yermo. Taylah nos seguía, desapareciendo y apareciendo de la niebla de vez en cuando.

Mientras caminábamos, me vino a la mente un fragmento de la Biblia:

Y del humo salieron langostas sobre la tierra…

y se les dijo que no dañasen la hierba de la tierra,

ni ninguna cosa verde, ni árbol alguno; sino solamente

a aquellos hombres que no tenían el sello de Dios

en sus frentes.

Qué pronta era la ira de Dios. Ni la juventud ni la falta de comprensión lo eximían a uno de ser juzgado. De repente, mi propósito en la Tierra estuvo más claro que nunca.

—Así que eres un ángel, ¿eh? —dijo Taylah—. Debería haberlo sabido por esa forma tan sana de vivir.

—¿Cómo lo has sabido? —pregunté.

—No lo sabía cuando estaba viva. Pero ahora puedo notarlo. Además, tu aura te delata.

—No pareces sorprendida.

—Ya no me sorprende nada.

Yo no sabía qué más decir, así que cambié de tema.

—Molly te echa de menos —dije.

Taylah sonrió con tristeza.

—¿Qué tal le va? Yo también la echo de menos.

—Está bien —repuse—. ¿De verdad eras tú en la noche de Halloween?

—Sí —asintió Taylah—. Intentaba advertiros. Pero no sirvió de nada. Aquí estás.

—¿Tú sabías lo que iba a suceder? —pregunté.

—No exactamente, pero sabía que esa sesión de espiritismo iba a despertar algo maligno —contestó—. Abby es una idiota, no tenía ni idea de en qué se estaba metiendo.

—No seas tan dura con ella. Cuando se dio cuenta, se arrepintió. ¿Cómo te enteraste?

—Un pajarito me dijo que se había abierto un portal en Venus Cove. Yo sabía que eso solo podía traer problemas, así que intenté advertiros. Supongo que la pifié otra vez.

—No, no lo hiciste —repuse con firmeza—. Hiciste lo que pudiste.

—Yo pensaba que un ángel tendría el sentido común de no mezclarse en esas cosas —dijo Taylah en un tono de reprimenda que se parecía más al de la chica que yo había conocido.

—Tienes razón. Debería haberlo hecho mejor.

—Oh, no te pongas sentimental —dijo ella—. Ya sabes, aquí eres una especie de leyenda. Todos hemos oído la historia de cómo le rompiste el corazón a Jake y de cómo tu hermano lo desterró bajo tierra. Desde entonces, él ha esperado la oportunidad de volver a tenerte.

—¿Sabe alguien cómo termina esta historia? —pregunté con ironía.

—No —contestó Taylah—. Eso es lo que todos esperan averiguar. De verdad espero que puedas volver con Xavier.

—Yo también —dije.

La tierra que se extendía ante nosotros parecía no tener fin y su monotonía solo se veía rota por alguna roca o un cactus solitario.

—Aquí no hay nada —dijo Tucker, derrotado—. Creo que deberíamos regresar.

—No podemos —protesté—. Asher ha dicho que ahí fuera hay un portal. Tenemos que continuar buscando.

—No tenemos por qué encontrarlo hoy. Solo hemos perdido una batalla, no la guerra.

—No seas tan nena —lo provocó Taylah con su franqueza habitual—. Quiero ver cómo salís de aquí.

—¿Cuándo tendremos otra oportunidad? —pregunté en tono de queja.

—No lo sé. —Tucker había adoptado un tono de disculpa—. Pero ya hace mucho rato que nos hemos ido, y estamos pisando terreno peligroso.

El sabor del fracaso era amargo. Habíamos estado muy cerca, pero al final no habíamos llegado a ningún lado. Lo habíamos arriesgado todo y no habíamos conseguido nada. Pero fue solamente la preocupación que sentía por Tucker lo que me hizo decidir que regresáramos. Jake se enojaría conmigo, pero a mí lo único que me haría sería reforzar la vigilancia para que no pudiera volver a poner un pie fuera del ático del hotel. Con Tucker era otra historia; Jake lo mantenía perversamente a su lado para que le sirviera de diversión, así que era prescindible.

Ya nos habíamos dado la vuelta para iniciar la marcha cuando me di cuenta de que algo en el aire había cambiado.

—¡Espera! —grité, agarrando a Tucker de la manga.

—¿Y ahora qué pasa? —se quejó. Cada vez estaba más intranquilo. Quizás había llegado a la secreta conclusión de que nos habían conducido a una trampa.

—Noto algo distinto —dije mientras daba media vuelta despacio—. La verdad es que hay algo que huele distinto.

Esto le llamó la atención.

—¿Como qué? —preguntó.

—Creo que es sal —repuse.

Dejé de pensar para concentrarme en mis sentidos. Conocía ese olor, me era tan familiar como el de mi propia piel. Era el inconfundible aroma salobre del océano y me entregué a él como a los brazos de un amigo que me diera la bienvenida.

—El portal debe de estar cerca —dije. Me separé de ellos y me afané por avanzar un poco más—. Creo… ¡creo que huelo el mar!

A mis espaldas oí una exclamación ahogada, pero no estaba segura si había sido Tucker o Taylah, o ambos.

—¡Ahí delante! —dijo Tucker en tono de urgencia—. Tiene que ser esto. ¡No puedo creer que lo hayamos encontrado!

Me giré y vi una enorme planta rodadora que iba de un lado a otro sobre la polvorienta tierra roja a pocos metros de donde estábamos. La planta estaba retorcida y llena de nudos a causa de los interminables días de rodar por el Yermo empujada por el viento, pero no cabía duda de que se trataba del portal.

Corrí hacia ella creyendo que la planta me esquivaría, pero fui capaz de agarrarla. El tacto era rugoso y seco, y emitía una energía irresistible: me sentí atraída hacia ella como por una fuerza magnética. Una planta rodadora pasaba desapercibida, lo que la hacía ideal como portal. Era lo bastante grande para que yo cupiera entera. Miré a través de ella y, al otro lado, adiviné un débil rayo de sol sobre una arena blanca.

Tucker y Taylah se habían colocado a mi lado inmediatamente y no me quitaban los ojos de encima. Tuck estaba ruborizado por la excitación, y el alma de Taylah vibraba de emoción. Alargué un brazo y lo introduje en la planta, cuyas secas ramitas me arañaron la piel. El centro de la planta tenía una consistencia como de barro, era maleable pero difícil de perforar. Solo conseguí meter el brazo hasta cierto punto; a partir de ahí encontré una fuerte resistencia.

—No me deja continuar —les dije.

Empecé a girar el brazo con determinación para abrir un agujero. Cuando ya había conseguido meter el brazo hasta el hombro, noté que algo me tiraba de la mano. Me entró el pánico. ¿Y si todo eso no era más que una ilusión? ¿Y si esa planta rodadora no era más que una complicada broma a nuestra costa? Parecía una idea un tanto rebuscada, pero ¿y si Asia y Asher se habían divertido con nosotros? Después de todo, eran demonios y se dedicaban a apresar a las almas. ¿Y si al salir al otro lado no me encontraba en mi casa de Georgia sino en un rincón del Infierno todavía más oscuro? Entonces sí estaría completamente sola, ni siquiera Tucker podría encontrarme.

Me quité esas ideas de la cabeza. Pensé en la sensación que había tenido al fundirme con Xavier como espíritu, lo completa y a salvo que me sentí. Ese recuerdo me dio fortaleza. Xavier no hubiera querido que me echara atrás después de haber llegado tan lejos. Pensé en lo orgulloso que se sentiría si conseguía salir. Si atravesaba el portal, Xavier podría verme en carne y hueso, no solo como una vibración en el aire. Esa idea me atormentaba, tentándome. Contaba mentalmente los segundos que faltaban para poder sentir la suave arena bajo mis pies.

—Espera. Voy a intentarlo —oí que exclamaba Taylah con impaciencia.

Vi que Taylah pasaba rápidamente por encima de mí, una filosa sustancia suspendida en el aire que atravesaba la planta rodadora sin ningún esfuerzo. Al cabo de un instante, me llamaba desde el otro lado.

—¿Cómo lo ha hecho? —exclamé, sacando el brazo y mirando por dentro.

Al otro lado vi su cara un poco borrosa. Taylah me hizo un gesto afirmativo y miró a su alrededor.

—Claro. —Tucker se dio una palmada en la frente—. ¡A un alma le resulta muy fácil colarse a través!

—¡Conozco este sitio! —gritó Taylah con la voz temblorosa de excitación—. ¡Beth, no te vas a creer dónde estoy! —Estaba llorando ahora, unas grandes lágrimas de felicidad le bajaban por las mejillas.

—Estás en Venus Cove, ¿verdad? —Lo supe de inmediato—. ¿En el Peñasco?

—Sí, Beth —susurró Taylah—. Estoy en casa.

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