Hacker

Hacker


Capítulo 15

Página 18 de 35

Capítulo 15

—A lo mejor no es el momento, pero…

En contra de todo pronóstico, no fue Semus quien comenzó a hablar, sino el propio Toei.

—Adelante.

Max volvió a susurrar. No quería cerrar la puerta de la habitación y aislar al prisionero. No parecía capaz de soltarse, pero no estaba dispuesto a dejar nada al azar.

—Espera un momento —interrumpió Semus—. ¿Tu madre no tiene una especie de taller de manualidades?

—No entiendo a qué vine eso ahora, la verdad —protestó el muchacho.

—Era una habitación pequeña, ¿verdad? ¿No había remodelado la despensa?

—Sí. Primero puso una máquina de coser y no sé qué más, y luego lo quitó todo y puso una colchoneta de yoga. Pero ahora lo hace fuera de casa porque dice que no puede concentrarse con el olor a cocina. Así que está vacía.

Max ya entendía por dónde iba Semus, que de nuevo parecía leerle la mente. Ahora, sin embargo, estaba seguro de que no se trataba de ningún truco de mentalismo, sino de una muestra de sentido común.

—¿Y dices que está junto a la cocina? —preguntó el propio Max.

—No lo he dicho, pero se deduce, sí. Es donde están las despensas: al lado de la cocina, ¿no?

El gesto y tono de fastidio del chico hacían evidente que ya había empezado a relajarse.

—Vuelvo en un momento.

Max se quitó la chaqueta, dejando ver el arma que portaba en la sobaquera. Como ya se había dado la vuelta para salir, no vio que la aparente tranquilidad de Toei desapareció en un instante.

* * *

No tardó más de dos minutos en apartar la mesa del centro, abrir la puerta de la despensa reconvertida en sala de yoga y arrastrar hasta el interior la silla a la que había atado al prisionero.

—Vas a quedarte aquí quieto y calladito un momento —dijo—. Ya veremos luego lo que hacemos contigo. Si te portas bien, igual tienes suerte.

Pronunciar ese tipo de frases le parecía de matón barato, pero no estaba allí por el glamur, sino para llevar a cabo una misión con la mayor efectividad. Y, de momento, no tenía ni la menor idea de cómo conseguirlo.

* * *

Cuando volvió a la habitación del convaleciente, algo había cambiado. Los dos informáticos no habían dispuesto de mucho tiempo para hablar, pero, desde luego, lo hicieron. Toei hacía una especie de ejercicio de respiración. Semus esperaba sentado en una orilla de la cama; los dos mostraban las manos, como si quisieran que Max supiera que no ocultaban nada. Entonces se dio cuenta.

—Siento que hayáis visto la pistola —dijo—. No la usaré contra vosotros. De hecho, nunca la uso a no ser que sea estrictamente necesario.

Se puso la chaqueta de nuevo, para ocultar aquello que los ponía tan nerviosos.

—Toei, estabas a punto de decir algo. Dilo, cuéntanos lo que sea, lo vamos a necesitar. No tenemos nada, no sabemos por dónde empezar. Y os aseguro que esto no es algo a lo que esté acostumbrado. Somos un equipo, así que será mejor que empecemos a portarnos como tal.

—Fue hace un par de años —empezó Toei—. Yo era joven y un poco estúpido.

Max hizo un esfuerzo para que su rostro no transluciera lo que estaba pensando.

—Ya sé que sigo siendo joven y que seguramente piensas que soy idiota —añadió Toei—, pero por aquel entonces lo era más. Y además, estaba radicalizado. No entraremos en qué sentido, porque no tiene relevancia. La cuestión es que necesitaba hacer la revolución. Quería que cambiasen las cosas. Mi madre trabaja como una burra. Y sus amigas también. En este barrio la gente se cree que tiene vida, pero no. Trabajan para pagar unos pisos que se creen que son suyos, pero son del banco. Llegan a casa agotados, todos ellos, y no pueden disfrutar del tiempo libre que les queda. No sé, yo a mi madre la respeto mucho y la quiero.

Max asentía, pero aquel discurso empezaba a hacérsele un poco pesado; ¿a dónde quería llegar el crío?

—Lo que quiero decir es que necesitaba formar parte de algo, hacer que todo estallase por los aires para que los de abajo tuviésemos acceso a nuestra parte del pastel.

—Todos hemos querido eso alguna vez. Algunos todavía lo queremos —dijo Semus.

—Bueno, en aquel entonces una organización contactó conmigo a través de la Deep Web. Me sentí halagado. Eso quería decir que había llamado la atención de gente peligrosa e importante.

—¿Trataron de reclutarte unos informáticos radicales y te sentiste orgulloso?

—Lo dices como si no tuviera sentido, pero lo tenía. Tú te alistaste en dos Ejércitos. No sé quién es más imbécil de los dos.

Max se sorprendió sonriendo ante el atrevimiento del muchacho. Por lo visto, le había herido en el amor propio y, en lugar de arriesgarse y tratar de desaparecer debajo del edredón como llevaba haciendo todo el tiempo, saltó. Y no solo se defendió, sino que había atacado.

—En eso tengo que darte la razón.

Toei se relajó de inmediato.

—Te cuento esto porque, bueno, creo que tienes razón, que La Furia no quiere cambiar el sistema, quiere hacerse con él. Esta gente a la que estuve a punto de unirme, eran iguales. Para empezar, allí todos nos identificábamos con alias y nombres en clave. La mayoría de los suyos eran neutros, pero algunos no lo eran tanto. Que si Ario, que si Doktor, que si Propagandhi. Y no había mujeres, ninguna.

—¿Cómo sabes eso si solo usabais alias?

—Ninguno de los alias era femenino, todos hablábamos en género masculino para referirnos a nosotros mismos. Y lo que pensé fue que aquel no era lugar para mí. No tengo aspecto oriental, pero mi padre era de Corea. Aunque me preocupaba más lo de las mujeres, la verdad.

Max alzó una ceja.

—Yo no soy feminista ni nada, no creas. Pero no me cabía en la cabeza que un grupo revolucionario fuera excluyente. O sea, ¿qué mierda de revolución vas a hacer si te dejas a la mitad de la población mundial fuera? Estos querían un cambio de poder, no un cambio de sistema. Y algo me dice que La Furia también.

—Perdona que te sea tan sincero, Toei, pero no sé en qué puede ayudarnos esa experiencia tuya.

En realidad Max estaba impresionado. Había tomado al chaval por un postadolescente egoísta, pero el chico no solo tenía conciencia, sino que también poseía una notable capacidad de análisis y autocrítica.

—En realidad —intervino Semus— Toei y yo nos conocimos en ese entorno. Había algunas mujeres, pocas, ocultas tras seudónimos masculinos.

—La mejor experta en ordenadores y comunicaciones, y lo que se os ocurra, que conozco es una mujer —dijo Max pensando en Mei.

—La cuestión es que Toei, yo y un pequeño grupo de personas salimos muy decepcionados de aquella experiencia. Cada uno por su cuenta, investigamos a los supuestos grupos anarquistas que se esconden en las redes.

—¿Existen grupos anarquistas en el siglo XXI?

—Supongo que para la mayor parte de la gente el anarquismo murió en el siglo XX, con el fracaso del comunismo y del resto de movimientos de izquierda, pero los grupos siguen existiendo —contestó Semus. Toei se limitaba a asentir—. Ahora, en una cosa tengo que darte la razón: no son anarquistas. Los anarquistas verdaderos desean acabar con el sistema opresor que impide el desarrollo individual real. Como dice Toei, no buscan un cambio real de paradigma, sino quieren controlar los medios de producción, los de información y los Ejércitos.

Los dos hackers callaron y esperaron. Con las manos aún visibles, uno sobre las rodillas y el otro sobre el edredón, miraban a Max. Estaba claro que deseaban que se posicionase. Como no sabía qué otra cosa hacer y, de todos modos, ambos conocían a la perfección hasta el último detalle registrado de su vida, Max les dio lo que, sin palabras, le pedían.

—Yo también he sido joven y muy estúpido. Mucho más de lo que podría parecer. De hecho, hubo un tiempo en el que no se me había ocurrido siquiera que las naciones, los mercados, los Estados, y todo en general, forma parte de un sistema que está diseñado para funcionar de manera indefinida. Incluso los seres humanos, desde nuestra infancia y hasta la muerte, somos programados para formar parte de una rueda gigante que nos engulle para que hagamos que gire redondo. Por mi parte, estaba encantado con la rueda.

A medida que hablaba, Max se daba cuenta de que ni siquiera necesitaba mentir. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que verbalizara todo aquello, pero, en lo más íntimo de sí, seguía sintiéndolo como cierto. Programación y desprogramación: el cerebro humano no era más que una máquina con la que cualquiera, bien entrenado, podía jugar. Siguió hablando.

—Ya sabéis que me alisté en dos Ejércitos. Y lo hice convencido, no os voy a engañar. Yo quería salvar el mundo, quería poner orden, quería hacer grande mi país. Ya sabéis todo lo que he hecho. Tenéis los datos. Sabéis que adquirí el grado de teniente, sabéis que fui reclutado por —Max tragó saliva. Le costaba pronunciar el nombre de su mentor— Arcángel, y que a partir de ahí mi actividad cambió. No tengo, pues, motivo para ocultaros eso.

Semus y Toei asentían. Los dos hombres y el muchacho pertenecían a mundos diferentes, provenían de hogares muy distintos e ideologías casi completamente antagónicas, pero en aquella habitación se estaba creando un vínculo real. Tal vez no fuese a durar más de lo que lo hiciese la misión. Pero en ese tiempo sería sólido como el acero.

—Lo que no sabéis —continuó— es lo que pasó dentro de mi cabeza. Pero, bueno, os lo acabo de decir: al principio quería salvar el mundo. Arcángel me mostró que el mundo, tal y como lo conocemos, no merece ser salvado. Habría que cambiarlo de arriba abajo.

»He decidido que no es asunto mío salvar el mundo. La mayor parte de las personas no merecen que realice el esfuerzo. Pero tampoco merecen que las engañen. Así que, sí, hasta cierto punto me parezco a vosotros y hasta cierto punto también hay un poco de Randall Grove en mí. O lo hubo. No porque él quiera hacer grande a su país. Sino en el sentido de que pretende darle orden al mundo. El orden que le parece correcto a él, por supuesto, pero orden, al fin y al cabo.

No tenía ni idea de si su discurso iba a funcionar o no. Ni de qué pasaría si funcionaba. Pero había dicho la verdad y, para ser honesto consigo mismo, tenía que admitir que le sentó bien hacerlo.

—Nosotros hemos estado siempre en retaguardia, es verdad —dijo Semus.

—La retaguardia es importante. Sin una buena infraestructura de soporte, los soldados no tendrían cómo regresar. Ni, probablemente, a dónde regresar.

—Lo que hemos estado haciendo —intervino Toei— es una labor de vigilancia global. Creo que se puede llamar así.

El chico se incorporó un poco en la cama. Usó ambos brazos sin querer y debió de sentir algo en el hombro en el que le habían alcanzado, porque hizo un pequeño gesto de dolor, pero eso no le impidió seguir hablando.

—Formamos una red de comunicaciones, ya sabes: Internet, sobre todo. Solo que no es Internet. Explicarlo es complejo, pero el hecho es que nadie puede detectarnos. Trabajamos más allá de la Internet pública y un poco más allá que la Deep Web.

—Lo hemos estado pensando —dijo Semus—, y es probable que nuestro sistema se parezca mucho al de La Furia. Ellos son muchos más, seguramente cuentan con equipos más potentes y todo eso, pero a nivel técnico usamos algo muy parecido.

Max paseaba por la habitación. Si es que a los dos pasos que alcanzaba a dar en cada sentido se le podía llamar pasear. En realidad, tras la confesión y el momento de intensidad se sentía un poco incómodo, necesitaba hacer algo.

—¿Y en qué va a ayudarnos eso? ¿No se supone que La Furia controla las comunicaciones?

—Podemos contraatacar, en realidad. Podemos examinar los servidores por los que han pasado y ver lo que han hecho exactamente.

—No puedes organizar un contraataque si no sabes quién es tu enemigo o dónde está, me temo —contestó Max, frustrado.

Toei suspiró con impaciencia.

—A ver, Semus te lo acaba de decir. Nuestra red no es detectable. Podemos hackear exactamente los mismos sistemas atacados por La Furia. Así, desde dentro, sabremos qué han hecho y desde dónde han llegado. De una forma totalmente segura. Luego solo tendremos que rastrearlos. Y ahí es donde entras tú.

—No quiero ser un aguafiestas —insistió Max—, pero me extraña que la SCLI no haya intentado hacer eso que proponéis.

Toei hizo un nuevo gesto de prepotencia, pero Semus se le adelantó.

—Lo pensarían, claro que sí. Y luego decidirían no hacerlo. Si han sido víctimas de un ataque informático es porque están bajo la vigilancia de La Furia. Lo que les conviene no es abrir sus sistemas, sino cerrarse en banda, como si dijéramos. Protegerse, blindarse. Para espiar a los demás hay que abrir al menos una pequeña puerta, hay que exponerse hasta cierto punto.

Eso sí tenía sentido para Max. Cuando querías salir con vida de un tiroteo, solo cabían dos posibilidades: ponerte a cubierto y dejar que pasara, o exponerte a un balazo y disparar a matar. La SCLI había optado por ponerse a cubierto.

—No sé qué hay que hacer. A estas alturas no tiene sentido que pretenda que soy el experto. Mis enemigos son tangibles. Si decís que vuestro sistema funcionará, al menos habrá que probarlo.

Ir a la siguiente página

Report Page