Hacker

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Capítulo 17

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Capítulo 17

Los tres bajaron las escaleras que conducían al sótano. Felizmente eran anchas y estaban limpias. Por su parte, la señora Blackwell dijo que cerraría la puerta de la despensa, que se pondría ropa de estar en casa y actuaría como si no estuvieran allí. Tuvo la delicadeza de prestarles la furgoneta que usaba para moverse de la ciudad, pero dejó en sus manos la tarea de vaciarla de sus herramientas.

En la parte de atrás del vehículo había todo tipo de objetos estrafalarios. Desde utensilios de jardinería hasta tazas de té y libros de segunda mano.

—Mi madre colabora con varias asociaciones de vecinos, organizaciones de caridad como la Red Nose, y cosas así.

—Mientras tú te dedicas a robarles electricidad a tus vecinos. No me extraña que la hayas cabreado. —Max, ahora que las cosas se habían normalizado y ya tenían un plan de acción, sentía la necesidad de meterse con el chico.

Toei no respondió. Sacó un llavero del bolsillo y las llaves tintinearon mientras buscaba la adecuada para abrir la puerta del sótano.

Cuando por fin la encontró, una bofetada de aire frío les golpeó en el rostro. Aquello era un infierno helado y oscuro en el que parpadeaban docenas de lucecitas amarillas y rojas.

—¿Cuántos aparatos hay aquí? —preguntó Max.

—Muchos —contestó Semus—. Más de los que vi la última vez. Lo que quiere decir que has estado trabajando y ampliando la red.

—Sí.

El chico parecía orgulloso. Semus parecía incluso más preocupado que al enterarse de que el chico no había trasladado los servidores.

—No pasa nada, Semus, de verdad. No hay ni una sola brecha de seguridad. Me he asegurado. Todas las ampliaciones son internas, sin contacto con el exterior. Solo he conseguido que la velocidad de respuesta de nuestras unidades aumente. Ahora funcionamos mejor, somos más eficientes, eso es todo.

Después de unos pocos segundos, además del frío y de la oscuridad, se percibía también un zumbido.

—No es la seguridad lo que me preocupa. Es el orden. ¿Has etiquetado los cables? ¿Has documentado la estructura?

Toei calló.

—No lo has hecho, ¿verdad?

—Lo siento, yo…

El chico parecía verdaderamente contrito, y a Max le pareció que Semus debía de ser un ogro cuando se enfadaba. Le admiró por su capacidad de controlar sus emociones. Se notaba que quería gritar, pero su sentido práctico le decía que lo mejor era empezar con el trabajo.

—Ahora no puedes ayudarnos, Max. Tenemos que organizar esto antes de moverlo o no seremos capaces de volver a montarlo en la nueva ubicación.

Max no replicó. Sabía que allí abajo no sería más que un estorbo. Además, había concebido un plan que involucraba al rehén y a la señora Blackwell.

* * *

Cuando se lo contó, a ella no le pareció mal.

—Descríbame a la niña otra vez, por favor.

—Siento no ser más específico, pero la verdad es que, con el uniforme de la escuela, todas me parecían iguales. Creo que no debe de tener muchas amigas, porque nuestro querido amigo Robert la sorprendió sola. También creo que es inteligente, porque supo comunicarme lo que pasaba con una mirada. Tenía los ojos oscuros, el pelo corto y ondulado.

—Podría ser Trisha. Es tímida, es lista y nunca se alisa el pelo porque su madre no se lo permite. Vive aquí al lado y de vez en cuando me trae cosas para las tiendas de segunda mano. La llamaré. Le dije que le guardaría un disco que lleva un tiempo buscando.

—No creo que sea buena idea llamar por teléfono.

La señora Blackwell, vestida ahora como una jubilada común y corriente, había recuperado el porte rígido y la expresión adusta.

—Pues iré a su casa y la traeré aquí.

—Antes necesito su ayuda para otra cosa.

—Usted dirá.

—Cuando he salido corriendo, después de que disparasen a su hijo, he herido a alguien. Creí que estaba muerto, pero quizá no. No lo comprobé porque la calle se llenó de niñas. Esperaba que la policía llegase en cualquier momento, pero no lo han hecho.

Max no necesitaba que la mirada de la señora Blackwell se llenase de sarcasmo para darse cuenta de que se había comportado como un maldito aficionado. Pero allí estaba: las cejas enarcadas y una sonrisa de suficiencia.

—No había ningún cadáver en la calle cuando he llegado.

—De todas formas, me gustaría que lo comprobase. Yo no saldré de aquí hasta que nos vayamos. Si nos están vigilando, cuantos menos datos de nuestros movimientos tengan, mejor.

—Se lo he dicho, jovencito. Puede que Semus y Toei se asusten de su pistola y de sus modales de matón. Hasta ese pobre hombre amordazado parece aterrorizado. Pero yo no me asusto con facilidad. He aparcado encima de una mancha oscura. He pensado que a alguien se le habría abierto la bolsa de la carnicería. A veces pasa. Richard, mi vecino, es muy descuidado cuando duerme mal, y anoche pusieron You Got Talent en la tele. Pero, por lo que me contó, la mancha no era de sangre de cerdo. Al menos, no de cerdo de cuatro patas.

Max suspiró. Se acercó a la ventana de la cocina. Allí era donde hablaba con la madre de Toei, con un vaso de té negro entre las manos. Corrió la cortina unos centímetros, lo necesario para echar un vistazo.

—Es de color verde, Volkswagen. Si hubiera salido a echar una mano a los chicos, lo sabría.

—No he salido a echar una mano a los chicos porque quiero que los malos piensen que no estoy aquí.

—Eso no tiene sentido. Lo verán cuando se lleven los trastos de mi hijo. Además, ellos han estado fuera. Podría haberles preguntado. No han visto la mancha, pero sí han visto que no hay un cadáver.

Max pensó en los motivos que le habían llevado a no poner a los dos hackers en la tesitura de buscar un cuerpo muerto allí fuera.

—Creo que los dos sabemos que Semus y su hijo no son esa clase de persona.

—¿Qué clase de persona? ¿Y yo sí lo soy?

La señora Blackwell había tratado la presencia de un hombre amordazado en su despensa como si se tratase de un periódico arrugado o una taza fuera de sitio. Sí, ella sí podía buscar un cadáver en la calle.

—No parece, y usted misma lo ha dicho, que se asuste con facilidad.

—Los muertos no pueden hacerme daño. Ni a usted. Los heridos de bala que desaparecen en el callejón de enfrente, ya son otra cosa.

—¿Sabe dónde se esconde el hombre al que disparé?

La madre de Toei se colocó las gafas de pasta sobre la nariz.

—Hay un restregón en la mancha que indica que lo que se hubiera caído tomó esa dirección. Y algunas gotas de sangre que manchan la acera. Yo diría que, si no está en el callejón, su cadáver no era un cadáver y ha huido por ahí. Ahora estará lejos.

Aquella situación, a medias dramática y a medias comedia televisiva, estaba mermando sus facultades. No solo estaba dejando que una anciana lo humillara, sino que se le había escapado un hombre potencialmente peligroso.

—Tengo que salir —dijo Max.

—Espere, voy con usted.

—Ni hablar.

—No se preocupe, no tengo intención de seguirle. El experto en ponerse en peligro es mi hijo. Yo voy a casa de Trisha. Usted haga sus cosas en el callejón. Lo verán, por cierto. Esos a los que decía hace un momento que quería ocultar su presencia.

—Hay prioridades —dijo Max.

La madre de Toei no se lo discutió. Tampoco hacía falta. Estaba más que claro que no lo entendía y que Max le parecía el tipo de hombre imprudente del que su hijo haría bien en mantenerse alejado.

Ambos salieron juntos de la casa. La señora Blackwell giró la esquina del edificio y se perdió en lo que a priori era una zona segura. Max se dirigió hacia el escenario del tiroteo.

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