Gulag

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III - El auge y la caída del compelajo industrial de campos, 1940-1986 » 26 - La era de los disidentes

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Con esta definición, casi todos los disidentes entraban en la categoría de locos. Al escritor y científico Zhores Medvedev se le diagnosticó una «esquizofrenia latente», acompañada de «fantasías paranoicas de reformar la sociedad». Sus síntomas comprendían una «personalidad dividida», con lo que se quería decir que trabajaba como científico y escritor. Natalia Gorbanevskaya, la primera editora de la Crónica, fue diagnosticada de «esquizofrenia latente sin síntomas claros», pero que resultaba en «cambios anormales en las emociones, deseos y patrones de pensamiento». Al general disidente del Ejército Rojo Piotr Grigorenko se le diagnosticó una condición psicológica «caracterizada por la presencia de ideas reformistas, en especial la reorganización del aparato estatal; y esto está vinculado a una estima exagerada de su propia personalidad que alcanza proporciones mesiánicas».[53] En un informe enviado al comité central, un comandante del KGB local se queja también de que tiene en sus manos a un grupo de ciudadanos con una forma particular de enfermedad mental: «tratan de fundar nuevos partidos», organizaciones y consejos, preparando y distribuyendo planes para nuevas leyes y programas.[54]

Dependiendo de las circunstancias de su arresto (o no arresto), los prisioneros considerados mentalmente enfermos, podían ser enviados a una diversidad de instituciones. Algunos eran evaluados por los médicos de las prisiones, otros en clínicas. En una categoría aparte estaba el Instituto Serbski cuya especial sección de diagnóstico, encabezada en los años sesenta y setenta por el doctor Danil Lunts, fue responsable del examen de los disidentes políticos. El doctor Lunts examinó personalmente a Siniavski, Bukovski, Gorbanevskaya, Grigorenko y Viktor Nekipelov, entre otros muchos, y claramente tenía un cargo superior.[55] Nekipelov informó que usaba un uniforme azul con dos estrellas, «la insignia de general de las tropas del MVD».[56] Algunos psiquiatras soviéticos emigrados aseguraron que Lunts y los demás en el Instituto, creían sinceramente que sus pacientes estaban mentalmente enfermos. La mayoría de los prisioneros políticos que lo vieron, sin embargo, lo han definido como un oportunista, que realizaba el trabajo de sus jefes del MVD, «sin nada que envidiar a los doctores criminales que realizaron experimentos inhumanos en los prisioneros de los campos de concentración nazis».[57]

Si se les diagnosticaba enfermedad mental, los pacientes eran condenados a permanecer un tiempo en el hospital, a veces unos pocos meses, a veces muchos años. Los más afortunados eran enviados a uno de los cientos de hospitales psiquiátricos comunes, sucios y atestados, y cuyo personal con frecuencia lo formaban sádicos y borrachos. Sin embargo, eran civiles, y los hospitales comunes en general no eran tan herméticos como las prisiones y los campos. Se permitía escribir cartas a los pacientes con más libertad, y podían recibir visitas de personas que no fueran solo parientes.

Por otra parte, aquellos considerados «especialmente peligrosos» eran enviados a «hospitales psiquiátricos especiales», de los cuales había muy pocos, y estaban directamente en manos del MVD. En ellos los doctores tenían, como Lunts, rangos del MVD. Parecían y eran prisiones, estaban rodeados de atalayas, alambradas, guardias y perros.

Tanto en los hospitales comunes como en los especiales, los médicos también tenían como objetivo la abjuración.[58] Los pacientes que aceptaban renunciar a sus convicciones, que admitían que una enfermedad mental les había llevado a criticar el sistema soviético, podían ser declarados curados y puestos en libertad. Aquellos que no abjuraban eran considerados todavía enfermos, y podían recibir «tratamiento». Como los psiquiatras soviéticos no creían en el psicoanálisis, este tratamiento consistía en pastillas, electrochoques y varias formas de inmovilidad. Fármacos abandonados hacía mucho en Occidente eran administrados rutinariamente elevando la temperatura corporal del paciente a más de 40.ºC, causándole dolor y malestar. Los médicos de la prisión también prescribían tranquilizantes que tenían una serie de efectos secundarios, incluidos la rigidez física, el abatimiento, los tics y movimientos involuntarios, por no hablar de la apatía y la indiferencia.[59]

Otros tratamientos incluían directamente palizas, inyecciones de insulina, que producían ataques de hipoglucemia a los que no sufrían diabetes, y un castigo llamado el «rollo» descrito por Bukovski en una entrevista en 1976: «Se utilizaban grandes piezas de lienzo húmedo, en las que se envolvía al paciente de pies a cabeza, tan apretadamente que era difícil que respirara, y cuando el lienzo comenzaba a secarse se contraía más y más, y hacía que el paciente se sintiera todavía peor».[60] Otro tratamiento, que Nekipelov presenció en el Instituto Serbski, era la «punción lumbar», la introducción de una aguja en la espina dorsal del paciente. Aquellos que volvían de este tratamiento eran puestos de costado, y así yacían inmóviles, con la espalda manchada de yodo, durante varios días.[61]

Esto afectó a muchas personas. En 1977, el año en que Sidney Bloch y Peter Reddaway publicaron su amplio estudio del abuso psiquiátrico soviético, al menos constaba que 365 personas sanas habían sufrido tratamiento por locura políticamente definida, y había de seguro cientos más.[62]

Sin embargo, al final la encarcelación de disidentes en los hospitales no logró el objetivo que el régimen soviético había previsto. En su mayor parte, no distrajo la atención de Occidente. Es probable que los horrores del abuso psiquiátrico exacerbaran la fantasía occidental mucho más que los relatos más familiares sobre los campos y las prisiones. Cualquiera que hubiera visto la película Alguien voló sobre el nido del cuco podía imaginar un hospital psiquiátrico soviético muy bien. Lo más importante, sin embargo, es que el tema del abuso psiquiátrico afectaba directamente a un grupo definido y articulado que tenía un interés profesional en el asunto: los psiquiatras occidentales. A partir de 1971, el año en que Bukovski sacó a escondidas más de 150 páginas documentando este abuso en la URSS, el tema se convirtió en un asunto permanente para organismos tales como la Organización Mundial de Psiquiatría, el Colegio Real de Psiquiatras en Gran Bretaña, y otras asociaciones psiquiátricas nacionales e internacionales.[63]

Finalmente, el tema movilizó a los psiquiatras de la Unión Soviética. Cuando Zhores Medvedev fue condenado a un hospital psiquiátrico, muchos escribieron cartas de protesta a la Academia de Ciencias de la URSS. Andréi Sajárov, el físico nuclear que se estaba perfilando a finales de los años sesenta como el dirigente moral del movimiento disidente, se pronunció públicamente a favor de Medvedev en un simposio internacional del Instituto de Genética.[64]

La atención internacional probablemente tuvo un papel en convencer a las autoridades de que pusiesen en libertad a una serie de prisioneros, entre ellos Medvedev, que fue después expulsado del país. Pero en algunos de los niveles superiores de la élite soviética había quienes creían que esta respuesta era equivocada. En 1976, Yuri Andrópov, entonces jefe del KGB, escribió un memorándum secreto explicando con bastante precisión los orígenes internacionales de la «campaña antisoviética» y sus esfuerzos para hacer que la Asociación Mundial de Psiquiatría denunciara a la URSS, revelando un conocimiento bastante amplio de los seminarios internacionales que habían condenado a la psiquiatría soviética. En respuesta a este memorándum, el ministro de Sanidad soviético propuso lanzar una gran campaña de propaganda antes del próximo congreso de la Asociación Mundial de Psiquiatría. También proponían preparar documentos científicos que negaran las acusaciones e identificar a los psiquiatras «progresistas» que en Occidente los respaldarían. Estos «progresistas» serían premiados con invitaciones a la URSS, donde podrían visitar algunos hospitales psiquiátricos específicamente designados. Incluso nombraron a unos cuantos que podrían ir.[65] En otras palabras, antes que cesar con el abuso político de la psiquiatría, Andrópov proponía negar lo evidente. No era propio de su carácter admitir que ningún aspecto de la política soviética pudiera estar equivocado.

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