Gulag

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I - Los orígenes del Gulag, 1917-1939 » 2 - «El primer campo del Gulag»

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«El primer campo del Gulag»

Aquí hay monjes y sacerdotes,

hay prostitutas y ladrones.

Hay princesas y barones

pero no llevan corona…

En esta isla, el rico no tiene casa,

ni castillos, ni palacios…

Poema anónimo de un prisionero,

escrito en las islas de Solovki, 1926[1]

Mirando desde la cima del campanario situado junto al viejo monasterio de Solovki todavía se divisa el contorno del campo de concentración que existió allí. Un grueso muro de piedra, originalmente edificado en el siglo XV, rodea al kremlin de Solovki, al grupo central de edificios del monasterio y a las iglesias, donde después se instalaron la dirección principal del campo y los cuarteles centrales. Al oeste están los muelles, que ahora dan abrigo a unos pocos barcos pesqueros, y antaño estaban atestados de prisioneros que llegaban semanalmente y a veces a diario durante la corta estación de navegación del extremo norte. Más allá se extiende la vastedad del mar Blanco. El trayecto en barco desde aquí hasta Kem (el principal campo de tránsito en tierra firme desde el cual los prisioneros solían embarcarse para su viaje) dura varias horas. El viaje a Arjánguelsk, que es el puerto más grande del mar Blanco y la capital regional, exige viajar durante toda la noche.

El archipiélago de Solovki, en el mar Blanco.

Hacia el norte, solo es posible distinguir el borroso perfil de Sekirka, la iglesia que se yergue en la cumbre de la montaña (y en cuyos sótanos estaban las famosas celdas de castigo de Solovki). Hacia el este está situada la central eléctrica que construyeron los prisioneros, todavía hoy muy activa. Precisamente detrás de ella se abre la extensión de terreno donde solía estar el jardín botánico. Allí, en los primeros días del campo, algunos prisioneros sembraron plantas de modo experimental, tratando de determinar cuáles podían ser cultivadas con provecho en el extremo norte.

Finalmente, más allá del jardín botánico, se sitúan otras islas del archipiélago de Solovki. Dispersas en el mar Blanco están: Bolshaya Muksalma, donde los prisioneros criaban zorras plateadas para aprovechar su piel; Anzer, sede de los campos especiales para inválidos, para mujeres con hijos y para antiguos monjes; Zayatski Ostrov, donde estaba el campo de castigo para las mujeres.[2] Solzhenitsin no eligió al azar la metáfora «archipiélago» para describir el sistema de campos soviético. Solovki, el primer campo en ser planeado y edificado con la mira puesta en la permanencia, se convirtió en un verdadero archipiélago, al expandirse de isla en isla, ocupando de manera paulatina las antiguas iglesias y las edificaciones de los antiguos monjes.

Las edificaciones del monasterio ya habían servido antes de prisión. Desde el siglo XVI los monjes de Solovki, fieles servidores del zar, habían colaborado recluyendo a sus opositores políticos (tales como sacerdotes díscolos y unos pocos aristócratas rebeldes).[3]

El 13 de octubre de 1923, Dzerzhinski parece haber convencido al gobierno soviético de entregar a la Checa (ahora llamada OGPU o Dirección Política Estatal Unificada) la propiedad confiscada al monasterio de Solovki, junto con la confiscada a los monasterios de Petrominsk y Jolomogory. Con todas ellas se formó un conjunto denominado «campos de importancia especial».[4] Después serían llamados «campos de destino especial del norte»: Severnye Lagery Osobogo Naznacheniya o SLON. En ruso, slon significa elefante. El nombre se convertiría en motivo de chistes, ironías y amenazas.

Aunque recientemente los estudiosos han señalado que una amplia gama de campos y prisiones existió también en esa época, Solovki claramente desempeñó un papel especial no solo en los recuerdos de los supervivientes, sino también en la memoria de la policía secreta soviética.[5] Solovki no era la única prisión de la Unión Soviética en la década de 1920, pero era su prisión, la prisión de la OGPU, donde este órgano aprendió por primera vez cómo utilizar el trabajo esclavo con provecho.

Al comienzo los presos de una de las dos principales categorías de reclusos en Solovki no trabajaban en absoluto. Se trataba de unos 300 «políticos» socialistas, que habían comenzado a llegar a la isla efectivamente en junio de 1923. Enviados desde el campo de Petrominsk, así como de Butyrka y las demás prisiones de Moscú y Petrogrado, al llegar fueron llevados de inmediato al monasterio más pequeño de Savvatyevo, a varios kilómetros al norte del monasterio principal. Allí, los celadores de Solovki pudieron cerciorarse de que estaban aislados de otros prisioneros, y no podían contagiarles su entusiasmo por las huelgas de hambre y las protestas.

Inicialmente se concedió a los socialistas los «privilegios» de los presos políticos que habían reivindicado desde hacía tiempo: periódicos, libros y (dentro del recinto alambrado) libertad de movimiento y exención del trabajo. Cada uno de los principales partidos políticos —los eseristas de izquierda, los eseristas de derecha, los anarquistas, los socialdemócratas y después los sionistas socialistas— escogían a su propio jefe, y ocupaban habitaciones en su propia ala del antiguo monasterio.[6]

A Elinor Olitskaya, una joven eserista de izquierda, arrestada en 1924, le pareció que Savvatyevo no guardaba semejanza con una prisión, y esto la maravilló, después de los meses pasados en la oscura prisión de la Lubianka en Moscú. Su habitación, una antigua celda monacal en lo que se había convertido la sección de las mujeres del ala eserista, era

luminosa, limpia, recién aseada, con dos grandes ventanas abiertas. No había, por supuesto, rejas en las ventanas. En el centro de la celda había una mesita cubierta con un mantel blanco. Junto a la pared había cuatro camas, cubiertas pulcramente con sábanas, y junto a cada una había una mesita de noche. En las mesas había libros, cuadernos y plumas.

Olitskaya pronto supo que aunque sufrían de tuberculosis y otras enfermedades, y muy rara vez tenían suficiente comida, los presos políticos de Solovki estaban muy bien organizados y que el «veterano» de cada célula del partido era el responsable de almacenar, cocinar y distribuir la comida. Debido a que aún tenían un estatus «político» especial, todavía se les permitía recibir paquetes, tanto de familiares como de la Cruz Roja Política. Aunque esta institución había comenzado a tener dificultades (en 1922 sus oficinas fueron asaltadas y sus propiedades confiscadas), a Ekaterina Peshkova, su muy bien relacionada jefa, se le permitió enviar a título personal ayuda a los presos políticos. En 1923 envió un vagón de tren lleno de comida a los presos políticos de Savvatyevo. En octubre del mismo año, otro envío de ropa fue despachado al norte.[7]

Entonces la solución al problema de relaciones públicas planteado por los políticos era darles lo que querían, más o menos, pero mantenerlos tan lejos como fuera posible de cualquier contacto externo. Era una solución que no duraría: el sistema soviético no toleraría excepciones durante mucho tiempo.

Con mucha menos pompa y solemnidad, los principales barracones del kremlin de Solovki se estaban saturando de presos cuyo estatus no estaba muy definido. De unos cuantos cientos en 1923, hacia 1925 esta cifra aumentó a 6000.[8] Entre ellos había oficiales del Ejército Blanco y sus simpatizantes, «especuladores», antiguos aristócratas, marineros que habían combatido en la rebelión del Kronstadt y verdaderos delincuentes comunes. El antiguo prisionero Boris Shiryiaev escribe en sus memorias que en su primera noche en el campo, él y otros recién llegados fueron recibidos por el camarada A. P. Nogtev, jefe del primer campo de Solovki, quien les dijo con ironía: «Os doy la bienvenida. Como sabéis, aquí no hay autoridad soviética, solo la autoridad de Solovki. Podéis olvidar los derechos que teníais antes. Aquí tenemos nuestras propias leyes».

En los días y las semanas que siguieron, la mayoría de los prisioneros experimentarían la «autoridad de Solovki», una combinación de negligencia criminal y crueldad arbitraria. Las condiciones de vida en las iglesias y las celdas monacales reconvertidas eran primitivas, y se había cuidado muy poco de mejorarlas. En su primera noche en los barracones de Solovki, al escritor Oleg Volkov se le asignó un lugar en los sploshnye nary, camastros que eran en realidad anchas tarimas (de las que volveremos a hablar después) sobre las que dormían varios hombres uno al lado del otro. Cuando se acostó, las chinches comenzaron a caerle encima «una tras otra como hormigas. No podía dormir». Salió afuera, donde de inmediato le acosaron «nubes de mosquitos»: «Observé con envidia a aquellos que dormían profundamente cubiertos de parásitos».[9]

Fuera de las principales edificaciones del kremlin, las cosas tampoco mejoraban mucho. Oficialmente, SLON mantenía nueve campos separados en el archipiélago, cada uno subdividido en batallones. Pero algunos prisioneros estaban sujetos a condiciones aún más primitivas en los bosques, cerca de los aserraderos.[10]

En las islas más lejanas, la dirección central del campo ejercía aún menos control sobre la conducta individual de los guardias y los jefes de los campos. En todas las islas, las pésimas condiciones higiénicas, el exceso de trabajo y la mala alimentación acarreaban naturalmente enfermedades, sobre todo el tifus. De los 6000 prisioneros recluidos por SLON en 1925, cerca de la cuarta parte murieron en el invierno de 1925-1926 a raíz de una epidemia especialmente virulenta.

Pero para algunos, Solovki significaba algo peor que la incomodidad y la enfermedad. En las islas, los prisioneros estaban sometidos al tipo de sadismo y tortura sin objeto que rara vez se encontraría en el Gulag en años posteriores, cuando —como dice Solzhenitsin— «la esclavitud se había convertido en un sistema planificado».[11] Aunque muchas memorias describen estos hechos, el catálogo más completo se encuentra en el informe de una comisión investigadora enviada desde Moscú a finales de la década. Durante el curso de sus investigaciones, los horrorizados funcionarios moscovitas descubrieron que en el invierno los guardias de Solovki solían dejar prisioneros desnudos en los campanarios de la vieja catedral a la intemperie, atándoles las manos y los pies a la espalda con una sola cuerda. A veces también ponían a los prisioneros «en el banco», es decir, eran obligados a sentarse en una estaca hasta dieciocho horas sin moverse, a veces con pesos atados a las piernas, pero sin que los pies tocaran el suelo, una postura que garantizaba que quedarían lisiados. En ocasiones hacían ir a los presos desnudos a los baños, a unos dos kilómetros de distancia, en un clima gélido. O a sabiendas les daban carne podrida. O les negaban auxilio médico. Otras veces asignaban a los prisioneros tareas superfluas y sin sentido: trasladar grandes cantidades de nieve de un lugar a otro, por ejemplo, o saltar al río desde un puente cada vez que un guardia gritara «¡Delfín!».[12]

Otra forma de tortura específica de las islas, mencionada tanto en los archivos como en las memorias, era ser enviado «a los mosquitos». Klinger, un oficial blanco, que con posterioridad protagonizó una de las pocas fugas exitosas de Solovki, escribió que una vez vio infligir esta tortura a un preso que se había quejado porque un paquete que le había sido enviado de su casa había sido requisado. Los guardias reaccionaron con furia despojándolo de su ropa, incluso de los paños menores, y lo ataron a un poste en el bosque infestado de mosquitos, por ser verano. «En media hora, todo su desventurado cuerpo estaba cubierto de hinchazones de las picaduras», escribió Klinger. Finalmente, se desmayó por el dolor y la pérdida de sangre.[13]

Las ejecuciones en masa parecen haber tenido lugar casi por azar, y muchos presos recuerdan el sentimiento de terror ante la perspectiva de una muerte arbitraria. Casi tan terrible como la ejecución era ser sentenciado a Sekirka, la iglesia cuyos sótanos se habían convertido en celdas de castigo de Solovki. En efecto, aunque se contaban muchas anécdotas sobre lo que ocurría en los sótanos de la iglesia, tan pocos hombres volvían de Sekirka que es difícil estar seguro de cómo eran realmente las condiciones. Según la leyenda de Solovki, la larga escalera de 365 peldaños de madera que bajaba desde la empinada montaña de la iglesia de Sekirka también desempeñó un papel en los asesinatos masivos.

En cierto momento, cuando los mandos del campo prohibieron a los guardias disparar a los presos de Sekirka, comenzaron a organizar «accidentes» empujándolos por los escalones.[14] En años recientes, los descendientes de los prisioneros de Solovki han levantado una cruz de madera al pie de las gradas, para señalar el lugar donde estos probablemente murieron. Es ahora un lugar pacífico y bastante bello, tan bello que, a finales de la década de 1990, el museo de historia local de Solovki imprimió una tarjeta de Navidad mostrando Sekirka, las gradas y la cruz.

Aunque lo impredecible e irracional del espíritu reinante significaba que miles murieran en los campos de SLON en los años veinte, ese mismo espíritu también contribuyó a que otros no solo vivieran, sino que, literalmente, cantaran y bailaran. Hacia 1923, unos cuantos presos habían comenzado a organizar el primer teatro del campo. Al comienzo, los «actores», muchos de los cuales pasaban diez horas al día cortando madera en el bosque antes de llegar al ensayo, no disponían de textos, de modo que representaban a los clásicos de memoria. El teatro mejoró mucho en 1924, cuando llegó una compañía completa de antiguos actores profesionales (todos condenados como miembros del mismo movimiento «contrarrevolucionario»). Ese año pusieron en escena El tío Vania de Chéjov e Hijos del sol de Gorki.[15]

Después, se representaron óperas y operetas en el teatro de Solovki, donde también hubo números de acrobacia y proyección de películas. El teatro no era la única forma de cultura accesible. Solovki también tenía una biblioteca, que llegó a tener 30 000 libros, así como un jardín botánico, donde los prisioneros experimentaron con plantas árticas. Los presos de Solovki, entre los que había muchos antiguos científicos de San Petersburgo, también organizaron un museo de flora, fauna, arte e historia locales.[16] Algunos de los presos de élite podían acceder a un «club» que, al menos en las fotografías, parece positivamente burgués. En las fotos se ve un piano, suelos de parquet y retratos de Marx, Lenin y Lunacharski, el primer ministro de Cultura soviético, todos con un aspecto muy amistoso.[17]

Utilizando los instrumentos de la litografía de los monjes, los presos de Solovki publicaron revistas mensuales y periódicos con caricaturas satíricas, poemas llenos de nostalgia y relatos de ficción de una franqueza sorprendente. En la edición de diciembre de 1925 de Solovkie ostrova (significa «islas de Solovki»), un cuento relata que una ex actriz llevada a Solovki es obligada a trabajar de lavandera, y es incapaz de acostumbrarse a su nueva vida. El cuento termina con la frase: «Solovki está maldito».

Los diarios de Solovki también contenían artículos científicos, que iban desde el análisis de la etiqueta criminal de las apuestas (por Lijachev), hasta trabajos sobre el arte y la arquitectura de las iglesias en ruinas de Solovki. Entre 1926 y 1929, la imprenta de SLON logró sacar veintinueve títulos de obras de la Sociedad Solovki para el Folklore Local. La sociedad realizó estudios de la flora y la fauna de la isla, centrándose en determinadas especies (el venado nórdico, las plantas autóctonas), y publicó artículos sobre la producción de ladrillos, minerales útiles y pieles. Además, la sociedad realizó un estudio geológico, que la directora del actual museo de historia local de la isla todavía utiliza.[18]

Estos prisioneros más privilegiados también participaron en los nuevos rituales y celebraciones soviéticos, ocasiones de las que una generación posterior de reclusos del campo sería deliberadamente excluida. Aún más sorprendente desde la perspectiva de los años siguientes, fue la prolongada persistencia de las ceremonias religiosas en las islas. Un antiguo prisionero, V. A. Kazachkov, recordaba la «grandiosa» Pascua de 1926:

Antes de la fiesta, el nuevo jefe de la división exigió que todos los que desearan ir a la iglesia presentaran una declaración. Casi nadie lo hizo al comienzo, la gente temía las consecuencias. Pero poco antes de la Pascua, un gran número hizo su declaración … A lo largo del camino a la iglesia de Onufrievskaya, la capilla del cementerio, marchaba una gran procesión, la gente caminaba en varias filas. Por supuesto, no todos cupimos en la capilla. La gente se quedó fuera, y quienes vinieron más tarde no pudieron seguir la ceremonia.[19]

En la edición de mayo de 1924 del Solovetski Lager, otro periódico de la prisión, en el editorial se hablaba cauta pero positivamente de la cuestión de la Pascua, «una antigua fiesta que se celebra con la llegada de la primavera», que «bajo la bandera roja, todavía puede ser observada».[20]

Junto con las fiestas religiosas, subsistió también un grupo de los monjes originarios, para asombro de muchos prisioneros, hasta el segundo lustro de la década. Trabajaban de maestros, supuestamente transmitiendo a los prisioneros los conocimientos necesarios para organizar sus antiguamente exitosas empresas agrícolas y pesqueras (el arenque de Solovki había sido antaño un plato de la mesa del zar), así como los secretos del complejo sistema de canales utilizados durante siglos para viajar entre las islas donde había iglesias. Con los años se unieron a los monjes docenas de sacerdotes soviéticos y miembros de la jerarquía eclesiástica, tanto ortodoxos como católicos, que se habían opuesto a la confiscación de los bienes de la Iglesia o que habían violado el «decreto sobre la separación entre la Iglesia y el Estado». Al clero (en cierto modo, como a los políticos socialistas) le fue permitido vivir aparte en un barracón especial del kremlin y también en la pequeña capilla del antiguo cementerio hasta 1930-1931.

Para aquellos que lo tenían, el dinero también podía comprar un cierto alivio del trabajo en el bosque, y un seguro contra la tortura y la muerte. Solovki tenía un restaurante que podía servir (ilegalmente) a los prisioneros. Aquellos que podían permitirse los sobornos requeridos, podían importar su propia comida.[21] La dirección del campo en determinado momento estableció incluso «tiendas» en la isla, donde los presos podían comprar a precios que doblaban los de las tiendas soviéticas normales.[22] Se dice que una persona que compró un escape del sufrimiento fue el «conde Violaro», un aventurero cuyo nombre aparece (con diferentes grafías) en varias memorias. El conde, generalmente conocido como el «embajador mexicano en Egipto», había cometido el error de ir a visitar a la familia de su esposa en la Georgia soviética poco después de la revolución. Ambos fueron arrestados, y deportados al extremo norte. Aunque primero estuvieron en prisión (donde la condesa fue enviada a trabajar de lavandera), la leyenda del campo recuerda que por la suma de 5000 rublos, el conde compró para ambos el derecho de vivir en una casa aparte, con un caballo y un sirviente.[23]

Estos y otros casos de presos adinerados que vivían cómodamente (y eran puestos en libertad antes) fueron tan sorprendentes que en 1926 un grupo de presos menos privilegiados escribió una carta al presidium del comité central del Partido Comunista denunciando el «caos y la violencia que dominan el campo de concentración de Solovki». Con frases concebidas para llegar a la cúpula comunista, se quejaron de que «aquellos que tienen el dinero pueden arreglárselas, pero desplazan todas las penalidades sobre los hombros de los trabajadores y campesinos sin dinero». Mientras los ricos pagan por los trabajos más fáciles, escribían, «los pobres trabajan de 14 a 16 horas diarias».[24] Resultó que ellos no eran los únicos que se sentían descontentos con las prácticas irregulares de los jefes del campo de Solovki.

Si la violencia arbitraria y el trato injusto oprimían a los presos, lo que perturbaba a los rangos superiores de la jerarquía soviética eran temas un poco diferentes. A mediados de la década se había hecho evidente que los campos de SLON, como el resto del sistema penitenciario «ordinario», no había logrado la más importante de las metas establecidas: hacerse autosuficiente.[25] En efecto, los campos de concentración soviéticos (de destino especial y ordinario por igual) no solo estaban fracasando en lograr un beneficio, sino que también sus jefes estaban constantemente pidiendo más dinero.

En esto, Solovki se parecía a otras prisiones soviéticas de la época. En la isla, los extremos de crueldad y comodidad eran probablemente más pronunciados que en otras partes, debido al carácter especial de los presos y de los guardias, pero las mismas irregularidades caracterizaban asimismo a otros campos y prisiones en toda la Unión Soviética en esa época. El sistema penitenciario normal también estaba integrado por «colonias» de trabajo vinculadas a granjas, talleres y fábricas, y la actividad económica estaba igualmente mal organizada y no era rentable.[26] En un informe de 1928, un inspector de uno de esos campos en la Carelia rural (con 59 prisioneros, más 7 caballos, 2 cerdos y 21 vacas) se quejaba de que solo la mitad de los presos tenía mantas; de que los caballos estaban muy débiles (y uno había sido vendido sin permiso a un gitano); de que el administrador jefe pasaba de tres a cuatro días fuera del campo y que soltaba a los prisioneros antes sin autorización; además «se negaba tercamente» a enseñar agronomía a los presos y declaraba abiertamente su creencia en la «inutilidad» de reeducarlos. Algunas esposas de los presos vivían en el campo. Los guardias se permitían «reyertas y borracheras».[27] No sorprende que las autoridades superiores llamaran la atención al gobierno local careliano en 1929 por «ser incapaz de comprender la importancia del trabajo forzado como una medida de defensa social y sus beneficios para el Estado y la sociedad».[28]

Evidentemente tales campos no eran rentables. Se declararon amnistías periódicas para descongestionar el sistema penitenciario, lo cual culminó con la gran amnistía del otoño de 1927, en el décimo aniversario de la revolución de octubre. Más de 50 000 personas fueron liberadas del sistema penal común, en buena parte por la necesidad de atenuar el hacinamiento y ahorrar dinero.[29]

Hacia el 10 de noviembre de 1925, la necesidad de «hacer un mejor uso de los presos» fue reconocida en el nivel más alto. En esa época, Georgi Leonid Piatakov, un bolchevique que ocuparía diversos cargos económicos de importancia, escribió a Dzerzhinski: «He llegado a la conclusión de que para crear las condiciones más elementales de una cultura del trabajo tendrán que establecerse asentamientos de trabajo obligatorio en ciertas regiones. Tales asentamientos aliviarían la masificación en las cárceles. La GPU debería ser instruida para estudiar estas cuestiones». Después enumeraba en su carta cuatro regiones que necesitaban desarrollo urgentemente, todas las cuales se convertirían en campos: la isla de Sajalín en el extremo oriental, el territorio que rodeaba la desembocadura del río Yeniséi en el extremo norte, la estepa de Kazaj, y el área alrededor de la ciudad siberiana de Nerchinsk. Dzerzhinski aprobó el memorándum, y lo envió a otros dos colegas para que lo ampliaran.[30]

Primero, no pasó nada, quizá porque Dzerzhinski murió poco después. Sin embargo, el memorándum resultó ser el anuncio del cambio. A finales de la década, el confuso mundo de las prisiones soviéticas posrevolucionarias se transformaría, y un nuevo sistema surgiría del caos. Solovki no se convertiría solo en una entidad económica organizada, sino que sería el campo modelo, un ejemplo que debía ser imitado miles de veces, en toda la URSS.

Algunos de estos cambios fueron previstos desde el principio en las esferas superiores, como lo muestra el memorándum de Dzerzhinski.

Sin embargo, las técnicas del nuevo sistema (los nuevos métodos para dirigir los campos, para organizar a los prisioneros y su régimen de trabajo) fueron creadas en la propia isla. Es posible que el caos reinara en Solovki a mediados de los años veinte, pero de ese caos surgiría el futuro sistema del Gulag.

Al menos parcialmente, la explicación de cómo y por qué SLON cambió gira en torno a la personalidad de Naftalí Aronovich Frenkel, un prisionero que fue ascendiendo hasta convertirse en el jefe más influyente de Solovki. Por una parte, Solzhenitsin asegura en Archipiélago Gulag que Frenkel en persona concibió el plan de alimentar a los presos según el trabajo realizado. Este sistema de trabajo letal, que destruía a los prisioneros más débiles en cuestión de semanas, causaría después un número indeterminado de muertes. Por otra parte, numerosos historiadores rusos y occidentales debaten la importancia de Frenkel, y descartan muchas historias sobre su omnipotencia como mera leyenda.[31]

Sin embargo, los archivos recién abiertos, especialmente los de Carelia (la república soviética a la que pertenecía Solovki entonces) permiten apreciar claramente su importancia. Aunque Frenkel no inventara cada detalle del sistema, encontró una forma de convertir el campo de prisioneros en una institución económica rentable, y lo hizo en el momento, el lugar y el modo adecuados para suscitar el interés de Stalin en esa idea.

Pero la confusión tampoco es sorprendente. El nombre de Frenkel aparece en muchas de las memorias escritas sobre los primeros días del sistema de campos, y a partir de ellas es obvio que incluso en vida su identidad estuvo entretejida con el mito. Las fotografías muestran un hombre de aspecto calculadamente siniestro con una capa de cuero y un mostacho cuidadosamente recortado; un autor de memorias lo recuerda «vestido como un dandi».[32] Uno de sus colegas de la OGPU, que lo admiraba mucho, se maravillaba de su memoria perfecta y su capacidad para sumar mentalmente.[33] La propaganda soviética posteriormente se refirió con elocuencia a la «increíble capacidad de su memoria» y habló de su «excelente conocimiento de la madera y el trabajo en el bosque», sus conocimientos de agricultura e ingeniería y su amplia instrucción.[34]

Otros lo odiaban y lo temían. En una serie de reuniones especiales de la célula del partido de Solovki, sus colegas acusaron a Frenkel de estar organizando su propia red de espías, «de modo que él sepa todo sobre todos antes que nadie».[35] Ya en 1927 historias de sus actividades habían llegado hasta París. En uno de los primeros libros sobre Solovki, un anticomunista francés escribió refiriéndose a Frenkel que, «gracias a sus iniciativas horriblemente desalmadas, millones de infelices son abrumados por un trabajo terrible, un sufrimiento atroz».[36]

Sus contemporáneos tampoco tenían claros sus orígenes. Solzhenitsin dijo que era «un judío turco nacido en Constantinopla».[37] Otro decía que era un «manufacturero húngaro».[38] Shiryiaev aseguraba que provenía de Odessa, mientras que otros decían que era de Austria o de Palestina, o que había trabajado en la fábrica Ford de Estados Unidos.[39] Su ficha de prisionero aclara la historia un poco, pues dice claramente que nació en 1883 en Haifa, en una época en que Palestina era parte del imperio otomano. Desde allí (quizá vía Odessa, quizá pasando por Austria-Hungría) hasta la Unión Soviética, donde se identificó como «comerciante».[40] En 1923, las autoridades lo arrestaron por «cruzar ilegalmente la frontera», lo cual podría significar que era un comerciante que contrabandeaba de manera esporádica o simplemente que era un comerciante que había resultado demasiado exitoso como para ser tolerado por la Unión Soviética. Lo sentenciaron a diez años de trabajos forzados en Solovki.[41]

Cómo consiguió Frenkel metamorfosearse de prisionero en jefe del campo también permanece en el misterio. La leyenda dice que al llegar al campo, lo dejó tan consternado la mala organización, el dinero y el trabajo desperdiciados, que se sentó a escribir una carta muy precisa, describiendo con exactitud las deficiencias de cada una de las industrias del campo: la explotación forestal, la agricultura y la fabricación de ladrillos, entre ellas. Puso la carta en el «buzón de quejas» de los presos, donde atrajo la atención de un jefe, quien la envió, como una curiosidad a Guénrik Yágoda, el chequista que estaba ascendiendo raudamente el escalafón de la burocracia de la policía secreta, y que finalmente se convertiría en su jefe. Se dice que Yágoda pidió ver enseguida al autor de la carta. Según un contemporáneo (y también Solzhenitsin, que no cita su fuente), el propio Frenkel afirmaba que en cierto momento fue conducido a Moscú con toda rapidez, donde debatió sus ideas con Stalin y Kaganovich, uno de sus esbirros.[42]

Algunas pruebas circunstanciales respaldan estas historias. Naftalí Frenkel fue ascendido de prisionero a guardia en un espacio de tiempo sorprendentemente corto, incluso para los caóticos estándares de SLON. También sabemos que Frenkel organizó, y después dirigió, el Ekonomicheskaya kommercheskaya chast (el departamento económico mercantil) de SLON, y en ese puesto intentó no solo hacer que los campos de Solovki fueran autosuficientes, pues los decretos sobre campos de concentración lo exigían, sino realmente rentables, hasta tal punto que comenzaron a quitar empleos a otras empresas. Aunque eran empresas estatales, y no privadas, en la década de 1920 todavía quedaban elementos de competencia en la economía soviética, y Frenkel los aprovechó. Hacia septiembre de 1925, mientras Frenkel dirigía su departamento económico, SLON había obtenido el derecho a cortar 130 000 metros cúbicos de madera en Carelia, superando en la puja a una empresa silvicultora civil. SLON se había convertido en accionista del Banco Comunal de Carelia y estaba pujando por el derecho a construir el camino de Kem hasta Ujtá, otra ciudad del extremo norte.[43]

Desde el inicio, las autoridades de Carelia estaban inquietas con toda esta actividad, sobre todo desde que se habían negado en redondo a la construcción del campo.[44] Después, sus protestas fueron más ruidosas. En una reunión convocada para hablar de la expansión de SLON, las autoridades locales se quejaron de que el campo tenía un acceso injusto al trabajo barato, y por tanto dejaría sin trabajo a los aserraderos normales. Todavía más tarde el ánimo de las reuniones se alteró y los asistentes plantearon objeciones más graves. En una reunión del Consejo de los Comisarios del Pueblo (el gobierno de la República de Carelia) en febrero de 1926, varios dirigentes locales atacaron a SLON por cobrarles en exceso y por exigir demasiado dinero por la construcción de la carretera de Kem a Ujtá. «Ha quedado claro —sintetizó airado el camarada Yuzhnev— que SLON es un kommerzant, un mercader ambicioso y avaricioso, y que su objetivo básico es conseguir beneficios.»[45]

El debate sobre la rentabilidad, la eficiencia y la equidad del trabajo de los prisioneros continuaría durante los veinticinco años siguientes (y será debatido más ampliamente en este libro más adelante). Pero a mediados de los años veinte, las autoridades locales no lo estaban ganando. En sus informes de 1925 sobre la situación económica del campo de Solovki, el camarada Fiódor Eichmanns —en ese momento presidente de Nogtev, aunque después dirigiría el campo— se vanagloriaba de los logros económicos de SLON, afirmando que la fábrica de ladrillos, antes en un «estado patético» ahora estaba pujante, las empresas madereras estaban superando el plan anual, las centrales eléctricas habían sido terminadas y la producción pesquera se había duplicado.[46]

Este éxito pronto se convirtió en el argumento central para la reestructuración de todo el sistema penitenciario soviético. Si debía lograrse a costa de peores raciones o malas condiciones de vida para los reclusos, a nadie le preocupaba demasiado.[47] Si debía lograrse a costa de malas relaciones con las autoridades locales, tampoco le importaba a nadie.

Dentro del campo, pocos tenían dudas de quién era el responsable de este presunto éxito. Todos identificaban a Frenkel con la comercialización del campo, y muchos lo detestaban por ello. En 1928, en un congreso del Partido Comunista de Solovki (había tanto rencor que parte de las actas fueron declaradas de extremo secreto como para quedar guardadas en el archivo y no son accesibles) uno de los jefes del campo, el camarada Yashenko se quejó de que la influencia del Departamento Económico-mercantil de SLON se había acrecentado demasiado: «Todo está bajo su jurisdicción». Frenkel se había vuelto tan importante, se quejaba Yashenko (cuyo lenguaje tiene un fuerte tufillo antisemita), que «cuando hay un rumor de que podría irse, la gente dice “no podemos trabajar sin él”». Otros se preguntaban por qué Frenkel, un ex prisionero, recibía un servicio preferencial y precios más bajos en las tiendas de SLON, como si fuera el propietario. Y otros dijeron que SLON se había vuelto tan comercial que había olvidado su gran misión: el trabajo de reeducación en el campo se había interrumpido, y los prisioneros estaban sometidos a normas de trabajo injustas.[48]

Pero así como SLON se impondría en el debate en contra de las autoridades de Carelia, así también Frenkel ganaría el debate interno de SLON (quizá gracias a sus contactos en Moscú), sobre qué tipo de campo debía ser Solovki, cómo deberían trabajar los presos y cómo deberían ser tratados.

Frenkel probablemente no concibió el famoso sistema de «tanto trabajas, tanto comes», por el cual los presos obtenían raciones de comida de acuerdo con la cantidad de trabajo que realizaban. Sin embargo, fue el responsable del desarrollo y florecimiento de ese sistema, que pasó de ser una componenda en que el trabajo a veces se «pagaba» con alimentos, a un método muy preciso y regulado de distribución de comida y de organización penal.

En realidad, el sistema de Frenkel era bastante sencillo. Dividió a los prisioneros de SLON en tres grupos según sus capacidades físicas: los que eran considerados aptos para el trabajo pesado, los aptos para el trabajo liviano y los inválidos. Cada grupo tenía asignadas tareas diferentes y cuotas reguladas por norma que debían satisfacer. Luego eran alimentados en consecuencia y la diferencia entre las raciones era bastante notable. La categoría inferior recibía la mitad de lo que recibía la categoría superior.[49]

En la práctica, el sistema dividía a los presos muy rápidamente entre aquellos que sobrevivirían y aquellos que no. Relativamente bien alimentados, los presos fuertes se fortalecían más; los débiles se debilitaban más al estar privados de alimento, y finalmente enfermaban o morían. El proceso se hacía más rápido y más extremo porque la cuota de trabajo fijada por norma era con frecuencia muy elevada (demasiado elevada para algunos prisioneros, en especial para la gente de ciudad que nunca había trabajado cavando ni talando árboles).

Con Frenkel, el carácter del trabajo de SLON cambió: no estaba interesado en fruslerías como los criaderos de animales para pieles, o el cultivo de plantas árticas exóticas. En cambio, envió a los presos a construir carreteras y talar árboles.[50] A Frenkel no le importaba si los presos eran recluidos en un establecimiento penal, un presidio o un recinto de alambradas. Envió equipos de trabajadores convictos por toda la República de Carelia y la región de Arjánguelsk del territorio ruso, a miles de kilómetros de Solovki, dondequiera que fueran más necesarios.[51]

Como si fuera un gerente consultor que se hace cargo de una compañía en quiebra, Frenkel «racionalizó» otros aspectos de la vida en el campo, descartando paulatinamente todo aquello que no contribuyera a la productividad económica del campo. Clausuró las revistas y los periódicos del campo, y cesaron las sesiones de la Sociedad Solovki de Folklore Local.

Finalmente, bajo la dirección de Frenkel el concepto de «preso político» cambió para siempre. En el otoño de 1925, la división artificial que había sido trazada entre los presos con penas por delitos comunes y los convictos por crímenes contrarrevolucionarios fue abandonada, pues ambos grupos fueron enviados juntos a tierra firme a trabajar en los grandes proyectos de silvicultura y procesamiento de madera en Carelia. SLON no reconoció el estatus de presos privilegiados, y consideró a todos los reclusos como trabajadores potenciales.[52]

Los socialistas que residían en los barracones de Savvatyevo planteaban un problema mayor. Evidentemente, los presos políticos socialistas no encajaban en la idea de eficiencia económica, puesto que se negaban por principio a cualquier tipo de trabajo forzado. Incluso rehusaban cortar su propia leña. «Hemos sido desterrados administrativamente —se quejó uno— y la dirección debe proveer todas nuestras necesidades.»[53] No sorprende que esta actitud comenzara a alimentar el resentimiento de los jefes del campo. Aunque había negociado personalmente con los presos políticos de Petrominsk en la primavera de 1923, y les había prometido un régimen más libre en Solovki si aceptaban trasladarse allí pacíficamente, el jefe de Nogtev se tomó a mal sus inagotables reivindicaciones. Discutió con los políticos sobre su libertad de movimiento, su acceso a los médicos y su derecho a cartearse con el exterior. Finalmente, el 19 de diciembre de 1923, durante una discusión sumamente agitada sobre el toque de queda, los soldados que custodiaban los barracones de Savvatyevo abrieron fuego contra un grupo de presos políticos, matando a seis de ellos.

El incidente causó revuelo en el extranjero. La Cruz Roja Política hizo que los informes de la matanza pasaran la frontera clandestinamente, que aparecieran en la prensa occidental antes de su publicación en Rusia. Los telegramas entre la isla y la cúpula del Partido Comunista iban y venían rápidamente. Primero, los mandos del campo defendieron la acción, asegurando que los presos habían quebrantado el toque de queda y que los soldados habían efectuado tres advertencias antes de disparar.

Después, en abril de 1928, aún sin admitir que los soldados no habían hecho ninguna advertencia previa (los prisioneros afirmaban que no lo hicieron), la dirección del campo realizó un análisis más complejo de lo que había ocurrido. Los presos políticos, explicaba su informe, eran de «una clase diferente» de la de los soldados asignados para vigilarlos. Los presos pasaban el tiempo leyendo libros y periódicos, los soldados no tenían ni libros ni periódicos. Los presos comían pan blanco, mantequilla y leche; los soldados no. Era una «situación anómala». Se había acumulado un resentimiento natural: los trabajadores resentidos con los no trabajadores, y cuando los presos habían desafiado el toque de queda, el derramamiento de sangre fue inevitable.[54]

Indignado, el comité central tomó medidas. Una comisión dirigida por Gleb Boki, el jefe de la OGPU responsable de los campos de concentración, hizo una visita a los campos de Solovki y a la prisión de tránsito de Kem. A continuación se publicaron una serie de artículos en Izvestia en octubre de 1924. Elogiando las virtudes de la industria y la agricultura de Solovki, N. Krasikov describía la vida en los barracones socialistas de Savvatyevo:

La vida que llevan puede ser caracterizada de anarcointelectual con todos los aspectos negativos de esta forma de existencia: la pereza continua, la persistencia de las diferencias políticas, las peleas familiares, las disputas de facción, y sobre todo una actitud hostil y agresiva hacia el gobierno en general, y hacia la administración local y los guardias del Ejército Rojo en particular.[55]

En otro periódico, las autoridades soviéticas afirmaban que los presos socialistas disfrutaban de mejores raciones que el Ejército Rojo. Dichos prisioneros eran libres para ver a sus parientes (¿cómo si no podrían haber pasado clandestinamente la información?), y tenían muchos doctores, más de lo habitual en las aldeas de los trabajadores.[56]

Era el comienzo del fin. Después de diversos debates, durante los cuales el comité central consideró y rechazó la idea de desterrar a los presos políticos al extranjero (les preocupaba el impacto en los socialistas occidentales, en especial, por alguna razón, el Partido Laborista británico), se tomó una decisión.[57] Al amanecer del 17 de junio de 1925, los soldados rodearon el monasterio de Savvatyevo. Les dieron a los presos dos horas para recoger sus pertenencias. Después los llevaron al puerto, los obligaron a subir a los barcos, y los enviaron a las distantes cárceles de Rusia central: Tobolsk en Siberia occidental y Verjneuralsk en los Urales, donde encontraron condiciones mucho peores que en Savvatyevo.[58]

Aunque siguieron luchando por sus derechos, enviando cartas al extranjero, comunicándose con golpes a través de los muros de la prisión, y haciendo huelgas de hambre, la propaganda bolchevique fue ahogando las protestas de los socialistas. En Berlín, París, Nueva York, las antiguas sociedades para ayudar a los presos comenzaron a tener más dificultades para recaudar fondos.[59]

A finales de la década de 1920, los presos políticos socialistas no tenían ya un estatus especial. Compartían celdas con los bolcheviques, los trotskistas y los delincuentes comunes. En menos de diez años, los presos políticos (o mejor dicho, los «contrarrevolucionarios») no serían considerados prisioneros privilegiados, sino inferiores a los delincuentes comunes, clasificados por debajo de estos en la jerarquía del campo. Ya no eran ciudadanos con derechos como los que habían defendido, solo interesaban a sus custodios en tanto fueran capaces de trabajar. Y solo en tanto fueran capaces de hacerlo, serían alimentados lo suficiente para conservarse con vida.

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