Gulag

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I - Los orígenes del Gulag, 1917-1939 » 5 - Los campos se expanden

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Los campos se expanden

Avanzamos y detrás de nosotros

toda la cuadrilla camina alegremente.

Ante nosotros la victoria de los estajanovistas

abre un nuevo camino…

Pues ya no conocemos el viejo camino,

de nuestras mazmorras nos hemos levantado a la llamada

por el camino del triunfo estajanovista

con fe caminamos hacia una vida de libertad…

Del diario Kuznitsa, impreso en Sazlag, 1936[1]

Aunque era atípico entre los nuevos proyectos del Gulag, el canal del mar Blanco fue el más importante de su época, pero no fue el primero ni el más grande. En realidad, antes de que la construcción del canal comenzara, con menos alharaca y propaganda, la OGPU ya había comenzado a enviar trabajadores prisioneros por todo el país. A mediados de los años treinta, el sistema del Gulag tenía 300 000 reclusos a su disposición, distribuidos en aproximadamente una decena de campos.

A medida que se expandían los campos, cambió el carácter de la OGPU. Como antes, los agentes de la policía secreta soviética continuaron espiando a los enemigos del régimen, interrogando a los disidentes sospechosos y descubriendo «tramas» y «conspiraciones». A partir de 1929 también asumieron parte de la responsabilidad por el desarrollo económico de la Unión Soviética. En la década siguiente se convirtieron en una especie de pioneros, que con frecuencia organizaban la prospección y la explotación de los recursos naturales de la Unión Soviética. Planearon y equiparon expediciones geológicas en busca de carbón, petróleo, oro, níquel y otros metales que yacían bajo la tundra helada de las regiones del Ártico y Subártico del extremo norte soviético. Decidían cuál de las enormes arboledas sería la siguiente en ser talada para exportar su valiosa madera en bruto. Para trasladar estos recursos a las principales ciudades y centros industriales de la Unión Soviética, organizaron una amplia red de carreteras y ferrovías, formando un rudimentario sistema de transporte que atravesaba miles de kilómetros de bosque deshabitado. A veces ellos mismos tomaron parte en estas empresas. Vestidos con gruesos abrigos de pieles y calzados con fuertes botas, se internaban en la tundra y telegrafiaban las noticias de sus hallazgos a Moscú.

Al igual que sus custodios, los prisioneros asumieron un nuevo papel. Aunque algunos continuaron laborando tras las alambradas, sacando carbón o cavando zanjas, durante la primera mitad de los años treinta, también hubo prisioneros que transportaron el equipo necesario para las prospecciones geológicas —en lanchas, remando en los ríos que discurren al norte del Círculo Polar Ártico— y horadaron los terrenos de las nuevas minas de carbón y los pozos de petróleo. Construyeron barracones, cercaron los campos con alambradas y erigieron sus atalayas. Instalaron las refinerías necesarias para procesar los recursos, pusieron las traviesas de las ferrovías y pavimentaron las carreteras. Finalmente, se asentaron en los nuevos territorios abiertos, poblando la tierra virgen.

Después, los historiadores soviéticos llamarían líricamente a este episodio de la historia soviética «la apertura del extremo norte», y en verdad representó una ruptura real con el pasado. Ni en las últimas décadas del régimen zarista, cuando finalmente una retrasada revolución industrial estalló en toda Rusia, nadie había intentado explorar y colonizar las regiones del extremo norte del país con tal intensidad.

Hubo muchas tragedias, sobre todo al inicio de esta nueva época. Recientemente, un documento hallado en los archivos de Novosibirsk ha permitido confirmar la veracidad de un espantoso incidente, que desde hacía tiempo formaba parte de la leyenda de los supervivientes de los campos. Firmado por un instructor del comité del partido en Narym, en el oeste de Siberia, y enviado a la atención de Stalin en mayo de 1933, en el documento se describe con exactitud la llegada de un grupo de campesinos deportados (llamados «elementos atrasados») a la isla de Nazino en el río Ob. Eran desterrados, y como tales se suponía que colonizarían la tierra y presumiblemente la cultivarían:

El primer convoy trajo 5070 personas, y el segundo, 1044. Eran 6114 en total. Las condiciones de transporte eran indignantes: la poca comida que había disponible era incomible y los deportados estaban hacinados en un espacio casi sin aire. El resultado fue la muerte diaria de 35 a 40 personas. Estas condiciones de vida, no obstante, resultaron un lujo en comparación con lo que esperaba a los deportados en la isla de Nazino … La isla de Nazino es un lugar despoblado, sin ningún asentamiento … No había herramientas, ni granos, ni alimentos. Así comenzó su nueva vida. Al día siguiente de la llegada del primer convoy, el 19 de mayo, comenzó a nevar otra vez, y se levantó el viento. Muertos de hambre, consumidos por meses de comida insuficiente, sin cobijo y sin herramientas … estaban atrapados. Ni siquiera eran capaces de encender el fuego para paliar el frío. Comenzaron a morir más y más personas … El primer día enterraron a 295 personas. Fue solo el cuarto o quinto día después de la llegada del convoy a la isla cuando las autoridades enviaron un poco de harina por barco, realmente nada más que unas cuantas libras por persona.

El 20 de agosto, tres meses después, proseguía el funcionario del partido, casi 4000 de los 6114 «colonos» originales habían muerto. Los restantes habían sobrevivido porque comieron la carne de los que habían muerto. Según un recluso, que encontró a algunos de estos supervivientes en la prisión de Tomsk, parecían «cadáveres andantes» y todos estaban bajo arresto acusados de canibalismo.[2]

Aunque la tasa de mortalidad no fuera tan terrorífica, las condiciones de vida en los primeros proyectos más conocidos del Gulag podían ser casi igualmente intolerables. BAMlag, un campo organizado para construir un ramal del ferrocarril de Baikal a Amur en el lejano oriente ruso (parte del sistema ferroviario del Expreso Transiberiano), fue un caso notable de cómo las cosas podían ir de mal en peor simplemente por la falta de planificación. Como el canal del mar Blanco, la construcción del ferrocarril fue llevada a cabo con gran precipitación, sin una preparación previa. Los planificadores del campo realizaron simultáneamente la prospección del terreno, el trazado y la construcción del ferrocarril; la construcción comenzó antes de que se completaran las prospecciones. Los mapas existentes eran deficientes. Se cometieron costosos errores. Según un superviviente, «dos equipos de obreros [cada uno de los cuales exploraba una extensión diferente de terreno] descubrieron que no podían terminar el trabajo, porque los dos ríos por cuyas orillas caminaban se unían en los mapas, pero en la realidad estaban muy alejados».[3]

Sin embargo, aunque todos los complejos de campos fundados a comienzos de los años treinta estaban desorganizados y no estaban preparados para comenzar (y desde luego no lo estaban para recibir a los macilentos presos que provenían de los distritos donde reinaba la hambruna), no todos se hundieron en un caos letal. En determinadas circunstancias (condiciones favorables del terreno, combinadas con un fuerte apoyo de Moscú), algunos pudieron prosperar. Con celeridad sorprendente, desarrollaron estructuras burocráticas más estables, construyeron edificios permanentes, e incluso floreció en ellos una élite local del NKVD. Finalmente unos pocos campos llegarían a abarcar grandes extensiones del territorio, convirtiendo regiones enteras en vastas prisiones. Dos de los campos fundados en esta época (la expedición Ujtinskaya y el consorcio Dalstrói) alcanzarían finalmente el tamaño y la categoría de imperios industriales. Sus orígenes merecen ser considerados en detalle.

Para el viajero poco observador, un viaje en automóvil por la deteriorada autopista que une la ciudad de Siktivkar, la capital administrativa de la República de Komi, y la ciudad de Ujtá, uno de los principales centros industriales de Komi, parecería ofrecer muy poco interés. El camino, durante unos 200 kilómetros, pasa por pinares inacabables y cruza por terrenos pantanosos. Aunque el camino pasa por unos pocos ríos, las vistas son en todo caso poco notables: es la taiga, el paisaje espléndido y monótono del Subártico por el cual Komi (y en efecto toda Rusia septentrional) es famosa.

Sin embargo, un examen más atento revela algunas rarezas. Si uno sabe dónde mirar, es posible ver hendiduras en ciertos lugares, precisamente junto al camino. Son la única prueba existente del campo que una vez se extendió a lo largo del camino, y de las cuadrillas de prisioneros que lo construyeron. Debido a que los sitios de construcción eran temporales, los prisioneros no se alojaban en barracones, sino en zemlyanki, refugios subterráneos: de ahí las marcas en el terreno.

En otra sección de la carretera quedan los restos de un tipo de campo más establecido, antaño adyacente a un pequeño yacimiento petrolífero. Ahora cubren el lugar la maleza y el sotobosque, pero aún se pueden ver tablones de madera podridos (posiblemente preservados por el petróleo que se desprendía de las botas de los presos) y restos de alambrada. Aquí no hay ningún monumento, aunque hay uno en Bograzdino, un campo de tránsito situado más lejos, donde hubo 25 000 personas. No queda ni rastro de Bograzdino. Todavía en otro lugar del camino (tras una moderna gasolinera, propiedad de Lukoil, una nueva compañía rusa) queda una vieja atalaya, rodeada de chatarra y fragmentos de alambrada.

Aunque a primera vista son difíciles de distinguir, los restos del Gulag son visibles por todo Komi, esta vasta región de taiga y tundra situada al noreste de San Petersburgo y al oeste de los Urales. Los prisioneros planificaron y construyeron las principales ciudades de la república, no solo Ujtá, sino también Siktivkar, Pechora, Vorkutá e Inta. Los prisioneros construyeron los ferrocarriles y las carreteras de Komi, así como su infraestructura industrial original. Muchos de sus pueblos aún son llamados con los nombres locales de la época estalinista: «Barrio chino», por ejemplo, donde estaba recluido un grupo de presos chinos, o Berlín, habitado antaño por los prisioneros de guerra alemanes.

Los orígenes de esta vasta república de prisiones se remontan a una de las primeras expediciones de la OGPU, la expedición Ujtinskaya que en 1929 emprendió la exploración de lo que hasta entonces era un yermo. Para los estándares soviéticos, la expedición estaba relativamente bien preparada. Contaba con una plétora de especialistas, que en su mayoría eran ya presos del sistema Solovki: solo en 1928 se habían enviado 68 ingenieros de minas a SLON, quienes eran víctimas de la campaña de ese año contra los «minadores» y saboteadores que supuestamente obstaculizaban el ímpetu hacia la industrialización de la Unión Soviética.[4]

En noviembre de 1928, con un misterioso sentido de la oportunidad, la OGPU arrestó también a N. Tijonovich, un famoso geólogo. Sin embargo, después de recluirlo en la prisión de Butyrka de Moscú, no realizaron una instrucción ordinaria. Por el contrario, lo llevaron a una reunión de planificación. Sin detenerse en preámbulos (recordaba después Tijonovich) un grupo de ocho personas (no se le dijo quiénes eran) le preguntaron, a quemarropa, cómo preparar una expedición a Komi. ¿Qué ropa llevaría si tuviera que ir? ¿Qué cantidad de provisiones? ¿Qué herramientas? ¿Con qué medios de transporte? Tijonovich, que había estado por primera vez en la región en 1900, recomendó la vía naval, señalando que los barcos podrían llevar equipo pesado. Siguiendo su recomendación, la expedición se realizó por mar. Tijonovich, todavía preso, se convirtió en el geólogo jefe.

No se perdió tiempo, ni se ahorró en gastos, pues la cúpula soviética consideraba que la expedición era una prioridad urgente, aunque no es de sorprender que encontrara muchas dificultades. Pequeños grupos de prisioneros lograron escapar en varios puntos de la ruta. Cuando finalmente la expedición llegó a la desembocadura del río Pechora, resultó difícil encontrar guías locales: los nativos komi no deseaban establecer vínculos con los presos ni con la policía secreta, y rehusaron cooperar para que la embarcación navegara río arriba. Sin embargo, después de siete semanas el barco llegó por fin. El 21 de agosto establecieron el campamento base en el pueblo de Chibyu, después rebautizado como Ujtá.

Nada más llegar, los presos comenzaron a trabajar doce horas al día, construyendo el campo y los locales de trabajo. Los geólogos comenzaron la búsqueda de los lugares idóneos para iniciar la prospección de petróleo. La mayoría de los especialistas llegó en el otoño. También llegaron nuevos convoyes de prisioneros, primero mensualmente, después semanalmente, durante toda la «temporada» de 1930. Hacia el final del primer año de la expedición, el número de presos había pasado de 139 a casi 1000.

La ruta de la expedición de Ujtinskaya,

República de Komi, 1929.

Ujtpechlag, República de Komi, 1937.

Pese a la planificación previa, las condiciones en esos primeros días, tanto para los presos como para los desterrados, eran tan espantosas como en todas partes. La mayoría tenía que vivir en tiendas, pues no había barracones. Tampoco había suficiente ropa de invierno ni calzado, ni suficiente comida en las proximidades. La harina y la carne llegaban en cantidades menores que las ordenadas, al igual que las medicinas. El número de presos enfermos y débiles aumentó, como admitieron los jefes de la expedición en un informe posterior. El aislamiento era asimismo difícil de soportar. Tan alejados estaban estos campos de la civilización (y de las carreteras, por no hablar de los ferrocarriles) que en Komi no se utilizaron alambradas hasta 1937. La huida no tenía sentido.

Sin embargo, los presos continuaron llegando con las expediciones complementarias que salían del campamento establecido en Ujtá. Si tenían éxito, cada una de estas expediciones fundaba una nueva base —un lagpunkt— a veces en lugares impensablemente remotos, a varios días o semanas de camino de Ujtá. Y, a su vez, fundaban nuevos subcampos, edificaban caminos o granjas colectivas para atender las necesidades de los presos. De esta manera, los campos se expandieron como la mala hierba por los bosques deshabitados de Komi.

En 1931, un equipo de veintitrés personas salió hacia el norte desde Ujtá en barco, y llegó hasta los canales interiores con el propósito de comenzar la explotación de un enorme yacimiento de carbón (la cuenca hullera del Vorkutá) descubierto en la tundra ártica, en la zona norte de Komi, el año anterior. Como en todas las expediciones de este tipo, los geólogos señalaban la ruta, los presos tripulaban los barcos y un pequeño contingente de la OGPU dirigía la operación, abriéndose paso remando entre las nubes de insectos que habitan la tundra en los meses estivales. Pasaron las primeras noches a campo abierto; después, de algún modo construyeron un campo, sobrevivieron al invierno y levantaron un primitivo campamento minero en primavera: Rudnik n.º 1. Usando picos, palas y carretillas, sin ningún tipo de equipo mecanizado, los presos comenzaron la extracción de carbón. En solo seis años, Rudnik n.º 1 se convertiría en la ciudad de Vorkutá y en el cuartel general de Vorkutlag, uno de los campos más grandes y más duros de todo el sistema Gulag. En 1938, Vorkutlag tenía 15 000 presos y había producido 188 206 toneladas de carbón.[5]

Técnicamente, no todos los nuevos habitantes de Komi eran prisioneros. Desde 1929, las autoridades comenzaron también a enviar «desterrados especiales» a la región. Primero eran casi todos kulaks, que llegaban con sus esposas e hijos (se suponía que vivirían de la tierra). Yágoda había declarado que a los desterrados se les daba «tiempo libre» en el que debían cultivar huertos, criar cerdos, pescar y construir sus propias casas: «Primero vivirán de las raciones del campo, después a su propia costa».[6] Aunque todo esto era bastante risueño, en realidad, en 1930, cuando llegaron casi 5000 de esas familias desterradas (más de 16 000 personas) no encontraron prácticamente nada, como era habitual. En noviembre de ese año se construyeron 268 barracones, aunque se necesitaban al menos 700. Tres o cuatro familias compartían una habitación. No había suficiente comida, ropa ni botas de invierno. Los pueblos de desterrados carecían de baños, caminos, servicio de correos y cables telegráficos.[7]

Aunque algunos murieron y muchos trataron de escapar (a finales de julio lo habían intentado 344), los desterrados de Komi se convirtieron en una adición permanente al sistema de campos. Los desterrados no vivían en el recinto de alambradas, pero tenían los mismos trabajos que los presos, a veces en los mismos lugares. Muchos desterrados acabaron trabajando como guardias o administradores en los campos.[8]

Con el tiempo, este crecimiento geográfico se reflejó en la nomenclatura del campo. En 1931, la expedición Ujtinskaya fue rebautizada como Campo de Trabajo Correccional Ujto-Pechorsky o Ujtpechlag. En las dos décadas siguientes, Ujtpechlag cambiaría de nombre repetidas veces y asimismo sería reorganizada y subdividida, reflejando la cambiante geografía de su imperio en expansión y de su creciente burocracia. A finales de la década, efectivamente, Ujtpechlag ya no sería en absoluto un único campo. Antes bien generó toda una red de campos (dos docenas en total) que comprendía: Ujtpechlag y Ujtizhemlag (petróleo y carbón), Ustvymlag (silvicultura), Vorkutá e Intá (carbón) y Sevheldorlag (ferrocarriles).[9]

En el curso de los años siguientes, Ujtpechlag y sus retoños también se hicieron más densos, adquirieron nuevas instituciones y nuevos edificios acordes con sus requerimientos siempre mayores. Al necesitar hospitales, los jefes del campo los construyeron, e introdujeron sistemas para preparar presos farmacéuticos y presas enfermeras. Si se necesitaban alimentos, construían sus propias granjas colectivas, con sus propios almacenes y sus propios sistemas de distribución. Si se necesitaba electricidad, edificaban centrales eléctricas. Si se necesitaban materiales de construcción, se construían fábricas de ladrillos.

En caso de necesitar trabajadores calificados, formaban a los que tenían. Gran parte de los antiguos kulaks resultaron ser analfabetos o semianalfabetos, lo que causaba enormes problemas al afrontar proyectos de una relativa complejidad técnica. La dirección del campo por tanto estableció escuelas de preparación técnica, que a su vez exigieron más edificios nuevos y nuevos cuadros: profesores de matemáticas y física, así como «instructores políticos» para supervisar su trabajo.[10] Hacia los años cuarenta, Vorkutá —una ciudad edificada en el suelo helado (permafrost), cuyos caminos cada año tenían que ser desenterrados, y los conductos, reparados— había conseguido dotarse de un Instituto Geológico y una universidad, teatros y teatrines de títeres, piscinas y guarderías.

Pero la expansión de Ujtpechlag no fue muy publicitada ni fue desordenada. El destino del campo se analizaba en los niveles más altos posible. Vale la pena señalar que en noviembre de 1932, el Politburó —con la asistencia de Stalin— dedicó más de una reunión a debatir la situación y los planes futuros de Ujtpechlag, examinando perspectivas y suministros con sorprendente detenimiento. Por las actas de la reunión, parece como si el Politburó tomase todas las decisiones, o al menos aprobase todos los asuntos de cierta relevancia: qué minas debía explotar el campo, qué ferrocarriles debía construir, cuántos tractores, coches y barcos requería, cuántas familias desterradas podía absorber. El Politburó también asignó dinero para la construcción del campo: más de 26 000 000 de rublos.[11]

No fue casual que en los tres años que siguieron a esta decisión el número de prisioneros casi se cuadruplicara: de 4797 a mediados de 1932 a 17 852 a mediados de 1933.[12] En los niveles más altos de la jerarquía soviética, alguien deseaba mucho que Ujtpechlag creciera. Dado su poder y prestigio, este no podía ser otro que el propio Stalin.

«Kolimá —escribió un historiador— es un río, una cordillera, una región y una metáfora.»[13] Rica en minerales —y sobre todo en oro—, la vasta región de Kolimá en el extremo nororiental de Siberia, en la costa del Pacífico, quizá sea la región más inhóspita de Rusia. Kolimá es más fría que Komi (las temperaturas descienden regularmente a unos -45 ºC en invierno) y aún más remota.[14] Para llegar a los campos de Kolimá, los presos viajaban en tren a través de toda la URSS, a veces durante tres meses, hasta Vladivostok. Hacían el resto del viaje en barco, viajando hacia el norte cerca de Japón, a través del mar de Ojotsk, hacia el puerto de Magadán, la entrada del valle del río Kolimá.

El primer jefe de Kolimá, Eduard Berzin, es una de las figuras más curiosas en la historia del Gulag. En 1926, Stalin le asignó la tarea de organizar Vishlag, uno de los primeros campos de gran tamaño. La OGPU construyó Vishlag al mismo tiempo que el canal del mar Blanco, y al parecer Berzin apoyó las ideas de Gorki sobre la reforma penitenciaria (o al menos mostraba entusiasmo en público). Imbuido de buena voluntad paternalista, Berzin dotó a sus reclusos de salas de cine y clubes de discusión, bibliotecas y comedores «estilo restaurante». Construyó jardines con fuentes y un pequeño parque zoológico. También pagó a los presos salarios regulares y aplicó la misma política de «liberación anticipada a cambio de un buen trabajo» como hicieron los jefes del canal del mar Blanco. No todos se beneficiaron de estas comodidades: los presos que eran considerados trabajadores deficientes o que simplemente no tuvieron suerte, podrían ser enviados a uno de los numerosos pequeños campos de silvicultura de Vishlag, lagpunkts en la taiga, donde las condiciones eran malas, la tasa de mortalidad más elevada y donde se torturaba e incluso se asesinaba a los prisioneros sin hacer ruido.[15]

La intención de Berzin era que el campo pareciera una institución honorable. Su talento para crear imágenes risueñas pudo haber sido precisamente lo que la cúpula soviética deseaba. Pues, aunque posteriormente sería absorbido por la administración del Gulag, al comienzo se hablaba de Dalstrói (en público) como si fuera una entidad separada, una especie de conglomerado empresarial que no tenía nada que ver con el Gulag. Las autoridades fundaron discretamente Sevostlag, un campo del Gulag que alquilaba presos al consorcio Dalstrói. En la práctica, las dos instituciones nunca compitieron. El jefe de Dalstrói era también el jefe de Sevostlag, y no había duda sobre ello. En el papel, sin embargo, se mantenían separadas, y en público aparecían como entidades distintas.[16]

Kolimá, 1937.

Había cierta lógica en esta entente. Por una parte, Dalstrói necesitaba atraer voluntarios, en especial ingenieros y mujeres casaderas (había siempre escasez de ambos en Kolimá), y Berzin dirigió muchos proyectos de reclutamiento en un intento de persuadir a los «trabajadores libres» de emigrar a la región, estableciendo oficinas con ese fin en Moscú, Leningrado, Odessa, Rostov y Novosibirsk.[17] Por esa única razón, Stalin y Berzin pueden haber querido evitar asociar Kolimá demasiado estrechamente con el Gulag temiendo que ese vínculo pudiera espantar a los potenciales reclutas. Aunque no hay pruebas fehacientes, estas maquinaciones pueden haber estado dirigidas al mundo exterior. Como la madera soviética, el oro de Kolimá debía venderse directamente a Occidente, a cambio de la tecnología y la maquinaria que tan desesperadamente se necesitaba. Esto puede contribuir a explicar por qué la cúpula soviética deseaba hacer que los campamentos de oro de Kolimá parecieran una empresa económica tan «normal» como fuera posible.

Un boicot contra el oro soviético habría sido mucho más perjudicial que un boicot a la madera soviética.

En cualquier caso, el compromiso personal de Stalin con Kolimá fue muy firme desde el comienzo. En 1932 exigió efectivamente informes diarios sobre la extracción aurífera, y como se ha señalado, se interesó por los detalles de los proyectos de prospección de Dalstrói y en el cumplimiento de las cuotas de producción. Envió inspectores a examinar los campos, y exigió a los jefes de Dalstrói que viajaran con frecuencia a Moscú. Cuando el Politburó asignó dinero a Dalstrói, también impartió instrucciones precisas referidas a cómo debía gastarse el dinero, como hizo con Ujtpechlag.[18]

Sin embargo, la «independencia» de Dalstrói no era una mera ficción. Aunque obedecía a Stalin, Berzin consiguió dejar su huella en Kolimá, hasta tal punto que la «época de Berzin» sería recordada con cierta nostalgia. Berzin parece haber asumido su tarea de un modo bastante sencillo: su trabajo era hacer que sus prisioneros sacaran tanto oro como fuera posible. No estaba interesado en privarlos de alimento ni matarlos ni castigarlos; solo importaban las cifras de producción. Bajo el primer jefe de Dalstrói, las condiciones no fueron tan duras como lo serían después; y los presos no estaban tan hambrientos. Parcialmente a raíz de ello, la producción de oro de Kolimá se multiplicó por ocho en los primeros dos años de funcionamiento de Dalstrói.[19]

Esto no significa, por supuesto, que los primeros años no estuvieran plagados del mismo caos y la desorganización que reinaban en otras partes, particularmente a causa de que Kolimá creció aún más rápido que Ujtpechlag. En 1932, casi 10 000 presos trabajaban en la región, entre ellos el grupo de ingenieros y especialistas reclusos cuya calificación concordaba precisamente con la tarea que tenían ante sí, junto con más de 3000 «trabajadores libres» voluntarios (trabajadores del campo que no eran prisioneros).[20] La elevada cifra estaba acompañada por una elevada tasa de mortalidad. De los 16 000 presos que viajaron a Kolimá en el primer año de Berzin, solo 9928 llegaron vivos a Magadán.[21] Los demás fueron abandonados, mal abrigados y sin protección, a las tormentas invernales: los supervivientes de este primer año aseguraban después que solo la mitad de ellos había sobrevivido.[22]

Sin embargo, una vez superado el caos inicial, la situación mejoró gradualmente. Berzin trabajó mucho para mejorar las condiciones, creyendo al parecer, y no sin razón, que los prisioneros necesitaban estar bien abrigados y alimentados para poder extraer grandes cantidades de oro. Un superviviente de ese campo, Varlam Shalámov, cuyos Cuentos de Kolimá están entre los más crudos de la narrativa sobre los campos, también escribió sobre el período de Berzin como una época de

… comida excelente, jornada de cuatro a seis horas en invierno y diez en verano, y salarios colosales para los prisioneros, que les permitirían volver al continente como hombres ricos cuando cumplieran sus condenas … Los cementerios de esos días eran tan pocos en número que los primeros residentes de Kolimá les parecían inmortales a los que vinieron después.[23]

Si las condiciones de vida eran mejores que las que vendrían después, la dirección del campo también trataba a los prisioneros con un mayor grado de humanidad. En esa época, la división entre los trabajadores libres voluntarios y los prisioneros no era clara. Los dos grupos hacían vida social con normalidad: a veces se permitía a los reclusos que abandonaran los barracones y se trasladaran a una aldea de trabajadores libres, y podían ser ascendidos para convertirse en guardias militarizados, así como en geólogos e ingenieros.[24]

Como en Ujtpechlag, la infraestructura de Kolimá pronto se volvió más compleja. En los años treinta, los prisioneros no solo abrieron pozos mineros, sino que también construyeron los muelles y rompeolas del puerto de Magadán, así como la única carretera importante de la región, la autopista de Kolimá, que se dirige al norte desde Magadán. Los prisioneros también edificaron la propia ciudad de Magadán, que hacia 1936 ya tenía 15 000 habitantes, y continuaría creciendo. Al volver a la ciudad en 1947, después de servir siete años en campos remotos, Evgeniya Guinzburg «casi se desmayó de sorpresa y admiración» al ver la rapidez del crecimiento de Magadán: «Solo después de algunas semanas advertí que uno podía contar con los dedos de la mano los edificios altos, pero entonces fue para mí realmente una gran metrópoli».[25]

En realidad, Guinzburg fue de los pocos prisioneros que observó una peculiar paradoja. Era extraño pero cierto; tanto en Kolimá como en Komi, lentamente el Gulag fomentaba la «civilización» (si esto se puede llamar así) en la remota tundra. Se construían carreteras donde solo había habido bosques, donde había habido pantanos estaban apareciendo casas. Los pobladores nativos eran desplazados para dar paso a las ciudades, las fábricas y los ferrocarriles.

Evgeniya Guinzburg hizo una observación paradójica:

¡Qué extraño es el corazón del hombre! Maldecía con toda mi alma a aquellos que habían concebido la idea de construir una ciudad en este suelo perpetuamente helado, ablandando el suelo con la sangre y las lágrimas de personas inocentes. Pero al mismo tiempo era consciente de un orgullo ridículo … ¡Cómo había crecido, y qué bella se había vuelto nuestra Magadán durante mis siete años de ausencia! Era prácticamente irreconocible. Yo admiraba cada luz, cada tramo de asfalto, e incluso el cartel que anunciaba que la Casa de la Cultura estaba presentando la opereta La princesa del dólar. Atesoraba cada momento de nuestra vida, incluso el más amargo.[26]

En 1934, la expansión del Gulag en Kolimá, en Komi y en Siberia, en Kazajstán, y en otras partes de la URSS, había seguido el mismo patrón que Solovki. En los primeros días, la negligencia, el caos y el desorden causaron muchas muertes innecesarias. Incluso sin un sadismo declarado, la irreflexiva crueldad de los guardias, que trataban a los presos como animales domésticos, causó muchas penalidades.

Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, el sistema parecía acomodarse a tropezones: la tasa de mortalidad descendió respecto al récord de 1933 cuando disminuyó la hambruna en todo el país y los campos se organizaron mejor. Hacia 1934, se mantenía en un 4% (según la estadística oficial).[27] Ujtpechlag estaba produciendo petróleo, Kolimá, oro; los campos en la región de Arjánguelsk producían madera. Se construían carreteras que cruzaban Siberia. Abundaban los errores y los percances, pero lo mismo ocurría en toda la URSS. La celeridad de la industrialización, la falta de planificación y la escasez de especialistas bien preparados hacían inevitables los accidentes y el gasto excesivo, tal como sabían los directores de los grandes proyectos.

Pese a los contratiempos, la OGPU rápidamente se estaba convirtiendo en uno de los elementos económicos más importantes del país. En 1935, Dmitlag, el campo que construyó el canal Moscú Volga, disponía de casi 200 000 presos, más de los que había empleado para el canal del mar Blanco.[28] Siblag había crecido también, jactándose de 63 000 prisioneros en 1934, mientras que Dallag había más que triplicado su tamaño a cuatro años de haber sido fundado, contando con 50 000 en 1934. Otros campos habían sido fundados por toda la Unión Soviética: Sazlag, en Uzbekistán, donde los prisioneros trabajaban en granjas colectivas; Svirlag, cerca de Leningrado, donde los prisioneros talaban árboles y fabricaban objetos de madera para la ciudad; y Karlag, en Kazajstán, que empleaba a los prisioneros como agricultores, obreros de fábrica e incluso pescadores.[29]

Fue también en 1934 cuando la OGPU fue reorganizada y rebautizada una vez más, en parte para reflejar su nuevo estatus y sus mayores responsabilidades. En ese año, la policía secreta se convirtió oficialmente en el Comisariado del Pueblo del Interior y comenzó a conocerse generalmente por sus siglas, NKVD. Con este nuevo nombre, el NKVD controló ahora el destino de más de un millón de prisioneros.[30] Pero la relativa calma no debía durar. Abruptamente, el sistema estaba a punto de sufrir el trastorno de una revolución que destruiría a amos y esclavos por igual.

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